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Los tres factores principales de la desigualdad: ingreso, riqueza y oportunidades (Parte I) (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Por el contrario, en el sistema republicano francés, el estado representa la llamada voluntad del pueblo. En consecuencia, su autoridad está menos limitada, lo que puede explicar la mayor frecuencia de manifestaciones callejeras y hasta de violencia colectiva en Francia. Por cierto, estas agitaciones pueden actuar como controles informales del poder oficial.

Tocqueville identificó otra fuente de limitación en el sistema estadounidense: el poder de la religión. La codicia humana, así como la tentación de ir a los extremos, estaba atemperada por la influencia moderadora de una fe cristiana compartida. La libertad, en Estados Unidos, estaba indisolublemente entrelazada con la creencia religiosa.

El espectáculo de la política estadounidense hoy parecería poner en duda la observación de Tocqueville. O, más bien, la retórica de muchos republicanos que aspiran a ser presidente suena como una perversión de lo que él vio en 1831. Religión y libertad aún hoy se pronuncian de manera inseparable, pero muchas veces para promover opiniones extremas. A las minorías religiosas se las denuncia. A los temores apocalípticos se los atiza. A la intolerancia se la promueve. Todo en nombre de Dios.

Por supuesto, Estados Unidos no es el único país donde hoy existen demagogos radicales que contaminan la política tradicional. El lenguaje religioso se escucha con menos frecuencia en Europa occidental, pero cada vez más en ciertas partes de Europa del este, Turquía e Israel. Y el mensaje del populismo es similar en todas partes en el mudo democrático: hay que culpar a las elites liberales por todos nuestros males y ansiedades, desde la crisis de refugiados de Europa hasta las desigualdades de la economía global, desde el "multiculturalismo" hasta el ascenso del Islam radical.

El populismo está causando un daño considerable, sobre todo porque los políticos tradicionales parecen cada vez menos capaces de encontrar una manera convincente de frenar su ascenso. A aquellos a quienes les preocupa, y con razón, la política del miedo les gusta suponer que el populismo es una amenaza para la propia democracia. La desconfianza de las elites alimenta la desconfianza en el sistema y el anhelo de grandes líderes que nos liberen del egoísmo de los políticos profesionales conducirá a nuevas formas de tiranía.

Eso puede terminar siendo cierto. Pero, en verdad, no es realmente la democracia lo que hoy está bajo amenaza. En algunos sentidos, muchas sociedades son más democráticas de lo que eran antes. El fenómeno Donald Trump, cuanto menos, muestra que los antiguos establishments partidarios pueden ser eludidos por desconocidos que se tornan populares. Las redes sociales también permiten evitar los filtros tradicionales de la autoridad, como los periódicos y los canales de televisión serios, y emitir cualquier punto de vista de manera directa.

El poder de las fortunas privadas para influir en la opinión pública, especialmente en Estados Unidos, también trastoca el orden tradicional. El anti-elitismo puede estar alentado por una enorme riqueza individual, porque el elitismo no está tan definido por la influencia financiera como por la educación.

A la gente furiosa que se deja influenciar por el mensaje populista la enfurecen más los profesores liberales, los banqueros inteligentes o los periodistas escépticos que los multimillonarios. (Es la educación elitista del presidente Barack Obama y el color de su piel -o, más bien, la combinación de ambos- lo que generó tanta ira).

A la vez, la gente tiene más poder que antes para elegir a estafadores sedientos de poder. Como las opiniones entusiastas y vagas que pululan por Internet, esos personajes ya no pueden ser mantenidos a raya por las elites de los partidos tradicionales.

Lo que se viene desmoronando ininterrumpidamente no es la democracia, sino las limitaciones que, para Tocqueville, eran esenciales para que la política liberal funcionara. Cada vez más los líderes populistas consideran que haber sido electos por la mayoría de los votantes equivale a una licencia para aplastar todo disenso político y cultural.

La pesadilla de Tocqueville todavía no se hizo realidad en Estados Unidos, pero está cerca de lo que vemos en Rusia, Turquía, Hungría y quizá Polonia. Hasta Israel que, a pesar de sus muchos problemas obvios, siempre ha tenido una democracia sólida, está avanzando en esta dirección en tanto los ministros de gobierno exigen pruebas de "lealtad al estado" de parte de escritores, artistas y periodistas.

Cuesta ver de qué manera las elites tradicionales van a recuperar alguna autoridad. Aun así, pienso que Tocqueville tenía razón. Sin editores, no puede haber un periodismo serio. Sin partidos liderados por políticos experimentados, las fronteras entre espectáculo y política desaparecerán. Sin límites a los apetitos y prejuicios de la mayoría, la intolerancia reinará.

No es una cuestión de nostalgia o esnobismo. Tampoco es un exhorto a confiar en cualquiera que tenga un aire creíble de autoridad. La furia contra las elites no siempre es injusta. La globalización, la inmigración y el cosmopolitismo han servido a los intereses de una minoría altamente educada, pero a veces a expensas de la gente menos privilegiada.

Sin embargo, el problema identificado por Tocqueville en los años 1830 es más relevante hoy que nunca. La democracia liberal no se puede reducir a un certamen de popularidad. Las limitaciones al régimen mayoritario son necesarias para proteger los derechos de las minorías, ya sean étnicas, religiosas o intelectuales. Cuando esa protección desaparezca, terminaremos todos perdiendo las libertades que la democracia supuestamente tenía que defender.

(Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance and Year Zero: A History of 1945)

Economía real: entre todos la mataron y ella sola se murió ("fin de la historia")

– ¿Qué está frenando a la economía mundial? (Project Syndicate – 8/2/16)

Nueva York.- Siete años después de que el 2008 entre en erupción la crisis financiera mundial, la economía del mundo continuó dando traspiés durante el año 2015. Según el informe de las Naciones Unidas titulado Situación y Perspectivas de la Economía Mundial 2016, la tasa promedio de crecimiento en los países desarrollados ha disminuido en más del 54% desde la crisis. Se estima que cerca de 44 millones de personas están desempleadas en los países desarrollados, aproximadamente 12 millones más que en el año 2007, mientras que la inflación ha alcanzado su nivel más bajo desde la crisis.

