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El fracaso de una economía de "algoritmos" (Parte II) (página 5)




Enviado por Ricardo Lomoro



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También se debe considerar el tema de la desigualdad. Este tema causa verdadera ira, pero el problema no es tanto la desigualdad por sí misma (desigualdad que si bien empeoró, no es nada inherentemente nuevo), sino lo que realmente causa verdadera molestia es la disminución de oportunidades. El sueño americano está quedando atrás, dejando el paso libre a la conciencia de clase – este es un cambio profundo para un país que se cimienta en el ideal de que cualquier persona puede mejorar su vida si trabaja fuerte y duro.

Sin embargo, las razones de la ansiedad y la ira trascienden las realidades y preocupaciones económicas. También se deben a la inseguridad física, ya sea a causa de la delincuencia o del temor al terrorismo. Asimismo, muchas comunidades se preocupan por la dirección que toman la cultura y la sociedad.

Los medios de comunicación modernos tienden a empeorar las cosas. Nuestra época es una de "difusión estrecha y dirigida" o "narrowcasting", no una de "difusión amplia" o "broadcasting". Las personas están cada vez en mayor sintonía exclusiva con canales por cable o sitios web que simplemente refuerzan sus puntos de vista e ideologías.

Esto no es para nada tranquilizador. El estado de ánimo nacional trasciende la campaña electoral y planteará un verdadero desafío para el nuevo presidente y para el Congreso. Las divisiones dentro y entre el partidos Demócrata y Republicano harán que sea casi imposible ceder para llegar a acuerdos y formar coaliciones que son esenciales para gobernar.

Las preocupaciones con respecto a la jubilación y la asequibilidad de la atención de salud harán que sea mucho más difícil reformar los derechos que tienen las personas a recibir beneficios gubernamentales, a pesar de que la expansión de estos beneficios hará subir la deuda nacional a niveles récord. Se culpa al libre comercio por la pérdida de empleos y este está perdiendo apoyo, a pesar de que también ha sido fuente de nuevos puestos de trabajo y de mayores posibilidades de elección para los consumidores – y ha reforzado la posición estratégica de Estados Unidos en todo el mundo. La inmigración, que durante mucho tiempo ha sido parte de la tradición del país y una fuente de talento valioso, es ahora objeto de tanta controversia que las perspectivas de reforma son muy sombrías.

El estado de ánimo de EEUU también puede intensificar el abordaje domestico de los funcionarios gubernamentales. Muchos estadounidenses, ya desencantados por la participación de su gobierno en asuntos internacionales después de las intervenciones en Irak y Afganistán, mismas que costaron mucho más de lo que lograron, se encuentran escépticos sobre lo que EEUU puede lograr en el extranjero. Los estadounidenses se sienten frustrados con sus aliados, a quienes ven como participantes que no llevan la porción justa de las cargas comunes, y están cada vez más convencidos de que el gobierno tiene que centrarse menos en el mundo y más en arreglar lo que está mal en EEUU.

Sin lugar a dudas, algunas personas en otros países leerán todo esto con satisfacción; sin embargo, en general, estas son malas noticias para gran parte del mundo. Es menos probable que un Estados Unidos que se distrae y se divide esté dispuesto y sea capaz de tomar la iniciativa en cuanto a la promoción de estabilidad en el Medio Oriente, Europa o Asia, o en cuanto al cumplimiento de los desafíos mundiales. Y, sin el liderazgo de Estados Unidos, es probable que no se logren superar dichos desafíos, tornándose los mismos en problemas o, peor aún, en crisis.

(Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan…)

– Sin lugar para los jóvenes (y las mujeres) (Project Syndicate – 28/3/16)

Milán.- En los últimos 20 años, alrededor de medio millón de italianos de entre 18 y 39 años de edad emigraron, especialmente a países de la Unión Europea económicamente más dinámicos, como Alemania, Francia y el Reino Unido. Y son solo las cifras oficiales; es probable que el número real sea mucho mayor, tal vez más del doble. ¿Por qué se van los jóvenes italianos?

No es por falta de representación política. Desde 2013, la proporción de parlamentarios italianos de menos de 40 años aumentó del 7% al 13%. Además, Italia tiene uno de los gobiernos más jóvenes de los países avanzados (solo la supera Francia). Y Matteo Renzi (41) es el primer ministro más joven de la historia de Italia.

Sin embargo, los jóvenes italianos siguen profundamente insatisfechos con el estado de su país y con las oportunidades económicas que ofrece. A pesar de la promesa de Renzi de implementar reformas para rejuvenecer la economía y las instituciones del país (plataforma con la que ganó las elecciones en 2014), desde entonces se han ido unos 90. 000 italianos de menos de 40.

El mensaje de Renzi, por más elaborado y optimista que sea, no puede ocultar la dura realidad económica de la Italia de hoy. Lo más preocupante es que el desempleo juvenil se mantiene en 39%, una de las cifras más altas de la UE y muy por encima del promedio del bloque, que es 20%. Corregir el desempleo juvenil estructural será difícil, porque un 26% de los menores de 30 años no estudian, trabajan ni reciben alguna capacitación (el segundo mayor porcentaje de la UE, solo superado por Grecia).

Incluso para quienes tienen empleo hay motivos de descontento. Según Eurostat, los jóvenes italianos están entre los más insatisfechos con sus trabajos; muchos están convencidos de que los mejores empleos están reservados para quienes tienen buenas conexiones. Y en los hechos, la corrupción sigue siendo un importante problema en Italia; los dos últimos alcaldes de Roma, por ejemplo, perdieron su puesto en medio de escándalos por malversación. El año pasado, en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparency International, Italia terminó en el lugar 61, el peor de todas las economías avanzadas.

Para colmo de males, la economía italiana lleva años estancada. Es cierto que sigue siendo la octava economía del mundo, con un ingreso anual per cápita de unos 26 000 euros (29 300 dólares) y una tasa bruta de ahorro relativamente alta, igual al 18% del PIB. Pero de 2000 a 2015, el PIB real se redujo ligeramente y el ingreso per cápita real cayó un 0,5%. El período 2012-2014 fue especialmente difícil, con una recesión profunda y prolongada que dio lugar a una caída de 2,1% del PIB real y 4,3% del ingreso real per cápita.

No es raro entonces que muchos jóvenes prefieran emigrar a quedarse en Italia desempleados o subempleados y depender del sostén familiar. Claro que algunos terminan en empleos precarios o insatisfactorios en el extranjero. Pero para los más capacitados y cualificados, las oportunidades de hacer carrera en su vocación son considerablemente mayores en el extranjero que en Italia.

Previsiblemente, los italianos mejor calificados son mayoría entre los que se van. Esta tendencia empezó a fines de los ochenta, con doctores e investigadores que no hallaban lugar en las universidades locales (hiperjerárquicas, proclives a la corrupción y escasas de fondos). Luego los imitaron muchos otros profesionales, desde médicos y personal sanitario hasta bibliotecarios y especialistas en software.

Hasta cierto punto, esta tendencia se compensa por la inmigración: por cada italiano que se va, llegan (oficialmente) tres inmigrantes. Este flujo de extranjeros (poco más de cinco millones de personas, el 8,3% de la población) es un hecho positivo para el balance demográfico del país. Italia no solo tiene la población más anciana de la UE después de Alemania: 1,5 personas de más de 65 años por cada una de menos de 15; además su tasa de fertilidad (1,35 hijos por mujer) es una de las más bajas del mundo, casi a la par de Japón.

Pero la limitada oferta de empleos cualificados en Italia en comparación con otros países avanzados de la UE también influye sobre los flujos migratorios. El 30% de los trabajadores extranjeros dicen estar demasiado calificados para el trabajo que realizan: Italia está perdiendo su atractivo, especialmente para los profesionales capacitados. Por ello, desde 2007 el ingreso anual de inmigrantes se redujo a la mitad, mientras que se triplicó la cantidad de emigrantes.

Los que se quedan en Italia (tanto italianos como extranjeros) tienden a ser los menos capacitados. Alrededor del 41% de la población italiana tiene solamente educación básica, proporción considerablemente mayor que en la mayoría de los otros países europeos (a excepción de Portugal, Malta y España). Además, el 17% de la población italiana abandona los estudios prematuramente, y solo el 22% de los jóvenes reciben educación terciaria.

