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Los tres factores principales de la desigualdad: ingreso, riqueza y oportunidades (Parte I) (página 2)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Los profesionales suelen recordar sus semanas más frenéticas como usuales, afirma Laura Vanderkam, autora que estudia el uso del tiempo. La experta recientemente estudió a un grupo de mujeres profesionales que ganaba US$100.000 o más al año. Según diarios del uso del tiempo, las participantes trabajaron semanas de 44 horas en promedio.

"Todos creemos que estamos trabajando todo el tiempo", dice. "Asumimos que debemos estar trabajando más arduamente que cualquiera, pero probablemente no es el caso", asevera.

Los jubilados alemanes, resultan ser los "minijobers" de Merkel

Cada vez más personas en edad de jubilación se ven obligadas a buscarse un minijob en Alemania. El minijob es un tipo de trabajo a tiempo parcial muy extendido en el país que garantiza un sueldo de no más de 450 euros mensuales. Las pensiones estatales en muchos casos no son suficientes para garantizar una vida digna, y en los últimos diez años el número de ancianos que trabaja para escapar de la precariedad se ha duplicado y ha situado la Altersarmut (pobreza en la vejez) entre una de las principales preocupaciones de la población"… La pobreza entre los jubilados alemanes aumenta cada año (El Economista – 25/10/15)

Mientras en 2003 unos 530.000 alemanes mayores de 65 años tenía un contrato de minijob para completar sus ingresos, en marzo de este año (últimos datos disponibles) la cifra alcanzó las 904.000 personas, según las cifras de la Agencia Federal de Empleo. Y dentro de este colectivo, las más afectadas por la pobreza en la vejez son las mujeres. Muchas de ellas han tenido que interrumpir su carrera profesional para dedicarse al cuidado de los niños o familiares y a la hora de jubilarse se ven afectadas por una reducción considerable en sus ingresos.

"La gran mayoría de las personas mayores no trabajan por afición, sino por una emergencia financiera" comenta la diputada de Die Linke, Sabine Zimmermann. En su opinión, el Gobierno debe elevar las pensiones para evitar la tendencia al aumento de personas de la tercera edad que trabajan para salir de la pobreza según un estudio de la Fundación Bertelsmann, el número de alemanes pensionistas que se encuentran en riesgo de pobreza o, en otras palabras, que viven con menos del 60% del ingreso medio de los hogares, aumentó del 10,4% en 2006 al 14,3% en 2013, y la proporción sigue creciendo, especialmente en las regiones del Este de Alemania, menos pobladas y con una renta media más baja.

De acuerdo con las estadísticas, en el conjunto del país se tienen 1,3 hijos de media por familia, una tasa de natalidad insuficiente para garantizar el relevo generacional, que requeriría que cada mujer tuviese al menos 2,1 hijos. Pero la tendencia es el decrecimiento, y se estima que en 2050 pueden llegar a nacer la mitad de niños de los que nacen ahora. Para entonces, la población activa puede descender hasta un 36%. La Fundación Bertelsmann calcula que de los cerca de 45 millones de ciudadanos en edad de trabajar actuales se podría llegar a pasar a 29 millones.

Este cambio en la pirámide de población pone todavía más en riesgo el sistema de pensiones germano, que con menos trabajadores y una mayor proporción de jubilados va a ser difícil de sufragar. El Gobierno se enfrenta al reto de atraer e integrar a inmigrantes para luchar contra el envejecimiento del país. La locomotora de Europa "se convertirá, sin inmigración, en un tren fantasma", pronostica el columnista del Spiegel, Jakob Augstein.

Cómo hacer ricos a los trabajadores de los países pobres, y pobres a los trabajadores de los países ricos (un pan como unas tortas)

– Nueva luz sobre la desigualdad del ingreso (Project Syndicate – 29/10/15)

Abu Dhabi.- Los discursos de los políticos sobre la desigualdad tienden a ser parcos en cuanto a hechos, pero expansivos en cuanto a propuestas ideológicas. Una explicación caritativa para la baja calidad del discurso público sobre la desigualdad del ingreso en las economías en desarrollo y emergentes, es que en ellas los datos acerca de la distribución del ingreso suelen ser escasos o dudosos. Sobre un tema de la importancia de éste, los debates por lo general generan más calor que luz.

Pero esto podría estar llegando a su fin a través de un nuevo conjunto de estudios. Liderado por Nora Lustig, profesora de economía especializada en América Latina, un equipo del "Commitment to Equity Institute" de la Universidad de Tulane ha desarrollado extensas bases de datos relacionados con el estado de la distribución del ingreso, y asimismo con los efectos de las políticas públicas relativas a dicha distribución. De importancia crucial es que las cifras son similares a través de un conjunto amplio de países de ingresos medios y bajos, y también concuerdan con los datos existentes en relación a países avanzados. Las conclusiones preliminares que están surgiendo de estos estudios van a iluminar los debates políticos – y probablemente desagradar a los ideólogos tanto de derecha como de izquierda.

Empecemos, como afirma Lustig en un estudio reciente, con el hecho de que la desigualdad del ingreso a nivel mundial no va en aumento. La forma más frecuente de medir la desigualdad es empleando el coeficiente de Gini, el cual asigna el valor cero a la igualdad perfecta y 100 a la desigualdad perfecta (cuando una sola persona recibe todos los ingresos). En los países para los cuales existen datos, el puntaje promedio de este coeficiente (no ponderado según la población) declinó levemente, de 39 a 38, en el período 2000-2010.

Efectivamente, en los países ricos, durante este mismo período, el puntaje se elevó – de 29,8 a 30,4. Pero, en América Latina cayó estrepitosamente, de un escandaloso 55,1 en 2000 -que hacía de este continente la región más desigual del mundo- a un 50,2, todavía muy alto, diez años después. El valor de Gini también disminuyó en el sur de Asia. En el África Sub-sahariana, donde los datos son menos ciertos, parece haber permanecido relativamente constante.

Todavía más, la desigualdad al parecer está bajando precisamente donde era más aguda para empezar. Esto es válido para regiones, especialmente América Latina, tanto como para países, por ejemplo, Brasil y Sudáfrica.

Por lo tanto, la afirmación que con frecuencia se escucha de que el aumento de la desigualdad es el hecho económico central de nuestros tiempos, probablemente se deba a una disparidad de otro tipo: el impacto desproporcionado que los medios noticiosos y los expertos de países ricos tienen en los debates internacionales.

Otro conjunto de resultados que por cierto no va a ser del agrado de los derechistas fanáticos, es que las políticas fiscales redistributivas pueden tener y, de hecho, están teniendo, un impacto significativo en la reducción de la desigualdad. En una comparación de países de ingresos medios de Asia, África y América Latina, Lustig muestra que los coeficientes de Gini después de los impuestos y las transferencias (incluido el valor monetario de la educación y de los servicios de salud) son contundentemente más bajos que los correspondientes a los de los ingresos iniciales generados en el mercado.

La caída promedio para los nueve países emergentes que Lustig compara -entre ellos, Sudáfrica, que es en extremo desigual- es más de tres puntos (55,7 a 52,5). El mismo ejercicio, que trata a las pensiones como consumo diferido y, por lo tanto, abstrae del papel redistributivo de las pensiones entre las poblaciones de más edad en las economías avanzadas, arroja una caída de siete puntos en Estados Unidos y de un poco más de nueve puntos en la Unión Europea. Es decir, los países emergentes están progresando – aunque podrían hacerlo considerablemente más.

Sin embargo, esto no significa que los activistas deberían exigir mayores impuestos y más gasto público en todas las circunstancias. La calidad de los programas fiscales es de importancia fundamental. El tamaño del sector público en Brasil es casi el doble del de Chile – donde la recaudación tributaria anual equivale a alrededor del 20% del PIB, en contraste con alrededor del 40% (las estimaciones varían) en Brasil. En este último, además, el gasto social (tratando, otra vez, a las pensiones como consumo diferido) también es el doble: 16% en comparación con 8% del PIB en Chile.

De acuerdo a Lustig, no obstante, el efecto en la desigualdad que tiene la redistribución por parte del gobierno, es el mismo en los dos países: una caída de casi cuatro puntos en el coeficiente de Gini. Lo que Lustig no explora es que el contraste es aún más agudo si uno toma en cuenta que, en relación al PIB, el gobierno brasileño gasta considerablemente menos en infraestructura que el chileno. Es difícil no llegar a la conclusión de que parte del gasto público en Brasil sirve más bien para mantener convenientemente callados a ciertos grupos de interés políticos.

Un caso que vale la pena señalar es el de Bolivia, donde los gobiernos izquierdistas han aumentado de manera considerable el gasto en el sector del bienestar social. Sin embargo, según lo revela otro estudio, debido a que las transferencias monetarias no están enfocadas exclusivamente en los pobres sino que son universales, su efecto distributivo en general no es progresivo sino neutral.

