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Médiums escribientes o psycógrafos (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

"En la duda abstente, dice uno de vuestros antiguos proverbios; no admitáis, pues, sino aquello que tenga para vosotros una evidencia cierta. Desde que aparezca una opinión nueva, por poco que la creáis dudosa, pasadía por el tamiz de la razón y de la lógica; lo que la razón y el buen sentido reprueban, rechazadlo con vigor; más vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa. En efecto, sobre esta teoría podéis edificar todo un sistema que se derrumbaría al primer soplo de la verdad como un momento construido sobre la arena movediza, mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades porque no se os demuestran lógica y claramente, muy pronto un hecho brusco o una demostración irrefutable vendrá a afirmaros en la autenticidad.

"Sin embargo acordáos ¡oh espiritistas! que para Dios y para los buenos Espíritus no hay nada imposible sino la injusticia y la iniquidad.

"El Espiritismo está bastante esparcido ahora entre los hombres y ha moralizado suficientemente a los adeptos sinceros de su santa doctrina, para que los Espíritus no se vean precisados a emplear los malos instrumentos de los médiums imperfectos. Si pues un médium cualquiera que sea da un legítimo motivo de sospecha, por su conducta o sus costumbres, por su orgullo, por su falta de amor y caridad, rechazad, rechazad sus comunicaciones, porque hay una serpiente oculta en las matas. Aquí tenéis mi conclusión sobre la influencia moral de los médiums. ERASTO.".267

CAPÍTULO XXI

Influencia del centro

1. ¿El Centro en el cual se encuentra el médium, ejerce alguna influencia sobre las manifestaciones?

"Todos los Espíritus que rodean al médium le ayudan, tanto en el bien como en el mal."

2. ¿Los Espíritus superiores no pueden triunfar de la mala voluntad del Espíritu encarnado que les sirve de intérprete y de los que le rodean?

"Sí, cuando lo juzgan útil y según la intención de la persona que se les dirige. Ya lo hemos dicho: los Espíritus más elevados pueden algunas veces comunicarse por un favor especial a pesar de la imperfección del médium y del centro, pero entonces éstos permanecen allí como extraños."

3. ¿Los Espíritus superiores procuran conducir las reuniones fútiles a ideas más formales?

"Los Espíritus superiores no van a las reuniones en las que saben que su presencia es inútil. En los centros poco instruidos, pero en los que hay sinceridad, vamos con gusto, aun cuando no encontremos sino medianos instrumentos; pero en los centros instruidos, en los que domina la ironía, no vamos. Allí es menester hablar a los ojos y a los oídos; este es el papel de los Espíritus golpeadores y burlones. Es bueno que las gentes engreídas por su ciencia sean humilladas por los Espíritus menos sabios y menos avanzados."

4. ¿La entrada en las reuniones formales está prohibida a los Espíritus inferiores?

"No, algunas veces permanecen en ellas para aprovecharse de las enseñanzas que allí se dan; pero se callan 'como los atolondrados en las asambleas de los sabios'."

Sería un error el creer que es menester ser médium para atraerse los seres del mundo invisible. El espacio está lleno de ellos; tenemos sin cesar a nuestro alrededor, a nuestro lado, que nos ven, nos observan, se mezclan en nuestras reuniones, nos siguen o huyen de nosotros según que los atraemos o rechazamos. La facultad medianimica nada tiene que ver con esto; sólo es un medio de comunicación. Acerca lo que nosotros hemos visto sobre la causa de simpatía o antipatía de los Espíritus, se comprenderá perfectamente que debemos estar rodeados de aquellos que tienen afinidad por nuestro propio Espíritu, según está elevado o degradado. Consideremos ahora el estado moral de nuestro globo, y se comprenderá cuál es la índole de los Espíritus que deben dominar entre los Espíritus errantes. Si vamos a ver cada pueblo en particular, podremos juzgar por el carácter dominante de los habitantes, por sus preocupaciones, sus sentimientos más o menos morales y "humanitarios", las órdenes de Espíritus que en ellos se dan cita.

Partiendo de este principio, supongamos una reunión de hombres ligeros, inconsecuentes, ocupados en sus placeres; ¿cuáles serán los Espíritus que se encontrarán allí de preferencia? Seguramente no serán Espíritus superiores, de la misma manera que nuestros sabios y nuestros filósofos no irían a pasar allí el tiempo. Así, pues, todas las veces que los hombres se reúnen, tienen con ellos una asamblea oculta que simpatiza con sus cualidades o extravagancias, y esto "haciendo abstracción de todo pensamiento de evocación". Admitamos ahora que tenga la posibilidad de hablar con los seres del mundo invisible por medio de un intérprete, es decir, por un médium; ¿cuáles son los que responderán a su llamamiento? Evidentemente los que están allí preparados y que no esperan sino una ocasión para comunicarse. Si en una asamblea fútil se llama a un Espíritu superior, podrá venir y aún hacer oír algunas palabras razonables, como un buen pastor viene entre su rebaño descarriado; pero desde el momento que no es comprendido ni escuchado, se va, como haríais vosotros mismos en su puesto, y entonces los otros tienen el paso franco.

No siempre basta que una asamblea sea formal para tener comunicaciones de un orden elevado; hay gentes que no ríen nunca, pero su corazón por esto no es más puro; así, pues, el corazón sobre todo es el que atrae a los buenos Espíritus. Ninguna condición moral excluye las comunicaciones espiritistas, pero si se está en malas condiciones se habla con sus iguales que no hacen falta para engañarnos y a menudo acarician nuestras preocupaciones.

Se ve por eso la enorme influencia del centro sobre la naturaleza de las manifestaciones inteligentes; pero esta influencia no se ejerce como lo han pretendido algunas personas, cuando aún no se conocía el mundo de los Espíritus como se conoce hoy, y antes que experimentos más concluyentes hayan venido a salvar las dudas.

Cuando las comunicaciones concuerdan con la opinión de los asistentes, no es porque esta opinión se refleje en el Espíritu del médium como en un espejo: es porque tenéis entre vosotros Espíritus que os son simpáticos tanto para el bien como para el mal, y que abundan en vuestro sentido; y lo que prueba es que si tenéis la fuerza de atraeros otros Espíritus que aquellos que os rodean, este mismo médium os tendrá un lenguaje enteramente diferente y os dirá las cosas que estén más lejos de vuestro pensamiento y de vuestras convicciones. En resumen, las condiciones del centro serán tanto más buenas cuanto más homogeneidad habrá para el bien, más sentimientos puros y elevados y más deseo sincero de instruirse sin ninguna segunda intención.

CAPÍTULO XXII

De la mediumnidad de los animales

¿Los animales pueden ser médiums? Muchas veces se ha hecho esta pregunta y ciertos hechos parece que responden afirmativamente. Lo que sobre todo ha podido acreditar esta opinión son los signos notables de inteligencia de algunos pájaros adiestrados, que parece que adivinan el pensamiento y sacan de un paquete de cartas las que pueden contener la respuesta exacta a una pregunta hecha. Hemos observado estos experimentos con un cuidado muy particular, y lo que hemos admirado más es el arte que ha sido preciso desplegar para instruir a estos pájaros. Sin duda no se les puede negar cierta dosis de inteligencia relativa, pero sería preciso convenir que en esta circunstancia su perspicacia sobrepujaría de mucho a la del hombre, porque no hay nadie que pueda vanagloriarse de hacer lo que ellos hacen; aun sería preciso para ciertos experimentos suponerles un don de doble vista superior a los sonámbulos, que ven más claro. En efecto, se sabe que la lucidez es esencialmente variable y que está sujeta a frecuentes intermitencias, mientras que en los pájaros sería permanente y funcionaría a punto fijo con una regularidad y una precisión que no se ve en ningún sonámbulo; en una palabra, nunca les haría faIta. La mayor parte de los experimentos que hemos visto son de la misma naturaleza de los que hacen los prestidigitadores y no pueden dejarnos duda sobre el empleo de alguno de sus medios, particularmente el de las cartas forzadas. El arte de la prestidigitación consiste en disimular estos medios, sin lo que el hecho no tendría ningún atractivo. El fenómeno, aun reducido a esta proporción, no es menos interesante y queda siempre para admirar el talento del instructor lo mismo que la inteligencia del discípulo, porque la dificultad que queda por vencer es mucho más grande si el pájaro no obra sino en virtud de sus propias facultades; así, pues, haciendo que éste haga cosas que pasen los límites de lo imposible para la inteligencia humana, es probar, por esto sólo, el empleo de un proceder secreto. Por lo demás es un hecho constante que estos pájaros no llegan a este grado de habilidad sino al cabo de cierto tiempo y con la ayuda de cuidados particulares y perseverantes, lo que no seria necesario si sólo su inteligencia tomase parte. No es más extraordinario el adiestrarles en escoger cartas que el acostumbrarles a repetir aires musicales o palabras.

Lo mismo ha sucedido cuando la prestidigitación ha querido imitar la doble vista; se hacía demasiado con este objeto para que la ilusión fuese de larga duración. Desde la primera vez que nosotros asistimos a una reunión de esta clase, no vimos en ello sino una imitación muy imperfecta del sonambulismo, revelando la ignorancia de las condiciones más esenciales de esta facultad.

Sea lo que quiera de los experimentos citados más arriba, la cuestión principal no por esto queda menos intacta desde otro punto de vista; porque de la misma manera que la imitación del sonambulismo no impide la facultad de existir, la imitación de mediumnidad por medio de los pájaros nada probaría contra la posibilidad de una facultad análoga entre ellos o entre otros animales.

