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Legalidad poética y desobra comunitaria. Reflexiones sobre comunidad, experiencia y lenguaje



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. La experiencia sobre el lenguaje y la disolución del sujeto en el espacio comunitario
  3. La apropiación de una irrealidad
  4. La experiencia poética sobre la muerte
  5. El deshacer comunitario
  6. Consideraciones finales
  7. Bibliografía

Resumen

Este trabajo indaga acerca de las nociones de comunidad y experiencia focalizando especialmente las problemáticas en torno al lenguaje que Agamben desarrolla en su obra temprana. En este sentido, se propone un recorrido que toma en consideración el diálogo que el autor entabla con el pensamiento de Walter Benjamin, Georges Bataille, Maurice Blanchot y Jean-Luc Nancy, con el objetivo de analizar y reflexionar sobre la apertura de un espacio comunitario a través de la reapropiación de una experiencia orientada sobre el lenguaje mismo. A partir de la desestabilización del orden normativo del dispositivo lingüístico que instaura la poesía y la literatura moderna, se plantea una teorización crítica acerca de los presupuestos que sostienen la categoría de sujeto y el funcionamiento de lo político. El acontecer de la palabra poética abre un proceso de desubjetivación, la experiencia de una infancia en la que el hombre es su propia posibilidad y potencia. Se trata entonces de pensar la idea de una legalidad poética como exposición y construcción compartida de expresiones singulares, una exterioridad pura que permita concebir la ley como creación y el hacer comunitario como proceso creativo.

Palabras clave

Agamben; comunidad; experiencia; experimentum linguae; infancia; legalidad poética

Abstract

This paper focuses on the notions of community and experience, especially on the issues around language that Agamben develops in his early work. In this sense, we propose a journey that takes into account the dialogue that the author establishes with Walter Benjamin, Georges Bataille, Maurice Blanchot and Jean-Luc Nancy, in order to analyze and reflect on the opening of a community space through the reappropriation of an experience based on the language itself. From the destabilization of the normative order of the linguistic device, that the poetry and the modern literature set up, we propose a critical theorizing about the budgets that hold the category of subject and the functioning of politics. The poetic word opens a process of desubjectivation, the experience of a childhood in which man is his own possibility and power. It is about thinking the idea of a poetic legality, as exposition and shared construction of singular expressions, a pure externality that allows conceiving the law as creation and community activity as a creative process.

Keywords

Agamben; community; experience; experimentum linguae; childhood; poetics legality

Este trabajo toma en consideración aspectos y materiales de la obra temprana de Agamben estableciendo cruces y aproximaciones que han sido poco transitados por los estudios críticos y teóricos. Se plantea un trayecto que aborda las obras Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental (1977), Infancia e historia (1979), El lenguaje y la muerte (1982), La comunidad que viene (1990) en diálogo con el pensamiento de Benjamin ("Sobre algunos temas en Baudelaire" [1939]), el de Bataille (La experiencia interior [1943], Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte [1945]) y las reflexiones sobre la comunidad que tuvieron lugar hacia los años ochenta a partir de las obras de Nancy (La comunidad inoperante [1983]) y Blanchot (La comunidad inconfesable [1983]). La indagación de la obra temprana de Agamben ilumina los estudios actuales de la Teoría Literaria mediante una aproximación a diversas formas de intervención poética que habilitan una apertura de sentido mediante la configuración de un espacio inquietante e inestable que redistribuye el ordenamiento de nombres, lugares y jerarquías instaurando su propia legalidad. Así se propone una reflexión en la que el desorden poético del discurso interpela las configuraciones históricas, políticas y culturales de la ley a través de la reapropiación de una experiencia común en la que se exponen singularidades que problematizan identidades, ideologías y tradiciones reactualizando el debate y las controversias aún vigentes en torno al vínculo que opera entre la comunidad, la experiencia y el lenguaje.

La experiencia sobre el lenguaje y la disolución del sujeto en el espacio comunitario

Agamben retoma la preocupación benjaminiana por buscar el lugar lógico para pensar una experiencia librada de todas las vestiduras del sujeto. En tanto, la expropiación de la experiencia implícita en el proyecto fundamental de la ciencia moderna reduce el mundo sensible a datos cuantificables en virtud de la unidad sintética que constituye la conciencia trascendental configurada a través del lenguaje, el autor plantea una revisión crítica de la categoría de sujeto a partir del experimentum linguae, donde los límites del lenguaje no se buscan en dirección a su referencia, sino en una experiencia que permita explorar su pura autorreferencialidad (Agamben, 2003: 216).