Otro elemento de rotunda importancia es que los impuestos y las transferencias no constituyen la única forma de luchar contra la desigualdad. En estudios anteriores, Lustig y sus colegas muestran que una prima salarial en declive -es decir, una disminución en la brecha salarial entre trabajadores con mayor o menor preparación- explica parte del descenso en el coeficiente de Gini en los países latinoamericanos. No es fácil desentrañar el papel que desempeñan la oferta y la demanda en la reducción de la prima salarial, pero al parecer ambos factores han incidido.

Por el lado de la demanda, las devaluaciones de los tipos de cambio hicieron que las exportaciones no tradicionales se volvieran más competitivas y ayudaron a elevar la demanda de obra de mano relativamente no especializada. Por el lado de la oferta, un fuerte aumento en los años de escolaridad, y especialmente el acceso a estudios superiores, produjo un notable incremento en el número de profesionales y otros trabajadores altamente capacitados, lo que contribuyó a disminuir sus sueldos relativos.

Todo esto es positivo para la distribución del ingreso, pero los procesos políticos resultantes permanecen tensos. Es posible que los activistas estudiantiles que exigen (junto con el resto de la sociedad) una distribución más justa de los recursos, no deseen enterarse de que el aumento en el número de profesionales con frecuencia obedeció a la rápida y polémica expansión de universidades privadas -a veces con fines de lucro- y que esto explica parte de la disminución de la desigualdad.

De manera similar, a los hombres y mujeres jóvenes que con dificultad llegaron a la universidad con la expectativa de lograr una remuneración relativamente alta, al graduarse no les agrada descubrir que, por ejemplo, los sueldos de periodistas y psicólogos aumentan de modo mucho más lento que los de técnicos en computación o de operarios de maquinaria. En efecto, esta frustración es algo subyacente (aunque no siempre de forma manifiesta) en muchas de las últimas protestas estudiantiles en América Latina y en otros lugares del mundo.

En resumen, la desigualdad del ingreso resulta ser políticamente controvertida cuando empeora, como también cuando tiende a declinar. Estudios como los dirigidos por Lustig iluminan las inevitables controversias y, así, éstas podrían dejar de conducir a simples animosidades para dar paso a la creación de políticas mejores.

(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University…)

Mientras desaparece la clase media en EEUU y la UE, crece en China (¿and now?)

"La desaceleración de la economía china ha vapuleado a los proveedores globales de materias primas y equipos industriales, pero el negocio de las empresas orientadas a satisfacer las necesidades de la creciente clase media alta del país es sorprendentemente robusto. Los consumidores chinos parecen sortear el enfriamiento de la economía mejor que los motores tradicionales del crecimiento, como las manufacturas y la construcción, lo que reconfigura la distinción entre ganadores y perdedores"… El consumidor de clase media, símbolo del nuevo modelo económico de China (The Wall Street Journal – 4/11/15)

Entre los primeros figuran el fabricante de indumentaria deportiva Nike Inc. la cadena de cafeterías Starbucks Corp. , la minorista de ropa Hennes & Mauritz AB y el gigante de tecnología Apple Inc. Detrás de su éxito hay personas como Jiang Yang, un ejecutivo de tecnología de 24 años de una fábrica estatal en la ciudad de Shenyang, en el norte de China, quien acaba de comprar un nuevo iPhone color rosa-dorado. Jiang y otros jóvenes con recursos no sólo han beneficiado a la economía china en un momento delicado, sino que pueden ser clave para su crecimiento a largo plazo.

Jiang, quien insiste que tenía que comprar el último iPhone, cuenta que su salario mensual fluctúa entre los 2.500 yuanes (US$ 395) y los 5.000 yuanes (US$ 790). Al sumarlo a los ingresos de su familia, eso lo sitúa en la clase media alta, que McKinsey & Co. define como los hogares con ingresos anuales de entre 106.000 y 229.000 yuanes. La consultora estadounidense prevé que estas familias acaparen 54% de los ingresos del país en 2022, frente a 14% en 2012.

Su creciente influencia es una de las razones por las que China sigue siendo uno de los principales motores de las ganancias de Apple. "No advertimos signos de una desaceleración en China", dijo la semana pasada el presidente ejecutivo de Apple, Tim Cook, en una entrevista con The Wall Street Journal. La compañía informó que su ganancia operativa procedente de la Gran China, que incluye Hong Kong y Taiwán, se más que duplicó en el trimestre fiscal que acaba de finalizar para llegar a los US$ 23.000 millones. No está claro cuánto pueda durar esa fortaleza. Si la desaceleración china se profundiza, los consumidores de clase media alta podrían comenzar a sentir el golpe.

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El 3/11/15, los líderes chinos anunciaron sus planes para incrementar aún más el consumo a lo largo de los próximos cinco años, al acelerar las reformas financieras y sociales en el país. Pero aunque ha subido en los últimos años, el consumo de los hogares representa menos del 40% de la economía china, según cifras oficiales. Además, sigue siendo vulnerable a caídas más profundas en las exportaciones y manufactura. Una floja cifra de inflación y una caída en las importaciones también sugieren una demanda doméstica general más débil. Además, economistas y negocios aseguran que la confianza del consumidor es desigual. Las ciudades menos desarrolladas han sido golpeadas con mayor fuerza que las ciudades acaudaladas.

No obstante, Apple no es la única empresa que registra ganancias "Cuando leo acerca de las dificultades por las que atraviesa China, me parece como un universo paralelo, porque yo no lo estoy experimentando en mi negocio", reconoció Richard Gelfond, presidente ejecutivo de la cadena de cines con pantallas grandes IMAX Corp. La empresa, cuyas entradas son más caras, reportó que sus 275 pantallas en China generaron una ganancia promedio de US$ 300.000 durante el tercer trimestre, un alza respecto de los US$ 287.000 de igual lapso del año previo. IMAX planea la instalación de 215 pantallas en el país. En total, las salas de cine generaron ingresos en taquilla en torno a los 33.000 millones de yuanes en los primeros nueve meses del año, 53% más que en el mismo lapso de 2014, aunque los descuentos también tuvieron que ver.

"La gente tiene muchos ahorros, mucha liquidez y prevemos que un traspié transitorio en la macroeconomía no afectará su patrón de consumo de una manera fundamental", dijo la semana pasada Joseph Tsai, vicepresidente ejecutivo de Alibaba Group Holding Ltd., durante una conferencia telefónica, después de que el gigante de comercio electrónico divulgara un crecimiento de su facturación superior al previsto.

Una reciente encuesta de McKinsey entre 1.200 consumidores chinos halló que 71% anticipa un aumento de los salarios este año y 84% planea gastar más. Tales resultados coinciden con cifras oficiales que muestran un crecimiento de 10,9% interanual de las ventas minoristas en septiembre y una desaceleración de la producción industrial. El crecimiento de las ventas minoristas se ha acelerado moderadamente en cuatro de los últimos cinco meses, pese al debilitamiento de otros indicadores.

Los consumidores jóvenes y con poder adquisitivo no sólo se dedican a comprar iPhones e ir al cine. El tráfico aéreo en China subió 12% interanual en los primeros nueve del año, impulsado por las ventas de pasajes al exterior. Los consumidores de entre 21 y 30 años representaron más de 60% de los turistas chinos que viajaron al extranjero, según Credit Suisse. El banco de inversión suizo aludió a datos de la firma de mercado AC Nielsen que vaticinan que los consumidores de esa edad equivaldrán a 35% del consumo total de China en 2020, frente a 15% en la actualidad. "Hay espacio para ser optimista acerca del crecimiento del consumo en un futuro cercano", manifestó Bruno Lannes, socio de la consultora Bain & Co. en Shanghái.

Nike, que ha exhortado desde hace tiempo a los chinos a hacer más ejercicio y comprar más indumentaria deportiva, indicó que sus ventas en la Gran China subieron 30% en el año fiscal cerrado el 31 de agosto, mientras que sus ganancias antes de intereses e impuestos avanzaron 51%. La cadena minorista sueca H&M, que apunta a la clase media alta de China, anunció un alza de 11% en sus ventas del tercer trimestre en el país en moneda local.

Incluso el mercado de vinos, que se ha visto perjudicado por la ofensiva anticorrupción del gobierno, que ha frenado la entrega de regalos caros, está repuntando. Treasury Wines Estates Ltd., una de las mayores vitivinícolas por ventas, está expandiendo su presencia en tiendas y en Internet. "El ingreso disponible no está cayendo", subrayó Robert Foye, quien lidera las operaciones asiáticas de la compañía.

Por si quedara alguna duda, por favor, tomar nota

– El mercado laboral de EEUU no funciona (Expansión – FT – 4/11/15)

(Por Martin Wolf – Financial Times)

El hecho de que en EEUU un gran número de adultos en edad productiva creen que no pueden ganar lo suficiente para mantener a una familia es significativo.

