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La Muerte y la Inmortalidad del Alma en los Diálogos de Platón



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Monografía destacada

  1. Introducción
  2. Sobre
    la muerte
  3. Discurso sobre el infierno y la
    inmortalidad
  4. El
    alma es divina, inmortal
  5. Argumentación platónica sobre del
    la inmortalidad del alma
  6. La
    idea del infierno de Platón, igual a la del
    paraíso cristiano
  7. Sobre
    el infierno y la metempsicosis
  8. Habrá un juicio de las
    almas
  9. Más sobre la inmortalidad del alma, y la
    visita de Er de Armenia al infierno.
  10. Platón propone que se borre todo lo que
    se dice del infierno que pueda producir miedo a los
    niños y a los hombres
  11. Conclusiones

Introducción

Se puede asegurar que el hombre fue creado recto y con
perfección e inmortalidad condicional. En
Eclesiastés 7: 29, el Predicador dice: "He aquí,
solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero
ellos buscaron muchas perversiones." El único que es
inmortal es Dios, como nos dice Pablo en primera a Timoteo 6: 16:
"el único que tiene inmortalidad, que habita en luz
inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede
ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno.
Amén."

Aunque la Palabra de Dios nos dice que: "Porque la paga
del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro," en romano 6: 23, la
filosofía nos dice que el hombre nace con inmortalidad; y
eso nos hace pensar, que el hecho de que en el cristianismo se
adopte la idea de la inmortalidad, nos es más que uno de
los frutos de las "perversiones" que el hombre ha buscado. Como
con la inmortalidad no se nace, como afirma la filosofía
de Platón, no se adquiera por haber bebido del agua de la
fuente de la eterna juventud, como creyeron Juan Ponce de
León y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, ni por
haber tomado el elixir de la eterna juventud o haber tomado en el
santo grial; sino que esa inmortalidad, solo es posible y gracia
a nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que dice Pablo en
su segunda carta a Timoteo, en el capitulo primero,
versículo 10: "pero que ahora ha sido manifestada por la
aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual
quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio…"

Las raíces de la doctrina de la inmortalidad del
alma debemos buscarla en el jardín del Edén, y no
porque fuera de uno de los árboles que el Señor
creo, y que quería que Adán cultivase, sino que fue
plantada por el diablo o Satanás, cuando llamó a
Dios egoísta y mentiroso. Esto es lo que leemos en el
primer libro de la Biblia: "Pero la serpiente era astuta,
más que todos los animales del campo que Jehová
Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Con que
Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del
huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del
fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero
del fruto del árbol que está en medio del huerto
dijo Dios: No comeréis de él, ni le
tocaréis, para que no muráis. Entonces la
serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe
Dios que el día que comáis de él,
serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal." Génesis 3:
1-5. 

Fue Satanás el que ofreció esa
inmortalidad, fue la serpiente que dijo: "No
moriréis; sino que sabe Dios…que seréis
como Él"; cuando Dios había dicho: "mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás." Génesis 2: 17. La doctrina de la
inmortalidad del alma ofrece pecadores inmortales, y esto lo dice
a sabiendas que en la primera epístola de Juan se nos
dice: "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y
sabéis que ningún homicida tiene vida eterna
permanente en él." 3:15.

Es todo sabido, que Dios nos dice que la paga del pecado
es la muerte. La inmortalidad solo a de ser posible, cuando
Jesús se manifieste y como una gracia, le otorgue a sus
hijos el don, el regalo de la de la vida eterna. Pablo dice: "He
aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar
de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la
trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles,
y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto
corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se
vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya
vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que
está escrita: Sorbida es la muerte en victoria." Primera a
los Corintios: 15 51-54.

La victoria del pecado es la muerte, por eso el pecador
no tiene inmortalidad, a menos que entandamos que inmortalidad es
morir, como dicen las Escrituras; es el que se arrepienta de sus
pecados y confié en Jesús, el que disfrutará
de vida eterna. El aniquilamiento total, es el final del pecado y
del pecador, así como del causante del pecado, el enemigo
de las almas, Satanás. Es el día del juicio final
que se ha de determinar el aniquilamiento total del pecador, del
que no quedará, ni raíz ni rama, como dice el
profeta Malaquías; y los santos, los justos, los que haya
hecho suyos el sacrificio expiatorio de Cristo, estos entonces
recibirán, como un regalo, como un don inmerecido, la vida
eterna.