Si, siguiendo el planteo de Émile Benveniste, la subjetividad se funda en la capacidad del locutor de situarse como un ego, y la filosofía moderna se ha construido sobre la "aceptación no declarada del sujeto del lenguaje como fundamento de la experiencia y del conocimiento" (2003: 63),1 Agamben propone desarticular el dispositivo lingüístico para recuperar una experiencia muda, originaria, aquello que en el hombre está antes que el sujeto, una infancia del hombre.

El experimentum linguae otorga al hombre la posibilidad de reapropiarse de la experiencia de su propia esencia lingüística. Es la recreación del vínculo comunicacional mediante la apertura hacia un afuera, hacia una pura exterioridad que exponga una singularidad cualquiera, la envoltura de la existencia que despliega el ser tal cual se muestra, un así que tiene lugar de tal manera a través de una exposición que es pura relación con el lenguaje mismo.

En este sentido, en La comunidad que viene Agamben coloca la poesía y la literatura en un lugar central para esta puesta en abismo del dispositivo lingüístico. La desarticulación del yo exige una experiencia que lleve el lenguaje hasta sus propios límites, la desestabilización semántica del lenguaje poético permite la exposición de la singularidad en una exteriorización total tal cual se muestra. La comunidad que viene, una comunidad sin presupuestos y sin sujetos, solo será posible mediante una experiencia previa a la codificación lingüística que rasgue las vestiduras del sujeto como fundamento de la política y la constitución del Estado.

Ahora bien, ¿de qué manera se conforma una comunidad de singularidades cualquiera?

¿Cómo se recrea el vínculo comunicacional con el otro en función de esta experiencia sobre el lenguaje mismo? ¿Podría pensarse la comunidad que viene como una reformulación del multiculturalismo o, en todo caso, se trataría de su radicalización a través de la exposición total de las diferencias?2 Para abordar estos cuestionamientos resulta imprescindible revisar las reflexiones de Agamben sobre la relación entre el lenguaje y la muerte. La auténtica experiencia sobre el lenguaje es una experiencia sobre la Voz de la muerte. Esa Voz que resuena como deceso y agonía retiene las marcas de la muerte animal, es una Voz que "no es ya signo natural y no es todavía discurso significante" (2008: 81).3 El lenguaje humano se funda en la voluntad de querer-decir sobre la muerte, es en última instancia una facultad de la muerte que el experimentum linguae permitiría recuperar como negatividad total, la experiencia que lleva el lenguaje a su propio vacío.

El lenguaje configura un campo de significación que cubre un desgarramiento originario. La posibilidad de recrear el vínculo comunicacional reside en la capacidad del hombre de tener una experiencia de la muerte a través del lenguaje, una experiencia del dispositivo lingüístico con su propia carencia. En este punto, resulta imprescindible reponer el pensamiento de Georges Bataille sobre la idea de comunidad. Para el autor, la presencia del otro se revela plenamente sólo "si el otro, por su lado, se inclina sobre el pretil de su nada o si cae en ella (si muere). La ?comunicación' no tiene lugar más que entre dos seres puestos en juego –desgarrados, suspendidos, inclinados uno y otro sobre su nada" (Bataille, 1979: 51). La muerte del otro disuelve al sujeto en un nosotros, una mirada que ya no puede apropiarse individualmente de lo inasible y entonces se sustrae en un colectivo que observa atónito la "universal desaparición que es la muerte" (Bataille, 2001: 368). La muerte, en tanto expropiación radical de lo viviente, conforma la comunidad, trasciende al sujeto que no puede asirla ni atenuarla, sólo compartirla.

La muerte marca un afuera en el interior de la comunidad, despliega el abismo que establece los límites de ese otro lado. Pues bien, ¿es en este sentido que deberíamos pensar la procedencia del amor comunitario a partir de la cercanía de la muerte tal como lo plantea Maurice Blanchot (1999: 71)? El lazo sentimental que une la comunidad sólo puede realizarse como pérdida, es decir, perdiéndose no aquello que se ha tenido, sino lo que no se ha tenido jamás, "porque el ?yo' y el ?otro' no viven en el mismo tiempo" (Blanchot, 1999: 74). La comunidad inconfesable emerge en función de esta puesta en abismo del vínculo amoroso sobre su propia nada, sobre su propia imposibilidad de ser. El decir de la palabra que muestra la inaccesibilidad del otro, el puro deseo como ausencia, un acercarse al otro que implica la disolución del yo en un nosotros que no puede confesar sino su propia incapacidad de aprehender la muerte.

