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Los tres factores principales de la desigualdad: ingreso, riqueza y oportunidades (Parte I) (página 5)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

La Primera Revolución Industrial se basó en el motor a vapor. El invento de James Watt, presentado alrededor de 1775, impulsó la expansión de la industria del siglo XIX de sus orígenes en Inglaterra hacia Europa y Estados Unidos. La Segunda Revolución Industrial, desde el último tercio del siglo XIX al inicio de la Primera Guerra Mundial, fue impulsada por los avances en electricidad, transporte, productos químicos, acero y (especialmente) la producción y el consumo masivos. La industrialización se difundió aún más (al Japón después de la restauración Meiji y al interior de Rusia, que experimentaba una bonanza hacia los comienzos de la Primera Guerra Mundial). La Tercera Revolución Industrial llegó hacia fines del siglo pasado con la producción y difusión de las tecnologías de la información.

La promesa de una Cuarta Revolución Industrial descansa en los avances en robótica, la Internet de las cosas, los grandes datos, la telefonía móvil y la impresión 3D. Según una estimación, la adopción exitosa de estas nuevas tecnologías podría impulsar la productividad global tanto como la computadora personal e Internet lo hicieron a fines de la década de 1990. Para los inversores, la cuarta revolución ofrece oportunidades de grandes beneficios, similares a las que lograron sus predecesoras. Ya los pioneros en tecnologías de cuarta generación reciben valuaciones asombrosas.

Nuevas épocas de crecimiento de la inversión, la productividad y el nivel de vida no solo son posibles, sino que resultan probables y se repetirán con una frecuencia cada vez mayor. Y son resultado del ingenio humano, pero las nuevas ideas requieren más que ciencia básica o magia empresarial de garaje. Para ser transformadora, la tecnología debe ser adoptada y difundida en la vida diaria.

Eso es más fácil de decir que de hacer. En los inicios de la industrialización, Watt tuvo dificultades financieras y no pudo comercializar exitosamente su motor a vapor hasta formar una asociación con el fabricante inglés Matthew Boulton.

Más importante aún es que la historia sugiere que el entusiasmo -en términos macro y de mercado– puede adelantarse a la realidad. No es necesario ser un "pesimista de la productividad" (y sostener, por ejemplo, que el baño bajo techo fue la última gran invención humana) para reconocer que muchas nuevas tecnologías producen mucho menos de lo prometido, o solo recompensan a los inversores mucho tiempo después.

Vale la pena recordar que la energía a vapor antecedió a Boulton y Watt casi una centuria y que fue necesario más de medio siglo para que su invención superara a los tradicionales molinos de agua como pilar energético de la producción industrial del siglo XIX. Volta descubrió las células eléctricas en 1800, pero fueron necesarias ocho décadas más para introducir la corriente continua como forma de transmisión eléctrica.

De manera similar, ENIAC -la primera computadora electrónica– fue desarrollada en secreto durante la Segunda Guerra Mundial. La capacidad de cálculo y su uso crecieron exponencialmente durante las décadas siguientes del siglo XX; pero incluso en los 80, el economista y premio nobel Robert Solow podía bromear y afirmar que la era informática podía verse "en todas partes, excepto en las estadísticas de productividad".

Para los inversores, esta cuestión tiene implicaciones importantes (entre ellas la necesidad de ser pacientes y resistir la tentación de pagar en exceso tempranamente). Inicialmente, identificar a los perdedores (¿quién recuerda a Wang Computers?) puede ser tan importante como elegir a los ganadores.

También es importante entender la forma en que la tecnología puede transformar sectores que aparentemente no están relacionados. La llegada de la capacidad de cálculo permitió que los "hipermercados" minoristas estadounidenses -Walmart, Staples, Home Depot y otros- reemplazaran tanto a las pequeñas tiendas como a las cadenas de venta minorista establecidas en las décadas de 1950 y 1960. La capacidad de cálculo -junto con los avances en la logística del transporte, el almacenamiento y las entregas- permitió hasta la fecha que los vendedores minoristas lograran economías de escala inimaginables.

Sin embargo, hoy día estos mismos hipermercados se ven asediados por la venta minorista en línea, que promete economías de escala y eficiencias logísticas aún mayores, logrando precios menores que la más eficiente de las operaciones tradicionales.

Eso es ingenio. Pero, para parafrasear a Joseph Schumpeter, también es algo destructivo. En lenguaje actual hablamos de "tecnologías disruptivas", pero no hay que dejarse engañar por la jerga: las nuevas formas de producir cosas a menudo matan a las viejas industrias y eliminan puestos de trabajo antes de que la totalidad de los beneficios del modo sucesor de producción se haga realidad. Un cierto grado de violencia acompaña inevitablemente al progreso humano.

Por eso los ejecutivos que se reúnen en Davos este mes están discutiendo sobre "cómo dominar" la Cuarta Revolución Industrial. Independientemente de todas las promesas que inspiran asombro por los avances tecnológicos, la suya es una preocupación acertada.

(Larry Hatheway is Chief Economist of GAM Holding)

"Juego de números": el papel lo aguanta todo (no se consuela el que no quiere)

España es uno de los países europeos menos desiguales (El Español25/1/16)

El Instituto Juan de Mariana afirma que la desigualdad de la riqueza es baja y que la de la renta está sesgada al no contabilizar la sanidad, educación, vivienda, pensiones y paro

España es uno de los países con menor desigualdad real de Europa, según un informe del Instituto Juan de Mariana (IJM). El estudio, que se presentará el lunes 25, es el primero que tiene en cuenta para el cálculo de los indicadores sobre desigualdad el valor de los servicios públicos universales, el patrimonio inmobiliario, el valor capitalizado de las pensiones públicas y el capital humano fruto de la educación estatal, entre otros activos que habitualmente no se consideran. El documento señala que el principal factor de incremento de la desigualdad en España no son las rentas del capital sino la elevada tasa de desempleo.

La desigualdad en España es el título del informe que firman los economistas Iván Moncada y Juan Ramón Rallo, del IJM. Los autores desmontan cinco mitos que, a su juicio, han distorsionado el debate hasta el punto de hacer creer a la opinión pública que España tiene indicadores propios de un país en desarrollo.

El primer mito es que España está a la cabeza de Europa en la desigualdad de las rentas, es decir, los ingresos de los individuos. El estudio reconoce que el índice de Gini (el indicador convencional donde 0 es la igualdad perfecta y 1 la desigualdad absoluta) para la desigualdad de la renta en España en 2013 era de 0,34, mucho más alto que la media de la Unión Europea que era del 0,31 y lejos de países más igualitarios en renta como Suecia, Holanda o Finlandia (en torno a 0,25). Sin embargo, el cálculo es incompleto porque se basa en rentas puramente monetarias. Cuando se añade el valor de los alquileres imputados, el índice de Gini baja a 0,30, nivel comparable al de Alemania o Italia (en torno a 0,29) y una centésima más bajo que el de Francia.

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Además, si se contabilizaran como rentas ciertos servicios públicos que no se valoran habitualmente como la Sanidad universal, la Educación pública y la vivienda social, el índice de Gini de rentas en España bajaría otro 20%. "La desigualdad de la renta real en España, si bien no es de las menores de Europa, si es sustancialmente menor de lo que se suele expresar una vez se tienen en cuenta rentas en especie como los alquileres no imputados y los servicios públicos no contabilizados", afirman los autores.

El segundo mito que aborda el estudio tiene que ver con la desigualdad de la riqueza, es decir, el patrimonio personal. El índice de Gini de riqueza para España es de 0,67, "uno de los menores de Europa" señala el informe junto con Bélgica (0,63) e Italia (0,67) y muy lejos de países más desiguales como Dinamarca (0,89), Suecia (0,81), Austria (0,78) o Alemania (0,78). "El motivo principal por el que España es uno de los países más igualitarios en riqueza es que la propiedad inmobiliaria está más extendida que en la mayoría de los países europeos", sostiene el informe.

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Las mediciones habituales de riqueza patrimonial tampoco contemplan el valor capitalizado del derecho a una pensión pública (contributiva o no), el valor actual de seguros y servicios públicos (desempleo, sanidad y otras rentas o servicios) y el valor del capital humano, que en gran parte se nutre del sistema estatal. "La contabilización de estos activos mostraría que la desigualdad en la riqueza en realidad es sustancialmente menor de lo que las métricas muestran", dicen los autores.

El tercer mito que aborda el informe es el que sostiene que la elevada remuneración de las rentas de capital es la principal causa de la desigualdad en España. Según el estudio, es la elevada tasa de desempleo la principal causa de desigualdad en la renta. Una liberalización profunda del mercado laboral, según los autores, "dejaría de imposibilitar que quienes están peor puedan progresas por sus propios medios".

El cuarto mito rebate la idea de que la desigualdad de la renta sea el mejor indicador de la desigualdad en una sociedad. Según los autores, "la forma más adecuada de medir el bienestar real de la población resulta de medir no la desigualdad de la renta sino la del consumo". El índice de Gini del consumo en España medido en 2010 era de (0,22), igual que el de Suecia o Bélgica, y por debajo de países como Dinamarca y Francia (0,23) o Alemania (0,27). Los resultados son similares si se estudia el consumo del 20% de la población que más consume y del 20% que menos lo hace. En el cálculo del índice de Gini de consumo también se omiten partidas que sesgan al alza la desigualdad como los servicios sanitarios o educativos.

