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Los tres factores principales de la desigualdad: ingreso, riqueza y oportunidades (Parte I) (página 3)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Si no se encuentran soluciones económicas, con el pasar del tiempo, los conflictos de estas regiones van a desestabilizar a Europa, ya que millones de personas estarán aún más desesperadas y con menores esperanzas, y, a medida que transcurra el tiempo, se radicalizarán y culparán a Occidente de su miseria. Incluso, si se construyera un quimérico muro rodeando a toda Europa, muchas personas encontrarían una manera de entrar – y algunas de ellas aterrorizarían a Europa durante las próximas décadas. Es por eso que algunos comentaristas, haciendo subir las tensiones, hablan de bárbaros que están en las puertas europeas y comparan la actual situación de Europa con el principio del fin del Imperio romano.

Pero Europa no está condenada al colapso. La crisis que ahora confronta podría dar lugar a mayor solidaridad, a que los riesgos sean más compartidos y a una integración institucional más profunda. Alemania podría absorber más refugiados (aunque no a razón de un millón por año). Francia y Alemania podrían suministrar y pagar la intervención militar contra el Estado Islámico. Toda Europa y el resto del mundo – EEUU, los Estados ricos del Golfo- podrían proporcionar grandes cantidades de dinero para apoyar a los refugiados y, posteriormente, fondos para reconstruir los Estados fallidos y proporcionar oportunidades económicas a cientos de millones de musulmanes y africanos.

Esto sería fiscalmente caro para Europa y el mundo – y, congruentemente se tendrían que virar los objetivos fiscales actuales en la eurozona y en el mundo. Pero la alternativa es el caos mundial, caso contrario, como el papa Francisco advirtió, sobrevendría el inicio de la Tercera Guerra Mundial.

Además, existe una luz al final del túnel para la eurozona. Una recuperación cíclica está en camino, con el apoyo de una flexibilización monetaria durante los próximos años y de normas fiscales que son cada vez más flexibles. Se compartirá más el riesgo en el sector bancario (ya que el próximo paso será un seguro de depósitos que abarque toda la UE), y a medida que transcurra el tiempo se adoptarán propuestas más ambiciosas que conduzcan hacia una unión fiscal. Las reformas estructurales -si bien avanzan con lentitud- continuarán y gradualmente aumentarán el crecimiento potencial y el crecimiento real.

El patrón en Europa ha sido que las crisis conducen -a pesar de hacerlo con lentitud- a una mayor integración y a compartir más los riesgos. Hoy en día, ante la existencia de riesgos que amenazan la supervivencia tanto de la eurozona (empezando por lo que ocurre en Grecia) como de la propia UE (empezando por la posible salida del Reino Unido (Brexit)), se necesitarán líderes europeos iluminados para sostener la tendencia que lleva hacia una unificación más profunda. En un mundo de grandes potencias existentes y emergentes (EEUU, China e India) y de potencias revisionistas más débiles (como Rusia e Irán), una Europa dividida es un enano geopolítico.

Afortunadamente, líderes con mentes preclaras en Berlín -y hay más que unos pocos, a pesar de las percepciones en sentido contrario- saben que el futuro de Alemania depende de una Europa fuerte y más integrada. Ellos, junto con líderes europeos más sensatos en otros lugares, entienden que esto requerirá de formas apropiadas de solidaridad, incluyendo una política exterior unificada que pueda abordar los problemas en las proximidades de Europa.

Pero la solidaridad empieza por casa. Y, eso significa hacer retroceder a los bárbaros populistas y nacionalistas que están dentro de Europa mediante el apoyo a la demanda agregada y a las reformas pro-crecimiento que garanticen una más resistente recuperación de puestos de trabajo e ingresos.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Feder…)

Del "sueño americano", a la pesadilla del "subdesarrollo americano"

– Cuando la desigualdad mata (Project Syndicate – 7/12/15)

Nueva York.- Esta semana, Angus Deaton recibirá el Premio Nobel de Economía "por su análisis del consumo, la pobreza y el bienestar". Lo recibirá muy merecidamente. De hecho, poco después de que se anunció el premio en octubre, Deaton publicó, junto con Ann Caso, un trabajo que llama significativamente la atención en Proceedings of the National Academy of Sciences – esta investigación al menos merece tanta atención mediática como la que recibe la ceremonia de entrega del Premio Nobel.

Mediante el análisis de una gran cantidad de datos sobre salud y muertes entre estadounidenses, Case y Deaton mostraron que en el caso de los estadounidenses blancos de mediana edad existe una disminución de la esperanza de vida y de las condiciones de salud, especialmente entre aquellos con educación secundaria o un nivel menor. Entre las causas para ello listaron el suicidio, las drogas y el alcoholismo.

América se enorgullece de ser uno de los países más prósperos del mundo, y puede presumir de que durante todos los últimos años, con excepción de uno (el año 2009) el PIB per cápita ha aumentado. Y, se supone que una señal de prosperidad es la buena salud y la longevidad. Pero, si bien EEUU gasta más dinero per cápita en atención médica que casi cualquier otro país (e incluso más si se considera esas cifras como porcentaje del PIB), está lejos de encabezar la lista mundial de países con mayor esperanza de vida. Francia, por ejemplo, gasta menos del 12% de su PIB en asistencia médica, en comparación con el 17% que gasta EEUU, pero sin embargo, los estadounidenses tienen una expectativa de vida que es tres años completos menos que la de los franceses.

Durante varios años, muchos estadounidenses emitieron justificaciones que desestimaban esta brecha. EEUU es una sociedad más heterogénea, argumentaron, y la brecha supuestamente reflejaba la gran diferencia en la esperanza de vida promedio entre los afroamericanos y los estadounidenses blancos.

La brecha racial con respecto a la salud es, por supuesto, demasiado real. De acuerdo con un estudio publicado en el año 2014, la esperanza de vida para los afroamericanos, en comparación con la de los blancos, es alrededor de cuatro años menos para las mujeres y más de cinco años menos para los hombres. Esta disparidad, sin embargo, no es simplemente un resultado inocuo de una sociedad más heterogénea. Es un síntoma de la deshonra de Estados Unidos: la discriminación generalizada contra los afroamericanos, que se refleja en el ingreso familiar promedio que es menor en un 60% en comparación con los hogares de las personas blancas. Los efectos de los menores ingresos se ven agravados por el hecho de que EEUU es el único país avanzado que no reconoce el acceso al cuidado de la salud como un derecho básico.

Algunos estadounidenses blancos, sin embargo, han tratado de echar la culpa a los propios afroamericanos por sus muertes más tempranas, argumentando que ellas se deben a sus "estilos de vida". Es tal vez cierto que los hábitos no saludables se concentran más entre los estadounidenses pobres, y que un número desproporcionado de dichos pobres es de raza negra. Sin embargo, estos mismos hábitos son una consecuencia de las condiciones económicas, para no entrar a mencionar las tensiones relativas al racismo.

Los resultados del estudio de Case y Deaton muestran que tales teorías ya no son válidas. EEUU se está convirtiendo en una sociedad más dividida – dividida no sólo entre blancos y afroamericanos, sino que también entre el 1% del estrato más alto y el resto, y entre los altamente educados y los menos educados, sin importar la raza. Y, la brecha ahora se puede medir no sólo mediante los salarios, sino también a través de las muertes tempranas. Los estadounidenses blancos, de igual forma, mueren más temprano a medida que sus ingresos disminuyen.

Esta evidencia no es nada sorprendente para aquellos de nosotros que estudiamos la desigualdad en EEUU. El ingreso medio de un empleado de sexo masculino a tiempo completo es más bajo hoy, en comparación a lo que fue hace 40 años. Los salarios de los graduados de secundaria de sexo masculino se han desplomado en alrededor de un 19% en el período estudiado por Case y Deaton.

Para mantenerse a flote económicamente, muchos estadounidenses contrajeron préstamos bancarios a tasas de interés usureras. En el año 2005, la administración del presidente George W. Bush hizo que fuese mucho más difícil para los hogares declarar la quiebra y anular las deudas. Posteriormente, sobrevino la crisis financiera, misma que costó a millones de estadounidenses sus empleos y sus viviendas. Cuando el seguro de desempleo, diseñado para combatir en el corto plazo la falta de trabajo en un mundo de empleo pleno, se agotó, los desempleados fueron abandonados a su suerte, sin una red de seguridad (que sea algo más que los cupones de alimentos), pero en cambio, el gobierno sí rescató a los bancos que habían causado la crisis.

Las ventajas básicas que trae consigo una vida de clase media se pusieron cada vez más fuera del alcance de un porcentaje creciente de estadounidenses. La Gran Recesión demostró la vulnerabilidad de dichas ventajas. Aquellos que habían invertido en el mercado de valores vieron como gran parte de sus fortunas se desvanecía; los que habían depositado su dinero en los bien asegurados bonos del gobierno vieron que sus ingresos por jubilación disminuían a casi cero, mientras que la Fed, de manera implacable, conducía las tasas de interés a corto y largo plazo hacia la baja. Debido a que las matrículas universitarias se disparaban al alza, la única forma en que los hijos de esta clase media obtendrían una educación que les proporcione un mínimo de esperanza era solicitar dinero prestado; pero, ya que los préstamos para la educación casi nunca pueden ser condonados, la deuda estudiantil se mostraba aún peor que otras formas de deuda.

