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El legado vital de la globalización: del malestar económico al populismo emocional e irreflexivo (Parte I) (página 4)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Cuando se trata de apostar a la política, sin embargo, los operadores tienen antecedentes variados, y los fondos que tienen un saldo positivo podrían optar por no hacer nuevas apuestas durante gran parte del resto del año para proteger sus ganancias.

Estas fluctuaciones han ayudado al gestor de fondos de cobertura Kyle Bass a pasar del rojo al negro este año, según un inversionista. La semana pasada, su firma, Hayman Capital Management LP, con sede en Dallas, aumentó el tamaño de algunas apuestas existentes contra monedas asiáticas, incluyendo el yen, luego de la elección de Trump, dijo el inversionista.

En una entrevista, Bass señaló que espera que la inflación se acelere dada la preferencia declarada por Trump por políticas proteccionistas, lo que a su vez debería estimular a la Reserva Federal a acelerar el ritmo de los aumentos de las tasas de interés y a impulsar el dólar frente a monedas como el yen. Su fondo insignia acumulaba un alza de cerca de 5% este año hasta el jueves, dijo el inversionista.

"Se están quitando los guantes", dijo Bass, que invierte según las tendencias macroeconómicas y es conocido por hacer grandes apuestas en contra de la opinión de la mayoría. "Lo que va a separar a los gestores es si están dispuestos a asumir riesgos reales. No me refiero al tipo de riesgo de un casino flotante, sino a una posición real".

Algunos cuestionan si el entorno de inversión para los gestores ha mejorado de manera fundamental. "Creo que podría haber algunos shocks. Claramente, la elección fue un shock", dice Jane Buchan, de Paamco, una firma de Irvine, California, que administra y asesora inversiones de US$ 23.000 millones en fondos de cobertura. "Eso es muy diferente a niveles más altos y sostenidos de volatilidad, que es lo que necesitan los gestores".

Los operadores automatizados, incluyendo firmas de corretaje de alta frecuencia como Virtu Financial Inc. y fondos cuantitativos como Two Sigma Investors LP, recibirán un impulso de la sucesión presidencial, según algunos operadores. Aunque esos inversionistas no hacen apuestas basándose en análisis de los fundamentos, ya que generalmente se benefician durante los períodos de mayor volatilidad.

Sound Point Capital Management, el fondo de inversión de Stephen Ketchum que maneja US$ 10.000 millones, aumentó las apuestas sobre los bonos de las cadenas de televisión bajo la teoría de que el gobierno de Trump será más favorable a una consolidación del sector. Los fondos de la firma subieron la semana pasada, dijo un inversionista, mientras que los índices de crédito de referencia cayeron.

"Estamos en un mundo nuevo. Te guste o no, esto trae cambio y volatilidad, y eso es un buen ambiente para invertir", afirma Ketchum. El fondo había reducido sus apuestas al alza del mercado antes de la elección, según una carta enviada a los inversionistas.

Crimen y castigo (lo que la globalización nos dejó… "y la que rondaré morena")

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El huevo de la serpiente: unos países avanzados… en "vías de subdesarrollo"

"Quien tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo" (Nietzsche)

"La liberación del sufrimiento", como dijo Schopenhauer, aunque sea solo de forma relativa (una especie de felicidad negativa)…

Nadie puede juzgar, nadie, a menos que con toda honestidad pueda contestar que en una situación similar no hubiera hecho lo mismo…

Todo lo que no sea la preocupación por la supervivencia de uno mismo y de sus familiares y amigos, carece de valor. Todo se supedita a tal fin…

Influido por un entorno que no reconoce el valor de la vida y la dignidad humana, que desposee al hombre de su voluntad y lo ha convertido en objeto de exterminio (reemplazo/sustitución)…

Todos nosotros hemos creído alguna vez que éramos "alguien" o al menos lo hemos imaginado. Pero en los últimos tiempos nos han tratado como si fuéramos nadie, como si no existiéramos. El hombre medio termina sintiéndose terriblemente degradado. Entonces la mayoría degradada entra en conflicto con la minoría promovida, y el resultado es explosivo…

La reacción de los "electores" es una prueba de que el individuo no puede escapar a la influencia de lo que le rodea…

Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una última cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino. Y allí, siempre habrá ocasiones para elegir…

Dostoyevsky dijo en una ocasión: "solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos"…

Los párrafos anteriores corresponden al libro "El hombre en busca de sentido", en el que el Dr. Viktor Frankl (creador de la "logoterapia") relata su experiencia personal (y resistencia vital) en un campo de concentración, durante el holocausto nazi.

Si vuelven a leer las citas (tomadas a vuela pluma) y le agregan el "ahora", podrán encontrar, tal vez, una enorme correlación con la situación personal de millones de ciudadanos de los países avanzados (ahora, en vías de subdesarrollo), que han padecido (y continúan padeciendo), los "daños colaterales" de la globalización y el librecambio.

Una existencia provisional cuya duración desconoce. El obrero parado cesa de vivir para el futuro (en contraste con el hombre normal). Su existencia es provisional en ese momento y en cierto sentido, no puede vivir para el futuro no marcarse una meta.

En octubre de 1998 (cuando todos los "antiglobalizadores" cabíamos en un autobús), escribí un Ensayo titulado: Globalización económica – El imperio de la mediocridad. A continuación reproduzco algunos párrafos para que el lector (que da y quita razón) pueda descubrir los "orígenes" del huevo de la serpiente: el "motivo" del voto populista.

El Mercado Libre no es un Mercado Indoloro – El miedo al mañana

Por mucho menos de lo que está ocurriendo actualmente, culminó el 14 de julio de 1789 con la toma de La Bastilla, y el 15 de marzo de 1917 con la toma del Palacio de Invierno. Tal vez ese recuerdo ayude a reflexionar sobre lo que nos puede suceder de nuevo.

¿Cuáles son los condicionantes que ceban la bomba?

En una primera síntesis, tenemos problemas: ambientales, demográficos, económicos y sociales. Y si deseamos "abrir" la lista podríamos ampliar a: explosión demográfica y conflictivos procesos migratorios, ecología, ampliación de la brecha entre ricos y pobres, empleo, acentuación del mundo a dos velocidades, desasistencia educativa, desasistencia sanitaria, aumento del número de pobres, drogadicción, delincuencia, deterioro de los servicios públicos, gente sin hogar, baja tasa de participación en las elecciones, caída de los niveles de vida de la clase media (brusca caída de los salarios), corrupción , y politización de la justicia.

¿Cuáles son las causales de semejante acumulación de problemas?

¿Hechos naturales?, ¿leyes irreversibles?, ¿enemigos ocultos?, ¿castigo divino?, ¿síntomas de decadencia del sistema?

Algunos autores y estudiosos diagnostican: "la liberación del comercio" (Ravi Batra); "el comercio sin normas" (Tim Lang y Colin Hines); "el modelo global" (Hans-Peter Martin y Harald Schumann); "los mercados libres" (Lester Thurow); "el dualismo económico" (Michael Albert); "la competitividad" (Robert B. Reich); "el poder de la tecnología" (Paul Kennedy); "la globalización" (Jean-Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon); "la mundialización" (Viviane Forrester); "la eliminación del trabajo humano en el proceso productivo" (Jeremy Rifkin); "la declinación de la confianza" (Francis Fukuyama); "un vasto movimiento de despolitización y de privatización" (C. Castoriadis); "la deflación competitiva" (Benjamin Coriat y Dominique Taddei); "el capitalismo salvaje" (Naum Minsburg); "la economía financiera" (Scavo); "la internacionalización de la vida económica" (Robert Heilbroner); "el comercio internacional" (Charles Hampden-Turner y Alfons Tronpenaards); "el fracaso del mercado" (Albert O. Hirschman); "un sistema de laissez-faire" (Bruce Ackerman); "la era de la competencia" (Grupo Lisboa); "la nueva era imperial" (Jean-Marie Guehenno); "la globalización y la privatización" (Alain Touraine); "el conflicto de olas" (Alvin y Heidi Toffler); "la cultura de la satisfacción" (John Kenneth Galbraith); "la economía simbólica" (Peter Drucker); "la muerte de la sociedad industrial" (Taichi Sakaiya).

¿Y cuáles son los riesgos, qué es lo que puede ocurrir si todo sigue igual? ¿Qué siente el hombre común frente a todo esto?

Aquí también los estudiosos opinan:

"En 1993, cuando la depresión silenciosa ya lleva su segunda década de vigencia resulta evidente para muchos que el gran sueño americano es ahora sólo eso: un sueño" (Ravi Batra).

"Un elemento clave de la visión social preconizada por los defensores del libre comercio es el consumidor en sustitución del ciudadano" (Tim Lang y Colin Hines).

"La idea de "un mercado libre" al margen de las leyes y decisiones políticas que el mismo genera, es pura fantasía" (Robert B: Reich).

"La mayor prueba a que se verá sometida la sociedad humana en el siglo XXI consistirá en el modo de utilizar "el poder de la tecnología" para satisfacer las demandas planteadas por "el poder de la población"" (Paul Kennedy).

"La inseguridad es hoy la palabra clave". "Asalariados, funcionarios, jubilados: todos a la vez expresan temor a un mañana incierto". "El desarrollo de una desocupación masiva es el vector evidente y primordial de la sensación de inseguridad y vulnerabilidad que tetaniza a la sociedad". (Jean-Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon).