La buena noticia es que Italia, junto con sus socios de la UE, ya se comprometió a mejorar estas cifras. La estrategia de crecimiento Europa 2020 de la Comisión Europea, que apunta a la creación de una "economía inteligente, sostenible e integradora", propone como meta para 2020 que los países reduzcan el porcentaje de abandono escolar a menos del 10% y garanticen que al menos el 40% de las personas de entre 30 y 34 años tengan estudios superiores completos.

Pero estas metas son solo un aspecto de una estrategia eficaz para revitalizar la economía italiana y su capacidad de atraer a los mejores profesionales. El gobierno de Italia también debe cumplir su promesa de seguir flexibilizando el mercado laboral y combatir la corrupción (incluido el nepotismo). Pero las reformas serán difíciles de implementar con una economía mundial desacelerada y una herencia de larga recesión. Lo menos que puede decirse es que llevarán tiempo.

Entretanto, los jóvenes italianos seguirán buscándose un futuro en otros países. Ni siquiera un primer ministro joven y optimista puede convencerlos de quedarse.

(Paola Subacchi is Research Director of International Economics at Chatham House and Professor of Economics at the University of Bologna)

– Las políticas monetarias no convencionales sobre zancos (Project Syndicate – 1/4/16)

Nueva York.- Ya que tras la crisis financiera del año 2008 la mayoría de las economías avanzadas experimentaron recuperaciones anémicas, sus bancos centrales se vieron forzados a dejar las políticas monetarias convencionales -tales como la reducción de las tasas interés oficiales a través de compras en el mercado abierto de bonos del Estado a corto plazo- desplazándose hacia una diversidad de políticas no convencionales. A pesar de que se había alcanzado el límite nominal de cero para las tasas de interés -lo mismo que previamente sólo se consideraba como una posibilidad teórica- y se había aplicado la política de tasas de interés cero (ZIRP), el crecimiento se mantuvo anémico. Consecuentemente, los bancos centrales adoptaron medidas que ni siquiera existían en su conjunto de herramientas de política hace una década. Y, ahora, están a punto de hacer esto de nuevo.

La lista de políticas no convencionales fue extensa. Una vez que las tasas de corto plazo ya estaban en cero, esta lista incluyó la flexibilización cuantitativa (QE) y las compras de bonos del Estado a largo plazo. Estas políticas estuvieron acompañadas por la relajación del crédito (CE), que tomó la forma de compras por parte de los bancos centrales de activos privados o semiprivados – tales como hipotecas y otros valores respaldados por activos, bonos garantizados, bonos corporativos, fondos fiduciarios inmobiliarios, e incluso instrumentos de renta variable a través de fondos cotizados en bolsa. El objetivo fue reducir los diferenciales en el crédito privado (la diferencia entre los rendimientos de los activos privados y aquellos rendimientos de los bonos del Estado con un período de vencimiento similar) e impulsar, directa e indirectamente, el precio de otros activos de riesgo, tales como los precios de las acciones de renta variable y los bienes raíces.

Luego hubo una "orientación hacia delante" (FG), es decir, el compromiso de mantener las tasas de interés oficiales en cero durante más tiempo del justificado por los fundamentos económicos, reduciendo, consecuentemente, aún más las tasas de interés a corto plazo. Por ejemplo, comprometerse a mantener las tasas de interés oficiales en cero, digamos, durante un período de tres años implica que las tasas de interés de los valores con un vencimiento de hasta tres años también deberían caer a cero, siempre y cuando las tasas de interés de mediano plazo se basen en las expectativas referentes a las tasas de interés de corto plazo durante los próximos tres años. Y para coronar todo esto, hubo una intervención no esterilizada en el mercado de divisas con el propósito de impulsar las exportaciones a través de una moneda más débil.

Estas políticas, efectivamente, redujeron las tasas de interés a largo y mediano plazo de los valores públicos y bonos hipotecarios. También estrecharon los diferenciales en tasas de interés crediticias de activos privados, impulsaron el mercado de valores, debilitaron la moneda, y redujeron las tasas de interés reales al aumentar las expectativas de inflación. Por lo tanto, fueron parcialmente eficaces.

Pero aún con todo esto, en la mayoría de las economías avanzadas, el crecimiento (y la inflación) se mantuvieron en niveles obstinadamente bajos. No hubo escasez de razones para que ello ocurra. Dado el desapalancamiento de altas deudas privadas y públicas, las políticas monetarias no convencionales pudieron evitar las recesiones severas y la deflación directa; pero, no pudieron lograr un crecimiento robusto y una inflación del 2%.

Por otra parte, la combinación de políticas fue subóptima. Si bien la política monetaria puede desempeñar un papel importante con respecto a impulsar el crecimiento y la inflación, se necesitan políticas estructurales para aumentar el crecimiento potencial y evitar que las empresas, los hogares, los bancos y el gobierno se conviertan en zombis, crónicamente incapaces de gastar porque tienen demasiada deuda. Y, también fueron necesarias políticas fiscales para apoyar a la demanda agregada.

Desafortunadamente, la economía política de la mayoría de las reformas estructurales – con sus costos imputados al principio y beneficio recibidos al final- implica que dichas reformas progresen muy lentamente. Al mismo tiempo, la política fiscal se ha visto limitada en algunos países por los altos déficits y deudas (que ponen en peligro el acceso al mercado), y en otros (tales como en los países de la eurozona, el Reino Unido y Estados Unidos) por una reacción política contra un mayor estímulo fiscal, lo que lleva a la aplicación de políticas de austeridad que socavan el crecimiento a corto plazo. Así que, nos guste o no, los bancos centrales se convirtieron en, y continúan siendo, los únicos que pueden actuar cuando se trata de brindar apoyo a la demanda agregada, aumentar el empleo y prevenir la deflación.

Como resultado de ello, las políticas monetarias no convencionales -arraigadas durante casi una década- han llegado a convertirse en convencionales. Y, en vista del persistente bajo y deslucido crecimiento y del riesgo de deflación en la mayoría de las economías avanzadas, los formuladores de políticas monetarias tendrán que continuar su lucha solitaria con un nuevo conjunto de políticas monetarias "no convencionales dentro de las políticas no convencionales".

Algunas de estas medidas ya se han aplicado. Por ejemplo, las tasas de interés oficiales negativas (NIRP) son ahora estándar en Suiza, Suecia, Dinamarca, la eurozona y Japón, donde las reservas en exceso que los bancos mantienen en los bancos centrales, como resultado de la QE se gravan con una tasa negativa. Los formuladores de políticas han pasado de trabajar en la cantidad de dinero (QE, CE, y la intervención en el tipo de cambio) para trabajar en el precio del dinero (primero ZIRP, a continuación FG, y ahora NIRP). Las tasas de interés nominales son ahora negativas no sólo para la deuda, sino también para los bonos del Estado a diez años. De hecho, hoy en día, alrededor de $6 millones de millones de dólares en bonos del Estado en todo el mundo tienen rendimientos nominales negativos.

La siguiente etapa de "políticas monetarias no convencionales dentro de las políticas no convencionales" -en caso que los riesgos de recesión, deflación y crisis financiera aumentan drásticamente- podría tener tres componentes. Primero, los bancos centrales podrían gravar el dinero en efectivo para evitar que los bancos intenten evitar el impuesto a la tasa de interés negativa sobre el exceso de reservas. Si los bancos no pueden cambiar sus reservas a dinero en efectivo (de tal modo que ganen tasas de interés cero), los bancos centrales podrían internarse aún más en territorio negativo en lo que se refiere a la aplicación de tasas de interés oficiales.

En segundo lugar, QE podría evolucionar hasta convertirse en dinero "que cae del cielo" o financiación monetaria directa de los bancos centrales para los déficits fiscales de mayor tamaño. De hecho, el reciente rumor en el mercado se refiere a los beneficios provenientes de la monetización permanente de los déficits y deudas públicas. Por otra parte, si bien la QE ha beneficiado a los tenedores de activos financieros al impulsar al alza los precios de las acciones, bonos y bienes raíces, también ha alimentado la creciente desigualdad. Un dinero que cae del cielo (a través de recortes de impuestos o transferencias financiadas por dinero recién impreso) pondría dinero directamente en las manos de los hogares, impulsando el consumo.