No había forma que esta creciente presión financiera no colocase a los estadounidenses de clase media y a sus familias bajo mayor estrés. Y no es de extrañar que esto se haya reflejado en tasas más altas de consumo de drogas, alcoholismo y suicidio.

Yo era el economista en jefe del Banco Mundial a finales de la década de 1990, cuando empezamos a recibir noticias igualmente deprimentes provenientes de Rusia. Nuestros datos mostraban que el PIB había caído un 30% desde el colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, no teníamos plena confianza en nuestras mediciones. No obstante, los datos que mostraban que la esperanza de vida masculina fue disminuyendo en Rusia, incluso cuando estaba en aumento en el resto del mundo, confirmó la impresión de que las cosas no iban muy bien en este país, especialmente fuera de las grandes ciudades.

La Comisión sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, que yo copresidí y donde Deaton prestó servicios, había hecho hincapié anteriormente sobre que el PIB a menudo no es una buena medida del bienestar de una sociedad. Estos nuevos datos sobre la disminución en el estatus de salud de los estadounidenses blancos confirman esta conclusión. La sociedad de clase media por excelencia del mundo está en camino de convertirse en la primera ex-sociedad de clase media.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book, co-authored with Bruce Greenwald…)

El dilema: altas expectativas de la sociedad y baja capacidad de producir ingresos

– La evolución del trabajo (Project Syndicate – 9/12/15)

Cambridge.- A mediados de diciembre, las Naciones Unidas publicarán su nuevo informe anual de desarrollo humano. El tema del de este año es la naturaleza del trabajo: de qué manera la globalización económica, las nuevas tecnologías y las innovaciones en organización social están transformando nuestro modo de ganarnos la vida. El panorama que se abre ante los países en desarrollo, en particular, es decididamente incierto.

Para la mayor parte de las personas, la mayor parte del tiempo, el trabajo es mayormente desagradable. A lo largo de la historia, los países se enriquecieron a costa de una enorme cuota de trabajo penoso. Y la riqueza da a algunas personas una oportunidad de tener trabajos mejores.

Gracias a la Revolución Industrial, nuevas tecnologías en tejido de algodón, producción de hierro y acero, y transporte crearon por primera vez en la historia un incremento sostenido de la productividad laboral. Primero en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII, luego en Europa Occidental y Norteamérica, hombres y mujeres se mudaron en masa desde el campo a las ciudades para satisfacer la creciente demanda de mano de obra de las fábricas.

Pero durante décadas, los trabajadores disfrutaron pocos de los beneficios del aumento de productividad. Trabajaban largas jornadas en condiciones asfixiantes, alojados en viviendas atestadas e insalubres, y con poco crecimiento de sus ganancias. Algunos indicadores, como la altura media de los trabajadores, sugieren que por un tiempo puede incluso que los niveles de vida hayan empeorado.

Con el tiempo, el capitalismo se transformó y sus beneficios comenzaron a repartirse más ampliamente. Esto se debió en parte a un alza de los salarios, resultado natural del agotamiento del excedente de trabajadores rurales. Pero además, los trabajadores se organizaron para defender sus intereses; los industrialistas, temerosos de una revolución, cedieron. La clase trabajadora obtuvo acceso a derechos civiles y políticos.

A su vez, la democracia puso más límites al capitalismo. Las condiciones de empleo mejoraron conforme convenios negociados o impuestos por ley llevaron a una reducción de la jornada laboral, una mejora de las condiciones de trabajo y beneficios familiares, sanitarios y de otra índole. La inversión pública en educación y capacitación aumentó la productividad de los trabajadores y les dio más libertad de elegir.

En consecuencia, la participación de los trabajadores en los excedentes de las empresas aumentó. Los empleos fabriles no se hicieron más agradables, pero la aparición de empleos de oficina hizo posible un nivel de vida de clase media, con todas sus posibilidades de consumo y oportunidades de estilos de vida.

A la larga, el avance tecnológico obró en contra del capitalismo industrial. La productividad de la mano de obra en las industrias manufactureras aumentó mucho más rápido que en el resto de la economía, haciendo posible producir la misma cantidad o más de acero, automóviles y dispositivos electrónicos con mucha menos mano de obra. De modo que los trabajadores "excedentes" se pasaron a las industrias de servicios: por ejemplo, educación, salud, finanzas, entretenimiento y administración pública. Así nació la economía post-industrial.

El trabajo se volvió más agradable para algunos, pero no para todos. Quienes tuvieran capacidades, capital y conocimiento para prosperar en la edad post-industrial encontraron en los servicios oportunidades extraordinarias. Banqueros, consultores e ingenieros ganaban salarios mucho más altos que sus antepasados en la era industrial.

Además, el trabajo de oficina permitió un grado de libertad y autonomía personal que las fábricas nunca ofrecieron. La jornada laboral era larga (quizá más que en las fábricas), pero los profesionales de servicios disfrutaban de un control mucho mayor de su vida diaria y sus decisiones laborales. Y aunque maestras, enfermeras y camareras tal vez no ganaran ni cercanamente lo mismo, también ellas se liberaron del rutinario trabajo mecánico de los talleres.

Pero para los trabajadores menos capacitados, los empleos del sector servicios implicaron renunciar a los beneficios negociados del capitalismo industrial. La transición a una economía de servicios fue generalmente acompañada por un debilitamiento de los sindicatos y las normas sobre protección del empleo e igualdad salarial, lo que menoscabó seriamente el poder de negociación y la estabilidad laboral de los trabajadores.

De modo que la economía post-industrial abrió una nueva grieta en el mercado laboral, entre los ocupantes de empleos estables, bien pagos y satisfactorios y los ocupantes de empleos fugaces, mal pagos e insatisfactorios. Dos factores determinaron la proporción de cada tipo de trabajo, y con ella la magnitud de la desigualdad producida por la transición post-industrial: el nivel educativo y de habilidades de la fuerza laboral y el grado de institucionalización de los mercados laborales en el sector servicios (además del manufacturero).

La desigualdad, la exclusión y la dualidad se hicieron más pronunciadas en los países donde las habilidades estuvieran mal distribuidas; muchas industrias de servicio tendieron al "ideal" de manual del mercado de disponibilidad inmediata. El ejemplo típico de este modelo es Estados Unidos, donde muchos trabajadores necesitan varios empleos para ganarse la vida.

La inmensa mayoría de los trabajadores todavía vive en países de ingresos bajos y medios, donde estas transformaciones todavía deben darse. Pero hay dos razones para creer que su futuro no será necesariamente igual.

La primera es que nada impide introducir condiciones de trabajo seguras, libertad de asociación y negociaciones colectivas en una etapa más temprana del desarrollo que la que ha sido la norma histórica. Así como la democracia política no necesita esperar a que aumenten los ingresos, la introducción de una fuerte normativa laboral no tiene por qué ir por detrás del desarrollo económico. Los trabajadores de los países de ingresos bajos no deben ser privados de derechos fundamentales en nombre del desarrollo industrial y el éxito exportador.

La segunda es que las fuerzas de la globalización y el avance tecnológico se han combinado para modificar la naturaleza del trabajo fabril en una forma que hace muy difícil o imposible repetir la experiencia industrializadora de los cuatro tigres asiáticos o de las economías europeas y norteamericanas antes de ellos. Muchos de los países en desarrollo (tal vez la mayoría) se están convirtiendo en economías de servicios sin haber antes creado un sector fabril importante, en un proceso que he denominado "desindustrialización prematura".

¿Será la desindustrialización prematura una bendición impensada que permita a los trabajadores de los países en desarrollo eludir la rutina del trabajo fabril?

De ser así, no está claro cómo se construirá un futuro semejante. Una sociedad donde la mayoría de los trabajadores puedan ganarse la vida como cuentapropistas (comerciantes, profesionales independientes o artistas) poniéndose sus propias condiciones de empleo solamente es posible cuando la productividad de toda la economía ya es muy elevada. Los servicios de alta productividad (como la TI o las finanzas) necesitan trabajadores bien capacitados, a diferencia de lo que abunda en los países pobres.

De modo que hay buenas y malas noticias para el futuro del trabajo en los países en desarrollo. Gracias a las políticas sociales y los derechos laborales, los trabajadores se volverán actores plenos de la economía en un estadio mucho más temprano del proceso de desarrollo. Al mismo tiempo, es probable que el motor tradicional del desarrollo económico (la industrialización) funcione a media máquina. La combinación resultante (altas expectativas de la sociedad y baja capacidad de producir ingresos) será un gran desafío para todas las economías en desarrollo del mundo.

(Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University"s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science)

"Mind the Inequality Gap"

"Según publica el banco Morgan Stanley en un documento llamado "Mind the Inequality Gap", Suecia lidera el crecimiento en la desigualdad de la distribución de la renta desde 1980. Aunque la renta per cápita y el PIB real del país han crecido con fuerza durante ese periodo de tiempo, la distribución de ese crecimiento ha sido muy desigual. A pesar de este dato, Suecia partía de un punto de igualdad muy considerable que permite al país nórdico seguir siendo uno de los más igualitarios a pesar de este fuerte repunte"… Suecia es el país en el que más ha crecido la desigualdad desde 1980 (El Economista – 15/12/15)

Economistas, expertos y políticos tienden a elegir las economías nórdicas como referentes dignos de imitar. Hace pocas semanas dos candidatos demócratas a la presidencia de EEUU señalaron a Dinamarca como país de referencia para "mejorar" el suyo. Pocos días después el premio Nobel de Economía Paul Krugman aseguró que Suecia era mucho mejor ejemplo que Dinamarca porque su economía y su PIB se habían comportado mejor durante la crisis económica. Sin embargo, Krugman olvidó o desconoce que Suecia es el país de la OCDE donde más ha crecido la desigualdad en la distribución de la renta desde 1980.

El informe señala que "el caso de Suecia es muy interesante porque a pesar de seguir siendo uno de los países con mayor igualdad de la OCDE, es el país en el que más ha crecido la desigualdad desde 1980. La diferencia entre el 10% de la población que tiene más ingresos y el 10% que tiene menos ha pasado de ser 4 veces mayor para los primeros en 1990, hasta 5,7 veces en 2007 y unas 6,3 veces en la actualidad". 

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Según la entidad financiera estadounidense, este incremento de la desigualdad se debe a una distribución desigual de los ingresos del capital, los ingresos de los autónomos y de notoria reducción de los anteriormente generosos beneficios sociales concedidos por un gran Estado de Bienestar: "Las transferencias del Estado a los hogares han pasado de suponer un 27% del PIB en 1995 hasta un 16% en 2008". 

"Los ingresos del capital han jugado un rol muy importante en Suecia. Este tipo de ingresos han estado cada año más concentrados, lo que explica un 13% de la desigualdad de rentas", explica dicho informe. 

Si se observan datos de riqueza, en este caso es Credit Suisse la entidad que los proporciona, Suecia también aparece como uno de los países más desiguales. La riqueza es definida por la entidad suiza como el valor de todos los activos (incluido la vivienda) menos las deudas del individuo. De este modo, la riqueza media de España se cuela entre los países más ricos del mundo, donde no se encuentran Portugal o Grecia, por ejemplo.

La riqueza mediana (es el valor que se encuentra en el medio si se ordenan las cantidades) en España es de 52.223 dólares por adulto. Por ejemplo en Suecia, un país con una renta per cápita que casi dobla a la de España, la riqueza mediana es de 57.433 dólares, mientras que la riqueza media es de 311.353 dólares. Este dato ya deja entrever que la desigualdad de la riqueza es mayor en Suecia que en España, algo que confirma posteriormente el informe.

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Mientras que si se utiliza el coeficiente de Gini para medir la riqueza (0% es que la riqueza está repartida de forma exactamente igual y 100% que toda la riqueza la acumula una sola persona) aparece que Suecia tiene un 80,9%, mientras que España un 67%. Sin embargo, en este apartado Dinamarca aparece peor clasificada con un 89%, borrando los límites entre las esferas físicas, digitales y biológicas. Esta cuarta conmoción productiva va a ser el centro del debate de la próxima edición del World Economic Forum, que se celebrará del 20 al 23 de enero en la localidad suiza. 2500 líderes de los negocios, de la política, de las organizaciones internacionales o de los medios de comunicación estarán presentes en él.

En un artículo publicado en la página del World Economic Forum, Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, asegura que el periodo que estamos viviendo no es la continuación del precedente, sino una fase completamente distinta, ya que hay una variable que lo cambia todo, la velocidad. Su idea, que ha sido continuamente repetida desde el sector tecnológico, es que los avances ya no son lineales, sino exponenciales, lo cual nos sumerge en un contexto sin precedentes. De modo que no sabemos bien qué va a pasar, pero sí que la respuesta que debe darse ha de ser integral, y que deben estar involucrados en ella todos los actores políticos mundiales, así como el sector privado, la academia y la sociedad civil. El problema de fondo, apunta, no es que se esté transformando la producción, sino que van a cambiar también los sistemas de gestión y de gobernanza. Los cambios se producirán en todos los órdenes pero, según Schwab, fundamentalmente en tres, el mundo de los negocios, la política y el trabajo.

El futuro de los negocios

Schwab reconoce que la aceleración de la innovación hace muy difícil de prever los contenidos y el alcance concreto de las transformaciones. Todos saben que algo grande está en puertas, pero todavía no se percibe el qué, ya que ni siquiera hay "evidencia clara de que las tecnologías que sustentan la cuarta revolución industrial estén teniendo un gran impacto en las empresas". Sin embargo, "muchas industrias perciben cómo las nuevas tecnologías están alterando ya las cadenas de valor existentes", al mismo tiempo que surgen competidores innovadores que utilizan las plataformas digitales de modos diferentes, y que constituyen una amenaza porque pueden expulsar a los operadores tradicionales, compitiendo con el precio, la calidad o la velocidad de entrega.

En este sentido, hay una apuesta evidente por la economía colaborativa, "que disminuye las barreras para las empresas… y que puede tener desarrollo en muchos nuevos servicios, desde la ropa hasta las compras, pasando por los viajes o las soluciones de transporte y aparcamiento". En todo caso, afirma, la cuarta revolución industrial cambiará radicalmente todo lo referido a las expectativas de negocio, las mejoras en los productos y las formas de organización.

El futuro de los gobiernos

El segundo terreno donde veremos grandes innovaciones será en las formas de gobierno. Schwab prevé un doble escenario: de una parte las nuevas tecnologías y las nuevas plataformas van a permitir a los ciudadanos expresar sus opiniones, coordinar sus esfuerzos y eludir la supervisión pública. Pero, al mismo tiempo, "los gobiernos ganarán nuevas competencias tecnológicas para aumentar su control sobre la población, sobre la base de los sistemas de vigilancia generalizada y la capacidad de controlar la infraestructura digital". Además, los cambios ya asentados respecto a la distribución del poder seguirán acentuándose, y provocarán que los gobiernos lo tengan aún más difícil. "Su papel central en la conducción de la política disminuirá debido a las nuevas fuentes de competencia y la redistribución y descentralización del poder que las nuevas tecnologías hacen posible".

No se trata sólo de que los ciudadanos puedan tener mayores opciones para expresar y trasladar sus opiniones, sino de que, cabe apuntar, el mayor peso del sector privado, los desafíos en materia financiera o la cada vez mayor incidencia de las organizaciones internacionales en la vida estatal, plantean opciones que debilitan la acción de los políticos nacionales. En ese contexto, suenan amenazantes las afirmaciones de Schwab según las cuales "la capacidad de los sistemas de gobierno y de las autoridades públicas para adaptarse determinará su supervivencia. Si resultan capaces de abrazar un mundo de cambio disruptivo, sometiendo sus estructuras a los niveles de transparencia y eficiencia que les permita mantener su ventaja competitiva, aguantarán. Si no saben evolucionar, se enfrentarán a un problema cada vez mayor".

Schwab se refiere en concreto a que tendrán que ser mucho más flexibles en su regulación. "Los sistemas actuales de las políticas públicas son muy diferentes de los de la segunda revolución industrial, cuando las decisiones después de emplear el tiempo preciso para estudiar un tema específico y desarrollar la respuesta necesaria o el marco normativo adecuado. Todo el proceso fue diseñado para ser lineal y mecanicista, siguiendo un enfoque de arriba hacia abajo. Pero este enfoque ya no es factible. Teniendo en cuenta el rápido ritmo de la cuarta revolución industrial y de sus impactos, los legisladores y los reguladores están siendo desafiados en un grado que carece de precedentes y en su mayor parte están demostrando ser incapaces de hacerle frente". La solución, según Schwab, implica que los reguladores se adapten continuamente a este nuevo entorno en evolución continua y se reinventen a sí mismos, para lo que tendrán que colaborar estrechamente con las empresas y la sociedad civil.

El futuro del trabajo

El tercer terreno que veremos radicalmente alterado es el del empleo, ya que la revolución anunciada producirá una mayor desigualdad, "dado su potencial para perturbar el mercado de trabajo". La automatización sustituirá gran parte de la mano de obra, lo que "aumentará la brecha entre los rendimientos del capital y los del trabajo". O quizá no, y "en conjunto, exista un aumento neto de puestos de trabajo seguros y gratificantes". De lo que sí está seguro es de que el mercado laboral será cada vez más dual, con el sector "baja cualificación / bajos salarios" por un lado y el de "de alta capacidad / alta remuneración" por el otro, lo que dará lugar a un aumento de las tensiones sociales. "El resultado es un mercado de trabajo con una fuerte demanda en los extremos altos y bajos, pero un vaciamiento del centro".

En este nuevo terreno bifurcado, aparecen unos claros ganadores: "los mayores beneficiarios de la revolución industrial que llega serán los accionistas, los inversores, y los proveedores de capital intelectual a los innovadores, lo cual explica la creciente brecha de riqueza entre los dependientes del capital y los del trabajo".