En este sentido, la comunidad es el espacio que hace posible tener una experiencia anterior al lenguaje, una apertura y una exposición de singularidades en un afuera, un estar-en-común frente a la muerte que se expresa como pura exterioridad, la comparecencia junto al otro que se manifiesta como espacio comunicacional previo a la codificación del dispositivo lingüístico. La comunidad de amantes y artistas que propone Jean-Luc Nancy (2000) sería este espacio creativo que desenmascara el artilugio lingüístico mediante el cual el hombre se constituye como sujeto y le da la espalda a la experiencia. La propuesta agambeniana de pensar una infancia del hombre llama entonces a una revisión de las categorías de comunidad, experiencia y lenguaje.

La apropiación de una irrealidad

En la indagación agambeniana sobre la infancia del hombre resuenan los escritos tempranos de Walter Benjamin que reflexionan en torno a la posibilidad de pensar una experiencia infantil anterior a la codificación formal del lenguaje adulto. En "A Child's View of Color" Benjamin (2011) encuentra en el niño una mirada inmersa en un mundo de infinita e inmanente intensidad. Si el adulto percibe el color enmarcado en el contorno definido de los objetos, para el niño, en cambio, aquel constituye una trama fluida de matices cambiantes e indistintos ligada a la pura receptividad sensorial y a la imaginación artística. Desde esta mirada intuitiva, nos aproximamos a un modo de experiencia aún no atravesado por formalizaciones propias de la vida adulta. En palabras de Martín Jay, "todavía ningún sujeto se ha situado en oposición a un objeto, ninguna forma se ha trazado todavía en la superficie plana o incluso curva" (2009: 370). Así como la mirada infantil ofrece una matriz de percepción previa a las formas, la flâneurie será para Benjamin (1988) un modo de aprehensión de la inmediatez del presente que irrumpe como discontinuidad y fragmentariedad de la experiencia tradicional. Las nuevas formas masivas de producción e interacción urbana establecen una experiencia a modo de shock en función de la cual la realidad se presenta como un tejido onírico que yuxtapone presente y pasado; la disociación de las tareas manuales y artesanales, las transformaciones en las modalidades de circulación y los nuevos dispositivos de comunicación configuran el nuevo escenario de las ciudades modernas donde el flâneur puede extraviarse en la multitud y perderse en el encantamiento de la sociedad de mercado.

Hay una opacidad en esa experiencia urbana, en esa aprehensión pre-reflexiva del mundo, que Agamben y el propio Benjamin recuperan como punto de partida para una experiencia sobre el lenguaje que permita redimir la naturaleza comunicacional del hombre de las formas míticas anquilosadas en la mercancía. En efecto, la experiencia de shock conlleva un potencial de extrañamiento que Baudelaire infunde en su poesía, un coup d'oeil féerique que imprime a la palabra poética el carácter místico con el que se cargan los objetos cuando pierden la autoridad que deriva de su valor de uso y que garantiza su intangibilidad tradicional: "La grandeza de Baudelaire frente a la invasión de la mercancía fue que respondió a esa invasión transformando en mercancía y en fetiche la obra de arte misma" (Agamben, 1995: 87).

Baudelaire lleva la palabra poética a su extremo vaciamiento semántico, como una experiencia de shock su poesía despliega un lenguaje en el que se destruyen los contextos y las interconexiones convencionales para asumir la máscara enigmática de la mercancía absoluta. Así, la fetichización radical de la palabra poética anula el valor de uso exhibiendo su total inutilidad y cristaliza, al mismo tiempo, la arbitrariedad y la transitoriedad en la formación del valor de cambio. La lección que Baudelaire legó a la poesía moderna es esta tarea sacrificial que lleva el lenguaje a los límites de la significación, la "destrucción del arte por obra del arte" (Agamben, 1995: 97) es un gesto de apropiación de una irrealidad, el devenir del arte en mercancía absoluta que pone al descubierto las contradicciones de la mercancía como fetiche y redime al lenguaje del patrón utilitario de circulación y acumulación.