En tercer lugar, la relajación del crédito por parte de los bancos centrales, o las compras de activos privados, podría ampliarse significativamente. Piense en compras directas de acciones, bonos corporativos de alto riesgo y de préstamos malos de los bancos.

Si las "políticas monetarias no convencionales dentro de las políticas no convencionales" aparentan ser un poco alocadas, vale la pena recordar que sólo hace unos pocos años lo mismo se dijo acerca de las "políticas no convencionales que ahora son convencionales". Y si las condiciones actuales en las economías avanzadas se mantienen arraigadas dentro de una década, los dineros que caen del cielo, la monetización de la deuda, y la imposición de impuestos al dinero en efectivo pueden llegar a ser las nuevas políticas QE, CE, FG, ZIRP y NIRP. En tiempos desesperados se requieren medidas desesperadas.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund…)

– ¿Estados Unidos en contra del comercio? (Project Syndicate – 7/4/16)

Cambridge.- La escalada del populismo anticomercio en la campaña electoral estadounidense de 2016 presagia un alejamiento peligroso del rol de Estados Unidos en los asuntos mundiales. En nombre de reducir la desigualdad en Estados Unidos, los candidatos presidenciales de ambos partidos estarían obstaculizando las aspiraciones de cientos de millones de personas extremadamente pobres en el mundo en desarrollo de pasar a integrar la clase media. Si el atractivo político de las políticas anticomercio persiste, marcará un punto de inflexión histórico en los asuntos económicos globales -un mal augurio para el futuro del liderazgo norteamericano.

El candidato presidencial republicano Donald Trump ha propuesto imponer un impuesto del 45% a las importaciones chinas en Estados Unidos, un plan que seduce a muchos norteamericanos que creen que China se está enriqueciendo gracias a prácticas comerciales injustas. Pero, a pesar de su extraordinario éxito en las últimas décadas, China sigue siendo un país en desarrollo donde un porcentaje importante de la población vive en un nivel de pobreza que, para los parámetros occidentales, sería inimaginable.

Consideremos el nuevo plan quinquenal de China, que apunta a colocar a 55 millones de personas por encima de la línea de pobreza para 2020, un umbral definido en apenas 2.300 yuanes chinos, o 354 dólares, por año. En comparación, la línea de pobreza en Estados Unidos es de alrededor de 12.000 dólares para una sola persona. Es verdad, existen diferencias sustanciales en el costo de vida que tornan dudosas las comparaciones directas y, sí, la pobreza es una condición social tanto como económica, al menos en las economías avanzadas; pero el argumento de que la desigualdad entre los países se traduce en desigualdad al interior de los países es muy poderoso.

Y el problema de la pobreza de China difícilmente sea el peor del mundo. Tanto India como África tienen poblaciones aproximadamente comparables a los 1.400 millones de habitantes de China, y los porcentajes de personas que alcanzaron la clase media son significativamente menores.

El candidato presidencial demócrata Bernie Sanders es un individuo mucho más atractivo que "El Donald", pero su retórica anticomercio es casi tan peligrosa. Sanders, simpatizante de prominentes economistas de izquierda, despotrica contra el nuevo Acuerdo Transpacífico (TPP por su sigla en inglés) que está sobre la mesa, aunque éste ayudaría mucho al mundo en desarrollo -por ejemplo, al abrir el mercado de Japón a las importaciones latinoamericanas.

Sanders incluso ataca a su rival Hillary Clinton por haber respaldado acuerdos comerciales anteriores como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) de 1992. Sin embargo, ese acuerdo obligó a México a reducir sus aranceles sobre los productos estadounidenses mucho más de lo que obligó a Estados Unidos a reducir los suyos, ya bajos, sobre los productos mexicanos. Desafortunadamente, el éxito rotundo de la retórica anticomercio de Sanders y Trump ha alejado a Clinton de su posición más centrista y podría tener el mismo efecto en muchos miembros de la Cámara Baja y el Senado. Esta es una receta para el desastre.

El TPP efectivamente tiene defectos, en especial en lo que concierne a su extralimitación en materia de protección de los derechos de propiedad intelectual. Pero la idea de que el acuerdo arrasará con una gran cantidad de empleos en Estados Unidos es sumamente debatible, y algo hay que hacer, decididamente, para que resulte más fácil vender productos de alta tecnología al mundo en desarrollo, incluida China, sin miedo de que esos productos sean instantáneamente clonados. La no ratificación del TPP casi con certeza condenaría a decenas de millones de personas en el mundo en desarrollo a seguir sumidas en la pobreza.

El remedio correcto para reducir la desigualdad dentro de Estados Unidos no es alejarse del libre comercio, sino introducir un mejor sistema tributario, que sea más simple y más progresivo. Lo ideal sería un giro de un impuesto a las ganancias a un impuesto progresivo al consumo (el ejemplo más simple es un impuesto fijo con una exención muy alta). Estados Unidos también necesita de manera desesperada una profunda reforma estructural de su sistema educativo, que elimine los obstáculos para introducir tecnología y competencia.

En efecto, las nuevas tecnologías ofrecen la perspectiva de facilitar, y mucho, la posibilidad de volver a capacitar y equipar a trabajadores de todas las edades. Quienes defienden la redistribución a través de mayores déficits presupuestarios del gobierno tienen poca visión de futuro. Dada la demografía adversa en el mundo avanzado, la desaceleración de la productividad y el aumento de las obligaciones de pensiones, es muy difícil saber cuál sería el desenlace de una deuda creciente.

¿Los progresistas pro-déficit toman conciencia de que la carga de cualquier crisis futura de deuda (o de medidas de represión financiera) probablemente recaiga de manera desproporcionada en los ciudadanos pobres y de ingresos medios, como sucedió en el pasado? Una redistribución simple del ingreso a través de impuestos y transferencias es mucho más directa y más potente, y en efecto serviría para expandir la demanda agregada.

Cualquiera que retrate a Estados Unidos como un gran perdedor del status quo económico global debería tener una perspectiva más amplia sobre el tema. Tengo pocas dudas de que, de aquí a un siglo, el estilo de vida centrado en el consumo de los norteamericanos ya no será visto como algo a envidiar y emular, y el hecho de que el país no implemente un impuesto al carbono será considerado un enorme fracaso. Con menos del 5% de la población mundial, Estados Unidos es responsable de un porcentaje inmensamente desproporcionado de las emisiones de dióxido de carbono y otro tipo de contaminación, y gran parte de la culpa recae en la clase media de Estados Unidos.

Pero la idea de que el comercio alimenta la desigualdad es una perspectiva muy pueblerina, y los proteccionistas que se envuelven en una narrativa de desigualdad moralizadora son profundamente hipócritas. En lo que concierne al comercio, la actual campaña presidencial de Estados Unidos es una vergüenza en cuanto a la sustancia, no sólo a la personalidad.

(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is different…)

– Una lógica progresista para el comercio internacional (Project Syndicate – 13/4/16)

Cambridge.- El sistema de comercio internacional nunca fue muy bien visto en Estados Unidos. Ni la Organización Mundial del Comercio ni los numerosos tratados comerciales regionales, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y el Acuerdo Transpacífico (ATP), han tenido mucho apoyo de la opinión pública. Pero la oposición, aunque amplia, era difusa.

La diferencia hoy es que el comercio internacional está en el centro del debate político. Dos precandidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Bernie Sanders y Donald Trump, han hecho de la oposición a esos acuerdos un elemento fundamental de sus campañas. Y a juzgar por el tono de los otros precandidatos, defender la globalización en el clima político actual equivale a un suicidio electoral.

Tal vez la retórica populista en relación con el tema sea excesiva, pero ya pocos niegan que el malestar subyacente es real. La globalización no benefició a todos por igual. El impacto de las importaciones baratas venidas de China y otros países arruinó a muchas familias de clase trabajadora, mientras se beneficiaban los financistas y los profesionales capacitados que pueden aprovechar el acceso a mercados ampliados. Si bien la globalización no fue el único factor (ni el más importante) del aumento de desigualdad en las economías avanzadas, su contribución es innegable.