Se trata, pues, de saber, si los animales son aptos como los hombres, para servir de intermediarios a los Espíritus para sus comunicaciones inteligentes. Parece bastante lógico el suponer que un ser viviente, dotado de cierta dosis de inteligencia, sea más propio a este efecto que un cuerpo inerte sin vitalidad como una mesa, por ejemplo; sin embargo, esto no tiene lugar.

La cuestión de la mediumnidad de los animales se halla completamente resuelta en la disertación siguiente dada por un Espíritu, cuyo fondo y sagacidad se ha podido apreciar por las citas que hemos tenido la ocasión de hacer. Para conocer bien el valor de su demostración, es esencial el referirse a la explicación que ha dado del papel u oficio del médium en las comunicaciones que hemos reproducido más arriba. (Núm. 225).

Esta comunicación ha sido dada a consecuencia de una discusión que tuvo lugar sobre este objeto en la Sociedad Parisiense de Estudios Espiritistas.

"Hoy abordo la cuestión de la mediumnidad de los animales, promovida y sostenida por uno de vuestros más fervientes adeptos. Él pretende, en virtud de este axioma: "Quien puede lo más puede lo menos", que nosotros podemos medianimizar a los pájaros y a los otros animales y servirnos de ellos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que vosotros llamáis en filosofía, o más bien en lógica, pura y simplemente un sofisma. "Vosotros animáis, dice él, la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano; 'a fortiori' debéis animar la materia ya animada de los pájaros". Pues bien; en el estado normal del Espiritismo no sucede esto, no puede ser.

"En primer lugar convengamos bien en nuestros hechos. ¿Qué es un médium? Es el "ser", es el individuo, que sirve de trazo de unión a los Espíritus para que éstos puedan comunicar con facilidad con los hombres: Espíritus encarnados. Por consiguiente, sin médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas ni de ninguna clase.

"Hay un principio que, estoy seguro, es admitido por todos los espiritistas: este es que los semejantes obran sobre sus semejantes y como sus semejantes. Así, pues, ¿cuáles con los semejantes de los Espíritus sino los Espíritus, encarnados o no encarnados? ¿Es menester repetíroslo sin cesar? Pues bien, yo os lo repetiré otra vez: vuestro periespíritu y el nuestro están sacados del mismo ambiente, son de una naturaleza idéntica, son semejantes en una palabra; poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imitación más o menos vigorosa, que nos permite a Espíritus y encarnados ponernos con mucha prontitud y con mucha facilidad en relación. En fin, lo que pertenece en propiedad a los médiums, lo que es de la misma esencia de su individualidad, es una afinidad especial, y al mismo tiempo una fuerza de expansión particular que aniquila en ellos toda refractibilidad y establecen entre ellos y nosotros una especie de corriente y de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Por otra parte, esta refractibilidad de la materia es la que se opone al desarrollo de la mediumnidaden la mayor parte de aquellos que no son médiums.

"Los hombres siempre tienen propensión a exagerarlo todo; los unos, no hablo ahora de los materialistas, niegan un alma a los animales y otros quieren darles una, por decirlo así, semejante a la nuestra. ¿Por qué queréis confundir de este modo lo perfectible con lo imperfectible? No, no, esta bien convencidos, el fuego que anima a las bestias, el soplo que les hace obrar, mover, y hablar en su lengua, no tiene en cuanto al presente, ninguna disposición para mezclarse, para unirse, para confundirse con el soplo divino, el alma etérea, el Espíritu en una palabra, que anima el ser esencialmente perfectible: el hombre, este rey de la creación. Por lo demás, ¿no es esta condición esencial de perfectabilidad lo que constituye la superioridad de la especie humana, sobre las otras especies terrestres? Pues bien, reconoced que no puede asimilarse al hombre, sólo perfectible en sí mismo y en sus obras, ningún individuo de las otras razas vivientes sobre la Tierra.

"El perro, que su inteligencia superior entre los animales ha hecho el amigo y el comensal del hombre, ¿es perfectible por sí mismo y por su iniciativa personal? Nadie se atrevería a sostenerlo, porque el perro no hace progresar al perro; y aquel de entre ellos que mejor adiestrado está, lo es siempre por su mano. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su choza sobre las aguas; con las mismas proporciones, y siguiendo una regla invariable; los ruiseñores y las golondrinas jamás construyen sus nidos de otro modo que lo hicieron sus padres. Un nido de gorriones antes del diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, siempre es un nido de gorriones edificado con las mismas condiciones y por el mismo sistema de entrelazamiento de hebras de yerbas y desperdicios recogidos en la primavera, en la época de los amores. Las abejas y las hormigas, estas pequeñas repúblicas caseras, nunca han variado en sus costumbres de provisiones, en su modo de andar, en sus hábitos y en sus producciones. En fin, la araña teje siempre su tela del mismo modo.

"Por otra parte, si buscáis las cabañas de follaje y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, encontraréis en su lugar los palacios y las quintas de la civilización moderna; los vestidos de sucia piel han sido reemplazados por tejidos de oro y seda; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.

"De este progreso constante, invencible, irrecusable de la especie humana y del modo de estacionarse indefinido de las otras especies animadas, convenid conmigo que si existen principios comunes en lo que vive y se mueve sobre la tierra, el aliento y la materia, no es menos verdad que vosotros, sólo Espíritus encarnados, estáis sometidos a esta inevitable ley del progreso que os empuja fatalmente hacia adelante y siempre adelante. Dios ha puesto los animales a vuestro lado como auxiliares para alimentaros, para vestiros, para secundaros. Les ha dado cierta dosis de inteligencia porque para ayudaros les es necesaria la comprensión, y ha proporcionado su inteligencia a los servicios que están llamados a prestaros; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso; tales como fueron creados, tales han quedado y quedarán hasta la extinción de sus razas.

"Se ha dicho: los Espíritus medianimizan y hacen mover la materia inerte, las sillas, las mesas, los pianos; hacen mover, sí, pero, ¿medianimizan? No! Porque, lo repito, sin médium ninguno de estos fenómenos pueden producirse. ¿Qué tiene de extraordinario el que con el auxilio de uno o de muchos médiums, hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de ser pasiva e inerte es, por lo mismo, propia a sufrir los movimientos y las impulsiones que deseamos imprimirle? Para esto tenemos necesidad de los médiums, es positivo, pero no es necesario que el médium esté presente o tenga "conciencia" de ello, porque nosotros podemos obrar con los elementos que nos proporciona, sin él saberlo y fuera de su presencia sobre todo en los hechos tangibles y de los aportes. Nuestra capa fluídica, más imponderable y más sutil que el más sutil y más imponderable de vuestros gases, uniéndose, casándose, combinándose con la capa fluídica más "animalizada" del médium y cuya propiedad de expansión y de penetración es impalpable para vuestros sentidos groseros y casi inexplicable para vosotros, nos permite el mover los muebles y aun romperlos, en las piezas o habitaciones que no están habitadas.

"Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo el espanto repentino de que se ven poseídos y que os parece sin motivo, está causado por la vista de uno o de muchos de estos Espíritus mal intencionados para los individuos presentes o para aquellos a quienes pertenecen estos animales. Muy a menudo veis caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario; pues bien: tened por cierto que el obstáculo imaginario es muchas veces un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen impidiéndoles adelantar.

Acordaos de la burra de Balaam, que viendo un ángel delante de ella blandiendo su brillante espada, se obstinaba en no menearse del puesto; fue porque quería el ángel que antes de manifestarse a Balaam visiblemente, sólo el animal le viese; pero, lo repito, nosotros no medianimizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; siempre nos hace falta de concurso de un médium, sabiéndolo o sin que lo sepa, porque nos hace falta la unión de fluidos homogéneos, lo que nosotros no encontramos ni en los animales ni en la materia bruta.

"Mr. T… dijo haber magnetizado a su perro; ¿hasta dónde llegó? lo mató; porque este desgraciado animal murió después de haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de su magnetización. En efecto, inundándole de un fluido absorbido en una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo ha aplastado y ha obrado sobre él, aunque más lentamente, de la misma manera que el rayo. Pues como que no hay homogeneidad posible entre nuestro periespíritu y la capa fluídica de los animales propiamente dichos les aplastaríamos instantáneamente medianimizándolos.

"Establecido esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que ciertos sentimientos, ciertas pasiones idénticas a las pasiones y a los sentimientos humanos se desarrollan en ellos; que son sensibles y reconocidos, vengativos e iracundos, según se les trata. Es que Dios, que no hace nada incompleto, ha dado a los animales compañeros o servidores del hombre, cualidades de sociabilidad que falta completamente a los animales salvajes que habitan los desiertos. Pero de esto a poder servir de intermediarios para la transmisión del pensamiento de los Espíritus, hay un abismo: la diferencia de las naturalezas.

"Vosotros sabéis que sacamos del cerebro de los médiums los elementos necesarios para dar a nuestra idea una forma sensible y comprensible para vosotros; con el auxilio de los materiales que posee, el médium traduce nuestro pensamiento a la lengua vulgar; pues bien: ¿qué elementos encontraríamos en el cerebro de un animal?

¿Hay en él palabras, nombres, letras, cualquiera de las señales parecidas a las que existen en el hombre, aun en el menos inteligente? Sin embargo, vosotros diréis que los animales comprenden el pensamiento del hombre, aun lo adivinan; sí, los animales adiestrados comprenden ciertos pensamientos. Pero ¿nunca habéis visto que los reproduzcan? No; saca, pues, de esto, la consecuencia de que los animales no pueden servirnos de intérpretes.