"Estamos ante una elección. A partir de ahora tenemos la facultad de decidir… ¡a la carta! si preferimos la desocupación a la pobreza o esta a aquella". "Pero que nadie tenga la menor duda: ¡tendremos las dos cosas!" (Viviane Forrester).

"No es la pobreza, sino el miedo a ella, el que pone en peligro a la democracia". "Los perdedores tienen un voto, y lo utilizarán. No hay razón para estar tranquilos: el terremoto social seguirá al político" (Hans-Peter Martin y Harald Schumann).

"Al igual que ocurrió en la década de los años 20, nos hallamos peligrosamente cerca de una nueva gran depresión" (Jeremy Rifkin).

"¿Qué tan lejos puede llegar la desigualdad antes de que el sistema se derrumbe?" (Lester Thurow).

"Hay un gran problema: La deslocalización de la mano de obra. Las personas que obtienen los nuevos empleos no son las mismas que perdieron los viejos. Los nuevos empleos no están en las fábricas, empresas e industrias, donde estaban los antiguos. De tal modo, la transición amenaza la seguridad del empleo" (Peter Drucker e Isao Nakauchi).

"Vamos hacia una estructura de oligopolio cerrado a nivel global. ¡Pobres consumidores! Estamos presenciando la agonía y muerte de la competencia en los mercados más vitales de la humanidad. Y no es sólo eso: también estamos presenciando la supresión masiva de empleos" (Luis de Sebastián).

"Vivimos la sociedad de los lobbies y de los hobbies". "El problema que se plantea es el de saber en qué medida las sociedades occidentales siguen siendo capaces de fabricar el tipo de individuo necesario para la continuidad de su funcionamiento" (C. Castoriadis).

"La aplicación de las diversas variantes del capitalismo "salvaje" ha conducido a una situación dramática. En el escenario internacional, así como también en el interior de cada país, desarrollado o en vías de desarrollo, se puede constatar la existencia de una tendencia a la dualización de la sociedad que se agudiza constantemente" (Naum Minsburg).

"La relativa pobreza de la clase trabajadora, la miseria física del "ejército de reserva" y la rápida disminución de los salarios junto con el súbito aumento del desempleo que se produce en la crisis, todo ello suministra una reserva creciente de potencial revolucionario" (Anthony Giddens).

"Cuanto más creador es el capitalismo de riqueza a corto plazo, mayor es el riesgo de convertirse en destructor de valores de largo plazo, si no está lo bastante acotado por los poderes públicos, y si no tiene la competencia de otros valores sociales que no sean los monetarios" (Michael Albert).

"La resignación resume la visión que el pasado lejano tenía sobre el futuro; la esperanza, la que tuvo el ayer; y la aprensión es el talante dominante hoy" (Robert Heilbroner).

"¿Puede la competencia gobernar el planeta? ¿Es la competencia el mejor instrumento para enfrentarse a escala mundial a los cada vez más grandes problemas medioambientales, demográficos, económicos y sociales? El mercado no puede calibrar el futuro porque es corto de vista por naturaleza. La dinámica de la competitividad, como ideología rectora de las relaciones sociales y políticas conduce a la catástrofe porque es incapaz de resolver los problemas comunes de un mundo al que crecientemente podemos percibir como una nave común en la que estamos todos embarcados" (Grupo Lisboa).

"Entre el estado– providencia que pretende hacerlo todo -y lo hace mal- y los ultraliberales persuadidos de que el estado no puede hacer nada bien, ¿no hay sitio para un camino intermedio, que redistribuya las responsabilidades a diferentes niveles, en función de la naturaleza de los problemas a tratar?" (Jean Marie Guehenno).

"El mercado destruye los antiguos sistemas de control social
de la economía o los obliga a transformarse profundamente. Una conmoción
de este tipo no exige la formación de movimientos sociales sino, más
bien, de movimientos históricos, que opongan el pueblo a las elites,
quienes sufren los cambios a quienes los dirigen" (Alain Touraine).

"La teoría del conflicto de olas, sostiene que el más
grave con el que nos enfrentamos no es entre el islam y occidente o el de "todos
los demás contra occidente", según señaló recientemente
Samuel Huntington. Ni está en decadencia Estados Unidos, como declara
Paul Kennedy, ni nos hallamos ante el "final de la historia" conforme
a la expresión de Francis Fukuyama. El cambio económico y estratégico
más profundo de todos es la próxima división del mundo
en tres civilizaciones distintas, diferentes y comercialmente enfrentadas a
las que no cabe situar según las definiciones convencionales. Tres civilizaciones
tajantemente separadas, en contraste y competencia: la primera simbolizada por
la azada, la segunda por la cadena de montaje y la tercera por el ordenador"
(Alvin y Heidi Toffler).

"Actualmente y en el futuro, los conflictos sociales y políticos
no serán entre el capital y el trabajo, sino entre los bien situados
y los relativa o específicamente pobres. Es posible que dichos conflictos
no sean pacíficos. La participación política es un disolvente
de las tensiones, y, cuando no se dispone de dicha participación, la
única alternativa es la violencia… Una amenaza más clara a la
(era de la) satisfacción procede de aquéllos a los que se deja
afuera del bienestar: la subclase de los barrios pobres urbanos en los que ha
sido ampliamente confinada. La posibilidad de una rebelión de la subclase
profundamente inquietante para la satisfacción, existe y se refuerza.
(¡El Motín Urbano!)" (John Kenneth Galbraith).

"La obsesión por la competitividad no es sólo
equivocada, sino peligrosa, sesgando las políticas nacionales y amenazando
el sistema económico internacional" (Paul Krugman).

"Si buscamos el momento histórico que más se asemeje
al nuestro, inevitablemente señalamos esa hora oscura en que la civilización
materialista y el espíritu científico y racional del mundo antiguo
sufrió un descalabro que allanó el camino de la civilización
medieval" (Taichi Sakaiya).

"La historia vuelve a ser ese túnel en que el hombre
se lanza, a ciegas, sin saber a dónde lo conducirán sus acciones,
incierto de su destino, desposeído de la ilusoria seguridad de una ciencia
que dé cuenta de sus actos pasados. Privado de Dios, el individuo democrático,
ve tambalearse sobre sus bases, en este fin de siglo, a la diosa historia: esta
es una zozobra que tendrá que conjurar" (Francois Furet).

"En épocas turbulentas, en tiempos de grandes cambios,
las personas optan por uno de los dos extremos: el fundamentalismo o la experiencia
espiritual o personal" (John Naisbitt y Patricia Aburdene).

"En los albores del siglo XXI los estadounidenses afirman que
el sueño de prosperidad y seguridad se ha convertido en un sueño
imposible de alcanzar. Del american dream al american downsizing" (Mercedes
Odina y Gabriel Halevi).

"En el plano financiero hemos asistido a un formidable crecimiento de la internacionalización… que ha llevado a hablar de una verdadera "financierización" de la economía… con riesgos reales de formación de una "economía de casino", centrado en el corto plazo y la especulación en detrimento de la industria y el largo plazo" (Benjamin Coriat y Dominique Taddei).

"El compromiso es un camino de ida y vuelta, y los empresarios
que esperan obtener lealtad, flexibilidad y cooperación de sus trabajadores,
sin darles nada a cambio, ya sea en forma de seguridad, beneficios o capacitación
son, lisa y llanamente, explotadores" (Francis Fukuyama).

Ante esta situación de irracionalidad, frente a un estado de desesperanza, nos planteamos algunos interrogantes que servirán para el análisis y propuesta a desarrollar:

¿Por qué las empresas impulsan la globalización? ¿Por qué los países o bloques aceptan la globalización? ¿Por qué los trabajadores y consumidores aceptan la globalización? ¿Adónde nos lleva esta situación? ¿Quiénes ganan? ¿Quiénes pierden? ¿Cuáles son los costos? ¿Será posible que la globalización globalice las crisis? ¿Es cierto que el libre comercio beneficia a todos los países? ¿Por qué se debe flexibilizar "sólo" el mercado de trabajo? ¿Quién se beneficia con el aumento de la productividad? ¿Estamos llegando a la paradoja de un capitalismo sin consumidores? ¿El paro se tornará endémico? ¿Puede Europa competir? ¿Puede el capitalismo morir de éxito? ¿Estamos ante el fin de la historia o ante el fin del futuro? ¿Puede la economía de casino seguir especulando ante el peligro del estallido social?

Resulta poco menos que increíble, ante este panorama de capitalismo asesino, que buena parte de los que tienen algo que decir o hacer -políticos, intelectuales, académicos, gobernantes y hasta empresarios- disimulen, finjan, mientan a sabiendas, en una actitud cínica, que cuanto menos podríamos llamar cómplice, frente a la economía del miedo imperante.

Así y todo, la duración de los aplausos se apagará en una generación. Estos "sopistas" que denostan el "estado de bienestar" recurrirán a los gobiernos -como lo han hecho tantas veces como han necesitado- para que les resuelvan las consecuencias -como siempre, imprevistas, no deseadas- del próximo crack bursátil, inestabilidad, pánico o huida financiera, hija de sus especulaciones, de sus volatilidades y de sus frivolidades culposas.

¿Cómo podemos, sin mentir, no enterrar la esperanza?