Lo que da al comercio internacional tanta relevancia política es que plantea cuestiones de equidad que el otro gran factor de desigualdad (la tecnología) no genera. Si pierdo mi empleo porque un competidor innova y presenta un producto mejor, mal puedo quejarme. Pero si ese competidor subcontrata mano de obra a empresas extranjeras que hacen cosas que en mi país serían ilegales (por ejemplo, impedir a sus trabajadores organizarse y negociar en forma colectiva), tengo motivos reales para protestar.

Sanders es un ferviente promotor de una renegociación de los tratados comerciales que refleje mejor los intereses de los trabajadores. Pero argumentos como los suyos chocan enseguida con la objeción de que una moratoria o anulación de los tratados de libre comercio perjudicaría a los más pobres del mundo, al disminuir sus posibilidades de salir de la pobreza gracias al crecimiento impulsado por las exportaciones. Un titular de Vox.com, un sitio web de noticias muy popular y normalmente moderado, señaló que "para los pobres de otros países, esto es lo más preocupante que dijo Bernie Sanders".

Pero fijar reglas de comercio internacional más atentas a las inquietudes sociales y distributivas de los países avanzados no es necesariamente incompatible con el crecimiento económico de los países pobres. Presentar la cuestión como una disyuntiva entre tratados comerciales y pobreza mundial es hacerle un flaco favor a la causa de los entusiastas de la globalización, y encierra a los progresistas en un dilema innecesario.

En primer lugar, el discurso tradicional sobre los beneficios del comercio internacional para las economías en desarrollo omite un aspecto crucial. Los países que consiguieron sacar provecho de la globalización, como China y Vietnam, emplearon una estrategia que combinó la promoción de las exportaciones con una variedad de políticas contrarias a las normas actuales del comercio internacional. Para crear nuevas industrias de valor agregado en esos países fue esencial la aplicación de subsidios, normas de contenido local mínimo, regulación de la inversión y, a menudo, también barreras a las importaciones. Los países que confiaron exclusivamente en el libre comercio (el primer ejemplo que viene a la mente es México) se estancaron.

Por eso, poner restricciones al comercio internacional no es necesariamente perjudicial para los países en desarrollo. China no hubiera podido mantener su increíblemente exitosa estrategia de industrialización siguiendo normas como las de la OMC durante los ochenta y los noventa. A Vietnam, el ATP le da ciertas garantías de acceso continuo al mercado en Estados Unidos (que ya tiene bastante bajas sus barreras), pero a cambio de aceptar restricciones referidas a políticas de subsidios, propiedad intelectual y regulación de la inversión.

En segundo lugar, no hay antecedentes históricos que sugieran que los países pobres necesitan una anulación o gran disminución de barreras comerciales en las economías avanzadas para obtener grandes ventajas de la globalización. En realidad, las experiencias de crecimiento exportador más espectaculares hasta la fecha (Japón, Corea del Sur, Taiwán y China) se dieron todas en momentos en que los aranceles a las importaciones en Estados Unidos y Europa estaban en niveles moderados, superiores a los de la actualidad.

De modo que para los progresistas que se preocupan al mismo tiempo por la desigualdad en los países ricos y la pobreza en el resto del mundo, hay una buena noticia: se puede avanzar en ambos frentes. Pero eso demanda transformar drásticamente nuestra visión de los tratados comerciales.

El sistema de comercio internacional hoy se basa en una extraña lógica mercantilista: ustedes reducen sus barreras y a cambio nosotros reducimos las nuestras. Esta estrategia ha sido notablemente exitosa para promover la expansión de los intercambios comerciales, pero tiene escaso sustento económico. Ahora que ya hay una gran apertura de la economía mundial, este "intercambio de acceso a los mercados" causa más problemas de los que resuelve.

Es hora de adoptar una lógica diferente, la del "intercambio de espacio de políticas". Los países pobres y los ricos por igual necesitan hacerse margen para lograr sus objetivos respectivos. Los primeros deben reestructurar sus economías y promover nuevas industrias, y los segundos deben resolver problemas locales de desigualdad y justicia distributiva. Para esto habrá que ponerle algunas trabas a la globalización.

El mejor modo de lograr esta reingeniería institucional sería volver a escribir las normas multilaterales. Por ejemplo, la cláusula de "salvaguardas" de la OMC se podría ampliar para permitir la imposición de restricciones comerciales (con sujeción a normas procedimentales) en aquellos casos en que pueda demostrarse un conflicto entre las importaciones y las normas sociales locales (doy más detalles en mi libro La paradoja de la globalización). Asimismo, los tratados comerciales podrían incorporar un "margen de desarrollo" que dé a los países pobres la autonomía necesaria para buscar la diversificación económica.

Los progresistas no deben creerse un discurso falso y contraproducente que enfrenta los intereses de los pobres del mundo con los de las clases bajas y medias de los países ricos. Con suficiente imaginación institucional, el sistema de comercio internacional puede reformarse para beneficio de ambas partes.

(Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University"s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science)

– Mejor no tirar dinero del helicóptero (Project Syndicate – 20/4/16)

Múnich.- A pesar de años de política monetaria expansiva, el Banco Central Europeo no pudo cumplir su meta de regresar a una inflación "inferior pero cercana al 2%". Y es improbable que vayan a cambiarlo las últimas medidas: tipo de interés nulo para las principales operaciones de refinanciación del BCE; un aumento de las compras mensuales de activos, de 60 000 millones de euros (67 000 millones de dólares) a 80 000 millones de euros; y una tasa incluso menor para los depósitos, del -0,40%. Por eso algunos economistas piden al BCE que vaya más lejos y empiece a "arrojar dinero desde el helicóptero": es decir, financiar el consumo privado mediante emisión monetaria.

Esta idea se origina en los debates en torno del monetarismo en los sesenta. Se decía entonces que a los bancos centrales nunca les faltarán medios para estimular la demanda agregada y la inflación si están dispuestos a apelar a medidas radicales. Pero lo que en aquel tiempo era una noción teórica ahora parece una posibilidad concreta.

En la práctica, se implementaría entregando una suma fija de dinero a las familias, o vales de consumo para todos, con financiación exclusiva del banco central. A los gobiernos o bancos comerciales a cargo de distribuir el dinero se les acreditaría un depósito o se les daría efectivo, pero sin crear una contrapartida en la columna de activos del banco central, lo que implica reducir su patrimonio, a menos que este realice (venda) reservas de revaluación incluidas en el balance.

Los proponentes de la idea la defienden diciendo que los bancos centrales están sujetos a normas contables especiales que pueden ajustarse según las necesidades. Entre ellos hay figuras eminentes como Ben Bernanke (expresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos) y Adair Turner (exdirector de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido). El presidente del BCE, Mario Draghi, destacó los obstáculos técnicos, legales y contables que dificultan a esa institución tomar una medida de este tipo, pero no la descartó por completo.

La pregunta es: ¿se justifica dar un paso tan extremo?

La respuesta es: no. Entregar dinero directamente a los consumidores sería una medida viable en caso de espiral deflacionaria (como a fines de los años veinte y principios de los treinta), pero la situación actual es distinta, tanto en la eurozona como en la economía global.

Es verdad que el crecimiento de la demanda no termina de recuperarse de los efectos de la crisis financiera global que estalló en 2008. Bancos, empresas y hogares todavía están saneando sus balances y sacándose de encima montañas de deuda que acumularon durante el auge crediticio anterior a la caída. Pero como ya les falta mucho menos, el efecto negativo sobre el crecimiento está en vías de reducción.

Hoy no vemos a los consumidores restringir el gasto porque esperen un abaratamiento de bienes y servicios (como ocurriría en un período deflacionario), sino aumentarlo gradualmente, aprovechando una reactivación de sus ingresos y una gran mejora del poder adquisitivo causada por el derrumbe de precios del petróleo y los commodities. De modo que la mayoría de las economías avanzadas están otra vez produciendo cerca del límite de su capacidad.