Para resumir: los hechos medianímicos no pueden manifestarse sin el concurso sabido o ignorado de los médiums; y sólo entre los encarnados, Espíritus como nosotros, podemos encontrar los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar a los perros, a los pájaros y a otros animales para que hagan tales o cuales ejercicios, es tarea vuestra y no nuestra. ERASTO."

__________

Nota. – Se encontrarán en la Revista Espiritista de septiembre de 1861, los detalles de un proceder empleado por los adiestradores de pájaros sabios, para hacerles sacar de un paquete las cartas pedidas.

CAPÍTULO XXIII

De la obsesión

Obsesión simple. – Fascinación. – Subyugación.

– Causas de la obsesión. – Medios de combatirla.

En el número de los escollos que presenta la práctica del Espiritismo, es menester poner en primera linea la "obsesión", es decir, el imperio que algunos Espíritus saben tomar sobre ciertas personas. Esta nunca tiene lugar sino por los Espíritus inferiores que procuran dominar; los Espíritus buenos no hacen experimentar ninguna contrariedad; aconsejan, combaten las influencias de los malos, y si no se les escucha se retiran. Los malos, por el contrario, se unen a aquellos sobre los cuales pueden hacer presa; si llegan a tomar imperio sobre alguno, se identifican con su propio Espíritu y le conducen como a un verdadero niño.

La obsesión presenta caracteres diversos que es muy necesario distinguir, y que resultan del grado de opresión y de la naturaleza de los efectos que produce.

La palabra obsesión es de algún modo un término genérico por el cual se designa este especie de fenómeno cuyas principales variedades son: la "obsesión simple", la "fascinación" y la "subyugación".

La obsesión simple tiene lugar cuando un Espíritu malhechor engaña a un médium, se mezcla contra su voluntad en las comunicaciones que recibe, le impide en comunicarse con otros Espíritus y sustituye a aquellos que se evocan.

No se está obcecado por el sólo hecho de ser engañado por un Espíritu mentiroso; el mejor médium está expuesto a esto, sobre todo al principio, cuando aun le falta la experiencia necesaria, de la misma manera que entre nosotros las gentes más honradas pueden ser engañadas por los tunantes. Se puede, pues, ser engañado sin estar obcecado; la obsesión está en la tenacidad del Espíritu, del cual no se puede desembarazar.

En la obsesión simple, el médium sabe muy bien que tiene que habérselas con un Espíritu mentiroso, y éste no se oculta, no disimula sus malas intenciones y su deseo de contrariar. El médium reconoce sin pena la artimaña, y como está preparado, rara vez es engañado. Esta especie de obsesión es simplemente desagradable, y no tiene otro inconveniente que el oponer un obstáculo a las comunicaciones que se quisieron tener con Espíritus formales o con aquellos por quienes se tiene afección.

Se pueden colocar en esta categoría los casos de "obsesión física", es decir, la que consiste en las manifestaciones ruidosas y obstinadas de ciertos Espíritus que hacen oír espontáneamente golpes u otros ruidos. Nos remitimos sobre este fenómeno al capítulo de las "Manifestaciones físicas espontáneas". (Núm. 82).

La "fascinación" tiene consecuencias mucho más graves. Es una ilusión producida por la acción directa del Espíritu sobre el pensamiento del médium, y que de algún modo paraliza su juicio, con respecto a las comunicaciones. El médium fascinado no se cree engañado; el Espíritu tiene la maña de inspirarle una confianza ciega que le impide el ver la superchería y comprender el absurdo de lo que escribe, aun cuando todo el mundo lo conozca; la ilusión puede ir hasta hacerle ver lo sublime en el lenguaje más ridículo. Se estaría en el error si se creyera que este género de obsesión no puede alcanzar sino a las personas sencillas, ignorantes y desprovistas de juicio; los hombres más discretos, más instruidos y más inteligentes bajo otros conceptos no están exentos de esto, lo que prueba que esta aberración es el efecto de una causa extraña, de la que sufren la influencia.

Ya hemos dicho que las consecuencias de la fascinación son mucho más graves; en efecto, a favor de esta ilusión que es el resultado, el Espíritu conduce aquel a quien ha logrado dominar como lo haría con un ciego, y puede hacerle aceptar las doctrinas más extravagantes y las teorías más falsas como siendo la única expresión de la verdad; aún más: puede excitarle a que haga acciones ridículas, de compromiso y aún perniciosas.

Se comprende fácilmente toda la diferencia que hay entre la obsesión simple y la fascinación; se comprende también que los Espíritus que producen estos dos efectos deben diferir de carácter. En la primera, el Espíritu que se une a vosotros sólo es un ser importuno por su tenacidad, y se desea con impaciencia poderse desembarazar de él. En la segunda es otra cosa; para llegar a tales fines es necesario un Espíritu hábil, vivo y profundamente hipócrita, porque no puede chasquear y hacerse aceptar sino con ayuda de la máscara que sabe tomar y de un falso semblante de virtud; las grandes palabras de caridad, humildad y de amor de Dios son para él como credenciales; pero a través de todo esto deja penetrar las señales de inferioridad, que es necesario estar fascinado para no ver; teme también a todas las personas que ven demasiado claro; así es que su táctica es casi siempre la de inspirar a su intérprete el alejamiento de cualquiera que pudiera abrirle los ojos; por este motivo, evitando toda contradicción, siempre tiene la seguridad de tener razón.

La "subyugación" es una restricción que paraliza la voluntad del que la sufre y le hace obrar a pesar suyo. En una palabra, es su verdadero "yugo".

La subyugación puede ser "moral o corporal". En el primer caso, el subyugado es solicitado a tomar determinaciones muchas veces absurdas y comprometidas, que por una especie de ilusión las cree sensatas; es una especie de fascinación. En el segundo caso el Espíritu obra sobre los órganos materiales y provoca los movimientos involuntarios.

Se traduce en el médium escribiendo por una necesidad incesante de escribir, aún en los momentos más inoportunos. Nosotros los hemos visto que, en defecto de pluma o de lápiz, escribían con el dedo por todas partes en donde se encontraban, en las mismas calles, en las puertas y en las paredes.

La subyugación corporal va algunas veces más lejos; puede conducir a los actos más ridículos. Hemos conocido a un hombre que no era joven ni hermoso, que bajo el imperio de una obsesión de esta naturaleza se veía obligado por una fuerza irresistible a ponerse de rodillas delante de una joven, con la cual no había tenido ninguna entrevista y pedirla en matrimonio. Otras veces sentía en las espaldas y en las piernas una presión enérgica, que le forzaba contra su voluntad y sin embargo de la resistencia que hacía al ponerse de rodillas y besar el suelo en los parajes públicos y en presencia de la multitud.

Este hombre pasaba por loco entre sus relaciones; pero nosotros nos hemos convencido de que no lo era, porque tenía el pleno convencimiento del ridículo, de lo que hacía contra su voluntad, por lo que sufría horriblemente.

En otro tiempo se daba el nombre de posesión al imperio ejercido por malos Espíritus, cuando su influencia llegaba hasta la aberración de las facultades. La posesión sería para nosotros sinónimo de subyugación. Si no adoptamos este término es por dos razones: la primera porque implica la creencia de seres creados para el mal y entregados perpetuamente a él, mientras que no hay sino seres más o menos imperfectos y que todos pueden mejorarse. La segunda, porque implica igualmente la idea de la toma de posesión de un cuerpo por un Espíritu extraño, de una especie de cohabitación, mientras que sólo hay una sujeción. La palabra "subyugación" expresa perfectamente el pensamiento. De este modo para nosotros no hay poseídos en el sentido vulgar de la palabra: sólo hay "obcecados", "subyugados" y "fascinados".

La obsesión, como ya lo hemos dicho, es uno de los más grandes escollos de la mediumnidad; es también uno de los más frecuentes; así es que todos los cuidados serían pocos para combatirla, porque además de los inconvenientes personales que pueden resultar de esto, es un obstáculo absoluto para la bondad y la veracidad de las comunicaciones. La obsesión, en cualquier grado que esté, es siempre el efecto de una sujeción y esta sujeción, no pudiendo nunca ser ejercida por un Espíritu bueno, resuelta de esto que toda comunicación dada por un médium obcecado es de origen sospechoso y no merece ninguna confianza. Si alguna vez se encuentra algo bueno, es menester tomarlo y arrojar todo lo que es simplemente dudoso.

Se conoce la obsesión con los caracteres siguientes:

1º Persistencia de un Espíritu en comunicarse contra la voluntad del médium, por la escritura, el oído, la tiptología, etc., oponiéndose a que otros Espíritus puedan hacerlo.

2º Ilusión que, no obstante la inteligencia del médium, le impide el reconocer la falsedad y el ridículo de las comunicaciones que recibe.

3º Creencia en la infalibilidad y en la identidad absoluta de los Espíritus que se comunican y que, bajo nombres respetables y venerados, dicen cosas falsas o absurdas.

4º Confianza del médium en los elogios que hacen de él los Espíritus que se le comunican.

5º Propensión a separarse de las personas que pueden darle avisos útiles.

6º Tomar a mal la crítica con respecto a las comunicaciones que reciben.

7º Necesidad incesante e inoportuna de escribir.

8º Sujeción física dominando la voluntad de cualquiera y forzándole a obrar o a hablar a pesar suyo.

9º Ruidos y trastornos de cosas persistentes a su alrededor y de los que se es la causa o el objeto.