En el tomo primero, capítulo segundo de su
Historia del Cristianismo, Justo González nos
dice:

"El maestro de Platón, Sócrates,
había sido condenado a morir bebiendo la cicuta porque se
le consideraba incrédulo y corruptor de la juventud
ateniense. Platón había escrito varios
diálogos en su defensa, y ya en el siglo primero de
nuestra era Sócrates era tenido por uno de los hombres
más sabios y más justos de la antigüedad.
Ahora bien, Sócrates, Platón, y toda la
tradición de la que ambos formaban parte, habían
criticado a los dioses paganos, diciendo que eran creación
humana, y que según los mitos clásicos eran
más perversos que los seres humanos. Por encima de todo
esto, Platón hablaba de un ser supremo, inmutable,
perfecto, que era la suprema bondad y belleza. Además,
tanto Sócrates como Platón creían en la
inmortalidad del alma, y por tanto en la vida después de
la muerte. Y Platón afirmaba que por encima de este mundo
sensible y pasajero había otro de realidades invisibles y
permanentes. Todo esto fue de gran valor y atractivo para
aquellos primeros cristianos que se veían perseguidos y
acusados de ser ignorantes e ingenuos. Por estas razones, la
filosofía platónica ejerció un influjo sobre
el pensamiento cristiano que todavía perdura."

En el capítulo 7 de esta Historia, y que se
titula: Defensa de la Fe, y en el apartado que titula: Fe
Cristiana y Doctrina Pagana, nos dice el doctor
González:

"Justino ve varios puntos de contacto entre el
cristianismo y la filosofía pagana. Los mejores
filósofos, por ejemplo, hablaron de un ser supremo que se
encuentra por encima de todos los demás seres, y del cual
todos derivan su existencia. Sócrates y Platón
sabían que existe la vida allende la muerte física;
y Sócrates mostró la fuerza de esa creencia en su
muerte ejemplar. Platón también sabía que
este mundo no agota toda la realidad, sino que hay otro mundo de
realidades eternas. En todo esto, los filósofos
tenían razón. Justino no está completamente
de acuerdo con ellos, puesto que él sabe, por ejemplo, que
el centro de la esperanza cristiana no es la inmortalidad del
alma, sino la resurrección del cuerpo. Pero a pesar de
ésta y otras diferencias, hay en los filósofos
atisbos de la verdad que no es posible explicar como una mera
coincidencia. ¿Cómo explicar entonces este acuerdo
parcial entre los filósofos y la fe cristiana? Justino lo
explica acudiendo a la doctrina del "logos"."

Pero es cuando escribe su Historia del Pensamiento
Cristiano, en el capítulo dos, titulado: La Cuna del
Cristianismo, es que Justo González saca a relucir con
más fuerza y precisión la doctrina de la
inmortalidad y el aporte de Platón. Veamos detenidamente
lo que nos dice.

"No podemos repasar aquí toda la historia de la
filosofía griega y helenista, pero sí debemos
señalar algunas de las doctrinas que hicieron posible la
influencia de las diversas escuelas en la historia del
pensamiento cristiano.

Sin lugar a dudas, es Platón, de entre todos los
filósofos de la antigüedad, quien más ha
influido en el desarrollo del pensamiento cristiano. De entre sus
doctrinas, las que más nos interesan aquí son la de
los dos mundos, la de la inmortalidad y preexistencia del alma,
la del conocimiento como reminiscencia y la que se refiere a la
Idea del Bien. La doctrina platónica de los dos mundos fue
utilizada por algunos pensadores cristianos como medio para
interpretar la doctrina cristiana del mundo, así
como del cielo y la tierra. Mediante la doctrina
platónica, podía mostrarse cómo estas cosas
materiales que tenemos a nuestro alrededor no son las realidades
últimas, sino que hay otras realidades de un orden diverso
y de mayor valor. Como se comprenderá fácilmente,
en una iglesia perseguida como la de los primeros siglos esta
doctrina tenía gran atractivo, aunque muy pronto
llevó a algunos cristianos a posiciones con respecto al
mundo material que constituían una negación
implícita de la doctrina de la creación. Esta
tendencia se hizo más aguda por cuanto el platonismo
tendía a imprimir un sello ético en la
distinción entre los dos mundos, haciendo del mundo
presente la patria del mal, y del mundo de las ideas el objeto de
la vida y la moral humanas.