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El último mito que aborda el informe es el de que España es un país con bajísima movilidad social. Según el estudio, la movilidad social en España es más elevada que Alemania, Francia o Reino Unido según las medidas de elasticidad intergeneracional. "La movilidad social hace que la desigualdad de la renta tienda a difuminarse entre generaciones", señala. Y en España esto estaría sucediendo a un ritmo mayor que en los principales países de Europa.

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El informe señala que la desigualdad entre los españoles "se ha convertido en una de las mayores obsesiones de los partidos políticos y en uno de los indicadores preferidos por los medios de comunicación para ilustrar las devastadoras secuelas de la crisis". A juicio de Rallo y Moncada, de aquí ha surgido "un relato tergiversado e ideologizado de la realidad social y económica de nuestro país".

Los "grandes bonetes" reunidos en Davos, predicen el "futuro del empleo" (¿acertarán?)

– Cuatro claves sobre el futuro del empleo en 2025 de las que se habló en Davos (Libertad Digital – 27/1/16)

Las nuevas tecnologías cambiarán la realidad a muy corto plazo. Miles de trabajos quedarán obsoletos y aparecerán otros nuevos.

En 1989, Robert Zemeckis rodó la segunda parte de su taquillazo, Regreso al futuro. En esta secuela, Marty McFly no viaja al pasado, sino al futuro, en concreto al 21 de octubre de 2015. Hace poco que se cumplió la efeméride y parece que las apuestas de los guionistas respecto de lo que pasaría 25 años después no fueron especialmente proféticas. Se acercaron en algunas cosas (por ejemplo, en esa televisión con la que se pueden hacer videollamadas) y se quedaron muy lejos en otras (como las autopistas para coches volantes).

En Davos, cada año, se reúnen economistas, políticos, periodistas, sabios y gurús varios. Hablan de todo, pero la futurología también es habitual en los principales debates. ¿Qué va a pasar en las próximas décadas? ¿Cómo será el mundo de 2040? ¿Cuáles son las tendencias de la economía mundial en los que vienen? Habría que ver si lo que han escrito en años anteriores todos estos líderes mundiales ha tenido más éxito que Zemeckis y los suyos. No parece que acierten demasiado, pero no desfallecen. Este año, el tema estrella ha girado en torno a la pregunta de cómo cambiará nuestras vidas la que se ha dado en llamar "Cuarta Revolución Industrial". En palabras de Fulvia Montresor, directora de tecnología del World Economic Forum, "ésta es una revolución dirigida por el asombroso alcance de las nuevas tecnologías que están borrando las fronteras entre la gente, internet y el mundo físico".

Son cosas de las que se habla a menudo, pero a veces parecen muy lejanas. Ya no. Viendo las respuestas de los asistentes a las conferencias, uno se pregunta si es posible que todo eso vaya a ocurrir en tan corto período de tiempo. No sólo eso. Todos estos avances tienen una derivada en el mercado laboral. Habrá áreas en las que se disparará la demanda de profesionales y otras que serán borradas de un plumazo por los nuevos avances. La historia de la humanidad es una demostración constante de cómo estos avances no sólo no empobrecen, sino que generan más riqueza bienestar y empleo. Aun así, probablemente resurgirá alguna forma de neo-ludismo (aquel movimiento que destrozaba las máquinas que creían que les robaban el trabajo). Habrá tensiones entre países y continentes. Las posibilidades se multiplicarán y nuestra calidad de vida también. Las siguientes son las predicciones más interesantes-curiosas-llamativas realizadas por los sabios reunidos en la localidad suiza. ¿Tendrán razón?

Las predicciones

El siguiente gráfico recoge las respuestas de 800 ejecutivos expertos del sector tecnológico. Les preguntaron su opinión acerca de la implantación de diferentes tecnologías en la próxima década. Es decir, si creían que estas novedades estarían operativas para el año 2025. Puede parecer mucho tiempo, pero hablamos de menos de una década y algunos de los cambios por los que apuestan serían muy llamativos. Por ejemplo, el 91% de estos gurús cree que el 10% de las personas llevará ropa que estará conectada a internet, el 84% apuesta porque el primer coche realizado con una impresora 3D estará en la cadena de montaje y el 78% piensa que el número de coches sin conductor (autónomos) alcanzará el 10% de los que estén circulando, lo que implicaría una cuota de mercado en nuevas ventas a partir de 2020 por encima del 20-25%.

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WEF 2016

Podría decirse que el párrafo anterior es la parte positiva, pero este desarrollo también tiene otra cara. Las nuevas tecnologías harán que miles de puestos de trabajo ya no sean necesarios. Al igual que ahora hay menos mozos de cuadra que en 1900 o menos taquilleros de cine que en 1980, en 2025 o 2030 habrá menos trabajadores en otros puestos. El siguiente gráfico muestra los empleos que más probabilidades tienen de ser automatizados, según un estudio de la Universidad de Oxford. El primero sería algo así como "agente de préstamos" y haría referencia a aquellas personas que evalúan la idoneidad de una persona para ser merecedora de un crédito. Cada vez más, la decisión la tomará un ordenador, en función de las características del peticionario: ingresos, historial de pagos, bienes en propiedad, cantidad demandada…

Como vemos, muchos otros oficios más comunes también están en peligro, desde recepcionistas a comerciantes, taxistas o guardas de seguridad. No es que vayan a desaparecer, pero sí que disminuirá su número y probablemente cambien mucho sus tareas (entre otras cosas porque tendrán que interactuar con los ordenadores, que les proveerán de información). En el lado contrario de la escala, parece que abogados, músicos, profesores o médicos tienen poco de lo que preocuparse: los ordenadores también cambiarán la forma en la que ejecutan sus trabajos, pero la presencia de un humano en estas ocupaciones seguirá siendo imprescindible.

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Esto nos lleva al siguiente gráfico, que recoge qué es lo que están buscando las empresas de 2015 y qué buscarán en 2020. No nos referimos tanto a una titulación oficial o una formación reglada, sino más bien a las habilidades que los empleadores más valoran. No es algo baladí. Por ejemplo, hace medio siglo, las pruebas de los departamentos de recursos humanos se centraban en conocimientos objetivos más o menos fáciles de comprobar.

Según una encuesta realizada en empresas norteamericanas en los años 60, las habilidades más buscadas eran el dominio del lenguaje y de las reglas matemáticas básicas. Y desde el punto de vista de la titulación, la clave era tener un grado en una de las universidades de más fama. Ahora, la lista de habilidades la encabeza la capacidad para resolver problemas complejos, trabajar en equipo o dirigir a un grupo de personas. En los próximos años, las modas dicen que lo más preciado serán el pensamiento crítico o la creatividad. Y en el sector de la educación, los grandes actores se están moviendo mientras muchos de los títulos tradicionales y las carreras clásicas pierden su atractivo para estudiantes y empresas.

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Con todo esto en la cabeza, habrá quien se pregunte qué es lo que debe hacer para adaptarse al nuevo mercado laboral que se nos viene encima. ¿Cambiar de sector? ¿Dar unos cursos? Sólo con inglés e informática ya no se va ni a la vuelta de la esquina. Según el informe del WEF, El futuro del empleo, habrá industrias que perderán millones de empleos en los próximos cinco años y otras que los ganarán. Como puede verse en el siguiente gráfico, entre los que pierden tenemos los trabajos administrativos y manufactureros; los ganadores del cambio están más distribuidos, con el sector financiero y el informático en cabeza de la tendencia positiva.

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Palabra de un Nobel: "hasta ahora no se han visto estrategias de crecimiento integrales"

– En busca de estrategias de crecimiento (Proyect Syndicate – 28/1/16)

Milán.- En 2008, la Comisión sobre Crecimiento y Desarrollo del Banco Mundial, que tuve el privilegio de presidir, presentó un informe con conocimiento actualizado sobre los modelos de crecimiento sostenible. Entonces, como ahora, una cosa estaba clara: las políticas que sostienen períodos de varias décadas de alto crecimiento, transformación estructural, aumento del empleo y los ingresos, y gran reducción de la pobreza se refuerzan mutuamente. El impacto de cada una resulta amplificado por las otras. Son ingredientes en recetas que funcionan, y lo mismo que en las recetas, la falta de un ingrediente puede afectar seriamente el resultado.

Para comprender las pautas de crecimiento (débil, frágil y con visos de empeorar) que vemos hoy en muchos países y en toda la economía mundial, deberíamos comparar la realidad con lo que esperaríamos ver en unas estrategias de crecimiento razonablemente integrales. Claro que hay muchas políticas capaces de sostener un crecimiento elevado, y hasta cierto punto dependen de cada país. Pero hay unos pocos ingredientes clave que aparecen en todos los ejemplos de éxito conocidos.

El primero es un alto nivel de inversión pública y privada. Los países en desarrollo exitosos invierten el 30% de su PIB o más. El componente del sector público (infraestructura, capital humano y la base de conocimiento y tecnología de la economía) se sitúa en la franja del 5 al 7%. Y las inversiones de los sectores público y privado son complementarias: las primeras aumentan la rentabilidad de las segundas, y con ella, su volumen.