En 2014, el 12% – casi uno de cada ocho estadounidenses varones de entre 25 y 54 años ni trabajaba ni estaba buscando empleo. Este porcentaje está muy cerca del de Italia y era mucho más alto que el de otros miembros del grupo de siete países con altos ingresos: en Reino Unido, la cifra se situó en el 8%; en Alemania y Francia, en el 7%; y en Japón sólo en el 4%.

En el mismo año, la proporción de mujeres estadounidenses en edad productiva que ni tenía un empleo ni buscaba uno fue del 26%, prácticamente igual que en Japón y solamente menor que en Italia. El comportamiento del mercado laboral de EEUU fue sorprendentemente deficiente para una población cuyas responsabilidades deberían convertir el ganar un buen sueldo en algo vital.

¿Qué está pasando?

En opinión del ex presidente del Consejo de Asesores Económicos de EEUU, Alan Krueger de la Universidad de Princeton, muchos de los desempleados que han estado sin trabajo durante mucho tiempo han dejado de buscar empleo. Y el desempleo cíclico prolongado provoca la contracción permanente del mercado laboral. Por tanto el índice de desempleo podría reducirse por dos razones opuestas: la buena sería que las personas consiguieran trabajo; la mala, que abandonaran la búsqueda.

Por suerte, en EEUU, la primera razón ha superado a la segunda desde la crisis. El índice de desempleo se ha reducido en 5 puntos porcentuales desde su máximo del 10% en 2009. En resumen, la proporción de la caída del índice de desempleo por una menor participación no puede representar más de una cuarta parte.

El comportamiento del desempleo cíclico de EEUU ha sido aceptable frente a la media de países comparables. Sin embargo, como señala el Informe Económico 2015, Reino Unido no experimentó una caída en la participación en la fuerza laboral después de la Recesión, a pesar de tener un envejecimiento similar al de EEUU. Incluso en términos cíclicos, la disminución de la participación en EEUU es inquietante. Sin embargo, son las tendencias a largo plazo las que debieran ser más preocupantes, sobre todo en el caso de los adultos en edad productiva.

En 1991, la proporción de hombres estadounidenses en edad productiva que ni tenían trabajo ni lo estaban buscando era del 7%. Por consiguiente, la proporción de posibles trabajadores que ha desaparecido del mercado laboral ha aumentado en 5 puntos porcentuales desde entonces. En Reino Unido, la proporción de hombres en edad productiva fuera de la fuerza laboral sólo ha cambiado del 6% al 8% durante este período. En Francia, ha pasado del 5 al 7%. Así es que, supuestamente, el rígido mercado laboral francés ha hecho un mejor trabajo para mantener a los hombres en edad productiva en la fuerza laboral que el flexible mercado de EEUU. Además, el índice de participación masculina ha caído en EEUU desde la Segunda Guerra Mundial.

Lo ocurrido con la participación de las mujeres en edad productiva no es menos impactante. En EEUU, la tasa de participación femenina aumentó hasta 2000. EEUU es el único país del G7 que ha registrado una pérdida sostenida de la tasa de participación de mujeres en edad productiva desde entonces.

¿Qué podría explicar que los hombres y las mujeres en edad productiva se hayan retirado del mercado laboral de EEUU durante este tiempo? EEUU tiene el sistema de bienestar social menos generoso de los países de altos ingresos. Unos altos salarios mínimos no pueden estar bloqueando la creación de empleo y, por tanto, persuadiendo a los trabajadores poco calificados a abandonar la búsqueda de empleo. Según la OCDE, los salarios mínimos de EEUU eran un 20% inferiores de los de Reino Unido y Francia en términos reales en 2014. Además, EEUU todavía tiene el mercado laboral menos regulado de la OCDE.

¿Cómo se explican estas tendencias? En el caso de las mujeres en edad productiva, la ausencia de servicios de guardería asequibles es una explicación plausible. La sociedad ha decidido que no quiere pagar para mantener a las mujeres en la fuerza laboral. Otra posible explicación es que la flexibilidad del mercado laboral permite a las empresas sustituir a los jóvenes y a los más mayores por trabajadores en edad productiva. EEUU tiene un índice de participación de personas de entre 15 y 24 años relativamente alto. También ha registrado un aumento en la tasa de participación de mayores de 65 años, que se ha elevado de un 13% en 2000 a un 19% en 2014. Este último porcentaje sitúa a EEUU sólo detrás de Japón en el G7. Por último, cabe preguntarse si es importante la caída de la participación de los adultos en edad productiva. Sí, lo es. Importa si un gran número de personas cree que no puede ganar lo suficiente para mantener una familia; y sí importa si las madres pierden su conexión con el mercado laboral. El descenso en la proporción de adultos estadounidenses en edad productiva en el mercado laboral indica una disfunción significativa. Merece atención, análisis y, sobre todo, acción.

Mercado laboral de los países nórdicos: ¿"bienvenidos" al Club Med?

"¿Modelo económico nórdico o modelo anglosajón? El primero parecía haberse impuesto de forma clara durante buena parte de las últimas dos décadas, sin embargo, algunos datos económicos muestran que desde hace escasos años la tendencia está cambiando. Algo que viene casi a confirmar el último informe realizado por el think tank Legatum Institute, que ha realizado un informe sobre la evolución de las economías nórdicas y anglosajonas en los últimos años. El mercado laboral se está convirtiendo en un problema para los nórdicos y en la salvación del modelo anglosajón"… El punto negro del modelo económico nórdico amenaza su hegemonía sobre el anglosajón (El Economista – 5/11/15)

Según el último Prosperity Index realizado por ese centro de investigación, los países nórdicos siguen entre las primeras posiciones, aunque han perdido varias posiciones en el apartado de "economía" (uno de los apartados que componen el conjunto de este índice). "Mientras que otras economías avanzadas han hecho grandes progresos en el apartado de 'economía desde 2009, los nórdicos han retrocedido".

"El rendimiento de los nórdicos se ha estancado, algo que contrasta con los países anglosajones, que como conjunto han subido en el apartado de "economía". Particularmente, llama la atención el hecho de que el rendimiento económico de los nórdicos se acerca más al de los países del Mediterráneo", señala el documento.

La fuente principal de este bajo rendimiento en el apartado económico está siendo el mediocre comportamiento de sus mercados laborales: "Mientras que otros países han visto caer el desempleo (a niveles previos de la crisis) en los nórdicos este proceso está siendo muy lento".

Y es que EEUU y Reino Unido han conseguido devolver la tasa de paro a los niveles previos a la crisis, sin embargo, Suecia y Dinamarca no han logrado estos objetivos. Por otro lado, Finlandia no sólo está lejos de los niveles de 2008 sino que sigue aumentando su nivel de desempleo, algo similar a lo que le está ocurriendo a Noruega, que se está viendo salpicada por el desplome del petróleo.

Aunque según destaca el informe del think tank londinense, lo peor de las economías nórdicas en su tasa de empleo. Según muestra Nima Sanandaji, miembro del Instituto de Investigación de Estocolmo y del Centro de Estudios de Política de Londres, los países nórdicos "esconden" desempleados porque una parte importante de la población no busca activamente trabajo, lo que en España se conoce como "desanimados". Además de otros "trucos" para reducir la población activa.

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Según destacan la investigación de este economista, "a primera vista, la tasa de paro en Noruega parece muy baja. Una de las razones que explica este bajo nivel de desempleo es que la jubilación anticipada por invalidez se utiliza de forma habitual para clasificar a desempleados de larga duración cuya salud aún les permitiría seguir trabajando".

Un informe de la OCDE en 2010 ya señaló que no existía ningún país que tuviese unos niveles de absentismo laboral tan altos. Además, otro estudio con datos de 2008 aseguraba que el número de noruegos en edad de trabajar recibiendo subsidios por discapacidad era cinco veces superior al número de desempleados.

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El FMI describe de forma escueta pero representativa el marco laboral de los países anglosajones, nórdicos y el resto de economías desarrolladas (sobre todo del centro y sur de Europa). "El modelo anglosajón se caracteriza por tener una protección escasa para los empleados y un seguro por desempleo también bajo; los países nórdicos se caracterizan por un elevado grado de protección para los empleados (salvo Dinamarca) y fuertes políticas activas de empleo que ayudan a encontrar un trabajo adecuado a los desempleados; por último, el modelo "continental" está basado en una elevada protección para los trabajadores, generosos seguros por desempleo, pero unas políticas activas muy limitadas".

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El informe del think tank londinense concluye: "los méritos de los países nórdicos y los anglosajones seguirán siendo un punto de confrontación. Sin embargo, existen una creciente evidencia de que las economías nórdicas están comenzando a fallar, por los menos si se compara con el rendimiento de otras economías avanzadas a la hora de crear empleo. Esto es algo importante para lograr la prosperidad. La difícil situación de Finlandia debería actuar como advertencia para los nórdicos".

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Previsiones de otoño de la CE (Cinco Días – 6/11/15)

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De la "austeridad" (fiscal) a la "histéresis" (social)

– El sombrío legado de la austeridad (El País – 7/11/15)

Se pueden extraer algunas enseñanzas de esta catástrofe pero, ¿calarán hondo?