Aún de mayor preocupación es el hecho de que las tasas de crecimiento de los países avanzados, también, se han tornado en más volátiles. Esto es sorprendente, ya que, en su posición de economías desarrolladas con cuentas de capital totalmente abiertas, estas economías deberían haberse beneficiado de la libre circulación del capital y de la distribución internacional del riesgo – y, por lo tanto, se debería experimentar poca volatilidad macroeconómica. Además, las transferencias sociales, incluyendo las prestaciones por desempleo, deberían haber permitido que los hogares estabilicen sus niveles de consumo.

Sin embargo, las políticas dominantes durante el período posterior a la crisis -el ajuste fiscal y la flexibilización cuantitativa (QE), políticas implementadas por los principales bancos centrales- han ofrecido poco apoyo para estimular el consumo de los hogares, la inversión y el crecimiento. Por el contrario, han tendido a empeorar las cosas.

En EEUU, la flexibilización cuantitativa no impulsó el consumo y la inversión porque, en parte, la mayor parte de la liquidez adicional regresó a las arcas de los bancos centrales, en forma de excesos de reservas. La Ley de flexibilización regulatoria de los servicios financieros de 2006 autorizó que la Reserva Federal pague intereses sobre las reservas obligatorias y sobre las reservas en exceso, socavando, de esta manera, el objetivo clave de la QE.

De hecho, con el sector financiero de Estados Unidos al borde del colapso, la Ley de Estabilización Económica de Emergencia de 2008 adelantó en tres años la fecha de entrada en vigencia del ofrecimiento de pago de intereses sobre reservas, estableciendo que la misma se iniciaría el 1 de octubre de 2008. Como resultado, el exceso de reservas que se mantiene en la Reserva Federal se disparó, pasando de un promedio $ 200 mil millones durante el período 2000-2008 a $ 1,6 millón de millones durante el período 2009-2015. Las instituciones financieras optaron por mantener su dinero en la Fed en lugar de realizar préstamos a la economía real, ganando casi $ 30 mil millones -sin correr ningún riesgo en lo absoluto- durante los pasados cinco años.

Esto equivale a una generosa -y en gran medida oculta- subvención de la Fed al sector financiero. Y, como consecuencia de la subida de tasas de interés de la Fed el mes pasado, la subvención se incrementará en $ 13 mil millones este año.

Los incentivos perjudiciales son solamente una de las razones por las que no se materializaron muchos de los beneficios que se esperaba recibir como resultado de las bajas tasas de interés. Dado que la QE logró mantener las tasas de interés cerca a cero durante casi siete años, se debería haber incentivado a que los gobiernos de los países desarrollados obtengan préstamos e inviertan en infraestructura, educación y sectores sociales. El aumento de las transferencias sociales durante el período posterior a la crisis habría impulsado la demanda agregada y suavizado en alguna medida los patrones de consumo.

Por otra parte, el informe de la ONU muestra claramente que a lo largo de todo el mundo desarrollado, la inversión privada no creció como era de esperar, tomando en consideración las extremadamente bajas tasas de interés. En 17 de las 20 mayores economías desarrolladas, el crecimiento de la inversión se mantuvo más bajo durante el periodo posterior al 2008 en comparación con el nivel alcanzado durante los años anteriores a la crisis; asimismo, cinco economías experimentaron una disminución de la inversión durante el periodo 2010-2015.

A nivel mundial, los títulos-valores emitidos por las corporaciones no financieras – mismas que se supone que realizan inversiones fijas- aumentaron significativamente durante el mismo período. De manera consistente con otra evidencia, esto implicaría que muchas corporaciones no financieras obtuvieron préstamos, aprovechando las bajas tasas de interés. Sin embargo, en lugar de invertir, estas corporaciones utilizaron el dinero prestado para volver a comprar sus propias acciones o para adquirir otros activos financieros. Por lo tanto, la QE estimuló fuertes incrementos en el apalancamiento, la capitalización de mercado y la rentabilidad del sector financiero.

Sin embargo, dígase una vez más, nada de esto fue de mucha ayuda para la economía real. De manera clara, mantener las tasas de interés en un nivel cerca de cero no conduce necesariamente a niveles más altos de crédito o inversión. Cuando a los bancos se les da la libertad de elegir, eligen ganancias libres de riesgo o incluso eligen la especulación financiera en lugar de realizar préstamos que apoyarían el objetivo más amplio de crecimiento económico.

Por el contrario, cuando el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional prestan dinero barato a los países en desarrollo, se imponen condiciones a estos países con relación a lo que ellos pueden hacer con dicho dinero. Para tener el efecto deseado, la QE debería haber estado acompañada no sólo por esfuerzos oficiales por restablecer los deteriorados canales de préstamos (especialmente aquellos que dirigen fondos a las pequeñas y medianas empresas), sino también por objetivos específicos de otorgamiento de créditos para los bancos. En vez de fomentar efectivamente a que los bancos no presten, la Fed debería haber penalizando a los bancos por mantener excesos de reservas.

Si bien las tasas de interés extremadamente bajas produjeron pocos beneficios para los países desarrollados, dichas tasas impusieron costos significativos a las economías de los mercados en desarrollo y emergentes. Una consecuencia no intencionada, pero no inesperada, de la flexibilización monetaria ha sido los fuertes aumentos en los flujos de capital transfronterizos. El total de entradas de capital a los países en desarrollo aumentó desde alrededor de $ 20 mil millones en el año 2008 a más de $ 600 mil millones en el 2010.

En dicho momento, muchos mercados emergentes tuvieron dificultades para manejar el aumento repentino de flujos de capital. Muy poco de ese flujo se dirigió a la inversión fija. De hecho, el crecimiento de la inversión en los países en desarrollo se redujo significativamente durante el período posterior a la crisis. En este año se espera que los países en desarrollo, en su conjunto, registren su primera salida neta de capital desde el año 2006 – misma que se prevé que alcance un total de $615 mil millones.

Ni la política monetaria, ni el sector financiero, están haciendo lo que tiene que hacer. Parece ser que la inundación de liquidez se ha dirigido de manera desproporcionada hacia crear riqueza financiera e inflar burbujas de activos, en lugar de ir a fortalecer la economía real. A pesar de las fuertes caídas de los precios de las acciones, la capitalización de mercado como porcentaje del PIB mundial sigue siendo alta. El riesgo de una nueva crisis financiera no puede ser ignorado.

