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El fracaso de una economía de "algoritmos" (página 12)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

  • Tanto la desigualdad en los ingresos como el recuento de la pobreza (basados en un umbral de mediana de ingresos del 50%) han aumentado durante los dos últimos decenios. El aumento es bastante generalizado, afecta a dos tercios de todos los países. El aumento es moderado pero importante (promedia alrededor de 2 puntos para el coeficiente Gini y 1.5 puntos para el recuento de la pobreza).

  • La desigualdad en los ingresos ha aumentado considerablemente desde el año 2000 en Canadá, Alemania, Noruega, Estados Unidos, Italia y Finlandia; y ha disminuido en el Reino Unido, México, Grecia y Australia.

  • En forma general, la desigualdad ha aumentado porque a las familias ricas les ha ido particularmente bien comparadas con las de la clase media y con las que se ubican en la parte inferior de la distribución del ingreso.

  • La pobreza de ingresos entre los ancianos ha seguido bajando; mientras que la pobreza entre los adultos jóvenes y las familias con niños ha aumentado.

  • La gente pobre en países con un alto ingreso medio y una distribución del ingreso amplia (como Estados Unidos) pueden tener un nivel de vida inferior al de la gente pobre de países con un ingreso medio más bajo pero con distribuciones más estrechas (Suecia). A la inversa, la gente rica de países con bajos ingresos medios y distribuciones amplias (Italia) pueden tener un nivel de vida más alto que la gente rica de países donde el ingreso medio es más alto pero la distribución del ingreso es más estrecha (Alemania).

Factores que han impulsado los cambios en la desigualdad en los ingresos y en la pobreza a lo largo del tiempo

  • Los cambios en la estructura de la población son una de las causas de mayor desigualdad. Sin embargo, eso se refleja principalmente en el crecimiento de la cantidad de adultos que viven solos y no en el envejecimiento demográfico en sí.

  • Los ingresos de los trabajadores de tiempo completo se han vuelto más desiguales en casi todos los países de la OCDE. Eso se debe a que quienes ganan mucho están ganando aún más. Es probable que la globalización, el cambio tecnológico que favorece las habilidades y las políticas e instituciones del mercado laboral en conjunto hayan contribuido a ese resultado.

  • El efecto de las discrepancias salariales más amplias en la
    desigualdad en los ingresos se ha compensado con mayor empleo. Sin embargo,
    las tasas de empleo entre la gente con menos estudios han bajado y la cesantía
    de las familias sigue siendo alta.

  • Los ingresos de capital y los ingresos por trabajo autónomo se han distribuido con mucha desigualdad y más aún durante el último decenio. Estas tendencias son una causa muy importante de las desigualdades más amplias en el ingreso.

  • El trabajo es muy eficaz para atacar la pobreza. Las tasas de pobreza entre las familias desempleadas son casi seis veces más altas que las de las familias con trabajo.

  • Sin embargo, el trabajo no basta para evitar la pobreza. Más de la mitad de toda la gente pobre pertenece a familias con algunos ingresos, debido a una combinación de pocas horas trabajadas durante el año y a los bajos salarios o a ambos factores. Reducir la pobreza laboral a menudo requiere beneficios laborales que completen los ingresos.

Al momento de redactar este Apartado (febrero de 2011), los primeros problemas sociales (Túnez, Egipto…) se están empezando a ver: los riesgos geopolíticos no van a dejar de crecer en los próximos meses. Eso, a fin de cuentas, es lo que suele ocurrir históricamente cuando a una crisis financiera se le suma una crisis económica de estas dimensiones, especialmente en zonas geográficas donde además hay carencias de todo tipo y, sobre todo, grandes desigualdades. Atentos a las desigualdades porque van a dar tremendos quebraderos de cabeza.

Los problemas derivados del altísimo endeudamiento público y privado no van a desaparecer rápidamente, las dificultades devenidas de la montaña de deuda acumulada están aquí para quedarse durante mucho tiempo. Gobiernos y mercados están mirando a 2011, pero lo realmente preocupante no es este año sino el próximo lustro, prácticamente la próxima década: algunos países van a tener que hacer algo, y pronto, para que no veamos graves problemas o al menos un larguísimo estancamiento. Va a haber muchos periodos de volatilidad, porque así son las poscrisis con alto endeudamiento: los shocks pequeños se amplifican. Eso para los países desarrollados. Para los emergentes, ahí está de nuevo la inflación y el fantasma de una nueva burbuja. Y para todo el mundo, tal vez la mayor amenaza son las tensiones políticas, las crisis sociales, de las que hemos visto sólo el principio. Los beneficios de las multinacionales están creciendo y la participación de los trabajadores en el reparto de la riqueza ha estado cayendo: ése es un problema global.

En toda Europa, Asia y América, las corporaciones nadan en efectivo, mientras su implacable búsqueda de eficiencia sigue generando enormes ganancias. Sin embargo, la porción de la torta que les corresponde a los trabajadores se está reduciendo, gracias al alto desempleo, a las jornadas reducidas de trabajo y a los salarios estancados.

Paradójicamente, la realidad es que las mediciones de desigualdad de ingresos y riqueza entre países están cayendo, gracias a un crecimiento robusto constante en los mercados emergentes. Pero a la mayoría de la gente le importa más lo bien que le va en relación a sus vecinos que a ciudadanos de tierras lejanas.

A los ricos les está yendo esencialmente bien. Los mercados bursátiles globales se recuperaron. Muchos países son testigos de un crecimiento vigoroso de los precios de la vivienda, de las propiedades comerciales o de ambos. Los renacientes precios de las materias primas están creando enormes ingresos para los dueños de minas y pozos petroleros, incluso a pesar de que las subas de precios de los alimentos básicos están desatando disturbios, si no completas revoluciones, en el mundo en desarrollo. Internet y el sector financiero siguen desovando nuevos millonarios y hasta multimillonarios a un ritmo asombroso.

Las causas de la creciente desigualdad en el interior de los países son bien entendibles, y ya han sido desgranadas aquí. Vivimos en una época en la que la globalización expande el mercado para los individuos ultra talentosos, pero hace que la competencia deje afuera a los empleados comunes. La competencia entre países por individuos calificados e industrias rentables, a su vez, limita la capacidad de los gobiernos de mantener impuestos elevados a los ricos. La movilidad social está aún más afectada porque los ricos les brindan a sus hijos una educación privada y ayuda post-escolar, mientras que los más pobres en muchos países no pueden permitirse ni siquiera que sus hijos sigan yendo a la escuela.

En el siglo XIX, Karl Marx observó maravillosamente las tendencias de desigualdad en sus días y concluyó que el capitalismo no podía sustentarse políticamente de manera indefinida. Llegado el caso, los trabajadores se levantarían y derrocarían el sistema. Transcurrida la primera década del siglo XXI, aún se espera que llegue el caso… Mientras, fuera de Cuba, Corea del Norte y unas pocas universidades de izquierda en todo el mundo, ya nadie se toma en serio a Marx.

Sin embargo, en un momento en que la desigualdad alcanza niveles similares a los de hace 100 años, el statu quo tiene que ser vulnerable. La inestabilidad puede expresarse en cualquier parte. Fue apenas hace poco más de cuatro décadas que los disturbios urbanos y las manifestaciones masivas sacudieron al mundo desarrollado, catalizando en definitiva reformas sociales y políticas de amplio alcance…

En el Ensayo: El "factor" Bernanke: otro "Maestro" que se cae del tabernáculo (Hagiografía -no autorizada- del heterodoxo "socializador" de las pérdidas del sistema financiero) – (Parte II), publicado en Junio de 2013, decía:

(Apartado 10) – Canción triste de Main Street (el Día de la víctima)

Asalto a la ilusión

Cuando era pequeño, mi padre, hijo de inmigrantes (que sabía muy bien lo que era la pobreza), me decía: si tú estudias y terminas la escuela primaria, nunca tendrás que ser peón de campo… si terminas el colegio secundario, nunca tendrás que ser peón de albañil… y si terminas la universidad… tendrás la vida asegurada.

Ese "paradigma" fue cierto hasta en la remota, falaz y fugaz Argentina. Ese país donde alguna vez sus pobladores se creyeron que eran ingleses que hablaban en francés, y un día descubrieron que eran italianos que hablaban en español. Ese país que se creyó elegido por Dios, para que en sus campos creciera de noche lo que no se podían comer durante el día. Ese país que estaba predestinado al éxito y terminó siendo el mayor ejemplo mundial de fracaso económico.

Así y todo, al menos hasta los años 80, ese proyecto de vida fue cierto. El ascensor social funcionaba. Los hijos (en la mayoría de los casos) superaban a sus padres en "calidad" de trabajo, "nivel" de remuneración y "progreso" social. En definitiva mi padre tuvo razón y sus dos hijos universitarios… tuvieron la vida asegurada.

Después paso lo que pasó en Argentina, y eso ya es otra historia…

Luego de casi 25 años de exilio voluntario en la "avanzada" Europa, ¿podría hacer a mis hijas (o nietos) el planteo que mi padre me hizo en la lejana Argentina, allí por 1950?