En definitiva, el diagnóstico del presidente ejecutivo de Davos señala tres puntos cruciales: la aceleración provocará una disrupción notable que se dejará sentir en los modelos de negocio (con las nuevas empresas luchando contra las viejas), la necesidad de adaptación debilitará aún más el poder de los estados nación, que tendrán que ser más flexibles a las necesidades del sector privado y de los ciudadanos y el mercado del trabajo se dualizará. Esas son las claves del mundo que está llegando.

El único "fin de la historia", ha sido el fin del estado del bienestar y la socialdemocracia

– Restableciendo la esperanza de ayer (Project Syndicate – 16/12/15)

Washington, DC.- El año 2015 fue difícil, sobre todo por los pronósticos de caída del crecimiento, los terribles atentados terroristas, los masivos flujos de refugiados y los serios desafíos políticos, con el populismo en ascenso en muchos países. En Oriente Medio, en particular, el caos y la violencia han seguido proliferando, con consecuencias devastadoras. Esto representa un giro decepcionante del mundo incuestionablemente lleno de defectos pero mucho más esperanzado de hace apenas unas décadas.

En su autobiografía El mundo de ayer, Stefan Zweig describió un cambio igualmente dramático. Nacido en1881 en Viena, Zweig pasó su juventud en un entorno optimista, civil y tolerante. Luego, a partir de 1914, presenció el colapso de Europa en la Primera Guerra Mundial, seguido de convulsiones revolucionarias, la Gran Depresión, el ascenso del estalinismo y finalmente la barbarie del nazismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Devastado, Zweig se suicidó durante su exilio en 1942.

Uno imagina que Zweig se habría sentido reconfortado por la creación luego de la Segunda Guerra Mundial de las Naciones Unidas y del sistema de Bretton-Woods, para no mencionar las subsiguientes décadas de reconstrucción y reconciliación. Podría haber sido testigo de la cooperación y el progreso que marcaron la era de posguerra. Quizás entonces habría mirado el período de 1914 a 1945 como un desvío terrible pero limitado en la marcha del mundo hacia la paz y la prosperidad.

Por supuesto, la segunda mitad del siglo XX estuvo lejos de ser perfecta. Hasta 1990, la paz estaba asegurada en gran medida por la amenaza de la destrucción nuclear mutua. Los conflictos locales, como en Corea, Vietnam, partes de África y Oriente Medio, se cobraron un precio muy alto. Y si bien unos 100 países en desarrollo ganaron su independencia, el proceso no siempre fue pacífico.

Al mismo tiempo, sin embargo, la economía mundial creció más rápido que nunca. En los países avanzados surgió una clase media fuerte que luego comenzó a aparecer en otras partes. Las democracias occidentales y Japón crearon economías en las que el crecimiento de la productividad condujo a una prosperidad compartida; los gobiernos tomaron medidas en materia de regulación y redistribución, mientras que las empresas privadas fomentaron el crecimiento mediante la implementación de métodos de producción avanzados desde un punto de vista tecnológico.

A nivel tanto regional como global, se hizo un progreso decisivo en cuanto a recoger los beneficios del comercio y las economías de escala. El proyecto de integración europea parecía pregonar un nuevo tipo de cooperación, que podía extenderse a otras regiones y hasta influir en la cooperación global.

La generación que llegó a la mayoría de edad en los años 1960 tenía una sensación muy parecida a la que había experimentado Zweig en su juventud. Creíamos que, si bien el progreso puede no ser linear, podíamos contar con él. Esperábamos un mundo cada vez más pacífico y tolerante, en el que los progresos tecnológicos, junto con mercados bien administrados, generarían una prosperidad en constante expansión. En 1989, cuando la Unión Soviética estaba a punto del colapso y China viraba hacia una economía basada en el mercado, Francis Fukuyama anunció el "fin de la historia".

Sin embargo, en las últimas dos décadas, nuestras esperanzas -políticas, sociales y económicas- se vieron frustradas repetidamente. Hubo un momento en el cual los legisladores estadounidenses se preguntaban si Rusia debía ser parte o no de la OTAN. Aun hoy resulta difícil considerar esa posibilidad, después de la intervención de Rusia en Ucrania y la anexión de Crimea (aparentemente llevada a cabo en respuesta a los temores de que Ucrania pudiera afianzar sus vínculos con la Unión Europea y la OTAN).

Muchas economías emergentes alcanzaron un rápido crecimiento durante años -inclusive décadas- permitiendo que miles de millones de personas huyeran de la pobreza extrema y que se redujera la brecha de riqueza entre los países desarrollados y en desarrollo. Pero ese crecimiento últimamente se ha desacelerado de manera sustancial, lo que llevó a muchos a preguntarse si los economistas no nos habíamos apresurado demasiado cuando las catalogamos como los nuevos motores del crecimiento económico global.

De la misma manera, la Primavera Árabe de 2011 supuestamente iba a promover un nuevo futuro, más democrático, para Oriente Medio y el norte de África. Si bien Túnez ha evitado el desastre, la mayoría de los otros países afectados han terminado sumidos en el caos, mientras que la brutal guerra civil de Siria facilitó el ascenso del Estado Islámico.

El euro, mientras tanto, sufrió su propia crisis. La moneda común, alguna vez retratada como el inicio de una Europa cuasi federal, creó una tensión aguda entre los países "acreedores" y "deudores" cuando muchos deudores enfrentaron una crisis económica prolongada. Cuando parecía que Europa escapaba finalmente de la crisis del euro, los refugiados, especialmente provenientes de Siria, comenzaron a llegar en masa. Eso ha puesto en peligro la zona Schengen de turismo sin fronteras, y algunos están preguntándose si la UE podrá soportar la presión.

En Estados Unidos, la crisis de refugiados sirios llevó al Congreso a apresurarse para restringir la entrada sin visa de turistas provenientes de 38 países. Esto se produce en un momento en el que la desigualdad de ingresos y riqueza se está disparando en Estados Unidos –el salario promedio para los hombres no ha aumentado en décadas-, lo que lleva a muchos a preguntarse si sus hijos podrán mantener el estándar de vida que han tenido. Además de todo esto, por primera vez en décadas, el crecimiento del comercio internacional ya no supera cómodamente el crecimiento de la producción global.

Un motor esencial de muchos de estos problemas bien puede ser la velocidad sin precedentes del cambio -impulsada por la globalización y la innovación tecnológica– que ha producido alteraciones demasiado rápidas y en una escala demasiado importante como para que lo pudiéramos manejar. Por ejemplo, si bien la tecnología de las comunicaciones ha hecho maravillas, digamos, para expandir el acceso a las finanzas en África, también ha permitido que las redes terroristas encriptaran sus comunicaciones de manera efectiva. Y como demostró claramente la crisis financiera global, los reguladores se han esforzado por llevar el ritmo de la innovación financiera.

El potencial para el progreso humano sigue pareciendo inmenso, porque al mundo no le faltarán ni recursos ni innovación tecnológica. De hecho, la tecnología ofrece la esperanza de tratamientos médicos que salvan vidas, de una mayor productividad económica y de sistemas energéticos sostenibles. Pero la gente tiene miedo, como lo demostró el retorno de la política de identidad y una falta de inclusión económica y política. En consecuencia, el crecimiento de la productividad se está desacelerando y, si bien el capital parece barato y las ganancias abundantes, la inversión sigue rezagada.

La clave para administrar las alteraciones y aliviar los temores de la gente es la gobernancia. Zweig vio cómo el mundo se desintegraba hace un siglo no porque el conocimiento humano dejara de avanzar, sino por los fracasos generalizados en materia de gobernancia y políticas. Ahora que ingresamos en el año 2016, debemos enfocarnos en adaptar la gobernancia, en todas sus dimensiones económicas y políticas, al siglo XXI, para que nuestros recursos y conocimiento produzcan un progreso inclusivo, no un conflicto violento.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

¿Cómo explicar la atracción hacia el populismo de los ciudadanos en los países ricos?

– El fascismo de los ricos (Project Syndicate – 28/12/15)

Berlín.- A ambos lados del Atlántico se está produciendo un alarmante giro político hacia la derecha, vinculado con la fuerza creciente de figuras y partidos políticos abiertamente chauvinistas: Donald Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia. Lista a la que se podrían añadir otros nombres: el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, defensor de la "democracia no liberal", o Jaroslaw Kaczynski y su semiautoritario partido Ley y Justicia, que ahora gobierna Polonia.

El ascenso de partidos políticos nacionalistas y xenófobos en muchos países miembros de la Unión Europea viene de mucho antes de la llegada de los primeros contingentes numerosos de refugiados sirios. Una lista acotada incluiría a Geert Wilders en los Países Bajos, el Vlaams Blok (y su actual sucesor, el Vlaams Belang) en Bélgica, el Partido de la Libertad de Austria, los Demócratas de Suecia, los Verdaderos Finlandeses.

Aunque los motivos del exitoso ascenso de estos partidos son muy distintos en cada país, sus posiciones básicas son similares. Todos ellos son furiosamente contrarios al "sistema", el "establishment político" y la UE. Para peor, no solo son xenófobos (y en particular, islamófobos), sino que también adoptan más o menos descaradamente una definición étnica de la nación. La comunidad política no es producto del compromiso de sus ciudadanos con un orden constitucional y jurídico compartido, sino que, como en los años treinta, la pertenencia a la nación deriva de compartir una ascendencia y una religión.