Hay otras políticas que mantienen la promesa de restaurar el crecimiento sostenible e integrador. Estas políticas comienzan con la reinvención de reglas para la economía de mercado con el propósito de garantizar una mayor igualdad, más pensamiento a largo plazo y la aplicación de controles al mercado financiero mediante una regulación eficaz y estructuras de incentivos que sean apropiadas.

Pero también se necesitará un gran aumento de la inversión pública en infraestructura, educación y tecnología. Estos incrementos tendrán que ser financiados, al menos en parte, por la imposición de impuestos ambientales, incluyendo impuestos al carbono y al monopolio, así como impuestos a otras rentas, mismas que se han tornado en omnipresentes en la economía de mercado – y que contribuyen enormemente a la desigualdad y al crecimiento lento.

Las opiniones expresadas aquí no reflejan los puntos de vista de las Naciones Unidas o de sus Estados miembros.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD, and Chief…)

– Y así vamos tirando, y en este sinvivir la clase trabajadora en Estados Unidos, la Unión Europea o Japón, se nos muere (mientras tanto los jóvenes, ni trabajan, ni estudian… ni piensan, que es una forma de morir voluntaria)

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Muchos parados de larga duración pueden perder la conexión con el mercado de trabajo antes de que se complete la recuperación, ya sea porque dejen de buscar empleo o porque las empresas se nieguen a contratarlos. Esto significa que millones de personas (en Europa o Estados Unidos) están en serio riesgo de quedarse fuera del mercado laboral para siempre, sea cual sea el estado de la economía. Diversos estudios demuestran que cuanto más tiempo está una persona en paro (sea cual sea su nivel de formación), más complicado es que pueda encontrar trabajo.

Todos aquellos parados de larga duración (que no estén desempleados por pertenecer a las capas más pobres de la sociedad) tienen una probabilidad muy baja de encontrar trabajo, lo que parece depender de la duración del desempleo, es decir, del impacto negativo de la duración del desempleo en la posterior probabilidad de encontrar trabajo. Lo que significa que el hecho de llevar mucho tiempo en paro es causa directa de la baja empleabilidad de estas personas. Este colectivo se encuentra en claro riesgo de quedarse excluido de la sociedad de forma crónica.

El término "nini" se popularizó en España durante los años de gran expansión de la economía, en la década de los años dos mil y tenía un sentido peyorativo, al referirse a los jóvenes que no querían "ni estudiar ni trabajar". Un estudio de Fedea elaborado por los economistas Marcel Jansen, Sergi Jiménez-Martín y Lucía Gorjón analiza la situación de los jóvenes con un bajo nivel de formación que no estudian ni trabajan.

Al cierre de 2012 España era el tercer país de la OCDE con mayor porcentaje de jóvenes (menores de 30 años) que no tienen trabajo y tampoco están estudiando: un 27%. Sólo Grecia y Turquía estaban por encima. Sin embargo, el secreto está en los matices: más de dos tercios de estos jóvenes están buscando trabajo, por lo que están dentro de la población activa. Sólo un 8% de los jóvenes son "ninis" de forma voluntaria. El resto, hasta el 27% de los jóvenes, son "ninis" por culpa del paro juvenil.

Ese 8% de jóvenes que no estudian y tampoco están buscando trabajo sitúa a España como uno de los países de la OCDE con un nivel más bajo de "ninis voluntarios". El problema vuelve a ser el mercado laboral, que es muy agresivo con la población menor de 30 años. "Italia tiene una tasa de "ninis" inferior a España, pero la proporción de jóvenes inactivos es casi dos veces mayor que en España", explica el estudio.

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Poscrisis: la economía bipolar (donde unos han capeado el temporal y otros no)

Las mutaciones económicas se han sustanciado en cambios de mentalidad que, a su vez, están impulsando transformaciones sociales cuya consecuencia final es que la sociedad en los países avanzados (ahora, en vías de subdesarrollo) se está dividiendo en dos. La desaparición de la clase media, de ese conjunto de personas que estabilizaba la sociedad, se está dejando notar de una manera muy sensible, tanto en la política como en la economía y el consumo. El optimismo económico no se reparte por igual.

Hay una parte de esa sociedad que es moderna, tecnológica, globalizada, que tiene buenas relaciones con las marcas, que demanda innovación y digitalización, y otra, azotada por la crisis, que ha tenido que adoptar medidas radicales para aguantar, que sale dañada emocionalmente, que es más pesimista y muy desconfiada con las instituciones. Y también es menos tecnológica, porque hay una clara relación entre la tecnología y la posición social.

La sociedad del consumidor ahogado, tiene miedo a un futuro que percibe sin ninguna confianza: la mayoría de ellos temen perder el trabajo, o que lo pierda su pareja, o que a sus hijos no les vaya bien. Algo similar, pero más intenso, se da entre los jóvenes, que están seguros de que vivirán peor que sus padres, y que están muy marcados emocional y materialmente por la crisis.

Esa dualidad económica (las dos direcciones) tiene mucho que ver con la brecha entre el optimismo de ciertas capas sociales y la desconfianza en el futuro de las restantes; con la separación de las instituciones, con el descontento y la mayor exigencia de unos, y la creencia en que todo va a ir mejor de otros; con la visión de una sociedad globalizada en desarrollo continuo en la que confían quienes cuentan con más recursos y el repliegue sobre lo palpable, lo enraizado y lo cotidiano de quienes tienen menos. Estas son también las características que están configurando las nuevas posiciones políticas en Occidente: las transformaciones materiales están cambiando la mentalidad social de una manera sustancial.

Un contexto social que nos duele a diario: recortes y austeridad, un mercado laboral marcado por la precariedad y los trabajos basura, sindicatos atrofiados y partidos políticos que se mueven como títeres tras una pantalla. La visión nostálgica del pleno empleo (y los buenos sueldos) propia de la edad dorada del capitalismo ya no es recuperable. Y basta con mirar alrededor, para comprobar hasta qué punto la actual inercia marcada por la inseguridad laboral minimiza la vida personal y erosiona nuestra salud y capacidad para ejercer de ciudadanos.

El actual mercado laboral, agujerado por la precariedad y los recortes, excluye a amplias capas de la población -por edad, raza, género– y empuja al "sobrante" de trabajadores que no puede absorber hacia barrios pobres y guetos periféricos.