¿Pueden hoy los jóvenes, mejor preparados que sus padres (en un gran porcentaje), esperar un nivel de vida más alto que el de sus padres? No digamos un mejor nivel de vida… ¿al menos un trabajo mejor que el de sus padres? No digamos un trabajo mejor… ¿al menos un trabajo?

Todas las respuestas son NO. Con un 50% de paro juvenil, no hay casi ninguna (podría decir, ninguna, sin pecar de pesimismo) probabilidad de que puedan tener un mejor trabajo que sus padres. "Década perdida" o ¿generaciones perdidas?…

Y no estoy hablando de los ni nis (que va de suyo), sino de graduados universitarios (a veces, con masters e idiomas). Un 20% de paro juvenil universitario, varios años de espera antes de tener un primer empleo. Becarios eternos, estudiantes aparcados en guarderías universitarias (el master del master, el idioma del idioma…). "Talludos" que se ven obligados a continuar viviendo "con" sus padres o (peor aún) "de" sus padres.

Han destruido el mercado de trabajo, han roto el ascensor social, han limitado las posibilidades de constituir nuevas familias, han cercenado la natalidad…

Han transformado el Primer Mundo en el Tercer Mundo. Lo que se dice, todo un éxito. Bravo por la financierización de la economía, por la globalización, por el librecambio, por la desregulación, por la privatización, por la deslocalización, por la competitividad, por la economía de casino, por la turboeconomía, por la economía de "manos libres". Bienvenidos al subdesarrollo.

¿Qué guerra o catástrofe natural asoló Europa para que su clase media tenga que recurrir a la Cruz Roja en busca de ayuda?

¿Qué razón hay para admitir la perspectiva de una generación perdida de gente joven, destinada a sufrir durante toda su vida lo peor del desempleo y sus condiciones sociales?

¿Qué siniestro ha ocurrido en los EEUU donde desde enero de 2009 el número de estadounidenses que necesitan cupones de comidas se ha disparado desde los 32 millones hasta los 43 millones?

¿Qué acontecimiento trágico ha ocurrido en el Reino Unido para que el poder adquisitivo de los británicos acabara en 2011 en niveles de 2005, un estancamiento tal que hay que irse 80 años atrás en el país anglosajón para ver algo similar?

En el "Manifiesto de economistas aterrados", escrito en 2011 en Francia por cuatro economistas galos -Philippe Askenazy, Thomas Coutrot, André Orléan y Henri Sterdyniak-, lanzado en España en abril de 2011 y al que se han adherido ya más de tres mil doscientos colegas (a enero de 2012), se denuncian las diez falsas evidencias que "se invocan para justificar las políticas que actualmente se llevan a cabo en Europa". El análisis de estos economistas, aunque formulado con aliento socialdemócrata, conecta con una percepción que tiende a generalizarse. Porque constatan que, pese a la crisis, "no se han puesto de ninguna manera en cuestión los fundamentos del poder de las finanzas", por lo que esta recesión requiere "la refundación del pensamiento económico".

Para los "aterrados" expertos son falsas las siguientes evidencias: 1) la de que los mercados financieros sean eficientes; 2) la de que los mercados financieros favorezcan el crecimiento económico; 3) la de que los mercados son buenos jueces de la solvencia de los Estados; 4) la de que el alza excesiva de la deuda pública es consecuencia de un exceso de gasto; 5) la de que hay que reducir los gastos para reducir la deuda pública; 6) la de que la deuda pública transfiere el precio de nuestros excesos a nuestros nietos; 7) la de que hay que tranquilizar a los mercados financieros para poder financiar la deuda pública; 8) la de que la Unión Europea defiende el modelo social europeo; 9) la de que el euro es un escudo contra la crisis, y 10) la de que la crisis griega ha permitido por fin avanzar hacia un gobierno económico y una verdadera solidaridad europea.

Obviamente, no todas "las falsas evidencias" de los "economista aterrados" son por igual convincentes, pero lo es el predominio que ellos denuncian: la política neoliberal como única opción que viene impuesta desde los mismos centros de decisión en los que se gestó la crisis. No se trata de un problema ideológico sino empírico: el ajuste infinito nos lleva a una recesión de profundidad incalculable.

"Los economistas esperan que, cerca de una cuarta parte de los 8,4 millones de empleos que fueron eliminados desde el inicio de la recesión en Estados Unidos, no volverán a ser creados y a la larga, estos deberán ser reemplazados por otros tipos de trabajo en sectores en crecimiento, según la última encuesta de The Wall Street Journal"… Según economistas, muchos empleos en EEUU no volverán a ser creados (The Wall Street Journal – 11/2/10)

¿Nuevos paradigmas? Un modelo insostenible (el daño autoinfligido): tenemos que continuar corriendo, como ardillas enjauladas. ¿Por cuánto tiempo? Mientras podamos…

Manifiesto de un economista "defraudado" (además de "aterrado"): no se puede justificar lo injustificable (escrito a principios de 2012)

No es cierto que los pobres sean los culpables de la crisis (créditos subprime).

No es cierto que las reformas estructurales se deben limitar al sector trabajo.

No es cierto que para mejorar la competitividad los trabajadores deban aceptar contratos basura y despido libre.

No es cierto que para resolver el problema del déficit público haya que limitar el gasto en sanidad, educación, pensiones y otros gastos sociales.

No es cierto que el problema de la deuda en la eurozona sea más grave que en los Estados Unidos o en el Reino Unido.

No es cierto que no se puedan restablecer el crecimiento en el corto plazo y, al mismo tiempo, abordar los problemas de la deuda en el mediano y largo plazo, como respuesta válida a la crisis.

No es cierto que los países que manejan su política monetaria necesiten del mercado para financiar su deuda.

No es cierto que el poder lo tenga el "mercado". En los países soberanos el poder lo tiene el Estado a través de su banco central y Ministerio de Hacienda. Nunca el "mercado".

No es cierto que (únicamente) con "rigor fiscal" se sale de la crisis. Es mucho lo que está en juego. Sin una acción audaz, Europa (me animaría a decir que EEUU también) podría verse arrastrada a una espiral bajista de deterioro de la confianza, de estancamiento del crecimiento y de menor empleo. Y ninguna región quedaría inmune ante semejante catástrofe.

Es aritméticamente imposible que todos los países en la eurozona se escapen simultáneamente de la crisis de la deuda a base de deflación. ¿Vamos a morir juntos?

El eclipse de la razón: la crónica de una derrota cantada (escrito en enero de 2013)

En varios escritos anteriores he citado el libro "La nueva pobreza en la Argentina" de Alberto Minujin y Gabriel Kessler (Temas de Hoy -1995), para referirme al fracaso socio-económico de Argentina, y de otros países latinoamericanos, pero nunca, nunca, ni en la peor de mis pesadillas, me hubiera imaginado que me volvería a servir, esta vez, para ilustrar y buscar semejanzas con la "nueva pobreza" en los Estados Unidos, la Unión Europea y otras economías desarrolladas (ahora, en "vías de subdesarrollo").

Me permito citar (nuevamente) algunos párrafos que describen el drama de la pauperización de la clase media (los "nuevos pobres"), perfectamente asimilables al proceso de "argentinización" de la economía norteamericana y europea (al menos):

"Los nuevos pobres se parecen a los no pobres en algunos aspectos socioculturales, como el acceso a la enseñanza media y superior, el número de hijos por familia -más reducido que entre los pobres estructurales-, etc.; y a los pobres de vieja data, en los aspectos asociados a la crisis: el desempleo, la precariedad laboral, la falta de cobertura de salud, entre otros…

No es fácil captar en toda su extensión las consecuencias que la pauperización de una parte de la clase media argentina tiene tanto en aquellos que la sufren en carne propia como en la sociedad argentina en su conjunto. Es que este hecho marca un punto de no retorno, el fin de un tipo determinado de sociedad. Hasta entonces, la Argentina había sido una sociedad relativamente integrada -al menos en comparación con la mayoría de los países latinoamericanos- en la que una importante clase media había surgido como resultado de un proceso de movilidad social ascendente cuya continuidad no se ponía en cuestión. Hoy, luego de casi dos décadas de empobrecimiento masivo de la clase media, no hay duda de que, como decían muchos nuevos pobres que entrevistamos, "este país ya no es el mismo país"…

El empobrecimiento de una parte importante de las clases medias no fue un acontecimiento natural ni una catástrofe inexorable, ni tampoco un hecho que pueda ser analizado en forma aislada. Fue el resultado de una serie de factores de orden externo e interno; un proceso para cuya comprensión sería necesario referirse a la poderosa transferencia de recursos desde el sector público hacia el sector privado producido en las dos últimas décadas, al endeudamiento externo, la pérdida de derechos sociales y la falta de una intervención estatal eficaz dirigida a los sectores más vulnerables. Simultáneamente, se conformó la contracara indisociable del empobrecimiento masivo: la nueva riqueza, que emerge y alcanza su apogeo en gran medida en individuos y grupos económicos muy vinculados con el poder político. En suma: el empobrecimiento fue un hecho económico, un hecho social y un hecho político…

Ciertamente la Argentina de hoy no es la de ayer. No sólo por lo que una serie de cifras indiquen sobre el producto bruto, sobre su lugar en el ranking de las naciones. La Argentina se había pensado a sí misma como una nación de modo distinto de lo que hoy puede pensarse. O, mejor dicho, los argentinos se soñaron como otro tipo de sociedad: más justa, más solidaria y, sobre todo, siguiendo un acompasado movimiento conjunto de progreso. En el imaginario argentino del siglo XX, cerrando la brecha social entre una cúpula y su base, aparecía la imagen de una multitudinaria clase media que los diferenciaba de otros países latinoamericanos donde entre los pudientes y los miserables se abría un abismo de temor y violencia recíprocos.

