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El español (relato) (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

El Español, tras quedarse dormido al sol, despertó de la modorra haciendo un bisojo, descubriendo que un atún en cubierta, recién pescado, dando coletazos, hasta que lo destazaron con una faca para repartir los trozos. Era el almuerzo, del que participó todo el mundo. Ella pudo haberse lanzado al mar también, con la melena libre, dedicándole a la gente un espectáculo único, con los hombres cruzando apuestas acerca de por dónde aparecerían las tetas.

-¡¡Marranona!! -, gritó alguien.

El Español, degustando el atún, miró atrás. Allí andaba de nuevo como baldón idiomático la ambigüedad de una palabra, puede que pronunciada en jonio, uno de los dialectos endemoniados de la zona. Ella, en ese instante, se giró a él simpáticamente diciéndole hola, como si supiera de dónde era. Antonio José se agarró al cojín notándose los calzones llenos.

-Hola.

-Eso en el mar, señorita -dijo él- no parece demasiado original.

"Piense cosas apropiadas, señorita -decía uno de los dos-, para inaugurar la llegada en el puerto de El Pireo, e ir a continuación a la playa a yacer juntos, ante el fuego, fabricando una soledad mutua". Jamás fue mencionada la palabra odisea, que era la habitual del momento, y que parecía comenzar en aquel instante, a consecuencia de una gastroenteritis colectiva, tras la ingesta del atún, con varias personas corriendo por cubierta intentando desasirse de las limitaciones. Comparar la singladura del sofá con el barco estaba siendo fantástico, mas no dejaba de ser demasiado fácil. No obstante Antonio José debía alegrarse porque por el momento era el único que estaba tumbado.

Después salió al estanco, a punto la nave de llegar al puerto. "Venderá", se fue diciendo. El estanquero también la pronunció, refiriéndose a algo de allí. Tuvo la impresión, subiendo la cuesta, de que no había nadie en el barrio ajeno a la historia. Había una multitud variopinta en el puerto de El Pireo, que favoreció el despiste para que desapareciera la mujer, chafando el encuentro. Anaxágoras tomaba un carro, colgando las piernas sobre los cantos rodados, mambeando como si aún estuviera en cubierta, pasando junto a él. Poco después tomó el otro, ofreciendo una escena de persecución, con un tercero detrás. Por lo tanto había tres carros en marcha como idea catastrófica con Atenas en la visual, hasta que el relato se perdiera por cualquier calle. Quizá Antonio José debía demorarse ahí, pensando alguna aventura en el camino, que si un brujo y un aparecido, que si dos notas y tres flautas, que si patatín que si patatán.

-¡Corramos! -, gritaba el filósofo Anaxágora-. ¡Podría tratarse de un loco!

-Está gritando -, decía él por su parte-. Algo le sucede. ¿Sabe alguien qué dice?

-No lo sé -, repuso Anaxágoras, como respondiéndole, señalando en su carro una calle, por la que se perdió-. ¡Por allí!

Por allí se fue, acción que daría lugar posteriormente a la famosa paradoja de las ruedas.

8

Los Arqueólogos

La parte exterior de la rueda, como después explicaría Aristóteles, avanzaba hacia adelante, mientras que la interior avanzaría, de haberla, hacia atrás, con inercias opuestas, de un modo centrípeto. Así lo explicaban los arqueólogos merodeando por el Partenón con su radar de suelo. Aquella paradoja pudo ser útil para explicar el tiempo, elucidando si el real era distinto a sus variantes espirituales con sus direcciones diversas. Las ruinas que se divisaban tuvieron alguna vez lucidas columnas y una cubierta a dos aguas, así como una alcazaba de vigilancia que protegía el enclave, con sus correspondientes oficinas administrativas. El teatro Apolo, situado a las faldas del monte, alguna vez tuvo el repecho cubierto de graderíos, con capacidad para quince mil personas. Durante la exploración, si haber dado aún con la lápida, comentaron algo sobre muertos, que antaño, para retardar el festín de los gusanos, eran momificados o embalsamados en miel.

Por entonces solía haber rifas de mujeres solteras, con los solteros del lugar pujando, si no para comprarlas del todo, para mostrarles otras garantías. En cuando a la medicina, los médicos empleaban el método inductivo para estudiar a los enfermos en la vía pública, delante de los vecinos, que solían opinar al respecto haciendo preguntas, elucidando los derroteros de la enfermedad. Se permitían indicar si el enfermo debía quedarse un rato al sol, y calibraban la variedad de aires convenientes. Puede que fuese bueno acarrearle a la playa, para que disfrutara de la brisa marina o de una lluvia tranquila. Los doctores conocían el estado de sus nervios y la localización del encéfalo, y los arquitectos comprendían que algún día sería fácil construir torres de siete pisos, que al menos sabían dibujar trazando dos simples paralelas en un pergamino. De hecho hacían obras públicas complicadas, como los puentes con sus cuarteles y la red de acequias, aspecto que hacía ver a los turistas que eran distinguidos y poderosos. Debido a tal pujanza acudían a los pueblos y los compraban, quedándose con los sembradíos e instalándose como colonos, como ocurriera con el padre de Epicuro.

Una de las cosas que más llamaba la atención era que jamás en ningún libro filósofo alguno describió una calle de Atenas. "Fulano me esperaba en la esquina", ni siquiera se leía algo así, como si no existieran, cuando lo cierto era que además las calles disponían de letreros, clavados en un poste o en la pared, en sitio visible, no ya para el correo, sino para concertar cualquier cita social. Existían nomenclaturas y números, como era lógico pensar, como la calle verde o la calle de la casa verde. El hecho de que no mencionaran ni siquiera una esquina, hablando en cambio de águilas y cíclopes, era como si estuvieran disimulando algo, bien por ser pasajeros de otro tiempo, bien por ser un crimen inconfesable e incluso por tratarse de locos recluidos en un manicomio.

El misterio, sin embargo, debía estar a la vista. Cualquier cultura lo tenía, como la hindú, la china o la árabe. Incluso la propia Mafia tenía uno. Alguien entonces aludió la amnesia infantil, definida como la incapacidad del hombre para recordar su etapa de bebé, a los cuatro años de edad. Dicho de otro modo, si el hombre moderno se decantaba por el estudio del mundo griego, con sus pañales, quizá lo que buscaba subconscientemente era regresar a la etapa infantil, al cubículo materno.

9

El Balneario

Desde entonces las guerras se sucedieron buscándole, como la de Nínive, donde asirios y babilonios se enfrentaron. Pronto se hizo notar a su llegada, apenas explicó cuatro cosas, conociendo a gente importante, con la que acabó en el Partenón. Allí felicitó a Pericles por su reciente éxito electoral, y por supuesto se hizo amigo del doctor Hipócrates. Solían bañarse en el balneario bajo la advocación de aquella gigantesca diosa de la cara gorda, Palas Atenea, de oro macizo y pedrería engastada con miles de rubíes y zafiros brillantes.

Una de las preocupaciones, a juicio de Hipócrates, era la peste. Al parecer la convivencia de hombres con animales en las murallas que circundaban la ciudad podía deparar una tragedia higiénica. Al viajero, sin embargo, se le ocurrió una estrategia al respecto. Dijo que la población pudiera menguar por una circunstancian aciaga, mas si no era así también pudiera hacerlo con esa excusa, para irse a fundar clandestinamente una ciudad nueva en algún país enemigo, tal vez a Persia, aprendiendo su idioma y atenta a la disensión interna para que no se echara al mar. Los griegos siempre combatieron contra esa gente, así como contra egipcios y espartanos. Célebre fue la batalla de Esmirna, donde venció el padre de Pericles, así como las Termópilas, y sobre todo las del Peloponeso, que se dirimían desde hacía treinta años. Los pueblos, como se diría, acudían a los descampados de rigor con cientos de soldados, sin decantar nunca el resultado. En definitiva, según El Español si en la ciudad no tenían sitio sus pobres muertos para vivir, aquella peste en ciernes podía favorecer una operación militar más rentable.

Después la literatura viviría un momento muy bueno. Los autores, con una declamación cada vez más confiada, empezaron a pensar como dioses, sintiéndose gigantes, como queriendo armar las velas con el dedo, desatando tempestades o cualquier otro lujurioso desgarro histórico. Dejaron las guerras de ser un problema para una ciudad superior. Quedaban, eso sí, corresponsales de guerra como Tucídides o Herodoto andando por el mundo, aunque al final en los conflictos terminaban dando vueltas cuatro locos dándose algún tortazo por las campiñas. Las crónicas, con sus enredos y cotilleos vecinales correspondientes, acababan comentando cuatro anécdotas para ocultar la extraña visita.

-Un pueblo superior debe engañar por no matar -, decía El Español.

Era bueno que la población confiara en su gobierno, para poder exigirle llegada la ocasión una maniobra sacrificada, acaso para zafarse como ratas de la torpeza enemiga, puede que acabando sorprendiéndose de matar a su propio padre confundiéndole con el enemigo. Quizá bastaba para acabar con ellos la fundación de una planta administrativa con un mejor reparto de las competencias. Le comentaron que los estoicos, cuya escuela solía estar en la stoa, era gente apta para el desempeño de la tarea, por su desapego sentimental y austeridad económica. El entramado, de índole jurídica, sería suficiente para disuadir a cualquier animal extranjero de indagar de más allí, acabando inflado en la confusión, debiéndose marchar so pena de que le estallara la sesera.