Todos los que ya están fuera del mercado de trabajo (lo que incluye a los discriminados por género, raza y discapacidad) tienes dos posibilidades. Una es tratar de entrar en el mercado de trabajo y asumir el proyecto de la izquierda tradicional como buenos trabajadores, unidos para construir un mundo mejor (aunque esto no parece ya una opción viable).

En la naturaleza del capitalismo global está su imposibilidad de producir puestos de trabajo para todos; y mucho menos de producir suficientes empleos dignos. Para grandes poblaciones de los países desarrollados (y en desarrollo), los trabajos basura siguen siendo la única forma de sobrevivir. Y el capitalismo no tiene planes de producir millones de empleos nuevos dirigidos a los barrios más pobres.

Por lo tanto, si la primera opción, entrar en el mercado laboral, cada vez es más complicada, entonces nos queda una segunda opción: construir un mundo donde no tengamos que confiar en un trabajo asalariado para sobrevivir. Hay diferentes formas de enfrentarse a este desafío, para algunos analistas la mejor y la más inmediata es utilizando el Estado para ello. E implica reducir la jornada de trabajo, aumentar la inversión en automatización con el objetivo de erradicar las tareas inhumanas y proporcionar una renta básica universal. Estas políticas comenzarían a empujar a nuestras sociedades hacia un mundo post-trabajo, y a permitirnos trabajar menos. O dicho de otra forma, a tener la libre elección de trabajar.

Esto llevaría a la eliminación de los trabajos inútiles, o lo que algunos analistas denominan "trabajos de mierda". Y también daría lugar a empleos mejores dentro del sistema de trabajo asalariado. Si la necesidad de entregarnos a un trabajo remunerado para satisfacer nuestras necesidades básicas es reducida (o eliminada, que sería lo ideal), el mercado laboral resultante necesitará cambiar para atraer a nuevos trabajadores.

La automatización y los robots, en vez de resultar una amenaza para el trabajo humano, permitirían una economía totalmente automatizada. Utilizando los últimos avances tecnológicos, tal economía tendría como objetivo liberar a la humanidad de la monotonía del trabajo y la producción simultánea de cantidades crecientes de riqueza.

Esta dualidad nos devuelve a un dilema clásico. Parece que hay que escoger entre reducir el trabajo y reducir la cantidad de bienes que produce una economía, o bien aumentar el trabajo y aumentar la cantidad de bienes producidos. Sin muchos rodeos: lo primero elige la libertad por encima de la riqueza, lo segundo elige la riqueza por encima de la libertad. Lo que la automatización podría permitir, por el contrario, es eliminar esta división: tener ambas, libertad y riqueza. Por esta razón el desarrollo de nuevas fuerzas productivas, podría resultar positivo, porque abriría nuevas posibilidades a la formación de una sociedad post-capitalista.

Junto a esto, por supuesto, deben venir otras medidas, desde la creación de una renta básica universal, a la reducción de la cultura del trabajo y su sustitución por la cultura del estudio, la investigación, el artes, la literatura, la música, la acción social, el trabajo voluntario… Todo ello combinado comenzaría a transformar el papel que el desarrollo tecnológico juega en la economía, que pasaría de ser una herramienta de los capitalistas a un medio para liberarnos.

Involucrar a más gente en el cambio político implica darles el tiempo, la energía y un espacio de reflexión. Caminar juntos hacia un mundo post-trabajo implica hacer una pausa, reflexionar y levantar las estructuras necesarias para construir algo diferente.

¿Por qué la incertidumbre económica promovería las reformas?

¿Cuánto tiempo tardaríamos en alcanzar esta sociedad post-trabajo?

¿Hay síntomas que nos permitan ser optimistas?

Los tiempos de turbulencia económica, caracterizados por un alto nivel de incertidumbre, pueden brindar una buena oportunidad para adoptar reformas que de otra manera no se aprobarían.

Hoy en día, por lo menos, los temas de automatización, la renta básica universal y la duración de la semana laboral están en la agenda. Nuestra tarea consiste en determinar qué respuesta daremos a todos estos temas.

Si la miopía de los políticos estriba realmente en la falta de información de los electores, como sugieren algunas experiencias históricas, fomentar la transparencia, garantizar la independencia de los medios y educar a los ciudadanos son factores importantes para posibilitar la transición hacia una sociedad post-trabajo.

Nota: En el Paper – De la "histeria" del desempleo a la "histéresis" del fin del trabajo (¿too "insignificant" to fail?), publicado el 15/8/16, aporto algunas ideas para el debate sobre: ¿Ganarás el pan "sin" el sudor de tu frente? (el juego de la supervivencia), y presento (con toda humildad) mi propuesta de "aprovechamiento del capital humano"; en vez de "precariado", "prosumidores" o "tittytainment", "recuperar el prestigio social de la educación y el esfuerzo". Antes que nos roben el cerebro o que la máquina de la lobotomía nos transforme en zombis felices en el circo de la globalización, y hagan del "dramma" de las generaciones perdidas, una "giocosa" ópera bufa.

– Finale: en el nombre del nieto (un "cuento" para antes que se vaya a dormir)

Escenario base: el puzzle de la desigualdad (entre la miseria y la infamia)

"Cuenta la leyenda que Uber viene de París. En 2008, durante una desapacible noche de invierno, Travis Kalanick y su amigo Garrett Camp no encontraban un taxi libre y decidieron crear una aplicación para el entonces recién nacido iPhone. La premisa era simple: apretabas un botón y venía un coche. Como si fueras un millonario"… ¡Hurra por la nueva economía! (Expansión – 18/2/16)

Internet y el smartphone han fulminado lo que los economistas llaman costes de transacción, que son los asociados con un intercambio. Antes, cuando necesitábamos un taladro, debíamos encontrar tiendas que los vendieran, desplazarnos hasta ellas, comparar precios… Mientras, decenas de taladros languidecían en las cajas de herramientas de nuestros vecinos. El Gobierno británico calcula que los usamos una media de 13 minutos a lo largo de su vida útil, antes de que desaparezcan en algún punto indeterminado de la familia política.

Salvo los bricoleros más fetichistas, los humanos no ansiamos ser los orgullosos propietarios de un martillo-percutor de 15 julios, con elegante maletín de transporte y juego completo de brocas. Nos bastaría con que nos lo dejaran un fin de semana a cambio de un módico alquiler. Pero acabábamos pagando lo que nos pedía el ferretero de la esquina porque casar la oferta y la demanda era un lío.

