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Biografía de Santos Michelena (1797-1848) Historia de Venezuela (página 2)



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Lo cierto era que el tráfico continuaba, y los barcos seguían transportando a hombres y mujeres que necesitaban otro tratamiento compatible con la dignidad humana. Para ello Michelena insistió, demostrando su alto espíritu, hasta que en 1839 tuvo la satisfacción y la inmensa alegría de ver coronados sus esfuerzos.

Un funcionario idóneo

La capacidad de un funcionario se mide por su iniciativa y rendimiento. Pero lo que más define la elevada personalidad de un funcionario es la dignidad con que presta su misión. Así, Michelena va a ser un exponente claro de esta cualidad al negociar un tratado en Bogotá por el cual se regulaba el comercio de tránsito. Dicho tratado establecía que tanto Venezuela como Nueva Granada cobrarían derechos o impuestos de importación por las mercancías que, de tránsito por uno de estos países, ingresaran en el otro. El Consejo de Estado (13) Consejo de Estado: Conserjes y Ministros. De Venezuela hizo observar a Michelena que el Gobierno no podía aprobar un convenio que creara un impuesto por las mercancías que fueran consumadas en Venezuela y que hubieran pasado por Nueva Granada. Michelena en forma franca y responsable se dirige al Gobierno de Venezuela para manifestar su desacuerdo con tan absurda actitud. En comunicación enviada al General Carlos Soublette le manifiesta: "Es bien peregrina la recomendación que hace el Consejo de Estado de que se disputa el derecho de las aduanas neogranadinas a que puedan cobrar impuestos sobre las mercancías que van a Venezuela. Con el mismo derecho y en la misma forma, Venezuela pretende cobrar derechos sobre las mercancías que van a Nueva Granada, y entrar por las aduanas venezolanas. Sírvase leer mis razones, compare los principios del derecho de Gentes (14) Derecho de Gentes: Normas que regulan las relaciones entre diversos países. Y dígame después si los neogranadinos no tienen razón. Nada menos que la razón de defender una manifestación de su soberanía. Si razones tan evidentes no las aceptan, habré de dirigir mi renuncia, porque estoy resuelto a no sacrificar jamás, por ninguna consideración ni respeto humano, mis principios de justicia, ni a poner en ridículo el puesto que desempeño".

La revolución de "las reformas" y Santos Michelena

La patria venía viviendo una época feliz. La República se organizaba democráticamente bajo una paz fecunda. La economía era próspera, con una exportación cafetera extraordinaria. Se dictaban las primeras leyes del reparto de tierras, para desarrollar la inmigración. Se desarrollaba la instrucción con la creación de escuelas y la protección del Estado para la cultura en general.

Todo ese estado de cosas se hacía bajo el auspicio de ese hombre formidable: el general Páez. "Conmueve ver a Páez en esta actitud de celo y amor, tratando de ocultar las garras para no herir la piel de los hombres, pero con los ojos muy abiertos, cual si quisiese penetrar hasta el fondo de los corazones que lo rodean". (15) Díaz Sánchez, Elipse de una ambición de poder.

La opinión pública quiere que aquella obra de gran alcance civil sea continuada por el sabio Vargas, prototipo del hombre prudente, del desinterés del respeto a la ley; en una palabra: el hombre del espíritu público.

No estaba hecho para gobernar a Venezuela. Se olvida del mando, de la autoridad, del poder. Sólo piensa en la letra de la ley y en el bien de la colectividad. Comparte sus horas entre la magistratura y el ejercicio gratuito y bondadoso de la medicina. Se rodea de los mejores. Busca los más claros talentos para que lo acompañen. Los notables civiles, como Michelena; y los militares respetuosos de la ley, como Soublette.

Derrotado el Partido Militarista en las elecciones anteriores, venía preparando el Golpe de Estado. En la madrugada del 8 de julio de 1835 el Batallón Anzoátegui y la Guardia de Policía habrían dejado sus Cuarteles, tomando el parque y rebelándose contra el gobierno. Vargas dice que no cederá sino a la fuerza y convoca allí mismo al Consejo de Gobierno, el cual autoriza al Presidente para emplear la fuerza armada con el fin de restablecer el orden.