Ante la irracionalidad, la mediocridad, la corrupción, el desprecio;
conviviendo con el miedo, la incertidumbre, la desigualdad, la insolidaridad,
el déficit de porvenir, la desilusión, debemos hacer frente a
este holocausto laboral, a esta globalización de la miseria.

Mientras la mano invisible -del mercado- tira de la horca, el fundamentalismo económico nos condena al analfabetismo democrático.

Están dadas todas las condiciones para que entremos al nuevo siglo caminando hacia atrás en el futuro. Este cambio indigerible del atletismo económico quiere dar por bueno al trabajador de usar y… tirar.

La miopía capitalista ha puesto al hombre contra el mercado. La óptica del "ganador se lleva todo" puede llevar a la "rebelión de los esclavos" en busca de una nueva fe.

De la economía del miedo, hemos pasado al salario del miedo, como escala previa a la globalización de la miseria.

En esta guerra sin frente, que impone un mercado de trabajo brutal, ¿puede
Europa competir?, ¿debe Europa competir?

¿Cuál será el voto de los perdedores? ¿Cuánto se demorará la rebelión de los trabajadores ante el espiral descendente de la globalización? ¿Se podrá detener el sida económico? ¿Tendrá remedio la bacteria asesina del empleo? ¿Estamos todos atrapados en la red? ¿Iremos todos juntos a la quiebra?

(…)

Con lo visto anteriormente -podríamos decir "visto para sentencia"-, tenemos una amplia confirmación, sobre lo que nos contaban Hans-Peter Martin y Harald Schumann, de lo tratado en el Hotel Fairmont de San Francisco, en la reunión de notables de los negocios, universidades y gobernantes del mundo, en Septiembre de 1995. Estos "pragmáticos" 500 de primera línea asumían que en el próximo siglo el 20% de la población activa bastará para mantener en marcha la economía mundial. No se necesitará más fuerza de trabajo.

Evidentemente han tenido razón "una década" antes. El resto como expresó Brzezinski: "tittytainment", entretenimiento aturdidor y alimentación suficiente, aunque esto último nos permitimos ponerlo en duda.

La mayoría silenciosa (la que no vota), verá a la minoría satisfecha (mayoría que vota, al decir de Galbraith) por televisión. Invertirá sus ahorros -cuando los tenga- en los fondos de pensión o de inversión para que algún especulador aplique los recursos en acciones en las empresas que luego los despedirán para aumentar la rentabilidad de la inversión.

¿Podrá una minoría tan reducida -aunque poderosa- asumir los problemas comunes del mundo? ¿La competencia les dejará tiempo para atender los cada vez más grandes desafíos medioambientales, demográficos, económicos y sociales? ¿Habrá alguno o algunos dispuestos a actuar como prestamista de último recurso? ¿Podrán la cibernética, la automatización y las tecnologías revolucionarias devolver al consumidor su ciudadanía y al individuo la voluntad de ser sujeto? ¿Podrán los triunfadores abrir sus mentes antes del fracaso? ¿Quiénes administrarán el sistema comercial mundial? ¿Quién restablecerá la confianza? ¿Hasta dónde serán capaces de liberalizar? ¿Hasta dónde llevarán la privatización? ¿Podrán equilibrar la libertad con la igualdad? ¿Harán duradero el desarrollo? ¿Tolerarán otras culturas? ¿Quién es el policía que monta guardia? ¿Alguien se interesa por los desequilibrios estructurales? ¿A los ganadores les interesa la justicia social? ¿Estarán dispuestos a hacerse cargo de las víctimas del progreso? ¿Serán capaces de no considerar al mundo como un todo? ¿Quiénes serán los encargados de pensar globalmente y actuar localmente? ¿Serán capaces de reformular el contrato social para una sociedad no basada en el trabajo? ¿Podrán dejar de sacrificar deliberadamente el futuro al presente?

Mientras reflexionamos sobre las posibilidades -o más aún sobre la voluntad- de los "ganadores" de asumir, en tiempo y forma, la problemática global del mundo como suya propia, pasemos a reconocer, en el siguiente capítulo, a los "perdedores" de la globalización.

(…)

¿Quiénes pierden con la globalización? – El holocausto laboral

Las víctimas del dualismo económico se cuentan por millones. Los que no pudieron -¿ni podrán?- cruzar el muro de la pobreza están pagando cara la globalización, el libre comercio, la economía de mercado y la competitividad.

Una enorme subclase inmóvil opta en forma permanente entre el paro o la pobreza. El ejército multinacional de los desamparados, excluidos y carenciados, se sienten definitivamente apartados de la gran aldea global. Los nuevos pobres, generados por esta economía a dos velocidades, integran el "ejército en la reserva", en permanente adaptación hacia abajo.

El miedo al mañana, la angustia y la inseguridad, impulsan esta nueva "era de las desigualdades" (Fitoussi). Las víctimas del "horror económico" (Forrester) se sienten definitivamente excluidos de "integrar la red". "La mayoría insatisfecha" sufre aturdida las consecuencias de la privatización, la liberación y la desregulación, realizadas en nombre del progreso.

Trabajador de usar y tirar, disponible en el momento justo y por el tiempo necesario, flexibilizado, excluido, padeciendo los modernos procedimientos de reducción (downsizing), desplazamiento (outsourcing), reorganización (re-engineering ), sienten que han caído -definitivamente- en "la trampa de la globalización" (Martin y Schumann)…

Quisiéramos reflexionar, brevemente, sobre algunos aspectos que hacen a la crisis individual de la persona sometida a la dramática situación social y económica descripta anteriormente.

¿Puede el hombre vivir en un estado de inseguridad permanente? ¿Tiene capacidad para absorber la extraordinaria angustia que le produce estar sin trabajo? ¿Hasta dónde puede resignar ingresos? ¿Habrá siempre alguno dispuesto a aceptar una remuneración menor?

Podríamos a modo de ejemplo plantear un pequeño relato (teatralizado) de lo que sería una selección para cajera de supermercado. Perfil: mujer, 22/25 años, con estudios secundarios. Remuneración 800 dólares al mes.

Se presentan 450 candidatas. Avanza la selección. Cuando se tiene visualizada una candidata que reúne los requisitos (llamémosla Srta. A), aparece otra (llamémosle Srta. B) que no sólo reúne los requisitos anteriores sino que además es graduada universitaria y acepta las mismas condiciones laborales. Se elige a B y se descarta A. Pero luego aparece la Srta. C, que además de universitaria habla inglés. Se elige C y se descarta B. Así podríamos seguir. Final de la historia por 800 dólares al mes, se selecciona para cajera de un supermercado a una joven con título universitario, dos idiomas y el materno, flexibilidad de horario y experiencia anterior.

Pequeñas historias de estas hay miles. Y siempre con igual final.

Otra variante de la "depresión competitiva" -aunque no lo quieran ver así- ha sido la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Ha sido la fórmula -indirecta- utilizada para eliminar -casi extinguir- la familia de clase media de un sólo aportante. Con el argumento reivindicativo del feminismo -justo, por otra parte- posibilitaron la formación e independización de las mujeres poniéndolas en igualdad con los hombres a la hora de competir en el mercado laboral. Con una sola variante -la madre de todas la batallas- un salario del orden del 65/70% del que perciben los hombres. Una sociedad consumista "in extremis", un hombre sin empleo, o con uno regular o malamente remunerado; o en su caso , bien remunerado pero insuficiente para alcanzar la calidad de vida que el mercado "incita", lleva a la mujer -preparada y "suficientemente" motivada- a salir a buscar empleo.

A partir de ahí, estaban dadas las condiciones para que las nuevas "espaldas mojadas" -cualquiera fuera su rango- compitieran, sin saberlo, con sus esposos u otros esposos con un costo -en esa época- del 50%. Así el capitalismo "logró" dos trabajadores por el precio de uno…

¿Qué esperanzas puede tener un joven que se inicia en el mercado de trabajo? ¿Y una persona de 45/55 años que pierde el empleo? ¿Puede hacer algún tipo de planes quien vive de contrato precario en contrato precario? ¿Puede casarse? ¿Puede comprar una propiedad con crédito hipotecario? ¿Puede funcionar así la sociedad de consumo? ¿O lo único que queda son los consumos de "evasión": alcohol y droga?

Pareciera que el capitalismo (o turbocapitalismo, como lo llaman Hans-Peter Martin y Harald Schumann) se está destruyendo a sí mismo. Aunque probablemente los que hoy están "danzando en el Titanic" estén en los botes salvavidas antes que choquemos contra el iceberg.

¿Todos seremos trabajadores del conocimiento o trabajadores de McDonald"s? ¿Los robots fabricarán los productos y los hombres serán camareros de otros hombres? ¿Será eso la sociedad del ocio? ¿Así deben ser las cosas?

Dice Francis Fukuyama: "que el bienestar de una nación, así como su capacidad para competir, se halla condicionada por una única y penetrante característica cultural: el nivel de confianza inherente a esa sociedad".

Nos preguntamos, que confianza podemos tener hoy en una sociedad que nos niega el trabajo, una remuneración digna, educación, sanidad, acceso a la vivienda, seguridad, y nos dificulta o condiciona la alimentación, la libertad, el transporte, la información, la comunicación, el arte, la democracia, la justicia, la solidaridad, y la identidad cultural.