Ya no lo es. Plataformas como Uber, SnapGoods o Task Rabbit permiten que miles de personas ofrezcan sus coches, sus taladros o sus servicios como montadores de muebles de Ikea. "Se trata de una revolución similar a la neolítica o la industrial", dicen algunos analistas optimistas. La distinción entre proletario y capitalista se está diluyendo. Cualquier consumidor puede convertirse en empresario y poner en valor activos imposibles de monetizar hasta ahora. Se puede sacar un dinerillo cuidando un perro cuyo dueño está de viaje, alquilando unos metros del jardín como plaza de aparcamiento o acogiendo a unos turistas de paso por el país.

Así empezaron Brian Chesky y Joe Gebbia. Bueno, su historia es aún más cutre. Estos dos licenciados en diseño se habían mudado a San Francisco y, para redondear sus ingresos, tiraron unas colchonetas en su apartamento y las ofrecieron en una web que bautizaron como Airbedandbreakfast por el tipo de producto que comercializaban: cama (de aire) y desayuno, como los famosos B&B estadounidenses.

Les fue bastante bien, así que ampliaron el negocio. "No pretendíamos participar en el nacimiento de una nueva economía", declararía Chesky años después en Forbes. "Queríamos resolver un problema y, cuando lo logramos, descubrimos que mucha otra gente quería lo mismo".

Inicialmente pensaron en centrarse en aquellas ciudades cuya capacidad hotelera se veía desbordada por la celebración de algún gran evento. Ficharon a otro compañero de habitación, Nathan Blecharczyk, cambiaron el nombre de la web por el más manejable Airbnb y en 2008 se dedicaron a atender las convenciones republicana y demócrata. Los amigos les decían: "Estáis locos", pero se metieron en una aceleradora de Silicon Valley y hoy gestionan 1,5 millones de habitaciones en 34.000 ciudades de 192 países.

En principio (según los mismos analistas optimistas), este consumo colaborativo es ventajoso para todas las partes involucradas. Los propietarios aprovechan un patrimonio infrautilizado (el piso, el coche, el taladro) y los clientes pagan menos de lo que les cobrarían los proveedores convencionales. La sociedad en su conjunto se beneficia, además, de un uso más eficiente de los recursos. Por ejemplo, al mejorar la ocupación de los vehículos, Blablacar reduce el consumo de energía, la congestión y la emisión de gases de invernadero. En una reciente nota de prensa, la compañía aseguraba que "solo en España, en los últimos 12 meses, (sus) usuarios han ahorrado 90.000 toneladas (…) de CO2". Para absorber una barbaridad semejante, se habrían necesitado "16.000 hectáreas de bosque".

PwC calcula en su informe The Sharing Economy que la facturación conjunta de los principales sectores de esta pujante economía supera los 13.500 millones de euros y podría alcanzar para 2025 los 300.000 millones: más o menos el PIB de Dinamarca. Según la consultora, es "una oportunidad demasiado grande para ignorarla", y varias multinacionales están subiéndose a la ola. Avis ha invertido 450 millones de euros en Zipcar, una web que pone a disposición de sus socios una flota de 9.000 coches; General Electric ha metido 26 millones en Quirky, una comunidad de inventores, y aquí en España la cadena Room Mate ha lanzado la plataforma de apartamentos turísticos BeMate. "El juego está cambiando", dice su presidente, Kike Sarasola, "y yo quiero evolucionar con él".

No es lo que opinan, sin embargo, la mayoría de los operadores establecidos, que han optado por la confrontación. Consideran que esos miles de millones de los que habla PwC no han surgido de la nada, sino que se los están quitando a ellos. Y esta es la gran pregunta que los académicos intentan responder: ¿está generándose riqueza nueva o asistimos sencillamente a la sustitución de unos actores por otros?

La respuesta es posiblemente las dos cosas.

"Uber puede dar un servicio más barato porque sus conductores no pagan la licencia preceptiva", sostiene Jesús Fernández, vicepresidente de la Federación Profesional del Taxi de Madrid. "Eso es ilegal, y no lo digo yo, lo dicen los tribunales".

Es la misma crítica que desde el Grupo Barceló hacen a plataformas como Airbnb. "El negocio hotelero está sujeto a enormes controles", dice el director comercial de la cadena, Álvaro Pacheco. "Debes cumplir una normativa de seguridad, garantizar el acceso a los clientes con discapacidades, liquidar el impuesto de sociedades, el IVA, la ecotasa… Y resulta que ahora el dueño de cualquier apartamento puede alquilarlo sin estar sujeto a ningún condicionante. La deslealtad es clara".

La regulación no es, además, ningún capricho. "La licencia garantiza derechos laborales", dice Fernández. "Si el taxi desaparece, muchos podrán trabajar para Uber, pero sin contrato ni cobertura".

Los conductores de Uber no son asalariados, sino socios, y (según algunos analistas críticos) bajo "el paraguas de la economía colaborativa", se está produciendo la incursión de transnacionales que "pueden precarizar y amenazar a un sector (como el taxi) que da empleo a unas 100.000 personas" (solo en España).

Pero no se trata únicamente de salvaguardar derechos corporativos. La calidad del servicio está en peligro. "En Barceló pensamos que el crecimiento turístico debe ser sostenible", dice Pacheco, "y hemos sido consecuentes con ello. Desde hace 25 años no hemos construido nada nuevo en Baleares. Creíamos que la estrategia era orientarse hacia la excelencia, no inundar las playas de gente que no gasta nada en la economía local y no aporta ingresos a las arcas públicas".

"Cuando subes a un taxi", abunda Fernández, "lo haces a un vehículo asegurado, cuyo conductor está identificado. Y si se produce cualquier percance, llamas a la policía y le dices: el señor tal, con licencia equis, ha hecho esto, y en dos minutos te facilitan sus datos. Uber no sabía ni a quién tenía trabajando para ella en Madrid".

"Yo entiendo la indignación de los taxistas", dice Pacheco. "Me parece injusto que cualquiera pueda llevar pasajeros. Ahora estamos en una fase inicial, que es muy bonita: abro la app y pido un coche. Pero ¿qué pasará cuando empiecen los problemas? ¿Queremos acabar como en México? A lo mejor el conductor que eliges te lleva y a lo mejor te da una paliza".