Investigaciones sucesivas demuestran que más del 70 por ciento de la población se consideraba miembro de la clase media, que podía albergar a todo aquel que gozara de un trabajo formal, del acceso real o potencial a ciertos bienes y servicios. La clase media argentina era notablemente homogénea: podrían encontrar cobijo dentro de ella tanto un obrero del conurbano como un aventajado profesional de Palermo (barrio de nivel medio-alto de Buenos Aires), un empleado público del interior o un pequeño propietario del campo. Tal es su capacidad de bienvenida a tan diferentes formas de vida, que se puede pensar a la clase media como lo más cercano a esa identidad nacional moderna de siempre tan costosa definición.

¿Qué pasó en las últimas décadas con gran parte de la clase media? La primera respuesta que surge es: ha desaparecido. Y sin embargo, esto no es cierto. La clase media no desapareció: una parte pequeña se ha mantenido en su lugar sin perder nada; otra porción, escasa, ha mejorado su posición y la gran mayoría se ha empobrecido. Es que la sociedad en su conjunto ha perdido casi un 40 por ciento de sus ingresos entre 1980 y 1990. Los empleados públicos, un 41 por ciento; los cuentapropistas, un 45 por ciento; los trabajadores de la construcción, un 49 por ciento, y así el resto…

La sociedad argentina ha perdido mucho, muchísimo más de lo que en un primer pantallazo puede parecer. Si chequeáramos cosa por cosa, bien por bien, gusto por gusto lo que se ha modificado, contraído, suprimido y posteriormente olvidado, la lista parecería hablar de otra vida. Desde ir al club hasta los postres, desde el diario hasta el coche, desde el servicio de salud hasta la ropa nueva, desde las vacaciones hasta invitar a cenar a los amigos; distintos sectores de la clase media, dependiendo de su ubicación original y la magnitud de su caída, han perdido en casi todo los terrenos. Pero al empobrecerse como sociedad han perdido también bienes y servicios que colectivamente les pertenecían en tanto ciudadanos: hospitales deteriorados, escuelas sobrecargadas, rutas pagas que reemplazan a las gratuitas, espacios privatizados que antes eran públicos, un medio ambiente descuidado, servicios encarecidos, nuevos impuestos sin un aumento en el polo de los ingresos, son algunos capítulos del empobrecimiento colectivo de una ciudadanía. También en tanto trabajador, el ciudadano ha perdido: las nuevas leyes de flexibilización laboral implican el cercenamiento de derechos sociales adquiridos. Empobrecimiento individual o familiar, empobrecimiento como ciudadano y como trabajador son las facetas de una caída colectiva comenzada hace más de dos décadas y que hoy continúa…

Con la caída económica cae un valor central de nuestro imaginario: la creencia en el progreso ¿Qué lugar queda entonces para la esperanza? ¿Qué futuros nos esperan?…

La nueva pobreza es también una miseria difusa, dispersa en las grandes ciudades. Mientras que los viejos pobres viven en barrios y enclaves reconocibles por todos, los nuevos pobres no. Casi cualquier barrio, prácticamente cualquier edificio de clase media puede albergarlos. Es una pobreza privada, de puertas adentro. Esta dispersión y la desorientación que produce transforman la nueva pobreza en una pobreza invisible…

El gran ausente en el escenario de la nueva pobreza es el Estado… Una característica central de lo que Eduardo Bustelo (1991) llamó el "Estado del Malestar" es que abandonó a sus ciudadanos justamente cuando más necesitaban de él. Si en la última década tantos cientos de millones de habitantes de la Argentina no pudieron evitar su ingreso en el territorio de la pobreza, se debió no sólo al tipo de políticas de estabilización y ajuste llevadas a cabo, sino también a la inexistencia de políticas "preventivas" a las que se pueda recurrir antes de verse arrojado a la pobreza y la exclusión…

Empobrecidos por la paulatina pérdida de valor de sus ingresos, por el desempleo, por haber perdido uno de los dos o tres trabajos que mantenían en pie a la familia: pauperizados por estar condenados a peores trabajos que aquéllos para los que están calificados, por el casamiento, por el nacimiento de hijos o la enfermedad terminal de uno de los padres, por ser madres solteras o por un forzado cambio de rumbo, de las malas hacia una peor, lo cierto es que estamos ante un fenómeno nuevo, la "nueva pobreza", que modificó la estructura de la sociedad argentina…

Los empobrecidos y los nuevos pobres constituyen -como sus hogares- un "estrato híbrido". Un grupo social caracterizado por la combinación de prácticas, costumbres, creencias, carencias y consumos hasta hoy asociados a diferentes sectores sociales…

La hibridez resulta de tres procesos de presencia simultánea en la nueva pobreza:

a) carencias y necesidades insatisfechas del presente;

b) bienes, gustos y costumbres que quedan del pasado, y

c) posibilidad de suplir algunas carencias gracias al capital social y cultural acumulado…

El empobrecimiento conlleva dos movimientos simultáneos y de sentido inverso. En una dirección se debe contraer, recortar, resignar y modificar todo tipo de hábitos relacionados de un modo u otro con lo económico. Y en la otra dirección, se hace necesario aprender, inventar, permutar, incorporar, recorrer inusitados circuitos en busca de nuevas opciones de consumo, de obtención de ingresos o cualquier oportunidad de mejorar la situación. Al empobrecerse, no sólo se pierde todo lo que se pierde sino que, para evitar una mayor desestructurización, deben adoptarse nuevos criterios rectores de la organización económica familiar, lo cual no es otra cosa que un cambio cultural profundo. Se debe, ni más ni menos, aprender a ser pobre, proceso para el cual no existen en nuestra cultura comportamientos-guía a seguir. No hay en las sociedades modernas conocimientos disponibles que permitan a un individuo o familia que está cayendo saber desde un comienzo qué conviene hacer, por dónde empezar a ajustar, cómo racionalizar recursos que serán más tarde imprescindibles. El camino hacia la pobreza es un constante ensayo y error en el que cada error sale caro y lleva a perder un capital que ya será difícil recuperar.

En muchos casos la historia de la caída es una historia de pérdidas sucesivas: primero, para mantener el estilo de vida acostumbrado y, más tarde, para intentar hacer pie en medio de la debacle. Se hacen inversiones que fracasan, o se sacrifica un bien para salvar otro que a su vez también terminará perdiéndose… Insuficiente información, nulo entrenamiento y ningún punto de apoyo para, al menos, no seguir cayendo…

La sociedad actual es diferente de aquella que en el pasado imaginaron tantos inmigrantes y, más tarde, muchos de los que hoy se empobrecieron. ¿Qué perdura y qué se ha desvanecido de las creencias que postulaban a esa nación nueva y casi deshabitada como el escenario de una promesa de sociedad integrada, próspera y con equidad creciente? Imaginario de progreso colectivo cuyo consenso social residía en gran medida en la integración de dos ideas: la del país rico, la tierra naturalmente dotada -resabios de tiempos pasados donde la posesión de materias primas podía definir el grado de riqueza de un país- y la fe en la persistencia de una dinámica social distributiva que había originado ciertos grados de bienestar y equidad a partir de una movilidad social ascendente efectivamente producida, legislaciones sociales avanzadas, una participación importante de los trabajadores en el total de los ingresos, etcétera…

La pauperización de la clase media es quizás la desmentida más cruda de la promesa originaria de progreso colectivo…

No preguntamos si acaso las imágenes de la pauperización no conllevan una carga de culpabilización hacia las víctimas por su suerte, como si las causas de la pobreza estuvieran en gran medida en su propio accionar. No una culpabilización abierta, pero sí una cierta estigmatización, una discriminación encubierta al tratarlos, por ejemplo, como contingentes de población que han quedado a la vera de un camino inexorable, como resabios del pasado; en especial cuando se hace referencia al sector público, a las áreas menos dinámicas de la economía o a los jubilados. Una suerte de "costo" a ser pagado por la modernización o la estabilidad que beneficia al "país"; como si pudiéramos hablar en términos de "costos y precios" al referirnos a hombres y mujeres y como si la situación de un país pudiera ser realmente pensada en términos absolutos, sin tomar en cuenta las desigualdades internas, los "costos" que determinados sectores "pagan" y otros tipo de clivajes.

Esto nos lleva a preguntarnos acerca de nuestra tolerancia hacia la desigualdad ¿No nos estará empezando a parecer perfectamente normal que ante la pobreza, la vulnerabilidad social o la exclusión, cada cual deba arreglárselas por sus propios medios, sin contar con una red de resguardo provisto por el Estado y la sociedad? ¿Habremos comenzado a habituarnos a ser una sociedad más equitativa, sin que esto suscite cuestionamientos ni un profundo debate acerca de cuáles deberían ser los criterios de justicia rectores en la distribución de bienes y servicios en las distintas esferas de la vida social?