En presencia del peligro de la obsesión se dice uno que el ser médium será una cosa desagradable; ¿no es esta facultad la que la provoca, en una palabra, no es esto una prueba inconveniente de las comunicaciones espiritas?

Nuestra contestación es fácil y rogamos que se medite con cuidado.

No son los médiums ni los espiritistas los que han creado a los Espíritus, sino que los Espíritus son la causa de que haya espiritistas y médiums; no siendo los Espíritus otra cosa que las almas de los hombres, hay, pues, Espíritus desde que hay hombres, y por consiguiente han ejercido en todo tiempo su influencia saludable o perniciosa sobre la humanidad. La facultad medianímica no es para ellos sino un medio para manifestarse; en defecto de esta facultad lo hacen de mil maneras distintas más o menos ocultas. Sería, pues, un error creer que los Espíritus ejercen su influencia sólo por las comunicaciones escritas o verbales; esta influencia es de todo los instantes, y aquellos que no se ocupan de los Espíritus y que ni creen en ellos están expuestos como los otros y aún más porque no tienen contrapeso. La mediumnidad es para el Espíritu un medio de hacerse conocer; si es malo se hace siempre traición por hipócrita que sea; puede, pues, decirse, que la mediumnidad permite que se vea a su enemigo frente a frente si uno puede expresarlo así, y combatirle con sus propias armas; sin esta facultad obra en la oscuridad y al favor de su invisibilidad puede hacer, y hace en realidad, mucho mal. ¡A cuántos actos no está uno impulsado por su desgracia, y que se hubieron evitado si hubiese habido un medio de ilustrarse! Los incrédulos no creen decir tanta verdad cuando dicen de un hombre que se extravía con obstinación: "Un mal genio e empuja hacia la perdición". De este modo el conocimiento del Espiritismo, lejos de dar imperio a los malos Espíritus, debe tener por resultado en un tiempo más o menos próximo, y cuando se habrá propagado, "el destruir este imperio" dando a cada uno los medios de ponerse en guardia contra sus sugestiones, y el que sucumba a nadie podrá culpar sino a sí mismo.

Regla general: cualquiera que tenga malas comunicaciones espiritistas, escritas o verbales, está bajo una mala influencia; esta influencia se ejerce sobre él, que escriba o deje escribir, es decir, que sea o no médium, que crea o no crea. La escritura da el medio de asegurarse de la naturaleza de los Espíritus que obran sobre él y de combatirles si son malos, lo que se hace aun con más éxito cuando viene a conocer el motivo que les hace obrar. Si es demasiado ciego para comprenderle, otros podrán hacerle abrir los ojos.

En resumen, el peligro no está en el mismo Espiritismo, puesto que puede, por el contrario, servir de comprobante y preservarnos del que corremos sin cesar, sin que los sepamos; está en la orgullosa propensión de ciertos médiums en creerse, con demasiada ligereza, los instrumentos exclusivos de Espíritus superiores, y en la especie de fascinación que no les permite comprender las tonterías de los que son los intérpretes. Aquellos mismos que no son médiums pueden dejarse engañar. Citemos una comparación. Un hombre tiene un enemigo secreto que no conoce y que esparce contra él, por bajo mano, la calumnia y todo lo que la más negra maldad puede inventar; ve perder su fortuna, alejarse sus amigos, turbada su felicidad interior, no pudiendo descubrir la mano que le hiere, no puede defenderse y sucumbe; pero viene un día que este enemigo secreto le escribe, y sin embargo de su astucia se hace traición. He aquí, pues, a su enemigo descubierto y puede confundirle y remontarse. Tal es el papel de los malos Espíritus, que el Espiritismo nos da la posibilidad de conocer y descubrir.

Los motivos de la obsesión varían según el carácter del Espíritu; muchas veces es una venganza que ejerce sobre un individuo de quien ha tenido que quejarse durante su vida o en otra existencia; a menudo no tiene otra razón que el deseo de hacer mal; como sufre, quiere hacer sufrir a los demás; halla una especie de gozo en atormentarles, en vejarles; de este modo la impaciencia que se le demuestra le excita, porque tal es su objeto, mientras que se le cansa por la paciencia; irritándose, demostrando despecho, se hace precisamente lo que él quiere. Estos Espíritus obran algunas veces por ira y por celos del bien; por esto dirigen sobre las gentes honradas sus intenciones maléficas. Uno de ellos se ha unido como una polilla a una honrada familia conocida nuestra, que por lo demás no tiene la satisfacción de tomarla por juguete; preguntado por el motivo que tenía para atacar a las buenas gentes, más bien que a los hombres malos como él, contestó: "estos no me causan envidia. Otros están guiados por un sentimiento de maldad que les conduce a aprovecharse de la debilidad moral de ciertos individuos que saben que son incapaces de resistirles. Uno de estos últimos que subyugaba a un joven de inteligencia muy limitada, preguntado por los motivos de la elección, nos contestó: "Tengo una necesidad muy grande de atormentar a alguno; una persona razonable me rechazaría; me arrimo a un idiota que no me opone ninguna virtud".

Hay Espíritus obsesores sin malicia, que son algo buenos, pero que tienen el orgullo del falso saber; tienen sus ideas y sus sistemas sobre la ciencia, la economía social, la moral, la religión, la filosofía; quieren hacer prevalecer su opinión y al efecto buscan médiums bastante crédulos para que les acepten con los ojos cerrados, a quienes fascinan para impedirles que puedan distinguir lo verdadero de lo falso. Estos son los más perjudiciales, porque los sofismas no les cuestan nada y de este modo pueden acreditar las utopías más ridículas; como conocen el prestigio de los grandes nombres no tienen ningún escrúpulo en servirse de aquellos ante los cuales uno se inclina con respeto, y tampoco retroceden por el sacrilegio de nombrarse Jesús, Virgen María o un santo venerado. Procuran deslumbrar por un lenguaje pomposo, más pretencioso que profundo, erizado de términos técnicos y adornado de grandes palabras de caridad y de moral: se guardarán de dar un mal consejo, porque saben bien que serían despedidos; además, los que son sus víctimas les defienden porfiadamente diciendo: ya veis que nada dicen de malo. Pero la moral no es para ellos sino un pase; es el menor de sus cuidados; lo quieren ante todo es dominar e imponer sus ideas aunque estén

desprovistas de razón.

Los Espíritus sistemáticos generalmente son bastante aficionados a escribir; por esto buscan los médiums que escriben con facilidad y de los que procuran hacerse instrumentos dóciles y sobre todo entusiastas, fascinándoles. Son casi siempre habladores, muy prolijos, procurando compensar la calidad por la cantidad. Se complacen en dictar a sus intérpretes escritos voluminosos e indigestos y a menudo poco inteligibles, que felizmente tienen por antídoto la imposibilidad material de ser leídos por las masas. Los Espíritus verdaderamente superiores son sobrios de palabras; escriben poco y dicen mucho; además esta prodigiosa fecundidad debe ser siempre sospechosa.

No podríamos ser bastante circunspectos cuando se trata de publicar estos escritos; las utopías y las excentricidades, de las que abundan mucho, y que chocan con el buen sentido, producen una molesta impresión sobre las personas novicias, dándoles una idea falsa del Espiritismo, sin contar que estas son armas de las cuales se sirven sus enemigos para ponerlo en ridículo. Entre estas publicaciones las hay que sin ser malas y sin dimanar de una obsesión pueden ser miradas como imprudentes, "intempestivas" o poco hábiles.

Acontece muchas veces que un médium no puede comunicarse sino con un solo Espíritu, que se une a él y responde por aquellos que son llamados por su mediación.

Esta no es siempre una obsesión, porque puede dimanar de una falta de flexibilidad del médium y de una afinidad especial de su parte por tal o cual Espíritu. No hay obsesión propiamente dicha sino cuando el Espíritu impone y aleja a los otros por su voluntad; lo que nunca es el hecho de un Espíritu bueno. Generalmente el Espíritu que se apodera del médium con la idea de dominarle, no sufre el examen critico de sus comunicaciones; cuando ve que no son aceptadas y que se discuten, no se retira pero inspira al médium el pensamiento de aislarse y muchas veces se lo manda. Todo médium que se resiente de la crítica de las comunicaciones que recibe es el eco del Espíritu que le domina, y este Espíritu no puede ser bueno desde el momento que le inspira un pensamiento ilógico, el de rehusar su examen. El aislamiento del médium es siempre una cosa mala para él, porque no tiene ninguna comprobación para sus comunicaciones. No solamente debe cerciorarse por el aviso de un tercero, sino que le es necesario el estudiar todas las clases de comunicaciones para compararlas; aislándose en las que obtiene, por muy buenas que le parezcan, se expone a hacerse ilusión sobre su valor sin contar que no puede conocerlo todo y que versan siempre, poco más o menos, sobre un mismo asunto. (Núm. 192; "Médiums exclusivos").

Los medios de combatir la obsesión varían según el carácter que reviste. El peligro, realmente, no existe para todo médium que está bien convencido de que debe habérselas con un Espíritu mentiroso, como esto tiene lugar en la obsesión simple; para él no es más que una cosa desagradable. Pero por lo mismo que esto le es desagradable, con tanta más razón el Espíritu se encarniza con él para vejarle. Dos cosas esenciales deben hacerse en este caso. Primero, probar al Espíritu que uno no es su juguete, y que le es "imposible" el engañarnos; segundo, gastar su paciencia, mostrándose más paciente que él; si está bien convencido que pierde el tiempo, concluirá por retirarse, como lo hacen los importunos cuando no se les escucha.