Luego Hipócrates y él terminaron solos en el balneario, mirando a Palas Atenea. Para conjugar el baño con la respiración, al objeto de liberar toxinas, era de uso la piedra caliza ardiente con eucalipto, puesta en los macetones que adornaban el recinto. El doctor comentó que la diosa fue diseñada por Fidias en dos piezas, una de ellas la cabeza, ambas de oro macizo. El enano que había en la palma de la mano parecía susurrarle un consejo en la oreja derecha, y en la izquierda una serpiente que trepaba desde el escudo. En términos freudianos se diría que el enano se correspondía con el yo, en tanto con el ello la serpiente, con la diosa en medio en calidad de superyó, oyendo con aquellos grandes ojos el criterio de ambos. A Hipócrates le hizo gracia y acabó rodando al agua por una carcajada sigilosa.

-Es usted, señor, un criminal -, dijo-. Debería saberlo.

-Sí, es cierto -repuso él-. Ha sido así alguna vez.

-Fidias acabó en la cárcel -comentó de nuevo el doctor-. Al parecer la oía, seduciéndole. "Despójame de la ropa, Fidias", parece que le dijo, y él entonces accedió llevándose parte del oro.

Uno de los invitados solía ser Menandro, recién llegado de una guerra para dedicarse al teatro. En realidad la única guerra verdadera era la sexual, como dijo el rey, con la mujer indefensa ante las armas del varón, abandonando la crueldad en manos de quienes no hacían el amor. Menandro estudiaba por entonces los caracteres humanos, y El Español, viendo su vocación, inició un poema de regalo.

Otoño. Caen las hojas.

Ella, detrás del pueblo, me enseñó una teta.

Otoño. Hace frío.

Se agitan las ramas.

Ella, detrás de una avioneta,…

Al autor le hizo ilusión, pero comentó que la última palabra debía ser pájaro. Después se lanzaron al agua riendo, como diez famosas, hablando de las mujeres. El Español, teniendo en cuenta al doctor, habló del sexo de un modo divulgativo, señalando el lugar de los nervios pudendos y todo eso, así como las sinartrosis óseas de la pelvis con sus músculos elevadores, y el orgasmo, que era un cataclismo hormonal. Los espermatozoides, que maduraban en el epidídimo, ascendían por el conducto deferente hasta la próstata, donde volteaban el recorrido, bajando a continuación hasta el meato del glande, para una deposición protegida por las prostaglandinas. Los arqueólogos, tiempo después, comentaron que antaño hubo culturas permisivas para que los hombres se demostraran respeto besándose en la boca.

-Ven acá, maricona -, bromeó El Español aquel día con el doctor.

Durante la explicación, señalándole de pies a cabeza con un dedo, aludió al desbarajuste del glutamato en el pensamiento lujurioso, así como al resto de neurotransmisores, como la acetilcolina en la función muscular y el ácido gaba en la relajación del sistema nervioso tras su intensa actividad, con intervención final la glicina procurando el mismo efecto en el sistema periférico. Estuvo un rato más disfrutando de la molicie del baño, hasta que se quedó observando a Sófocles. Pensaba en lo que se parecían las leyendas clásicas, con sus mil enredos de parentescos, a los cotilleos vecinales, que si Licomedes, en la isla Esciros, era el rey de los Dólopes, padre de Deidamía, aquella de la que se enamorara Aquiles, padre de Neoptólemo, cuyo abuelo a su vez era su propio abuelo, cuando no de Platón también, primo de Solón por otro lado, cuando Aquiles estaba en Troya, lugar donde falleció Néstor de un flechazo preciso lanzado por Paris, coincidiendo festivamente con la invasión que llevó a cabo en Troya Agamenón, protagonizando así un pasaje histórico completamente aventurero, dando lugar así a la mítica leyenda de Filóctetes, abandonado por sus propios amigos en la isla de Lenmos durante diez años nada más y nada menos, hasta que acabaron buscándole porque tenía un arco valioso que nunca fallaba. Durante la batalla de Lenmos, según los relatos oficiales, las galeras aparecían ante los griegos saliendo repentinamente de roquedas y acantilados, con los mascarones con forma de cerdo, dándoles un susto morrocotudo. Sófocles quiso aclarar después a qué se refería diciendo que Filóctetes esperaba su rescate en la isla con la pierna podrida, que no paraba de crecerle.

-No se atrevió usted a decir que era otra cosa -le dijeron-. ¿Por qué? ¿Para no desvelar que el arquero se lo estaba pasando teta con las nativas, eh, pillín?

El viajero sospechaba cómo se las apañaban los griegos para urdir esas, añadiendo esposos muertos que de repente resucitaban y mujeres solas que eran acuchilladas por el propio muerto, quien a su vez si no era el hijo era la prima. Por último, echándose en el borde de la piscina, se quedó pensando en el mechero, viéndoles disfrutar del baño. También era un arma valiosa. Lo había dejado en la ropa negra que colgaba de la percha. Puede que si lo descubrían aquella gente acabaría reteniéndole.

10

El Niño

1

"Parece mentira lo que se puede hacer con un mechero en el siglo XXI sin correr tanto peligro", se dijo Antonio José en el sofá.

2

Cuando nació en aquella clínica tuvo dificultades. Llegó al mundo de color rojo, morado, casi negro, asfixiándose con el cordón umbilical. Había tragado meconio en el vientre de su madre. El doctor se empleó a fondo entubándole, salvándole la vida. Pesó tres kilos y medio.

3

A la hora de la tortilla el extraterrestre estaba en casa, junto a los humanos. Le hicieron su primera foto a los cinco meses, sentado como un emperador en una moto. Algún vecino decía que la pequeña era la madre.

4

Vivió sus primeros cuatro años en la calle Milagros, que antaño se llamaba El Niño de los Milagros. Dormía en una cuna junto a la cama de sus padres. El bebé cada noche comentaba sus andanzas de un modo mental, para contentar la imaginación de sus padres.

"Mi padre me obliga a contarle aventuras".

5

La cuna al anochecer. "Soy un tirano del sexo. Te cuento una parrafada".

6

La madre, como suele ser natural, pensaba que su bebé era dios, y como tal le protegía, en principio poniéndole una teta encima. "Gracias, mamá", decía él a su manera.

-He oído a un hombre -, dijo una vez el padre llegando de sopetón.

"Lógicamente soy yo", decía él con la mirada. "No puede ser otro -añadió-. Otro en la teta seríamos demasiados".

7

Era tan grandote como parecía, con talle de hombre humano, embutido en un monito con una pella enorme. Sin duda era todo un señor, con una voz interior sobria y segura, muy correcto. Durante su aventura mental solía mezclar los detalles, acaso un entierro con una inquietante noticia bancaria.

"Ayer han matado a uno a plazo fijo".

8

En la cuna dedicaba capítulos a extrañas dedicatorias. "A mi tía Manuela, que me trae juegos", decía. "A mi tío Carlos, que es muy chuleta con las gafas de sol".

"A Carmela y a Pirri, que me dan almendras. Jesusillo tiene las manos más grandes que las mías. Las he medido".

"A la tienda de enfrente. Me ha traído mamá caramelos".

"A Aurelio, que hace lo posible en mi presencia por fingir normalidad. A Consuelo también. No me quiero olvidar de ella. Tiene los ojos muy grandes".

"Nunca se sabrán las cosas de los papiros, que si hay dedicatorias,
que si no las hay".

9

El padre se ponía a cenar y alguna vez lo imitaba. Una vez le sorprendió cruzando las piernas como él, en el sofá, como un señor, mirándole con mucha seriedad. Un día se incorporó, envarándose con reciedumbre, apoyándose en su hombro con una mano, acercando la otra delicadamente al plato, tomando una papa frita con distinción, llevándosela a la aboca para derrumbarse satisfecho.

10

Su mejor agente artístico siempre fue la madre, comentando con enorme ilusión sus cosas con las vecinas. El patio era su lugar de recreo, y ella alguna mañana le sorprendía echado contra la pared, alzando la mirada bajo el sol, con un semblante adulto y pensativo.

11

Un día dijo folla, y fue por las habitaciones durante todo el día repitiendo la palabra: folla, folla, folla. Durante la cena, estando en el sofá, giró el cuello de pronto, mirando al padre con levedad.

-Folla -, dijo claramente.

-¡El niño ha dicho folla! -, exclamó.

12

La madre le acechaba a ver qué hacía en el patio cuando estaba a solas.

-Grande -, decía elevando una mano sobre la pared.

Quería decir que en el futuro dominaría la ciudad, que él sería grande.

-Grande.

13

Alguna vez pensó la madre que le cambiaba la voz, mientras hacía las tareas del hogar, pareciendo un hombre de repente, durante una breve murmuración.

-Grande.

Entonces empezó a anotar cosas en un cuaderno, como si él debiera ser su motivo de estudio, cosa lógica en una madre primeriza encantada con la visita.

-Verdad -, escuchó otra vez.

14

Un día estaba en su dormitorio echando la siesta teniendo la impresión de que alguien le observaba. Abrió los ojos en la turbiedad del sueño y observo que en el quicio había una cabeza, asomándose con lentitud a una altura increíble, pues él todavía era un bebé. Se las había apañado, pese a no saber andar, para deslizar un taburete, sigilosamente. Llevaba mirándola desde hacía un rato en completo silencio.