Los datos sobre ganancias corporativas también contradicen la idea de que estemos empantanados en una deflación. La estabilidad de precios no ha generado presión sobre los márgenes de ganancias. Por el contrario, en muchas economías avanzadas, las ganancias están en un nivel alto (incluso récord), en parte por una reducción del costo de los factores.

En este contexto, distribuir dádivas financiadas por el banco central tendría peligrosas consecuencias sistémicas a largo plazo, al crear incentivos perversos para todos los involucrados. Las autoridades tal vez querrían recurrir al helicóptero cada vez que el crecimiento fuera inferior al deseado, en vez de implementar difíciles reformas estructurales para resolver las causas subyacentes del mal desempeño económico.

Todo esto sembraría en los mercados financieros expectativas de que los bancos centrales y los gobiernos siempre intervendrán para desinflar burbujas crediticias y mitigar sus consecuencias, incluso si eso supone acumular más deuda. Esto distorsionaría las percepciones de riesgo de los agentes y desvirtuaría la función de las primas de riesgo.

Si a eso le sumamos el impacto del agotamiento de las reservas de revaluación de los bancos centrales y el riesgo de negativización de su patrimonio (hechos que podrían debilitar la credibilidad de esas instituciones y con ella la de las monedas), resulta claro que arrojar dinero desde el helicóptero debería quedar, al menos por ahora, limitado al ámbito del debate académico.

(Michael Heise is Chief Economist of Allianz SE and the author of Emerging From the Euro Debt Crisis: Making the Single Currency Work)

– El déficit comercial estadounidense empieza en casa (Project Syndicate – 25/4/16)

New Haven.- Gracias a la siembra del miedo en la campaña presidencial estadounidense, el debate sobre el comercio y su impacto para los trabajadores está siendo distorsionado en ambos extremos del espectro político del país. Desde los ataques contra China por parte de la derecha hasta la reacción frente al Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por su sigla en inglés) de la izquierda, los políticos de ambos partidos han calificado incorrectamente al comercio exterior como la mayor amenaza económica para el país.

En 2015 Estados Unidos mantenía déficits comerciales con 101 países: un déficit comercial multilateral en la jerga económica. Pero no se puede atribuir esto a uno o dos "malos actores", como invariablemente hacen los políticos. Es verdad, China -el chivo expiatorio favorito de todos- representa la mayor parte de este desequilibrio. Pero los déficits combinados de los otros 100 países son aún mayores.

Lo que los candidatos no dicen al pueblo estadounidense sobre el déficit comercial es que las presiones que genera sobre los trabajadores de clase media en apuros derivan de problemas locales. De hecho, el verdadero motivo por el cual EEUU tiene un déficit comercial multilateral tan gigantesco es que los estadounidenses no ahorran.

El ahorro total de EEUU -la suma del ahorro de las familias, las empresas y el gobierno- representó solo el 2,6 % del ingreso nacional en el cuarto trimestre de 2015. Esto significa una caída interanual de 0,6 puntos porcentuales y es menos de la mitad del promedio del 6,3 % que prevaleció durante las últimas tres décadas del siglo XX.

Cualquier curso básico de economía enfatiza una identidad contable ineludible: el ahorro debe ser igual a la inversión en cada momento del tiempo. Sin ahorros, invertir para el futuro es imposible.

Sin embargo, en esa situación se encuentra actualmente EEUU. De hecho, los datos sobre el ahorro citados son «netos» de depreciaciones, eso significa que miden el ahorro disponible para financiar nueva capacidad, no para reemplazar las instalaciones que se desgastaron. Desafortunadamente, eso es exactamente lo que le falta a Estados Unidos.

¿Por qué es esto relevante para el debate sobre la cuestión comercial? Para seguir creciendo, EEUU debe importar ahorros excedentes desde el extranjero. Como la mayor potencia económica del mundo y emisor de lo que básicamente constituye la moneda de reserva mundial, Estados Unidos no ha tenido problemas -al menos hasta el momento- para atraer el capital extranjero que necesita para compensar su déficit de ahorro interno.

Pero en todo esto anida una cuestión fundamental: para importar ahorros del extranjero, EEUU debe incurrir en un enorme déficit internacional en su balanza de pagos. La imagen especular de la falta de ahorro en EEUU es su déficit en la cuenta corriente, cuyo promedio ha sido del 2,6 % del PIB desde 1980.

Esta brecha crónica en la cuenta corriente es la que impulsa el déficit comercial multilateral con 101 países. Para endeudarse en el extranjero, EEUU debe dar a sus socios comerciales algo a cambio de su capital: la demanda estadounidense de productos fabricados en el extranjero.

Ahí reside la trampa de la politización de los problemas comerciales estadounidenses. Cerrar el comercio con China, como haría Donald Trump con su arancel propuesto del 45 % para los productos chinos que se vendan en EEUU tendría consecuencias negativas. Si no se soluciona el problema del ahorro, la porción china del desequilibrio comercial multilateral estadounidense simplemente se redistribuiría hacia otros países, cuyos costos de producción probablemente sean mayores.

He estimado que las tasas de remuneración al trabajo chino continúan estando muy por debajo de la mitad de las que prevalecen en el resto de los diez mayores proveedores externos. Si esos países ocuparan el vacío que crearía una penalización a China -como la propuesta por Trump- los productores con mayores costos indudablemente cobrarían más que China por los productos vendidos en EEUU. El aumento resultante en los precios de las importaciones implicaría una suba real de impuestos sobre la clase media estadounidense. Eso resalta que es inútil buscar una solución bilateral a un problema multilateral.

El mismo resultado perverso podría esperarse de las insensatas políticas fiscales propuestas por otros políticos. Consideremos, por ejemplo, el despilfarro del gobierno federal por 14.500 millones en 10 años propuesto por el candidato presidencial demócrata Bernie Sanders: un programa que fue considerado carente de cualquier asomo de integridad fiscal por asesores económicos líderes del propio partido a través del cual busca nominarse.

Los déficits presupuestarios gubernamentales han representado desde hace mucho tiempo la mayor parte del aparentemente crónico déficit de ahorro estadounidense. Si a eso se suman los déficits de la sandernomics, o los de cualquier otro político, se deprimiría aún más el ahorro nacional, exacerbando por lo tanto el desequilibrio comercial multilateral que presiona tan fuertemente a las familias de clase media.

Considerados desde la misma perspectiva, los megaacuerdos comerciales, como el TPP, también incidirían fuertemente sobre las presiones que exprimen a los trabajadores estadounidenses. El TPP redireccionaría el comercio desde países que no son parte del acuerdo hacia otros que sí lo son. Como China no forma parte del TPP, el resultado sería el mismo fenómeno que mencionamos antes: las familias estadounidenses de clase media sufrirían la carga que implica redireccionar el comercio desde productores de bajo costo que no pertenecen al TPP -como China- hacia productores más caros que han firmado el TPP -como Japón, Canadá y Australia-.

En pocas palabras, atentar contra el comercio implica enfatizar las promesas vacías que los políticos de ambos partidos han hecho durante tanto tiempo a los votantes estadounidenses. El ahorro es la semilla del crecimiento económico: la forma de impulsar la competitividad estadounidense a través de la inversión en personas, infraestructura, tecnología y nueva capacidad productiva. El gobierno estadounidense, con décadas de gastos deficitarios y la promoción de políticas que alientan a los hogares a consumir en vez de ahorrar, ha obligado al país a depender del ahorro extranjero durante demasiado tiempo. Esto socavó la competitividad estadounidense y castigó a los trabajadores con las pérdidas de empleos y la compresión de los salarios que inevitablemente son consecuencia de los déficits comerciales.

Los 101 déficits de EEUU no existen en el vacío. Son el síntoma de un problema mayor: una economía que vivió más allá de sus medios durante décadas. Ahorrar no es más que un medio para un fin: en este caso, el sustento de una clase media segura y próspera. Sin ahorro, el sueño americano corre el riesgo de convertirse en una pesadilla. El debate sobre la cuestión comercial en la actual campaña presidencial intensifica ese riesgo.

(Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University's Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale's School of Management. He is the author of Unbalanced: The Codependency of America and China)

– ¿Por qué se somete a juicio a los bancos centrales nuevamente? (Project Syndicate – 26/4/16)

Londres.- En la última década los bancos centrales han pasado de ser héroes a villanos, y viceversa. ¿Comienza ahora otra caída de su reputación y sus fortunas?

En 2006, cuando Alan Greenspan se jubiló tras 18 años como Presidente de la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos, era difícil que su reputación fuera mayor. Había estado al mando de la economía de su país, esquivando cuidadosamente el auge y caída de las "puntocom", y la amenaza potencial al crecimiento de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En su periodo hubo un fuerte crecimiento del PGB y la productividad. En su reunión final de la Junta, Timothy Geithner, entonces Presidente de la Fed de Nueva York, lo alabó en términos que hoy parecen embarazosos, diciendo que era probable que la altísima reputación de Greenspan aumentara en el futuro en lugar de disminuir.

Apenas tres años después, el economista y premio Nobel Paul Krugman, tomando prestada la expresión del sketch del papagayo de Monty Python, pudo decir que Greenspan era un ex "maestro" cuya reputación estaba ya bajo tierra. La opinión generalizada era que los bancos centrales no estuvieron lo suficientemente alerta en los primeros años de este siglo, permitiendo que se acumularan los desequilibrios globales, siendo benignos con una enorme burbuja crediticia, no prestando atención a las señales de peligro del mercado hipotecario y admirando sin espíritu crítico los productos novedosos pero tóxicos diseñados por bancos de inversión dirigidos por ejecutivos con sueldos sobredimensionados.

También fueron vacilantes las primeras reacciones de los bancos centrales a la profundización de la crisis. El Banco de Inglaterra (BoE) daba lecciones sobre el riesgo moral mientras a su alrededor implosionaba el sistema bancario, y el Banco Central Europeo seguía matando dragones inflacionarios imaginarios mientras casi todos los economistas veían riesgos mucho mayores de que se produjera un colapso en la eurozona y la consiguiente contracción del crédito.

Sin embargo, a pesar de estos errores de cálculo, cuando los gobiernos de todo el mundo tuvieron que ponderar cómo responder de la mejor manera a las lecciones de la crisis, los bancos centrales, que antes se consideraban parte del problema, comenzaron a verse como parte esencial de la solución. Recibieron nuevos poderes para regular el sistema financiero y se les recomendó adoptar nuevas políticas, altamente intervencionistas, en un intento por evitar la depresión y la deflación.

Los balances financieros de los bancos centrales han crecido de manera notable, así como las nuevas leyes para fortalecer sus medidas. En Estados Unidos, la Ley Dodd-Franck dio a la Fed competencias en áreas del sistema financiero que nunca había regulado, y poderes para hacerse cargo de bancos en quiebra y resolver su situación.

En el caso del Reino Unido, el BoE recuperó en 2013 sus poderes de regulación bancaria, que había perdido en 1997, convirtiéndose por primera vez en el supervisor prudencial de las compañías de seguros, en lo que significó una gran ampliación de su papel. Mientras tanto, el BCE hoy supervisa directamente a más de un 80% del sector bancario de la Unión Europea.

En los últimos cinco años, el sector de los bancos centrales se ha convertido en uno de los de más rápido crecimiento del mundo Occidental. Pareciera que han superado a sus críticos, surgiendo triunfantes de la crisis. Sus medidas innovadoras y a veces polémicas han ayudado a que la economía mundial se recupere.

Pero hoy hay señales de que esta exaltación puede tener consecuencias ambiguas. De hecho, a algunos banqueros centrales les preocupa el que su papel se haya ampliado demasiado, exponiéndolos al riesgo de sufrir un contragolpe.

Existen dos peligros relacionados entre sí. El primero se resume en el título del último libro de Mohamed El-Erian, The Only Game in Town (El único juego en la ciudad). Los bancos centrales cargan con gran parte de las expectativas del ajuste post-crisis. Sus enormes adquisiciones de activos sirven de sistema de apoyo vital para la economía financiera. Sin embargo, no pueden solucionar por sí mismos los problemas globales subyacentes y el enorme problema de sobreendeudamiento. De hecho, puede que sean un obstáculo para los demás ajustes que hacen falta, ya sea fiscales o estructurales, para solucionar los impedimentos a la recuperación económica.

Esto es particularmente cierto en Europa. Mientras el BCE mantiene al euro a flote al "hacer lo que sea necesario", siguiendo la frase de su Presidente, Mario Draghi, es poco lo que hacen los gobiernos. ¿Por qué adoptar medidas complicadas si el BCE administra dosis cada vez más intensas de sus medicamentos monetarios?

El segundo peligro es una versión de lo que a veces se llama el problema del "ciudadano con demasiado poder". ¿Será que los bancos centrales han recibido demasiadas atribuciones y esto pueda afectar su propio bien?

Un caso ilustrativo es la facilitación cuantitativa. Las críticas han ido en aumento, ya que diluye los límites entre las políticas monetaria y fiscal (que sin duda deben ser competencia de los gobiernos electos). Podemos verlo en Alemania, donde muchos hoy cuestionan si el BCE es demasiado poderoso, independiente y falto de la obligación de rendir cuentas. En Estados Unidos, se advierte una crítica similar entre quienes quieren "auditar a la Fed", lo que a menudo quiere decir someter la política monetaria a la supervisión del Congreso.

También existen inquietudes sobre la regulación financiera, especialmente los nuevos instrumentos macroprudenciales de los bancos centrales. En su nuevo libro The End of Alchemy (El fin de la alquimia), el ex Gobernador del BoE Mervyn King argumenta que la intervención directa en el mercado hipotecario mediante la limitación del crédito debería estar sujeta a decisiones políticas.

Otros, entre quienes destaca Axel Weber, ex presidente del Bundesbank, consideran que es peligroso que el banco central supervise directamente a los bancos. Cuando algo falla en los mercados financieros, se culpa a los supervisores. Si el banco central está al frente, existe el riesgo de contagio y pérdida de confianza en la política monetaria.

Y eso apunta a la mayor preocupación de todas. Fue difícil ganar la independencia de los bancos centrales en materia de política monetaria, que ha conllevado grandes beneficios para nuestras economías. No obstante, cabe exigir una forma diferente de rendición de cuentas políticas de una institución que compra bonos con dinero público, toma decisiones sobre la disponibilidad de las finanzas hipotecarias y reduce el ritmo de los bancos, afectando de manera importante a sus accionistas.

El peligro es que la toma de decisiones apresuradas tras la crisis para dotar de funciones adicionales a los bancos centrales tenga consecuencias imprevistas e indeseables. En particular, la política monetaria también podría verse afectada si estas funciones quedan sujetas a una mayor supervisión política. Por esto, habrá que diseñar con extraordinario cuidado los nuevos mecanismos que se adopten para mejorar la rendición de cuentas de los bancos centrales.

(Howard Davies, the first chairman of the United Kingdom"s Financial Services Authority (1997-2003), is Chairman of the Royal Bank of Scotland. He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England…)

Gestión de la deuda en un mundo excesivamente apalancado (Project Syndicate – 27/4/16)

Milán.- ¿Qué pasó, realmente, con el desapalancamiento de la deuda? En los años que transcurrieron desde la crisis financiera mundial del 2008, austeridad y reparación del balance de resultados fueron las palabras usadas como lema en la economía mundial. Y, no obstante, hoy más que nunca, la deuda es la que impulsa las preocupaciones relativas a las perspectivas de crecimiento en todo el mundo.

El Instituto Global McKinsey, en un estudio sobre las tendencias de la deuda después de las crisis, señala que, desde el año 2008, la deuda bruta se ha incrementado en alrededor de $ 60 millones de millones -dicho de otra forma: alcanza un monto que representa el 75% del PIB mundial. La deuda de China, por ejemplo, se ha cuadruplicado desde el año 2007, y su ratio deuda-a-PIB se ha incrementado en alrededor del 282%- este ratio es más alto que el de muchas economías importantes, incluyéndose entre ellas la de Estados Unidos.

Una economía mundial que aumenta su apalancamiento, y que al mismo tiempo no puede generar suficiente demanda agregada para lograr un crecimiento potencial, se encuentra en un camino con riesgos. Sin embargo, para evaluar cuán riesgoso es dicho camino, se deben considerar varios factores.