Pero no siempre basta esto, y puede ser largo porque los hay que son tenaces, y para ellos los meses y los años son poca cosa. En tal caso el médium debe hacer una evocación ferviente a su buen ángel guardián, lo mismo que a los buenos Espíritus que le son simpáticos, y rogarles que le asistan. Con respecto al Espíritu obsesor, por malo que sea, es menester tratarle con severidad, pero con benevolencia, y vencerle con buenos procederes, rogando por él. Si realmente es perverso, se burlará al principio; pero moralizándole con perseverancia, finirá por enmendarse: es la empresa de una conversión, tarea muy a menudo penosa, ingrata, aun repugnante, pero cuyo mérito está en la dificultad, y que si se cumple bien queda siempre la satisfacción de haber llenado un deber de caridad y muchas veces el haber conducido al buen camino un alma perdida.

Conviene igualmente interrumpir toda comunicación escrita desde el momento que se reconoce que viene de un Espíritu malo que no quiere entender la razón, a fin de no darle el placer de ser escuchado. Aun en ciertos casos puede ser útil el dejar de escribir por algún tiempo; cada uno debe conducirse según las circunstancias. Pero si el médium escribiente puede evitar estas conversaciones, absteniéndose de escribir, no sucede lo mismo con el médium auditivo que el Espíritu obsesor persigue algunas veces a cada momento con sus palabras groseras u obscenas, y que ni siquiera tiene el recurso de taparse los oídos. Por los demás es menester reconocer que ciertas personas se divierten con el lenguaje trivial de esta clase de Espíritus, que anima y provocan, riéndose de sus necesidades en lugar de imponerles silencio y moralizarles. Nuestros consejos no pueden aprovechar a los que quieren perderse.

No hay, pues, peligro, sino fastidio, para todo médium que no se deja dominar, porque no puede ser engañado; todo lo contrario sucede en la "fascinación", porque entonces el imperio que toma el Espíritu sobre aquel de quien se apodera no tiene límites. Lo único que puede hacerse con él es procurar convencerle porque está supeditado, y hacer que su obsesión venga a ser simple; pero esto no es siempre fácil, y algunas veces es imposible. El ascendiente del Espíritu puede ser tal que haga sordo al fascinado a toda clase de reflexiones y puede llegar hasta hacerle dudar, cuando el Espíritu comete alguna grosera herejía científica, si no se engaña la ciencia. Como lo hemos dicho ya, generalmente acoge muy mal los consejos; la crítica le fastidia, le irrita y le hace aborrecer a los que no toman parte en su admiración. Sospechar de su Espíritu es casi una profanación a sus ojos y esto es, precisamente, lo que quiere el Espíritu; porque lo que él desea es que doblen la rodilla ante su palabra. Uno de ellos ejercía una fascinación extraordinaria sobre una persona de nuestras relaciones; lo evocamos, y luego después de algunas farsas, viendo que no podía negar o disfrazar su identidad, concluyó por confesar que no era aquel cuyo nombre tomaba. Habiéndole preguntado por qué abusaba de esta persona, contestó estas palabras que pintan claramente el carácter de esta clase de Espíritus: "Buscaba un hombre que pudiera conducir; lo he encontrado y me quedo con él". – Pero si se le hace ver claro os echará fuera. – "¡Esto lo veremos!" Como no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, cuando se reconoce la inutilidad de toda tentativa para abrir los ojos del fascinado, lo mejor es dejarle en sus ilusiones. No puede curarse un enfermo que se obstina en conservar su enfermedad y se complace en ella.

La subyugación corporal quita a menudo al obcecado la energía necesaria para dominar al Espíritu malo; por esto es necesaria la intervención de una tercera persona, obrando sea por el magnetismo, sea por el imperio de su voluntad. En defecto del concurso del obcecado, esta persona debe tomar el ascendiente sobre el Espíritu; pero como este ascendiente no puede ser sino moral, sólo es dado el ejercerlo a un ser "moralmente superior" al Espíritu, y su poder será tanto más grande cuanto mayor será su superioridad moral, porque impone al Espíritu que se ve forzado a inclinarse ante él; por esto Jesús tenía tan grande poder para sacar lo que entonces llamaban demonios, es decir, los malos Espíritus obsesores.

Nosotros no podemos dar aquí sino consejos generales, porque no hay ningún proceder material, sobre todo ninguna fórmula, ni menos ninguna palabra sacramental que tenga el poder de echar a los Espíritus obsesores. Lo que le falta muchas veces al obcecado, es una fuerza fluídica suficiente; en este caso la acción magnética de un buen magnetizador puede serle útil y servirle de ayuda. Por otra parte, siempre es bueno tomar por la mediación de un médium seguro, los consejos de un Espíritu superior o de su ángel de la guarda.

Las imperfecciones morales del obcecado son, a menudo, un obstáculo para su libertad.

He aquí un ejemplo notable que puede servir de instrucción para todos: Hacía ya algunos años que varias hermanas eran víctimas de pillajes muy desagradables. Dispersados sin cesar sus vestidos por todos los rincones de la casa, hasta por el tejado, cortados, rotos y acribillados de agujeros, por más que tuviesen buen cuidado de encerrarlos bajo llave. Estas señoras, relegadas en una pequeña localidad de provincia, nunca habían oído hablar de Espiritismo. Naturalmente su primer pensamiento fue que eran el blanco de burlas de mal género; pero esta persistencia y las precauciones que tomaban les quitaron esta idea.

Después de mucho tiempo, con motivo de algunas indicaciones, creyeron oportuno dirigirse a nosotros para conocer la causa de estas desgracias y los medios de remediarlas si era posible. La causa no era dudosa; el remedio era más difícil. El Espíritu que se manifestaba por actos semejantes era evidentemente malévolo. Se mostró en la evocación de una grande perversidad e inaccesible a todo buen sentimiento. La oración pareció, sin embargo, ejercer una influencia saludable; pero después de algún tiempo de descanso, el pillaje empezó de nuevo. Aquí está el consejo que con este motivo dio un Espíritu superior.

"Lo mejor que pueden hacer estas señoras es rogar a sus Espíritus protectores que no las abandonen; no tengo otro consejo mejor para darles; que examinen su conciencia para confesarse a sí mismas y ver si han practicado siempre el amor del prójimo y la caridad; no quiero decir la caridad que da y distribuye, sino la caridad de la lengua; porque desgraciadamente ellas no saben retener la suya, y no justifican, por sus actos piadosos, el deseo que tienen de quedar libres del que les atormenta. Les gusta mucho decir mal del prójimo, y el Espíritu que les obceca se venga, porque le hicieron padecer mucho cuando vivía. Que repasen su memoria y verán muy pronto con quién tienen que habérselas.

"Sin embargo, si consiguen mejorarse, sus ángeles guardianes se les acercarán, y su sola presencia bastará para echar fuera al Espíritu malo que se ha apoderado de una de ellas sobre todo, porque su ángel de la guarda ha tenido que alejarse en vista de los actos reprensibles o de los pensamientos malos. Lo que les falta son fervientes oraciones por los que sufren, y sobre todo la práctica de las virtudes impuestas por Dios a cada uno, según su condición".

Sobre la observación que hicimos de que estas palabras nos parecían un poco severas, y que quizá sería necesario endulzarlas para transmitirlas, el Espíritu añadió:

"Yo debo decir lo que he dicho y del modo como lo digo, porque las personas en cuestión tienen la costumbre de creer que no hacen mal con la lengua, y hacen mucho.

Por esto es menester impresionar su Espíritu de manera que sea para ellos una advertencia formal".

De esto se desprende una enseñanza de una gran importancia, y es que las imperfecciones morales dan lugar a los Espíritus obsesores, y que el medio más seguro de desembarazarse de ellos es el atraer a los buenos por la práctica del bien. Los Espíritus buenos tienen, sin duda, más poder que los malos, y su voluntad basta para alejarlos; pero no asisten sino a los que les secundan por los esfuerzos que hacen para mejorarse; de otro modo se alejan y dejan el campo libre a los Espíritus malos que vienen a ser de este modo, en ciertos casos, instrumentos de castigo, porque los buenos les dejan obrar con este fin.

Por lo demás, es menester guardarse de atribuir a la acción directa de los Espíritus todos los disgustos que pueden ocurrir; estos disgustos son, a menudo, la consecuencia de la incuria o de la imprevisión. Un labrador nos hizo escribir que hacía doce años era la víctima de toda suerte de desgracias con respecto a su ganado; tan pronto se le morían las vacas como no daban leche; lo mismo le sucedía con los caballos, los carneros o los cerdos. Hizo muchos novenarios que no remediaron el mal, lo mismo que las misas que hizo celebrar, ni los exorcismos que hizo practicar.

Entonces, según las preocupaciones de los campesinos, se persuadió que se había echado una maldición sobre sus animales. Creyéndonos, sin duda, dotados de un poder para conjurar, mayor que el del cura de su lugar, nos consultó. Aquí está la contestación que obtuvimos:

"La mortalidad o las enfermedades de los ganados de este hombre provienen de que sus cuadras están infestadas y no las hace reparar porque esto 'cuesta dinero' ".

Terminaremos este capítulo con las respuestas dadas por los Espíritus a algunas preguntas, viniendo en apoyo de lo que hemos dicho.

1. ¿Por qué ciertos médiums no pueden desembarazarse de los Espíritus malos que se unen a ellos, y cómo los Espíritus buenos que evocan no son bastante poderosos para alejar a los otros y comunicarse directamente?