Tener una experiencia sobre el lenguaje implica llevar a cabo una experiencia del lenguaje con su propia carencia, con el vacío de fundamento de la palabra y la voz humana. La poesía moderna desactiva la potencia ordenadora del código, la palabra poética inscribe su propio principio de desciframiento; la métrica, el ritmo, la sonoridad imprimen a cada frase la capacidad de modificar soberanamente los valores y las significaciones de una lengua propia que es siempre, al mismo tiempo, la lengua del otro, un código en continuo devenir. Agamben encuentra en la poética moderna un viaje a esa infancia pre-lingüística en la que el extrañamiento entre las palabras y las cosas configura la matriz de aprehensión del mundo, una experiencia del hombre sobre su propia naturaleza lingüístico-comunicativa tendiente a recrear no solo la relación del hombre con el lenguaje, sino también –en tanto ese logos constituye lo común– las relaciones sociales instituidas en todo orden dado.

En este sentido, si en la segunda mitad del siglo XIX la poesía de Baudelaire le disputa a la mercancía la construcción fantasmagórica del imaginario social en virtud de la fetichización del lenguaje poético, hacia la última década del siglo XX Agamben encuentra en la mercancía espectacular la posibilidad de cristalizar la alienación lingüística sobre la que se erige la sociedad del espectáculo. Hay aquí nuevamente un gesto actualizado de reapropiación de esa irrealidad que configuran los medios masivos de comunicación junto a los nuevos dispositivos publicitarios y las nuevas tecnologías comunicacionales. La economía mercantil adquiere el estatuto de soberanía absoluta y regula a través de la constitución del Estado las relaciones sociales en virtud de esta irrealidad, una vacuidad fantasmagórica que enajena al hombre de lo que le es más propio: la comunicabilidad misma.

A través de imágenes fragmentadas, la violencia del espectáculo4 manipula la percepción y la memoria colectiva asociando la vacuidad fantasmagórica de las formas publicitarias con la identidad propia de una pequeña burguesía globalizada que trasciende las tradicionales fronteras geográficas, socio-culturales e ideológicas: "La política contemporánea es el desolador experimentum linguae que desarticula y disuelve a lo ancho de todo el planeta tradiciones y creencias, ideologías y religiones, identidades y comunidades" (Agamben, 2003b: 71). Pues bien, sólo aquellos que lleven el experimentum linguae hasta sus últimas consecuencias podrán reapropiarse de esta irrealidad espectacular. Tener una experiencia del lenguaje sobre sí mismo implica la apertura de una exposición sobre el infundamento de la palabra y la Voz. En este sentido, es también un proceso de desubjetivación y transformación del orden dado en función de la puesta en abismo del espectáculo como pura irrealidad.

Pensar esta experiencia como una infancia del hombre que permita desestabilizar los presupuestos que sostienen la categoría de sujeto y el funcionamiento de lo político, nos conduce entonces a reflexionar sobre una nueva idea de comunidad, un vínculo con la alteridad que disuelva las tradiciones, creencias e ideologías en una apertura comunicacional, un espacio inquietante, en continua tensión, que no llene, sino que señale el vacío sobre el que se funda el tener-lugar del lenguaje.

La experiencia poética sobre la muerte

La experiencia del tener-lugar del lenguaje con su propia nada es una pura exposición de la palabra como desgarramiento, como grito agónico que cubre el vacío ante la muerte. En ese espacio abierto se condensan las tensiones de la elaboración semántica en función del extrañamiento del artilugio lingüístico. La experiencia de construir sentido a través del lenguaje solo es posible si se vuelve extraño lo propio llevando al sujeto fuera de sí.

La experiencia poética expone lo común al hombre más allá de cualquier individualidad identitaria, en este sentido, constituye una experiencia que abre la posibilidad de crear sentido sin otro soporte que la relación con la alteridad a través del extrañamiento de la palabra. Retomando el pensamiento de Bataille sobre la comunidad, "le poétique est du familier se dissolvant dans l'étrange et nous-mêmes avec lui" (1973: 17). La perversión poética de la palabra subvierte el orden del discurso disolviendo la identidad del yo y volviendo extraña la relación entre el sujeto y el mundo. La comunidad batailliana es un vínculo comunicacional que se entabla mediante la experiencia del desequilibrio poético que encuentra en lo conocido su propio desconocimiento. Pero ese vínculo es sobre todo una extensión vacía, un estado de desnudez fuera de sí, la experiencia de un desgarramiento, la exterioridad pura del pronunciar el lenguaje sobre la muerte.

Qui suis-je pas ?moi' non non mais le désert la nuit l"immensité que je suis qu"est-ce désert immensité nuit bête vide néant sans retour et sans rien avoir su Mort réponse ponge ruisselante de songe solaire enfonce-moi que je ne sache plus que ces larmes (Bataille, 1973: 186).