Una sociedad puede crecer en lo económico, y a la par no sólo no disminuir las desigualdades, sino más aún, puede producirse simultáneamente un aumento de la pobreza y de la inequidad en la distribución de los ingresos"…

Recorriendo el relato sobre la nueva pobreza en la Argentina (según lo publicado por Alberto Minujin y Gabriel Kessler), espero y deseo que muchos lectores se hayan visto reflejados en su situación particular, aunque pertenezcan -aún y por poco tiempo- a la "sociedad de los conformes" (Europa, Estados Unidos o Japón).

Cuando mi padre me decía en la remota y lejana Argentina de los "sueños" (allí por 1955): si tú estudias y terminas la escuela primaria, no tendrás que trabajar de peón en la agricultura; si estudias y terminas la escuela secundaria, no tendrás que trabajar de peón en la construcción; y si estudias y terminas la universidad, tendrás la vida asegurada. Ese hijo de inmigrantes italianos, sabía bien lo que era ser peón. Lo llevaba en los genes. En esa época y en esa circunstancia, estuvo acertado. En esa época y en esa circunstancia, salvo en casos excepcionales, los hijos estaban "llamados" a tener un éxito económico mayor que el de sus padres. El ascensor social funcionaba.

En la actualidad, en la "sumergente" Argentina, en la "satisfecha" Europa, en el "incuestionable" Estados Unidos o en el "opaco" Japón, salvo casos excepcionales, los hijos están "llamados" a tener unos ingresos inferiores a los de sus padres, para similar profesión. El ascensor social está: "out of order".

Este último párrafo corresponde al Paper La clase media y su proceso de movilidad social descendente – Parte I: De "clase media" a "nuevos pobres", publicado el 15/8/2007. Creo que ahora, vivido y padecido los últimos cinco años de crisis moral, financiera, económica y social (en ese orden), en alguno de los países anteriormente llamados "avanzados", debería "rectificar" (actualizar) y escribir:

En la actualidad, en la "sumergente" Argentina (que sigue en lo mismo), en la "perpleja" Europa (que no sale del pasmo y complejo de inferioridad), en el "deficitario" Estados Unidos (dependiente del crédito de su principal proveedor -y rival imperial- para mantener su adicción al consumo y la deuda) o en el "sonámbulo" Japón (que parece haber optado por las megainyecciones de liquidez al estilo americano, para seguir empujando la soga), salvo casos excepcionales, los hijos están "llamados" a tener unos ingresos inferiores a los de sus padres, para similar profesión. El ascensor social está: "out of order". And so on…

De un "bi-bis", a los "ni-nis" ("¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?" – Cicerón – 55 AC)

Mi experiencia "bi"-nacional, está en camino de "doblar" la frustración, el dolor y el espanto, en un patético "bis". Por eso, y porque mis fuerzas ya flaquean, deseo dejarle a los ni-nis algunos interrogantes, con la esperanza que sean ellos los puedan dar respuesta (y si es posible -también, deseable- el debido escarmiento).

¿Por qué este engaño, práctica generalizada en (casi) todos los países avanzados, en (casi) todos los sectores económicos (transables y no transables), y en (casi) todas las mayores corporaciones globales?

¿Por qué dicen flexibilización y/o productividad y/o competitividad, cuando quieren decir mano de obra de usar y tirar y/o despido libre y/o salarios tercermundistas?

¿Cómo se le explica a alguien a quien se le permitió vivir aceptablemente bien y que ahora vive muy parcamente o simplemente mal, que nunca va a volver a vivir cómo vivió?

Esta crisis es la primera en la que las expectativas para su después no son las de volver a una situación mejor a la existente antes de que esta crisis comenzase.

En esta hora de post burbuja (antes que formen otra, y tengamos que volver a pagar sus pérdidas), ¿no habrá llegado la hora de hacer un acto de justicia y responsabilidad, y que cada palo aguante su vela?

¿Se puede salir de la crisis haciendo más grande el problema?

¿No han sido ya, demasiado los "polvos" (en todas sus acepciones), para estos lodos (en su interpretación más cenagosa)?

¿Cuánto tiempo más puede durar el asalto a la clase media y a los pobres por los intereses especiales de los ricos (procurando hacer sostenible lo insostenible)?

¿Puede ser que la "nueva pobreza" no tenga contestación social?

¿Es posible esperar de aquellos que "ni" estudian "ni" trabajan, alguna forma de reacción social? ¿Para cuándo el "estallido" social (esperable y deseable)?

¿O al final (como antes en Argentina y ahora en Europa, EEUU, o Japón), ganarán aquellos que los han condenado a No estudiar y No trabajar, volviendo a ganar logrando, esta vez (para mayor escarnio), que No piensen? IPhone, tweets, drinks…

"Antes que sea demasiado tarde", vuelvan los jóvenes a releer al Maestro Sábato: "Tengamos en consideración entonces las palabras de María Zambrano: "No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero". Muchas utopías han sido futuras realidades"… luego, por favor, "piensen"… y "actúen" en consecuencia. Eso espero.

En el Paper – Los "nuevos" pobres, de los países ricos (un relato trágico de la crisis) (I), publicado el 15/2/14, decía:

Obertura

Los "nuevos" pobres son aquellos que no vieron venir la cachetada. Aquellos que se creyeron "predestinados" a ser más ricos que sus padres. Aquellos que "hipotecaron" la mitad de los ingresos familiares (o más) para vivir en una casa, muy por encima de sus posibilidades. Aquellos que "confiaron" en el empleo continuo y el ingreso creciente.

Dicen Alberto Minujin y Gabriel Kessler, en su libro "La nueva pobreza en la Argentina" – Temas de Hoy – 1995) que, "los "nuevos" pobres se parecen a los no pobres en algunos aspectos socioculturales, como el acceso a la enseñanza media y superior, el número de hijos por familia -más reducido que entre los pobres estructurales- etc.; y a los pobres de veja data, en los aspectos asociados a la crisis: el desempleo, la precariedad laboral, la falta de cobertura de salud, entre otros"…

No es fácil captar en toda su extensión las consecuencias que la pauperización de una parte considerable de la clase media (norteamericana o europea, en el caso que nos ocupa) tiene para aquellos que la sufren en carne propia como en la sociedad en su conjunto. Es que este hecho marca un punto de no retorno, el fin de un tipo determinado de sociedad.

Hasta no hace muchos años, los ciudadanos de Estados Unidos y los países miembros de la Unión Europea, habían formado una sociedad relativamente integrada, en la que una importante clase media había surgido como resultado de un proceso de movilidad social ascendente cuya continuidad no se ponía en cuestión. Desde 1989 (caída de muro de Berlín) en adelante, y ahora, luego de algo más de seis años de empobrecimiento masivo de la clase media, no hay duda de que estos países ya no son los mismos países.

El empobrecimiento de una parte importante de las clases medias de estos países (antes considerados "avanzados") no fue un acontecimiento natural ni una catástrofe inexorable, ni tampoco un hecho que pueda ser analizado en forma aislada. Fue el resultado de una serie de factores de orden externo e interno; un proceso para cuya comprensión sería necesario referirse a la poderosa transferencia de recursos del sector público hacia el sector privado, al endeudamiento público y privado, la pérdida de derechos sociales y la falta de una intervención estatal eficaz dirigida a los sectores más vulnerables.

Simultáneamente, se conformó la contracara indisociable del empobrecimiento masivo: la globalización, la privatización, la desregulación, la deslocalización, el libre movimiento de capitales y mercancías… la "nueva" riqueza, que alcanza su apogeo en gran medida en individuos y grupos económicos muy vinculados con el poder político.

En suma: el empobrecimiento fue (y sigue siendo) un hecho económico, un hecho social y un hecho político.

(Parte I) – El fin del sueño americano

¿Un fundamento que se desmorona?

El aumento de la diferencia de renta entre la población se ha convertido en una cuestión controvertida en EEUU, a medida que los liberales critican la disminución de la clase media y los conservadores argumentan que una economía de mercado saludable debe recompensar el esfuerzo, el espíritu emprendedor y la toma de decisiones arriesgadas. Pero en lo que concierne a la cuestión relativa a la movilidad económica, o la capacidad del individuo de ascender en el nivel de renta, la mayor parte de las personas parece estar de acuerdo: la movilidad ascendente es algo bueno.

De hecho, los conservadores siempre citan la movilidad económica como razón para no preocuparse por la cada vez mayor desigualdad de los ingresos. Si las personas tienen la posibilidad de subir socialmente, no importa que algunos sean muy ricos y otros estén muchos escalones por debajo en el nivel de renta: con la movilidad económica, las personas no se quedan atrapadas en el punto de partida.

Sin embargo, un volumen cada vez mayor de datos muestra que la movilidad económica ya no es tan común en EEUU como mucha gente piensa. Además, varios estudios muestran que la movilidad económica disminuye a medida que la desigualdad de renta aumenta, señal de que en los próximos años podría ser más difícil para las personas pasar de la pobreza a la clase media, o de la clase media hasta lo alto de la pirámide.