La inversión privada local y extranjera depende de una multitud de otros factores que afectan los riesgos y rendimientos. Entre ellos, la preparación de la fuerza laboral, la protección del derecho de propiedad y las instituciones legales relacionadas, la facilidad para hacer negocios (por ejemplo, cuántos trámites y tiempo se necesitan para abrir una empresa) y la ausencia de rigideces en los mercados de productos y factores (mano de obra, capital y materias primas).

Sobre todo, el clima de inversiones resulta favorecido por la estabilidad: una gestión macroeconómica competente y alerta, y la eficacia y continuidad de la política. A la inversa, la incertidumbre respecto del crecimiento o del compromiso con un programa de reformas razonablemente coherente repercute negativamente sobre las inversiones.

Un segundo ingrediente común de las estrategias de crecimiento sostenible es que esos niveles de inversión relativamente altos se financian con ahorro local. La dependencia sustancial del ahorro externo (que se manifiesta por la persistencia de grandes déficit de cuenta corriente) suele terminar mal, en forma de crisis de deuda y grandes retrocesos en la senda del crecimiento.

También es crucial la apertura a la economía global en relación con el comercio internacional y las inversiones. Por ejemplo, la inversión extranjera directa es un canal fundamental para transmitir y adaptar el stock acumulado global de tecnología y conocimiento. Y la competitividad de las exportaciones mejora conforme se invierte en construir eslabones en las cadenas globales de suministro.

La cuenta de capital es un asunto más complejo. En general, las economías en desarrollo exitosas la administran para evitar una volatilidad excesiva, incluida la resultante de perturbaciones o desequilibrios procedentes del exterior y de la dependencia excesiva de la financiación externa. Además, la mayoría de los países exitosos administran el tipo de cambio para adecuarlo al crecimiento de la productividad, mediante una combinación de controles de capitales, política monetaria y acumulación o desacumulación de reservas. Tanto la sobrevaluación como la subvaluación de la divisa producen diversos efectos adversos, pero la persistencia de lo primero es más problemática para la estabilidad y el crecimiento.

Por último, la inclusión también es un componente clave de las estrategias de desarrollo exitosas. Los modelos de crecimiento que sistemáticamente excluyen a subgrupos fracasan por la pérdida de cohesión política y social, y en última instancia, de apoyo. Pero una desigualdad de ingresos que no sea exagerada y que no surja de la corrupción o del acceso privilegiado a mercados se comprende y acepta. La provisión de servicios básicos (como educación y atención médica) de alta calidad se ve como un elemento crucial para la igualdad de oportunidades y la movilidad intergeneracional.

Hechas estas consideraciones, podemos evaluar la situación actual en materia de crecimiento, en la economía global y en sus diversas partes.

Lo primero que observamos es que la inversión del sector público está por debajo de los niveles necesarios para recrear y sostener el crecimiento, lo que se debe en parte a restricciones fiscales en países excesivamente endeudados. Descartada la cesación de pagos, la forma normal de reducir el peso de las deudas soberanas es el crecimiento nominal. Pero no se ven políticas orientadas al crecimiento, más allá de la contribución que pueda hacer la política monetaria, y la inflación es inferior a las metas fijadas. En tanto, grandes reservas de ahorro en fondos soberanos de inversión, fondos de pensiones y compañías aseguradoras no encuentran una adecuada utilización en el sector público, tal vez por obstáculos en los canales de intermediación relacionados con el riesgo y los incentivos.

La inversión del sector privado (en activos tangibles e intangibles) también está por debajo de los niveles de crecimiento sostenible (aunque en algunos sectores tecnológicos de alto crecimiento vemos tendencias contrarias). Los factores intervinientes incluyen la escasez de demanda agregada, altos niveles de incertidumbre respecto de las políticas y agendas regulatorias, y dudas crecientes sobre importantes motores del crecimiento global como China. Además, en algunas economías repercuten negativamente la lentitud de la reforma impositiva y rigideces estructurales en los mercados de productos y factores inducidas por las políticas.

En relación con la inclusión, buena parte de un esclarecedor análisis reciente señala los cambios impulsados por la tecnología en la estructura económica y los mercados laborales, por el lado de la demanda, y la globalización, que dejó falencias educativas y de capacidades en el lado de la oferta, que cambia más lentamente. La polarización del mercado laboral y el aumento de la desigualdad de ingresos, en parte resultado de estas fuerzas, tienen efectos adversos sobre la demanda final y, más importante, sobre los recursos que las personas y las familias tienen para invertir en su propio capital humano.

En síntesis, una estrategia razonablemente integral para recrear crecimiento en el nivel nacional e internacional debería incluir medidas para liberar y aumentar la inversión pública y privada, lo que contribuiría a la demanda agregada. También incluiría una variedad de reformas para fortalecer los incentivos a la inversión privada. Y una agenda de inclusión que apunte al desequilibrio estructural en los mercados de mano de obra y a la potencialmente destructiva desigualdad de ingresos. Pero hasta ahora, con pocas excepciones, no se han visto estrategias de crecimiento integrales como las descritas.

Si no solo se implementaran, sino que también se las sincronizara entre las principales economías, se reforzarían mutuamente por los efectos derrame positivos del comercio internacional (una clara tarea para el G-20). A falta de tales estrategias, es previsible un largo período de crecimiento insuficiente e incierto (en el mejor de los casos), con riesgos derivados del aumento de endeudamiento en un contexto prolongado de deflación y bajos tipos de interés. Y lamentablemente puede imaginarse un resultado todavía peor: una pérdida mayor de la cohesión política y social de la que depende una respuesta política vigorosa. Si se llegara a ese punto, sería difícil salir del estancamiento.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong …)

El "testamento en vida" de la crisis: "heredarás" mis deudas (privadas y públicas)

– ¿Cuánta deuda es demasiada? (Project Syndicate – 28/1/16)

Londres.- ¿Existe un ratio "seguro" de deuda/ingreso para los hogares o de deuda/PIB para los gobiernos? En ambos casos, la respuesta es sí. Y, en ambos casos, es imposible decir exactamente cuál es ese ratio. Sin embargo, ésta se ha convertido en la cuestión macroeconómica más urgente del momento, debido no solo a una espiral de deuda de los hogares y del gobierno desde el año 2000, sino también -y más importante- a la preocupación excesiva que está generando ahora la deuda del gobierno.

Según un informe de 2015 realizado por el McKinsey Global Institute, la deuda de los hogares en muchos países avanzados se duplicó, a más del 200% de los ingresos, entre 2000 y 2007. Desde entonces, los hogares en los países más afectados por la crisis económica de 2008-2009 se han desendeudado de alguna manera, pero el ratio de deuda de los hogares en la mayoría de los países avanzados siguió creciendo.

El aumento significativo de la deuda gubernamental se produjo tras el colapso de 2008-2009. Por ejemplo, la deuda del gobierno británico creció de apenas por encima del 40% del PIB en 2007 al 92% hoy. Los esfuerzos persistentes por parte de los gobiernos altamente endeudados por eliminar sus déficits han hecho que los ratios de deuda aumentaran, reduciendo el PIB, como en Grecia, o retardando la recuperación, como en el Reino Unido.

Antes de que las finanzas modernas facilitaran la posibilidad de vivir de dinero prestado, endeudarse era considerado inmoral. "No seas ni prestatario ni prestador", le aconseja Polonio de Shakespeare a su hijo Laertes. La expectativa de un crecimiento económico ininterrumpido trajo una nueva perspectiva. La deuda hipotecaria, desconocida hace un siglo, hoy representa el 74% de la deuda de los hogares en los países desarrollados (43% en los países en desarrollo). Los bancos han prestado, y los hogares se han endeudado, como si mañana con certeza fuera a ser mejor que hoy.

De la misma manera, se solía esperar que los gobiernos equilibraran sus presupuestos, excepto en tiempos de guerra. Pero ellos también llegaron a esperar ingresos siempre en alza a tasas impositivas intactas, o incluso en descenso. De manera que parecía prudente endeudarse a futuro.

Hoy, en un momento en que muchos hogares y gobiernos enfrentan serios problemas financieros, eso ya no parece ser así. Pero la única certeza es que el ratio de deuda "seguro" depende del contexto.

Consideremos el caso de Dinamarca y Estados Unidos. En 2007, el ratio de deuda/ingresos de los hogares en Dinamarca alcanzó el 269%, mientras que el pico en Estados Unidos fue del 125%. Pero las tasas de impago de los hogares han sido insignificantes en Dinamarca, a diferencia de Estados Unidos donde, en los momentos más álgidos de la recesión, casi una cuarta parte de las hipotecas estaban "bajo el agua" y algunos propietarios optaron por un impago estratégico -impulsando una mayor presión a la baja sobre los precios de las viviendas y perjudicando a otros hogares endeudados.