A los rebeldes no les impresiona la demostración de carácter del Presidente, ni la de su Secretario, Juan Nepomuceno Chávez, que corre a la calle gritando: ¡Viva el Doctor Vargas! ¡Viva la Constitución! A los insurrectos poco les importa el derecho; lo que vale para ellos es la fuerza, y la tienen en sus manos.

Fue muy distinta la actitud que asumieron en este momento grave de la historia nacional hombres como el Secretario Chávez y el Ministro Michelena, por una parte, y por la otra, el ministro Antonio Leocadio Guzmán. Mientras los primeros demuestran la firmeza de su carácter con su gesto varonil, al último se le verá ir de un lado a otro, como viendo hacia dónde se inclina la balanza. Michelena, por ejemplo, se niega, como Vargas, a renunciar por efecto de la fuerza; en cambio, Guzmán no se pronuncia, para no comprometerse. Tales hombres son ejemplo de distintas actitudes ante los acontecimientos.

En este estado de cosas y en un esfuerzo por salvar el respeto a la ley, apeló Vargas a un último recurso conciliatorio: ofreció a los revolucionarios que se concedería en seguida un armisticio general, garantizando por la elección de un Jefe del Ejército como Páez, que no se mostraba inclinado a ningún bando; que el Gobierno convocaría extraordinariamente el Congreso para someterle a su consideración la conveniencia de elegir una Constituyente, y que el Presidente renunciaría ante el Congreso o ante la Constituyente.

De acuerdo con sus principios Michelena tomó una actitud muy enérgica. Juzgaba que no era conveniente para la seguridad y respeto de las instituciones el entablar pactos con los rebeldes.

Estos, envalentonados por el éxito que tenían y por las proporciones del Gobierno, no las aceptaron, sino que, por el contrario, enviaron a éste un ultimátum. Y el día 9, convencidos al fin de que el Presidente no cejaría en su valerosa aunque conciliatoria actitud, lo enviaron a La Guaira, junto con Narvarte, y, embarcados en la Goleta "Aurora", los deportaron para Santo Thomas.

En una campaña rápida, dirigida por Páez, los reformistas son batidos y obligados a huir. El gran llanero es ahora el defensor de la República y de la Ley. Es el mismo que, en 1826, se había rebelado contra el Gobierno Constitucional de la Gran Colombia.

Al terminar su campaña victoriosamente en defensa del Gobierno Constitucional, Páez dijo:

"Desgraciada Venezuela si se reconociese el fatal principio que envuelve el pronunciamiento del día 8 de abril".

Los reformistas, en seguida, abandonan la Capital el día 27, y Páez la ocupa el día 28. El 21 nombra Vargas Ministro del Interior al Licenciado José Santiago Rodríguez, en sustitución del veleidoso Antonio Leocadio Guzmán. Conde siguió desempeñando la cartera de Guerra y Marina, así como Santos Michelena, Hacienda y Relaciones Exteriores.

Después de someter los últimos restos de los reformistas en el Centro de la República, Páez marchó a Oriente y obtuvo que José Tadeo Monagas, jefe de los rebeldes, depusiese las armas, no sin antes ofrecerles a los jefes y oficiales garantía de la vida, las propiedades y los grados militares que tenían antes de la Revolución.

En el Consejo de Gobierno se discutió esta política de clemencia. El Presidente Vargas no era partidario de ella, y por eso dijo: "El Gobierno se desacreditará, perderá todo apoyo y quedará desamparado si adopta el sistema de la impunidad". Michelena no solamente tomará esta opinión, sino que la defenderá hasta el final con absoluta integridad, porque consideraba que los rebeldes "habían cometido el delito de traición".

El Consejo de Gobierno, en definitiva, aprobó, pese a la resistencia de Vargas y Michelena, la política del perdón. Esto determinó que Santos Michelena presentara formal renuncia del cargo.