"Estudios recientes indican que hay menos movilidad económica en EEUU de lo que siempre se ha creído", dice un estudio de The Economic Mobility Project (Proyecto de Movilidad Económica) elaborado por The Pew Charitable Trusts, The American Enterprise Institute, The Brookings Institution, The Heritage Foundation y por The Urban Institute. "Los últimos 30 años registraron una caída gradual considerable en el crecimiento de la renta de la familia media en comparación con las generaciones anteriores. Según algunas medidas, somos, de hecho, una sociedad menos móvil que la de muchos otros países, entre ellos Canadá, Francia, Alemania y la mayor parte de los países escandinavos. Eso pone en duda la idea de EEUU como tierra de oportunidades".

¿Cuál es el motor de la movilidad económica?

Se utilizan dos tipos de medidas para evaluar la movilidad económica, observa Nikolai Roussanov, profesor de Finanzas de Wharton. En primer lugar, está lo que se llama movilidad "absoluta", que es la riqueza de los hijos comparada con la de los padres. En segundo lugar, está la movilidad "relativa", que es la capacidad de los hijos de alcanzar una posición económica superior a la que sus padres tenían, que es lo que sucede cuando los hijos de los pobres se incorporan a la clase media.

Aunque ambos tipos de movilidad sean importantes, la movilidad relativa es bastante interesante porque revela hasta qué punto las personas se ven limitadas por las circunstancias de nacimiento o son capaces de ascender en comparación con otras. El estudio del Proyecto de Movilidad Económica dice que la movilidad relativa determina si un país tiene una sociedad que premia la meritocracia, en que las personas progresan por el esfuerzo propio, o si su sociedad está basada en factores de suerte, o incluso si se trata de una sociedad "estratificada en clases", en que los hijos tienden a ocupar la misma posición que los padres.

Los americanos siempre se consideraron una sociedad de meritocracia, sin embargo los datos indican que ése no es necesariamente el caso. "La mayor parte de los estudios muestra que, en EEUU, cerca de un 50% de las ventajas derivadas de tener padres de renta elevada son transmitidas a la generación siguiente", concluye el estudio del Proyecto de Movilidad Económica. "Eso significa que uno de los mayores indicadores del éxito económico futuro de un niño -identidad y características de sus padres- está predeterminado y no se tiene control alguno sobre eso".

Evidentemente, padres prósperos pueden dar a sus hijos una buena educación y otras ventajas que, en general, no están disponibles para las personas de baja renta. Aunque los hijos de padres con más dinero puedan fracasar debido a la pereza, falta de ingenio o mala suerte, de media, ellas se benefician de la buena situación inicial. Al medir la movilidad económica entre las generaciones comparando la renta de los hijos con la de los padres, el estudio del Proyecto de Movilidad Económica constató que los americanos tienen un grado un poco mayor de movilidad que la población de Reino Unido, pero menos que la población de Francia, Alemania, Suecia, Canadá, Finlandia, Noruega y Dinamarca. En los cuatro últimos países citados, el grado de movilidad es dos o tres veces mayor que en EEUU.

Un segundo estudio del Proyecto constató que "un 42% de los niños nacidos de padres pertenecientes a la quinta parte inferior de la distribución de la renta continúan ahí, mientras que un 39% nacidos de padres de la quinta parte superior continúan en los primeros puestos. Solamente cerca de un tercio de los americanos fueron clasificados en el grupo de "ascenso social", o, en otros términos, ganaban más que sus padres y habían alcanzado la quinta parte superior de la escala de la distribución de la renta.

Además, "la historia del pobre que se vuelve rico es más común en Hollywood que en la vida real", concluyó el Proyecto Movilidad. "Solamente un 6% de los niños nacidos de padres pobres con renta familiar muy baja llegaban al nivel superior".

¿Qué hace que la movilidad económica aumente o disminuya?

Un factor fundamental es la desigualdad de los ingresos: cuanto mayor es la desigualdad, menor la movilidad. Roussanov destaca que se necesita menos renta adicional para subir de un quinto al siguiente si la pirámide es más plana, y más renta si es más inclinada. Tal vez eso ayude a explicar la mayor movilidad de Europa y de Canadá. "No está claro si hay más movilidad en las sociedades europeas (…) esto porque la distribución de la renta allí es más compacta", dice Roussanov.

La mayor parte de los especialistas cree que hay otros factores en juego, pero no hay duda de que la desigualdad de la renta está aumentando de forma clara en EEUU. Durante una charla el día 12 de enero (2012) en el Center for American Progress, Alan B. Krueger, economista de Princeton y presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Obama, presentó datos que muestran una fuerte correlación entre desigualdad de renta y ausencia de movilidad económica. De las diez economías desarrolladas analizadas en el estudio, EEUU tenía la mayor desigualdad y la menor movilidad medidas por el éxito de los hijos en alcanzar niveles superiores al de sus padres. Países con nivel de desigualdad menor -Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca- tenían una movilidad más elevada.

De 1947 a 1979, la tasa real (ajustada por la inflación) de aumento de los ingresos era casi el mismo en todos los niveles de renta de EEUU, dijo Krueger citando cifras de la Oficina del Censo que señalaban un 2,5% de crecimiento anual en la quinta parte de renta más baja y un 2,2% en la quinta parte superior. Después, de 1979 a 2010, las rentas anuales cayeron un 0,4% en la quinta parte más baja y subieron un 1,2% en la más alta. En 1970, un 50% de las familias americanas pertenecían a la clase media; en 2010, ese porcentaje era del 42,2%. Según La Oficina del Presupuesto del Congreso, de 1979 a 2004, la tasa de renta real después de descontados los impuestos subió un 9% en la quinta parte inferior, un 69% en la superior y un 176% entre el 1 % más rico.

Citando diversos economistas, Krueger dijo que el cambio tecnológico, que reduce la demanda de trabajadores que no dominan el uso del ordenador y no tienen conocimientos de nivel más elevado, fue el principal factor del aumento de la desigualdad de renta. Entre otros factores importantes destacan: comercio internacional, descenso del salario mínimo después de ajustado por la inflación, caída de afiliación a los sindicatos e inmigración creciente. Además, la disminución de la renta en la era Bush, las ganancias de capital y los impuestos sobre propiedades inmobiliarias contribuyeron aún más a enriquecer a los americanos más ricos. La mayor parte de los países europeos, dijo Krueger, tienen sistemas de impuestos más progresivos que el de EEUU, lo que contribuye a aplanar la pirámide de la renta.

Herring y Roussanov observan que la movilidad de la renta también se vio afectada por el descenso del nivel de la enseñanza. EEUU, dice Herring, "se ha quedado muy por detrás de otros países en desempeño educativo en prácticamente todos los niveles (…) No hay duda de que los estándares han caído. Un menor número de estudiantes termina la facultad, y de los que la terminan, un grupo muy pequeño tiene conocimientos suficientes para hacer una especialización en ciencias o ingeniería".

Eso tuvo lugar en una época, dice Roussanov, en que "la importancia de la educación aumentó", es decir, el trabajador con poca formación tiene menos oportunidad de conseguir empleos bien pagados. "Es evidente la percepción de que el sistema de enseñanza, en particular el sistema de enseñanza primaria, se ha deteriorado con el paso del tiempo". Los últimos años, añade Herring, la crisis financiera y sus consecuencias contribuyeron al declive de la movilidad económica. No hay sólo millones de personas desempleadas, o ganando menos de lo que ganaban antes de la crisis, sino también hay muchas que se encuentran en un verdadero callejón sin salida porque no consiguen vender sus casas.

"Una de las razones por la que las recesiones americanas han sido más superficiales y cortas que en la mayor parte de los otros países se debe al hecho de que los trabajadores americanos siempre han demostrado una disposición notable para trasladarse a lugares donde hay trabajo cuando se quedan sin empleo", dice Herring. "Como el mercado inmobiliario está deprimido, muchos trabajadores que, en otras circunstancias, estarían dispuestos a desplazarse a áreas con mejores oportunidades de trabajo están atados a sus casas que no consiguen vender. Es probable que esa situación mejore con el tiempo, pero ya está tardando mucho".

Como la desigualdad está creciendo en EEUU, la movilidad económica caerá en el futuro, dijo Krueger en su charla. "En otras palabras, la continuidad de las ventajas y desventajas de la renta pasada de padres a hijos debería aumentar cerca de un cuarto en la próxima generación como consecuencia del aumento de la desigualdad experimentada por EEUU en los últimos 25 años", dijo. "Es difícil mirar a esas cifras y no sentirse preocupado por el hecho de que el aumento de la desigualdad está poniendo en riesgo nuestra tradición de oportunidad. La suerte de los padres parece un dato cada vez más importante en la sociedad americana".

¿Un fundamento que se desmorona?

Para muchos americanos, la movilidad ascendente es un valor fundamental, el fundamento del Sueño Americano. Pero la desigualdad de la renta y la disminución de la movilidad son dos cuestiones que relacionadas también tienen implicaciones económicas.