En primer lugar, se debe considerar la composición de la deuda a lo largo de todos los sectores (hogares, gobierno, empresas no financieras y el sector financiero). Al fin y al cabo, el estrés en estos sectores tiene efectos muy distintos sobre la economía en general.

En los hechos, las economías con niveles de deuda bruta que sean similares y relativamente altos en relación al PIB muestran grandes diferencias en lo que respecta a la composición de su deuda. Una deuda excesiva de los hogares es especialmente riesgosa, porque un shock en el precio de los activos (especialmente en el precio de los bienes raíces) se traduce rápidamente en una reducción del consumo, ya que debilita el crecimiento, el empleo y la inversión. La recuperación de un shock de ese tipo es un proceso largo.

El segundo factor a considerar es el crecimiento nominal – es decir, el crecimiento real más la inflación. Hoy en día, el crecimiento real es tenue y puede incluso estar ralentizándose, y, a su vez, la inflación se sitúa por debajo de los objetivos fijados en la mayoría de lugares, e incluso en algunas economías existe un riesgo de deflación. Debido a que la deuda es un pasivo para los prestatarios y un activo para los acreedores, estas tendencias tienen efectos divergentes, ya que aumentan el valor para el titular de los activos, y, al mismo tiempo, aumentan las cargas financieras del deudor. El problema es que, en un entorno de bajo crecimiento, se elevan considerablemente las probabilidades de que surja algún tipo de moratoria. En dicho caso, nadie gana.

El tercer factor clave para evaluar el riesgo que conlleva una deuda creciente se compone por la política monetaria y las tasas de interés. Si bien nadie sabe exactamente como sería un entorno con tasas de interés "normales" en el mundo post-crisis, es razonable suponer que no sería parecido al mundo de hoy; es decir, un mundo en el que muchas economías están manteniendo sus tasas cercanas a cero y algunas, incluso, se desplazan a territorio negativo.

Los países soberanos que tienen niveles altos y/o en aumento de deuda pueden considerar que dichas tasas pueden ser sostenibles en la actualidad, siempre y cuando se implemente una política monetaria acomodaticia agresiva. Desafortunadamente, tal acomodamiento no se puede mantener por siempre, las condiciones de hoy en día se consideran a menudo como cuasi permanentes, creando la ilusión de estabilidad y reduciendo el incentivo para llevar a cabo difíciles reformas que promuevan el crecimiento a futuro.

El último factor que conforma el riesgo de la deuda, y que podría ser visto como el factor más importante, está vinculado con la inversión. Incrementar la deuda para sostener el consumo corriente, ya sea en el sector de los hogares o el sector gubernamental, se considera, de manera correcta, como un elemento insostenible de un patrón de crecimiento. En este punto, el caso de China es instructivo.

En un sentido, es cierto el estribillo que se repite con frecuencia sobre que la deuda de China se encuentra en un camino insostenible. Al fin de cuentas, altos niveles de deuda incrementan la vulnerabilidad frente a impactos negativos. Pero, en otro sentido, dicho estribillo no capta la idea de lo que ocurre.

Muchos gobiernos hoy en día están acumulando deuda con el fin de reforzar el consumo público o privado. Este abordaje, si es usado en exceso, puede ser equivalente a prestarse demanda futura; en dicho caso, el abordaje es claramente insostenible. Sin embargo, si se utiliza como una medida transitoria para ayudar a impulsar la puesta en marcha de una economía o para proporcionar un amortiguador frente a shocks de demanda negativa, tales esfuerzos pueden ser altamente beneficiosos.

Por otra parte, en una economía que tiene relativamente un alto crecimiento, los ostensibles niveles altos de deuda no se traducen, necesariamente, en un problema, siempre y cuando la deuda se utilice para financiar inversiones que, o produzcan altos rendimientos o, alternativamente, creen activos cuyo valor supere al de la deuda. En el caso de la deuda soberana, el retorno sobre la inversión puede ser visto como el incremento en el crecimiento futuro.

La buena noticia, en el caso de China, es que gran parte del apalancamiento acumulado ha sido utilizado efectivamente para financiar inversiones, mismas que por principio crean activos que aumentarán el crecimiento futuro. (Queda aún por verse si los resultados de la reciente decisión del gobierno sobre incrementar el déficit fiscal para estimular la economía sigue este patrón de largo plazo y de mejora del crecimiento).

La mala noticia, en el caso de China, es que prestar de manera direccionada y relajar los estándares para el otorgamiento de créditos, sobre todo después de la crisis, dio lugar a inversiones en activos en el sector inmobiliario y la industria pesada que tienen un valor muy por debajo del costo de la creación de los mismos. El retorno sobre dichos activos es negativo.

El llamado problema de la deuda de China, por lo tanto, no es realmente un problema de la deuda, sino que es un problema de la inversión. Para abordar dicho problema, China debe reformar sus sistemas financieros y de inversión, de manera que las inversiones con retornos bajos o negativos sean identificadas y descartadas de manera más fiable. Esto significa hacer frente a los errores de valoración del riesgo que sobrevienen a consecuencia del respaldo que brinda el gobierno a los bancos estatales del país (bancos a los que, con seguridad, no se les permitiría fracasar).

Muchos países desarrollados también están fallando en cuanto a invertir en activos de alto rendimiento, pero esto ocurre por una razón diferente: sus apretados presupuestos y sus crecientes deudas evitan que inviertan mucho. A medida que esta situación debilita el crecimiento y reduce la inflación, la velocidad con la que se pueden reducir los ratios de deuda soberana disminuye de manera considerable.

Con el fin de estimular el crecimiento y el empleo, estas economías deben empezar a prestar más atención al tipo de deuda que acumulan. Si la deuda es para la financiación de inversiones que promueven el crecimiento, puede que endeudarse sea una muy buena idea. Sin embargo, si la deuda se destina a financiar "operaciones corrientes" y a aumentar la demanda agregada a corto plazo, es muy riesgosa.

Por supuesto, la situación no está claramente definida. El retorno sobre la inversión pública se ve afectado por la presencia o ausencia de reformas complementarias, mismas que pueden variar de un país a otro. Y hay un cierto potencial para el abuso, cuando hay gastos que se clasifican erróneamente como inversiones.

No obstante, en un entorno de tasas de interés a largo plazo que son bajas y demanda agregada deficiente a corto plazo (lo cual significa que hay poco riesgo perjudicar al sector privado), es un error no relajar las restricciones fiscales a la inversión. De hecho, el tipo adecuado de inversión pública probablemente estimule una mayor inversión del sector privado. La identificación de este tipo de inversiones es el lugar donde debería ubicarse el actual debate sobre la deuda.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong Kong…)

– Los dilemas económicos de Japón (Project Syndicate – 29/4/16)

Cambridge.- La economía japonesa es una mezcla paradójica de prosperidad y fracaso. Y, de una manera significativa, su prosperidad hace que sus fracasos sean difíciles de abordar.

La opulencia de Japón es palpable para cualquier persona que visite Tokio. El nivel de vida es alto, el país tuvo un ingreso per cápita en el año 2015 (en términos de paridad de poder adquisitivo) de $ 38.000; cifra que se cerca al promedio de $ 41.000 en Francia y Gran Bretaña. La tasa de desempleo, que está en un nivel del 3,3%, es sustancialmente inferior a la tasa estadounidense del 5% y a la de la eurozona que está en alrededor del 10%.

Sin embargo, hoy en día la economía de Japón se ha deslizado a una deflación: los precios para el consumidor en el mes de marzo se situaron en un nivel más bajo en comparación con el registrado un año atrás, y, al mismo tiempo, el PIB real está disminuyendo. A pesar de que los costos de endeudamiento se encuentran cerca de cero, el déficit fiscal se sitúa en casi el 7% del PIB, y la deuda pública supera el 230% del PIB. La población y la mano de obra están reduciéndose, lo que implica que en el futuro se tendrán ratios de endeudamiento aún más altos.