El yo se desintegra en una nada sin retorno, es una negación de la ipseidad en un afuera: "le désert la nuit l"immensité". El poema de Bataille expresa la experiencia interior, un viaje del que se vuelve sin haber sabido nada, con la muerte como única respuesta. Este viaje es entonces una aproximación a lo que nos es más extraño y, al mismo tiempo, más familiar; la experiencia del lenguaje es una experiencia con la propia finitud, la capacidad de deshacer la identidad del yo en una apertura hacia lo otro.

El poema se cierra con la petición del sujeto de hundirse en su propio derramamiento, en un exceso del yo que no sepa más que sus propias lágrimas. Devenir desierto, inmensidad, noche animal supone el despojamiento de las vestiduras del yo en un otro, volverse extraño mediante un estado de desnudez que asuma el delirio soberano de las palabras.

Étoile je la suis ô mort étoile de tonnerre folle cloche de ma mort (Bataille, 1973: 187).

La experiencia poética hace posible la aniquilación del yo y también habilita una "folle cloche de ma mort" para los otros, es un grito de desgarramiento hacia afuera que solo pueden escuchar aquellos que también se hayan arrojados a su propio abismo. La comunidad es un estado de comunicación que exige el reconocimiento de la propia finitud en la muerte del otro. La comunidad de quienes se encuentran a la escucha del llamado de lo desconocido abre un vacío semántico que solo la palabra poética puede colmar exhibiéndose como carencia.

Podríamos hablar del "interpelado", término que Mónica Cragnolini toma de Jean-Luc Marion para señalar a "aquel que está atento a la llamada del otro, con un cierto carácter de ?pasividad'" (2005: 22). La muerte del otro irrumpe sin anticipación y resuena, a modo de fantasma, como un llamado radical de extrañamiento, una oscilación entre la vida y la muerte que liga a los hombres comunicacionalmente. La muerte, no la vida, nos estrecha en un horizonte común. Siguiendo las reflexiones de Roberto Esposito, lo que pone al sujeto fuera de sí –en común– es la muerte del otro: "No porque se puede tener experiencia de esa más que de la propia, sino exactamente por el motivo contrario: porque no es posible. Es esa imposibilidad lo que compartimos como nuestra experiencia extrema. La experiencia de lo no experimentable" (2003: 198).

La muerte del otro remite al carácter inapropiable de toda muerte, a la experiencia de la expropiación radical de lo experimentable. El viaje a esa nada une a los hombres en virtud de sus propias heridas, del desgarro de su integridad en provecho de una apertura hacia el continuum que conforma ese afuera comunitario. La comunicación entendida en estos términos refiere a un régimen de violencia permanente hacia la significación de la palabra. En el estar-fuera-de-sí comunitario la desestabilización poética desencadena un exceso de sentido en virtud de una voz de extrañamiento que es pura exterioridad, la manifestación rítmica y sonora de una constante reelaboración semántica.

Es en este sentido que Agamben considera al elemento métrico-musical de la poesía como un super-shifter en función del cual la palabra adquiere en el verso el lugar de una memoria y una repetición; el ritmo y la sonoridad establecen una apertura semántica en la que el lenguaje se repliega sobre sí mismo:

[El] verso (versus, de verto, acto de volver, de retornar, opuesto al prorsus, al proceder directamente de la prosa) me advierte que estas palabras están siempre ya advenidas y retornarán de nuevo, que la instancia de palabra que tiene lugar en él es, por lo tanto, inasible. Es decir, que a través del elemento musical, la palabra poética conmemora el propio lugar inaccesible originario y dice la indecibilidad del acontecimiento del lenguaje (es decir, trova [encuentra] lo inencontrable) (Agamben, 2008: 126-127).

La entonación poética hace del advenimiento de una voz ya dicha el canto de la indecibilidad misma del acontecer lingüístico. En esta experiencia resuenan las palabras del otro, un espectro fantasmagórico de lo extraño que irrumpe violentamente. Volviendo entonces a los versos de Bataille "Mort/ réponse/ éponge ruisselante de songe", encontramos aquí la articulación de una voz que corporiza la exterioridad radical que constituye la muerte. La reiteración fonética "réponse/éponge/songe" precipita rítmicamente el acontecer del lenguaje como lugar inaccesible de una finitud que se llena, como un sueño o una cadencia musical, de múltiples sentidos.