Esto se puede atribuir a la distribución de los prestatarios. En Dinamarca, los hogares de altos ingresos son los que más se endeudaron, en relación a sus ingresos, y las exigencias para los préstamos hipotecarios se mantuvieron altas (las hipotecas no podían superar el 80% del valor de la propiedad). En Estados Unidos, los hogares con los ingresos más bajos (el quintil inferior) tenían el mayor ratio deuda/ingresos que el 10% superior, y las hipotecas se repartían como chicles. En Estados Unidos, así como en España e Irlanda, los bancos y los hogares se convirtieron en lo que el columnista del Financial Times Martin Wolf dio en llamar "especuladores altamente apalancados en un activo fijo".

En cuanto a la deuda gubernamental, el ratio deuda/PIB de Japón es de 230%, comparado con el 177% de Grecia. Pero las consecuencias han sido mucho más sombrías en Grecia que en Japón. La distribución de los acreedores es crucial. La mayoría de los tenedores de bonos de Japón son ciudadanos japoneses (si no el banco central) y les interesa la estabilidad política. La mayoría de los tenedores de bonos griegos son bancos extranjeros. Aun así, si bien las crisis de confianza surgen mucho antes si la deuda está esencialmente en manos de extranjeros, no se han tomado medidas para restringir el endeudamiento del gobierno a fuentes domésticas.

Ahora sabemos que la expectativa de crecimiento ininterrumpido fue una ilusión. Pero los gobiernos han sido lentos a la hora de rearmarse contra la nueva crisis. Las herramientas macro-prudenciales como el capital contracíclico y los requerimientos de reservas a los bancos se han visto debilitadas por los intereses particulares de la industria financiera. Y, si bien los gobiernos han intentado (aunque de manera ineficaz) reducir su pasivo neto, han venido estimulando a los hogares para que aumentaran su deuda, a fin de respaldar el restablecimiento de un crecimiento "saludable".

El informe de McKinsey utiliza datos de consenso del Fondo Monetario Internacional y la OCDE para pronosticar que, con las excepciones destacadas de Alemania, Grecia e Irlanda, todo indica que el ratio deuda/PIB en las economías avanzadas va a aumentar. Esto parece alarmante. Pero gran parte de la alarma se basa en el concepto muchas veces repetido de que el gasto del gobierno es improductivo y una carga para las generaciones futuras. En verdad, las generaciones futuras se beneficiarán más que la actual con la inversión del gobierno en infraestructura, de manera que es razonable que deban hacerse cargo de gran parte de esa inversión.

El objetivo por el cual se incurre en deuda es importante. Las crisis de deuda son más probables si la deuda se utiliza para cubrir el gasto actual. Pero ahora, cuando las tasas de interés real son de casi cero o negativas, es el momento ideal para que los gobiernos se endeuden para gastos de capital. Los tenedores de bonos no deberían preocuparse por la deuda si ésta da lugar a un activo productivo.

Hoy en día todos los gobiernos apuntan a que un excedente fiscal pague la deuda. Esto es sensato, pero lo importante es cómo se hace. En condiciones de recuperación incompleta y de crecimiento que se estanca, aumentar los impuestos o recortar el gasto en asistencia social es la estrategia equivocada; la consolidación fiscal exige tomar medidas activas para aumentar el crecimiento del PIB.

En el largo plazo, esto se puede lograr solo si se aumenta la productividad. Pero los gobiernos pueden ayudar a que el largo plazo se vuelva más corto. Se han basado en la impresión de billetes para compensar los efectos deflacionarios de sus políticas fiscales. Pero como señala McKinsey, "la liquidez… no puede traducirse en inflación cuando la demanda está deprimida, la tendencia al ahorro es alta y los bancos siguen desendeudándose".

La política fiscal expansionaria es un tabú, porque amenaza con aumentar aún más la deuda nacional. Pero en gran medida depende de cómo los gobiernos presentan sus cuentas. En 2014, el Banco de Inglaterra tenía el 24% de la deuda gubernamental del Reino Unido. Si descontamos esto, el ratio deuda/PIB del Reino Unido era del 63%, no del 92%.

De manera que resulta más sensato centrarse en la deuda sin incluir el endeudamiento gubernamental con el banco central. Los gobiernos deberían estar dispuestos a decir que no tienen ninguna intención de saldar la deuda que le deben a su propio banco. El financiamiento monetario del gasto del gobierno es una de esas ideas tabú que seguramente ganará respaldo si, como es probable, la recuperación económica se paraliza.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party…)

Las innovaciones tecnológicas tienen impacto social, económico y político

– Así nos ha cambiado la vida la tecnología (Expansión – 31/1/16)

(Por Martin Wolf – FT)

Se ha vuelto habitual hablar de tecnología como si fuera un sector especial de la economía que consiste en la fabricación de productos electrónicos sofisticados, la creación de software, y la prestación de servicios que dependen de la tecnología de la información.

Esta es una definición demasiado escueta. Cada técnica que los seres humanos han inventado, desde el hacha de piedra en adelante, es tecnología. La capacidad de los humanos para inventar tecnologías es su principal característica. Por otra parte, las nuevas tecnologías como el ordenador e Internet, tienen efectos que se encuentran muy lejos del sector de la tecnología, en sentido estricto. Necesitamos evaluar las innovaciones contemporáneas en un contexto más amplio. He aquí seis puntos sobre estos cambios.

1. PENETRACIÓN DE LA TECNOLOGÍA EN LAS COMUNICACIONES

La penetración de las recientes innovaciones en la tecnología de las comunicaciones ha sido sorprendentemente rápida. A finales de 2015, había más de 7.000 millones de suscripciones de telefonía móvil, una tasa de penetración del 97% frente al 10% de 2000. El acceso a Internet aumentó del 7% al 43% en el mismo periodo. En términos económicos, esto ha dado lugar al auge del comercio electrónico, la transformación de las industrias cuyos productos se pueden convertir en bits (la música, el cine y las noticias, por ejemplo) y el surgimiento de la economía colaborativa. En el ámbito social, ha alterado la interacción humana. Con respecto a la política, ha afectado a las relaciones entre gobernantes y gobernados.

2. BRECHA DIGITAL

Existe una brecha digital sustancial. En 2015, el 81% de los hogares de países desarrollados tenía acceso a Internet, en los países emergentes la proporción fue del 34% y en los países menos desarrollados no superaba el 7%.

3. PRODUCTIVIDAD

La llegada de Internet y de los móviles no ha logrado generar un repunte sostenido del crecimiento de la productividad. Esto es más evidente en EEUU, la economía más productiva e innovadora del mundo durante más de un siglo. La producción por hora trabajada en EEUU creció a un ritmo del 3% anual en los 10 años previos a 1966. A partir de esa fecha, el ritmo de crecimiento se redujo, cayendo a sólo un 1,2% en los diez años anteriores al inicio de la década de 1980. Tras el lanzamiento de la web a nivel mundial, la media variable aumentó al 2,5% en los diez años previos a 2005. Pero luego cayó a apenas un 1% en la década previa a 2015. No debería sorprendernos. Como Robert Gordon de la Universidad de Northwestern argumenta, el agua potable, el alcantarillado moderno, la electricidad, el teléfono, la radio, la industria del petróleo, el motor de combustión interna, el automóvil y el avión -todas las innovaciones de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX- fueron mucho más transformadoras que las tecnologías de la información de los últimos 75 años. Algunos argumentan que las estadísticas no miden la producción correctamente, al no capturar servicios gratuitos, como las búsquedas, que generan importantes plusvalías. Y piense en los beneficios de la luz eléctrica para los estudiantes.

4. MÁS DESIGUALDAD

Las nuevas tecnologías han conducido a una mayor desigualdad, por lo menos en tres aspectos. Uno de ellos es el surgimiento de mercados donde el ganador se lo lleva todo. Otro es el aumento de la globalización, y un último es la explosión de las operaciones financieras y otras actividades financieras lucrativas.

5. INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Algunos sostienen que la llegada de los robots y la inteligencia artificial transformarán los mercados de trabajo, haciendo que incluso habilidades muy sofisticadas estén de más. Esto podría, de ser cierto, generar divisiones fundamentales entre los propietarios de los robots y el resto de la población como las que existen entre terratenientes y los campesinos sin tierra.

6. PRIVACIDAD

El aumento de las comunicaciones globales, de las enormes corporaciones habilitadas con tecnología y del big data plantean preguntas difíciles sobre la privacidad, la seguridad nacional, la capacidad fiscal y, en términos más generales, la relación entre los gobiernos, las corporaciones y los ciudadanos. Las tecnologías son herramientas. Ofrecen oportunidades y riesgos. Lo que hacemos con ellas, como siempre, depende de nosotros.

¡Alegría, alegría! Nuestra pobreza hace ricos a los chinos, vietnamitas, camboyanos…

– La invención de la desigualdad (Project Syndicate – 29/1/16)

Londres.- Todo el mundo parece mencionar -y condenar- el creciente nivel de desigualdad económica de hoy. Alimentado por estadísticas estridentes como la reciente revelación de Oxfam de que las 62 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que los 3.600 millones de personas más pobres, el respaldo popular por figuras de izquierda como Bernie Sanders en Estados Unidos y Jeremy Corbyn en Gran Bretaña está creciendo. Pero los debates actuales impulsados por la ideología simplifican demasiado una cuestión que es extremadamente compleja -y está afectada por procesos que no llegamos a entender plenamente.