¿A quién debemos tener confianza? ¿A los golden boys (por aquello de que "algo caerá")? ¿Al capitalismo que sustituye al estado? ¿A la economía social? ¿O al abismo? Ese abismo que cada vez amplía más la distancia entre ricos y pobres y que amenaza con tragarse el sistema.

El freno capitalista y la mano invisible del mercado han ahogado toda posibilidad de aproximarse al ideal liberal de igualdad sin dominación. Dominados por el miedo no atinamos siquiera a reclamar ni la más mínima igualdad. Probablemente Adam Smith, hoy, los hubiera corrido del templo.

¿Cómo decirles a nuestros hijos que muy posiblemente -aunque estén más cualificados que nosotros- tendrán peores trabajos y ganarán menos?

¿Cuánto tiempo puede mantenerse el sistema ante el continuo aumento del número de desocupados y ante el estancamiento del nivel de vida de los que trabajan?, pregunta C. Castoriadis.

¿Puede la competencia gobernar el planeta?, pregunta el Grupo Lisboa.

¿Cuánto falta para que los tittytainment o el zappingantropo apague el televisor y comience el derrumbe?

Habrá llegado el momento -tal vez- cuando la desesperación supere al miedo.

En apenas una generación hemos pasado de ser hippies, a ser yuppies, para terminar siendo solamente… yonquies.

Actualmente los hijos del Nintendo, súbditos del Tamagochi, han sustituido la autoestima por la autoagresión. Apesebrados, clónicos con resignación ovina, víctimas propiciatorias del becerro de oro, asisten resignados al canibalismo de mercado.

Antes de pasar a otros aspectos, vamos a dejar planteado un tema para la reflexión o mejor para el debate.

¿Y si todo este proceso de globalización -por parte de la multinacionales- tuviera como fin último sustituir -en gran parte- a consumidores maduros -y saturados de productos- de los países desarrollados, por consumidores nuevos -y ansiosos de productos- de países menos desarrollados?

Desde los orígenes del fordismo, la idea base del capitalismo era, que el trabajador ganara lo suficiente, y durante el suficiente tiempo, como para transformarse en la piedra angular, de lo que dio en llamarse la sociedad de consumo. Los ricos tienen un alto poder de consumo y desde ya son adquirentes de muchos bienes. Pero nunca, salvo en productos de lujo, representan un alto porcentaje en la facturación de las empresas. El gran mercado lo forman los millones de consumidores anónimos. Los que no son ricos ni famosos. Los millones de operarios, administrativos, funcionarios, pequeños empresarios, profesionales, pensionistas, y otros, que empujan el carrito del supermercado, "tiran" de la tarjeta de crédito, e incrementan su colesterol con fast food.

La mecánica operativa era, dar trabajo e ingresos a gran parte de la población, para que la misma consumiera, "todo lo que le echen", las empresas.

¿Que llevó a las empresas a desarmar este esquema? ¿Los altos costos de la mano de obra, la continua presión e interferencia de los sindicatos, la inflexibilidad laboral, la competencia de empresas instaladas en regiones con menores costos, los deseos de mayor rentabilidad en menor plazo, una actitud de venganza por los años de aceptación y silencio -como mal menor- ante el peligro comunista?

Más allá de los motivos operativos lo concreto es que el paro y las menores remuneraciones llevan -in extremis- a una disminución de la capacidad de consumo de la población en cantidad (consumidores) y en calidad (dinero). Algunas empresas podrían pensar en compensar -y superar- la pérdida de mercado interno, con el mercado externo. Pero el mercado externo de estas empresas, es – ni más, ni menos- el interno de otras -o aún peor de las mismas- en el tercer país; que para más "inri" podrían estar actuando del mismo modo. O sea que la competitividad podría estar reduciendo el mercado interno de los dos países.

Si los mercados -maduros- internos se reducen, ¿cuál puede ser el beneficio de llevar la producción a países poco desarrollados -no maduros-, si no se puede aprovechar la exportación, como sustituto de la producción interior abandonada?

Con criterio global -más allá del caso a caso particular empresario-, la explicación que nos gustaría se reflexione o se debata, es, si no se estará apostando por "generar" mercado, en países con bajo costo de mano de obra. Sería como recrear la sociedad de consumo donde nunca existió.

Si la hipótesis es cierta, la producción en regiones con bajo costo, no sería principalmente para exportación -que también-, sino para desarrollar el mercado interno. Éste sería -tal vez-, el mayor interés que "despierta" el mercado asiático, fundamentalmente China.

Si nuestra hipótesis es correcta, el tema no tiene retorno. Para los trabajadores de los países desarrollados sería un "drama sin final". Por más que se flexibilicen, las empresas no volverán. Además de trabajadores caros, son consumidores maduros. En otros lados hay, trabajadores baratos, y consumidores ansiosos.

Aunque la mentira nos la van diciendo "de a poquito" no logran compaginar la idea y el pensamiento con la coherencia y la honestidad.

Por más bajo que sea el costo de producción en los países desarrollados, muy poco podrían exportar a los países en desarrollo, si sus habitantes no tienen poder de consumo; y de eso se trata, dar trabajo -con mínima remuneración tolerable- a millones de "nuevos" consumidores potenciales que todavía tienen que descubrir las "delicias" de la sociedad de consumo. Los nuevos "tontos útiles" del capitalismo (global).

China, India, África (?)… miles de millones de habitantes… miles de millones de "nuevos" consumidores… si y sólo si tienen "algo" de dinero para hacerlo. Ese algo se lo están dando las multinacionales. Y además se quedan en ventaja para competir, en lo que se pueda, en el mercado desarrollado, mientras dura.

Habría alguna razón -histórica- de justicia para tantos países postergados, sino fuera porque la pobreza "nunca se acaba" y sólo están llamados a ser una etapa -transitoria- en el devenir competitivo del mercado libre…

Visto el impacto humano de la globalización, lo "único" sorprendente es que hayan tenido que pasar 18 años (tal vez 20, si se comienza a contar desde el tiempo de estudio y redacción) para que se produjera esta especie de "liberación del sufrimiento", aunque solo sea de forma relativa (una especie de felicidad negativa).

(Noviembre 2016) "Et lux in tenebris lucet"… (el vínculo entre la política populista y el malestar económico)

Según un documento de trabajo reciente de la Harvard Kennedy School titulado "Trump, Brexit, and the Rise of Populism: Economic Have-Nots and Cultural Backlash", publicado por el profesor Ronald Inglehart de University of Michigan y la profesora Pippa Norris de la Harvard Kennedy School, el porcentaje de votos a partidos populistas en Europa ronda el 13%, y tan solo era del 5% en 1960. En el mismo periodo el porcentaje de parlamentarios populistas se ha triplicado del 4% al 13%. Y claro está, su influencia no acaba en los parlamentos. Para evitar que hagan mella en su electorado, los partidos tradicionales reaccionan adoptando políticas similares a las que defienden los partidos populistas. Por ejemplo, en el Reino Unido, los partidos tradicionales endurecieron su postura ante la inmigración cuando quedo claro que UKIP, el partido de Nigel Farage, estaba ganando simpatizantes.

Para los autores del documento, el populismo tiene tres elementos: anti sistema, autoritarismo, y nativismo. El populismo es anti sistema: considera que las "clases dirigentes" (políticos, personajes de los medios de comunicación, grandes empresarios, intelectuales, expertos, científicos) son corruptas, y tienen una conspiración contra la "gente normal y corriente". El populismo es autoritario en el sentido que prefiere un líder fuerte y carismático frente a las instituciones de la democracia representativa. Además, el populismo está en contra de lo que sea multicultural, y favorece excluir lo que venga de fuera. Está en contra de la cooperación internacional, y siempre pone primero el interés de la "gente normal y corriente". Seguro que al lector le costará bien poco hacer una correspondencia entre estos tres conceptos de anti sistema, autoritarismo, y nativismo y lo que Trump ha estado diciendo en sus discursos.

El objetivo del documento de trabajo es determinar si el reciente aumento del populismo es fundamentalmente a causas económicas o culturales. Como casi siempre, se plantea como un tema de blanco o negro, pero los autores son los primeros en decir que seguramente los dos factores son importantes, pero que intentan determinar cual lleva más peso. ¿Pero que quieren decir con causas económicas o culturales?

Según la hipótesis de las causas económicas, el incremento del populismo se debe al aumento de la desigualdad de renta y riqueza, posiblemente debido a la globalización, automatización de tareas, economía del conocimiento, y las políticas de austeridad. El incremento de la inseguridad económica ha llevado al resentimiento en contra del sistema. Por supuesto, esto afectaría a los desempleados, trabajadores poco cualificados, y personas que reciben beneficios sociales. Dentro de esta visión, los inmigrantes son malos porque "quitan" los trabajos y se benefician de los servicios públicos.

Por el contrario, según la hipótesis de reacción cultural, el aumento del populismo se debe a una reacción en contra de los valores culturales post-materialistas que han avanzado en sociedades occidentales desde los setenta. La manifestación más clara del avance de los valores post-materialistas son la preocupación por el medio ambiente, los derechos humanos, la equidad de género, y el cosmopolitanismo. Esta revolución silenciosa ha hecho que aquellos con "valores tradicionales" no se encuentren identificados en un "sistema" que ha adoptado los valores post-materialistas. ¿Quiénes son los que mantienen los "valores tradicionales"? Mayoritariamente, las personas mayores, menos educadas, y en la mayoría hombres que en el pasado eran portadores de los valores predominantes, y que no participaron de esta revolución silenciosa de la que surgieron los valores post-materialistas.