(Por Paul Krugman)

Cuando estalló la crisis económica en 2008, la inmensa mayoría de los responsables políticos hizo lo correcto. La Reserva Federal y otros bancos centrales se dieron cuenta de que apuntalar el sistema financiero tenía prioridad sobre respetar las nociones convencionales de la prudencia monetaria. El Gobierno de Obama y sus homólogos se dieron cuenta de que, en una economía deprimida, los déficits presupuestarios eran útiles, no perniciosos. Y la impresión de dinero y la adquisición de préstamos funcionaron: evitaron que se repitiese la Gran Depresión, cosa que parecía muy probable en aquel momento.

Luego, todo se torció. Y las consecuencias del mal giro que tomamos parecen ahora peores de lo que nunca imaginaron los críticos más duros de la lógica popular.

Para quienes no lo recuerden (resulta difícil de creer el tiempo que llevamos así): en 2010, más o menos de repente, la élite política de ambos lados del Atlántico decidió dejar de preocuparse por el paro y empezó a preocuparse por los déficits presupuestarios.

Este cambio no se debió a las pruebas existentes ni a los análisis minuciosos. De hecho, iba muy en contra de los fundamentos de la economía. Pero las declaraciones ominosas sobre los peligros del déficit se convirtieron en algo que todo el mundo repetía porque todos los demás lo decían, y las voces disidentes dejaron de considerarse respetables (que es la razón por la que empecé a llamar Gente Muy Seria a quienes repetían como loros lo que dictaba la ortodoxia del momento).

Algunos intentamos, en vano, señalar que el fetichismo del déficit era tan desatinado como destructivo, que no había pruebas fehacientes de que la deuda pública fuese un problema para las grandes economías, mientras que sí había muchas pruebas de que recortar el gasto de una economía deprimida agravaría la depresión.

Y los hechos nos dieron la razón. Han transcurrido más de cuatro años y medio desde que Alan Simpson y Erskine Bowles advirtieron de una crisis fiscal que llegaría en dos años; el precio de los préstamos sigue más bajo que nunca en EEUU. Mientras tanto, las políticas de austeridad que se aplicaron a partir de 2010 tuvieron exactamente los efectos depresivos que predecían los libros de texto de economía; el hada de la confianza nunca hizo acto de presencia.

Sin embargo, hay cada vez más pruebas de que los escépticos en realidad subestimamos lo destructivo que sería el giro hacia la austeridad. Concretamente, ahora parece ser que las políticas de austeridad no solo impusieron pérdidas a corto plazo en el empleo y la producción, sino que también han lastrado el crecimiento a largo plazo.

La idea de que las políticas que deprimen la economía a corto plazo también causan un daño más duradero suele denominarse "histéresis". Es una noción que tiene un pedigrí impresionante: el argumento de la histéresis lo defendieron en un famoso artículo de 1986 Olivier Blanchard, quien más tarde se convertiría en economista jefe del Fondo Monetario Internacional, y Lawrence Summers, que ha ocupado altos cargos tanto en el Gobierno de Clinton como en el de Obama. Pero creo que todo el mundo se mostraba reacio a aplicar la idea a la Gran Recesión, por miedo a parecer demasiado alarmista.

Llegados a este punto, sin embargo, la evidencia casi dice "histéresis" a gritos. Incluso países que parecen haberse recuperado en gran medida de la crisis, como Estados Unidos, son mucho más pobres de lo que los pronósticos anteriores a la crisis predecían que serían a estas alturas. Y se acaba de publicar un artículo de Summers y Antonio Fatás que, además de respaldar la conclusión de otros economistas de que la crisis parece haber causado un daño enorme a largo plazo, pone de manifiesto que existe una marcada correlación entre la degradación de las perspectivas nacionales a largo plazo y el grado de austeridad que los respectivos países han impuesto.

Lo que esto indica es que el viraje hacia la austeridad ha tenido efectos verdaderamente catastróficos, y estos van mucho más allá de los puestos de trabajo y los ingresos perdidos durante los primeros años. De hecho, el daño a largo plazo al que apuntan los cálculos de Fatás y Summers es, muy probablemente, lo bastante grande como para convertir la austeridad en una política contraproducente, incluso desde un punto de vista puramente fiscal: los Gobiernos que recortaron drásticamente el gasto frente a la depresión deterioraron sus economías y, en consecuencia, sus ingresos fiscales futuros, hasta el punto de que su deuda terminará siendo más alta de lo que lo habría sido sin los recortes.

Y la amarga ironía de la historia es que esta política catastrófica se aplicó en el nombre de la responsabilidad a largo plazo, y que a quienes protestaron por el rumbo erróneo se les tachó de irresponsables.

Se pueden extraer algunas enseñanzas evidentes de esta catástrofe. "Toda la gente importante lo dice" no es, según parece, una buena forma de tomar decisiones políticas; el pensamiento grupal no sustituye al análisis claro. Además, pedir sacrificios (a los demás, por supuesto) no significa que uno sea responsable.

¿Pero calarán hondo estas lecciones? Los problemas económicos del pasado, como la estanflación de la década de 1970, condujeron a un replanteamiento generalizado de la ortodoxia económica. Sin embargo, un aspecto sorprendente de los últimos años es la poquísima gente que está dispuesta a reconocer que se ha equivocado en algo. Parece más que probable que toda esa Gente Muy Seria que jaleó unas políticas desastrosas no aprenda nada de la experiencia. Y esto, a su manera, es tan espeluznante como la perspectiva económica.

(Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008)

La "banca de USA" no perdona ni a los estudiantes (los próximos "subprime")

– La burbuja educativa de los Estados Unidos (Project Syndicate – 9/11/15)

San Francisco.- Uno de los fines fundamentales de un gobierno es el de hacer avanzar los bienes públicos importantes, pero, si no se gestiona cuidadosamente, la persecución de fines sociales importantes puede tener consecuencias económicas y financieras desafortunadas y a veces éstas pueden provocar incluso perturbaciones sistémicas cuyos efectos afecten a algo más que a los propios fines perseguidos.

Así ocurrió hace un decenio en los Estados Unidos con el empeño de aumentar el número de propietarios de viviendas. Lo mismo ha estado ocurriendo más recientemente en China, a raíz de una iniciativa para aumentar la participación en el mercado de valores, y podría suceder de nuevo en los EEUU, esta vez como consecuencia del intento de mejorar el acceso a la financiación de la enseñanza superior.

En el primer caso, el Gobierno de los EEUU apoyó con entusiasmo las medidas encaminadas a lograr que las hipotecas resultaran más asequibles, incluida la creación de toda clase de medios de préstamo "exóticos". El método dio resultado, pero demasiado bien. La oleada de solicitudes facilitada por la deuda aumentó los precios de la propiedad inmobiliaria, mientras que la mayor disposición de los bancos a prestar movió a muchas personas a adquirir viviendas que no podían costearse. El desplome de la burbuja posterior, factor que contribuyó en gran medida a la crisis financiara mundial de 2008, casi sumió la economía mundial en una depresión multianual.

En el caso de China, el Gobierno abrigaba la esperanza de que una mayor participación en el mercado de valores -lograda mediante medidas encaminadas a aumentar los precios de los activos y fomentar los préstamos para inversión- moviera a los ciudadanos a mostrarse más partidarios de las reformas en pro del mercado. De nuevo, el método resultó demasiado eficaz y se formó una burbuja. Ahora el Gobierno está intentando contrarrestar el riesgo de un desapalancamiento desordenado, que perjudicaría la economía china y tendría importantes efectos de dominó para el resto del mundo.

El empeño por parte de los Estados Unidos de ampliar el acceso a los préstamos a estudiantes, iniciativa fundamentalmente válida, encaminada a permitir a más personas costearse la enseñanza superior, entraña riesgos similares. Por fortuna, aún hay tiempo de hacer algo al respecto.

Nadie duda que la inversión en educación reviste importancia decisiva. Numerosos estudios han mostrado los importantes réditos resultantes para las personas y las sociedades. Unos niveles elevados de rendimiento educativo mejoran el bienestar económico y la prosperidad generales, reducen las cargas de la jubilación y aumentan la movilidad y la satisfacción sociales. La tasa de desempleo correspondiente a los graduados universitarios en los EEUU, que asciende al 2,5 por ciento, es un tercio, aproximadamente, de la correspondiente a quienes carecen de un título de bachillerato.

Lo que las autoridades deben determinar es cómo invertir en educación de formas que aumenten al máximo esos beneficios sin crear nuevos riesgos. A ese respecto los EEUU corren el riesgo de quedarse cortos.

En los diez últimos años, la combinación de unos derechos de matrícula mayores, un mayor número de estudiantes matriculados y una mayor dependencia de los préstamos ha hecho que el valor de la deuda estudiantil pendiente casi se haya triplicado. Ahora asciende a mucho más de 1,2 billones de dólares, más del 60 por ciento de los cuales corresponden al cuartil inferior de los hogares (los que ascienden a un valor neto inferior a 8.500 euros).