"La doctrina de la inmortalidad del alma atrajo desde
muy temprano a los cristianos que buscaban en la filosofía
griega un apoyo para la doctrina cristiana de la vida futura. Si
Platón había afirmado que el alma era inmortal,
¿por qué los paganos se burlaban ahora de los
cristianos, que también afirmaban la vida tras la muerte?
Los cristianos que así discurrían no siempre se
percataban de que la doctrina platónica de la inmortalidad
del alma era muy distinta de la esperanza cristiana de la
resurrección. La doctrina platónica hacía de
la vida futura, no un don de Dios, sino algo que
correspondía naturalmente al ser humano por razón
de lo divino que en él hay. La doctrina platónica
afirmaba, no sólo la inmortalidad, sino también la
preexistencia y la trasmigración de las almas. Todo esto
era muy distinto del cristianismo, pero no faltaron pensadores
cristianos que, en su afán de interpreta su nueva fe a la
luz de la filosofía platónica, llegaron a incluir
todo esto en el cuerpo de la doctrina cristiana. 51."

Y esta es la cita 51 que se encuentra al pie de
página, con la que finaliza el último
párrafo:

"La doctrina cristiana de la resurrección del
cuerpo difiere radicalmente de la doctrina platónica de la
inmortalidad del alma. Según Platón, el alma es por
naturaleza inmortal; en el cristianismo, la vida futura se da
sólo por el don de Dios a través de la obra de
Jesucristo. Para Platón, el cuerpo es la prisión
del alma, y la muerte física constituye una
liberación que ha de ser recibida con alegría; en
el Nuevo Testamento, el cuerpo participa también de la
vida futura, y la muerte es el enemigo que ha de ser deshecho. La
inmortalidad platónica es algo negativo, y consiste en la
continuación ininterrumpida de la vida del alma; la
resurrección cristiana es algo positivo, que consiste en
una obra tan radicalmente nueva como la creación misma.
Véase O. Cullmann, Immortality of the Soul, or
Resurrection of the Dead? The Wilness of lhe New Testament

(New York, 1958)."

Después de haber hecho la trascripción de
los párrafos escritos por el doctor González,
presento delante de ustedes un manojo de citas, las cuales fueron
tomadas de las obras de Platón, el filósofo griego
responsable de helenizar las enseñanzas de Jesús.
Las fueron pergeñadas y colocadas de tal forma, que
faciliten la comprensión del tema, , para que podamos
entender que la herejía de la inmortalidad del alma, no es
una doctrina que nace de la fe, sino que es el producto de la
filosofía.

La filosofía, esa rama del saber que entró
al cristianismo primitivo de la mano de Justino, que sentó
reales definitivo con Agustín, y alcanzó el culmen
de su esplendor con Tomás de Aquino, no ha sido mas que el
canal por donde han penetrado los grandes errores a la fe
cristiana. La helenización del mensaje de Cristo, es la
universalización de la apostasía y la perdida de la
apostolicidad. La teología a de usar la razón, ya
que esta es el instrumento, el órgano que nos separa de
los animales, pero esta ha de ser dirigida por la
revelación, porque esta es el lento que nos permite
discernir el camino correcto, la senda de Dios.

Como este trabajo trata de la influencia de la doctrina
de Platón en la iglesia, ¿por qué no nos
hacemos las preguntas que su tiempo se hizo Tertuliano:
"Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?
¿Qué la Academia con la Iglesia? ¿Qué
los herejes con los cristianos".

No quiero finalizar esta introducción, sin antes
parafrasear a Martín Lutero, y decir: Nadie puede conocer
el destino final del ser humano, sino no deja a un lado las
enseñanzas de Platón.

Sobre la
muerte

"Me conduciría de una manera singular y
extraña, atenienses, si después de haber guardado
fielmente todos los puestos a que me han destinado nuestros
generales en Potidea, en Anfipolis y en Delio y de haber expuesto
mi vida tantas veces, ahora que el Dios me ha ordenado, porque
así lo creo, pasar mis días en el estudio de la
filosofía, estudiándome a mí mismo y
estudiando a los demás, abandonase este puesto por miedo a
la muerte o a cualquier otro peligro. Verdaderamente esta
sería una deserción criminal, y me haría
acreedor a que se me citara ante este tribunal como un
impío, que no cree en los dioses, que desobedece al
oráculo, que teme la muerte y que se cree sabio, y que no
lo es. Porque temer la muerte, atenienses, no es otra cosa que
creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe. En
efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el mayor de los
bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se
supiese con certeza que es el mayor de todos los males.
¡Ah! ¿No es una ignorancia vergonzante creer conocer
una cosa que no se conoce?"[1]

"La voz divina de mi demonio familiar que me
hacía advertencias tantas veces, y que en las menores
ocasiones no dejaba jamás de separarme de todo lo malo que
iba a emprender, hoy, que me sucede lo que veis, y lo que la
mayor parte de los hombres tienen por el mayor de todos los
males, esta voz no me ha dicho nada, ni esta mañana cuando
salí de casa, ni cuando he venido al tribunal, ni cuando
he comenzado a hablaros. Sin embargo, me ha sucedido muchas
veces, que me ha interrumpido en medio de mis discursos, y hoy a
nada se ha opuesto, haya dicho o hecho yo lo que quisiera.
¿Qué puede significar esto? Voy a decíroslo.
Es que hay trazas de que lo que me sucede es un gran bien, y nos
engañamos todos sin duda, si creemos que la muerte es un
mal. Una prueba evidente de ello es que si yo no hubiese de
realizar hoy algún bien, el Dios no hubiera dejado de
advertírmelo como acostumbra.