15

Era la mascota del hogar diariamente, como un muñeco que de repente cobra vida. El padre, que era albañil, decía que le veía en su mente cuando estaba en la obra, es decir, que cuando acababa algo era como una consulta, a ver si a él le gustaba. Entonces irrumpía en su cabeza, haciéndose polvo las manos aplaudiendo, mirándole con fijeza, como si no lo hubiera perdido de vista en todo el día. "¡¡Bravo!!", decía sin saber hablar, avanzando en el patio, como si comprendiera.

16

Alguna vez la madre, al darse la vuelta, imaginaba que crecía de golpe, sentado en el camastro del pasillo aledaño al patio, mirándola en el fregadero, aún con la pella enorme, como un hombre metido en un cuerpo pequeño. Podía ser el momento en que se manifestaba el complejo de Edipo, es decir, cuando un bebé se da cuenta de que su mamá es hermosa y que tiene un culo poderoso.

17

Continuó igual varios días.

-Grande.

Todavía no estaba claro qué significaba. A solas en el patio elevaba la mano sobre la pared, de golpe, rompiendo el silencio, como avisando de algo. La primera conclusión fue que se refería a algún largometraje, visto con ellos durante la cena, cuando aún no sabía distinguir las imágenes de la realidad. Parece ser que se refería a un hombre alto y con barba, a Rasputín, el asesor del zar, el protagonista del filme.

-Grande.

Era sinónimo del poder, y acaso hacía ver que cuando fuese mayor también lo tendría, pues de otro modo se hubiera fijado en otro protagonista.

18

Hizo su primera caligrafía en la pared, en el pasillo de la entrada, con un lápiz, durante un rato melancólico. "Dima", decía. Allí era donde se pasaba algunas mañanas. La puerta tenía un cristal biselado que permitía mucha la luz. Alguna vez la madre lo sorprendía luchando por ponerse en pie, sujetándose a la pared, para luego dejarse caer de un lado a otro, andando como los borrachos, cabeceando por el pasillo.

19

De pronto, sin saber qué es la muerte, empezó a hacerse el muerto en el sofá.

-¿Estás muerto, Antonio? -, preguntaba su papá, mas él se mantenía todo el rato sin contestar, haciendo ver que sabía muy bien lo que hacía. Sin duda se había fijado en la película de vaqueros.

20

En la calle había una pequeña tienda junto a la casa, que era donde la madre solía comprar. Después salía para quedarse contemplándole detrás del cristal, asomando la cabeza en la puerta, chuperreteando cualquier cosa. Entonces se quedaba quieto, de perfil, intuyendo que alguien le observaba y que no podía ser otra persona. Entonces ella le vio echarse atrás, desapareciendo, haciendo un rato el muerto, para después asomar lentamente.

21

-¡Antonio, nos atacan los indios! -, decía el padre cuando veían las películas del Oeste.

-Ag -, exclamaba él, regodeándose enseguida en el sofá hasta quedarse tumbado de un modo convincente.

22

Un día aprovechó que la puerta de casa estaba abierta para bajar por la acera, gateando varios metros, que era la distancia adecuada para otorgarle a su particular aventura algún riesgo. Se quedaba parado, dándose cuenta de que ya no le era familiar el paisaje, babeando absorto y mirando alrededor sin ver bien. Un día estaba el padre en la acera contraria, entusiasmado con el aventurero, al que siguió varios pasos, a ver adónde llegaba. Alguien le seguía, y eso quería decir que aún estaba en la misma calle. Entonces subió por la pendiente una moto, y después un coche. Después el padre observó que se inclinaba, apoyando la cabeza contra la pared, fingiéndose muerto de nuevo.

-¿Qué pensarían los del coche -comentaría después con la madre- cuando al pasar vieron a un bebé muerto contra la pared?

23

Un bigote sin lugar a dudas era digno de explorar, y papá tenía uno, y le permitía jugar con él. "Quiero tener un bigote así cuando sea grande -parecía decirle-. Me dejaré bigote, encima de la boca".

24

Una noche en la cuna contó un misterioso encuentro de su mamá en el patio, con un hombre. "He visto a un hombre -dijo él mentalmente-. Ha sido en el patio. Se ha lanzado a por mamá. Le ha gustado mucho su pijama. Ella tiene el culo gordo. He visto que han hecho cosas raras junto al bloque". El padre se fingió molesto y parecía contestarle también de un modo mental. "¡¡¿Cómo que un hombre, Antonio?!!". Él replicó: "El hombre tenía bigote. Ella le daba besos. Lo he visto todo, en el bloque, enseñando el culo. Me he dado cuenta. No soy tonto".

25

"Hoy he estado en casa de la vecina. Carmela me ha abierto la puerta. Me encaramé al tranco y me dejó entrar. Entré rápidamente, pasando por su lado. Ella es pequeña y yo gordo, grandote y peludo, y sé que le di un susto. Pirri, su marido, me ha dado almendras. Me las he comido".

26

"Se oyen rumores. El tío de la moto está liado con una suegra. Una mujer, la de arriba, vive con un loco, al parecer de Quito, un negro de Colombia. A renglón seguido se han allí, a la isla del Queva, donde hay un tío con un troglodita. El niño se llama Ramiro. Ella, tras la puerta, le ha dicho que también se llama Pepa, hija de Julio, el de la marimonera, criado con Filomeno".

27

Un día la madre le compró sus primeras canicas, de diversos colores y tamaños. En el patio se tumbaba y estudiaba la dirección al repelerlas la pared. Alguna vez las lanzó todas al suelo, dificultando el paso. Entonces era su particular historia de riesgo, con emoción a raudales, llena de heroicidad, con la mujer guapa agarrada a la mano del galán, vadeando un río.

"¡Cuidado, no te metas ahí, señorita! Ven conmigo, ven. Yo sé".

Había lucha con los ogros, y kárate contra los malos, que acababan huyendo tras dos o tres patadas. Ella, lógicamente, vencida por el amor, se tumbaba junto a él a tomar el sol, en un claro del bosque, oyendo a los pajaritos bajo el techo del patio.

27

Un día estaba en la acera con una canica en las manos, estudiando algún problema. Entonces observó que había un descampado abajo, donde los niños mayores jugaban al hoyo. Estuvo calculando la distancia y entonces dejó ir la bola, que se primero se desplazó lentamente, hasta que cobró velocidad, rodando por la pendiente, subiendo por una rampa y alcanzando una altura, sobrevolando a los muchachos, dirigente el brillo en la luz.

-Una luz volando -, se fueron a contar después, sorprendidos-. Muy brillante, como el fuego, sin que la tocara nadie.

28

Cuna al anochecer.

"La dejé ir. Me he dado cuenta. Ha sido un milagro".

29

Un día le contó a su madre su primera aportación médica. "Le he puesto a papá un dedo en el pie y le he curado, estando en el sofá durmiendo. Luego le he tocado la mano, que la tiene muy dura y le duele. Después he ido a la cabeza y le he puesto el dedo en la cabeza. Después se levantó recuperado y le dije que fui yo. He sido yo. Después me he ido a la obra yo y papá se quedó en el patio aparcando el coche con la mano".

30

Una primavera nació su hermano. "Hay un niño en mi cuna -decía a su manera en la cocina-. Yo le pongo la mano en la carita. Pobrecillo. Le digo que no tenga miedo. Yo se lo digo siempre. Ay, ay, ay. Me mira él muy fijamente. Cree que soy su pade".

31

Un día Antonio José escapó de casa, después de un jaleo multitudinario en la calle. Cuando regresó estaba con el semblante muy serio, pues no sabía en realidad qué había pasado. Había muchas personas en la calle gritando. Había hombres discutiendo y todo eso.

Al día siguiente, a mediodía, alcanzó el tranco de enfrente, y su madre, alzando la persiana, le miró de nuevo arrobada. Pero algo le decía que ya no era el mismo. Era como si le hubiesen crecido las manos. Entonces le vio trotar por la acera, como bailando, dando palmas acompasadas, girando la cabeza enseguida, una y otra vez, hasta que desapareció calle arriba. Ella sin embargo echó la persiana sin darle importancia, pues supuso que no tardaría en regresar, pero a las pocas horas, viendo que no era así, salió a buscarle por las calles con la excusa de darle la merienda. Calle arriba avanzó creyendo que no andaría muy lejos, mas para su desazón no le encontró. En la avenida aledaña transitaban los coches y deambulaba la multitud. Entonces surgió la extraña magia de pensar que todos los niños que veía eran Antonio José. Él sabía al menos en qué calle vivía, y podía preguntarle a los vecinos para volver, pero la intranquilidad fue máxima, pues al fin y al cabo todavía era pequeño. Entonces le vio. Era aquel, el grandote, poniendo rumbo al cementerio, pasado aquel semáforo.

-¡Antonio José, ven aquí!

11

¡Ay, madremíaaaa!

1

El Español tenía un ordenador en el Partenón. Lo llevaron allí a la luz del día, estando los hombres de Calícrates rematando la obra, así como los administrativos ocupados con sus pergaminos. Las cosas misteriosas como esta no tienen porqué acontecer siempre al anochecer.

2

"Nota al doctor Hipócrates.- El nervio ciático se encuentra en la parte posterior de la pierna. Es la causa de la espasticidad, también denominada rigidez muscular. Este nervio radica en el foramen sacro y atraviesa el músculo glúteo piriforme, y a continuación desciende acompañando al peroné. Su protrusión, que es causa de dolor y apraxia, suele deberse a una mala postura. Es bueno aplicar agua caliente para dilatar la zona".