El Pew Charitable Trusts constató que un número cada vez mayor de americanos se muestran pesimistas respecto al futuro, y dudan de que la próxima generación sea tan próspera como la anterior. Según la entidad, "en marzo de 2007, un estudio del Pew Research Center mostró que un 73% de los entrevistados -un aumento del 8% desde 2002- coincidían con la afirmación "Hoy sin duda alguna es verdad que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres"".

Si las personas creyeran que no pueden progresar, ¿cómo afectará eso a su dedicación en el trabajo o su búsqueda de otras formas de enriquecimiento como, por ejemplo, cursos de especialización o un curso superior? Las personas atrapadas en los escalones inferiores de la pirámide son talentos que se pierden: innovadores, investigadores, emprendedores, educadores, artistas y líderes políticos y empresariales que no recibieron atención. Algunos investigadores dijeron que la creciente desigualdad y la caída en la movilidad han llevado al consumidor a pedir más préstamos para mantener los niveles deseados de consumo, lo que contribuye a que tengan lugar sucesos como la burbuja inmobiliaria. Otros dicen que la demanda del consumidor, que es crítica para el crecimiento económico, se ve más perjudicada cuando hay menos gente en la clase media y hay más personas pobres.

Krueger recurrió a un cálculo simplificado para mostrar que de 1979 a 2007, un 1% de las personas de renta más elevada tuvieron un aumento de renta del 13,5%, o cerca de US$ 1,1 billones en 2007. Como los ricos ahorran cerca de la mitad de los incrementos de rentas, frente a un 10% del resto de la población, esa renta desviada redujo el consumo anual en US$ 440.000 millones. Aunque admita que esa cifra pueda ser cuestionada, Krueger concluyó diciendo que "los cálculos dejan claro que la economía estaría en mejor situación, y la demanda agregada sería más robusta, si el tamaño de la clase media no hubiera disminuido como consecuencia del aumento de la desigualdad".

Herring y Roussanov observan que EEUU ha de redoblar su compromiso con la educación. "Una fuerza laboral menos preparada será sin duda menos móvil porque no tendrá flexibilidad para adaptarse a las condiciones económicas en proceso de cambio", dice Herring. "El declive de la movilidad de la fuerza de trabajo lleva al declive de la movilidad social y a una sociedad en que pocos de nosotros querrían vivir".

"Sea como sea, la idea de que EEUU es la tierra de las oportunidades dotada de una movilidad excepcional continúa vigente en Estados Unidos y en el resto del mundo", añade Herring. "Es muy importante, para motivar a las personas, que ellas se esfuercen en sacar lo mejor de sí mismas, pero tal actitud no puede durar mucho si no hay evidencias sólidas de que vale la pena. Eso dependerá de arreglar el sistema de enseñanza, pero nadie parece dispuesto a hacerlo".

Roussanov añade: "No queremos que las personas se queden atrapadas en la pobreza simplemente porque tuvieron la mala suerte de nacer pobres"…

(Fuente: Wharton School de la Universidad de Pennsylvania – 25/01/12)…

Hacia la "dualización" de las clases medias

La teoría social ha acuñado varias categorías para conceptualizar la sociedad en la época de la globalización: "sociedad red" (M. Castells), "modernidad tardía" (Giddens), "sociedad del riesgo" (Beck) o "sociedad mundial" (Lhumann), entre ellas. Más allá de las profundas diferencias teóricas que encubren estas denominaciones, lo cierto es que la mayoría de los autores coinciden en señalar no sólo la profundidad de los cambios sino también las grandes diferencias que es posible establecer entre la más "temprana" modernidad y la sociedad actual. Para todos, el nuevo tipo societal se caracteriza por la difusión global de nuevas formas de organización social y por la reestructuración de las relaciones sociales; en fin, por un conjunto de cambios de orden económico, tecnológico y social que apuntan al desencastramiento de los marcos de regulación colectiva desarrollados en la época anterior. Gran parte de los debates actuales sobre la "cuestión social" giran en torno a las consecuencias perversas de este proceso de mutación estructural. A esto hay que añadir que dichas consecuencias han resultado ser más desestructurantes en la periferia globalizada que en los países del centro altamente desarrollado, en donde los dispositivos de control público y los mecanismos de regulación social suelen ser más sólidos, así como los márgenes de acción política, un tanto más amplios.

A mediados de la década del noventa, la nueva cartografía social ya revelaba una creciente polarización entre los "ganadores" y los "perdedores" del modelo. Con una virulencia nunca vista, el proceso de dualización se manifestó al interior de las clases medias. La profunda brecha que se instaló entre ganadores y perdedores echó por tierra la representación de una clase media fuerte y culturalmente homogénea, cuya expansión a lo largo del siglo XX confirmaba su armonización con los modelos económicos implementados.

Los fuertes ajustes de los noventa, terminaron por desmontar el anterior modelo de "integración", poniendo en tela de juicio las representaciones de progreso y toda pretensión de unidad cultural y social de los sectores medios. La dimensión colectiva que tomó el proceso movilidad social descendente arrojó del lado de los "perdedores" a vastos grupos sociales, incluso del sector público, anteriormente "protegidos", ahora empobrecidos, en gran parte como consecuencia de las nuevas reformas encaradas por el estado neo­liberal en el ámbito de la salud, de la educación y las empresas públicas. Acompañan a éstos, trabajadores autónomos y comerciantes desconectados de las nuevas estructuras comunicativas e informativas que privilegian el orden global. En el costado de los "ganadores" se sitúan diversos grupos sociales, compuestos por personal altamente calificado, profesionales, gerentes, empresarios, asociados al ámbito privado; en gran parte vinculados a los nuevos servicios, en fin, caracterizados por un feliz acoplamiento con las nuevas modalidades estructurales. Una franja que engloba, por encima de las asimetrías, tanto a los sectores altos, como a los sectores medios consolidados y en ascenso.

Clase de servicios

Entre aquéllos que realizaron aportes en este terreno se destaca el sociólogo inglés Goldthorpe quien, a comienzos de los ochenta, apoyándose en el fuerte incremento registrado en el sector servicios, retomó la categoría "clase de servicios", acuñada por el marxista austriaco Karl Renner. Para Goldthorpe, la clase de servicios se distingue de la clase obrera por realizar un trabajo no productivo, aunque la diferencia más básica se ve reflejada en la calidad del empleo. En efecto, se trata de un trabajo donde se ejerce autoridad (directivos) o bien se controla información privilegiada (expertos, profesionales). Así, este tipo de trabajo otorga cierto margen de discrecionalidad y autonomía al empleado, pero la contrapartida resultante de esta situación es el compromiso moral del trabajador con la organización, dentro de un sistema claramente estructurado en torno a recompensas y sanciones.

Al trabajo inicial de Goldthorpe siguió un debate en los que participaron Urry, Giddens, Savage, Esping Andersen, entre otros. Como señala R. Crompton, muchos de estos autores reconocían la deuda que tenían para con "La Distinción" (1979), sin duda el mejor texto de la prolífica obra de P. Bourdieu. Allí, el sociólogo francés no sólo trazaba el mapa de los gustos de las diferentes clases y fracciones de clase, sino que exploraba la asociación (causal) entre ocupaciones emergentes y nuevas pautas de consumo. En efecto, Bourdieu constataba el ascenso de un nuevo grupo social, tanto al interior de la burguesía como de la pequeña burguesía, que se correspondía con una todavía indeterminada franja de nuevas profesiones; básicamente intermediarios culturales (vendedores de bienes y servicios simbólicos, patrones y ejecutivos de turismo, periodistas, agentes de cine, moda, publicidad, decoración, promoción inmobiliaria), cuyo rasgo distintivo aparecía resumido en un nuevo estilo de vida, más relajado, más hedonista, en contraste con la vieja burguesía austera y con la crispada pequeña burguesía consolidada. En fin, la descripción de Bourdieu tenía puntos en común con aquélla ofrecida ese mismo año por dos autores norteamericanos, que denunciaban la emergencia de una "cultura del narcisismo" y la disociación de ésta con la lógica productivista del capitalismo; pero el tono estaba lejos de constituir un llamado al sentido de la historicidad (Christopher Lasch) o a la renovación moral (Daniel Bell).

Tres ejes mayores articularon los debates en torno a las "clases de servicios": el primero, de corte analítico, reportaba a la ya conocida dificultad de conceptualizar las clases medias, cuyas fronteras sociales siempre han sido, por definición, bastante vagas y fluidas. A esto había que añadir la creciente heterogeneidad ocupacional de las sociedades modernas. Por esta razón, Savage propuso distinguir tres sectores de acuerdo a diferentes tipos de calificación o capital: la propiedad (la clase media adquisitiva, empresarial), la cultural (empleados profesionales) y la organizacional (empleados jerárquicos o profesionales con funciones administrativas).

El segundo eje se refiere específicamente a los comportamientos políticos de la nueva clase media. Pese a que el debate reeditaba un clásico sobre el tema de las clases intermedias (la congénita vocación de éstas por las coaliciones políticas, a raíz de la ambigüedad de su posición en la estructura social), la cuestión adquiría un nuevo sentido a la luz del declive manifiesto de las clases trabajadoras. En este contexto, la urgencia por detectar las preferencias políticas de un actor que se revelaba como portador de un nuevo estilo de vida, no constituía un dato menor. Lo cierto es que, mientras algunos autores pensaron, con la mirada puesta en las conductas radicales de los pasados 60, en la posibilidad de una "cooperación" entre clase de servicios y clase trabajadora; otros optaron por subrayar la tendencia de aquella por buscar alianzas con los sectores altos de la sociedad. El tercer eje remitía a la fragmentación visible en el sector servicios, en vistas de la aparición de un proletariado de servicios, ligados a tareas poco calificadas, verdaderos servidores de la clase de servicios en cuestión.