El decir del lenguaje poético trova sobre lo inencontrable, sobre la propia muerte y sobre la muerte del otro. La finitud misma se presenta, se expone y existe en tanto comunicación. Como sostiene Nancy: "La comunicación consiste ante todo en este reparto y en esta com-parecencia de la finitud: vale decir en esta dislocación y en esta interpelación que se revelan así constitutivas del estar-en-común" (2000: 57). Las singularidades se comunican a través de un reparto comunitario que asume la escucha y el pronunciamiento de la finitud en la palabra poética. Es una experiencia del lenguaje que se repliega sobre sí mismo para aprehender su propio desierto, su propia muerte.

El deshacer comunitario

La reapropiación de la experiencia solo es posible en una comunidad que sostenga su propia inconclusividad. La exposición y el reparto de las singularidades aplazan todo proyecto pues se demoran siempre en un éxtasis del instante comunicacional, como una continua aproximación amorosa que no culmina su obra sino que impulsa constantemente su desobra, la interrupción, la fragmentación y el suspenso de su propia realización.

Con el término "desobrada" Nancy refiere a esta idea de una comunidad donde las singularidades reposan en el estar-en-común frente a la comparecencia de la finitud. La comunidad de amantes, una comunidad de los que no tienen comunidad se plantea así eternamente provisional frente a toda obra social, económica, técnica o institucional. Esta comunidad desobrada se manifiesta tanto en el desencadenamiento de la pasión amorosa como en la escritura literaria:

Mientras que la palabra de los amantes va en busca de una duración para su gozo, a la cual el gozo se hurta, la "escritura" en este sentido vendría a inscribir, más bien, la duración colectiva y social en el instante de la comunicación, en el reparto. El "comunismo literario" sería el reparto de la soberanía que los amantes, en su pasión, no operan sino que exponen afuera: la exponen primero a ellos mismos, a sus seres singulares; pero en cuanto tales, esos seres comparecen ya, justo mientras los amantes se abrazan, en y ante una comunidad entera (Nancy, 2000: 72).

El amor y la escritura literaria exponen un trazado singular que renuncia a hacer obra. La pasión amorosa como la escritura entrañan una atracción hacia lo familiar- desconocido que en su propio hacer retrasa su finalidad. Blanchot remite al mayo francés para señalar la experiencia de una comunidad sin proyecto en la que el decir tenía preferencia sobre lo dicho:

La poesía era cotidiana. La comunicación "espontánea", en el sentido de que parecía irrefrenable, no era otra cosa que la comunicación consigo misma, transparente, inmanente, a pesar de los combates, debates, controversias, donde la inteligencia calculadora se expresaba menos que la efervescencia casi pura (en cualquier caso, sin desprecio, sin altura ni bajeza), por eso, podía presentirse que, invertida la autoridad o más bien descuidada, se declaraba una manera aún nunca vivida de comunismo que ninguna ideología estaba en condiciones de recuperar o de reivindicar (Blanchot, 1999: 55).

La experiencia poética entabla una comunicación explosiva donde la palabra es puro nombre y pura voz, la expresión de las pasiones a través de la exposición de un lenguaje librado de toda utilidad. El acontecer del lenguaje poético deja abierto el vacío que precede a toda creación, es la exteriorización de las singularidades cualquiera que no reivindican ninguna propiedad o identidad definitiva sino que cohabitan junto a su propia nada como potencia pura y absoluta.

En efecto, "cualquiera" es el ser que puede no ser, que puede su propia impotencia. En este sentido, Agamben encuentra en la figura de Bartleby el acto supremo de escribir, ya que es aquel que puede escribir pero prefiere no hacerlo, "no escribe sino su potencia de no escribir" (2003b: 40), el escribiente se apropia de su potencialidad manteniéndola en relación con su propia privación, su impotencialidad.5

De esta manera, la comunidad no puede venir del ámbito de la obra sino de un hacer que exponga la posibilidad de su propia desobra. La comunidad asume su carácter episódico y transitorio en la exposición de la pasión amorosa y la escritura literaria que retrasan su pasaje al acto transfiriendo su potencia de no ser. Es en este sentido que Agamben reflexiona en torno a las manifestaciones estudiantiles de Tiananmen evocando lo que había sido el Mayo del 68 para Blanchot, es decir, una nueva forma de intervención política que no podía ser representada por el Estado pues no sostenía ninguna propiedad identitaria.6 En este "Mayo Chino" el hacer comunitario se estableció en función de una co-pertenencia que expuso el propio vacío sobre el que se proyecta todo hacer.