Fernández señala finalmente que los partidarios de la desregulación olvidan que el transporte de personas es un servicio universal. "A un pueblo de Teruel nunca va a ir Uber, porque no es rentable, pero también allí necesitan taxis, que a menudo hacen de ambulancia y de todo". Y se pregunta: "Economía colaborativa es que tengo tres taladros y dejo uno, pero ¿qué tiene de colaborativo que te multipliquen por 10 la tarifa (como hizo Uber durante unas inundaciones en Toronto o durante una evacuación por un tiroteo en Sydney)? Ahí hay un salto a otra cosa".

Precarización del empleo, degradación de los destinos turísticos, pérdida de ingresos fiscales, inseguridad, desatención de los mercados poco rentables, persecución descarnada del lucro, competencia desleal… Es una importante relación de agravios. Veámoslos uno por uno.

"Todos compartimos la poderosa intuición de que la naturaleza del trabajo ha cambiado fundamentalmente, contribuyendo a deteriorar las condiciones laborales", asegura la catedrática de Berkeley Annette Bernhardt. "Pero al menos en la contabilidad nacional (de Estados Unidos) es difícil encontrar evidencia de un claro y sólido cambio hacia modalidades de empleo precario".

A pesar de la alarma de la izquierda, la proporción de ciudadanos autoempleados se mantiene prácticamente estable desde el año 2000. "Estados Unidos tiene sin duda importantes desafíos en materia de empleo, como la creciente desigualdad salarial o el estancamiento de la clase media, pero estos problemas no parecen relacionados con la explosión de la economía colaborativa", escriben Alan Krueger y Jonathan Hall en "Un análisis del mercado laboral de los conductores-socios de Uber en Estados Unidos".

Este artículo ha sido acogido con cierto escepticismo, porque Hall es jefe de Investigación de Uber, pero Krueger es catedrático de Princeton y ha sido presidente del Consejo de Asesores Económicos de Obama y, en cualquier caso, nadie ha rebatido ni los datos que aporta ni sus conclusiones.

La primera de ellas es el crecimiento explosivo de conductores. UberX, uno de los servicios de la compañía, se lanzó en 2012 y, dos años después, había registrados más de 160.000. ¿Se refugiaron ahí debido a la falta de oportunidades de una economía aún convaleciente? No parece. Apenas el 20% estaba parado. El resto tenía un trabajo a tiempo completo (53%) o parcial (27%). Los motivos más alegados cuando se les preguntaba por qué se habían incorporado a la firma eran (1) "ganar más dinero", (2) "ser mi propio jefe", (3) "conciliar la vida familiar y laboral" y (4) "estabilizar los ingresos, porque las otras fuentes de remuneración son impredecibles".

En cuanto a las condiciones, ganaban más que los taxistas (19,19 dólares por hora frente a 12,9), lo que les permitía pasar menos tiempo al volante. Krueger y Hall creen que los costes más competitivos de Uber han "impulsado la demanda de carreras, lo que a su vez ha aumentado la oferta de empleo" y "las remuneraciones". Lejos de sentirse explotados, los conductores de Uber se muestran "muy contentos de disponer de esta nueva opción".

"¿De verdad hay demasiados turistas en algunas ciudades?", me pregunta el experto de la CNMC cuando le traslado la queja de los hoteleros. Y se responde a sí mismo: "Pues se les grava con un impuesto pigouviano". El tecnicismo deriva del británico Arthur Pigou, que fue el primer economista que propuso emplear los tributos no para recaudar, sino para desincentivar actividades con externalidades negativas, como la contaminación, el tráfico o la afluencia masiva de visitantes. "Que cualquiera que vaya a Barcelona pague 100 o 10 euros", continúa, "pero no restrinjamos la competencia obligando a levantar exclusivamente hoteles de cinco estrellas. ¿Y si no hay demanda luego? ¿Qué hacemos? ¿Se los cedemos al sector público para que los mantenga con cargo al contribuyente?".

"Si lo que se pretende es dar el mejor servicio", dice el experto de la CNMC, "internet brinda un abanico enorme de posibilidades. Desde áticos con vistas a Central Park por 5.000 euros la noche, hasta un sofá de 10 euros. A veces buscas un alojamiento lujoso y a veces un rincón donde echar una cabezada antes del siguiente avión. No le puedes decir a una persona lo que quiere cuando puede elegir por sí misma".

¿Y los impuestos? ¿Y la seguridad? "El fraude fiscal es mucho más complicado cuando todo está digitalizado", responde rápidamente. "¿Y quién está más controlado: el señor que firma un papelito en recepción o el que ha contratado la habitación en una web que tiene todos tus datos y registra cada movimiento de tu tarjeta de crédito?".

Internet es el nuevo Gran Hermano. Para lo malo y para lo bueno. Alberto Benbunan, cofundador de la startup Mobile Dreams Factory y profesor de IE Business School, me explica que "Cabify (la versión española de Uber) está teniendo un éxito espectacular en México, en parte porque es más barata que los taxis, pero sobre todo porque es muchísimo más segura. Estás localizado en todo momento".

La acusación de que Uber no sabía quién trabajaba para ella en Madrid quizás tuvo sentido hace dos años, pero no ahora. Un portavoz de la compañía enumera los requisitos que deben cumplir sus conductores. "A todos se les exige un certificado de antecedentes penales, el modelo 036 (que acredita que estás dado de alta en Hacienda), la licencia de autónomos y el justificante de encontrarse al día en el pago de las cuotas, un coche con menos de cuatro años y con el seguro en vigor"…

"Los taxistas", dice el experto de la CNMC, "sostienen que la licencia permite obtener los datos en caso de incidencia, pero ¿los datos de quién? El conductor es a menudo un asalariado, no el titular de la licencia. ¿Y qué inspira más tranquilidad? ¿Eso o subirte con un señor que otros clientes han valorado, que te ha dado su móvil y cuyos movimientos están permanentemente vigilados?".

Como escribía el profesor del Centro de Estudios Monetarios y Financieros en el blog Nada Es Gratis, "tomar un taxi ya no es lo que era". Durante décadas, su profesión estuvo profusamente reglamentada, y con razón. El mundo estaba lleno de peatones que buscaban transporte, pero ¿cómo localizar a un conductor dispuesto a transportarte? ¿Y qué garantías existían de que la persona que eligieras conociese su oficio y no se aprovechara de que estabas en una estación, cargado de bultos y niños, para cobrarte lo que le viniera en gana?