El análisis empírico para adjudicar entre el peso relativo de la hipótesis económica y la cultural, se realiza en dos etapas. En una primera etapa, se utiliza una encuesta, la "2014 Chapel Hill Expert Survey" que pregunta a expertos en política europea sobre el posicionamiento de partidos políticos europeos en una serie de políticas. Utilizando esas respuestas y un análisis factorial, determinan qué partidos políticos europeos consideran populistas.

En una segunda etapa, utilizan los datos de la Encuesta Social Europea en la que se pregunta a los entrevistados por el partido que votaron en la última elección nacional. Analizan conjuntamente todas las encuestas desde el 2002 al 2014, por lo que terminan utilizando la información de casi 300.000 individuos repartidos en 32 países. La idea es estimar un modelo econométrico para intentar determinar si son variables económicas o variables culturales las que mejor predicen el voto a un partido populista.

Para representar la hipótesis económica utilizan las siguientes variables: ocupación, experiencia de desempleo, si la principal fuente de ingreso familiar son las transferencias sociales, y percepción de inseguridad económica. Para representar las variables culturales incluyen postura anti-migración, desconfianza en instituciones multilaterales, desconfianza en las instituciones políticas y gubernamentales nacionales, un conjunto de variables representando valores autoritarios, y considerarse ideológicamente "de derechas". Cuando se estiman las regresiones siempre controlan por edad, género, nivel educativo, si se es de una minoría étnica, y religiosidad.

La conclusión de los autores del documento es que las variables económicas no hacen mucho para mejorar el ajuste del modelo de regresión, pero las variables culturales parecen implicar una mayor mejora. Aunque todas las variables culturales tienen el signo esperado, alguna variable económica tiene un signo distinto al que esperaban los autores. Por ejemplo, aunque la experiencia de desempleo está ligado a un mayor apoyo de partidos populistas, que la principal fuente de ingreso familiar sean las transferencias sociales, y percepción de inseguridad económica están las dos ligadas a un menor apoyo a partidos populistas. Por lo tanto, los autores terminan concluyendo que la hipótesis de reacción cultural parece tener mayor peso que la económica.

No estoy tan seguro que se pueda concluir de sus resultados que la hipótesis de reacción cultural sea más importante que la económica. Pero lo que sí queda claro, es que las cuestiones culturales son muy importantes. Y la verdad que no resulta del todo sorprende, al menos cuando se piensa en el Brexit (que la gente se guiara por una especie de animal spirit, sentimiento o actitud a favor o en contra de Europa que se ha forjado a lo largo de los años).

Otra pista sobre la relevancia de los valores culturales es el voto de la mayoría de las personas mayores. Una encuesta que se hizo por académicos justo antes del referéndum indica que 69% de las personas mayores de 65 votaron a favor de Brexit, mientras que tan solo fue 21% de las personas más jóvenes de 26. ¿Por qué votaron a favor de Brexit la mayoría de las personas mayores? Difícilmente será por cuestiones económicas ya que los pensionistas fueron el grupo mimado del gobierno de Cameron, y su bienestar económico ha mejorado más rápido que el de los trabajadores. Además tampoco deben tener la ilusión de competir en el mercado de trabajo con inmigrantes, porque ya no forman parte de la población activa. Y aunque es cierto que la campaña a favor de Brexit destacaba que se podrían aumentar los fondos al Servicio Nacional de Salud, son también las personas mayores las que más ven todo el personal sanitario que viene de otros países.

Esta misma encuesta nos sigue dando pistas sobre la importancia de los valores culturales. Preguntaron a las personas si se identificaban como británicos, ingleses, escoceses o galeses. Según la encuesta el 72% de los que se identificaron como ingleses votaron a favor de Brexit, pero sólo el 43% que se identificó como británico votó a favor de Brexit.

"Los populismos son hijos de la globalización; el desorden económico ha sembrado de incertidumbre a las clases medias. Y las nuevas élites lo han aprovechado electoralmente"… ¡Estúpidos!, es la globalización (Carlos Sánchez El Confidencial – 12/11/16)

Existen populismos de derechas y de izquierdas, pero en algo coinciden: la globalización está detrás del progresivo empobrecimiento de las clases medias de los países ricos. Es decir, de buena parte de su electorado.

La receta que se propone es similar. Las naciones deben recuperar parte de su soberanía perdida en aras de enfrentarse a dos de los grandes problemas económicos que el mundo tiene por delante: el impacto de las nuevas tecnologías sobre el empleo (y los salarios) y, en el caso de los países avanzados, la deslocalización industrial, que supone trasladar a países con bajos costes gran parte de la producción.

Ambos fenómenos actúan en paralelo. Y la consecuencia, como parece evidente, es un ensanchamiento de las desigualdades y del malestar social, agravado por la pérdida de credibilidad de los políticos que pertenecen a los partidos tradicionales. Sin duda, porque para millones de familias, su política de prioridades está clara.

El malestar de las clases medias explica el triunfo de Trump. Pero también cambios sociales en la estructura demográfica de EEUU que han modificado el mapa político.

Difícilmente puede preocupar en los hogares el cambio climático, la corrupción intelectual de los nuevos populismos o la demagogia cuando lo urgente es llegar a fin de mes. Davos, el espíritu de la élite empresarial y política que cada año se reúne en la montaña mágica suiza, ha empezado a perder la batalla. Gana lo más prosaico: el empleo y el salario digno.

El Nobel Angust Deaton lleva años recordando que el progreso tecnológico va siempre acompañado de un avance en la desigualdad debido a que inicialmente solo unas minorías -las élites- se benefician del progreso. Algo que puede explicar el creciente divorcio entre el campo y la ciudad, como han demostrado el Brexit o el triunfo de Trump. Entre otras cosas, porque la deslocalización industrial expulsa del mercado laboral no solo a quienes trabajaban en las grandes fábricas. También, a las pequeñas y medianas empresas que conforman el tejido industrial y hasta el alma de un determinado territorio.

De esta manera, el mundo se encuentra atrapado en una paradoja. Es evidente que el comercio mundial favorece el crecimiento económico porque abarata bienes y servicios y permite abrir nuevos mercados, pero, al mismo tiempo, perjudica a amplias capas de la población que se sienten muy vulnerables por la competencia de países que no respetan los derechos humanos, contaminan de forma irresponsable, no soportan los elevados costes del Estado de bienestar o financian a sus empresas en condiciones ventajosas. Sin contar el desprecio de los derechos laborales. China es el paradigma.

El mundo, en este sentido, parece atrapado por una pinza política que convierte a la globalización en pieza de caza mayor. Hasta el punto de que está detrás del auge de los nacionalismos, que primero son de carácter económico (aumento del proteccionismo) y, posteriormente, derivan en una respuesta política. Algo que puede explicar la ralentización del comercio internacional. Si antes de la crisis el comercio mundial se incrementaba el doble que el producto interior bruto (PIB) del conjunto del planeta, ahora crece prácticamente la mitad: un 1,7% anual, según las estimaciones de la OMC.

No se trata de un fenómeno coyuntural. Entre 1947 y 2001, el PIB real de EEUU creció en una tasa anual media del 3,5%. Sin embargo, desde 2002 hasta hoy, ese promedio ha caído hasta casi la mitad (el 1,9%).

Esta ralentización en el crecimiento es lo que puede explicar, en parte, el malestar en una sociedad acostumbrada a las certidumbres, y que siempre ha tenido garantías de que sus hijos vivirían mejor que sus padres. Bajo crecimiento y menor cohesión social forman un cóctel demasiado explosivo como para pensar que el modelo Davos de crecimiento no iba a tener consecuencias políticas.

El mundo, por decirlo de una manera directa, cada vez tiene menos que repartir por los escasos avances en productividad, lo que unido a la pérdida de credibilidad de los sistemas políticos (corrupción o proliferación de élites extractivas que controlan los grandes medios de comunicación), genera un formidable desafío. Máxime cuando la política de tipos cero de los bancos centrales beneficia, sobre todo, a la industria del dinero. Precisamente, la que llevó al mundo al borde la catástrofe. Y perjudica, paradójicamente, al ahorrador. Ese célebre 1% que posee la misma riqueza que el 99% restante y que se beneficia de la inexistencia de cláusulas sociales o de reciprocidad comercial en las transacciones internacionales. Pero que recibe dinero barato para sus inversiones financieras, lo que explica que Wall Street esté en máximos históricos.

Como han recordado Peter Navarro y Wilbur Ross, que han preparado el músculo intelectual del programa económico de Trump, los flujos de inversión directa desde EEUU hacia China permanecieron bastante estables entre 1999 y 2003, alrededor de 1.600 millones de dólares al año, pero desde 2004 y hasta 2008, antes de la crisis, esa cifra ha saltado hasta los 6.400 millones de dólares al año. Pura deslocalización industrial acompañada de un proceso de desregulación financiera iniciada en tiempos de Bill Clinton -fin de la separación entre banca comercial y de inversión- que ha acabado por escapar del control de las élites. En la OMC, de hecho, vale lo mismo el voto de EEUU que el de Albania.