En tanto el hombre no es ni ha de realizar ninguna esencia, ninguna vocación histórica o espiritual, ningún destino biológico, la comunidad entendida en estos términos despliega el espacio de la existencia como posibilidad y potencia, es la apertura de un hacer creativo7 que mantiene su carácter provisional y transitorio frente a toda obra.

Pues bien, en este punto podríamos adentrarnos en la problematización que Agamben propone en El lenguaje y la muerte en torno al sacrificio como ficción inaugural sobre la que se funda la cultura. Todo hacer del hombre, en cuanto no está naturalmente fundado, sino que tiene que establecer su propio fundamento, remite a un mitologema sacrificial, una violencia sagrada que se presupone para repetirla y regularla en la estructura del orden social. En este sentido, el sacrificio proporciona a la sociedad y a su legislación infundada una ficción de inicio: "lo que está excluido de la comunidad es, en realidad, aquello sobre lo que se funda la vida entera de la comunidad y es asumida por esta como un pasado inmemorial y, sin embargo, memorable" (2008: 168).8

La dimensión de lo sagrado es ambigua y circular, incluye, para la tradición occidental, aquello que es reservado a los dioses, al soberano y a la ley pero también a aquel que transgrede la legalidad.9 Esta ambigüedad entre el adentro y el afuera, entre la inclusión y la exclusión, conforma la paradoja de la ley y la soberanía. Tanto la ley como el soberano están, al mismo tiempo, fuera y dentro del orden establecido ya que cuentan con el poder legítimo de suspender su propia validez: "la ley está fuera de sí misma, está fuera de ley; o: yo, el soberano, que estoy fuera-de-ley, declaro que no hay fuera-de- ley" (Agamben, 2012: 20). Así, la soberanía administra un hacer lícito que se sostiene en la enunciación misma de una ley que es instituida dentro del ámbito de lo sagrado. En este sentido, la cultura legaliza el hacer como un sacrum facere. La estructuración del régimen social y político se fundamenta en su propio mitologema que hace del hacer del hombre un hacer marcado por la sacralidad del orden dado.

Será entonces tarea de la comunidad que viene asumir ese "dogma hipócrita de la sacralidad" (Agamben, 2003b: 74) deshaciendo toda ficción de inicio y todo presupuesto previo a su propia obra:

Una fundación cumplida de la humanidad en sí misma debería […] significar la definitiva eliminación del mitologema sacrificial y de las ideas de naturaleza y de cultura, de indecible y de decible que se fundan en él. Incluso la sacralización de la vida deriva, en efecto, del sacrificio: desde este punto de vista, no hace sino abandonar la desnuda vida natural a su propia violencia y a su propia indecibilidad, para fundar después sobre éstas toda reglamentación cultural y todo lenguaje (2008: 170).

La comunidad que viene debe exponer el infundamento del hacer humano en virtud de su propia desobra, la destrucción de sí misma mediante la desacralización de la legalidad que escinde la desnuda vida natural del ámbito de la cultura. En este sentido, el deshacer comunitario deberíamos pensarlo como un nuevo sacrificio a través del cual la sacralidad se carga del delirio soberano de la palabra poética redimiendo al lenguaje de una praxis normativa y exhibiendo la legalidad como creación y la cultura como proceso creativo.

Esta idea nos acerca a la noción batailliana de la poesía moderna como espacio de un nuevo sacrificio en el que el hombre se reapropia de su comunicabilidad:

De la poésie, je dirai maintenant qu'elle est, je crois, le sacrifice où les mots sont victimes. Les mots, nous les utilisons, nous faisons d'eux les instruments d'actes utiles. Nous n'aurions rien d'humain si le langage en nous devait être en entier servile. Nous ne pouvons non plus nous passer des rapports efficaces qu'introduisent les mots entre les hommes et les choses. Mais nous les arrachons à ces rapports dans un délire.

Que des mots comme cheval ou beurre entrent dans un poème, c'est détachés des soucis intéressés. Pour autant de fois que ces mots: beurre, cheval, sont appliqués à des fins pratiques, l'usage qu'en fait la poésie libère la vie humaine de ces fins (Bataille, 1973: 156-157).

El deshacer comunitario es, en este sentido, una experiencia del hombre con su propia esencia comunicacional, una experiencia singular con el lenguaje que expone su potencia de no ser otra cosa más que la "efervescencia casi pura" de una comunicación poética consigo misma, transparente, inmanente.