Actualmente, siete de cada diez estudiantes de enseñanza postsecundaria se gradúan con deuda y el volumen total de ésta supera el de las tarjetas de crédito y los préstamos para la compra de automóviles combinados. Además, los préstamos a estudiantes constituyen el 45 por ciento de los activos financieros federales.

Para colmo de males, el rédito de la inversión en educación está disminuyendo, porque la economía está creciendo despacio y cambiando rápidamente, lo que dificulta a algunos graduados la obtención de un empleo en el que se aprovechen sus conocimientos y aptitudes. Las universidades son con frecuencia lentas a la hora de adaptar sus planes de estudios a las necesidades de la economía, mientras que las tecnologías y los modelos empresariales están exacerbando el fenómeno de que "el ganador se lo lleva todo".

Si el rédito de la inversión en la educación sigue disminuyendo, el servicio de los préstamos a estudiantes acabará afectando a otros desembolsos en materia de consumo e inversión, sobre todo porque la deuda de los estudiantes tiene una considerable antigüedad en la estructura de capital. En esa situación, aumentarían los riesgos de suspensión de pagos y morosidad, junto con la inseguridad financiera y la inestabilidad general, todos los cuales exacerbarían la triple desigualdad (de ingresos, de riqueza y de oportunidades).

Lo bueno es que, aunque el diez por ciento, aproximadamente, de los prestatarios ya tiene problemas para saldar sus deudas, los puntos de inflexión macroeconómico y financiero siguen estando lejanos, pero eso no es una excusa para la complacencia; simplemente, brinda tiempo para una adopción de medidas concertadas que atenúen las tendencias destructivas debidas a los préstamos a estudiantes.

En primer lugar, los políticos de los EEUU deben asumir plena responsabilidad por la gestión económica, procurando no sólo impulsar el crecimiento, sino también evitar una reducción a largo plazo de su potencial. Después de haber dependido de una política monetaria heterodoxa desde hace demasiado tiempo, el Congreso de los EEUU debe adoptar un planteamiento más amplio, con medidas encaminadas a mejorar la capacitación de los trabajadores, reorganizar y modernizar los planes de estudios e incorporar las tecnologías transformacionales de forma más eficaz a la economía. También hacen falta una mayor inversión en infraestructuras, políticas mejores en materia de impuesto de sociedades y un planteamiento presupuestario actualizado.

Por su parte, las universidades, que se han beneficiado en gran medida de la gran disponibilidad de préstamos a estudiantes, deben frenar sus costos, además de ofrecer una ayuda financiera más directa y financiada mediante la filantropía. Algunas universidades ya han adoptado políticas "sin préstamos"; se atiende enteramente la necesidad financiera demostrada de los estudiantes con donaciones financiadas por la universidad y otros donantes. No todas las universidades tienen por qué llegar tan lejos… y la mayoría no pueden, porque carecen de dotaciones suficientes para sufragar los costos, pero es necesario avanzar más hacia la financiación de la enseñanza superior sin deuda.

También se podrían adoptar medidas para alentar a las familias a ahorrar más para la educación y comenzar a hacerlo en época más temprana. La información sobre los préstamos a estudiantes debe ser más transparente, con lo que los solicitantes podrán adoptar decisiones responsables y los costos menores de los centros universitarios de primer ciclo, en los que se imparten dos cursos, serán un primer paso útil con miras a una enseñanza universitaria tradicional. También se podría hacer más para aumentar los planes de amortización basados en los ingresos.

Ninguna de esas medidas será fácil, pero, si su aplicación sigue yendo a la zaga de las realidades en el terreno, los problemas acabarán siendo mucho mayores más adelante. Como las cargas de la deuda en aumento de los prestatarios limitan su flexibilidad financiera y su contribución productiva a la economía, el hincapié normativo debe pasar de la mitigación de los riesgos futuros a la reducción del endeudamiento directamente mediante condonación de préstamos y rescates. Con ello se plantearían cuestiones espinosas sobre la equidad y los incentivos desajustados y en última instancia una consecuencia perversa de ello podría ser la reducción del acceso a la educación.

(Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of US President Barack Obama"s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy's Top 100 Glob…)

El impacto de la experiencia pasada en el rendimiento posterior, es muy poderosa

– La larga sombra de la Gran Recesión (Expansión – FT – 11/11/15)

(Por Martin Wolf)

Las crisis financieras conducen a profundas recesiones, en parte porque los políticos temen crear soluciones lo suficientemente enérgicas. Por esta razón, la regulación financiera simplemente tenía que ser endurecida. La cuestión es únicamente si se ha endurecido en la dirección correcta.

Estados Unidos y Europa todavía viven con el legado de la crisis financiera de 2007 y 2009 y la crisis posterior de la eurozona. ¿Es posible que unas mejores políticas pudieran haber prevenido ese resultado? Y, en caso afirmativo, ¿cuáles podrían haber sido?

Ya está en marcha una recuperación, pero sólo en un sentido limitado. El cambio en el Producto Interior Bruto (PIB) de los países afectados por la crisis es ahora casi universalmente positivo. Pero el PIB sigue estando muy por debajo de lo que podría haberse anticipado de acuerdo con las tendencias anteriores a la crisis. En la mayoría de los casos, el crecimiento no se ha recuperado, principalmente debido a la disminución en el crecimiento de la productividad. En la eurozona, el PIB aún estaba por debajo de los niveles previos a la crisis en el segundo trimestre de 2015. En los países miembros afectados por la crisis, un retorno a la producción al nivel anterior a la crisis está todavía muy lejos. Ellos sufrirán décadas perdidas.

Producción potencial

De una muestra de 23 países de altos ingresos, el profesor Laurence Ball de la Universidad Johns Hopkins concluyó que las pérdidas de la producción potencial oscilaban entre el 0% en Suiza y más del 30% en Grecia, Hungría e Irlanda. En conjunto, concluyó, se pensaba que la producción potencial de este año iba a estar un 8,4% por debajo de lo que su trayectoria antes de la crisis hubiera predicho. Ball anotó que el daño ocasionado por la Gran Recesión es casi equivalente a la desaparición de la economía de Alemania.

Una conclusión central de la obra del Ball y, más recientemente, de la de Antonio Fatás de Insead y de Lawrence Summers de Harvard, es que las estimaciones de la producción potencial coinciden con la producción real. Esto sugiere que la "histéresis" -el impacto de la experiencia pasada en el rendimiento posterior- es muy poderosa. Las posibles causas de la histéresis incluyen: el efecto del desempleo prolongado sobre la empleabilidad; las desaceleraciones en la inversión; las disminuciones en la capacidad del sector financiero para apoyar las innovaciones; y una pérdida generalizada de los espíritus animales.

Este año, el presidente del Consejo de Asesores Económicos de Estados Unidos, Jason Furman, enfatizó el impacto de la baja inversión posterior a la crisis: después de la crisis, la contribución de la inversión a la productividad laboral cayó a niveles muy bajos. Esto ocurrió de una manera sorprendente en Estado Unidos, en donde el impacto estimado fue, en efecto, negativo. La hipótesis de la histéresis no es universalmente aceptada. Existen por lo menos otras tres explicaciones para el persistente colapso de la producción posterior a la crisis.

Caída de la producción

En primer lugar, se argumenta que los auges de crédito elevaron las estimaciones de la producción potencial anteriores a la crisis a niveles muy por encima de los sostenibles. Una objeción a esto es que la expansión del crédito elevó los precios de los activos mucho más de lo que intensificó los gastos reales. Adair Turner, ex presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, alude a este punto en su libro Between Debt and the Devil (Entre la Deuda y el Diablo). Otra objeción adicional a este argumento es que confunde la contribución de la deuda a la estructura de la demanda con su efecto sobre la oferta total.

Una segunda explicación de la caída de la producción postcrisis es que el impacto de las nuevas tecnologías en la producción está siendo subestimado. Sin embargo, incluso si esto fuera cierto (lo cual es posible), no explicaría la severa desaceleración en el crecimiento de la productividad tras la crisis financiera. La dificultad de medir el impacto de las nuevas tecnologías tampoco aumentó repentinamente en el Reino Unido (el país más afectado por una desaceleración en el crecimiento de la productividad poscrisis) en relación con EEUU (el hogar de estas nuevas tecnologías, y sin embargo relativamente menos afectado por la desaceleración de la productividad). Una última explicación es que el crecimiento de la productividad se redujo antes de la crisis. En EEUU, éste parece ser el caso. Pero es menos cierto en todos los otros países.

En definitiva, entonces, la hipótesis de la histéresis conserva un poder sustancial. Ésta es la razón por la cual es tan importante que evitemos enormes crisis y que respondamos vigorosamente ante cualquiera que se produzca, para minimizar su impacto económico. De lo contrario, el mal ciclo podría dañar permanentemente la tendencia.