El Presidente Vargas no se la aceptó, y para hacerle esta manifestación el nuevo Ministro José Santiago Rodríguez le envió una nota en que le decía, entre otras razones, que su permanencia en el cargo era indispensable para que continuaran los brillantes trabajos que venía realizando, sobre todo cuando estaba próxima la reunión del Congreso, y, por último, que se consideraba que la diferencia de opinión entre él y el Consejo de Gobierno, era asunto casi particular, que no lo ponía en desarmonía con los otros miembros, y que la delicadez de su conciencia, tanto en los medios como en los resultados de la medida, quedaba satisfecha con salvar su voto en el libro de acuerdos.

Cualquier ciudadano hubiera calmado su conciencia con tan franca insistencia del gobierno; pero Michelena, en un gesto de austero republicanismo, contestó al licenciado Rodríguez, en una memorable carta, que muchos hombres deberían leer, lo siguiente:

Caracas, 24 de Noviembre de 1835

"La aprobación de sus grados militares a los jefes y oficiales de la facción de Barcelona, no es un negocio ordinario de administración en que un miembro del Gobierno puede, con salvar su voto en el Consejo, satisfacer completamente su conciencia y continuar prestando sus servicios en el puesto en que se halla colocado: es, como lo he dicho en otra ocasión, de grande trascendencia moral y política…"

"Réstame suplicar a U.S. se sirva poner en noticia de S.E. el Presidente que si (como lo propuso a su debido tiempo) la cuestión de los gastos militares se remite al Congreso para ratificación o no ratificación, continuaré trabajando…"

En Enero de 1836, Michelena fue nombrado Representante especial del Gobierno para negociar el primer tratado de amistad, comercio y navegación con los Estados Unidos de Norte América; cargo que aceptó para cumplir únicamente las funciones correspondientes ha dicho cometido. Cumplido éste, fue electo Alcalde del Concejo de Caracas, empleo que sirvió con el mismo interés y celo que si se tratara de un alto destino, como el de Ministro, por ejemplo. Así entendía Michelena el deber republicano.

Posteriormente, siguiendo el pensamiento, muy consubstanciado con su persona, de que el trabajo dignifica, marchó a sus queridos Valles de Aragua, a continuar las sanas y laboriosas faenas agrícolas, que tanto le gustaban, para poderle dar a su familia el debido sustento ¡Qué ejemplo maravilloso para los hombres públicos!

De nuevo en el Ministerio

Lamentablemente para la República, Vargas presentó su renuncia y encargó del Despacho al Vicepresidente Narvarte. Un año después Narvarte también renunciaba por motivos personales y era nombrado Vicepresidente el probo militar Carlos Soublette, quien ejerció la presidencia por lo que faltaba del período constitucional, hasta enero de 1839. Soublette designó en su Gabinete a Santos Michelena como Ministro de Hacienda. Nuevamente se le brindaba al gran hacendista la oportunidad de continuar sus brillantes reformas, y pudo aceptar el Ministerio, porque para satisfacción suya, el Congreso había cancelado el problema de la Revolución de las Reformas acogiendo la opinión de Michelena de que no se concediera amnistía general para echar al olvido dicha lamentable revuelta.

Con el interés que lo distinguía, dedicó principalmente sus esfuerzos a revisar la Ley que regulaba toda la Hacienda del Estado. Le propuso al Congreso trascendentales reformas legales, entre las cuales figuró la muy importante de crear el Tribunal de Cuentas, organismo al cual se le daban poderosas atribuciones, como las de examinar y controlar los gastos que se hacían en la Nación, y también juzgar a quienes faltaran a la Ley en el cumplimiento de sus deberes. Esa misma Ley tuvo el mérito de determinar con claridad los casos en que los funcionarios fueran responsables en la dirección de las oficinas y servicios que tenían a su cargo.

Todas las ideas de Michelena estaban guiadas por la opinión que, sobre la manera y forma como debía dirigirse la economía, triunfaba en Inglaterra. Se llamaba el libre cambio. Posteriormente comenzó a propagarse por toda Europa y el Mundo.