"Profundicemos un tanto la cuestión, para hacer
ver que es una esperanza muy profunda la de que la muerte es un
bien.

"Es preciso de dos cosas una: o la muerte es un absoluto
anonadamiento y una privación de todo sentimiento, o, como
se dice, es un tránsito del alma de un lugar a otro. Si es
la privación de todo sentimiento, una dormida
pacífica que no es turbada por ningún sueño,
¿qué mayor ventaja puede presentar la muerte?
Porque si alguno, después de haber pasado una noche muy
tranquila sin ninguna inquietud, sin ninguna turbación,
sin el menor sueño, la comparase con todos los
demás días y con todas las demás noches de
su vida, y se le obligase a decir en conciencia cuántos
días y noches había pasado que fuesen más
felices que aquella noche; estoy persuadido de que no solo un
simple particular, si no el mismo gran rey, encontraría
bien pocos, y le sería muy fácil contarlos. Si la
muerte es una cosa semejante, la llamo con razón un bien;
porque entonces el tiempo todo entero no es más que una
larga noche.

"Pero si la muerte es un tránsito de un lugar a
otro, y si, según se dice, allá abajo está
el paradero de todos los que han vivido, ¿qué mayor
bien se puede imaginar, jueces míos? Porque si, al dejar
los jueces prevaricadores de este mundo, se encuentran en los
infiernos los verdaderos jueces, que se dice que hacen
allí justicia, Mines, Radamanto, Eaco, Triptolemo y todos
los demás semidioses que han sido justos durante su vida,
¿no es este el cambio más dichoso? ¿A
qué precio no compraríais la felicidad de conversar
con Orfeo, Museo, Hesiodo y Homero? Para mí, si es esto
verdad, moriría gustoso mil veces. ¿Qué
trasporte de alegría no tendría yo cuando me
encontrase con Palamedes, con Afax, hijo de Telamon, y con todos
los demás héroes de la antigüedad, que han
sido víctimas de la injusticia? ¡Qué placer
el poder comparar mis aventuras con las suyas! Pero aún
sería un placer infinitamente más grande para
mí pasar allí los días, interrogando y
examinando a todos estos personajes, para distinguir los que son
verdaderamente sabios de los que creen serlo y no lo son.
¿Hay alguno, jueces míos, que no diese todo lo que
tiene en el mundo por examinar al que condujo un numeroso
ejército contra Troya o Ulises o Sisifo y tantos otros,
hombres y mujeres, cuya conversación y examen
serían una felicidad inexplicable? Estos no harían
morir a nadie por este examen, porque además de que son
más dichosos que nosotros en todas las cosas, gozan de la
inmortalidad, si hemos de creer lo que se dice.

"Esta es la razón, jueces míos, para que
nunca perdáis las esperanzas aún después de
la tumba, fundados en esta verdad; que no hay ningún mal
para el hombre de bien, ni durante su vida, ni después de
su muerte; y que los dioses tienen siempre cuidado de cuanto
tiene relación con él; porque lo que en este
momento me sucede a mí no es obra del azar, y estoy
convencido de que el mejor partido para mí es morir desde
luego y libertarme así de todos los disgustos de esta
vida. He aquí por qué la voz divina nada me ha
dicho este día. No tengo ningún resentimiento
contra mis acusadores, ni contra los que me han condenado, aun
cuando no haya sido su intención hacerme un bien, sino por
el contrario hacerme un mal, lo que sería un motivo para
quejarme de ellos. Pero solo una gracia tengo que pedirles.
Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguéis,
los atormentéis, como yo os he atormentado a vosotros, si
veis que prefieren las riquezas a la virtud, y que se creen algo
cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la
vergüenza, si no se aplican a lo que deben aplicarse, y
creen ser lo que no son; porque así es como yo he obrado
con vosotros. Si me concedéis esta gracia, lo mismo yo que
mis hijos no podremos menos de alabar vuestra justicia. Pero ya
es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir,
vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién
lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto
Dios."[2]

"Los hombres ignoran que los verdaderos filósofos
sólo laboran durante la vida para prepararse a la
muerte;[3] siendo así, sería
ridículo que después de haber estado persiguiendo
sin descanso este único fin comenzaran a retroceder y a
tener miedo cuando la muerte se les presenta.