Un reciente estudio de dos profesores californianos, Laura Tyson y Lenni Medonca, ha demostrado que entre 2005 y 2014 el ingreso medio de dos tercios de los hogares en 25 economías desarrolladas se mantuvo estable o descendió en términos reales. Y sólo después de las transferencias públicas -a través de subvenciones, deducciones o bajada de impuestos– los perdedores de la globalización han podido mantener su nivel de vida.

Es decir, que el gasto público ha jugado un papel fundamental para compensar los efectos adversos del desarme arancelario y del posterior declive industrial que se está produciendo en las economías más avanzadas. Sin embargo, y aquí está la paradoja, muchos gobiernos atacan, precisamente, las fronteras del Estado de bienestar con recortes y políticas de ajuste, lo que supone dejar en la intemperie a millones de trabajadores que se sienten desprotegidos ante la globalización.

Este es el caldo de cultivo del que se nutren los populismos. Muchos ciudadanos observan a su alrededor ciudades que antes eran prósperas y hoy son una ruina. En las que crece la delincuencia y el analfabetismo tecnológico.

Los empleos no cualificados son los más vulnerables a la globalización, y de ahí que el voto, para muchos, sea el único instrumento de defensa contra los ataques a su estatus social y económico. La influencia de las redes sociales y de las televisiones, que permiten a los ciudadanos tener más información sobre lo que sucede, hacen el resto.

Esta ceguera de muchos políticos ante lo que está pasando explica el triunfo de Trump o, en el futuro, de Le Pen, cuyos votantes no pertenecen al suburbio o al lumpen social. Son honrados padres y madres de familia que pagan impuestos y que observan con incredulidad lo que sucede a su alrededor: trabajo precario, bajos salarios, pérdida de derechos laborales o degradación de las políticas públicas en sanidad, educación o pensiones. Y que sufren las consecuencias de una competencia desigual.

Las clases medias no tienen acceso a muchas prestaciones sociales, por ejemplo guarderías o vivienda pública, porque los beneficiarios -los recursos son limitados- son inmigrantes de muy bajos ingresos. Lo que indudablemente produce tensiones sociales y comportamientos xenófobos.

Gordon Brown, el ex primer ministro británico, lo dijo con lucidez. "Debemos comenzar por reconocer que, en un mundo cada vez más integrado e interdependiente, cada país debe encontrar el equilibrio adecuado entre la autonomía nacional que desea y la cooperación internacional que necesita". Es decir, hay que ordenar la globalización para evitar males mayores.

Las manifestaciones de Seattle en 1999 fueron la primera advertencia de que algo se estaba haciendo mal con un alocado proceso que ha llevado al mundo a que un personaje como Trump vaya a dirigir la primera economía del planeta. No es su éxito, es el fracaso de un sistema económico.

– ¿Por qué el populismo está en auge en Estados Unidos
y Europa? (BBCMundo – 14/11/16) Lectura recomendada

(Por Pablo Esparza)

El "independiente", el "no político metido a política", el ""outsider" recién llegado". Son muchos los calificativos con que se trata de definir a Donald Trump, el presidente electo de Estados Unidos. "Populista" se convirtió casi en un epíteto.

El triunfo electoral del magnate fue visto como la gran victoria del populismo. Y desde la misma noche electoral, su victoria fue saludada como un modelo por otros movimientos adscritos a esta estrategia política, que ven en el sismo político causado por Trump el primero de muchas réplicas. Especialmente en Europa.

"Lo que pasó esta noche no es el fin del mundo. Es el fin de un mundo", señaló Marine le Pen, presidenta del partido de ultraderecha francés Frente Nacional. "Hoy Estados Unidos. Mañana, Francia", apostilló su padre, Jean Marie Le Pen, anterior líder del partido.

Creciente fortaleza

El éxito electoral de Trump, señalan los expertos, es la expresión en Estados Unidos de una serie de movimientos populistas que en Europa vienen de lejos y que se fueron fortaleciendo en los últimos años.

La campaña a favor del Brexit, que obtuvo un 51,9% de los apoyos en el referendo celebrado en Reino Unido el pasado junio es quizá el antecedente más inmediato. Pero no fue el único.

En Francia -donde se celebran elecciones presidenciales en mayo de 2017- el Frente Nacional obtuvo más del 27% de los votos en los comicios regionales de 2015 y se convirtió en la primera fuerza electoral en la primera vuelta.

También en Holanda, las encuestas sitúan al Partido para la Libertad en segunda posición de cara a las elecciones generales de 2017.

Y en Austria, el 3 de diciembre, Norbert Hofer, candidato del ultraderechista Partido de la Libertad se juega la presidencia del país en la repetición de las elecciones de mayo, que fueron anuladas por irregularidades en el recuento.

Si vence, Hofer se convertirá en el primer jefe de Estado ultraderechista en Europa desde la II Guerra Mundial.

¿Qué es populismo?

Pero, ¿qué entendemos por populismo? Y, ¿por qué está en auge en Estados Unidos y Europa?

"Es un discurso que presenta la relación entre pueblo y las élites como antagónicas, de modo que la relación del pueblo con las élites no se puede resolver sin romper con las estructuras institucionales de una sociedad. Por tanto, el populismo no es necesariamente de izquierdas o de derechas, dependerá de cómo se construyan las categorías de pueblo y de élite", le dice a BBC Mundo Carlos de la Torre, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Kentucky.

"En el caso norteamericano y de Europa, como en el Brexit en Reino Unido, Austria o Francia, la categoría de pueblo se construye en términos nacionales y creando la categoría del otro como el inmigrante". "Pero esa categoría pueblo se puede construir como la construyeron los populistas latinoamericanos de izquierdas: como las gentes desposeídas, los pobres en contra de la oligarquía. De alguna manera ese tipo de construcción es también la que ha tenido Podemos o Syriza en Europa", agrega el experto en populismos.

De este enfrentamiento con las "élites" deriva también el tipo de líder y de estrategia de comunicación que suelen adoptar estos movimientos.

"Todos los líderes populistas son grandes transgresores de las formas habituales de hacer política. Son transgresores culturales, en el lenguaje. De alguna manera se presentan como outsiders al sistema político", señala Francisco Panizza, profesor de política latinoamericana y comparada de la London School of Economics. "El populismo no es una ideología. Es más bien un modo de identificación. Crea identidades. Crea el pueblo como actor político en antagonismo al orden establecido, a la clase gobernante", apunta en diálogo con BBC Mundo.

Crecimiento

Desde los años 60, el voto a los partidos populistas de derechas
en Europa pasó de un 6,7% en los 60 a un 13,4% en la década de
2010. Durante el mismo periodo, el populismo de izquierdas creció de
un 2,4% a un 12,7%, según datos citados por el estudio "Trump, Brexit,
y el ascenso del populismo: excluidos económicos y reacción cultural",
escrito por los profesores Ronald F. Inglehart y Pippa Norris y publicado por
la Universidad de Harvard. Las razones de este ascenso hay que buscarlas en
los cambios sociales ocurridos en las últimas décadas en Europa
y Estados Unidos.

"Puede haber causas específicas a cada una
de estas sociedades, pero también hay una causa común y es que
más y más gente no se siente representada por el sistema. Podríamos
hablar de una crisis de representación", indica Panizza, quien recientemente
coordinó el libro "El populismo y el espejo de la democracia".
"Cuando hablamos de las razones comunes del populismo, y esto afecta tanto
a EEUU como a Europa, vemos que es el coletazo de la Gran Depresión del
2008 y 2010, que creó un sentimiento de injusticia entre mucha gente
que pensó que los gobiernos salvaban a los bancos a costa de la población.
Eso deslegitimó mucho el orden político y económico y la
visión de la globalización que subyace", dice. Y agrega:
"justamente el auge del populismo y su ataque a ciertas instituciones muestra
que esas instituciones tienen problemas muy profundos y fundamentales".

Lo cultural

En cambio, el profesor Eric Kaufmann apunta a factores culturales, más que económicos, como la principal causa del auge de los populismos de derechas. "Tiene algo que ver con los cambios económicos pero fundamentalmente con la oposición a la inmigración. Es una causa de larga data común a los populismos de Europa occidental y de América del Norte, no a los de Europa Oriental ni de la Europa del Sur. Son sociedades cada vez más diversas desde el punto de vista étnico debido a la inmigración", comenta el experto en diálogo con BBC Mundo.

En este sentido, Inglehart y Norris definen en su estudio el perfil de quienes apoyan en mayor medida al populismo en Europa. "Generalmente es más fuerte entre generaciones más viejas, hombres, con bajos niveles de educación y pertenecientes a mayorías étnicas y religiosas", señalan. Y destacan que el aumento de votos a partidos populistas se debe explicar "en gran medida, como una reacción contra el cambio cultural progresista" que se inició a principios de los 70.

Otros factores que según los analistas ayudan a explicar la expansión del populismo tienen que ver con el proceso de borrado de las diferencias en términos económicos entre los partidos de la izquierda y la derecha tradicionales.

En este contexto, la vinculación entre clase social y tendencia en el voto, apuntan Inglehart y Norris, fue perdiendo fuerza en Europa a medida las posiciones entre izquierda y derecha se fueron acercando en lo económico.