Los partidarios del libre cambio consideraban que las sociedades humanas buscan la felicidad del mayor número, y que esto lo encuentran dejando que cada persona trate de satisfacer sus intereses personales. La lucha y competencia de esos intereses trae la justicia más perfecta posible. Así, por ejemplo, los comerciantes desearían vender bastante caro para ganar más, pero como todos los comerciantes quieren hacer lo mismo y sólo hay algunos compradores, que quieren comprar con el menor desembolso posible, los comerciantes tienen que bajar sus precios, y entonces se benefician los consumidores, o sea todos los que compran. Cuanto mayor sea la cantidad de productos que nos ofrecen los comerciantes y menor sea el deseo o interés de comprar, el precio de los artículos será menor. De allí que, toda la riqueza debía regirse por las circunstancias naturales, sin que el Gobierno interviniera para nada en estas cosas. Estas ideas, que inició en Inglaterra un gran pensador llamado Adam Smith, eran las que predominaban entre los hombres que hicieron la guerra de la Independencia y que, desde 1830, gobernaban a Venezuela.

El triunfo de estas ideas en nuestro país se debió en gran parte a la influencia y a la acción de un hombre como Santos Michelena. Este cuando estudió en Filadelfia, pudo ver de cerca la aplicación inicial de tales principios en la ya progresista Nación del Norte.

En mayo renunció el Ministerio y marchó nuevamente a Bogotá con el cargo de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno de la Nueva Granada.

Nuevamente tuvo la oportunidad de acercarse a la belleza de la región andina.

Su misión fue fructífera, contribuyendo con diversas gestiones a un mayor acercamiento entre dos pueblos hermanos. Su acción personal fue también notable. Dejó en el corazón de los colombianos un sentimiento de afecto y consideración, que sólo los hombres de su calidad pueden inspirar.

El Presidente de Nueva Granada, al despedirse del Ministro Venezolano, pronunció entre otras estas bellas palabras:

"Al regresar a vuestra patria, señor Ministro, después de haber llevado con franqueza y lealtad los graves objetos de vuestra importante legación, y procurado estrechar los vínculos entre ambas Repúblicas, lleváis, no sólo el testimonio de una conciencia recta, sino también la seguridad de que dejáis en esta tierra fieles amigos y sinceros apreciadores de vuestras virtudes".

En el año de 1840 fue elegido Michelena para ocupar al alto sitial de Vicepresidente de la República, que obtuvo en una elección unánime. Ocupaba entonces la presidencia el General José Antonio Páez. Nunca una postulación le ha dado mayor satisfacción al designado. Con la violenta y apasionada lucha de partidos del momento, muy pocos ciudadanos se salvaban de los ataques personales de sus enemigos políticos, Michelena, en cambio, tuvo el absoluto reconocimiento de todos los venezolanos, cuando hasta la fuerza de oposición del Partido Liberal, encabezada por Antonio Leocadio Guzmán, le hizo los más cálidos elogios. Algunas veces los partidos se olvidan de los beneficios que pueden obtener al atacar a un enemigo y prefieren reconocer su obra y sus méritos. Así, el periódico "El Venezolano", cuando se postuló la candidatura de Michelena, hizo un acto de justicias y de verdadero republicanismo al reconocer públicamente las cualidades y condiciones del candidato del partido opuesto, llamado Conservador.