3

El ordenador funcionaba con un alimentador eléctrico y estaba en una habitación en penumbra. Disponía también de una impresora con una resma de papel. Su presencia resplandecía, mas nunca se acercaba nadie. Era como desaparecer. Era curioso cómo los chismes de otro tiempo pasaban desapercibidos ante la gente, creyéndolo un espejo.

4

El Español comentaba diversos temas, pero le gustaba el teatro por ser muy entretenido. Anotaba alguna idea para los autores.

5

El único que se atrevía a entrar allí era el rey. Pericles tenía gran valor. Decía la gente que tiene una armadura de bronce allí donde los demás tan sólo tenían cojones. Hablaba de la peste, de montañas y de política, y hacía alguna broma. En fecha reciente se presentó en la asamblea de arcontes con un león, diciendo que al ser viudo le hacía mucha compañía. Al parecer por entonces estaba enrollado con una mujer, una tatuadora o algo así, empeñada en dibujarle logogrifos en los muslos.

6

Carece de mérito ser un moralista comentando un asesinato. Igual se diría del mérito de hacer un libro sobre Grecia. Había ya tantos que uno más no merecía la pena, a menos que se contara algo insólito. El Español conoció, por ejemplo, el circo de flores de Teofastro, así como al escultor Polícleto, que en fecha reciente había participado con sus colegas en un concurso extraño, haciendo la misma estatua: La Amazona Herida.

7

Hipócrates, aparte de médico, fue el inventor del balón, así como de los guantes de goma, del cepillo de dientes y de la cánula para las mandíbulas rotas. Evaluó la labor profesional con el juramento hipocrático y acabó con la figura del matarife, que hasta el momento, a falta de veneno, era necesario para acabar con los agónicos, ahorrándoles el sufrimiento de un certero martillazo, cosa que produjo algún episodio grotesco.

-Máteme -, decía una vez un moribundo.

-En frío no puedo -dijo el matarife-. Necesito un trago primero. ¿Quiere usted ahumarse conmigo?

Luego hizo cisco los muebles sin cumplir con el objetivo, el uno huyendo del otro y recuperando la salud.

8

-Los ladrones son así -, dijo después el doctor Hipócrates.

-Pero, vamos a ver, ¿no me ha dicho usted que ese hombre era el matarife? -, dijo El Español tomando nota acerca de la terapia del miedo.

En fin. Hubo que aclarar algo más aquel capítulo.

9

"Nota del día a Sócrates, el mesonero.- Llegada la época del calor, los paños de cocina y las toallas húmedas deben extenderse para que se sequen y no cultiven hongos, que provocarían erupciones cutáneas".

10

Siempre ocurrió que los cocineros removieran su guiso, y que alguna vez, tan embebidos en su labor, no advirtieran con qué cucharilla estaban probándolo. Así pues era bueno tener dos cucharillas, para disimular por si llegaba alguien.

-¡Eh, lo he visto! ¡Ese tipo ha hozado con la cucharilla!

-¿A qué cucharilla se refiere -dijo el cocinero- a esta de la mano izquierda o a esta otra que tengo en la mano derecha?

Si alguien se preguntara alguna vez cuál fue el origen de la magia, era aquel, basado en la necesidad de los cocineros de ocultar sus descuidos para no quedar mal ante los invitados.

-¿Por qué está doblando la cucharilla ahora, amigo?

-¿Quién aquí está doblando ninguna cucharilla?

-¿Dónde ha puesto el conejo? ¿Dónde está?

-¿Qué conejo?

-¿Y la paloma que había aquí antes?

-¿Qué paloma, esta o esa?

11

"Estrategia para vencer a los pueblos vecinos. Puede que sea necesario que acuda yo mismo, simplemente a tomarme una copa, para lo cual necesitaré algunos fondos públicos, porque puede que incluso me vea obligado a hacer una gira, la típica gira del ojeador".

12

Atenas a vista de pájaro era un territorio extenso con una plaza central. Según aquella vecina, aquella que estaba asomada al balcón, había allí un millón de habitantes

-Un millón, caray -, dijo él detrás, contemplando el panorama de su calle mientras embutía el saquito de otro modo.

La ciudad era superior a todas las demás, pero carecía de interés en aquel momento. Ella olía a mar.

13

A Aristofán, el gran comediante, se le notaba enseguida que era un hombre vivo. Sus obras de teatro encandilaban a la gente, pero en realidad eran migajas de lo que en privado era capaz. Un día iba por el mercado en compañía de sus amigos, comiendo castañas asadas.

-¿Veis esta castaña? -, decía mostrando una, lanzándola arriba para atraparla con la boca.

Luego añadió: "Bien, pues ya no la veis". Después, mirando a las mujeres, preguntó de viva voz: "¿Alguien quiere una castaña?".

14

"Hoy han vuelto a convertir una cucharilla en una paloma. Qué extraños son los magos en ocasiones".

15

"Polícleto, el escultor, ha dado origen a un cuento de terror que va a tener éxito. Versa sobre la hidra de las siete cabezas, según el rumor que propaga la gente. Pudiera ser útil aprovechar la incultura que nos rodea para establecer el dominio en alguna que otra frontera. La realidad es que se trata de un asunto más de su oficio, es decir, del cálculo que suelen hacer los escultores para hacer un cuerpo proporcionado, multiplicando por siete la cabeza original de la estatua".

16

Un día el escultor estaba en su estudio horrorizado por estar dentro del barro: "Qué a gusto se está aquí dentro". Después exclamó algo al oír un ruido: "¿Eres Fidias? Muéveme un poco". Polícleto dio lugar al baño de barro, con sus múltiples propiedades. El barro es rico en yodo, necesario para generar tirosina en la glándula tiroides, encargada de contabilizar el gasto metabólico que necesita el cuerpo a diario, es decir, cuántas calorías le hacen falta para no cargarlo de grasa.

17

"Señor Hipócrates.- La tiroxina pertenece a esa glándula que sirve de escudo en la garganta. Cobra importancia para la homeostasis, es decir, para mantener la temperatura corporal, el calor o el frío. El yodo, en su variante triyodotironina y tetrayodotironina, es bueno para evitar el bocio, vulgarmente conocido como papada".

18

"Atenas no necesita a nadie para la conquista de otros territorios. Acabo de darme una vuelta. Algunos nativos de por ahí piensan que la velocidad de desplazamiento de las tropas se debe a que un dios, en medio del Egeo, las traslada en la palma de la mano.

"La cuestión se parece al tema de la escultura. En realidad tan sólo tenemos mejores mapas y rutas precisas. Sin embargo, los nativos, pese a la aclaración, caen derrotados por sí solos, provocándose estupor al contarse todo tipo de sandeces junto al fuego, que si una tortilla de papas volando, que si un centauro pegándole fuego al vino.

"El monstruo de la colina no era más que la cabeza de un jabalí, durante una fiesta en el campo. Durante la sobremesa un hombre se lo supo en la cabeza y se situó de perfil arriba, bajo el atardecer, empeñado en entretener a la gente con su pantomima, y sorprendentemente logrando la conquista de la zona, pues la gente salió aterrorizada.

"Tucídides, Herodoto y Plutarco, los corresponsales de siempre, se divierten sin embargo contando otras cosas, de un modo más cruel, con exterminios y otras rarezas domingueras. A mí no me importa porque la creatividad es libre".

19

"Los espartanos parecen tontos. Alguna vez envían a sus diplomáticos, que la última vez se creyeron lo de los guisantes. Dijeron que suelen emplearlos para fabricar mercromina. Lamentaron en cambio que la delegación ateniense simplemente se dedicara todo el rato a comérselos, perdiendo así, a su juicio, la oportunidad de fabricar algo así de útil para las heridas. Fue divertido verle empeñados en explicar la mercromina, restregándose los guisantes mientras los otros seguían comiendo.

-¡¿Qué quiere usted que hagamos con los guisantes?! -, dijo al fin un ateniense, haciendo ver que lo mejor era ingerirlos.

-¡¡Fabricar esto, mercromina!! -, dijeron los espartanos enfurruñados.

Al final marcharon para ir diciendo por todos sitios que el enemigo era idiota.

-Bueno, estos espartanos -dijeron por el contrario los nuestros cuando quedaron a solas- se han creído que nosotros no sabemos lo que hacer con esto, es decir, que sólo somos unos comilones despreocupados.

Esto significaba que eran ellos los que delataban hasta dónde les alcanzaban las luces. Por lo tanto hacerse el tonto puede ser el mejor espionaje".

20

"Atenas, con todo alrededor, es una ratonera desde un balón, oliendo a mar. Llueve y todo es delicado. Tras varios días trabajándola a ella, la misión me parece perfecta".

21

"Estoy muy a gusto en esta habitación. Hace un momento he liberado mi emoción con un grito, y puede que me haya oído a lo lejos.

-¡¡Ay madremíaaaaa!!

Puede que los devotos de la diosa haya huido".

22

"Normalmente, cuando van a encomendarse a ella, los devotos oyen otras cosas.

-He de ir.

He decidido llamarla Antonia".

23

"Pericles, ante la multitud, ha dado un mitin vestido de negro, como yo al principio. Pidió que los votantes pensaran un poco en los cimones, el partido opositor.

-No podemos permitir -dijo con sorna- que desaparezca del todo.

En definitiva, él no podría divertirse tanto".