Para completar este cuadro, recordemos que la literatura sobre los llamados Nuevos Movimientos Sociales de los años 60 y 70, coincidía en señalar el rol protagónico de las nuevas clases medias (feministas, estudiantes, ecologistas, regionalistas, movimientos por la paz, entre otros), portadoras de los llamados valores posmaterialistas, referidos a la calidad de vida. En este período, analistas como Touraine y Melucci, pondrían de manifiesto la relación entre la creciente reflexividad de estos actores y la producción de nuevas normas e identidades. Más aún, Melucci aconsejaría centrar el análisis de las transformaciones, no tanto en las acciones de protesta como en los "marcos sumergidos" de la práctica cotidiana.

Los diagnósticos, en gran parte optimistas, fueron superados por la cruda realidad de los 80, signada por el creciente proceso de desafección de la vida pública, claramente acompañado por el pasaje de lo colectivo a lo individual. Otra vez, las clases medias encarnaban el ejemplo más acabado de este nuevo vaivén, a través del deslizamiento de las exigencias de autorrealización desde la esfera pública al ámbito privado. En este ya no tan nuevo contexto, la afinidad de estos grupos sociales con posiciones políticas conservadoras (apelando a una seducción individualista de nuevo cuño, como M. Thatcher, en Inglaterra, o Berlusconi, en Italia) resultaba, pues, un corolario de esta inflexión.

Por otro lado, las imágenes venían a confirmar, de manera definitiva, la centralidad del ciudadano­consumidor en detrimento de la figura del productor. En este contexto, el proceso de fuerte mercantilización de los valores posmaterialistas aparecía como inevitable y, sus consecuencias, impredecibles. Más aún, si tenemos en cuenta que la estandarización y posterior condensación de estos valores en nuevos "estilos de vida rurales" fue realizada en consonancia con las pautas de integración y exclusión del nuevo orden global. La ruralidad idílica (la expresión es de J. Urry) requería, por ello, la elección de un apropiado contexto de seguridad.

Este proceso de segmentación social termina de diluir la homogeneidad cultural de la antigua clase media. En efecto, en las nuevas comunidades cercadas, la exitosa clase media de servicios ahora sólo se codea con los ricos globalizados. Desde allí comienza a "interiorizar" la distancia social, desarrollando un creciente sentimiento de pertenencia y desdibujando los márgenes confusos de una culpa, como resabio de la antigua sociedad integrada. No olvidemos que sus hijos ahora sólo comparten marcos de socialización con niños de clase alta. Así, mientras los colegios privados facilitan la llave de una reproducción social futura, los espacios comunes de la comunidad cercada contribuyen a "naturalizar" la distancia social. De modo que, aunque la cuestión atente contra cierta tradicional "pasión igualitaria" (J.C. Torre), hay que reconocer que la fractura social desarticuló las formas de sociabilidad que estaban en la base de una cultura igualitaria, desplegando en su lugar una matriz social más jerárquica y rígida. Las urbanizaciones privadas se encuentran entre las expresiones más elocuentes de esta fractura, pues asumen una configuración que afirma, de entrada, la segmentación social (a partir de un acceso diferencial y restringido), reforzada luego por los efectos multiplicadores de la espacialización de las relaciones sociales (constitución de fronteras sociales cada vez más rígidas). En suma, todo parece indicar que, pese las diferencias en términos de capital (sobre todo, económico y social) y la antigüedad de clase, las clases altas y una franja exitosa de las clases medias de servicios, devienen partícipes comunes de una serie de experiencias respecto de los patrones de consumo, de los estilos residenciales; en algunos casos, de los contextos de trabajo; en otras palabras, de los marcos culturales y sociales que dan cuenta de un entramado relacional, que se halla en la base de nuevas formas de sociabilidad. Consumada la fractura al interior de las clases medias y asegurado el despegue social, los "ganadores" mismos van descubriendo, día a día, tras las primeras incongruencias de estatus, algo más que una creciente afinidad electiva…

La desvalorización del "capital humano"

La crisis económica alcanza ahora, incluso en Occidente, a amplias capas sociales, que hasta entonces se habían librado. Por eso la cuestión social vuelve en el discurso intelectual. Pero las interpretaciones continúan adoleciendo de una notoria ligereza y parecen francamente anacrónicas. La polarización entre pobres y ricos, exacerbada de forma irresistible, no encuentra todavía un nuevo concepto. Si el concepto marxista tradicional de "clase" tiene una súbita coyuntura favorable, eso es ante todo una señal de desamparo. En la comprensión tradicional, la "clase obrera", que producía la plusvalía, era explotada por la "clase de los capitalistas" por medio de la "propiedad privada de los medios de producción".

Ninguno de estos conceptos puede explicar con exactitud los problemas actuales. La nueva pobreza no surge por cuenta de la explotación en la producción, sino por la exclusión de la producción. Quien todavía está empleado en la producción capitalista regular figura ya entre los relativamente privilegiados. La masa problemática y "peligrosa" de la sociedad ya no se define por su posición en el "proceso de producción", sino por su posición en los ámbitos secundarios, derivados de la circulación y de la distribución. Se trata de desempleados permanentes, de receptores de operaciones estatales de transferencia o de agentes de servicios en los campos de la terciarización, hasta llegar a los empresarios de la miseria, los vendedores ambulantes y los rebuscadores de basura. Esas formas de reproducción son, según criterios jurídicos, cada vez más irregulares, inseguras y a menudo, ilegales; la ocupación es irregular, y las ganancias transitan en el límite del mínimo necesario para la existencia o incluso, caen por debajo de esto.

Inversamente, tampoco la "clase de los capitalistas" puede aún ser definida en el viejo sentido, según los parámetros de la clásica "propiedad privada de los medios de producción". En el cuerpo del aparato estatal y de las infraestructuras así como en el cuerpo de las grandes sociedades accionistas (hoy transnacionales) el capital aparece en cierto modo como socializado y anonimizado; se volvió abstracto, dejando la forma personalizable de toda la sociedad. "El capital" ya no es un grupo de propietarios legales, sino el principio común que determina la vida y la acción de todos los miembros de la sociedad, no solo exteriormente sino también en su propia subjetividad.

En la crisis y a través de la crisis, se efectúa una vez más una mutación estructural de la sociedad capitalista, disolviendo las situaciones sociales antiguas, aparentemente claras. El meollo de la crisis consiste justamente en que las nuevas fuerzas productivas de la microelectrónica funden el trabajo y, con él, la sustancia del propio capital. Dada la reducción cada vez mayor de la clase obrera industrial, se crea cada vez menos plusvalía. El capital monetario huye rumbo a los mercados financieros especulativos, visto que las inversiones en nuevas fábricas se vuelven no-rentables. Mientras partes crecientes de la sociedad fuera de la producción se pauperizan o incluso caen en la miseria, por otro lado se realiza tan sólo una acumulación simuladora del capital por medio de burbujas financieras. Por lógica, eso no es nada nuevo, pues ese desarrollo ya marca al capitalismo global hace dos décadas. Pero lo que es nuevo es que ahora la clase media en los países occidentales también sea atropellada.

Barbara Ehrenreich (ensayista norteamericana) había publicado ya en 1989 un libro sobre la "angustia de la clase media ante la quiebra". Sin embargo el problema fue aplazado enseguida por una década entera, ya que la coyuntura basada en burbujas financieras de los años 90, junto con el impulso de la tecnología de la información y de la comercialización de Internet, despertó una vez más nuevos sueños de florescencia. El colapso de la nueva economía y la explosión de las burbujas financieras en Asia, en Europa y también, en parte, en los Estados Unidos, comienzan ahora, desde el año 2000, a hacer efectiva de manera brutal la quiebra de la clase media, ya temida anteriormente.

Se propagó el concepto del "Estado antisocial"; las asignaciones para formación y cultura, para el sistema de salud y numerosas otras instituciones públicas fueron cortadas; se iniciaba la demolición del Estado social. También en las grandes empresas sectores enteros de actividad calificada fueron víctimas de la racionalización. Dado el desmoronamiento de la nueva economía, hasta las mismas calificaciones de muchos especialistas "high-tech" se vieron desvalorizadas. Hoy ya no se puede ignorar que la ascensión de la nueva clase media no tenía una base capitalista autónoma; por el contrario, dependía de la redistribución social de la plusvalía proveniente de los sectores industriales. De la misma manera que la producción social real de plusvalía entra en una crisis estructural debido a la tercera revolución industrial, los sectores secundarios de la nueva clase media van siendo sucesivamente privados de su suelo fértil. El resultado no es solamente un desempleo creciente de académicos.