Simmias, al oírle, se echó a reír.
¡Por Júpiter!, exclamó; en verdad,
Sócrates, me has hecho reír a pesar de la envidia
que siento en este instante, porque estoy persuadido de que si
hubiera aquí gentes que te escucharan, la mayor parte de
ellas no dejarían de decir que hablas muy bien de los
filósofos. Nuestros tebanos, principalmente,
consentirían de muy buena gana en que todos los
filósofos aprendiesen tan bien a morir que se murieran de
verdad, y dirían que saben muy bien que eso es todo lo que
merecen.

Y no dirían más que la verdad, Simmias,
replicó Sócrates, excepto en un punto que saben muy
bien, porque no es cierto que puedan saber por qué
razón desean morir los filósofos ni por qué
son dignos de ello. Pero dejemos a los tebanos y hablemos entre
nosotros. ¿La muerte nos parece algo?

Sin ninguna duda, respondió Simmias.

¿No es la separación del alma y del
cuerpo, dijo Sócrates, de manera que el cuerpo permanezca
solo y el alma sola también? ¿No es esto lo que
denominamos la muerte?

Esto mismo, dijo Simmias."[4]

"Que Dios, repuso Sócrates, que la esencia y la
idea de la vida y si hay alguna otra cosa que sea inmortal, que
todo eso no perezca, no hay nadie que pueda no estar conforme con
ello.

¡Por Júpiter!, todos los hombres al menos
lo reconocerán, dijo Cebes, y creo que aún
más los dioses.

Pues, si es verdad que todo lo inmortal es imperecedero,
el alma que es inmortal, ¿no estará exenta de
perecer?

Es necesario que sea así.

Por esto cuando la muerte llega al hombre, lo que hay
mortal en él muere y lo inmortal se retira sano e
incorruptible cediendo el puesto a la
muerte."[5]

Discurso sobre el
infierno y la inmortalidad

"No es necesario, dijo Cebes, porque ¿qué
sería imperecedero si el alma, que es inmortal y eterna,
estuviera sujeta a perecer?

Que Dios, repuso Sócrates, que la esencia y la
idea de la vida y si hay alguna otra cosa que sea inmortal, que
todo eso no perezca, no hay nadie que pueda no estar conforme con
ello.

¡Por Júpiter!, todos los hombres al menos
lo reconocerán, dijo Cebes, y creo que aún
más los dioses.

Pues, si es verdad que todo lo inmortal es imperecedero,
el alma que es inmortal, ¿no estará exenta de
perecer?

Es necesario que sea así.

Por esto cuando la muerte llega al hombre, lo que hay
mortal en él muere y lo inmortal se retira sano e
incorruptible cediendo el puesto a la muerte.

Es evidente.

Si existe, pues, alguna cosa inmortal e imperecedera, mi
querido Cebes, debe ser el alma y por consiguiente nuestras almas
existirán en el otro mundo.

Nada tengo que oponer a esto, dijo Cebes, y no puedo
hacer mas que rendirme a tus razones, pero si Simmias y los otros
tienen cualquier cosa que objetar, harán muy bien en no
callar, porque ¿cuándo volverán a tener otra
ocasión como ésta para hablar e ilustrarse acerca
de estas materias?

Por mi parte, dijo Simmias, nada tengo tampoco que
oponer a las palabras de Sócrates, pero confieso que la
grandeza del asunto y de la debilidad natural del hombre me
infunden una especie de desconfianza a pesar
mío.

No solamente está muy bien dicho lo que acabas de
decir, Simmias, sino que por ciertos que nos parezcan nuestros
primeros principios, es preciso que volvamos a ocuparnos de ellos
para examinarlos con mayor cuidado. Cuando los hayas comprendido
suficientemente entenderás sin dificultad mis
razonamientos tanto como es posible al hombre, y cuando
estés convencido de ellos, ya no buscarás otras
pruebas.

Muy bien, dijo Cebes.