Para resolver estos inconvenientes se estableció un sistema de habilitación administrativa y tarifas oficiales que ha funcionado razonablemente, pero que no carece de inconvenientes. "A los requisitos iniciales se han ido sumando otros", dicen en la CNMC. "Los vehículos tienen que ser de tal clase, la ITV debe pasarse cada seis meses, hay que suscribir un seguro de 50 millones de euros… La justificación es ofrecer la máxima calidad, pero el resultado práctico es que el servicio se encarece y se dificulta la entrada de competidores".

La principal barrera sigue siendo, de todos modos, la licencia. "En Madrid no se concede ninguna nueva desde 1980, a pesar de que la población ha aumentado y es más rica y, por tanto, más proclive a viajar en taxi". Pero incluso cuando su concesión se flexibiliza, sigue teniendo muchos inconvenientes. En Irlanda desregularon el sector en 2000 e inicialmente les fue muy bien, porque miles de conductores se incorporaron al mercado para atender las pujantes necesidades de una economía que crecía a ritmo de burbuja. Pero cuando el ciclo se dio la vuelta, la sobreoferta de licencias no se redujo, porque ¿adónde iban a irse sus titulares ahora que no había trabajo en ningún lado?

Todos estos problemas los ha resuelto internet. Las nuevas aplicaciones permiten localizar instantáneamente el coche disponible más próximo, sin que haya que pintarlo de amarillo ni ponerle una bombillita de colores en el techo. Y los comentarios de los usuarios proporcionan una información mucho más abundante y práctica (es limpio, conduce con suavidad, habla poco) que un frío número administrativo.

En cuanto al ajuste de la oferta y la demanda, Uber ha diseñado un algoritmo que eleva las tarifas en las horas punta, lo que incentiva la entrada de nuevos oferentes y reduce el plazo de espera. Fue este mecanismo el que causó el encarecimiento escandaloso de su servicio durante las inundaciones de Toronto y el tiroteo de Sydney. La compañía se ha comprometido a moderar la respuesta de los precios en situaciones de emergencia, pero se trata de una medida llena de sentido económico.

¿Y no se encubre una codicia insaciable detrás de esta vocación de servicio? ¿No desvirtúa el ánimo de lucro la esencia de la economía colaborativa? ¿No estamos dando un salto a otra cosa, como decía el vicepresidente de la Federación Profesional del Taxi?

En este país aún hay que pedir perdón por ganar dinero, pero "los economistas", señala el experto de la CNMC, "lo vemos como otro modo de obtener utilidad. ¿Por qué va a ser transacción colaborativa cuando no hay dinero? Si alguien me pasea al perro, ¿qué más da que lo haga a cambio de que le monte la librería de Ikea o de que le dé 10 euros? Económicamente es irrelevante".

"Cuando las "low cost" irrumpieron en el transporte aéreo, las compañías de bandera reaccionaron igual que lo están haciendo ahora los hoteleros y los taxistas", dice el catedrático de Esade Josep Valls. "Se reían. Ahora ya no se ríen. Han aprendido de ellas, y lo mismo deberían estar haciendo los hoteleros y los taxistas".

Es verdad que de momento se han anotado alguna victoria ante los tribunales. Si la ley exige una licencia para transportar viajeros y Uber carece de ella, es comprensible que los jueces le impidan operar. La ley se puede cambiar, además, y los taxistas no las tienen todas consigo. "Aunque este tema está parado en España, estamos viendo que en otros países miran para otro lado", se lamentaba hace un mes en Radio Nacional el presidente de la Confederación Española del Taxi, Gabriel Moragues. Esta división "va a generar un conflicto que se va a resolver a nivel europeo y no queremos que se resuelva con un sí".

La comisaria para la Agenda Digital, Neelie Kroes, ya ha advertido que Uber no es "el enemigo" de los taxistas, y se ha mostrado contraria a la prohibición.

"Si no hay razones económicas por las que una actividad no deba desarrollarse", se plantean en la CNMC, "¿por qué restringes la libertad individual del empresario y el consumidor para encontrarse en el mercado y estar mejor que antes? ¿Para defender los intereses de un colectivo? ¿Qué debe hacer una Administración? ¿Regular a favor de un grupo específico o del interés general?".

El ministro británico de Empresas, Matthew Hancock, ha proclamado que, con independencia de lo que hagan los demás, ellos piensan ser "el centro y el hogar de estas nuevas startups" y España corre el riesgo de llegar tarde también a esta revolución y perder la riqueza que entraña, que, como dicen en la CNMC, "es el fondo del asunto".

"La nueva economía no solo proporciona sustitutos imperfectos de productos ya existentes", escriben los investigadores de la Universidad de Boston Georgios Zervas y Davide Proserpio. Aunque la implantación de Airbnb ha reducido entre un 8% y un 10% la facturación de los establecimientos tradicionales de Houston, también ha aflorado una demanda que no existía. "La oferta de alojamientos baratos puede impulsar los viajes y el gasto total en turismo y (…) convertirse en generadora neta de empleo".

"Vamos a buscar soluciones como se han buscado en otros ámbitos", dice Valls. El servicio universal en el transporte de personas se puede garantizar sin renunciar a la competencia, obligando a los operadores a costear la presencia de vehículos allí donde no resulte rentable. Es lo que se ha hecho en telefonía.

Más espinosa es la cuestión de las licencias. Algunos taxistas han pagado cientos de miles de euros y exigen que la Administración los compense, pero Llobet cree que "es difícil argumentar que (…) alguna vez estuvo asociada a la promesa (…) de que su actividad se mantendría en las mismas condiciones de manera indefinida".

"Es un problema social que habrá que atender", dice Valls, "pero sin sacrificar la oportunidad que suponen las nuevas tecnologías y sin volvernos locos, porque la misma lógica justificaría que siguiéramos manteniendo a los cocheros del siglo XIX".