Esto plantea dos preguntas adicionales: ¿podría haber sido menor el impacto adverso de la crisis? Y ¿es todavía posible revertirlo? La respuesta a la primera debe ser que sí. Pero habría requerido respuestas fiscales y monetarias más vigorosas, y una reestructuración más agresiva de las instituciones financieras afectadas. A la eurozona, en particular, le debería haber ido mucho mejor. Sin embargo, aún en la actualidad, carece de la voluntad y de las instituciones que necesita.

La respuesta a si las pérdidas en los niveles de producción y en las tasas de crecimiento se pueden revertir de nuevo debe ser que sí. A comienzos de la década de 1960 el PIB per cápita en EEUU había recuperado el nivel indicado por una continuación de las tendencias anteriores a 1929. Por desgracia, el impulso fiscal de la Segunda Guerra Mundial fue un deus ex machina para la política. No se puede repetir en tiempos de paz. Aun así, podría al menos ser posible volver a las tasas de crecimiento de las tendencias anteriores a la crisis. Una mezcla de decidido apoyo de la demanda y de contribuciones a la oferta a largo plazo -en particular a través de niveles mucho más elevados de inversión pública- daría en el blanco de ambos objetivos a la vez.

Más determinación

Por lo tanto, la evidencia indica que las recesiones perniciosas tienen efectos prolongados sobre la prosperidad. Una de las conclusiones es que es de vital importancia actuar con rapidez para restablecer la demanda. Por otra parte, la evidencia ahora indica claramente que los grandes países de ingresos altos disfrutaban del espacio político necesario para actuar decisivamente. Sin importar lo que muchos tan tontamente hayan declarado en 2010, nunca enfrentaron ni el más mínimo riesgo de convertirse en Grecia. EEUU y, más aún, la eurozona deberían haber respondido con mucha más determinación.

La experiencia nos indica otra cosa de igual importancia. Evitar las crisis puede ser difícil, pero es vital volverlas de menor tamaño y de poca frecuencia. Las crisis financieras conducen a profundas recesiones y a prolongadas desaceleraciones, en parte porque los políticos temen crear soluciones lo suficientemente enérgicas.

Por esta razón, la regulación financiera simplemente tenía que ser endurecida. La cuestión es únicamente si se ha endurecido en la dirección correcta.

¿Qué se hará con el 45% de la mano de obra que quedará ociosa por la robotización?

"El 45% de las tareas que actualmente realizan seres humanos podría ser ejecutado por robots con las tecnologías actualmente disponibles. Uno de los informes más interesantes que he leído en las últimas semanas lo firma la consultora McKinsey y versa sobre la siguiente oleada de robotización y su impacto sobre actividades fabriles o de servicios"… Adiós empleo, adiós, la robótica se impone y es muy mala noticia (El Confidencial – 23/11/15)

Su vaticinio no puede ser más demoledor. Cito literalmente:

"El 45% de aquellas tareas por las que los profesionales, sean de cuello azul o blanco, son pagados a día de hoy, podría ser realizado por máquinas aplicando las tecnologías ya existentes".

Solo en Estados Unidos supondría el equivalente a dos billones (millones de millones) de dólares en salarios cada año. Casi nada.

Qué no ocurrirá cuando vean la luz otras tantas que se encuentran en fase embrionaria y que se alimentan de la cantidad de datos que suministramos a diario a múltiples compañías sobre nuestros hábitos, lo que permite a las máquinas aprender de ellos y personalizar su oferta productiva, comercial o logística.

De hecho, ese 45% antes citado podría ampliarse al 58% en un plazo breve de tiempo.

No solo eso, sigue el estudio diciendo:

"Los beneficios, que van desde menor plantilla y mayor producción a más calidad o mejor fiabilidad, se sitúan entre tres y 10 veces el coste de implantación. Unas magnitudes que convierten a la robotización en una ventaja competitiva a la que los equipos directivos no podrán renunciar"; entre otras cosas, por un nivel de desempeño, los más de los casos, más perfecto que el del ser humano.

De este modo, el debate entre impacto social de su desarrollo en términos, por ejemplo, de empleo, y las ventajas económicas del mismo parece superado de inicio, al menos para McKinsey. Se trata de algo que ha llegado para quedarse y, por tanto, será necesario redefinir los perfiles laborales -en los que primarán la creatividad y el criterio, elementos no replicables- y los procesos de gestión -para incorporar el vasto conocimiento como fuente de diferenciación e ingresos-.

Aunque es verdad que a día de hoy apenas el 5% de las ocupaciones podría ser reemplazado al 100% por robots, y que en buena parte de las restantes el papel del hombre seguirá siendo clave en el futuro inmediato, las consecuencias de este cambio serán demoledoras.

No en vano, es la percepción de una retribución recurrente la que alimenta el consumo, parte sustancial del PIB de las economías desarrolladas, mientras que es a través de los impuestos directos e indirectos que se financia el, las más de las ocasiones, sobredimensionado Estado del bienestar en sociedades cada vez más envejecidas. Mejoras en la oferta podrían encontrarse con una demanda menguante a resulta de aquellas.

No solo eso, es evidente que todo lo anterior conduce a una segura deflación de costes y, por ende, de precios. No solo a resultas de la sustitución de mano de obra por capital tecnológico sino también por la menor demanda interna. De ser así, el papel de los bancos centrales sería aún más "glorioso", incapaces de comprender que su lucha es contra los elementos y su empeño en seguir con ella, receta segura para el desastre.

Article – McKinsey Quarterly

– Four fundamentals of workplace automation

As the automation of physical and knowledge work advances, many jobs will be redefined rather than eliminated-at least in the short term.

November 2015 – by Michael Chui, James Manyika, and Mehdi Miremadi

The potential of artificial intelligence and advanced robotics to perform tasks once reserved for humans is no longer reserved for spectacular demonstrations by the likes of IBM"s Watson, Rethink Robotics" Baxter, DeepMind, or Google"s driverless car. Just head to an airport: automated check-in kiosks now dominate many airlines" ticketing areas. Pilots actively steer aircraft for just three to seven minutes of many flights, with autopilot guiding the rest of the journey. Passport-control processes at some airports can place more emphasis on scanning document bar codes than on observing incoming passengers.

What will be the impact of automation efforts like these, multiplied many times across different sectors of the economy? Can we look forward to vast improvements in productivity, freedom from boring work, and improved quality of life? Should we fear threats to jobs, disruptions to organizations, and strains on the social fabric? Earlier this year, we launched research to explore these questions and investigate the potential that automation technologies hold for jobs, organizations, and the future of work. Our results to date suggest, first and foremost, that a focus on occupations is misleading. Very few occupations will be automated in their entirety in the near or medium term. Rather, certain activities are more likely to be automated, requiring entire business processes to be transformed, and jobs performed by people to be redefined, much like the bank teller"s job was redefined with the advent of ATMs.

More specifically, our research suggests that as many as 45 percent of the activities individuals are paid to perform can be automated by adapting currently demonstrated technologies. In the United States, these activities represent about $2 trillion in annual wages. Although we often think of automation primarily affecting low-skill, low-wage roles, we discovered that even the highest-paid occupations in the economy, such as financial managers, physicians, and senior executives, including CEOs, have a significant amount of activity that can be automated.

The organizational and leadership implications are enormous: leaders from the C-suite to the front line will need to redefine jobs and processes so that their organizations can take advantage of the automation potential that is distributed across them. And the opportunities extend far beyond labor savings. When we modeled the potential of automation to transform business processes across several industries, we found that the benefits (ranging from increased output to higher quality and improved reliability, as well as the potential to perform some tasks at superhuman levels) typically are between three and ten times the cost. The magnitude of those benefits suggests that the ability to staff, manage, and lead increasingly automated organizations will become an important competitive differentiator.

Our research is ongoing, and in 2016, we will release a detailed report. What follows here are four interim findings elaborating on the core insight that the road ahead is less about automating individual jobs wholesale, than it is about automating the activities within occupations and redefining roles and processes.

1. The automation of activities

These preliminary findings are based on data for the US labor market. We structured our analysis around roughly 2,000 individual work activities, and assessed the requirements for each of these activities against 18 different capabilities that potentially could be automated (Exhibit 1). Those capabilities range from fine motor skills and navigating in the physical world, to sensing human emotion and producing natural language. We then assessed the "automatability" of those capabilities through the use of current, leading-edge technology, adjusting the level of capability required for occupations where work occurs in unpredictable settings.

Exhibit 1

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The bottom line is that 45 percent of work activities could be automated using already demonstrated technology. If the technologies that process and "understand" natural language were to reach the median level of human performance, an additional 13 percent of work activities in the US economy could be automated. The magnitude of automation potential reflects the speed with which advances in artificial intelligence and its variants, such as machine learning, are challenging our assumptions about what is automatable. It"s no longer the case that only routine, codifiable activities are candidates for automation and that activities requiring "tacit" knowledge or experience that is difficult to translate into task specifications are immune to automation.