Una cosa que es muy justo pensemos, amigos míos,
es que si el alma es inmortal, tiene necesidad de que cuiden de
ella no solamente en este tiempo, que llamamos el de nuestra
vida, sino todavía en el tiempo que ha de seguir a
ésta; porque si lo pensáis bien encontraréis
que es muy grave no ocuparse de ella. Si la muerte fuera la
disolución de toda la existencia tendrían los malos
una gran ganancia después de la muerte, libres al mismo
tiempo de su cuerpo, de su alma y de sus vicios; pero puesto que
el alma es inmortal, no tiene otro medio de librarse de sus males
y no hay más salvación para ella que
volviéndose muy buena y muy sabia. Porque consigo no lleva
mas que sus costumbres y hábitos, que son, se dice, la
causa de su felicidad o de su desgracia, desde el primer momento
de su llegada al paraje, al que, se dice, que cuando una muere le
conduce el genio que le ha guiado durante la vida, un paraje
donde los muertos se reúnen para ser juzgados, a fin de
que vayan a los infiernos con el guía, al que se le ha
ordenado adónde tiene que llevarlos. Y después de
recibir allí los bienes o los reales que merecen,
permanecen en el mismo lugar el tiempo marcado y entonces otro
guía los vuelve a esta vida después de varias
revoluciones de siglos. Este camino no es como dice Telefo en
Esquilo: «un simple camino conduce a los infiernos».
No es único ni simple; si lo fuera no habría
necesidad de guía porque no habiendo más que un
solo camino, me figuro que nadie se perdería, pero hay
muchas revueltas y se divide en varios, como conjeturo por lo que
se verifica en nuestros sacrificios y ceremonias religiosas. El
alma temperante y sabia sigue voluntariamente a su guía y
no ignora la suerte que le espera; pero la que está
clavada a su cuerpo por las pasiones, como antes dije, sigue
mucho tiempo unida a ellas, lo mismo que a este mundo visible, y
sólo después que se ha resistido mucho es
arrebatada a la fuerza y contra voluntad por el genio que le ha
asignado. Cuando llega a este lugar de reunión de todas
las almas, si está impura o manchada por algún
asesinato o cualquiera de los otros crímenes atroces, que
son las acciones semejantes a ella, huyen de su proximidad todas
las almas a las que horroriza; no encuentra compañero ni
guía y va errante en el más completo abandono hasta
que después de cierto tiempo la necesidad la arrastra al
sitio donde debe estar. En cambio, la que pasó su vida en
la templanza y la pureza, tiene por compañeros y
guías a los mismos dioses, y va a habitar en el lugar que
le está preparado, porque hay diversos maravillosos
lugares en la Tierra, y esta misma no es tal como se la figuran
aquellos que acostumbran a haceros descripciones, como por uno
mismo de ellos he sabido.

Simmias le interrumpió diciéndole:
¿Qué has dicho, Sócrates? He oído
decir muchas cosas de la Tierra, pero no son las mismas que te
han dicho. Me agradaría oírte hablar de
esto.

Para referírtelo, caro Simmias, no creo que sea
necesario poseer el arte de Glauco, pero probarte la verdad de
ello es más difícil y no sé si
bastaría todo el arte de Glauco.

Esta empresa no sólo es quizá superior a
mis fuerzas, sino que, aunque no lo fuera, el poco tiempo que me
resta de vida no consiente que empecemos un discurso tan largo.
Todo lo más que puedo hacer es daros una idea general de
esta Tierra y de los diferentes lugares que encierra, tales como
me los imagino.

Esto nos bastará, dijo Simmias.

Primeramente, repuso Sócrates, estoy convencido
de que si la Tierra está en medio del cielo, y es de forma
esférica, no tiene necesidad ni del aire ni de
ningún otro apoyo que la impida caer y que el cielo mismo
que la rodea por igual y su propio equilibrio bastan para
sostenerla, porque todo lo que está en equilibrio en medio
de una cosa que lo oprime por igual, no podría inclinarse
hacia ningún lado, y por consiguiente estaría fijo
e inmóvil; de esto es de lo que estoy
persuadido.

Y con razón, dijo Simmias.