– Prohibir servicios como Uber empobrece en 1.000 euros a cada español (Libertad Digital – 18/2/16)

(Informe elaborado por Diego Zuluaga, Jefe de Investigación de EPICENTER y colaborador de Civismo, el think tank liberal de referencia en España)

La economía colaborativa se basa en una reducción de los costes de transacción que habilita nuevas fórmulas de intercambio entre los agentes económicos. Las empresas de este sector facilitan un uso más eficiente de los recursos, beneficiando a los consumidores con servicios más asequibles. La economía colaborativa puede mejorar el bienestar de los ciudadanos de la UE en 572.000 millones de euros, lo que se traduce en una inyección de más de 1.000 euros por ciudadano, alrededor de 2.750 euros por familia. Cerca de la mitad del consumo habitual de los hogares puede estar sujeta a modelos de negocio de la economía colaborativa: transporte, hoteles, servicios, etc.

Si bien estos negocios deben estar sujetos a alguna fórmula de regulación, no se puede obviar la necesidad de adaptar las normas laborales y fiscales a las circunstancias que introduce este nuevo sector.

Los países miembro de la UE han tomado enfoques distintos a la hora de regular la economía colaborativa. Un ejemplo paradigmático es el de Uber, que hoy está presente en 52 ciudades de 22 países europeos. La Justicia francesa ha restringido su uso, perjudicando a los más de 20.000 conductores que prestaban este servicio. Muchos de los afectados provenían de minorías o de colectivos que sufren altos índices de exclusión laboral, por lo que la prohibición ha sido especialmente regresiva desde el punto de vista social.

Cada vez hay más voces en Bruselas que piden un enfoque común a nivel europeo, pero las disparidades entre los socios europeos hacen que dicho planteamiento se antoje poco adecuado. Conviene recordar que, según el Índice de Libertad Económica en el Mundo, el mercado laboral de Reino Unido ocupa el puesto 17 de la tabla frente al 118 en el que figura España. Las diferencias en materia de flexibilidad deben salvarse con inteligencia. Por tanto, la UE debería limitar su intervención en este campo y centrarse en frenar aquellas regulaciones nacionales o locales que contravienen la competencia y la libre circulación de bienes y servicios.

Las normas emitidas desde Bruselas no pueden limitar las opciones disponibles para los consumidores y los proveedores que quieren participar en la economía colaborativa. De hecho, si se aprobase un enfoque común europeo, debería perseguir la liberalización de las regulaciones existentes y la abolición de aquellas reglas que se han quedado obsoletas por el avance de estas fórmulas innovadoras de negocio. Toda normativa comunitaria que pudiera lanzarse en este campo debería abstenerse de perjudicar el alto grado de flexibilidad laboral y empresarial que requieren estas nuevas actividades.

Mejor, lo dejamos aquí, porque temo que este "cuento", no tenga un final feliz, y mi nieto sufra pesadillas por la noche (además, mi hija no quiere que asuste al niño, con historias de la "nueva normalidad": ser un joven sin proyecto de vida propio; con más estudios, pero condenado a ser más pobre que sus padres y abuelos; forzado a vivir en una "adolescencia permanente", embaucado por "la cultura de lo efímero", y anestesiado con "la sopa boba" de las "redes sociales").

A los "mayores", les dejo una "coda", para la reflexión y el debate (entre una economía concreta o perderse en las redes). El que quiera entender, que entienda:

Tal vez habría que dejar de lanzar "apps" que ofrecen "servicios desregulados" para competir "deslealmente", contra "servicios regulados", o bien "desregular totalmente los mercados", para igualar el terreno de juego, de una Economía 4.0, aún inexistente.

Tal vez, habría que dejar de fabricar "cacharros" tecnológicos "asombrosos e inútiles" (Sábato los llamaba "chucherías") con el fin de "anestesiar a la chusma", afianzando "Un mundo feliz" neofascista con barniz democrático políticamente correcto que condena la inteligencia y consolida la autocensura.

Tal vez, habría que desarrollar una Industria 4.0, sin destruir la naturaleza, respetando la biodiversidad y el entorno (dejando de ser depredadores económicos). Tratando que la "huella ecológica", no nos dirija hacia el abismo.

Tal vez, habría que buscar alternativas laborales, educativas, científicas, profesionales, artísticas, creativas, sociales, humanitarias… (pueden ampliar la lista) para emplear provechosamente al 45% o más de la población activa (especialmente a los jóvenes), cuyas "tareas habituales" (reales o potenciales) sean sustituidas por la robotización. Procurar el total aprovechamiento del capital humano (recuperando el prestigio social de la educación y el esfuerzo)…

Los países avanzados (ahora, en vías de subdesarrollo) se hayan inmersos entre el problema de las evidencias y el avance del populismo. Las revueltas desde la izquierda y la derecha nacen de la misma fuerza: la globalización. La derecha no tiene una respuesta adecuada al efecto (¿no deseado?) de la globalización que erosiona la identidad de la gente. La izquierda no tiene una buena respuesta al efecto (¿no deseado?) de la globalización que exacerba la desigualdad. Eso deja a los políticos tradicionales luchando para mantener a sus seguidores mientras desde fuera otros prometen respuestas fáciles. "Los mejores carecen de convicción", escribió Yeats, "mientras los peores están llenos de apasionada intensidad".

"Las soluciones simples son, naturalmente, no-soluciones. Y en su mayor parte no sucederán", sostiene Fareed Zakaria (El Confidencial – 28/2/16).

Mientras ustedes resuelven si tomar un taxi de la calle o solicitar que Uber les envié un "intruso" por unos pocos dólares o euros menos; si alquilar alguna herramienta, compartir vuestra casa con "extraños en la noche", por mediación de Airbnb… (¿y por qué no la nevera, el despacho, la cocina, la ducha, la tele… y hasta la esposa o esposo?); en fin, diversas formas de regresar al trueque… (¿y ya que se trata de volver a la Edad Media, por qué no restablecer la servidumbre y el derecho de pernada?), les dejo con la respuesta de Umberto Eco (fallecido el 19/2/16) al diario La Stampa, sobre las "redes sociales" (como homenaje al filósofo, e invitación a la reflexión, sobre lo que han dado el llamar, la Economía 4.0):

"Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles".

En la Parte II se presenta un Anexo con Informes de Organismos Internacionales (selección de gráficos y tablas con los últimos datos disponibles a febrero de 2016): Eurostat (Main statistical findings) – OECD.Stat – Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo OIT – World Employment Social Outlook OIT – Tendencias Mundiales del Empleo Juvenil OIT – Una economía al servicio del 1% Intermon Oxfam – World Economic Situation and Prospects ONU – The Global Risks Report World Economic Forum Davos –

 

 

Autor:

Ricardo Lomoro

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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