Muchos de quienes participan del debate sobre la desigualdad hoy citan el libro de 2014 del economista francés Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, que destaca tres puntos fundamentales. Primero, en los últimos 30 años, el ratio de riqueza e ingreso ha aumentado de manera constante. Segundo, si el retorno total sobre la riqueza es superior al crecimiento de los ingresos, la riqueza necesariamente está cada vez más concentrada. Tercero, esta desigualdad creciente se debe revertir a través de impuestos confiscatorios antes de que destruya a la sociedad.

A primera vista, los puntos podrían parecer convincentes. Pero la primera afirmación es poco más que una perogrullada, y a la segunda la contradicen los propios datos de Piketty, lo cual hace que el tercer punto resulte irrelevante.

Piketty observa un creciente ratio riqueza/ingresos de 1970 a 2010 -un período dividido por un cambio significativo en el contexto monetario-. De 1970 a 1980, las economías occidentales experimentaron una creciente inflación, acompañada de subas de las tasas de interés. Durante ese período, el ratio riqueza/ingresos aumentó sólo modestamente -si es que aumentó- en esos países.

De 1980 en adelante, las tasas de interés nominal cayeron drásticamente. No sorprende que el valor de la riqueza aumentara mucho más rápido que el del ingreso durante este período, porque el valor de los activos que conforman la riqueza representa esencialmente el valor actual neto de los flujos de caja que se esperan en el futuro, descontado a la tasa de interés actual.

El ejemplo más claro es un bono gubernamental. Pero el valor de una vivienda se determina de manera similar: de acuerdo con la renta que se espera que genere, capitalizada a la tasa de interés nominal actual. Las acciones también están valuadas a un múltiplo superior de ingresos cuando las tasas de interés caen.

Al determinar el valor de la riqueza total, Piketty incluyó tanto el ingreso generado por los activos como su apreciación. Mientras tanto, los ingresos se capitalizaron a tasas de interés en baja durante más de una generación. En este sentido, su observación de que la riqueza creció más rápido que el ingreso tiene sentido -es una consecuencia directa de la caída de las tasas de interés.

¿Qué impacto tienen las tasas de interés más bajas en la desigualdad medida? Si yo tengo una casa y mi vecino tiene dos, y las tasas de interés en baja hacen que el valor de esas casas se duplique, la desigualdad monetaria entre nosotros también se duplica, afectando una variedad de indicadores estadísticos y generando una preocupación bien intencionada. Pero la realidad es que yo sigo teniendo una casa y mi vecino sigue teniendo dos. Inclusive la accesibilidad relativa de las casas no cambia demasiado, porque las tasas de interés más bajas hacen posibles hipotecas mayores.

Para una mayor evidencia de este fenómeno, consideremos los propios datos de Piketty. En Europa, Piketty señala a Italia como el país donde el ratio riqueza/ingresos creció más, a aproximadamente 680% en 2010, comparado con 230% en 1970. Alemania parece ser un país más "virtuoso", con un ratio riqueza/ingresos de 400%, superior al 210% de 1970. Lo que Piketty no menciona es que, en este período, las tasas de interés cayeron mucho más en Italia (del 20% al 4%) que en Alemania (del 10% al 2%).

El impacto real de esta dinámica en la desigualdad es precisamente lo opuesto de lo que esperaría Piketty. De hecho, no sólo los italianos, en promedio, son mucho más ricos que los alemanes; la distribución de riqueza general de Italia es mucho más equilibrada.

Un estudio de 2013 de las finanzas de los hogares en la eurozona, realizado por el Banco Central Europeo, demostró que en 2010 -el último año de la investigación de Piketty-, el hogar italiano promedio era 41% más rico que el hogar alemán promedio. Es más, mientras que la diferencia entre una riqueza media y mediana de los hogares es del 59% en Italia, es de un gigantesco 282% en Alemania.

Esta diferencia encuentra explicación, en gran medida, en el hecho de que el 59% de los hogares en Italia son propietarios de viviendas, comparado con apenas el 26% en Alemania. Un porcentaje mayor de italianos, en consecuencia, han resultado más beneficiados con una mayor caída de las tasas de interés.

Este ejemplo resalta de qué manera las decisiones de los hogares en materia de inversión inciden en los resultados de la riqueza. Lo que complica aún más las mediciones de la riqueza es el hecho de que, como señaló recientemente Martin Feldstein, para la gran mayoría de los hogares, una proporción importante de la riqueza está representada por beneficios sociales futuros no registrados.

Luego están los numerosos factores que afectan los ingresos, como la demanda de habilidades particulares. En el caso de aquellas personas cuyas capacidades no están solicitadas, la posibilidad de mejorar esas capacidades o las oportunidades de capacitación tendrán un impacto significativo en las perspectivas de ingresos. Al mismo tiempo, por encima de ciertos niveles de ingresos, una persona podría exigir un incentivo monetario sustancial para absorber el impacto en la calidad de vida asociado con una mayor responsabilidad laboral.

Claramente, la desigualdad económica es un fenómeno sumamente complejo, que se ve afectado por una gran variedad de factores -muchos de los cuales no llegamos a entender plenamente, mucho menos controlar-. Teniendo en cuenta esto, deberíamos ser cautelosos con los tipos de políticas radicales que algunos políticos están promoviendo hoy. Su impacto es impredecible, y eso puede terminar haciendo más mal que bien.

Tal vez no haga falta en absoluto una nueva estrategia. Después de todo, a nivel global, los niveles de vida están mejorando y convergiendo continuamente. Eso es algo en lo que todos, desde los populistas emergentes hasta los capitalistas acérrimos, deberían poder coincidir.

(Antonio Foglia, a board member of Banca del Ceresio, is a member of the Global Partners" Council of the Institute for New Economic Thinking)

En el nombre del "nieto": la penuria de ser jóven en la era de las expectativas limitadas

– Una política intergeneracional (Project Syndicate – 2/2/16)

París.- Si uno se detiene a considerar algunos de los principales desafíos de la actualidad (incluidos el cambio climático, las pensiones, la deuda pública y el mercado laboral), surge una conclusión obvia: hoy ser joven es relativamente mucho peor que hace un cuarto de siglo. Pero en la mayoría de los países, la dimensión generacional brilla por su ausencia en el debate político. Hace cincuenta años, se hablaba mucho, y con énfasis, de una "brecha generacional". Hoy esa brecha se ha vuelto invisible. Eso es malo para los jóvenes, para la democracia y para la justicia social.

Comencemos por el cambio climático. Su contención demanda modificar hábitos e invertir en reducción de emisiones, para que las generaciones futuras tengan un planeta habitable. Aunque la alarma sonó por primera vez en 1992 en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, a lo largo de la última generación poco se hizo por poner límite a las emisiones. Y es poco probable que el histórico acuerdo alcanzado en París en diciembre dé lugar a avances rápidos, porque se basó en posponer las acciones más importantes. El compromiso universal sólo fue posible a cambio de esa demora.

Dada la enorme inercia inherente al efecto invernadero, la diferencia entre actuar con responsabilidad o sin ella no comenzará a verse en un descenso de las temperaturas sino dentro de un cuarto de siglo, y los efectos más importantes se producirán en 50 años. Para alguien que hoy tenga más de sesenta, la diferencia será inapreciable. Pero el destino de la mayoría de los ciudadanos que hoy tienen menos de treinta será totalmente distinto. A su debido momento, los jóvenes tendrán que pagar la prórroga obtenida por las generaciones mayores.

Pasemos a la deuda. Desde 1990, la deuda pública respecto del PIB aumentó unos 40 puntos porcentuales en la Unión Europea y Estados Unidos (mucho más en Japón). Con tipos de interés casi nulos, el lastre sobre los ingresos es poco; pero como casi no hay inflación y el crecimiento es escaso, los cocientes de endeudamiento solo se han estabilizado. De modo que la reducción de la deuda tomará más de lo previsto tras la crisis global, lo que privará a las generaciones futuras del espacio fiscal que tal vez necesiten para invertir en acciones climáticas o en la contención de amenazas a la seguridad.

Otra forma de deuda son las pensiones futuras. Los sistemas contributivos que aplican muchos países son inmensos esquemas de transferencia intergeneracional. Es cierto que todos aportan algo durante la carrera laboral antes de convertirse en receptores de una jubilación. En un estado estacionario ideal, los regímenes de pensiones no redistribuirían ingresos entre cohortes nacidas en diferentes momentos. En la jerga de los especialistas, serían generacionalmente neutros.

Pero los baby boomers (los nacidos desde mediados de los cuarenta a mediados de los sesenta) aportaron poco a los esquemas contributivos, porque el crecimiento económico, el tamaño de la población y la corta expectativa de vida de sus padres facilitaban la financiación de las pensiones. Hoy todos esos factores se han invertido: el crecimiento se frenó, y los baby boomers son un peso demográfico adicional sobre sus hijos, con una expectativa de vida prolongada.

Los países que iniciaron reformas del sistema de pensiones antes pudieron limitar la carga resultante sobre los jóvenes y mantener cierta justicia intergeneracional. Pero los países que las postergaron dejaron a los jóvenes quedar en desventaja.