12

El Loco

1

El Español se volvió loco aquella mañana dando vueltas por las calles, hablando en un idioma ininteligible, lavavajillas, televisión digital, teclado, alzando las manos diciendo cosas que nadie comprendía, pararrayos, letreros luminosos, motos, lanchas, tracción mecánica, aurículas, ventrículos y tromboflebitis, diciendo que una noche se sentó en un banco de su barrio para fumarse un cigarro, y que después apareció allí, farolas, quiosco, tabaco, pareciendo un demonio vestido de negro.

2

Cuando apareció en el Partenón habló de grandes máquinas excavadoras, de semáforos y señales de tráfico, y luego en el teatro irrumpió de súbito ante el público hablando con desesperación, pero divirtiendo de todas formas porque creyó que era un actor, hasta que acabó convirtiendo la desgracia en una obra magistral, contando un pasado remoto en algún lugar, con sus amigos y nombres nunca oídos allí. Habló de máquinas eléctricas, hasta que se dio cuenta de que podía servir al espectáculo de otro modo, contando la anécdota de Trasíbulo. Después, tras el éxito, espantada la gente de risa, supo con se estaban agolpando en las calles, queriendo entrar, mientras imitaba las voces de un modo cómico, dibujando en la mente de las criaturas imágenes sólidas, hasta que el aplauso era cada vez más clamoroso, tanto que la gente parecía no querer irse, causa de que el espectáculo no tuviera fin. Dos días después le estaban llevando la comida al escenario, con una mesa, unas veces para sentarse y otras para ir de un lado a otro, alargándose con tonterías lujuriosas, con la gente derramándose en lágrimas y rodando por los escalones.

Cuando la gente se recuperaba, esperaba un instante en silencio, preparando el remate, hasta provocar que se cagara viva, resollando medio asfixiada. La última noche había ciento diez mil antorchas puestas en los cerros, iluminando el recinto. Iba vestido como ellos, señalando la marea alta de la grada, desbarrancándose los unos sobre los otros, hasta que caían redondos al suelo y eran retirados en parihuela, momento en el cual la gente también aplaudía, celebrando el éxito de los enfermeros, como si formara parte del espectáculo. Unas veces era una mujer y otras un tontorrón, o bien el jefe de una tribu o un caballo parlanchín, alzando la mano de lado diciendo ser la sombra de un pájaro, bajando la otra sobre el terreno pensando la gente que de verdad echaría a volar, con lo cual hablaba, en honor a ellas, de caricias increíbles.

3

Simuló, impostando la voz, un grupo de vecinas cotilleando en la calle, hablando de Zeus siendo el padre de demasiada gente. Era el hijo de Hera, y estaba liado con Paquimé en los tiempos de Ícaro siendo los tiempos de Toñi. Zeus tuvo un hijo con una enana pastueña llamada Amarga, vecina de Creta e hija de Alfred, segundo izquierda, galán veraniego de las Cícladas, pero en invierno hijo y nieto a la vez de Ramira, que además de hermana tía buena de Nicomedes se las sabía todas para que en invierno Alfred, de tan buena gente, pasara frío junto a ella, junto a Petra sin ir más lejos, absorta de nalgas todas, a la cual, por cierto, no se le notaba que tenía siete hijos, llamados Follárgoras, Pelargónatres, Pirinolo, Alicuécano y por último Íñigo, el indio, que hacía por el resto.

-Por los movimientos -, añadió.

Dejó a medias ese fingido cotilleo para recoger el hilo argumental luego, cuando el público creyera que se le había olvidado, para darse la vuelta de repente y rematarlos, como un tortillazo, es decir, liándose a tortillazos con la gente, provocando el deliro de la grada completamente entusiasmada, observando en él a todas las vecinas juntas, desmintiendo todo lo anterior.

4

Los centinelas de la alcazaba alta, sobre la montaña donde estaba emplazado el teatro, caían también al suelo, enredadas las piernas con sus molinetes de armas, viendo al público apiñado, y mucho más en lontananza, con el fulgor de las antorchas divisándose en alta mar. Había en las calles, durante la llovizna, un tropel incesante resbalando por estar más cerca. Finalmente El Español explicó una caja como metáfora de la luz, y después terminó mostrando un pliego en las manos, de frente al público, como un galardón. Por atuendo acabó con un peplo de lienzo impecable y una barba blanca. En algún instante se oyó a lo lejos una voz trémula y quejumbrosa.

-Perdóname -, decía.

5

La gente salió por fin del teatro, echando a correr para ir a contarlo en todos sitios. Las mujeres, posteriormente, le buscaban por la ciudad, durante la fiesta que celebraba el imperio. En los mesones se prometía siempre su llegada, y eso bastaba para armar la tremolina.

-¡Por ahí viene! -, decía alguien en principio.

-¡No, ese no es! -, decía otro.

Se cantaba y se reía, a la espera de que fuesea verdad.

-¡Es una paloma! -, decía uno.

-¡Es un conejo! -, decía el otro.

-Por favor, señores, basta -, decía uno más-. Como dueño del mesón les ruego calma ante ese hombre. Yo mismo me asomaré a la puerta a ver si es él.

En efecto, luego regresaba como se había ido, y se quedaba un rato quieto allí, en la ventana, mojándose los labios con una copa de vino, dándole veracidad al silencio previo a la tempestuosa intervención.

-Es no soy yo. Quiero decir que yo no soy El Español, señora. Él es mucho más guapo y varonil, digamos que más hecho a los aires del pueblo. Permitidme, sin embargo, que hable pues de mí un poco, quizá en calidad de divertido pobre. Diré a los aquí reunidos que soy uno más, tan feo como ustedes. Y eso, amigos míos, nos salva de ser él, allá donde esté, castigado por todas ellas a la vez.

La gente, en torno a él, esperaba expectante, sin oírse una mosca.

-Él es distinto -, proseguía-. ¡¡Aaaay, madre míaaaa, que hermoso es!!

6

"Nota a Sófocles.- Mi querido Sófocles. Le he ido a ver a casa y se me ha quedado mirando como un chiquillo, enseñándome lo que había hecho, un vasto jersey negro de lana teñida que cosido por él mismo, con el cuello cubriéndole hasta la nariz. Era demasiado grande. Era la suya una mirada tan tierna y de un candor tan desolador, que pensé: "El mismísimo Sófocles me está mirando así". Alguna vez me comentó que cuando hacía sus representaciones notaba que en el aire una especie de gigante le observaba con atención. Le hice un dibujo antes de irme, haciendo la tinta con una papa podrida, mezclándola con aceite de ricino. Lo dibujé como le vi en otra vida, mirándome desde la punta del cigarrillo, en la oscuridad de una habitación".

7

"Cuarta victoria consecutiva contra los espartanos", tituló El Español en un nuevo fragmento. "Sorprendidos en retaguardia (De nuestro corresponsal).- Calixto, que es un hombre despierto, se enfrentó a ellos con un huevo nada más, y bastó con tirarlo hábilmente. Les llamó gallinas, por supuesto, y creo que empezaron a cacarear de verdad, acaso víctimas de un maléfico. Calixto en definitiva atinó con la sartén una vez más, y se puede imaginar la gente lo que ocurrió después repartiendo un solo huevo, estando todo el mundo como estaba hambriento, impidiendo hablar de negocios".

13

En Apuros

1

La última vez que estuvo en el teatro había un mal actor tratando de imitarle. Después llegó al Partenón y descubrió lo que tramaban dos sirvientes.

-Es un loco -, le decía uno al otro.

-¿Un loco?

-Deberíamos alejarnos de él.

-Es mejor hacerle creer que es un dios, para tenerle explotado en el teatro.

2

Se creyó en apuros. Pudo haberse ido antes de Atenas y ponerse al servicio del peor enemigo que que tuviera, de Esparta, para decantar la guerra de una vez. Sin embargo a los pocos días después le llevaron al teatro, poniéndole en escena con un loco de verdad. Entonces se acercó a él en un aparte antes de que comenzara la función, comentándole en secreto una cosa.

-Sin nosotros esta gente no se divertiría -, le susurró-. No habría función. ¿Me comprenden?

Luego, aprovechando un descanso, desaparecieron.

3

Vagó sin rumbo por la ciudad completamente desengañado. Fue durante la peste, pandemia que asoló la ciudad y que llegó a ser interpretada como un ataque del enemigo espartano, queriendo inocular en la población un virus fatal. Ese fue el diagnóstico del doctor Hipócrates cuando habló de los etíopes que aparecieron pudriéndose junto a las murallas.

4

La población iba quedando diezmada. El Español, ocultándose como podía, creyó ir tropezando con los muertos, cuando en realidad se trataba de una celebración en su honor, allá donde estuviera. Se emborrachó durante días, hasta que un día llegó a un cerro de por allí para aliviar la vejiga, estando a punto de caer a una fosa. No oyó lo que le decían detrás.

14

Extraños Documentos en la Lápida

Los arqueólogos que fueron al Partenón en el siglo XXI estudiaron los documentos descubiertos bajo aquella lápida, entre los cuales había un libro perfectamente escrito, hecho con papel de verdad, como si fuera la broma de un chiquillo, máxime con aquellas extrañas dedicatorias, pareciendo que aludía a viejos amigos de otra vida, de un modo inverosímil y aterrador, pues era como si de verdad hubiera bajado en el tiempo, remontándolo para corregir la Historia.

"A Fali, a Alfonso, a todos ellos".

Era increíble, pues sólo faltaba allí el escudo del Rayo Vallecano. Sin embargo se miraron diciéndose que quizá, pese a todo, podía ser cierto.