Como cualquier nacionalismo extremo, el de hoy se basa en gran medida en la política identitaria, un ámbito de fundamentalismo, no de debate racional. Por ello, más temprano que tarde su discurso tiende a obsesionarse con el etnonacionalismo, el racismo y la guerra religiosa.

El ascenso del nacionalismo extremo y el fascismo en los años treinta suele explicarse como resultado de la Primera Guerra Mundial, que acabó con la vida de millones de personas y llenó de ideas militaristas las cabezas de otras tantas. También arruinó la economía europea y produjo una crisis económica mundial y desempleo masivo. La indigencia, la pobreza y el sufrimiento prepararon a la gente para una política tóxica.

Pero las condiciones actuales en Occidente, Estados Unidos y Europa son bastante diferentes, por decir poco. Siendo estos países tan ricos, ¿cómo explicar la atracción de sus ciudadanos hacia una política basada en la frustración?

Primero y principal, está el miedo, que aparentemente es mucho. Un miedo basado en la comprensión instintiva de que el "Mundo del Hombre Blanco" (una realidad que sus beneficiarios daban por sentada) está en decadencia terminal, tanto a escala global como en las sociedades occidentales. Y para los nacionalistas de hoy, inspirados por la ansiedad existencial, los migrantes son la encarnación (no solo metafórica) de ese pronóstico.

Hasta hace poco, se pensaba que la globalización favorecía a Occidente. Pero ahora, tras la crisis financiera de 2008 y con el ascenso de China (a la que vemos convertirse en la potencia dominante del siglo ante nuestros ojos) es cada vez más evidente que la globalización es un proceso de dos caras en el que Occidente cede gran parte de su poder y su riqueza a Oriente. Asimismo, los problemas del mundo ya no se pueden suprimir o ignorar, no al menos en Europa, donde literalmente están llamando a la puerta.

Entretanto, fronteras adentro el Mundo del Hombre Blanco se ve amenazado por la inmigración, la globalización de los mercados de mano de obra, la igualdad de género y la emancipación jurídica y social de las minorías sexuales. En síntesis, los roles y las pautas de conducta tradicionales de estas sociedades están siendo sacudidas desde los cimientos.

Todos estos cambios profundos han generado un anhelo de soluciones simples (por ejemplo, alzar vallas y muros, sea en el sur de Estados Unidos o en el sur de Hungría) y líderes fuertes. No es casualidad que los neonacionalistas europeos vean al presidente ruso Vladímir Putin como un faro de esperanza.

Claro que Putin no es bien visto en Estados Unidos (la mayor potencia mundial no se traicionará a sí misma) ni en Polonia y los estados bálticos (que consideran a Rusia una amenaza a la independencia nacional). Pero en otras partes de Europa, los neonacionalistas han hecho causa común con el antioccidentalismo de Putin y su intento de restaurar la Gran Rusia.

Ante la amenaza que supone el neonacionalismo para el proceso de integración europea, lo que ocurra en Francia es clave. Sin Francia, Europa es inconcebible e inviable, y está claro que Le Pen de presidenta significaría el inicio del fin de la UE (además de un desastre para su país y para todo el continente). Europa se retiraría de la política internacional del siglo XXI. Esto llevaría inexorablemente al fin de Occidente en términos geopolíticos: Estados Unidos debería reorientarse para siempre hacia el Pacífico, y Europa se convertiría en un apéndice de Eurasia.

Aunque el final de Occidente es sin duda una perspectiva aciaga, todavía no sucedió. Pero una cosa está clara: mucho más depende del futuro de Europa que lo que creían hasta los más fervientes defensores de la unificación europea.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest…)

Miopía y disfuncionalidad: de la "Nueva Normalidad" a la "Nueva Mediocridad"

– El Gran Malestar continúa (Project Syndicate – 3/1/16)

Nueva York.- El año 2015 fue difícil en todas partes: Brasil entró en recesión; la economía china sufrió sus primeras sacudidas graves después de casi cuatro décadas de crecimiento vertiginoso; la zona del euro se las ingenió para evitar el colapso debido a Grecia, pero su virtual estancamiento se mantuvo y aportó a lo que probablemente será considerada una década perdida; para Estados Unidos, se esperaba que en 2015 finalmente se pusiera fin a la Gran Recesión que comenzó allá por 2008, en lugar de eso, su recuperación ha sido regular.

De hecho, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, ha bautizado la situación actual de la economía mundial como la Nueva Mediocridad. Otros evocan el profundo pesimismo posterior a la Segunda Guerra Mundial y temen que la economía mundial decaiga hasta entrar en recesión o, al menos, mantener un prolongado estancamiento.

A principios de 2010, advertí en mi libro Caída libre -que describe los eventos que condujeron a la gran recesión- que sin respuestas adecuadas, el mundo corría el riesgo de caer en lo que llamé el Gran Malestar. Desafortunadamente, estaba en lo cierto: no nos ocupamos de lo que hacía falta y terminamos exactamente donde temí que lo haríamos.

Los conceptos económicos subyacentes a esta inercia son fáciles de entender y existen soluciones disponibles para solucionarla. El mundo enfrenta una falta de demanda agregada, provocada por una combinación de creciente desigualdad y una oleada de austeridad fiscal sin sentido. Quienes más tienen gastan mucho menos que quienes tienen menos, por lo tanto, a medida que el dinero fluye hacia los más ricos, la demanda disminuye. Y los países como Alemania, que continuamente mantienen superávits externos, están contribuyendo significativamente al problema clave de la insuficiente demanda global.

Simultáneamente, EEUU sufre una forma más suave de la austeridad fiscal que se ha impuesto en Europa. De hecho, en EEUU el sector público emplea a unas 500.000 personas menos que antes de la crisis. Con una expansión normal del empleo público desde 2008, tendríamos dos millones más.

Además, gran parte del mundo enfrenta -con dificultades- la necesidad de una transformación estructural: de la producción manufacturera a los servicios en Europa y América, y del crecimiento impulsado por las exportaciones a una economía impulsada por la demanda interna en China. De igual modo, la mayoría de las economías africanas y latinoamericanas basadas en los recursos naturales no lograron aprovechar el boom de los precios de las materias primas -apuntalado por el ascenso chino- para crear economías diversificadas; ahora enfrentan las consecuencias que implican los precios deprimidos de sus principales productos exportables. Los mercados nunca fueron capaces de lograr esas transformaciones estructurales fácilmente por sí mismos.

Existen enormes necesidades mundiales insatisfechas, que podrían estimular el crecimiento. Tan solo la infraestructura podría absorber inversiones de billones de dólares, algo válido no solo para el mundo en vías de desarrollo, sino también para EE. UU., que ha subinvertido en su infraestructura básica durante décadas. Además, el mundo entero necesita modernizarse para enfrentar la realidad del calentamiento global.

Aunque nuestros bancos hayan recuperado razonablemente su salud, han demostrado que no están en condiciones de cumplir su propósito. Brillan en la explotación y la manipulación de los mercados, pero han fracasado en su función esencial de intermediación. Entre los ahorristas a largo plazo (como los fondos soberanos patrimoniales y quienes ahorran para su jubilación) y la inversión a largo plazo en infraestructura se interpone nuestro miope y disfuncional sector financiero.

El expresidente de la Junta de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke, dijo alguna vez que el mundo sufre un "exceso de ahorro". Tal vez ese fuera el caso si el mejor uso para los ahorros del mundo fuera invertir en viviendas de baja calidad en el desierto de Nevada, pero en el mundo real hay escasez de fondos: incluso proyectos con elevada rentabilidad social a menudo no logran obtener financiamiento.

La única cura para el malestar del mundo es un aumento de la demanda agregada. Una amplia redistribución del ingreso ayudaría, al igual que una profunda reforma de nuestro sistema financiero (no solo para evitar que nos dañe a todos los demás, sino también para que los bancos y otras instituciones financieras hagan lo que deben: vincular los ahorros de largo plazo con las necesidades de inversión de largo plazo).

Pero algunos de los problemas más importantes del mundo requerirán de la inversión gubernamental. Esos gastos son necesarios en infraestructura, educación, tecnología, medioambiente y para agilizar las transformaciones estructurales necesarias en todos los rincones de la Tierra.

Los obstáculos que enfrenta la economía mundial no tienen un origen económico, sino político e ideológico. El sector privado creó la desigualdad y la degradación ambiental que ahora debemos enfrentar. Los mercados no serán capaces de solucionar ni estos ni otros problemas críticos que han creado, ni de restablecer la prosperidad por sí solos. Son necesarias políticas activas de gobierno.