"El señor Michelena se debe todo a la Hacienda Nacional. No hay que equivocarnos: él es parta Venezuela lo que un Nécker para la Francia, un Pitt para la Gran Bretaña: verdadero fundador de su hacienda y de su crédito, y de los inmensos bienes que de aquí se derivan. Pues que es necesario decirlo, lo diremos: no son detalles ni versación de la contabilidad las dotes de un Ministro de Hacienda; es saber, grande y profundo, en la ciencia difícil, abstracta y metafísica de la economía política; son vastos conocimientos estadísticos del país que se administra y de aquellos con quienes trata y comercia; su ventajosa instrucción diplomática; y, sobre todo, aquel poder del alma, extenso y fuerte, que se llama talento, con el cual se alcanzan todos los objetos necesarios, se penetran y se comparan, para formar juicios importantes, combinar planos complicados, y luego conducirlos y desarrollarlos. Se necesita también un poder parlamentario, que requiere instrucción y genio para introducir, apoyar y llevar a cabo en el Cuerpo Legislativo, las concepciones y combinaciones del Ministerio; y, en fin, se necesita estar en los antecedentes verdaderos científicos, políticos y económicos del estado de la hacienda pública. Todo esto lo vemos reunido en el señor Michelena. El centralizó la cuenta de la Tesorería Nacional, organizó cuanto corresponde a ella, redujo a presupuestos las entradas y los gastos, metodizó las rentas, moralizó la administración, puso las bases del crédito, resucitó la deuda pública, creó valores y cambio, condujo por en medio de mil dificultades el empeño sagrado de dividir la Deuda de Colombia la clasificó y distribuyó y es hoy el hombre de la Hacienda Nacional".

Al terminar la presidencia de Páez, fueron elegidos Soublette y Michelena, Presidente y Vicepresidente, respectivamente, para el período 1842-1846.

El gobierno presidido por Soublette puso en práctica un sistema de gobierno caracterizado por el respeto a la ley, la tolerancia y la libertad. Fue el gobierno de un militar que actuó con absoluto espíritu civil. Soublette aspiró a que funcionaran sin límites todos los órganos de la opinión pública; que fuera libre la prensa e independientes el Congreso y el poder judicial.

Sin embargo, la libertad no es bien entendido por muchos y otra vez el Partido Liberal lanza su fuerza por el tumulto y pretende, acaudillado por Antonio Leocadio Guzmán, romper el orden y apropiarse del poder por la fuerza. Se apartaba el Partido Liberal de la lucha de principios, de ideas y de doctrina para tomar el camino de la violencia. El Gobierno logró reconquistar su posición de mando, pero a causa de la dulzura y tolerancia del Presidente, los enemigos políticos exageran sus ataques y los Conservadores, que sostienen el Gobierno, lo censuran por su debilidad.

Sin embargo, gracias a la administración ordenada y prudente, y a pesar de las revoluciones que se habían producido, la prosperidad material y espiritual de Venezuela era un hecho. Nunca –aparte de los defectos del sistema de Gobierno- vio Venezuela durante el siglo XIX un Gobierno que más sinceramente respetase la paz y la libertad individual. En el orden económico el desarrollo había sido notable hasta 1844, en que, gracias al interés de los gobernantes y a la aplicación correcta de las leyes de Michelena, las exportaciones de cacao, café y ganado habían sido superiores a las importaciones, y por lo tanto el País aumentaba sus riquezas. Pero pronto tal estado de felicidad fue interrumpido por una extraordinaria crisis o estado de desajuste nacional. Primero, una gran crisis económica, y luego, la lucha ya irreconciliable de los partidos, llevan a la República, a la larga, al calvario del "24 de enero".

Don Santos Michelena renunció la Vicepresidencia de la República cuando quizás ésta lo necesitaba más. Sus graves quebrantos de salud lo obligaron a retirarse a la vida privada, en las feraces campiñas aragüeñas, donde quiso dedicarse nuevamente a las laboriosas faenas agrícolas.

En 1847 se le ofreció nuevamente a Michelena el cargo de Enviado Extraordinario y Ministro cerca de las Cortes de la Gran Bretaña, Francia y España. Cuando trató de proponer el personal con el cual iba a trabajar y a cumplir las tareas como Ministro en el Exterior se le encargaban, no fue aceptada su insinuación. Creyó que no solamente se le negaba confianza sino que estaba negando algo más importante, el derecho a sugerir para ser designado un personal del cual sería el único responsable. Una vez más, sacrificó su beneficio personal por un asunto de principios, y así renunció por tal motivo un importante destino público.