"No es el poder el que falta al Espíritu bueno; muchas veces es el médium que no es bastante fuerte para secundarle; su naturaleza se presta mejor a ciertas relaciones; su fluido se identifica más bien con un Espíritu que con otro; esto es lo que da mucho imperio a los que quieren mortificar."

2. ¿Nos parece, sin embargo, que hay personas muy meritorias, de una moralidad irreprochable, y con todo se ven imposibilitadas de comunicarse con los Espíritus buenos? "Esta es una prueba; ¿y quién os ha dicho que su corazón no esté manchado con un poco de mal, que el orgullo no domine un poco la apariencia de la bondad? Estas pruebas, mostrando al obcecado su debilidad, deben conducirle a la humildad.

¿Hay alguno sobre la Tierra que pueda llamarse perfecto? Habrá quien tenga todas las apariencias de la virtud, y aun puede tener muchos defectos ocultos, un antiguo germen de imperfección. Por ejemplo, vosotros decís de aquel que no hace mal y que es leal en sus relaciones sociales: es un hombre bueno y digno. ¿Pero sabéis vosotros si sus buenas cualidades están empañadas por el orgullo, si hay en él un fondo de egoísmo, si es avaro, celoso, rencoroso, maldiciente y cien otras cosas que vosotros no apercibís, porque vuestras relaciones con él no os han puesto en este caso? El medio más poderoso para poder combatir la influencia de los Espíritus malos es el acercarse todo lo posible a la naturaleza de los buenos."

3. La obsesión que se opone a que un médium obtenga las comunicaciones que desea, ¿es siempre una señal de ser indigno por su parte?

"Yo no he dicho que esta fuese una señal de poca dignidad, sino que puede ponerse un obstáculo a ciertas comunicaciones; lo que debe procurar es quitar el obstáculo que está en él; sin esto, sus oraciones y sus súplicas nada hacen. No basta que un enfermo diga a su médico: Dadme la salud, yo quiero estar bueno; el médico no puede nada si el enfermo no hace lo que es necesario."

4. ¿La privación de comunicarse con ciertos Espíritus sería, acaso, una especie de castigo?

"En ciertos casos esto podría ser un verdadero castigo, así como la posibilidad de comunicarse con ellos es una recompensa que debéis esforzaros en merecer." (Véase 'Pérdida y suspensión de la mediumnidad, número 220').

5. ¿Pueden combatirse las influencias de los Espíritus malos, moralizándoles?

"Sí; esto es lo que no se hace y es lo que no debe olvidarse de hacer, porque a menudo es una tarea que se os ha dado y que vosotros debéis cumplir caritativa y religiosamente. Por sabios consejos puede excitárseles al arrepentimiento y activar su adelantamiento."

– ¿Cómo puede un hombre con relación a esto tener una influencia que no tienen los mismos Espíritus?

"Los Espíritus perversos se aproximan más bien a los hombres que procuran atormentar, que a los Espíritus, de los que se alelan todo lo posible. En este contacto con los humanos, cuando encuentran quien los moraliza, en un principio no le escuchan, se ríen; después, si se les sabe conducir, concluyen por dejarse conmover. Los Espíritus elevados no pueden hablarles sino en nombre de Dios, y esto les asusta. El hombre no tiene, ciertamente, más poder que los Espíritus superiores, pero su lenguaje se identifica mejor con su naturaleza, y viendo el ascendiente que puede ejercer en los Espíritus inferiores, comprende mejor la solidaridad que existe entre el cielo y la tierra.

Por lo demás, el ascendiente que el hombre puede ejercer sobre los Espíritus está en razón de su superioridad moral. No domina a los Espíritus superiores, ni aún a aquellos que, sin ser superiores, son buenos o benévolos, pero puede dominar a los Espíritus que le son inferiores en moralidad." ('Véase número 279').

6. ¿La subyugación corporal, llevada hasta cierto grado, podría tener por consecuencia la locura?

"Sí, una especie de locura cuya causa no es conocida de la gente, pero que no tiene relación con la locura ordinaria. Entre los que se tienen por locos hay muchos que no son más que subyugados, les sería necesario un tratamiento moral, mientras que se les vuelve verdaderamente locos con los tratamientos corporales. Cuando los médicos conozcan bien el Espiritismo, sabrán hacer esta distinción y curarán más enfermos que con los baños de chorro." ('221').

7. ¿Qué debemos pensar de aquellos que, viendo algún peligro en el Espiritismo, creen que el medio de evitarlo es prohibir las comunicaciones espiritistas?

"Si pueden impedir a ciertas personas el comunicarse con los Espíritus, no pueden impedir las manifestaciones espontáneas, hechas a estas mismas personas, porque no pueden suprimir los Espíritus ni impedir su influencia oculta. Esto se parece a los niños que se tapan los ojos y creen que nadie les ve. Sería locura el querer suprimir una cosa que ofrece grandes ventajas, porque los imprudentes pueden abusar; el medio de evitar estos inconvenientes, es, al contrario, el hacer conocer el fondo de esta cosa."

CAPÍTULO XXIV

Identidad de los espíritus

Pruebas posibles de identidad – Distinción de los buenos y de los malos Espíritus. – Cuestiones sobre la naturaleza y la identidad de los Espíritus.

Pruebas posibles de identidad

La cuestión de la identidad de los Espíritus es una de las más controvertidas entre los mismos adeptos del Espiritismo; en efecto, los Espíritus no nos traen una prueba de notoriedad, y se sabe con cuánta facilidad algunos de ellos toman nombres supuestos; después de la obsesión, es también una de las más grandes dificultades del Espiritismo práctico; por lo demás, en muchos casos, la identidad absoluta es una cuestión secundaria y sin importancia real.

La identidad del Espíritu de los personajes antiguos es la más difícil de comprobar y muchas veces imposible, concretándonos a la apreciación puramente moral. Se juzga a los Espíritus como a los hombres, por su lenguaje; si un Espíritu se presenta bajo el nombre de Fenelón, por ejemplo, y dice trivialidades o puerilidades, es muy cierto que no puede ser él; pero si dice cosas dignas del carácter de Fenelón y que este mismo no desmintiera, hay en este caso, sino una prueba material, al menos toda la probabilidad moral que pueda ser él. Sobre todo en este caso la identidad real es una cuestión accesoria; desde el momento que el Espíritu sólo dice cosas buenas, poco importa el nombre del que las da.

Se objetará, sin duda, que el Espíritu que tomase un nombre supuesto, aún cuando sólo fuese para decir cosas buenas, no por eso dejaría de cometer un fraude y en tal caso no puede ser un Espíritu bueno. Aquí es en donde hay matices delicados bastante difíciles de comprender, y que trataremos de desenvolver.

A medida que los Espíritus se purifican y se elevan en la jerarquía, los caracteres distintivos de su personalidad se borran de cierto modo en la uniformidad de perfección y, sin embargo, no dejan de conservar su individualidad; esto tiene lugar en los Espíritus superiores y en los Espíritus puros. En esta posición, el nombre que tenía en la tierra, en una de las mil existencias corporales "efímeras" por las cuales pasaron, es una cosa enteramente insignificante. Notemos también que los Espíritus son atraídos los unos hacia los otros por la semejanza de sus cualidades, y que de este modo forman grupos o familias simpáticas. Por otra parte, si se considera el número inmenso de Espíritus que desde el origen de los tiempos deben haber llegado al primer puesto, y si se compara con el número tan corto de hombres que dejaron un gran nombre sobre la tierra, se comprenderá que entre los Espíritus superiores que pueden comunicarse, la mayor parte no debe tener nombre para nosotros; pero como necesitamos nombres para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un personaje conocido, cuya naturaleza se identifica del mejor modo con la suya; por esto nuestros ángeles guardianes se dan a conocer muy a menudo con el nombre de uno de los santos que nosotros veneramos y generalmente con el de aquel por quien tenemos más simpatía. De esto se sigue que si el ángel de la guarda de una persona toma el nombre de San Pedro, por ejemplo, no hay ninguna prueba material que éste sea, precisamente, el apóstol de este nombre; lo mismo puede ser el que un Espíritu enteramente desconocido, perteneciendo a la familia de los Espíritus de los que San Pedro forma parte; de aquí se sigue que cualquiera que sea el nombre bajo el cual se evoca a su ángel de la guarda vendrá al llamamiento que se le hace, porque se le atrae por el pensamiento, siéndole indiferente el nombre.

Lo mismo sucede siempre que un Espíritu superior se comunica espontáneamente bajo el nombre de un personaje conocido; nada prueba que este sea el Espíritu de aquel personaje; pero si no dice nada que desmienta la elevación de carácter de este último, hay "presunción" que sea él y en todo caso puede decirse que sino lo es debe ser un Espíritu del mismo grado y quizás enviado por él. En resumen, la cuestión del nombre es secundaria, pudiendo ser el nombre considerado como un simple indicio del lugar que ocupa el Espíritu en la escala espiritista.

La posición es otra cuando un Espíritu de un orden inferior se reviste de un nombre respetable para dar autoridad a sus palabras, y esto sucede con tanta frecuencia que no podríamos prevenimos bastante contra esta clase de substituciones; porque a favor de estos nombres prestados y sobre todo con la ayuda de la fascinación, ciertos Espíritus sistemáticos, más orgullosos que sabios, procuran acreditar las ideas más ridículas.