Desde los extremos, el populismo viene a romper la creciente homogeneidad de los discursos políticos. "Tras el final del comunismo, los partidos se fueron acercando en cuestiones económicas y ahora sus diferencias tienen más que ver con una división cultural, especialmente en lo relacionado a la inmigración y el cambio étnico", apunta Kaufmann.

Fascismo

Algunos analistas han querido ver un paralelismo entre el auge actual del populismo y el ascenso de los fascismos en la Europa de los años 30, también afectada por una aguda crisis económica.

"Con los debidos cuidados, los paralelismos existen. El más claro es una profunda crisis económica que termina derribando el orden y el establishment político. Pero con todo el rechazo que pueden ofrecer fenómenos populistas como el de Trump, creo que el fascismo no es exactamente lo mismo", sugiere Panizza. "EEUU es una sociedad democrática con instituciones democráticas. Yo no diría que la democracia como tal va a caer en EEUU, que Trump se vaya a convertir en un dictador y vaya a disolver el Congreso. Eso no va a pasar, por supuesto", indica el experto. Pero concluye: "la polarización social creada por su discurso es negativa porque la democracia requiere el reconocimiento del otro como ciudadano con el cual hay que entablar algún tipo de negociación".

– ¿Obreros de extrema derecha? (Libertad Digital – 15/11/16) Lectura recomendada

(Por José García Domínguez)

La tentación primera, la instintiva, es considerar que todos esos obreros industriales de mediana edad y escasa formación reglada, los que están virando en masa hacia la extrema derecha a ambas orillas del Atlántico, son estúpidos; carne de cañón en manos de los demagogos de turno que los manipularían y engañarían a su antojo, quién sabe con qué intereses espurios. Pero lo cierto es que, tanto entre los cuellos azules que acaban de votar a Trump como entre sus iguales ingleses o franceses que llevan lustros encuadrados en las filas del Frente Nacional y del UKIP, lo más destacable de sus respectivas orientaciones partidarias es la definitiva racionalidad de la elección. A fin de cuentas, si algo comparten Trump, Le Pen, Farage y el resto de los llamados populistas es el repudio militante tanto de la hiperglobalización como de su corolario sociológico más visible, las migraciones hacia Occidente de grandes grupos de población oriundos de otras latitudes. Y si algo perjudica objetivamente a ese muy preciso segmento es justo lo mismo: la hiperglobalización y los asentamientos en sus respectivas comunidades locales de inmigrantes poco cualificados procedentes de países en desarrollo. Que no se pueda decir en voz alta no significa que el aserto ande en absoluto lejos de la verdad.

Las tres décadas transcurridas desde la caída del Muro de Berlín y el consiguiente inicio de la segunda gran oleada globalizadora (la primera se gestó a finales del XIX y encontraría un final abrupto con el estallido de la Gran Guerra en 1914) ya nos ofrecen una perspectiva suficiente para constatar que la integración de los mercados a escala mundial esboza un más que inquietante resultado ambiguo. Hay ganadores netos, sí, pero también hay perdedores netos. La hiperglobalización está beneficiando a los ricos en todas partes; a los ricos de los países ricos y a los ricos de los países pobres, pues todos ellos disponen ahora de mano de obra mucho más barata y abundante que nunca antes. También beneficia, y mucho, muchísimo, a los pobres de los países pobres, que han visto subir sus niveles de vida sin interrupción a lo largo de los seis últimos lustros; China e India encarnan el paradigma de ese evidente proceso de mejora colectiva.

Pero durante ese lapso no ha ocurrido otro tanto, sino lo contrario, con los pobres de los países ricos, igual los europeos que los norteamericanos; esas clases bajas y medias bajas de Occidente que, año tras año, asisten consternadas al declive de sus ingresos por mor de las deslocalizaciones fabriles con destino Asia y el parejo estancamiento de la franja inferior de los salarios, el inmediato efecto de la competencia en el mercado laboral doméstico de la novísima mano de obra importada. No, no son estúpidos ni carne de cañón. Al revés, saben cuáles son sus intereses y apoyan en las urnas al que se comprometa a defenderlos. Ese Trump, y sobre todo lo que hay detrás de ese Trump, es la enésima prueba de que Fukuyama estaba equivocado: la Historia no llegó a su definitivo final feliz con la desaparición del comunismo y la ulterior hegemonía momentánea del capitalismo en su variante anglosajona, individualista y democrática. La Historia, desengañémonos, ha vuelto por sus fueros. Esto no ha hecho nada más que empezar.

La rebelión de las masas

Finalmente, contra la mayoría de los pronósticos, la "política de la ira", se impuso en las elecciones norteamericanas. Como lo interpretó el periodismo, fue la rebelión de las clases media y trabajadora disgustadas con el establishment, que las marginó del bienestar y la esperanza en el futuro. Avala esta descripción un dato clave: a pesar de los millones de puestos de trabajo creados durante la administración Obama, el ingreso medio de las familias americanas permanece estancado desde principios de siglo. Creció el PBI, pero ese incremento no se derramó sobre la mayoría. La incertidumbre material y el miedo a empeorar la inclinaron por un "outsider", desechando su falta de antecedentes y las reservas sobre su moralidad. Pero más allá de la angustia económica de los norteamericanos y de las alternativas de la campaña -Clinton no fue una buena candidata-, el triunfo de Trump es el síntoma de una mutación más profunda, que anuncia una nueva época de la historia mundial.

Sin agotar el tema, podría argumentarse que al menos tres factores convergen en este cambio, cuya rostro trágico es la desigualdad. Ellos son: la desnaturalización del sistema democrático, la globalización económica y el efecto de la revolución tecnológica sobre el empleo. La pérdida de sustancia democrática no es un fenómeno nuevo. Consiste en la transformación de las democracias en plutocracias, es decir, en gobiernos conformados por élites que concentran el poder y deciden sobre el destino de los ciudadanos, devenidos súbditos de una dominación invisible.

Las transacciones entre las aristocracias definen las políticas públicas, debilitan los controles republicanos, reparten las oportunidades entre pocos, facilitan la corrupción. El retrato de las élites norteamericanas trazado por Wright Mills a mediados del siglo pasado resulta ejemplar de estos fenómenos. Y más cerca, Democracia S.A., de Sheldon Wolin, los muestra en toda su crudeza contemporánea. Hillary Clinton, tal vez a su pesar, terminó representando a esa democracia desencantada, que tampoco pudo transformar Obama.

El balance de la globalización arroja más pérdidas que ganancias, considerando los ingresos de las familias, que en buena medida explican las razones del voto. La globalización está impulsando la inequidad no tanto entre las naciones, sino entre los trabajadores al interior de ellas, con incidencia particular en los países ricos como Estados Unidos y Gran Bretaña. El economista Branko Milanovic explica que la especialización en exportaciones sofisticadas aumenta la brecha entre los salarios de los trabajadores calificados y los no calificados. Y las importaciones con poco valor agregado, junto a la tercerización, también reducen los sueldos o aumentan el desempleo de los asalariados con menos preparación. En procesos como éstos deben encontrarse parte de las razones de Trump y sus votantes. Para esta gente, abrirse al mundo significa perder, no ganar e integrarse.

La revolución tecnológica es la frutilla del postre. A principios de este año, un informe del World Economic Forum (WEF) estimó que debido a los avances en la genética, la digitalización, la inteligencia artificial y la impresión en 3D, se perderán a corto plazo 5 millones de puestos de trabajo. Este proceso, al que el WEF llama "cuarta revolución industrial", llevó al economista principal del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, a advertir que habrá "grandes perturbaciones no solamente en los modelos empresariales, sino también en el mercado laboral durante los próximos cinco años". La cuestión es alarmante porque según Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, la evolución tecnológica ha tomado velocidad exponencial en la etapa actual, que ellos bautizaron, con gran suceso, como "La segunda era de las máquinas". Las capas medias y bajas de la población, con educación insuficiente para adaptarse a la transformación, temen ser reemplazadas por robots. En el imaginario popular, Trump las defenderá de ellos.

Desde los tiempos de Franklin Delano Roosevelt los demócratas tenían la imagen de liberales y defensores de los derrotados por la crisis de 1929 que se extendió a lo largo de los años 30. También de los negros excluidos, de los sureños ignorados en sus reclamos, de los judíos en medio de los brotes antisemitas, de la clase media baja y los inmigrantes, y, fundamentalmente, de los sindicatos. Los obreros eran devotos admiradores de Roosevelt.

Eran tiempos de la llamada Alianza FDR (las siglas de Roosevelt), los trabajadores oficiaron de sostén de los triunfos reiterados de los demócratas. Los faros que iluminaron esa alianza fueron una renovada fe en el capitalismo; la contención del comunismo por todos los medios y un estado keynesiano que brinda oportunidades para todos.

Ese romance se fue desgastando poco a poco desde la presidencia de John Fitzgerald Kennedy, un poco menos con Lyndon Johnson (quien puso en marcha el conflicto de Vietnam) y se agravó desmesuradamente -después de varios éxitos del Partido Republicano- con la gestión de Bill Clinton. ¿Qué hizo Clinton de malo? Abandonar a los sindicatos a su suerte y rodearse, para conducir el país, de élites cultas y académicas que controlaban todo y fijaban criterios estrictos. La gestión Clinton rompió la alianza anterior al acelerar los tiempos con retos competitivos con Europa y Japón, elevando el gasto militar (que tanto había cuestionado el republicano Ike Eisenhower en 1952); en lo estrictamente económico elevaron las importaciones y bajaron las exportaciones. Fue todo un efecto tenaza que poco a poco hizo que muchos sectores entraran en crisis, otros levantaran las fábricas y las trasladaran al exterior, especialmente las automotrices.