Pensemos por último en el mercado laboral. A lo largo de la última década, las condiciones para los ingresantes han empeorado apreciablemente en muchos países. Los jóvenes "ni ni" (que ni estudian ni trabajan) hoy son 10,2 millones en Estados Unidos y 14 millones en la UE. Además, muchos de los que ingresaron al mercado hace poco han sufrido precariedad laboral y períodos reiterados de desempleo. En Europa continental, sobre todo, los trabajadores jóvenes son los primeros en sufrir las desaceleraciones económicas.

En todas estas cuestiones (el clima, la deuda, las pensiones y el empleo), cambios sucedidos a lo largo del último cuarto de siglo perjudicaron relativamente más a las generaciones jóvenes. Un símbolo elocuente es que a menudo la pobreza es mayor entre los jóvenes que entre los viejos. Esto debería ser un tema político prioritario, con importantes consecuencias para las finanzas públicas, la protección social, la política impositiva y la regulación del mercado laboral. Y que hace más fuerte el imperativo de revitalizar el crecimiento por medio de políticas que mejoren la productividad.

Pero la nueva brecha generacional ha tenido poco efecto político directo. Apenas se menciona en los debates electorales y generalmente no condujo a la aparición de nuevos partidos o movimientos. Donde sí se ve la divisoria generacional es en la participación electoral.

En las últimas elecciones legislativas en Estados Unidos, la tasa de participación de los ciudadanos más jóvenes fue menos de 20%, contra más del 50% de los votantes mayores. En otros países se observan tendencias similares. A pesar del aumento de la incertidumbre a la que se enfrentan, los ciudadanos más jóvenes están mucho más desconectados de la política electoral que sus padres y abuelos cuando tenían la misma edad.

Esta brecha generacional en la participación electoral explica por qué los políticos se preocupan más por los mayores que por los jóvenes. Pero en sociedades que envejecen, cuanto más se abstengan los jóvenes de votar, más se alejarán de sus intereses las decisiones de parlamentos y gobiernos.

Es verdad que en general, los padres no son egoístas, y ayudan a sus hijos con transferencias y subvenciones privadas. Pero solo aquellos que cuentan con ingresos y patrimonio suficiente pueden dar una ayuda significativa. El resultado de descuidar a los jóvenes colectivamente mientras se los ayuda privadamente es desigualdad social a gran escala.

Corregir los sesgos generacionales del sistema político es una cuestión clave para todas las democracias. Soluciones hay: por ejemplo el voto obligatorio, la limitación de mandatos de los funcionarios electos y la formación de parlamentos juveniles u otros organismos especiales abocados a examinar cuestiones intergeneracionales. Pero tales medidas son difíciles de implementar o insuficientemente efectivas en vista de la magnitud de los desafíos.

Está claro que las tendencias actuales son política y socialmente insostenibles. Lo que no está claro es cómo y cuándo los jóvenes se darán cuenta y harán oír su voz.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris)

Joschka Fischer nos habla de la posibilidad del "suicidio" de Europa

– Bienvenidos al siglo XXI (Project Syndicate – 1/2/16)

Berlín.- El inicio de 2016 fue de todo menos calmo. La caída de las bolsas en China desestabilizó los mercados de todo el mundo. Las economías emergentes parecen paralizadas. El precio del petróleo se derrumbó y puso en crisis a los productores. Corea del Norte exhibe su poder nuclear. Y en Europa, la crisis de los refugiados fomenta una ola tóxica de nacionalismo, que amenaza con despedazar a la Unión Europea. Sumemos las ambiciones neoimperiales de Rusia y la amenaza del terrorismo islámico, y lo único que faltaría para completar la descripción de un año con visos de maldición profética sería que aparezca un cometa en el cielo.

Allí donde uno mire verá caos creciente. Parece que el orden internacional que se forjó en la fragua del siglo XX se está acabando, y todavía no tenemos ni el menor atisbo de lo que vendrá a reemplazarlo.

Los desafíos a los que nos enfrentamos son bien conocidos: globalización, digitalización, cambio climático, etc. Lo que no está claro es el contexto en el que surgirá la respuesta (si es que surge). ¿En qué estructuras políticas, por iniciativa de quién y según qué reglas se negociarán (o dirimirán por la fuerza, si negociar fuera imposible) estas cuestiones?

El orden político y económico (particularmente a escala global) no surge simplemente del consenso pacífico o de la imposición no discutida del más poderoso. Siempre ha sido resultado de una lucha por el dominio (a menudo brutal, sangrienta y prolongada) entre potencias rivales. Solo a través del conflicto se establecen los pilares, las instituciones y los actores de un nuevo orden.

El orden occidental liberal que ha regido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se basó en la hegemonía de Estados Unidos. Como única auténtica potencia global, fue dominante no solo en el campo del poder duro militar (además de económica y financieramente), sino en casi todas las dimensiones del poder blando (por ejemplo, la cultura, el idioma, los medios de comunicación masivos, la tecnología y la moda).

Hoy, la Pax Americana que aseguró un alto grado de estabilidad global comenzó a flaquear (sobre todo, en Medio Oriente y la península coreana). Aunque Estados Unidos siga siendo la primera potencia planetaria, ya no tiene capacidad o voluntad de ser el policía del mundo o hacer los sacrificios necesarios para garantizar el orden. En un mundo globalizado, cuya integración en cuestiones de comunicación, tecnología y (como hemos visto últimamente) movimiento de personas es cada vez mayor, los centros de poder se diluyen y dispersan; por su misma naturaleza, un mundo globalizado rehúye la imposición del orden del siglo XXI.

Y aunque el surgimiento de un nuevo orden mundial puede ser inevitable, todavía no se distinguen sus fundamentos. Parece improbable que sea uno liderado por China; esta se mantendrá ensimismada y concentrada en la estabilidad interna y el desarrollo, y es probable que sus ambiciones se limiten al control de su vecindario inmediato y los mares que la rodean. Además, le falta (en casi todo) el poder blando indispensable para tratar de convertirse en una fuerza de orden mundial.

Tampoco parece que estos tiempos de transición turbulenta vayan a terminar con el surgimiento de una segunda Pax Americana. A pesar del dominio tecnológico de Estados Unidos, la resistencia de potencias regionales y posibles contraalianzas sería excesiva.

De hecho, es probable que el principal desafío de los años venideros sea manejar la pérdida de influencia de Estados Unidos. No hay un marco establecido para la retirada de un conductor global. Una potencia dominante puede caer como resultado de una lucha por el dominio, pero no por retirada voluntaria, porque el vacío de poder resultante pondría en peligro la estabilidad de todo el sistema. Es de prever que el próximo presidente estadounidense, quienquiera que sea, se pase su mandato supervisando el fin de la Pax Americana.

Para Europa, esto supone un problema igualmente difícil. ¿Será la decadencia de la Pax Americana (que durante siete décadas obró como garantía del orden liberal interno de Europa) antesala de una crisis o un conflicto inevitables? El ascenso del neonacionalismo por todo el continente parece apuntar en esa dirección, y las implicaciones son desalentadoras.

La aciaga posibilidad del suicidio de Europa ya no es impensable. ¿Qué pasará si la política de la canciller alemana Angela Merkel hacia los refugiados supone el fin de su gobierno, si el Reino Unido abandona la Unión Europea o si la populista francesa Marine Le Pen se hace con la presidencia? Un descenso hacia los abismos es el resultado más peligroso que uno pueda imaginar, si acaso no es el más probable.

Claro que el suicidio es evitable. Pero quienes alegremente cincelan la posición de Merkel, la identidad europea del Reino Unido y los valores iluministas de Francia amenazan con socavar la cornisa en la que hoy todos estamos parados.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest…)

¿La culpa es de los jóvenes (ni-nis), o de una "absoluta" falta de oportunidades?

– Viejunocracia (El Confidencial – 4/2/16)

Por primera vez en varias generaciones, los jóvenes no vivirán mejor que sus antepasados. Eso contrasta con otra generación que se ha encontrado con un futuro mejor a lo largo de toda su vida

(Por Kike Vázquez)

Soy joven, o eso quiero creer, y por tanto parte interesada de esta historia. Pero este artículo no va sobre mí, ni sobre casos de conocidos, va sobre dar voz a lo que siente una generación que se enfrenta al entorno laboral actual. Un artículo escrito el martes en Project Syndicate ("The Politics of Young and Old") me ha dado la excusa perfecta, pues analiza el choque de generaciones que se está dando a lo largo del mundo, lo que en España llamamos "viejunocracia".

¿Qué es la viejunocracia? Pues básicamente un sistema económico y social que los "no jóvenes" conocerán como gerontocracia, en donde los más ancianos son los que mantienen el control. Dicho así, puede parecer un poco exagerado, pues vivimos en una teórica democracia y en las calles no se percibe que sean los más longevos del lugar los que tengan el poder, en ocasiones todo lo contrario (desgraciadamente). Cierto es, pero no solo hay que ver la teoría, también la práctica.

Comencemos por ejemplo por el sistema de pensiones. ¿Alguien se ha fijado, por ejemplo, cómo en estas elecciones todos los partidos hablaban de subirlas? Da igual el color, todos los partidos las quieren subir y aprovechan la menor debilidad del rival para acusarlo de vaciar "la hucha". ¿Por qué? Porque los mayores de 65 años son el mayor "lobby" político que existe en nuestro país, unos 8,5 millones de personas movilizadas (vota más del 90%) y cuyas preocupaciones son muy concretas: mi pensión, mi pensión, mi pensión.