El asesinato del Congreso y una muerte gloriosa

Pero parece que el destino le hubiera tendido la mano para que siguiera como hombre público. Fue elegido Diputado al Congreso, cargo en el que le tocaría recibir el fatídico golpe de 1848.

Monagas fue llevado a la presidencia con el apoyo de la Oligarquía Conservadora. Pero Monagas quiso gobernar por sí mismo y separarse de la influencia de ese grupo y de su caudillo el General Páez. Monagas pertenecía a una familia de notable. Era de costumbres austeras; ejemplares en su vida privada, liberal por el grupo político a que pertenecía, un tanto aristócrata, el más rico propietario del país e instintivamente autoritarias. Monagas quería establecer un gobierno donde su voluntad fuera la ley.

Como Presidente, comenzó por romper con los Ministros Conservadores y sustituirlos por Ministros liberales. La prensa, vocera de la oposición conservadora, censuró acremente todos los actos del gobierno. Decíale que prefería para los empleos públicos a personas que no tenían otro merecimiento que haberlo acompañado en sus aventuras revolucionarias; que no vigilaba el manejo de las rentas y que amparaba a sus defraudadores; y esta crítica del mal manejo de las rentas era aprovechada por el partido conservador que tenía una reputación de honradez insospechable. Caracas y Venezuela entera eran un volcán. En vano se pretendió conciliar a los dos grandes caudillos: Páez y Monagas. Hasta se temió un rompimiento armado de los grupos.

El 19 de enero de 1848 los "paecistas" en el antiguo Convento de San Francisco, y acuerdan, bajo juramento, trasladar el Congreso a otra ciudad para enjuiciar al Presidente. Todos los diputados de la Provincia de Caracas resuelven llevar a cabo la peligrosa denuncia.

El día 23, una importante muchedumbre invade la Plazuela de San Francisco y se aglomera a las puertas del Edificio donde funcionan las Cámaras. En el interior de la Asamblea y por medio del voto secreto, 32 representantes, contra 12, votan por el traslado a Puerto Cabello del Congreso para darle curso al juicio de responsabilidad contra Monagas y resuelve además formar una guardia de ciudadanos para proteger el derecho sagrado de las Cámaras a deliberar. Agudízase el sobresalto y la expectación. Y llega el día 24 de enero de 1848.

Mientras tanto, cada persona iba tomando su posición definitiva. A Michelena se le hicieron amigables insinuaciones para que no asistiera al Congreso en vista de que el Cuerpo estaba amenazado de violencias; pero Michelena siempre contesta que su deber le imponía no dejar de asistir al Congreso. Y media hora antes de sonar el primer disparo dirigido sobre el recinto de la Cámara de Representantes por la fuerza de línea, recibió un aviso escrito, sin firma, en el que le decían:

"Retírese de la Cámara con cualquier pretexto". Al leerlo, se lo mostró a uno de sus colegas, a quien dijo: "Si hay peligro para el Congreso, aquí debemos permanecer en nuestros puestos".

Mientras el Ministro del Interior, Dr. Sanabria, entrega el mensaje en manos del Presidente de la Cámara, el pueblo permanece silencioso en la plaza.

De pronto circula la novedad de que el Congreso ha hecho preso al Ministro. Alguien grita desde la barra: "Han asesinado al doctor Sanabria". Y el populacho se precipita contra la Guardia, forcejeando para invadir el recinto. La turba de aquel día, compuesta de unos cuantos soldados y de muchas personas del pueblo, creyó ciegamente que el enemigo común era el Congreso. Probablemente esa turba estaba formada por gente pasiva y honrada. Pero los individuos no piensan, ni sienten ni obran de igual manera cuando están aislados que cuando están reunidos. Suenan los primeros disparos y caen sin vida Miguel Riverol, Juan Maldonado y Pedro Azpúrua. En el interior de la Cámara reina la mayor confusión.