La comunidad constituye, de esta manera, un hacer sagrado10 que se manifiesta a través de un lenguaje redimido de toda utilidad. El sacrificio poético cuyas víctimas son las palabras permite al hombre reapropiarse de la experiencia de su propia potencia comunicacional, una potencia que adquiere su verdadero valor en cuanto puede también revelar su propia impotencialidad y exhibir su propia nada. La construcción de sentido comunitariamente mediante el advenimiento de la palabra poética pone al descubierto el vacío que precede a toda creación, el infundamento del sacrificio sobre el que se establece la legalidad del orden instituido.

Consideraciones finales

En este trabajo hemos reflexionado sobre algunas problemáticas centrales en la obra temprana de Agamben que nos permiten acercarnos a la categoría de infancia en relación con un espacio comunitario que abre al hombre moderno la posibilidad de tener una experiencia con su propia esencia lingüística-comunicativa. Podríamos concluir en este sentido que, en efecto, a través de la idea de infancia Agamben articula el vínculo entre la comunidad, la experiencia y el lenguaje en tanto lo "que caracteriza al infante es que él es su propia potencia, él vive su propia posibilidad" (2012: 29).

Como hemos señalado la poesía y la escritura literaria tienen la potencia de, en el momento de pasar al acto, no anular su propia impotencia. La facultad comunicativa y creativa del hombre se manifiesta a través del lenguaje poético-literario conformando un espacio abierto en el que conviven las tensiones que no llenan, sino que señalan el vacío, el desgarramiento originario sobre el cual las palabras configuran un campo inestable de significación.

En la comunidad los hombres se aferran a su propia posibilidad y potencialidad. La comunidad de artistas y amantes opera en la medida en que desobra, atenta contra su propia culminación, es la negación de su obra. El hacer comunitario es la reapropiación misma de la infancia del hombre, de una experiencia muda y originaria, previa a la constitución del sujeto a través del lenguaje que, en virtud del extrañamiento del orden convencional, señala el infundamento de todo hacer y todo lenguaje.

La perversión del lenguaje poético es la puesta en abismo del decir, la aproximación del lenguaje a la muerte, una apertura que disuelve la identidad del sujeto a través de la pura exposición de la singularidad tal cual se nombra. El tener lugar del lenguaje supone el estar a la escucha del llamado de lo más extraño, de la propia finitud que constituye el vacío previo al pronunciamiento de la palabra. La poesía asoma la palabra a esa finitud, articula sobre una nada que resuena con la repetición y la sonoridad como advenimiento de lo ya dicho. El sacrificio poético que se manifiesta a través del delirio soberano de las palabras desactiva la potencia ordenadora del código inscribiendo su propio principio de desciframiento, su propia legalidad atravesada por marcos de interpretación y decodificación en continuo devenir.

En tanto todo orden lícito y sagrado se sostiene en un mitologema sacrificial, la poética instaura un hacer sagrado que se vuelve sobre sí mismo negando su propia ficción de inicio. Es, en definitiva, el pronunciamiento del lenguaje sobre el infundamento de todo hacer y todo decir, la articulación de una voz que hace del decir mismo la actualización de su potencia y su posibilidad. Este experimentum linguae, la experiencia del hombre sobre su facultad del lenguaje, constituye la reapropiación comunitaria de su potencia pasiva, despliega un hacer que es la pura exposición de las singularidades en su desobra poética.

Así, la obra tempana de Agamben, retomando los planteos de Benjamin, Bataille, Blanchot y Nancy, sitúa los interrogantes sobre el problema de la comunidad y las posibilidades de intervención político-literaria en una reflexión crítica que asume centralmente las problemáticas sobre el lenguaje y la experiencia. La elaboración colectiva de sentido exige una apertura en la que el hacer y la existencia exhiban su carácter provisional y transitorio a través de la reapropiación del hombre de una experiencia sobre su esencia lingüística-comunicativa, donde la exposición de la propia carencia sobre la que se funda el lenguaje y la cultura se exprese en formas singulares, sustituibles e irrepresentable, formas del decir y del hacer que permitan la construcción continua de un espacio común compartido.

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Trad.: Juan Manuel Garrido Wainer.

Notas:

1. La cursiva pertenece al original. En este trabajo las citas se tomarán tal cual aparecen en el original excepto que se especifique lo contrario.

Partes: 1, 2

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