Además estoy convencido de que la Tierra es muy
grande y que no habitamos en ella más que esta parte que
se extiende desde Fasis hasta las columnas de Hércules,
repartidos alrededor del mar como las hormigas y las ranas
alrededor de un pantano. Hay, creo, otros pueblos que habitan
otras partes que nos son desconocidas, porque por todas partes en
la Tierra hay cavidades de toda clase de tamaños y de
figuras en las que el agua, el aire y la niebla se han reunido.
Pero la Tierra misma está por encima, en este cielo puro
poblado de astros, y al que la mayor parte de los que hablan de
él denominan el éter, del cual lo que afluye a las
cavidades que habitamos no es más que el sedimento.
Sumidos en estas cavernas sin darnos cuenta de ello, creemos
habitar en lo alto de la Tierra, casi casi como cualquiera que
constituyera su morada en las profundidades del Océano se
imaginara habitar encima del mar, y viendo a través del
agua, el sol y los otros astros, tomara el mar por el cielo, y
como por su peso o por su debilidad no habría subido nunca
a la superficie y ni siquiera habría sacado la cabeza
fuera del agua, no habría visto que estos lugares que
habitamos son mucho más puros y bellos que los que
él habita, ni encontrado a nadie que pudiera informarle de
ello. Éste es precisamente el estado en que nos
encontramos. Confinados en alguna cavidad de la Tierra creemos
habitar en lo alto, tomamos el aire por el cielo y creemos que es
el verdadero cielo en el que los astros evolucionan. Y la causa
de nuestro error es que nuestro peso y nuestra debilidad nos
impiden elevarnos por encima del aire, porque si alguno pudiese
llegar a las alturas valiéndose de unas alas, apenas
habría sacado la cabeza fuera de nuestro aire impuro
vería lo que pasa en aquellos dichosos parajes, como los
peces que se elevan sobre la superficie del mar ven lo que pasa
en este aire que respiramos; y si se encontrase con que su
naturaleza le permitía una larga contemplación,
reconocería que aquello era el verdadero cielo, la luz
verdadera y la verdadera Tierra. Porque esta Tierra que pisamos,
estas piedras y todos estos lugares que habitamos, están
enteramente corrompidos y roídos como lo que está
en el mar está roído por la acritud de las sales.
Tampoco crece en el mar nada perfecto ni de precio; no hay en
él más que cavernas, arena y fango, y donde hay
tierra, cieno. Nada se encuentra allí que pueda ser
comparado a lo que vemos aquí. Pero lo que se encuentra en
los otros parajes está aún muy por encima de lo que
vemos en éstos, y para haceros conocer la belleza de esta
Tierra pura que está en medio del cielo os diré si
queréis una bella fábula que merece ser
escuchada.

Dínosla, porque la escucharemos con el mayor
placer, dijo Simmias.

Se dice, mi querido Simmias, que si se mira esta Tierra
desde un punto elevado, se parece a unos de esos balones de cuero
cubierto de doce franjas de diferentes colores, de los cuales los
que los pintores emplean apenas son reflejos, porque los colores
de dicha Tierra son infinitamente más brillantes y
más puros. Uno es un púrpura maravilloso, otro del
color del oro; aquél de un blanco más brillante que
el alabastro y la nieve, y así los demás colores,
que son tantos y de tal belleza que los que aquí vemos no
pueden serles comparados. Las mismas cavidades de esa Tierra
llenas de aire y agua tienen matices diferentes de todos los que
vemos, de manera que la Tierra presenta una infinidad de
maravillosos matices admirablemente diversos. En esta Tierra tan
perfecta, todo es de una perfección proporcionada a ella,
los árboles, las flores y las frutas; las montañas
y las piedras tienen un pulido y un brillo tales, que ni el de
nuestras esmeraldas ni nuestros jaspes ni zafiros puede
comparársele. No hay ni una sola piedra en aquella Tierra
feliz que no sea infinitamente más bella que las nuestras
y la causa de ella es que todas aquellas piedras preciosas son
puras, que no están corroídas ni estropeadas, como
las nuestras, por la acritud de las sales ni por la
corrupción de los sedimentos que de allí descienden
a nuestra Tierra inferior, donde se acumulan e infectan no
sólo la tierra y las piedras, sino los animales y las
plantas. Además de todas estas bellezas abundan en aquella
Tierra feliz el oro, la plata y otros metales que, distribuidos
con abundancia en todas partes, proyectan de todos lados un
brillo que deleita la vista, de suerte que el contemplar aquella
Tierra es un espectáculo de los bienaventurados.
Está habitada por toda clase de animales y por hombres,
unos en medio de las tierras y otros alrededor del aire, lo mismo
que nosotros alrededor del mar. Los hay también habitando
en las islas que el aire forma cerca del continente, porque el
aire es allí lo que aquí son el agua y el mar para
nosotros; y lo que el aire es aquí para nosotros es para
ellos el éter. Sus estaciones están tan bien
atemperadas, que sus habitantes viven mucho más que
nosotros y siempre exentos de enfermedades, y en cuanto a la
vista, el oído, el olfato y los demás sentidos, y
hasta la inteligencia misma están por encima de nosotros
como el éter aventaja al agua y al aire que respiramos.
Tiene bosques sagrados y templos que verdaderamente son morada de
los dioses, que dan testimonio de su presencia por los
oráculos, profecías e inspiraciones, y por todos
los otros signos de su comunicación con ellos. Ven
también al Sol y la Luna como realmente son, y todo el
resto de su felicidad está en proporción de lo que
habéis oído.