La cuestión de identidad es, pues, como lo hemos dicho, poco menos que indiferente cuando se trata de instrucciones generales, puesto que los mejores Espíritus pueden substituirse los unos a los otros sin que esto tenga consecuencias. Los Espíritus superiores forman, por decirlo así, un todo colectivo, cuyas individualidades, con pocas excepciones, nos son completamente desconocidas. Lo que nos interesa no es su

persona, sino su enseñanza; pues desde el momento que esta enseñanza es buena, poco importa que el que la da se llame Pedro o Pablo; se le juzga por su calidad y no por su título. Si un vino es malo, el rótulo no lo hará mejor. En cuanto a las comunicaciones íntimas, ya es otra cosa, porque es el individuo, su misma persona, la que nos interesa, y con razón en este caso procuramos asegurarnos si el Espíritu que viene a nuestro llamamiento es realmente el que se desea.

La identidad se puede comprobar con mucha más facilidad, cuando se trata de Espíritus contemporáneos cuyo carácter y costumbres se conocen, porque no habiendo tenido aun tiempo de despojarse de sus costumbres, precisamente se dan a conocer por las mismas y decimos en seguida que son una de las señales más ciertas de identidad. El Espíritu puede, sin duda, dar las pruebas sobre la pregunta que se le ha hecho, pero no lo hace nunca sino cuando le conviene, y generalmente esto le hiere; por lo que debe evitarse. Dejando su cuerpo, el Espíritu no se ha despojado de su susceptibilidad, y se incomoda de toda pregunta que tiene por objeto ponerle a prueba. Se hacen "tales preguntas que no se atreverían a hacérselas si se presentaba vivo" por temor de faltar a la educación; ¿por qué, pues, ha de tenérsele menos respeto después de la muerte? Si un hombre se presenta en un salón diciendo su nombre, ¿se le irá a decir a quemarropa que pruebe que es tal, exhibiendo sus títulos bajo el pretexto de que hay impostores? Este hombre tendría, seguramente, el derecho de recordar al preguntador las reglas de buena crianza.

Esto es lo que hacen los Espíritus, no contestando o retirándose. Pongamos un ejemplo por comparación. Supongamos que el astrónomo Arago, cuando vivía, se hubiese presentado en una casa que no le conocieron y que se le apostrofase de este modo: Decís que sois Arago, pero como no os conocemos, hacednos el favor de probárnoslo contestando a nuestras preguntas; resolved tal problema de astronomía; decidnos vuestros nombres, apellidos, los de vuestros hijos, lo que hicisteis tal día, a tal hora, etc.

¿Qué hubiera contestado? Pues bien! como Espíritu hará lo que hubiera hecho viviendo, y los otros Espíritus hacen lo mismo.

Mientras que los Espíritus se niegan a contestar a preguntas pueriles y descabelladas, que se hubiera tenido reparo en hacérselas cuando vivían, ellos mismos dan a menudo, y espontáneamente, pruebas irrecusables de su identidad, por su carácter, que se revela en su lenguaje, por el empleo de las palabras que le eran familiares, por la cita de diferentes hechos, particularidades de su vida, algunas veces desconocidas de los asistentes, y cuya exactitud ha podido probarse. Además las pruebas de identidad resaltan de una multitud de circunstancias imprevistas, que no siempre se presentan al primer golpe de vista, sino continuando la conversación.

Conviene, pues, esperarlas sin provocarías, observando con cuidado todas aquellas que pueden desprenderse de la naturaleza de las comunicaciones. (Véase el hecho referido número 70).

El medio que se emplea algunas veces con buen resultado para asegurar la identidad, cuando el Espíritu que se comunica es sospechoso, consiste en hacerle afirmar, "en nombre de Dios Todopoderoso", que es el mismo que se nombra. Sucede a menudo que el que toma un nombre supuesto retrocede ante un sacrilegio, y después de haber empezado a escribir: "Yo afirmo, en nombre de…", se para y traza con cólera líneas insignificantes, o rompe el lápiz; si es más hipócrita, evade la cuestión por una restricción mental, escribiendo por ejemplo: "Os certifico que digo la verdad"; o bien: "Atestiguo en nombre de Dios, que soy yo el que os hablo", etc. Pero los hay que no son tan escrupulosos y juran todo lo que se quiere. Uno de ellos se comunicó a un médium diciendo que era "Dios" y el médium, muy honrado por tan alto favor, no vaciló en creerle. Evocado por nosotros no se atrevió a sostener tal impostura, y dijo: Yo no soy Dios, pero soy, su hijo. – Entonces, ¿sois Jesús? Esto no es probable porque Jesús está colocado muy alto para emplear un subterfugio. ¿Os atrevéis, pues, a afirmar, en nombre de Dios que sois Cristo? – Yo no digo que sea Jesús; yo digo que soy el hijo de Dios, porque soy una de sus criaturas.

Debe deducirse de esto que si rehúsa un Espíritu el afirmar su identidad en nombre de Dios, es siempre una prueba manifiesta de que el nombre que ha tomado es una impostura, pero que la afirmación sólo es una presunción y no una prueba cierta.

Puede también colocarse entre las pruebas de identidad la semejanza de escritura y de la firma, pero como por otra parte no es dado a todos los médiums el obtener este resultado, esto no es siempre una garantía suficiente; en el mundo de los Espíritus hay tantas falsedades como en éste; no es, pues, sino una presunción de identidad, que no adquiere valor sino por las circunstancias que la acompañan. Lo mismo sucede con todas las señales materiales que algunos dan como talismanes inimitables por los Espíritus mentirosos. Para los que se atreven a jurar a Dios en falso o falsificar una firma, un signo material cualquiera que sea, no puede ofrecerles mayor obstáculo. La mejor de todas las pruebas de identidad está en el lenguaje y en las circunstancias casuales.

Sin duda se dirá que si un Espíritu puede imitar una firma, del mismo modo puede imitar el lenguaje. Esto es verdad; nosotros hemos visto que tomando descaradamente el nombre de Cristo, y para engañar, simulaban el estilo evangélico y prodigaban a diestro y a siniestro estas palabras bien conocidas: "En verdad, en verdad yo os lo digo"; pero cuando se estudiaba el conjunto "sin prevenciones", cuando se escudriñaba el fondo de los pensamientos, la importancia de las expresiones; cuando al lado de las bellas máximas de caridad se veían recomendaciones pueriles y ridículas, hubiera sido preciso estar "fascinado" para engañar-se. Sí; ciertas partes de la forma material del lenguaje pueden ser imitadas pero no el pensamiento; jamás la ignorancia imitará el verdadero saber, y jamás el vicio imitará la verdadera virtud; siempre habrá algo que hiera el oído; entonces es cuando el médium, así como el que evoca, tienen necesidad de toda la perspicacia y de todo su criterio para distinguir la verdad de la mentira. Deben persuadirse que los Espíritus perversos son capaces de todas las estratagemas, y cuando más elevado es el nombre bajo el cual se manifiestan, más debe

inspirar desconfianza. ¡Cuántos médiums ha habido que han tenido comunicaciones apócrifas firmadas por Jesús, María o de un santo venerado!

Distinción de los buenos y de los malos Espíritus

Si la identidad absoluta de los Espíritus es, en muchos casos, una cuestión accesoria y sin importancia, no sucede lo mismo con la distinción de los buenos o malos Espíritus; su individualidad puede sernos indiferente, su cualidad no lo es jamás. En todas las comunicaciones instructivas es en donde debe concentrarse más la atención, porque está sola es la que puede darnos la medida de la confianza que debemos tener con el Espíritu que se manifiesta, cualquiera que sea el nombre que tome. ¿El Espíritu que se manifiesta, es bueno o malo? ¿A qué grado de la escala espiritista pertenece? Aquí está la cuestión principal. (Véase "Escala Espiritista", Libro de los Espíritus, número 100).

Se juzga a los Espíritus, hemos dicho, como se juzga a los hombres, por su lenguaje. Supongamos que un hombre reciba veinte cartas de personas que le son desconocidas; por el estilo, por los pensamientos, por una multitud de señales conocerá, en fin, las que son instruidas o ignorantes, finas o mal educadas, superficiales, profundas, frívolas, orgullosas, formales, ligeras, sentimentales, etc. Lo mismo sucede con los Espíritus; debe considerárseles como corresponsales que jamás han visto, y preguntarse qué es lo que se pensaría del saber y del carácter de un hombre que dijera o escribiera semejantes cosas. Se puede poner como regla invariable y sin excepción, "que el lenguaje de los Espíritus está siempre en razón de su grado de elevación". Los Espíritus realmente superiores no sólo dicen grandes cosas, sino que las dicen en término que excluyen, de la manéra más absoluta, toda trivialidad; por buenas que sean estas cosas, si están empañadas con una sola expresión que resienta la bajeza, es una señal indudable de su inferioridad y con mucha más razón si el conjunto de las comunicaciones hiere la decencia por su grosería. El lenguaje descubre siempre su origen, sea por el pensamiento que manifiesta, sea por su forma, y aun cuando un Espíritu quisiera engañarnos sobre su pretendida superioridad, basta conversar algún tiempo con él para conocerle.

La bondad y benevolencia son también atributos esenciales de Espíritus depurados; no odian ni a los hombres ni a los Espíritus; compadecen las debilidades, critican los errores, pero siempre con moderación, sin aversión ni animosidad. Si se admite que los Espíritus verdaderamente buenos sólo pueden querer el bien y decir cosas buenas, se deducirá en consecuencia que el lenguaje de los Espíritus que manifieste falta de bondad y benevolencia, no dimana de un Espíritu bueno.

La inteligencia está lejos de ser una señal cierta de superioridad, porque la inteligencia y la moral no siempre marchan juntas. Un Espíritu puede ser bueno, benévolo y tener conocimientos limitados, mientras que un Espíritu inteligente e instruido puede ser muy inferior en moralidad.