Eso implica superar el fetichismo del déficit. Tiene sentido que países como EEUU y Alemania, que pueden endeudarse a tasas reales de interés negativas a largo plazo, lo hagan para llevar a cabo las inversiones necesarias. Del mismo modo, en la mayoría de los demás países, las tasas de rentabilidad de la inversión pública superan por mucho el costo de los fondos. Para los países que experimentan limitaciones al endeudamiento, existe una solución basada en un principio de larga data, el multiplicador del presupuesto equilibrado: un aumento del gasto gubernamental y una suba de impuestos equivalente estimula la economía. Desafortunadamente, muchos países -Francia incluida- están llevando a cabo contracciones del presupuesto equilibrado.

Los optimistas dicen que 2016 será mejor que 2015. Tal vez resulte cierto, pero solo de manera imperceptible. A menos que nos ocupemos el problema de la insuficiencia en la demanda agregada, el Gran Malestar continuará.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book, co-authored with Bruce Greenwald…)

Fareed Zakaria: ¿por qué la America media se está suicidando?

– La América media se está suicidando (El Confidencial – 4/1/16)

Los estadounidenses blancos de mediana edad están muriendo a una velocidad alarmante. No así negros, hispanos y miembros de otras minorías. La razón puede estar en las expectativas

(Por Fareed Zakaria)

¿Por qué la América media se está suicidando? Este hecho en sí es probablemente el mayor descubrimiento en ciencias sociales en años. Ya está remodelando la política estadounidense. Jeff Guo, del "Washington Pos", indica que la gente que compone esta cohorte es "en gran parte responsables de que Donald Trump vaya el primero en la carrera por la nominación republicana para presidente". La pregunta clave es por qué, y al explorarla, encontramos respuestas que sugieren que la rabia que domina la política americana va a empeorar.

Durante décadas, la gente de los países ricos ha vivido vidas más largas. Pero en un artículo académico ahora famoso, los economistas Angus Deaton y Anne Case indican que a lo largo de los últimos 25 años, un grupo -los blancos de mediana edad en América- constituye una tendencia alarmante. Están muriendo en cifras récord. Y las cosas son mucho peor para aquellos con solo un diploma de instituto de educación secundaria o inferior. Hay algunas dudas sobre estos cálculos, pero incluso el principal crítico del artículo reconoce que, se mida como se mida, "el cambio, comparado con otros países y grupos, es enorme".

Las principales causas de muerte son tan chocantes como el propio hecho: suicidio, alcoholismo y sobredosis de prescripciones y drogas ilegales. "La gente parece estar suicidándose, lenta o rápidamente", me dijo Deaton. Estas circunstancias están causadas habitualmente por el estrés, la depresión y la desesperación. El único aumento comparable en muertes en un país industrializado tuvo lugar entre los rusos varones tras el colapso de la Unión Soviética, cuando las tasas de alcoholismo se dispararon.

Una explicación convencional para este estrés y ansiedad de la clase media es que la globalización y el cambio tecnológico han incrementado las presiones sobre el trabajador medio en una nación industrializada. Pero esta tendencia está ausente en cualquier otro país occidental, es un fenómeno exclusivamente americano. Y los Estados Unidos están en realidad relativamente aislados de las presiones de la globalización, al tener un mercado interno amplio y autosuficiente. El comercio solo supone el 23% de la economía estadounidense, comparado con el 71% en Alemania y el 45% en Francia.

Daton especuló para mí que tal vez el Estado de bienestar en Europa puede reducir algunos de los miedos asociados con un cambio rápido. Cree que en América, los doctores y las compañías farmacéuticas son demasiado proclives a lidiar con el dolor físico y psicológico prescribiendo drogas, incluyendo poderosos y adictivos opiáceos. La introducción de drogas como el OxyContin, un calmante similar a la heroína, coincide con el inicio del auge de las tasas de muertes.

¿Por qué solo blancos?

Pero ¿qué explica el hecho de que no vemos esta tendencia en otros grupos étnicos estadounidenses? Mientras las tasas de mortalidad entre blancos de mediana edad se han mantenido estables o han aumentado, las tasas para hispanos y negros han continuado declinando de forma significativa. Estos grupos viven en el mismo país y se enfrentan a mayores presiones económicas que los blancos. ¿Por qué no están igual de desesperados?

La respuesta puede estar en las expectativas. La antropóloga de Princeton Carolyn Rouse me sugirió, por correo electrónico, que otros grupos pueden no tener las mismas expectativas de que sus ingresos, estándares de vida y estatus social estén destinados a mejorar de forma estable con el tiempo. No tienen la misma confianza en que si trabajan duro, sin duda saldrán adelante. De hecho, Rouse dice que tras cientos de años de esclavitud, segregación y racismo, los negros han desarrollado formas de afrontar la decepción y las injusticias de la vida: la familia, el arte, el discurso de protesta y, sobre todo, la religión.

"Habéis sido los veteranos del sufrimiento creativo", dijo Martin Luther King a los afroamericanos en su discurso "Tengo un sueño" de 1963: "Seguid trabajando con la fe de que el sufrimiento inmerecido es redentor". Escribiendo en 1960, King explicó el asunto en términos personales: "A medida que mis sufrimientos aumentaban, me di cuenta rápidamente de que había dos formas en las que podía responder a mi situación: o reaccionar con amargura o buscar transformar el sufrimiento en una fuerza creativa… Así que, como el apóstol Pablo, puedo decir ahora humilde pero orgullosamente: "Llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús Nuestro Señor".

La experiencia hispana e inmigrante en América es diferente, naturalmente. Pero de nuevo, pocos de estos grupos creen que su lugar en la sociedad esté asegurado. Las minorías, por definición, están al margen. No asumen que el sistema haya sido establecido para ellos. Lo intentan con todas sus fuerzas y esperan tener éxito, pero no lo esperan como algo por norma.

América está experimentando un gran cambio de poder. Los blancos de clase trabajadora no se ven a sí mismos como una élite. Pero, en cierto sentido, lo eran, indudablemente comparados con los negros, hispanos, nativos americanos y la mayoría de los inmigrantes. Eran el centro de la economía de América, su sociedad, y de hecho su propia identidad. Ya no lo son. Donald Trump ha prometido que va a cambiar esto y les hará ganar de nuevo. Pero no puede. Nadie puede. Y en el fondo de su ser, lo saben.

El Vía Crucis de la "recesión persistente"

– Los dolores de trabajo de parto de la economía mundial (Project Syndicate – 4/1/16)

Washington, DC.- La desaceleración económica mundial, que comenzó en el año 2008 con la crisis financiera en Estados Unidos, podría establecer un nuevo récord de capacidad de resistencia. Lo cierto es que si se toma en cuenta el estancamiento del crecimiento en Japón y la desaceleración en China, además del hecho de que Rusia se encuentra en una profunda crisis y la eurozona aún apenas está recuperándose de la propia, se puede afirmar que la economía mundial todavía no está fuera de peligro.

Esta "recesión persistente", así como también algunos de los conflictos políticos del mundo, son manifestaciones de un desplazamiento profundo en la economía mundial – un desplazamiento que es impulsado por dos tipos de innovaciones: el ahorro en la mano de obra y la vinculación de la mano de obra.

Aunque la innovación relativa al ahorro en mano de obra ha estado entre nosotros ya durante mucho tiempo, el ritmo se ha acelerado. Las ventas mundiales de robots industriales, por ejemplo, llegaron a 225.000 en el 2014, lo que representa un aumento interanual del 27%. Más transformativo, sin embargo, es el incremento de la tecnología de "vinculación de la mano de obra": innovaciones digitales a lo largo de las últimas tres décadas permiten que en la actualidad las personas trabajen para empleadores y empresas ubicadas en distintos países, sin tener que emigrar.

Estos cambios son capturados por una tendencia estadística notable en los países de altos y medianos ingresos. Los ingresos laborales totales expresados como porcentaje del PIB están disminuyendo en todos los ámbitos y a tasas raramente vistas. Desde el 1975 al 2015, el ingreso laboral se redujo del 61% al 57% del PIB en EEUU; del 66% al 54% en Australia; del 61% al 55% en Canadá; del 77% al 60% en el Japón; y del 43% al 34% en Turquía.

En el caso de las economías emergentes, el desafío que representa la innovación relativa al ahorro en la mano de obra se mitiga en el mediano plazo por las tecnologías de vinculación de la mano de obra. Las economías emergentes con mano de obra barata que tienen la capacidad para organizarse lo suficientemente bien como para proporcionar infraestructura y seguridad básicas, se pueden beneficiar mucho de este cambio estructural mundial.

Podemos observar esto en las cifras. En el año 1990, sólo el 5% de las empresas listadas como "Fortune 500" provenían de las economías emergentes; ahora el 26% provienen de dichas economías.

Las corporaciones chinas ocupan un lugar destacado en la lista. El sector de tecnología de la información de la India ha despegado desde la década de 1990, elevando la tasa de crecimiento de toda la economía de este país. A Petronas de Malasia, empresa que fue fundada el año 1974 y que al presente tiene actividades empresariales en 35 países, se la describe ahora como una de las nuevas "siete hermanas" -es decir, una de las empresas de energía que dominan el mercado mundial.