Cuando el primer ministro Shinzo Abe asumió el cargo en diciembre del año 2012, anunció una estrategia -compuesta por tres "flechas"- para superar la combinación de lento crecimiento y baja inflación de la economía: una política monetaria de muy amplia liquidez, estímulo fiscal a corto plazo y reformas estructurales en los mercados laborales y de productos. Sin embargo, las políticas económicas del gobierno (las llamadas políticas Abe-económicas) no han solucionado los problemas de Japón y es improbable que lo hagan en el futuro.

Después de que Abe designó a Haruhiko Kuroda como el nuevo presidente del Banco de Japón (BOJ) y le diera el mandato de hacer que la tasa de inflación llegue al 2%, Kuroda relajó la política monetaria dramáticamente y de forma inmediata, recortando las tasas de interés e iniciando compras a gran escala de bonos del gobierno de largo plazo. Esto provocó una fuerte caída en el valor del yen e hizo que la tasa de interés de los bonos a diez años vaya con dirección a cero. Una tipo de cambio del yen más competitivo elevó las ganancias de los exportadores japoneses, pero no elevó su producción; además, un yen más débil también elevó los precios de las importaciones, reduciendo, consiguientemente, los ingresos reales de la mayoría de los hogares japoneses.

En enero, el BOJ fue más allá e introdujo tasas de depósito negativas para las reservas obligatorias de los bancos comerciales, los mercados interpretaron dichas tasas como un acto desorientador y desesperado. Ese acto tuvo el efecto adverso de debilitamiento de la demanda de los hogares y las empresas. Y, a pesar de la flexibilización del BOJ, las condiciones financieras a nivel mundial pronto llevaron a un aumento en el valor del yen, que se incrementó en casi un 10% con respecto al dólar.

Esta semana, el BOJ sorprendió a los mercados al no hacer ningún cambio de política durante su reunión, contrariamente a la expectativa generalizada que espera que se decida llevar a cabo una mayor y significativa flexibilización de las condiciones monetarias. Los mercados reaccionaron con aspereza, con un fortalecimiento del yen en un 2% frente al dólar y una caída en la bolsa japonesa del 3%.

Abe comenzó su política fiscal con un programa de gasto de grandes proporciones, un programa centrado principalmente en la reparación y sustitución de la infraestructura afectada por el terremoto del año 2011. Pero también elevó el impuesto sobre el valor agregado (IVA) del 5% al ??8% para hacer frente al enorme déficit y la creciente deuda nacional. El resultado fue una recesión económica, que condujo a dos trimestres de caída del PIB. Al presente, el nivel del PIB real no es más alto del registrado en el año 2008.

La tercera flecha de las políticas Abe-económicas -las políticas estructurales destinadas a impulsar el potencial de crecimiento- ha sido apenas puesta en marcha. La buena noticia es que ha habido un cierto aumento en la participación femenina en la fuerza laboral y en la cantidad de turistas que visitan Japón. Y, se planifican una diversidad de reformas destinadas a reformar completamente el altamente protegido sector agrícola, aunque el cambio sustancial depende de la ratificación del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (e incluso entonces, los cambios sólo ocurrirán en fases distribuidas a largo de varias décadas).

La población en disminución y la reducción de la fuerza laboral de Japón se constituyen en un principal reto a largo plazo – este reto se refleja en la convocatoria de Abe para que más mujeres trabajen fuera del hogar. Si bien un sistema de permisos temporales hace posible que trabajadores extranjeros puedan emplearse en Japón durante un máximo de tres años, el país no tratará de mejorar las tendencias demográficas adversas abriéndose a la inmigración permanente.

La renuencia a ampliar el número de trabajadores extranjeros y a cambiar las costumbres de trabajo para alentar a que más mujeres casadas se unan a la fuerza laboral puede reflejar la relativa opulencia que Japón disfruta en la actualidad. Puede que el público japonés prefiera mantener su estilo de vida y homogeneidad cultural de hoy en día, a pesar de que al hacerlo se está impidiendo un crecimiento económico más rápido.

El mayor problema inmediato que tiene el Japón, sin embargo, es el déficit presupuestario y la deuda pública. Si el BOJ tiene éxito en el logro de una tasa de inflación del 2%, el déficit aumentará rápidamente, ya que la tasa de interés de la deuda pública aumentaría del actual nivel de cero. La falta de aplicación de recortes a los gastos y los aumentos de ingresos necesarios para reducir el déficit presupuestario socavarían la confianza en las perspectivas que tiene la economía y podrían incrementar las especulaciones sobre que el gobierno a la larga pudiese llegar a recurrir a alguna forma de repudio de la deuda.

Por lo tanto, Abe se enfrenta a un dilema, tiene que decidir si va a subir el IVA aún más, del 8% al 10%, tal como estaba previsto. Si lo hace, esto ocurriría, sin lugar a dudas, en un momento difícil ya que el PIB ha disminuido y la inflación del índice de precios al consumidor (IPC) se ha tornado negativa. Y, sin embargo, no elevar el IVA o no cortar el gasto público significa continuar con grandes déficits y un aumento vertiginoso de la deuda pública.

Abe ha dicho que va a compensar el efecto inmediato de contracción por la subida del IVA con un estímulo fiscal a corto plazo en la forma de un aumento del gasto público. Eso podría permitir la necesaria reducción permanente del déficit sin causar una repetición de la recesión económica que acompañó a la última subida del IVA.

Otra estrategia que podría ayudar a sostener la demanda agregada sería hacer que la subida del IVA sea implementada en fases, aumentando un 1% cada año durante tres o cuatro años. Esto incentivaría a los consumidores a aumentar el gasto, especialmente en artículos cuyos precios son considerables, antes de que se implemente cada incremento del IVA aumente los precios.

No hay manera de evitar la reducción del déficit público sin poner en peligro la sostenibilidad de la deuda – y probablemente esto ocurrirá más pronto que tarde. Si Abe puede poner las finanzas públicas bajo control, Japón estará en una posición mucho más fuerte para hacer frente a sus otros desafíos económicos.

(Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan"s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board…)

– Helicópteros al rescate de economías náufragas (Project Syndicate – 29/4/16)

Berkeley.- Para países donde el tipo de interés nominal es cero o casi, la ecuación del estímulo fiscal debería ser muy simple. En tanto el tipo de interés que paga un gobierno para endeudarse sea menor que la suma de la inflación y del crecimiento de la fuerza laboral y de su productividad, el costo de amortización de los pasivos adicionales será negativo. Al mismo tiempo, las ventajas de aumentar el gasto pueden ser considerables. Se cree que el multiplicador fiscal keynesiano para grandes economías industriales o expansiones coordinadas es aproximadamente dos: es decir, cada dólar extra de expansión fiscal da al PIB real un aumento de dos dólares.

Algunos apuntan al riesgo de que cuando la economía se recupere y suban los tipos de interés, los gobiernos no hagan los ajustes correspondientes a la política fiscal. Pero es un argumento falaz. Si un gobierno quiere aplicar malas políticas, lo hará independientemente de las decisiones que se tomen hoy. Y en la medida en que dicho riesgo exista, se compensa por los muy tangibles beneficios económicos del estímulo: aumento de capacidades de la fuerza laboral, más inversión de las empresas, desarrollo más veloz de modelos de negocios y creación de infraestructuras útiles.

El rechazo a la expansión fiscal no surge de consideraciones pragmáticas sino de la lisa y llana ideología. Son pocos los economistas competentes que no hayan llegado a la conclusión de que en Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido los multiplicadores fiscales son suficientemente grandes y hay buenas oportunidades de derrame para programas de estímulo a la demanda, inversión e infraestructura, además de suficiente margen financiero para recomendar el uso de políticas considerablemente más expansivas.

La cuestión no es si el estímulo fiscal es adecuado, sino cuánto de él. Para responder a esa pregunta debería bastar un simple cálculo tecnocrático de costos y beneficios. Pero en la mayoría de los países a los que el estímulo fiscal podría ayudarlos, no se está haciendo nada.

A la luz de todo esto, mi exprofesor y viejo colega Barry Eichengreen está decididamente preocupado: "La economía del mundo se hunde a la vista de todos, y las autoridades que deberían hacerse cargo están cada vez más enredadas".

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