Se cree con bastante generalidad que, preguntando al Espíritu de un hombre que ha sido sabio en una especialidad sobre la Tierra, se obtendrá con más facilidad la verdad; esto es lógico y, sin embargo, no es siempre verdadero. La experiencia demuestra que los sabios, lo mismo que los otros hombres, sobre todo aquellos que han dejado la Tierra hace poco, están aun bajo el imperio de las preocupaciones de la vida corporal; no se desprenden inmediatamente del Espíritu de sistema. Puede, pues, suceder, que bajo las influencias de las ideas que tuvieron cuando vivían y con las cuales se hicieron un título de gloria, vean menos claro de lo que nosotros lo pensamos. No damos este principio como una regla, mucho le falta; decimos únicamente que esto se ve, y que por consiguiente su ciencia humana no siempre es una prueba de infalibilidad como Espíritu.

Sometiendo todas las comunicaciones a un examen escrupuloso, escudriñando y analizando el pensamiento y las expresiones, como se hace cuando se trata de juzgar una obra literaria, rechazando "sin vacilar" todo lo que peca por la lógica y el buen sentido, todo lo que desmiente el carácter del Espíritu que se tiene por presentado, desanima a los Espíritus falaces que acaban por retirarse, bien convencidos de que no pueden engañarnos. Lo repetimos, este medio es el sólo, pero infalible, porque no hay malas comunicaciones que puedan resistir a una crítica rigurosa. Los Espíritus buenos nunca se ofenden por esto, puesto que ellos mismos lo aconsejan, y porque nada tienen que temer del examen; sólo los malos son los que se formalizan y quieren disuadir, porque lo pierden todo y por lo mismo prueban lo que son.

Sobre este asunto aquí está el consejo dado por San Luis: "Cualquiera que sea la confianza legítima que os inspiren los Espíritus que presiden vuestros trabajos, la recomendación que no nos cansaríamos de repetir y que tendríais que tener siempre en la memoria cuando os entregáis a vuestros estudios, es que penséis y maduréis, que sometáis a la prueba de la razón más severa, todas las comunicaciones que recibís; que no descuidéis, desde que un punto os parece sospechoso, dudoso u oscuro, el pedir las explicaciones necesarias para poderos fijar".

Se pueden resumir los medios de reconocer la cualidad de los Espíritus en los principios siguientes:

1º No hay otro criterio para discernir el valor de los Espíritus, que el buen sentido.

Toda fórmula dada a este efecto por los mismos Espíritus es absurda y, no puede dimanar de Espíritus superiores.

2º Se juzga a los Espíritus por su lenguaje y por sus acciones. Las acciones de los Espíritus son los sentimientos que inspiran y los consejos que dan.

3º Siendo admitido que los Espíritus buenos no pueden decir ni hacer sino bien, todo lo que es malo no puede venir de un Espíritu bueno.

4º O Los Espíritus superiores tienen un lenguaje siempre digno, noble, elevado, sin mezcla de ninguna trivialidad; todo lo dicen con sencillez y modestia; jamás se alaban ni hacen nunca ostentación de su saber ni de su posición entre los otros. El de los Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda expresión que resienta la bajeza, la suficiencia, la arrogancia, la presunción y la acrimonia, es un indicio característico de inferioridad, o de superchería, si el Espíritu se presenta bajo un nombre respetable y venerado.

5º No es menester juzgar a los Espíritus bajo la forma material y la corrección de su estilo, pero si el sondear el sentido íntimo, examinar sus palabras, pesarías fríamente, con madurez y sin prevención. Toda separación de la lógica, de la razón y de la prudencia, no puede dejar duda sobre su origen, cualquiera que sea el nombre con que se disfrace el Espíritu. (224).

6º El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre idéntico, sino en la forma, al menos en el fondo. Los pensamientos son los mismos, cualquiera que sean los tiempos y el lugar, pueden estar más o menos desarrollados, según las circunstancias, las necesidades y la facilidad de comunicar, pero no serán contradictorios. Si dos comunicaciones que llevan el mismo nombre están en oposición la una con la otra, la una de las dos es evidentemente apócrifa y la verdadera será aquella en la que NADA desmiente el carácter conocido del personaje. Entre dos comunicaciones firmadas, por ejemplo, de San Vicente de Paúl, que la una predicase la unión y la caridad, y la otra se dirigiese a sembrar la discordia, no hay persona de sensatez que pudiese engañarse.

7º Los Espíritus buenos no dicen sino lo que saben; se callan o confiesan su ignorancia sobre lo que ellos no saben. Los malos hablan de todo con seguridad, sin cuidarse de la verdad. Toda herejía científica notoria, todo principio que choque el buen sentido, manifiesta el fraude si el Espíritu quiere pasar por un Espíritu ilustrado.

8º Se reconocen también los Espíritus ligeros con la facilidad que profetizan el porvenir y precisan los hechos materiales que no nos está permitido conocer. Los Espíritus buenos pueden hacer presentir cosas futuras cuando este conocimiento puede ser útil, pero jamás precisan las fechas; todo anuncio de un acontecimiento a época fija es indicio de una mixtificación.

9º Los Espíritus superiores se expresan sencillamente, sin ser prolijos; su estilo es conciso, sin excluir la poesía de las ideas y de las expresiones, claro, inteligible para todos, y no necesita esfuerzos para ser comprendido; tienen el arte de decir muchas cosas en pocas palabras, porque cada palabra tiene su comprensión. Los Espíritus inferiores o falsos sabios, ocultan con palabras huecas y el énfasis vacío de los pensamientos. Su lenguaje es a menudo pretencioso, ridículo u oscuro a fuerza de querer parecer profundo.

10º Los Espíritus buenos nunca mandan; no se imponen, sino que aconsejan, y si no se les escucha, se retiran. Los malos son imperiosos, dan órdenes, quieren ser obedecidos, pero no se van aun cuando no lo sean. Todo Espíritu que quiera hacerse respetar hace traición a su origen. Son exclusivos y absolutos en sus opiniones y pretenden tener ellos solos el privilegio de la verdad. Exigen una creencia ciega, y no quieren sujetarse a la razón, porque saben que la razón les quitaría la máscara.

11º Los Espíritus buenos no adulan; cuando se hace el bien lo aprueban, pero siempre con reserva; los malos hacen el elogio exagerado, estimulan el orgullo y la vanidad predicando la humildad, y procuran "exaltar la importancia personal" de aquellos cuya voluntad quieren captarse.

12º Los Espíritus superiores no hacen caso de las puerilidades de la forma "en todas las cosas". Sólo los Espíritus vulgares pueden dar importancia a los detalles mezquinos incompatibles con las ideas verdaderamente elevadas. "Toda prescripción meticulosa" es una señal cierta de inferioridad y superchería de parte de un Espíritu que toma un nombre imponente.

13º Es preciso desconfiar de las palabras extravagantes y ridículas que toman ciertos Espíritus que quieren imponer a la credulidad; y seria soberanamente absurdo el tomar estos nombres por lo serio.

14º Igualmente es preciso desconfiar de los Espíritus que se presentan muy fácilmente bajo nombres extremadamente venerados y no aceptar sus palabras sino con la más grande reserva; en esto, sobre todo, se necesita una comprobación severa, porque a menudo es una máscara que se ponen para hacer creer sus relaciones íntimas con Espíritus adelantados. Por este medio adulan la vanidad del médium y se aprovechan de ella para inducirle muchas veces a cosas extrañas o ridículas.

15º Los Espíritus buenos son muy escrupulosos sobre las cosas que puedan aconsejar; en todo caso siempre tienen un objeto "formal y eminentemente útil". Deben, pues, mirarse como sospechosas todas aquellas que no tuviesen este carácter o estuvieron condenados por la razón, y reflexionar maduramente antes de emprenderlas, porque se expondría cualquiera a desagradables mixtificaciones.

16º Se reconocen también los buenos Espíritus por su prudente reserva sobre todas las cosas que pueden comprometer; repugnan en descubrir el mal; los Espíritus ligeros o malévolos se complacen en aumentarlo. Mientras que los buenos procuran endulzar las contrariedades y predican la indulgencia, los malos las exageran y siembran la cizaña con insinuaciones pérfidas.

17º Los Espíritus buenos prescriben sólo el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté "estrechamente conforme con la pura caridad evangélica", no puede ser la obra de Espíritus buenos.

18º Los Espíritus buenos aconsejan siempre cosas perfectamente racionales; toda recomendación que se apartase de la "línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la naturaleza", indica un Espíritu limitado y por consiguiente poco digno de confianza.

19º Los Espíritus malos o simplemente imperfectos se hacen traición a sí mismos aún por señales materiales con las cuales nadie podría engañarse. Su acción sobre el médium es algunas veces violenta y provoca en él movimientos bruscos y sacudimientos, una agitación febril y convulsiva que hace contraste con la calma y la dulzura de los Espíritus buenos.

20º Los Espíritus imperfectos aprovechan muchas veces los medios de comunicación, de los cuales disponen para dar consejos pérfidos; excitan la desconfianza y la animosidad contra los que les son antipáticos; aquellos que pueden quitar la máscara a sus imposturas son, sobre todo, el objeto de su animadversión.

Los hombres débiles son su punto de mira para inducirles al mal. Empleando sucesivamente los sofismas, los sarcasmos, las injurias y hasta señales materiales de su poder oculto para convencer mejor, procuran separarles de la senda de la verdad.

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