Con seguridad, varias economías emergentes se ven asediadas por la corrupción y la caída de precios de las materias primas; Brasil, donde se espera una contracción del PIB de alrededor del 3% en el año 2015, es un buen ejemplo. Sin embargo, los únicos países que registran altas tasas de crecimiento anual del PIB son economías emergentes, incluyéndose entre ellas a Vietnam (6,5%), la India, China, Bangladesh y Ruanda (con crecimientos que rondan el 7%) y Etiopía (más del 9%).

Lo que es probable que veamos en el año 2016, y también posteriormente, es un rendimiento dispar, con economías emergentes que son capaces de adaptarse al nuevo mundo que se vislumbra. Incluso mientras esto ocurra, los países de altos y medianos ingresos estarán bajo presión, ya que sus trabajadores competirán por puestos de trabajo en el mercado laboral globalizado. Sus disparidades de ingresos tenderán a subir, al igual que la frecuencia e intensidad de los conflictos políticos. Responder a este escenario bloqueando la contratación externa de trabajadores, tal como algunos políticos proponen, sería un error, ya que los mayores costos de producción de dichos países causarían que sean superados en los mercados globales.

A medida que continúe la marcha de la tecnología, estas tensiones con el pasar del tiempo se extenderán a todo el mundo, exacerbando la desigualdad a nivel mundial – misma que ya se encuentra en niveles intolerablemente altos- mientras que simultáneamente las ganancias de los trabajadores disminuyan. Tan pronto como esto suceda, el desafío será garantizar que todo el crecimiento de los ingresos no termine en manos de los dueños de las máquinas y de las acciones.

Este es un desafío comparable al que el Reino Unido confrontó durante la Revolución Industrial a principios del siglo XIX. Hasta entonces, el trabajo infantil estaba fuera de control y era visto como algo normal; los trabajadores trabajaban rutinariamente durante 14 o más horas por día, y los conservadores argumentaban que el trabajo continuo ayudaba a fortalecer el carácter (no hace falta decir que se referían al carácter de otras personas). El activismo de grupos progresistas, los escritos de los intelectuales, y el enorme esfuerzo invertido en la elaboración de las Leyes Fabriles restringieron estas prácticas aberrantes, permitiendo que el Reino Unido evite el desastre y se convierta en un centro neurálgico de crecimiento y desarrollo.

Se puede observar en documentos cuán drásticamente ha cambiado nuestra forma de pensar. En el año 1741, al promocionar su nueva máquina de hilar, John Wyatt señaló la forma cómo su innovación permitiría que los dueños de las fábricas sustituyan a 30 trabajadores adultos con "diez personas enfermas o con niños". El fiscal general que concedió la patente fue más allá, señalando que "incluso niños de cinco o seis años de edad" podrían operar esta máquina.

Ha llegado el momento para una nueva ronda de reformas intelectuales y políticas. Una de las grandes injusticias de nuestro mundo es el hecho de que el grueso de la desigualdad humana se produce en el momento del nacimiento, ya que hay niños que nacen en hogares indigentes y enfrentan desnutrición y retraso del crecimiento desde el principio, mientras que un número pequeño de niños viene al mundo como herederos de grandes cantidades de riquezas e ingresos acumulados. A medida que los ingresos laborales se restringen, esta disparidad se ampliará, causando una variedad de crisis económicas y políticas.

Alejarse de este rumbo requerirá, sobre todo, un mayor esfuerzo para expandir la educación, desarrollar habilidades y proporcionar asistencia médica universal. Se necesitará ideas innovadoras para alcanzar estos objetivos. Sin embargo, también tenemos que pensar en nuevas maneras de reforzar los ingresos laborales.

Un ejemplo es encontrar algunas formas de participación en las ganancias. Si los trabajadores tienen intereses propios como accionistas de las empresas en las que trabajan, las innovaciones tecnológicas no serán una fuente de ansiedad, porque las pérdidas salariales serán compensadas por el aumento de utilidades sobre sus inversiones de capital.

Varios economistas y juristas académicos -incluyéndose entre ellos a Martin Weitzman, Richard Freeman y Robert Hockett- han escrito sobre este tema. Pero, como es el caso con todas las innovaciones, se necesita mucha investigación para alcanzar el punto correcto. Lo que hemos aprendido en el año 2015 es que no podemos darnos el lujo de no hacer nada.

(Kaushik Basu, Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank, is Professor of Economics at Cornell University)

El Doctor Doom y el peligro de desintegración europea

– La cuestión para Europa en 2016 (Project Syndicate – 4/1/16)

Nueva York.- A las puertas de un nuevo año, enfrentamos un mundo donde se multiplican los riesgos geopolíticos y geoeconómicos. La mayor parte de Medio Oriente está en llamas, lo que hace a algunos pensar que puede comenzar en cualquier momento una larga guerra entre sunnitas y shiítas (como la Guerra de los Treinta Años en Europa, entre católicos y protestantes). El ascenso de China impulsa una amplia variedad de disputas territoriales en Asia y cuestiona el liderazgo estratégico estadounidense en la región. Y aunque la invasión rusa a Ucrania parezca haberse convertido en un conflicto semilatente, podría reactivarse en cualquier momento.

También hay riesgo de más epidemias, como en años recientes nos han enseñado los brotes de SARS, MERS, ébola y otras enfermedades infecciosas. Existe además la amenaza latente de la ciberguerra, mientras actores y grupos no estatales crean conflicto y caos desde Medio Oriente hasta África septentrional y subsahariana. Y no debemos olvidar el importante daño causado por el cambio climático, con un aumento de frecuencia y poder letal de los fenómenos meteorológicos extremos.

Aun así, puede que el eje geopolítico del mundo en 2016 pase por Europa. Para empezar, la salida de Grecia de la eurozona quizá esté postergada, pero no descartada, en la medida en que los cambios al sistema de pensiones y otras reformas estructurales puedan provocar un conflicto entre el país y sus acreedores europeos. La salida de Grecia tal vez fuera el inicio del fin de la unión monetaria, ya que los inversores empezarían a preguntarse cuál será el próximo estado miembro que abandone la unión (incluso podría ser uno de los países del núcleo, como Finlandia).

La eventual salida de Grecia puede alentar al Reino Unido a abandonar la UE, algo que es más probable que hace un año, por diversas razones. Los recientes ataques terroristas en Europa y la crisis de las migraciones acrecentaron el aislacionismo británico. El laborismo, bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, se ha vuelto más euroescéptico. Y el primer ministro David Cameron se metió en una trampa al demandar a la UE reformas que ni siquiera los alemanes (por más que simpaticen con el RU) pueden aceptar. Muchos en Gran Bretaña ven a la UE como un barco que se hunde.

Si Gran Bretaña sale de la UE, se producirá un efecto dominó. Tal vez Escocia decida abandonar el RU, lo que provocaría la división de Gran Bretaña. Esto podría inspirar a otros movimientos separatistas (empezando tal vez por Cataluña) a insistir con sus reclamos de independencia. Y ya sin el RU, tal vez los miembros nórdicos de la UE decidan que a ellos también les conviene irse.

En cuanto al terrorismo, la mera abundancia de yihadistas criados en Europa implica que la pregunta no es si habrá otro ataque, sino dónde y cuándo. Y una reiteración de atentados puede reducir abruptamente la confianza de empresas y consumidores, y frenar la frágil recuperación económica de Europa.

Quienes dicen que la crisis migratoria también plantea una amenaza existencial a Europa no se equivocan. Pero el problema no son los millones de migrantes llegados en 2015, sino los otros 20 millones de desplazados y desesperados que tratan de huir de la violencia, la guerra civil, el derrumbe de los estados, la desertificación y el colapso económico en grandes áreas de Medio Oriente y África. Si Europa no logra una solución coordinada a este problema y el respeto efectivo de su frontera externa común, el Tratado de Schengen se caerá y reaparecerán las fronteras internas entre los estados miembros de la UE.

En tanto, al cansancio con la austeridad y las reformas en la periferia de la eurozona (y entre miembros de la UE que no están en la eurozona, como Hungría y Polonia) se le contrapone el cansancio con los rescates en el núcleo. En toda Europa vemos un ascenso de partidos populistas de izquierda y derecha (con su hostilidad compartida al libre comercio, las migraciones, los musulmanes y la globalización).

En Grecia, Syriza está en el poder; una coalición de izquierda gobierna en Portugal; y la elección española puede llevar a un alto grado de incertidumbre política y administrativa. Partidos virulentamente xenófobos y antimusulmanes ganan popularidad en el núcleo de Europa, incluidos los Países Bajos, Dinamarca, Finlandia y Suecia. En las elecciones francesas de diciembre, el ultraderechista Frente Nacional estuvo cerca de llegar al poder en varias regiones, y puede que a su líder, Marine Le Pen, le vaya bien en la elección presidencial de 2017.

Además, en Italia el primer ministro Matteo Renzi sufre los embates de dos partidos populistas antieuro, que vienen creciendo en las encuestas de opinión. Y en Alemania, la valiente pero controvertida decisión de la canciller Angela Merkel de permitir el ingreso al país de casi un millón de solicitantes de asilo puso en riesgo su liderazgo.