Una caricaturización de la realidad, sí, pero que en muchos casos es bastante fidedigna de lo que ocurre. Los pensionistas votan en masa y por hechos muy concretos, por contra, los jóvenes presentan una alta abstención y tienen inquietudes muy diversas. Con este panorama, no es extraño que se hagan reformas laborales, que se suban impuestos o que incluso se toque a otro todopoderoso grupo como es el de los funcionarios, con tal de no cabrear a los de más de 65 años. Ellos dan votos; los otros también, pero no tantos.

Por supuesto no estoy negando el derecho a una prestación a quien ha trabajado toda la vida para ello, faltaría más. Lo que ocurre es que mientras a la actual viejunocracia le ha resultado relativamente sencillo cumplir con sus obligaciones gracias al crecimiento económico, al crecimiento poblacional y a la baja esperanza de vida anterior, ahora todo se ha dado la vuelta. Ni crecimiento económico, ni poblacional, una esperanza de vida alta… y como hay muchas pensiones en relación a los cotizantes, más de un 25% de nuestro salario debe ir para pagarles a otros (y aun así no llega), cuando los jóvenes probablemente no tendrán derecho a nada, o casi nada.

Reformar las pensiones no es un acto de corrupción ni de latrocinio, es equilibrar un poco una balanza a punto de romperse. Y ha tenido que venir Europa para que las modificásemos mínimamente, y tendrá que venir la jubilación del "baby boom" para darnos cuenta de que algo no funciona, y no solo por el elevado desempleo. Esperemos que la solución no sea dejar de depender de las cotizaciones para financiar los déficits a través de los impuestos, lo que otorgaría un saco sin fondo a partidos con poca responsabilidad política.

No echo balones fuera. Sé que los jóvenes no somos perfectos y hemos inventado por ejemplo la "generación nini". Pero lejos de ser los más vagos de la historia, somos una generación que o no tiene trabajo (desempleo juvenil récord), o está mal pagada (precariedad récord) o cuyas condiciones laborales se saltan cualquier legalidad (explotación laboral). Si en las últimas décadas se cumplía la relación de esfuerzo-recompensa a quien sacaba una carrera o desempeñaba bien su puesto, independientemente de su formación, ahora nada parece servir, y es recurrente el término "enchufismo".

Sé que muchos de los que leeréis estas líneas estaréis pensando: ¡ganáoslo! Recordaréis cómo empezasteis con una mano delante y otra detrás, cómo os esforzasteis, cómo crecisteis… Y ahora veréis la generación del iPhone y las redes sociales atontada, sin objetivos. ¡En mis tiempos las hipotecas se hacían a doble dígito, y no se la daban a cualquiera! Pero es que no es lo mismo nadar a favor del agua que contracorriente.

España desde los años cincuenta ha vivido un "boom" económico sin precedentes, y cuando los efectos de la economía real se acababan, lo apostamos todo a una burbuja inmobiliaria que explotó. Antes no existían todas las comodidades que existen hoy, ni se vivía tan bien en casa de papi y mami, pero por contra un trabajador era dueño de su propia vida. Si estudiabas, tenías recompensa, si trabajabas, tenías recompensa, ya no. El sueño se ha esfumado como un globo que se pincha.

Si un obrero antes podía mantener una familia y comprar una vivienda, ahora la precariedad ha provocado ya no solo que eso sea racionalmente inviable, también que no puedas hacer planes de futuro, hasta el punto de replantearse un objetivo tan vital como el de formar una familia. O no tienes dinero, o no tienes estabilidad o no tienes tiempo. ¡Y aún nos preguntamos por qué cae la natalidad! Mi enhorabuena a todos los padres de este país, ¡sois unos valientes!

Unos tienen el patrimonio, y los otros o pagan un alquiler que se lleva buena parte de la renta, o se hipotecan para el resto de sus días (algo que no pasaba con las hipotecas de doble dígito). Además de pagar las pensiones, claro. Que no cobrarán, claro. Y si vivimos bien, que en muchos casos es así, es o por un Estado de bienestar ahora en decadencia, o precisamente por recibir parte de la riqueza de nuestras familias (papá, la abuela…), consolidando la desigualdad entre ricos y pobres y mermando la autoestima de una generación que lo que querría es valerse por sí misma y llevar adelante su propio plan vital.

No solo son las pensiones o la situación económica. Comenta el artículo que enlazaba al principio que también hay otros graves problemas que mi generación deberá afrontar. Una es el cambio climático. Gracias por contaminar sin pensar en las consecuencias. Afortunadamente para algunos, los cambios que se están produciendo en el mundo no se notarán en unos cuantos años, por lo que algunas generaciones habrán vivido las ventajas de contaminar sin pagar sus consecuencias. Nuestra generación sí lo pagará.

Gracias también por endeudarnos hasta el límite. Nuevamente, cuando la deuda crece se produce paralelamente crecimiento económico y sensación de prosperidad, pero cuando llega a determinados límites provoca estancamiento. Unos se han beneficiado de ella, otros pagarán las consecuencias. Consecuencias, por otra parte, que no son ni más ni menos que las que ya empezamos a ver, pues la situación laboral de este país tiene mucho que ver con ella, tanto por no usarla correctamente como por su exceso.

Y aunque el artículo enlazado originalmente habla de una situación que se repite a lo largo de numerosos países, ¿cuál es la solución a la que muchos están recurriendo en España? Irse. Porque al menos en algunos países sigue existiendo una relación entre el esfuerzo y la recompensa, y sin tener en cuenta tu apellido. Así, en España, aún habrá menos votos de jóvenes, y más poder tendrá la viejunocracia, y así una y otra vez.

Que me perdone quien se haya sentido ofendido por lo de "viejuno", solo es el término que se emplea en la calle o internet. Que me perdone también todo aquel que no ve reflejados su esfuerzo y las enormes dificultades que ha sorteado a lo largo de su vida para llegar a donde está. En realidad no quiero juzgar a nadie, ni sería posible hacerlo. Solo pretendo con estas líneas dar voz a una generación que por momentos cree que no se la está tratando de una manera ecuánime. Y eso a pesar de vivir en un país con una calidad de vida envidiable, y de ser en muchos casos unos privilegiados. Pero necesitamos sentirnos útiles, necesitamos tener el control de nuestras propias vidas y, en otras palabras, necesitamos una oportunidad que no nos han dado.

¿Nueva normalidad, nueva mediocridad o estancamiento secular? Igual estamos jodidos

– ¿El fin de la nueva normalidad? (Project Syndicate – 2/2/16)

Washington, DC.- Justo cuando comienza a ganar aceptación general la noción de que las economías occidentales entran en una "nueva normalidad" de bajos índices de crecimiento, comienzan a surgir dudas sobre su continuidad. En lugar de ello, puede que el mundo se encamine hacia una encrucijada económica y financiera cuya dirección dependa de las decisiones de políticas clave que se adopten.

A principios de 2009, prácticamente nadie hablaba de la "nueva normalidad". Por supuesto, la crisis financiera global que había estallado hacía unos cuantos meses generó caos en todo el mundo, contracción de la producción, aumento del desempleo y el colapso del comercio. La disfunción era evidente incluso en los segmentos más estables y sofisticados de los mercados financieros.

Sin embargo, el instinto de la mayoría de la gente tendió a caracterizar el shock como temporal y reversible, una alteración en forma de V con una aguda caída y una recuperación rápida. Después de todo, la crisis se había originado en las economías avanzadas, habituadas a manejarse con ciclos de negocios, y no en los mercados de los países emergentes, donde predominan fuerzas estructurales y seculares.

Pero la mayoría de los observadores ya vieron signos de que tendría consecuencias más profundas y que las economías avanzadas se enquistarían en una frustrante e inusual trayectoria de bajo crecimiento. En mayo de 2009, mis colegas de PIMCO y yo hicimos pública esta hipótesis, llamándola la "nueva normalidad".

El concepto tuvo una recepción más bien gélida en los círculos académicos y políticos, respuesta comprensible si se considera el fuerte condicionamiento a pensar y actuar cíclicamente. Pocos estaban preparados para admitir que las economías avanzadas lo habían apostado todo al modelo equivocado, y mucho menos que deberían dirigir la mirada hacia las economías emergentes para tener mejores perspectivas sobre los impedimentos estructurales al crecimiento, como el sobreendeudamiento y el exceso de la desigualdad.

Pero la economía no se recuperaba. Por el contrario, el lento crecimiento y el alto desempleo no sólo persistieron por años, sino que también empeoraron los tres factores de la desigualdad (ingreso, riqueza y oportunidades). Las consecuencias se extendieron mucho más allá de la economía y las finanzas, afectando los acuerdos políticos regionales, amplificando las disfunciones políticas nacionales y alimentando a los partidos y movimientos antisistema.