Desde la ropa, los utensilios domésticos, los elementos electrónicos, las computadoras hasta los automóviles, todo se hacía en otras partes del mundo, en especial en el Pacífico asiático y un poco, lo residual, en América Central. El pretexto de los fabricantes fue el apretón impositivo y el costo de la mano de obra. Los plutócratas exponían sus razones y Washington los eximía de todo pecado.

La desigualdad creció, las élites se llevaron el dinero, y los trabajadores y empresarios medianos y pequeños se cayeron escaleras abajo. El consumismo de la clase media se esfumó. De hecho dejó de funcionar el contrato que prometía bienestar para todos. La frustración colectiva se agigantó. Los gobiernos abandonaron a los necesitados. El odio contra el Congreso, la Casa Blanca y los partidos políticos, más la presencia de Obama y la ausencia de quien representara a los ciudadanos maltratados hizo aflorar el racismo en todo el centro del país y en las grandes ciudades.

Pese a sus constantes groserías, a su egocentrismo, a sus declaraciones racistas y misóginas, a sus gestos mussolinianos, a su ignorancia en la administración de un país, Trump validó todas las voces marginales y hasta cuestionó al establishment del cual forma parte. Utilizó todo tipo de argumentos irresponsables y fue apoyado también por congregaciones religiosas extremistas a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos.

– ¿Qué es la "alt-right"? La derecha radical que ha irrumpido en la Casa Blanca (El Confidencial – 20/11/16) Lectura recomendada

Uno de los conceptos clave para entender la victoria de Trump es "alt-right". Un movimiento político que en un año ha pasado de los sótanos de internet a la Casa Blanca

(Por Argemino Barrio)

En Estados Unidos se escucha estos días el concepto de "nueva normalidad". La "nueva normalidad" significa que las convenciones, lo que damos por hecho, ha sido reescrito, lo que no se sabe muy bien es cómo ni con qué consecuencias. Donald Trump es presidente electo. Y uno de los conceptos clave para entenderlo es "alt-right", la "derecha alternativa". Un movimiento político que en apenas un año ha pasado de los sótanos de internet a la Casa Blanca. Así lo describen críticos y defensores.

"La derecha alternativa es un término acuñado en 2008 por Richard Bertrand Spencer, que encabeza el "think-tank" supremacista blanco conocido como el National Policy Institute, para describir un conjunto holgado de ideas de extrema derecha centradas en la "identidad blanca" y la preservación de la "civilización occidental"". Son palabras del Southern Povery Law Center, una ONG que vigila a los "grupos de odio" en EEUU.

Según el SPLC, la derecha alternativa dice que el multiculturalismo y la corrección política amenazan los valores que representa el hombre de raíz europea. Y agrupa casi de todo: supremacistas, anarcocapitalistas, tradicionalistas católicos o arqueofuturistas. Grupos de derecha que se oponen al "establishment".

"No se puede dar una definición precisa de la "derecha alternativa"", dice a El Confidencial Michael Barkun, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Syracuse y experto en movimientos extremistas. "Es un término vago que se refiere a un abanico de opiniones localizadas entre el conservadurismo mayoritario y la extrema derecha: gente que enfatiza la identidad blanca, las posturas hostiles a los inmigrantes, y que defiende una forma de pureza cultural. A veces se acercan al antisemitismo. Pero no es un movimiento coherente, organizado. No tiene una ideología clara".

La "alt-right" nació en internet, que "ha llevado ideas a audiencias que antes no tenían acceso", continúa Barkun. "Antes, ideas como estas tenían grupos de lectores muy pequeños. Ahora internet puede tomar esas ideas extremas y empujarlas al gran público. Y tiene el potencial de unir a gente que nunca se ha visto en persona".

Su campo de batalla son las redes sociales. Usuarios vagamente unidos por la ideología o las ganas de provocar elaboran memes con la cara de Obama o de Hillary Clinton, extienden rumores sobre su salud, los imaginan en ceremonias satánicas y se abalanzan sobre todo aquello que suene sensiblero o vacuo, "políticamente correcto".

El supervillano más famoso de internet

Para sus miembros, la "alt-right" es una manera vociferante de proteger la libertad de expresión frente a la santurronería del "establishment" y la "izquierda regresiva", un éter de partidos mayoritarios, universidades, "think-tanks" y medios de comunicación. La élite lleva tanto tiempo viviendo en una burbuja de confort e intereses creados, dicen, que ya no se atreve a ofender. Ha bajado la guardia y permite que grupos hostiles a los valores occidentales, como los musulmanes, se aprovechen de su debilidad.

"La "alt-right" es un movimiento amorfo. Algunos (sobre todo la gente del "establishment") insisten en que no es más que un vehículo para los peores desechos de la sociedad humana. Se equivocan", escriben los editores de "Breitbart News", el representante oficioso del movimiento. "Aunque al principio pequeña en número, la "alt-right" tiene una energía juvenil y una retórica chirriante, desafiadora de tabús, que ha multiplicado sus miembros y ha hecho que sea imposible de ignorar".

Los autores del texto son Allum Bokhari y Milo Yannopoulos. El primero tiene 25 años y se describe como "residente kebab" de Breitbart. El segundo es un británico de padre griego y madre judía; es católico, gay, antifeminista, y dice ser el "supervillano más famoso de internet". Es trol profesional y Twitter ha cancelado su cuenta varias veces.

Los textos de Breitbart parecen una conversación de bar en que dos amigos, un poco bebidos, despotrican del trabajo o de una exnovia. De vez en cuando se tuercen de risa o dan un golpe en la mesa, porque ofenden sin ofender: nadie los escucha. Pero a Breitbart sí se le escucha, cada vez más: el portal ha duplicado su audiencia en el último año hasta sumar 37 millones de lectores en octubre y planea extenderse a Europa.

Este movimiento, como dicen Bokhari y Yannopoulos, "en principio pequeño en número", ha crecido. Y ha encontrado portavoz en un magnate de melena dorada. "Trump dijo cosas durante su campaña que tenían un sabor "alt-right"", explica Barkun. "Sus ideas sobre la inmigración, las deportaciones masivas, sus comentarios sobre los musulmanes… La pregunta es si estas ideas van a sobrevivir en la presidencia".

La relación entre Donald Trump y la "alt-right" va mucho más allá de la retórica o incluso de la forma de comunicar (Twitter). El ex-CEO de Breitbart News, Stephen Bannon, descrito por el SPLC como un "supremacista blanco", va a tener acceso directo al oído del presidente como su estratega jefe.

Parte de la historia de cómo logró la derecha alternativa llegar a la cumbre está en "Breitbart News Daily", el programa de radio en el que Stephen Bannon entrevistó a Donald Trump en nueve ocasiones. Durante meses, Bannon aduló a Trump y desarrolló para él las ideas más extremistas esbozadas en sus mítines. Por ejemplo, la idea de cerrar algunas mezquitas e infiltrarse en la comunidad musulmana.

"¿Lo que realmente estabas diciendo es que se necesita una unidad de inteligencia para crear una red de informantes?", le preguntó Bannon hace un año, justo después de los atentados de París. "No estás dispuesto a permitir que el enemigo interior (…) intente destruir este país". "Eso es", respondió Trump. "Eso no va a ocurrir". Sus conversaciones siguen este camino: Bannon da dos opciones, Trump elige una. Bannon describe una política, Trump asiente. En alguna ocasión Bannon corrige a Trump.

Se entrevistaron por última vez en junio. En agosto Bannon fue nombrado presidente de campaña. El domingo pasado, estratega jefe de la Casa Blanca. Es la "nueva normalidad".

Trump venció al mal menor (Ave, Trump Invictus)

¿Por qué casi 60 millones de norteamericanos votaron por Donald Trump y lo convirtieron en el próximo presidente de Estados Unidos?

Eso hay que explicarlo, dicen algunos "plumillas" (en general estómagos agradecidos"), de la cuerda "progresista" (ser "progre" en Europa es "lamentable", pero ser "progre" en Estados Unidos es "patético").

Trascribo algunas "deposiciones" de estos "escribas", al borde de un ataque de nervios:

Se trata de un multimillonario, habilísimo negociante que jamás ha sido acusado de filantropía, presunto evasor de impuestos, irrespetuoso con las mujeres, a las que atrapa por la entrepierna sin pedirles permiso, y con los discapacitados, de los que se burla, o con los hispanos, o con todo el que se le opone o detesta. Un tipo carente de filtros que dispara desde la cintura sin medir las consecuencias de sus palabras…

Estas son las ocho razones principales, y ninguna tiene que ver con los emails negligentes de Hillary Clinton o con las mentiras que le atribuyen:

Primero, votaron por él porque es un macho alfa, como los etólogos clasifican a los líderes de la manada.

Segundo, porque era un personaje famoso procedente de la tele y vivimos en "la civilización del espectáculo".

Tercero, porque es un magnífico comunicador que genera titulares. "Hablen de mí, aunque sea mal, pero hablen".

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