El apasionado representante José María de Rojas amenaza con un puñal al Ministro Sanabria. Juan Vicente González, el extraordinario tribuno y escritor, hace esfuerzos para leer la carta de Páez en la que éste invita a sus amigos a morir por la patria. También pide lo mismo un joven estudiante: Antonio José de Sucre, sobrino del Gran Mariscal. "Cristóbal Mendoza salta, pistola en mano, contra Sanabria y le grita: "¡Malvado! ¡Este es el fruto de sus doctrinas!" En un rincón, el representante caraqueño Cerero cae de rodillas a los pies de su colega el Presbítero Quintero y le pide la absolución. Otros se precipitan por las escaleras, buscando la salida, y González, olvidado ya de la carta de Páez, salta por una pared, trepa al tejado y logra escapar".

Pero no todos tienen la misma fortuna. En la calle, una bayoneta anónima se clava en el costado de Don Santos Michelena, mientras los representantes Salas, Argote y Juan García ruedan muertos.

Es difícil determinar a quién corresponde la responsabilidad de aquel drama espantoso. El Presidente dice que la causa de lo sucedido fue "haberse puesto en pugna la guardia de la Cámara de representantes con la masa popular, que quería asistir, como siempre, a la barra de las Cámaras a presenciar la discusión parlamentaria".

La mayoría de los escritores conservadores acusaron a Monagas de ser el autor e instigador de los acontecimientos. Antonio Guzmán Blanco, en su libro: "En defensa de la causa Liberal", dijo: "El 24 de enero fue un golpe popular contra el Congreso Oligarca y contra Monagas, que no quería liberalizar su gobierno francamente".

Ante los acontecimientos y los hechos cumplidos, unos opinaban por qué el Presidente asumiera la dictadura; otros, por convocar nuevo Congreso. Pero, el doctor Diego Bautista Urbaneja, Vicepresidente de la República aconsejó que se mantuviera la normalidad constitucional, reuniendo de nuevo a los congresistas. Ante las risas y desconcierto de muchos, Monagas dijo: "La Constitución sirve para todo".

Triunfó la opinión del prócer Urbaneja. El 25 de enero, Monagas procuró volver a la legalidad, haciendo que el Congreso reanudase sus relaciones.

La actitud asumida por los diputados ante los acontecimientos no fue uniforme. Michelena, quien siempre supo ser un gran ciudadano y hombre de gran honestidad, consideró que había un dilema muy claro: la dictadura o aceptar la reunión del Congreso. Opinó en su lecho de enfermo por mantener una actitud digna y hacer esfuerzos por aceptar los hechos, salvando la constitucionalidad. Así, le aconsejó a José María de Rojas que asistiera al Congreso, diciéndole: "Vaya, José María, la patria reclama este sacrificio". Uno de los que no quieren aceptar los hechos es el virtuoso ciudadano Fermín Toro, quien manifestó: "Decidle al General Monagas que mi cadáver lo llevarán, pero que Fermín Toro no se prostituye".

La Nación sigue su marcha. Páez luchará ahora con una noble bandera: la legalidad, el decoro de las Instituciones. Los Monagas se perpetuarán en el Poder con gobiernos personalistas.

Uno de las más fieles servidumbres de la República, Don Santos Michelena, paga de manera cruel e injusta su actitud de patriota. El 12 de marzo de 1848 expiraba, y por ello el corazón de los hombres buenos se llenaba de luto.

Ineficaces fueron los esfuerzos que, para salvarlo, hicieron los eminentes médicos José María Vargas y Eliseo Acosta.

La patria había perdido uno de sus mejores hombres. Uno que podrá servir de ejemplo de honestidad, elevada moral, inteligencia señera. Todo un venezolano integral: Santos Michelena.

Su vida había sido de sacrificios, de trabajo laborioso, de edificante
bondad. Vida también de honra y orgullo para la República; vida,
en fin, dirigida a cumplir su deber personal como contribución a la realización
de grandes ideales. Dispuesta estuvo siempre toda su extraordinaria humanidad,
no sólo al sacrificio heroico al que muchos venezolanos han estado prontos
sino al productivo, silencioso y patriótico laboral de los modestos.

 

 

Autor:

Edgar Alexander Tovar Canelo

 

Partes: 1, 2
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