"Nota.- Cuando la cabeza tiene prioridad sobre el cuerpo, es porque cuando el hombre piensa no está".

En otro documento había más dibujos y anotaciones.

"Por favor, pedos no -leyeron en uno-. Mejor déjenlos caer sutilmente en casa del enemigo a modo de atrevido somnífero".

Sólo faltó que antes, cuando abrieron la tumba, le encontraran allí, con las piernas cruzadas, como decían que estaba en el sofá.

15

Todo Pudo haber sido Distinto

Esta historia, como dijimos antes, pudo haber sido distinta de querer haber pasado de veras desapercibido, es decir, que se pudo haber marchado enseguida de Mileto la primera mañana rumbo a Atenas, cuando no llegar directamente allí, para establecerse como uno más en una casa de alquiler, hablando su idioma y vistiendo su misma ropa, para no acabar descubriendo la industria textil con aquella cremallera. Tan sólo se hubiera perdido la anécdota de Trasíbulo que contara luego en el teatro.

"¿Qué necesidad tengo yo -pudo haberse dicho al salir de la nave- de ser importante, con la enorme presión que eso ejerce sobre el individuo?".

16

El Detalle de un Patio

1

Le costó unos pocos dracmas. La casa tenía un patio con leña y una chimenea. Solía permanecer en el camastro al anochecer, pensando que estaba en Atenas con un mechero sin que nadie lo supiera. También se dedicaba a pensar en la arquitectura, observando sus horizontales y verticales, como una casa normal sin televisión. Después, cuando regresó del patio, pensó en una puerta cerrada con un madero atravesado, sin escapatoria. Tan sólo había una por la azotea, trepando de algún modo.

2

Se acordó de su padre, que era un maestro de obras conocido en la ciudad. Aquella era una idea extraña y aterradora que solía despertar la imaginación. Era uno de los escollos del oficio para llegar a una progresión, es decir, que pensando con cierta angustia en la mejor forma de escapar de algo así se acababan aprendiendo otros rudimentos. Si fuese un pozo largo y estrecho, la mente elucidaría la necesidad de unas escalerillas puestas en la pared o lanzadas con cuerda y travesaños. La otra opción sería un saliente en la vertical para apoyar el pie. Si nada de eso existiera, y en paralelo al pozo, que abundaban en la ciudad, debiera haber un tubo con salida al exterior, al que acceder mediante una trampilla interna. Aquí el quid de la cuestión estaría en saber a qué altura estaría, si al fondo o a la altura de la cintura: si estaba abajo filtraría el agua por los intersticios, malogrando el lleno.

3

Quería eso decir que el pensamiento de un maestro de obras podía derrotar a la sicología, sorteando enigmas verídicos que obligarían a pensar de más por instinto de supervivencia, poniendo en duda la estabilidad emocional, debido a lo cual alguna vez algún cliente poco acostumbrado a eso podía pensar que estaba ante un criminal. En realidad ese tipo de personas tenían la cabeza así de dura por haber alcanzado su rango ocupando previamente plaza en todos los infiernos, soportado un sentido técnico y geométrico de la vida, sin florituras rupestres, de modo distinto a las convenciones sociales, con una preocupación máxima por la seguridad de las personas, motivo por el cual debía plantear el conflicto.

4

Una persona encerrada en un patio sin nadie alrededor quedaba vendido a la suerte final, cosa ante la cual, allí donde los demás veían sangre, el técnico veía la oportunidad de erigir una teoría sin tantas maritoñanzas, simplemente analizando algún detalle, denotando con claridad que la arquitectura no bromea. Venía bien algún asunto así para desalojar de la cabeza del cliente el exceso de mugre que pudiera tener, significando un valor alto no incluido en la factura, osea el valor curativo del masón evitando que el cliente siga siendo un loco.

5

Uno de los cuentos a propósito del patio se basaba en un simple detalle en la pared. Se trataba del cuento de la iguana, al que no le faltaban creyentes, comentando incluso que el animal estaba más preparado que el hombre, como si los monos hubieran estado de turismo. Un cuento así indicaría fundamentalmente lo poco que su dueño se gusta a sí mismo. Sin embargo la realidad evitaba el despeñaperros imaginario. El detalle era un saliente blanco en la blanca pared, tal como sonaba, mimetizado con conocimiento de inquilino, para que en caso de allanamiento, llegando el ladrón por la azotea, tuviera ventaja al saberlo. El otro en cambio, buscándolo y haciendo ruido, delataría con tiempo su presencia, favoreciendo la defensa del lugar.

7

Como es natural, de no haber saliente, dentro del patio debía haber una escalera. En los patios modernos la molestia podía contar con la colaboración de una puerta de hierro con rejas, cerrada con llave. Por lo tanto debiera haber un dentro de repuesto, localizada también para conocimiento del inquilino, en una loseta marcada o debajo de una almendra, para que en el momento cumbre no tuviera que desmanguillar el patio entero buscándola.

8

Cualquier programa de televisión podía aludir al tema, con su espectáculo correspondiente, teniendo en cuenta que en el mundo moderno las ideas por sí mismas quizá no valen, cosa por la cual, en caso de ocurrir, el constructor se diría: "Uno menos". De tener que ser así el propio constructor pensaría de qué modo plantear el espectáculo de un modo rentable, es decir, con una casa en juego, propiedad de cualquiera de los dos bandos, con sus abogados y tal, disputando la apuesta en un plató.

9

En cierta ocasión las firmas comerciales accedieron con gusto a patrocinar ese argumento sencillo, con un moderador situado en medio. El otro aliciente de la diversión fue el maripuri que pusieron allí para curarse del cuento de la iguana, viéndoles pelear, creyendo que de un momento a otro le dejarían hablar a él, diciendo que la iguana trae suerte y todo lo demás. Había también una vieja haciendo ganchillo a punto de saltarse un ojo durante los manoteos de los invitados, cruzando planos, revirtiendo el debate, comentando que la casa tenía y no tenía las garantías debidas.

10

A medida que avanzaba el programa, el moderador empezó a sentir angustia, noqueado por la veracidad del drama, el de que alguien pudiera perder su casa. Aquello fue un negocio corrompido previamente con un contrato legal mediante el cual las partes acordaron que fuera así. Decían, respecto a la puerta de hierro, que una de las escapatorias debió haberla previsto el herrero que la forjó, dejando flojo uno de los largueros, para curarse en salud ante una amenaza así. Parecía que de un momento a otro iban a encerrar a alguien para verlo en directo, con el presentador diciéndose que quería irse.

En el transcurso del debate acabaron emitieron imágenes de una casa, dándole verosimilitud, con la audiencia encerrada en la intriga, cada vez en más número, como luego dijeron los periódicos. Hablaron de que tenía que haber una lima, y entonces el moderador, vilipendiado por el asombro, oyó en algún sitio que descerrajaban una puerta de hierro. Había un ilusorio vehemente entre los participantes, acometiendo verbalmente contra todo el mudo, pareciendo llevar un marchamo metálico en la mano, hasta que la cámara descubrió que era el anillo de oro rutilante en un dedo. El dueño de la casa tenía al lado a uno de esos asesores de márquetin aficionados a darle la vuelta a todo con un lema.

-No permita -, le dijo a su lado- que esta gente le robe a usted la paciencia.

Acababa de acusar al otro bando, con ladina brevedad, de estar compuesto por taimados ladrones.

-¡Me roban, sí es cierto! -, exclamó el dueño.

El moderador algunas veces se dirigía al centro del plató para imponer respeto, mirando a cámara como si alguien, en algún sitio, estuviera pidiendo auxilio.

11

Si un hombre no mata con hacha, nunca será muerto con hacha. Si no mata con cuchillo, de cuchillo no morirá. "Si no atropellé, no seré atropellado", parecía rezar el de la iguana, elaborando un guisopo visual en primer plano, como si lo fuese a atropellar de un momento a otro una carreta de mulas a toda velocidad. "Si no encerré mi destino en algún sitio yo no pereceré encerrado".

12

El extintor fue otro detalle, dando lugar a hablar de incendios y otras catástrofes, con el moderador malo de los nervios, a punto de entregarse a la policía, hediondo el plató a calabozo.

-Abajo, en el almacén de la casa hay demasiado papel -decían los invitados-. ¡¡Pudiera arder!!

-Exactamente, pudiera arder. Este hombre lleva razón. Puede hacerlo sin dificultad. Un aplauso para este hombre

-Está bien, lo reconozco, no hay extintor -dijo el dueño-. ¡¡Pero sí hay una manguera cerca, como se puede ver en esta foto!!

En ese instante intervino su abogado, sentado junto a él, aludiendo al aspecto legal de la acusación, a la difamación, la calumnia e incluso la inducción al asesinato, con lo cual logró atorarle la mollera al enemigo.

-¿Qué ocurriría si ahora -añadió con una larga pregunta-, después de que ustedes hablaran así del fuego, se produjera de verdad? ¿No sería ustedes sospechosos de inducción al delito, y por consiguiente, de modo subsidiario, autores del daño, sin descartar que el móvil sea la venganza, provocando daño incluso al mobiliario urbano, en caso de propagarse el fuego, como suele ser normal, haciendo intervenir de oficio a la Fiscalía, es decir, llevándoselos a ustedes ahora mismo de aquí, no atados, sino esposados?

El plató acabó hediendo a calabozo, cuando planeó la idea de que la noticia ocurría, cayéndose la casa abajo entre las llamas, con alguien dentro en peligro, como sugirió el truco de imagen.