In many cases, automation technology can already match, or even exceed, the median level of human performance required. For instance, Narrative Science"s artificial-intelligence system, Quill, analyzes raw data and generates natural language, writing reports in seconds that readers would assume were written by a human author. Amazon"s fleet of Kiva robots is equipped with automation technologies that plan, navigate, and coordinate among individual robots to fulfill warehouse orders roughly four times faster than the company"s previous system. IBM"s Watson can suggest available treatments for specific ailments, drawing on the body of medical research for those diseases.

2. The redefinition of jobs and business processes

According to our analysis, fewer than 5 percent of occupations can be entirely automated using current technology. However, about 60 percent of occupations could have 30 percent or more of their constituent activities automated. In other words, automation is likely to change the vast majority of occupations—at least to some degree—which will necessitate significant job redefinition and a transformation of business processes. Mortgage-loan officers, for instance, will spend much less time inspecting and processing rote paperwork and more time reviewing exceptions, which will allow them to process more loans and spend more time advising clients. Similarly, in a world where the diagnosis of many health issues could be effectively automated, an emergency room could combine triage and diagnosis and leave doctors to focus on the most acute or unusual cases while improving accuracy for the most common issues.

As roles and processes get redefined, the economic benefits of automation will extend far beyond labor savings. Particularly in the highest-paid occupations, machines can augment human capabilities to a high degree, and amplify the value of expertise by increasing an individual"s work capacity and freeing the employee to focus on work of higher value. Lawyers are already using text-mining techniques to read through the thousands of documents collected during discovery, and to identify the most relevant ones for deeper review by legal staff. Similarly, sales organizations could use automation to generate leads and identify more likely opportunities for cross-selling and upselling, increasing the time frontline salespeople have for interacting with customers and improving the quality of offers.

3. The impact on high-wage occupations

Conventional wisdom suggests that low-skill, low-wage activities on the front line are the ones most susceptible to automation. We"re now able to scrutinize this view using the comprehensive database of occupations we created as part of this research effort. It encompasses not only occupations, work activities, capabilities, and their automatability, but also the wages paid for each occupation. Our work to date suggests that a significant percentage of the activities performed by even those in the highest-paid occupations (for example, financial planners, physicians, and senior executives) can be automated by adapting current technology. For example, we estimate that activities consuming more than 20 percent of a CEO"s working time could be automated using current technologies. These include analyzing reports and data to inform operational decisions, preparing staff assignments, and reviewing status reports. Conversely, there are many lower-wage occupations such as home health aides, landscapers, and maintenance workers, where only a very small percentage of activities could be automated with technology available today (Exhibit 2).

Exhibit 2

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4. The future of creativity and meaning

Capabilities such as creativity and sensing emotions are core to the human experience and also difficult to automate. The amount of time that workers spend on activities requiring these capabilities, though, appears to be surprisingly low. Just 4 percent of the work activities across the US economy require creativity at a median human level of performance. Similarly, only 29 percent of work activities require a median human level of performance in sensing emotion.

While these findings might be lamented as reflecting the impoverished nature of our work lives, they also suggest the potential to generate a greater amount of meaningful work. This could occur as automation replaces more routine or repetitive tasks, allowing employees to focus more on tasks that utilize creativity and emotion. Financial advisors, for example, might spend less time analyzing clients" financial situations, and more time understanding their needs and explaining creative options. Interior designers could spend less time taking measurements, developing illustrations, and ordering materials, and more time developing innovative design concepts based on clients" desires.

These interim findings, emphasizing the clarity brought by looking at automation through the lens of work activities as opposed to jobs, are in no way intended to diminish the pressing challenges and risks that must be understood and managed. Clearly, organizations and governments will need new ways of mitigating the human costs, including job losses and economic inequality, associated with the dislocation that takes place as companies separate activities that can be automated from the individuals who currently perform them. Other concerns center on privacy, as automation increases the amount of data collected and dispersed. The quality and safety risks arising from automated processes and offerings also are largely undefined, while the legal and regulatory implications could be enormous. To take one case: who is responsible if a driverless school bus has an accident?

Nor do we yet have a definitive perspective on the likely pace of transformation brought by workplace automation. Critical factors include the speed with which automation technologies are developed, adopted, and adapted, as well as the speed with which organization leaders grapple with the tricky business of redefining processes and roles. These factors may play out differently across industries. Those where automation is mostly software based can expect to capture value much faster and at a far lower cost. (The financial-services sector, where technology can readily manage straight-through transactions and trade processing, is a prime example.) On the other hand, businesses that are capital or hardware intensive, or constrained by heavy safety regulation, will likely see longer lags between initial investment and eventual benefits, and their pace of automation may be slower as a result.

All this points to new top-management imperatives: keep an eye on the speed and direction of automation, for starters, and then determine where, when, and how much to invest in automation. Making such determinations will require executives to build their understanding of the economics of automation, the trade-offs between augmenting versus replacing different types of activities with intelligent machines, and the implications for human skill development in their organizations. The degree to which executives embrace these priorities will influence not only the pace of change within their companies, but also to what extent those organizations sharpen or lose their competitive edge.

Michael Chui is a principal at the McKinsey Global Institute, where James Manyika is a director; Mehdi Miremadi is a principal in McKinsey"s Chicago office)

– América gana la partida (El País – 15/11/15)

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Así y todo, "la civilización occidental está viviendo los minutos de descuento, y vive con dinero prestado" (sic): un cadáver en descomposición camino al tercer mundo

– Una nueva mirada a la decadencia de Occidente (Project Syndicate – 16/11/15)

Londres.- La masacre terrorista en París ha puesto claramente de relieve, una vez más, las nubes de tormenta que se acumulan sobre el siglo XXI, mismas que atenúan la luz de la brillante promesa que la caída del comunismo abrió para Europa y el Occidente. Teniendo en cuenta los peligros que, según parece, crecen día tras día, vale la pena reflexionar sobre lo que nos pudiera suceder.

A pesar de que profetizar es desconcertante, un punto de partida concertado debería ser la caída de las expectativas. Tal como el Instituto de investigación social de Ipsos MORI informa: "La suposición de que automáticamente se va tener un mejor futuro para la próxima generación desapareció en gran parte de Occidente".

En 1918, Oswald Spengler publicó La decadencia de Occidente. Hoy en día, la palabra "decadencia" es tabú. Nuestros políticos la eluden, favoreciendo otras palabras como ser "retos", mientras que nuestros economistas hablan de "estancamiento secular". Si bien las palabras cambian, se comparte la misma certidumbre: la civilización occidental está viviendo los minutos de descuento, y vive con dinero prestado.

¿Por qué están las cosas así? La sabiduría popular considera que lo que ocurre es simplemente una reacción a estándares de vida estancados. Sin embargo, existe una razón más convincente que se ha adentrado en la comprensión del público: después de la caída de la Unión Soviética, Occidente fracasó en lo que se refiere a establecer un entorno internacional seguro para la perpetuación de sus valores y forma de vida.

El ejemplo más apremiante de este fracaso es la erupción del terrorismo islámico. Por sí solo, el terrorismo no es una amenaza existencial. Lo que es catastrófico es el colapso de las estructuras estatales en muchos de los países de los cuales provienen los terroristas.

El mundo islámico está compuesto por 1,6 mil millones de personas, o dicho de otra forma, representa al 23% de la población mundial. Hace cien años, esta era una de las regiones más pacíficas del mundo; hoy en día, es la más violenta. Este no es el problema "periférico" que Francis Fukuyama vislumbró en su manifiesto del año 1989 titulado "El fin de la historia". Debido a la afluencia masiva de refugiados, el desorden en el Medio Oriente golpea el corazón de Europa.

Este desplazamiento de los pueblos tiene poco que ver con el "choque de civilizaciones" antevisto por Samuel Huntington. La verdad más mundana es que nunca existieron sucesores estables de los extintos imperios otomano, británico y francés quienes fueron los encargados de mantener la paz en el mundo islámico. Esto se debe en gran parte, aunque no del todo, a los colonialistas europeos quienes crearon, durante la agonía de sus propios imperios, Estados artificiales cuya disolución se maduraba.

Sus sucesores estadounidenses no lo hicieron para nada mejor. Hace poco vi la película "La guerra de Charlie Wilson", que relata cómo Estados Unidos llego a ser el proveedor de armas de los muyahidines que luchaban contra los soviéticos en Afganistán. Al final de la película, cuando los antiguos clientes de Estados Unidos se convierten en talibanes, se cita a Wilson, el político estadounidense que les consiguió el dinero, diciendo "ganamos una gran victoria, pero estropeamos el juego final".

Este "estropear" es un hilo conductor que, a partir de la guerra de Vietnam, atraviesa a lo largo de todas las intervenciones militares estadounidenses. EEUU despliega una abrumadora potencia bélica, ya sea en forma directa o mediante el suministro de armas a grupos de oposición, que destruye estructuras gubernamentales locales, y que posteriormente cuando se retira deja al país en ruinas.