La privatización y la terciarización desvalorizan el "capital humano" de las calificaciones incluso en el interior de la parcela empleada y degradada en su estatus. Jornaleros intelectuales, trabajadores baratos y empresarios de miseria como los free-lance en los medios de comunicación, universidades privadas, despachos de abogados o clínicas privadas no son ya excepciones, sino la regla. A pesar de esto, a fin de cuentas tampoco Kautsky tuvo razón. Pues la nueva clase media decayó, es verdad, pero no para convertirse en el proletariado industrial clásico de los productores directos, convertidos en una minoría que va desapareciendo pausadamente. De forma paradójica, la "proletarización" de las capas calificadas está ligada a una "desproletarización" de la producción.

Por otra parte la desvalorización de las calificaciones corre pareja con una expansión objetiva del concepto de "capital humano". Al revés de la decadencia de la nueva clase media, se realiza en cierto modo un inédito "pequeño-aburguesamiento" general de la sociedad, cuando los recursos industriales e infra-estructurales aparecen más como megaestructuras anónimas. El "medio de producción independiente" se deteriora hasta llegar a la piel de los individuos: todos se convierten en su propio "capital humano", aunque sea simplemente el cuerpo desnudo. Surge una relación inmediata entre las personas atomizadas y la economía del valor, que se limita a reproducirse de manera simulada, por medio de déficits y burbujas financieras. Cuanto mayor se vuelven las diferencias entre el pobre y el rico, más desaparecen las diferencias estructurales de las clases en la estructuración del capitalismo…

Finale (a modo de conclusión): La "utopía" de la Europa social

Lo que algunos llaman mito…

Cuando no se puede negar lo obvio, torcer la realidad, ocultar la evidencia, demostrar lo… indemostrable, no puede hablarse del "fantasma" de los mitos perturbadores que han retornado.

Los "pragmáticos" (?) sostienen que la economía europea está en la encrucijada, que sólo puede salir del actual atolladero "articulando un cuerpo de políticas macroeconómicas coherentes (?) con la promoción del crecimiento, al tiempo que se mantienen las políticas macroeconómicas de estabilidad y se modernizan las políticas de cohesión -esto es lo que se suele llamar "las políticas sociales"- para adaptarlas al entorno actual más exigente de globalización y fuerte competencia exterior"… Y agregan: Sólo así, "Europa estará labrándose un futuro más próspero y ganando peso en el concierto internacional.

Pero eso es, cabalmente, lo contrario, de los cinco criterios que predica la "Europa social" : que la tasa de paro esté por debajo del 5%; que la tasa de pobreza -los que viven por debajo del 60% de la media nacional- sea inferior al 5%; que la tasa de analfabetos de más de 10 años sea inferior al 3%; que la tasa de los mal alojados no supere el 3%; finalmente que la ayuda pública a los países en vías de desarrollo sea mayor del 1% del PIB.

Los "pragmáticos" (?), como sucede siempre, sostienen que creer en un "mito" como éste lleva a la ruina. La Europa social hundiría a la Europa próspera, y no habría Europa social.

Los "utópicos" (entre los que me incluyo) sostienen que "no se trata de desear lo imposible, sino -tal vez- sólo de continuar lo posible".

A menos, que los "pragmáticos" se atrevan a "confesar" y "convencer" de las virtudes competitivas y redistributivas de la "carrera de la pobreza" (pobres contra pobres)…

Un consuelo para "idiotas": entre los ganadores estarán también los consumidores, ya que la mayor competencia llevará probablemente a una caída en los precios. Según estimaciones citadas por OXFAM, una familia en Europa paga US$ 350 adicionales en ropa de lo que debería, debido a las actuales barreras.

Nos quedamos sin trabajo, pero podemos comprar más barato lo que antes producíamos (más caro) en el empleo que hemos perdido. Esto es la "competitividad"; esto es el "librecambio"; esto es lo que se hace pero no se dice; este es el "catecismo" de los pragmáticos. Esta es la flexibilización buscada. Esta es la desregularización pretendida. Este es el cambio de estructuras propugnado. Estas son las "municiones" con las que cargan las armas para "fusilar" al Estado del Bienestar.

(El gasto de los consumidores supone aproximadamente dos tercios de la economía americana. Por tanto, una mejora en el sentimiento tiene un considerable impacto tanto en el crecimiento económico como en los ingresos de las compañías. El Economista – 15/8/13)

Se ha invertido la estrategia de Henry Ford de pagar lo suficiente a sus trabajadores para que compren coches Ford. Las mezquinas políticas salariales -que van imponiéndose en EEUU y Europa- son parte de una economía en la que los trabajadores sólo pueden permitirse el "lujo" de comprar productos chinos.

Así y todo .una vez más- debemos soportar la misma hipocresía en el Foro Económico Mundial, en Davos, cuyo tema estrella es: "Seguridad y prosperidad, la misma moneda". Para finalizar diciendo (ofendiendo a la inteligencia y tomándonos por idiotas): "Lo que se está escribiendo aquí es un nuevo pacto adaptado a los nuevos tiempos del viejo entre el capital y el trabajo".

Por favor, señores pragmáticos (?), no sigan tratándonos como a imbéciles. Y menos, después de impuestos

Permítanme continuar citando a dos grandes Maestros.

Dijo Camus: "Indudablemente cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es, quizá, mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y la opresión"…

Dijo Sábato: "Tenemos que absolutamente saber que hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse.

Veinte o treinta empresas, como un salvaje animal totalitario, tienen el dominio del planeta en sus garras. Déspotas invisibles, controlan con sus órdenes la dictadura del hambre, la que ya no respeta ideologías ni banderas. Continentes enteros en la miseria junto a altos niveles tecnológicos, posibilidades de vida asombrosa a la par de millones de hombres desocupados, sin hogar, sin asistencia médica. Diariamente es amputada la vida de miles de hombres y mujeres; de innumerable cantidad de adolescentes que no tendrán ocasión de comenzar siquiera a entrever el contenido de sus sueños. Ya la gente tiene temor que por tomar decisiones que hagan más humana su vida, pierdan el trabajo, sean expulsados y pasen a pertenecer a esas multitudes que corren acongojadas en busca de un empleo que les impida caer en la miseria. Son los excluidos, una categoría nueva que habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía en cuyos balances no cuentan la vida de millones de hombres y mujeres que así viven y mueren en la peor miseria. Son los excluidos de las necesidades mínimas de la comida, la salud, la educación y la justicia; de las ciudades como de sus tierras"…

Ruegos y preguntas

Es muy probable que a los "ideólogos" del mercado les convenga más una sociedad "religiosamente" controlada como la india o una sociedad "políticamente" controlada como la china para desarrollar nuevos consumidores que sustituyan a las clases medias de los países desarrollados. Es la creación de una sociedad de consumidores "sin pasado" (sin las conquistas del pasado).

Ha llegado el fin del matrimonio perfecto: el consumidor de "última necesidad" y la "estructura industrial" (antigua forma de producción). La "eutanasia" (más o menos lenta) del consumidor burgués. El desmantelamiento de la clase media, columna vertebral de la revolución industrial, custodio de la defensa de los derechos de propiedad, consumidores pasivos y… estúpidos perfectos. Ya no se los necesita más.

¿De quién van a defender los derechos de propiedad?

¿Habrá llegado la hora final de la ambigüedad pequeño-burguesa?

¿Se convencerá la clase media (o lo que queda de ella) que debe dejar de ser la clase "contrarrevolucionaria"?

¿Será capaz de exigir la firma de un nuevo Contrato Social?

¿Tendrá voluntad y fuerzas para oponerse a la "voladura" del Estado del Bienestar?

¿Podrá alcanzarse la alianza de la clase media (o lo que queda de ella) con la clase obrera?

De la traición a la promoción del cambio…

Del servilismo a la revolución…

El "fin" de la historia y el último hombre (de clase media, en los países ricos)

Los que me "siguen de antes" (gracias y… perdón) saben, también, lo mucho que me gusta hacer una lectura "conspirativa" de la Historia.

¿Será por qué ya tengo más historia que futuro? ¿Será por el "Cambalache" que nos da la vida? ¿Será por qué siempre ha habido "chorros, maquiavelos y estafaos"? ¿Será por qué vivimos "revolcaos" en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos? ¿Será por qué hoy es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador? ¿Será por qué ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazados ni escalafón? ¿Será por qué si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón?… (partes de la letra del tango "Cambalache", escrito por Enrique Santos Discépolo en 1935).

En esa lectura "conspirativa" de la Historia, me animo a compartir con ustedes mi versión sobre la "Pasión y muerte de la clase media en los países desarrollados".

  • En la economía global se ha multiplicado por cuatro la oferta global de mano de obra efectiva.

  • La ONU proyecta que la población en edad laboral aumente en el mundo un 40% de aquí a 2050.

  • En las economías de los países desarrollados se ha producido una precarización del empleo, especialmente entre los más jóvenes y también entre los hijos de las clases medias con situaciones más fijas.

  • Actualmente asistimos a una proletarización económica de las clases medias. Mientras la conciencia mayoritaria es burguesa, conformista, consumista e individualista; la situación socio-económica es cada vez peor, un futuro nada halagüeño -más bien paupérrimo en todos los sentidos– que conformará, modulará y establecerá las nuevas clases económicas.

  • Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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