13

Extintor. El Español pronunció esta palabra extranjera cuando llegó al mesón para almorzar. Después pasó por una tienda a comprar una persiana, que era por entonces uno de los pocos inventos persas aceptados.

17

El Hombre de la Camisa

1

En el ágora había un día un hombre desnudo, entre mercachifles y elefantes. Era el rostro del asombro, ojeroso y con barba, y parecía apesadumbrado. Entonces empezó a gritar, diciendo quién le había quitado sus pertenencias.

-La razón es que desde siempre lo mío vale más que lo suyo.

Al parecer alguien le acosaba desde hacía tiempo, y acabó llevando el abuso a ese extremo. Sin embargo poco a poco el desnudo se colocó en una posición de fuerza, haciéndole pensar a la gente que el otro debía estar temiendo.

-Mi camisa azul fue regalo de un cónsul -gritó-. Mi túnica era de seda, y fue regalo de un marajá hindú. Así es todo mi vestuario, es decir, que hay un vecino aquí que tiene mi tesoro.

En realidad su ropa no valía un pimiento, pero de ese modo el otro pensaría que sí. Los rumores propagaron la especie por las calles, y de haber existido las compañías de seguros, queriéndose proteger hubiera acabado poniéndose en evidencia. El desnudo añadió: "¡¡Vive en aquella casa!!". Reyes y faraones en definitiva adornaron su trayectoria, aunque ahora solamente fuese abrigado por sus uñas. La otra parte de la broma era alterar un poco para pescar ambos en río revuelto, conchabados a medias para repartirse la captura. Por el momento todo indicaba que era un enfrentamiento entre hombres muy poderosos, con el único inconveniente de la verdad, pregonada bajo una pelambrera febril.

2

Ante algo así un abogado moderno pensaría, que la única moraleja respetable sería hablar de la sustracción, instigando una investigación acerca del valor del desplume. "El otro debe temer por su vida -se decía El Español tras la persiana-. El hombre desnudo le estaría obligando a un seguro de vida, es decir, a gastarse el tesoro en su seguridad, quedando como un delincuente".

4

Al anochecer llamaron a la puerta y cuando abrió allí estaba el desnudo, mirándole fijamente. Entonces se dio la vuelta y fue a por ropa.

-Tenga usted -, le dijo al volver, entregándole un jersey negro con una cremallera en el cuello.

-¿Nada más? -, repuso el hombre, señalándose la minga-. Deme usted algún pantalón que vaya a juego con esto.

Era Trasíbulo en la mismísima ruina.

5

Una homeomería es un término filosófico tradicional. Se define en líneas generales como una paradoja, que es lo que suele ocurrir durante las narraciones literarias, provocando la hilaridad, como en este caso, tras cambiar el argumento, con dos corrientes contrarias que se ven de frente inopinadamente, teniendo como hito central la ropa negra, que era la que el protagonista vestía al principio. La paradoja sin la narración, por otro lado, no sería más que la mera descripción de la paradoja en sí.

6

El Español se quedó tras la puerta extrañado, como si recordara algo que no había sucedido, tras darle la ropa a alguien que pudo conocer en otra vida.

18

Posibles Compañías

1

Una vez, para no aburrirse, elaboró una pequeña lista de compañías posibles.

"¿Mi hijo? -se dijo-. ¿Me va a enviar el ovni a mi hijo? ¿A mi hija tal vez?".

Cada uno de los nombres tenía asociadas unas características, y cada presencia equivalía a un argumento distinto en la historia. "Por ejemplo, con Miguel acabaríamos inventado el fútbol, aunque para no transgredir la Historia del planeta, en principio debería llamarse de otro modo, hasta la llegada de los ingleses en el siglo XVIII, que fueron quienes por fin se dieron cuenta de que había pelotas".

De tratarse de Emilio Cañaveras hubiera ocurrido también algo así, mas quizá acabaran poniendo un puticlub de mujeres bravas. Con Ascensión, por otro lado, seguramente hubiese sido modisto, haciendo algún bordado y tal.

"¿Con Juanico El Gitano? -se dijo después-. ¿Me van a enviar a Juanico, haciéndonos llamar Los Epaminondas? Juanico no. ¿Pero yo qué hago aquí con Juanico?".

Luego pensó en Rosi. "No saldríamos de la cama en todo el día. ¡¡Pies para que os quiero!! ¡¡A ella tampoco le servirían de nada!! Desaprovecharíamos la oportunidad de desconocer Atenas, como suelen decir los turistas".

2

Al ser distinto el argumento, aquel que fuese considerado fundador de la democracia, es decir Pericles a la sazón, sería distinto, un simple transeúnte disfrutando de su asueto con los amiguetes, comprando algo en el mercado para encerrarse por las tardes a mirar un laberinto de madera con dos ratas, cruzando apuestas.

-Apuesto a que se la encaloma.

Puede que la democracia sí existiera, pero Pericles sería un simple votante.

-Yo acepto la apuesta, Anaxágoras. Por favor, poned ahí la clepsidra.

3

Acabó encontrando en un baúl varias túnicas de lienzo, y con una puesta se marchó a votar, como uno más, para no llamar la atención.

-¿Cómo que no viene mi nombre en el padrón? -, dijo al final en la mesa electoral, protagonizando la anécdota del día.

Mencionó palabras como cremallera y lavavajillas, y después en el mesón la palabra sacacorchos, dándose cuenta de que todo eso se parecía mucho al griego, es decir, un idioma distinto en una época nueva.

4

"¿Para qué quiero yo la ropa negra? -pensó una vez al ver otra en el baúl-. ¿Para confundirme en la noche en calidad de ser mítico, cruzando las plazas como un lobo, oyendo mis pisadas en el silencio, con la gente mirando desde sus casas entornando la ventana, acobardada tras las cerraduras, temiendo estar, a la hora en que ulula la lechuza, en un cuento terrorífico, titulado El Hombre de Oscuro, como si uno, malditasea, fuese de los X Man?".

5

-Por ahí va el hombre de negro -, susurró una vecina viéndole cruzar la plaza, iluminado por una simple candela.

Simplemente salió a estirar las piernas, oyéndose al fondo el chistido del temor.

-No lo miréis -se oyó-. Puede traer mala suerte.

-Déjame, mamá -, decía una joven azorada-. Es muy guapo.

Anduvo sin apenas visibilidad, mas no le importó porque la noche, pese a la bruma, invitaba a darse un garbeo. Entonces fue cuando echó la pierna adelante sin encontrar apoyo, notando enseguida que había un desnivel, cayendo de boca sin remedio, descubriendo que se trataba de una gran idea del gobierno para gobernar la lluvia.

-Déjame, mamá -susurró la voz femenina en algún lugar-. Quiero verle. Es el nuevo vecino. Se ha caído.

-Es un borracho -, sentenció la madre.

En efecto, pesaroso y acezante parecía el clásico borracho andurreando a la intemperie buscando su casa.

6

¿Mencionó al día siguiente la palabra esguince en el restorán?

-Esguince, buenas tardes. ¿Señora Kanayakis? ¿Señor Flemón? Buenas tardes. Por favor, un consomé.

Al parecer Aristóteles, según decían los comensales, estaba de enhorabuena, tras advertir a la gente que las paradojas debían llamarse aporías, por alguna de esas razones extrañas que solamente se le ocurriría a un tipo así. Le quisieron invitar al Perípatos, pero hizo ver que no le interesaba. Por su parte estuvo dándole vueltas a la circunstancia idiomática, y cuando acabó de comer mencionó la rótula y la cápsula sinovial.

7

Aún no había ruinas en Atenas, sino que era todo distinguido. La acrópolis estaba situada arriba, en un monte alto, manifestando el Partenón la grandeza del imperio. Era un volumen blanco impecable sobre el verde de la llanura, con las columnas puestas en un extenso estilóbato de piedra y mármol, y un tímpano colorista de azules cobalto y amarillos áureos, realmente llamativo. Había una estatua de oro en su interior, pero no quiso entrar, sino que merodeó por la alcazaba hasta que vio el teatro abajo, por primera vez en su vida. Luego se marchó oyendo al fondo una extraña revelación.

-¡¡Ay, madremíaaaaa!!

Alguien se lo estaba pasando chachi piruli.

8

Era muy probable que los de la nave, en atención a la misión, tuvieran programada la participación de alguien, posiblemente una chica, como en las grandes producciones heróicas, para vivir morcillas aventuras románticas y un sinnúmero de entremeses variados. Podía tratarse de alguien inteligente y resuelto, sin resultar jartible, más atractiva que guapa, muy femenina en la cama, es decir, dejándose proteger por el macho duro.

No se la podía imaginar de otro modo, diciendo algo así: "Oig, cari, no tiremos por aquí" o así: "¿En qué estás pensando?", sino conociendo bien la verdad calore del tormento.

9

Las del cine, en aventuras de ese tipo, solían ser unas perpas, actuando como si fueran el cargo murillo del protagonista, por un lado queriéndolas llevar a un mundo mejor, luchando contra las contigencias, y por otro arrastrándolas como si al final hubiera que cargar un mulo a cuestas. "Ay, cari, no corras".

"¿Te quieres callar, mujer?", respondería él de modo asombroso durante una situación dramática, conservando el aplomo con virilidad mayúscula. "¡Digo el susto que me has dado en medio del brumoso silencio! ¿Es que estamos en un reventadero, chiquilla? ¡Cómete esos garbanzos, cojones! ¿No ves cómo te estás quedando?".