En síntesis, la distancia entre lo que Europa necesita y lo que los europeos quieren es cada vez mayor, algo que puede ser preanuncio de grandes problemas en 2016. La eurozona y la UE se enfrentan a múltiples amenazas, y todas ellas demandan una respuesta colectiva. Pero en cambio, vemos a los estados miembros cada vez más abocados a dar respuestas nacionales, lo que atenta contra la posibilidad de implementar soluciones paneuropeas (la crisis de las migraciones es un ejemplo trágicamente elocuente).

Europa necesita más cooperación, integración, reparto de riesgos y solidaridad. Pero hoy parece que los europeos optan por el nacionalismo, la balcanización, la divergencia y la desintegración.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Feder…)

Un clásico: las permanentes "rectificaciones" a la baja del FMI (al fondo, a la derecha)

– Otro año de debilidad para la economía mundial (Project Syndicate – 4/1/16)

Washington, DC.- El pasado abril, el Fondo Monetario Internacional proyectó que la economía mundial crecería el 3,5 % en 2015. Durante los meses siguientes, fue reduciendo continuamente su pronóstico hasta llegar al 3,1 % en octubre. Pero el FMI continuó insistiendo -como lo viene haciendo con una predecibilidad casi banal en los últimos siete años- que el año que viene será mejor, aunque con casi completa seguridad se equivoca una vez más.

Para empezar, la tasa de crecimiento del comercio mundial es de un anémico 2 %, frente al 8 % registrado entre 2003 y 2007. Mientras que el crecimiento del comercio durante esos años vertiginosos superó con creces al del PIB mundial -cuyo promedio fue del 4,5 %- últimamente las tasas de crecimiento del comercio y el PIB han sido aproximadamente iguales. Incluso si el crecimiento del PIB supera al del comercio este año, probablemente no vaya más allá del 2,7 %.

La pregunta es: ¿por qué? Según Christina y David Romer de la Universidad de California, Berkeley, los temblores posteriores a las crisis financieras modernas -es decir, desde la Segunda Guerra Mundial- se desvanecen pasados 2 o 3 años. Los economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff dicen que son necesarios cinco años para que un país se recupere de una crisis financiera. Y, de hecho, los trastornos financieros de 2007-2008 han desaparecido en gran medida. ¿Cómo se explica entonces la lentitud de la recuperación económica?

Una explicación popular reside en la confusa noción del "estancamiento secular": la depresión de la demanda de bienes y servicios a largo plazo está socavando los incentivos para invertir y contratar. Pero la demanda solo será débil si la gente carece de confianza en el futuro. La única explicación lógica para esta continua falta de confianza, como lo ha documentado y sostenido meticulosamente Robert Gordon, de la Northwestern University, es el lento crecimiento de la productividad.

Antes de la crisis -y especialmente entre 2003 y 2007- el lento crecimiento de la productividad quedó oculto tras una ilusoria sensación de prosperidad en gran parte del mundo. En algunos países -especialmente en Estados Unidos, España e Irlanda- la suba de los precios de los inmuebles, la construcción especulativa y la toma de riesgos financieros se reforzaban entre sí. Simultáneamente, los países amplificaban el crecimiento de los demás a través del comercio.

China fue crucial para esta bonanza mundial: el gigante en ascenso inundó el mundo con exportaciones baratas y limitó la inflación global. Igualmente importantes fueron las gigantescas importaciones chinas de materias primas -que impulsaron a muchas economías africanas y latinoamericanas- y su compra de automóviles y máquinas alemanes, que permitió a la mayor economía europea mantener en vibrante actividad a sus cadenas regionales de aprovisionamiento.

Esta dinámica se revirtió alrededor de marzo de 2008, cuando EEUU rescató del colapso a su quinto mayor banco de inversiones, Bear Sterns. Con los bancos de la zona del euro también profundamente involucrados en el desastre de las hipotecas de alto riesgo y desesperadamente necesitados de dólares estadounidenses, tanto Estados Unidos como gran parte de Europa comenzaron a deslizarse implacablemente hacia la recesión. Mientras que en los años de bonanza el comercio mundial difundió la prodigalidad, ahora diseminaba el malestar. Con la baja de las tasas de crecimiento del PIB de los distintos países cayeron también sus importaciones, y eso llevó a que sus socios comerciales también redujeran su crecimiento.

La economía estadounidense comenzó a salir de su recesión en el segundo semestre de 2009, en gran parte gracias a una política monetaria agresiva y a medidas para estabilizar el sistema financiero. Los responsables de las políticas en la zona del euro, por el contrario, rechazaron los estímulos monetarios e implementaron medidas de austeridad fiscal mientras ignoraban las crecientes dificultades que atravesaban sus bancos. La zona del euro empujó así al mundo hacia una segunda recesión mundial.

Justo cuando parecía que la recesión había terminado, las economías emergentes comenzaron a desmoronarse. Durante años los analistas habían promocionado las reformas en el gobierno y para mejorar el crecimiento que supuestamente habían introducido los líderes de esos países. En octubre de 2012 el FMI celebró la "resiliencia" de las economías emergentes. Como a propósito, la fachada comenzó a resquebrajarse y revelar una verdad inconveniente: ciertos factores, como los elevados precios de las materias primas y los masivos ingresos de capitales, habían estado ocultando graves debilidades económicas, mientras legitimaban una cultura de ostensible desigualdad y rampante corrupción.

Estos problemas ahora se amplían debido a la desaceleración del crecimiento en China, el fulcro del comercio mundial. Y lo peor aún está por llegar. Hay que solucionar el enorme exceso de capacidad industrial y oferta inmobiliaria en China; hay que poner freno al orgullo desmedido que impulsa sus adquisiciones globales y desmantelar sus redes de corrupción.

En pocas palabras, los factores que debilitaron la economía mundial en 2015 continuarán -y en algunos casos pueden incluso intensificarse- en el nuevo año. Las economías emergentes mantendrán su debilidad. La zona del euro, después de disfrutar un aplazamiento temporal de la austeridad, se verá limitada por la apatía del comercio global. La suba de las tasas de interés de los bonos corporativos presagia un menor crecimiento en EEUU. El colapso del valor de los activos chinos podría disparar turbulencias financieras. Y los responsables de las políticas van a la deriva, con poca capacidad política para poner freno a esas tendencias.

El FMI debiera dejar de pronosticar más crecimiento y alertar sobre la debilidad de la economía mundial, que continuará siendo vulnerable a menos que los líderes del mundo actúen enérgicamente para impulsar la innovación y el crecimiento. Se trata de un esfuerzo que debiera haberse hecho hace ya mucho tiempo.

(Ashoka Mody is Visiting Professor of International Economic Policy at the Woodrow Wilson School of Public and International Affairs at Princeton University and a visiting fellow at Bruegel, the Brussels-based economic think tank. He is a former mission chief for Germany and Ireland at the Internatio…)

Christine Lagarde (FMI): la insoportable levedad de la "economía menguante"

– Las transiciones del año 2016 (Project Syndicate – 6/1/16)

Washington, DC.- El ataque terrorista de noviembre en París junto con la afluencia de refugiados a Europa no son más que el síntoma más reciente de las agudas tensiones políticas y económicas en el norte de África y el Medio Oriente. Y, estos eventos de ninguna manera son hechos aislados. Existen, también, conflictos en apogeo en otros lugares; y, hay cerca de 60 millones de personas desplazadas en todo el mundo.

Además, el año 2015 está en camino de ser el año más caluroso de la historia, con un fenómeno de El Niño extremadamente fuerte que ha dado lugar a catástrofes relacionadas con el clima a lo largo del Pacífico. Y, la llegada de la normalización de las tasas de interés en Estados Unidos, junto con la desaceleración de China, está contribuyendo a una mayor incertidumbre y volatilidad de la economía mundial.

De hecho, ha habido una fuerte desaceleración en el crecimiento del comercio mundial; y, la caída de los precios de las materias primas plantea problemas para las economías basadas en recursos naturales.

Una de las razones para que la economía mundial esté tan lenta es la estabilidad financiera aún no está asegurada, a pesar de que ya transcurrieron que siete años desde del colapso de Lehman Brothers. En muchos países persisten aún debilidades en el sector financiero – y, los riesgos financieros están creciendo en los mercados emergentes.

La sumatoria de todo esto lleva a que el crecimiento mundial en el año 2016 vaya a ser decepcionante y desigual. Las perspectivas de crecimiento a mediano plazo de la economía mundial también se han debilitado, porque el crecimiento potencial se ve frenado por un nivel de productividad bajo, poblaciones que envejecen, y los legados de la crisis financiera mundial. El alto endeudamiento, el bajo nivel de inversiones y bancos débiles continúan constituyéndose como una carga para algunas economías avanzadas, especialmente en Europa; y muchas economías emergentes siguen enfrentándose a los ajustes posteriores a su auge crediticio y de inversión postcrisis.

Este panorama se ve fuertemente afectado por algunas de las principales transiciones económicas que están creando efectos de derrame y efectos de retorno de derrame a nivel mundial, en especial la transición de China a un nuevo modelo de crecimiento y la normalización de la política monetaria de EEUU. Ambos desplazamientos son necesarios y saludables. Son buenos para China, buenos para EEUU, y buenos para el mundo. El desafío es gestionarlos de la mejor y más eficiente forma posible.

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