Es poco probable que la formulación de políticas por parte de Estados Unidos refleje el entendimiento de alguna visión ideal del mundo en la que deshacerse de dictadores sea lo mismo que crear democracias. Al contrario, la creencia en resultados ideales es un mito necesario para cubrir una falta de disposición a usar la fuerza de manera persistente y con la inteligencia suficiente para lograr el resultado deseado.

Sin embargo, por mucho material militar que posea una superpotencia, el deterioro de la voluntad de usarlo significa lo mismo que el deterioro de la eficacia del poder. Después de un tiempo, deja de intimidar.

Es por eso que la proposición del año 2003 del neo-conservador Robert Kagan, "los estadounidenses son de Marte, los europeos de Venus", ofrece una directriz que es bastante desorientadora. Sí, es lo suficientemente cierto que la Unión Europea ha ido más lejos en el camino pacifista en comparación a EEUU. La UE es el débil centro neurálgico de un flácido cuasi Estado, con fronteras casi indefensas donde la retórica humanitaria enmascara a la cobardía. No obstante, el despliegue esporádico, errático, y en gran medida ineficaz de poder por parte de Estados Unidos no llega a ser de temple marciano.

La decadencia de Occidente se yuxtapone al ascenso de Oriente, especialmente de China. (Es difícil decir si Rusia está en ascenso o caída, de cualquier manera, lo que pasa allí es inquietante). Montar un poder en ascenso sobre un sistema internacional en deterioro rara vez se produjo de forma pacífica. Quizás, una capacidad estadista superior de Occidente y de China va a evitar una gran guerra; pero esto, en términos históricos, sería un bono.

La creciente fragilidad del orden político internacional está disminuyendo las perspectivas de la economía mundial. En la historia registrada, esta es la recuperación más lenta de una caída importante. Las razones para esto son complejas, pero parte de la explicación debe ser la debilidad de la recuperación del comercio internacional. En el pasado, la expansión del comercio fue el principal motor de crecimiento del mundo. Pero ahora va a la zaga de la recuperación de la producción (que por sí misma es modesta), debido a que el tipo de orden político mundial que es hospitalario con la globalización está desapareciendo.

Un síntoma de esto es que después de 14 años, no se ha llegado a concluir la Ronda de Doha de negociaciones comerciales. Aún llegan a cristalizarse acuerdos comerciales y monetarios, pero de manera más frecuente estos toman la forma de acuerdos regionales y bilaterales, en lugar de ser acuerdos multilaterales que puedan ser útiles a objetivos geopolíticos más amplios. El Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) liderado por Estados Unidos, por ejemplo, está dirigido en contra de China; y la iniciativa de China denominada la Nueva Ruta de la Seda es una reacción a la exclusión de este país del TPP, que es un acuerdo que aglutina a 12 países.

Quizás, estas negociaciones regionales van a llegar a ser un paso adelante que conduzca hacia un libre comercio más amplio. Pero, lo dudo. Un mundo dividido en bloques políticos se convertirá en un mundo de bloques comerciales que se sostendrán mediante el proteccionismo y la manipulación de la moneda.

Y sin embargo, incluso en circunstancias en las que las relaciones comerciales están cada vez más politizadas, nuestros líderes continúan instándonos a que nos preparemos para cumplir con los "desafíos de la globalización", y pocos cuestionan los beneficios de la reducción de costos mediante la automatización. En ambos casos, los políticos están tratando de obligar a poblaciones renuentes que anhelan seguridad a que se adapten. Esta estrategia no sólo es desesperada, sino que también es engañosa, ya que es obvio que si el planeta va a continuar siendo habitable, la competencia relativa al crecimiento económico debe dar paso a la competencia relativa a la calidad de vida.

En resumen, estamos muy lejos de haber desarrollado un conjunto fiable de preceptos y políticas que nos guíen hacia un futuro más seguro. Por lo tanto, no es de extrañar que las poblaciones occidentales miren hacia el futuro con aprensión.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party…)

Lo único que abunda en Europa, son los problemas (y la escasa capacidad de respuesta)

– Los bárbaros de Europa ya están adentro (Project Syndicate – 30/11/15)

Berlín.- Estoy en una gira europea de dos semanas en un momento que podría hacer que uno se convierta en una de dos, ya sea en una persona muy pesimista con respecto las perspectivas de Europa o en una constructivamente optimista.

Primero las malas noticias: París está sombrío, incluso podría decirse deprimido, después de los atroces ataques terroristas a principios del mes de noviembre. El crecimiento económico de Francia permanece anémico, los desempleados y muchos musulmanes están descontentos, y probablemente le vaya bien en las próximas elecciones regionales al Frente Nacional, el partido de extrema derecha liderado por Marine Le Pen. En Bruselas, ciudad que se encuentra semi-desierta y bajo régimen de encierro debido al riesgo de ataques terroristas, las instituciones de la Unión Europea aún no idearon una estrategia unificada para gestionar la afluencia de migrantes y refugiados, y mucho menos una que aborde la inestabilidad y violencia en las proximidades de la Unión Europea.

Fuera de la eurozona, en Londres, existe preocupación acerca de los efectos de derrame negativos, tanto financieros como económicos, provenientes de la unión monetaria. Además, la crisis de migración y los recientes ataques terroristas darían lugar a que un referéndum -que probablemente se celebrará el próximo año – sobre la continuidad de la adhesión del Reino Unido a la Unión Europea llevase a su salida. Tras ello, posiblemente, sobrevendría la división del propio Reino Unido, ya que la llamada "Brexit", es decir la salida británica de la Unión Europea, conduciría a que los escoceses declaren su independencia.

En Berlín, por su parte, el liderazgo de la canciller alemana, Ángela Merkel, se encuentra bajo una creciente presión. Su decisión de mantener a Grecia en la eurozona, su valiente aunque impopular determinación sobre permitir que ingresen al país un millón de refugiados, el escándalo de la Volkswagen, y el crecimiento económico estancado (debido a la desaceleración de China y de los mercados emergentes) la han expuesto a críticas, incluso provenientes de su propio partido.

Frankfurt es una ciudad dividida en lo que se refiere a las políticas: el Bundesbank se opone a la flexibilización cuantitativa y a las tasas de interés negativas establecidas por las políticas monetarias, mientras que el Banco Central Europeo está listo a hacer más. Sin embargo, los austeros ahorristas alemanes – los hogares, bancos y compañías de seguros – están furiosos por las políticas del BCE que les imponen impuestos (a ellos y a otros en el núcleo de la eurozona) para subsidiar a los presuntamente irresponsables derrochadores y deudores de la periferia de la eurozona.

Dentro de este entorno, no es viable alcanzar la unión económica, bancaria, fiscal y política plena que, con el tiempo, una unión monetaria estable requiere: el núcleo de la eurozona se opone a compartir más riesgos, se opone también a la solidaridad y a una integración más rápida. Y, los partidos populistas de derecha e izquierda -que son anti-UE, anti-euro, anti-migrantes, anti-comercio, y anti-mercado- se hacen cada vez más fuertes a lo largo de toda Europa.

Pero, de todos los problemas que enfrenta Europa, es la crisis de migración la que podrían convertirse en una crisis existencial. En el Medio Oriente, África del Norte, y la región que se extiende desde el Sahel hasta el Cuerno de África, hay cerca de 20 millones de personas desplazadas; las guerras civiles, la violencia generalizada y los Estados fallidos se están convirtiendo en la norma. Si al presente Europa tiene problemas para absorber un millón de refugiados, ¿cómo va a manejar, dentro de un tiempo, 20 millones? A menos que Europa pueda defender sus fronteras exteriores, el acuerdo Schengen colapsará y las fronteras interiores volverán, dando fin a la libertad de movimiento -un principio clave de la integración europea- en la mayor parte de la UE. Sin embargo, la solución propuesta por algunos -cerrar las puertas a los refugiados- solamente empeoraría el problema, ya que se desestabilizaría a países como Turquía, Líbano y Jordania, que ya absorbieron a millones de personas. Y, pagar a Turquía y a otros países para que mantengan a los refugiados sería, a la vez, costoso e insostenible.

Y, los problemas del Gran Medio Oriente (que incluye a Afganistán y Pakistán) y África no se pueden resolver únicamente por medios militares y diplomáticos. Los factores económicos que impulsan estos (y otros) conflictos empeorarán: el cambio climático mundial está acelerando la desertificación y agotando los recursos hídricos, con efectos desastrosos para la agricultura y otras actividades económicas, los que a su vez desencadenan violencia a lo largo de segmentos étnicos, religiosos, sociales y de otra índole. Nada que sea menor a un desembolso masivo de recursos financieros, al estilo del Plan Marshall, en especial para reconstruir el Medio Oriente, garantizaría la estabilidad a largo plazo. ¿Podrá y estará dispuesta Europa a pagar la parte que le corresponda de dicho desembolso?

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