10

Como al amanecer observó en el ágora, la moda griega, efectivamente, era espectacular. Luego bajó la persiana y salió a dar un paseo. Por un instante buscó una cafetería para fumarse a gusto el correspondiente cigarro. Había mujeres con falda luciendo rajas en el muslo, con cintos apretados resaltando la cintura, así como botines de piel de gran calidad, estilizando el paso. Una de ellas lucía en el pecho una inicial que parecía pintada, cosa que ella misma pudo hacer pintándola o dejándola al sol, colocando encima un molde, como los heliograbados habituales, que era un arte popular de la artesanía. En definitiva, con una sábana ondeada y unos pendientes, un calzado alto y un peinado simpático, cualquiera de ellas sería como una modelo.

Pensó en cómo sería hacer el amor con una griega dos mil quinientos años antes que nadie, motivo por el cual llegó a casa con los calzones llenos, palpándose el mechero. "Contarlo luego es otra cosa", se dijo.

11

Se deleitó con el tema un rato. "Un hombre -añadió- no se alargaría demasiado contando demasiados detalles sobre eso". Tras la persiana oyó en el tranco una conversación, dos vecinos comentando las paradojas sexuales.

-Ya es mala suerte ir a un burdel y encontrarte a… -, le decía el uno al otro.

-¿Era tu mujer? ¡No lo sabía! ¡Qué susto! ¿Desde cuándo no la ves?

-No, no era ella.

El Español suspiró aliviado ante la idea de que se organizara
una pelea de pacotilla.

12

Eñores, enos días -, dijo al día siguiente al abrir la puerta, pensando en estar todo el día haciéndose el tonto, como un protagonista de los Caracteres de Menandro.

Le reconoció por la tarde entre el público del teatro Apolo, durante la representación de Lisístrata, de Aristófanes, cuyo argumento era un grupo de mujeres poniendo a parir a los maridos, soltando unos improperios bajofondistas que no le hubieran ido a la zaga a un taxi. Opinaba que las mujeres terminaban siempre siendo más marranas que los hombres. Lo pensaba así porque era ahí donde por fin podían sentirse ellas mismas, hocicándose en el varón, disfrutando sus deseos a corto, medio y largo plazo. Lisístrata era la cabecilla, confabulándose contra los maridos por querer hacer la guerra, a lo cual debían responder negándoles el sexo, es decir, provocando una guerra peor.

13

Algunas veces se quedaba en la plaza embobado mirando al cielo, cayéndosele la baba, pensando que el ovni le había dejado allí para siempre. Llevaba tiempo sin oír el clásico acufeno metálico, cosa que desde siempre achacó a la hipertensión, que solía contribuir en su mundo a tantas creencias en transmisiones galácticas y tonterías semejantes.

14

Su vecina. Era ella. La del susurro. Tenía los ojos achinados y la mandíbula prominente, el pelo frondoso y dos pechos importantes. Tuvo la impresión de que ya se conocían. Era además más bajita que él, como se podía ver a la luz de la plaza. "Ella ya me está buscando", razonó, como convencido de que a lo largo de los siglos siempre lo hacía la misma, como si un hombre se correspondiera con un solo tipo de mujer. "Establecerse con ella -añadió-. Tener hijos".

Pasó por su lado más tarde, cálida y entregada en la cadencia de la cadera, como queriéndose abrazar pronto al algarrobo verídico. Con aquellos muslos un hombre tendría suficiente para todo el invierno, "Funcionando", apostilló.

15

La moda griega era atrevida. En un momento dado su tipo de mujer daba igual. Podía ser cualquiera.

16

"Mamá, oh, mamá-, dijo atizando la chimenea-. Pobretica,
bordando en el costurero".

19

Un Personaje de Novela debe atreverse a ser Cruel de una Vez

1

El autor de un libro que aspira a ser mítico debe plantear las razones del sexo, la guerra y el dinero como motores argumentales. Un personaje, en definitiva, debe atrapar al público con su audacia, como un bandido de libertina astucia.

2

"En una historia debe haber una tensión sentimental", pensó Antonio José en el banco de la plaza, tras años sin hacer el amor.

3

Un autor decisivo debía conocer la Historia del planeta, con soltura, contando las cosas sin ser farragoso con la pedrada erudita. Un personaje debía atreverse a ir a la guerra, con Jenofonte, Alejandro Magno y toda esa gente, contra los lacedemonios por ejemplo.

4

"Ya tendrá tiempo el personaje de estar a gusto en el sofá", pensó Antonio José observando su personaje en la luz de la imaginación.

5

Látigos, estacas, castillos en el mar. También debería saber pronunciar barbaridades increíbles, y mostrarse retador, a caballo, desnucando imbéciles, amarrando a Ixión y a Zeus a la rueda del fuego, dejando que la morcillería de vísceras acabe poniendo perdida a la gente.

6

"¿Torero? ¿Torero en Creta? Si no torero, al menos becerrista, arrimando la talega, jugándose el guajerro, enamorando a la chavala, despernancándola de amor en el lecho".

7

"¿Su madre? ¿En serio aparecerá su madre?", pensó acariciando el cojín, haciendo lo imposible para que al menos fuera joven.

OVNI SOBRE ATENAS

Voz metálica

"Atención, compañeros,

procedemos a bajar a la madre".

19

La Madre

De repente Atenas cayó abatida por una guerra interna en la que participaba todo el mundo, como los hoplitas, los sirios, los escitas, los érulos y los persas, y algún que otro macedonio. Las casas se venían abajo a diario y el cielo estallaba en mil luminarias. Borracho de soledad durante la fiesta, creyó haber sido abandonado definitivamente, vagando de un lado a otro, pensando que estaba loco. Iba a oscuras tropezando con los muertos, hasta que llegó al cerro alto para aliviar la vejiga, estando a punto de caer a una fosa. La madre entonces afortunadamente gritó a tiempo, salvándole la vida.

-¡Antonio José!

SEGUNDA PARTE

1

Basta con Hablar de Sicología para que Todo el mundo parezca un Loco

1

A menudo, no sin cierta ambigüedad, se suele hablar así: "El pueblo es extraordinario, y por lo tanto el pueblo es un caballero". Además algo digno de análisis en la comunicación son los rumores, los rumores tal y como los conciben los estudiosos del fenómeno social de masas, es decir, haciendo ver que algunas veces son anticuados. Alguna vez un rumor pudo llegar tarde a un sitio, supongamos que diez años después de producirse por primera vez. Puede que tenga que ver con la emisión de productos extranjeros anticuados, hechos acaso diez años antes, transmitiéndole al público de otro país una sensación del pasado, asumiendo el espectador el humor de la gente de entonces, reaccionando a cosas que en el otro lugar dejaron de estar de moda.

2

De este tipo de cosas se solía hablar en aquel piso de estudiantes. Allí Antonio José era conocido como El Presidente del Gobierno. Convivía junto a dos personas más, Ulio y Uan, ambos estudiantes como él. Se complementaban bien: uno planteaba conflictos, el otro aportaba la lógica y el tercero resumía bien las cosas con un chiste. Otra cuestión de la comunicación social es también la publicidad subliminal, como por ejemplo en atención a esta frase: "Ese tío ha estado en el Himalaya cazando grillos". Una persona negaría la mayor, es decir, que existan grillos en el Himalaya, pero sin embargo no negaría la menor, esto es que alguien, aunque no, haya podido estar allí. En definitiva hay una parte del mensaje incierto que sí cuela.

-La publicidad subliminal es como mirar escaparates -, dijo un día el Presidente del Gobierno.

Era como abrir y cerrar puertas, o como pasar las hojas de un libro, la una diciendo una cosa y la otra contrarrestándola.

-Por lo tanto, caballeros, se puede decir lo mismo de esa y de esa otra ventana -dijo señalándola-, la una muerta de mugre planteando alguna incógnita, y la otra muy limpia planteando su contraria. En cuanto al ascensor, y acerca de que alguno de nosotros haya estado en el Himalaya, aún no es necesario desmentirlo.

3

"Limpieza del hogar. Bloc de notas.- Hay quien prefiere limpiar a diario y quien lo prefiere una vez en semana. La exposición de este tema es es meramente descriptiva y filosófica, no incriminatoria, pues nadie puede negar tajantemente las ventajas de uno y otro proceder. Los partidarios de que se amontonen los trapos, los ceniceros repletos y los utensilios de cocina, así como la mugre bajo la hornilla agarrándose al suelo como una maceta, pueden pensar que de otro modo interrumpirían su libertad horaria. Puede, aunque parezca una improvisación, que algo así obedezca a algo muy meditado, puede que al ser partidario de la filosofía según la cual todo está en su sitio. Por ejemplo, un árbol cortado en un trayecto parecería un accidente, pero permite, mirando los anillos, una clase de biología al aire libre. Para esta gente la falta de espacio en la cocina en virtud del desorden, termina siendo el orden mismo. Todo regresará a su sitio de un modo imperceptible, como se pudiera observar situando una cámara en la cocina para ver la evolución durante días. Al ser predominante el estómago y la necesidad de satisfacerlo, cada célula visual se desplazará para dar paso al jamón, a la barra de pan y a todo lo demás. Respecto a los amantes de la limpieza diaria solamente queda la duda de si envidian en algo a esta gente, viéndoles sonreír con sincera despreocupación, consecuencia tal vez de una distinguida madurez".

4

Partes: 1, 2, 3, 4
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