Puesto que se hace cada vez más difícil justificar la expectativa de una recuperación en V, finalmente la "nueva normalidad" ha ido ganando una aceptación generalizada. En el proceso, adquirió algunos nuevos calificativos. La Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, advirtió en octubre de 2014 que las economías avanzadas se enfrentaban a una "nueva mediocridad." El ex Secretario del Tesoro de EEUU Larry Summers previó una era de "estancamiento secular."

Hoy ya no es inusual sugerir que Occidente podría permanecer en un equilibrio de crecimiento de bajo nivel por un periodo inusualmente largo. Sin embargo, como explico en mi libro The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (La única apuesta: los bancos centrales, la inestabilidad y la necesidad de evitar el próximo colapso), ese equilibrio se está desestabilizando por las crecientes tensiones y contradicciones internas, junto con la excesiva dependencia en las políticas monetarias.

De hecho, la influencia paliativa de las políticas monetarias no convencionales está llegando a sus límites por el aumento de las burbujas financieras, el empeoramiento de la desigualdad y el empuje que han ido ganando las fuerzas políticas no tradicionales (y, en algunos casos, extremas). Parecen cada vez más débiles las perspectivas de que esas políticas sean capaces de mantener en marcha los motores de la economía, incluso en niveles bajos. En lugar de ello, la economía mundial parece encaminarse a otras encrucijadas, situación que creo se alcanzará dentro de los próximos tres años.

Tal vez no sea un panorama indeseable. Si las autoridades ponen en práctica una respuesta más amplia, pueden hacer que sus economías sigan un camino más estable y próspero que implique un crecimiento alto e inclusivo, la reducción de la desigualdad y una genuina estabilidad financiera. Sería una respuesta que incluya reformas estructurales de fomento al crecimiento (como una mayor inversión en infraestructura, una reforma tributaria y la reorientación del mercado laboral), una política fiscal con mayor capacidad de respuesta, alivio a los focos de endeudamiento excesivo y una mejor coordinación global. Todo ello, en conjunto con las innovaciones tecnológicas y la disposición de fondos corporativos que se encuentran en segundo plano, podría dar impulso a la capacidad productiva y generar un crecimiento más rápido e inclusivo, al tiempo que se validan los precios de los activos, que hoy están en niveles artificialmente altos.

El otro camino al que el mundo se vería empujado si se sigue con la actual disfunción política llevaría a una multitud de políticas localistas y sin coordinación entre sí para hacer frente a la recesión económica, la mayor desigualdad y la grave inestabilidad financiera. Además de afectar el bienestar económico de las generaciones actuales y futuras, este resultado socavaría la cohesión social y política.

No hay nada predestinado en la manera en que se adopte una u otra opción. En realidad, tal como están las cosas, es frustrante la dificultad que existe para predecirlo. Pero en los meses venideros, a medida que las autoridades se enfrenten a una cada vez mayor volatilidad financiera, veremos algunas señales de cómo se irá desenvolviendo la situación.

La esperanza es que apunten a medidas más sistemáticas y, por ende, eficaces. El temor es que no logren salir de una excesiva dependencia en los bancos centrales y acabemos por mirar, en retrospectiva, al periodo de la nueva normalidad como uno de relativa calma y bienestar, a pesar de sus limitaciones y frustraciones.

(Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of US President Barack Obama"s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy's Top 100 Glob…)

Índice de calidad del empleo (lo de "calidad" es un sarcasmo, vamos)

"La OCDE concede la mejor nota a Islandia, Suiza, Noruega y Austria. Las calificaciones más bajas corresponden a Grecia, España, el país donde hay más miedo a quedarse sin empleo. España lleva años liderando las tasas de paro de los países más desarrollados del mundo. Ya ha dejado atrás sus récords de desempleo y los crecimientos negativos del PIB, pero las consecuencias para el mercado laboral llegaron para quedarse. Unas secuelas que colocan a España, junto a Grecia, como el país con la peor nota del planeta en el ranking de calidad del empleo"… ¿Cuáles son los mejores (y peores) países para trabajar? (Expansión – 6/2/16)

En concreto, España debe conformarse con 2,4 puntos sobre los 10 posibles que otorga el índice de bienestar elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE),que agrupa a 34 grandes economías y que mide las tasas de empleo, el paro de larga duración y la seguridad laboral de cada territorio. Sólo Grecia queda por detrás con 1,5 puntos, en una clasificación que otorga una nota media a la OCDE del 6,6 y que sólo suspenden 7 potencias: además de España y el país heleno, no llegan al aprobado Turquía (3,8 puntos), Portugal (4,1), Eslovaquia (4,3), Hungría (4,8) y Polonia (4,9).

Son notas muy bajas si se comparan con los países líderes del ranking de calidad del empleo. La mejor calificación corresponde a Islandia, con un 9,5. A continuación, figuran Suiza (9,4), Noruega (9), Australia (8,3), Austria, Luxemburgo y Holanda (las tres con 8,2 puntos).

¿Por qué suspende España?

La nota de España no es sólo consecuencia de una tasa de paro que cerró 2015 (año al que se refiere el estudio) en el 20,9%. Ni es únicamente culpa de que el porcentaje de la fuerza laboral que ha estado desempleada durante un año o más sea del 13%, muy por encima del 2,8% de media de la OCDE.

El problema está también en quienes sí tienen un trabajo, pues su futuro se antoja demasiado incierto. Tanto, que España es líder absoluta del ranking que mide el temor a quedarse en el paro. "Los trabajadores afrontan un riesgo del 17,8% de perder su empleo, cifra mucho mayor que el promedio de la OCDE del 5,4", avisa el organismo. Queda muy encima de Grecia, el segundo clasificado con un 12,2%. Y es el doble que en Portugal, que es tercera con un 8,6%.

El miedo, además, es cada vez mayor. En 2012, España ocupaba el duodécimo puesto con un 10,8%, cerca del 10,1% de media. En 2013 ya se colocó décima al llegar al 10,9%, frente al promedio del 10,5%. Fue en 2014 cuando se convirtió en líder, con una décima menos que en 2015 (17,7%), año en el que, sin embargo, la media de la OCDE bajó ya a los niveles actuales y quedó en el 5,3%.

España queda así por debajo de los estándares de los grandes países desarrollados. También lo hace en "salarios y otros beneficios monetarios que aporta el empleo, que son aspectos muy importantes para la calidad del trabajo", como recuerda el organismo. El ingreso familiar disponible neto ajustado per cápita es de 22.477 dólares anuales (20.590 euros), frente a los 25.908 de promedio, los 25.166 de Italia, los 28.799 de Francia o los 31.252 de Alemania. Más lejos queda de EEUU, que presume de ingresos per cápita de 41.355 dólares.

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El podio

Alemania es, de hecho, protagonista en el otro lado de la balanza. Los germanos, con una tasa de paro de larga de duración cinco veces inferior a la de España (2,4%), están en el pelotón de trabajadores de países desarrollados con menos miedo perder su empleo: el riesgo a quedarse en el paro es del 3,1%, igual que en de Noruega. Sólo mejoran esa cifra Suiza (3%) y Japón (2,4%). También rondan niveles cercanos Corea (3,2) y Austria (3,9%).

Estos porcentajes están, lógicamente, relacionados con el resto de indicadores laborales. Así, por ejemplo, en Alemania la tasa de empleo (que mide la población en edad de trabajar con empleo remunerado) es del 73%, frente al 56% de España o el 49% de Grecia. Más elevada es aún en Suiza (80%) o Noruega (75%). Al tiempo, el paro de larga duración entre los suizos es del 1,5% (frente al 18,4% español) y el de los noruegos, del 0,3%.

Con estos resultados, Alemania obtiene una nota de 8,1 en el indicador global de calidad del mercado laboral de la OCDE, la misma puntuación que Estados Unidos, que vuelve a acariciar el pleno empleo. Y es que su tasa de paro es hoy del 5%, cuatro veces menos que en España.

Si la actual dirigencia política actual es mediocre, los que está por venir puede ser peor

– Una democracia desquiciada en Estados Unidos (Project Syndicate – 9/2/16)

Nueva York.- Alexis de Tocqueville, un aristócrata liberal francés, visitó Estados Unidos en 1831 con la aparente intención de escribir un estudio de su sistema penitenciario "iluminado" (encerrar a la gente en un confinamiento solitario como monjes penitentes era la última idea moderna). De este viaje surgió la obra maestra de Tocqueville, La democracia en América, en el que expresaba admiración por las libertades civiles norteamericanas y describía a la primera democracia liberal genuina del mundo de manera favorable en comparación con las instituciones del Viejo Mundo.

Sin embargo, Tocqueville también tenía serias reservas. El mayor peligro para la democracia estadounidense, a su entender, era la tiranía de la mayoría, la asfixiante conformidad intelectual de la vida norteamericana, la sofocación de la opinión de las minorías y el disenso. Estaba convencido de que cualquier ejercicio de poder ilimitado, ya sea por parte de un déspota determinado o de una mayoría política, irremediablemente termina en desastre.

La democracia, en el sentido de régimen de la mayoría, necesita limitaciones, al igual que cualquier otro sistema de gobierno. Es por ese motivo que los británicos han combinado la autoridad de los políticos electos con la del privilegio aristocrático. Y es por eso que los norteamericanos todavía están muy a gusto con la separación de los poderes gubernamentales de su Constitución.

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