Ved, pues, lo que es aquella Tierra con todo lo que la
envuelve. En derredor suyo, en sus cavernas, hay una
porción de lugares, algunos más profundos y
más abiertos que el país que habitamos; otros
más profundos, pero menos abiertos, y por último,
otros con menos profundidad y menos extensión. Todos estos
lugares tienen aberturas en varios sitios en su fondo y se
comunican entre sí por galerías, por las cuales
corre como en recipientes una enorme cantidad de agua,
ríos subterráneos de caudal inagotable, manantiales
de aguas frías y otros de calientes, ríos de fuego
y otros de fango, unos más líquidos y otros
cenagosos como los torrentes de fango y fuego que en Sicilia
preceden a la lava. Estos lugares se llenan de una o de otra de
estas materias, según sea la dirección que toman
las corrientes a medida que se esparcen. Todos estos manantiales
se mueven hacia abajo y arriba como un columpio sostenido en el
interior de la Tierra. He aquí cómo se
efectúa este movimiento. Entre las aberturas de la Tierra
hay una, precisamente la mayor, que atraviesa toda la Tierra. De
ella habla Homero cuando dice «muy lejos, en el abismo
más profundo que hay bajo la Tierra». Homero y la
mayor parte de los poetas llaman a este lugar el Tártaro.
Allá es donde van a parar todos los ríos y de
allí salen. Cada uno de ellos tiene la naturaleza de la
tierra por encima de la cual corre. Esto hace que estos
ríos vuelvan a su curso y es porque no encuentran fondo,
pues sus aguas ruedan suspendidas en el vacío, bullendo lo
mismo hacia arriba que hacia abajo. El aire y el viento que las
envuelven hacen lo mismo y las siguen cuando se elevan y cuando
descienden; y lo mismo que en los animales entra y sale el aire
incesantemente por la respiración, el aire que se mezcla
con estas aguas entra y sale con ellas y provoca vientos
furiosos. Cuando estas aguas caen con violencia en el abismo
inferior del que he hablado, forman corrientes que vuelven a
través de la Tierra a los lechos que encuentran, que
llenan como se llena una bomba. Cuando estas aguas salen de
allí y vuelven a los lugares que habitamos, los llenan de
la misma manera, y de allí se extienden por todas partes
bajo la tierra alimentando nuestros mares, nuestros ríos,
nuestros lagos y nuestras fuentes. Desaparecen después
filtrándose en la tierra, unas después de dar
muchos rodeos y otras menores circuitos para volver al
Tártaro, en donde entran unas mucho más bajas que
no salieron y otras menos, pero todas más bajas. Las unas
entran y salen del Tártaro por el mismo lado y las otras
entran por el lado opuesto a su salida, y las hay que tienen su
curso circular y que después de haber dado una o varias
veces la vuelta, a la Tierra, como serpientes que se enroscan, se
precipitan a lo más bajo que pueden, van hasta la mitad
del abismo, pero más allá, porque la otra mitad
está más alta que su nivel. Forman varias
corrientes muy grandes; cuatro son las principales, de las cuales
la mayor es la que más exteriormente corre por todo el
alrededor; es la que se llama Océano. Lo que está
enfrente es el Aqueronte, que corre de manera opuesta a
través de los parajes desiertos y sumergiéndose en
la Tierra se precipita en las marismas de Aquernoiada, adonde las
almas van la mayor parte de las veces al salir de la vida y
después de permanecer allí el tiempo prescrito,
unas más y otras menos, son devueltas a este mundo para
animar nuevos cuerpos. Entre el Aqueronte y el Océano
corre un tercer río, que no lejos de su fuente cae en un
vasto lugar de fuego, donde forma un lago mucho más grande
que nuestro mar y en el que se ve hervir el agua mezclada con
fango, y saliendo de allí negro y lleno de barro recorre
la Tierra y va a parar a la marisma Aquernoiada sin que sus aguas
se confundan. Después de dar varias vueltas bajo la Tierra
se arroja en lo más bajo del Tártaro; a este
río se le denomina Puriflegeton, y de él se ven
surgir llamaradas por varias grietas de la Tierra. Frente a
éste cae un cuarto río, al principio en un lugar
pavoroso y agreste, que dicen es de un color azulado y al que
llaman el Estigio; en él forma la laguna Estigia, y
después de haber adquirido en las aguas de dicha laguna
propiedades horribles, se filtra en la Tierra, donde da varias
vueltas dirigiendo su corriente hacia el Puriflegeton, al que por
fin se encuentra en la laguna de Aquerón por la extremidad
opuesta. Sus aguas no se mezclan con las de los otros
ríos, y después de dar la vuelta a la Tierra se
precipita como ellos en el Tártaro por el sitio opuesto al
Puriflegeton. A este cuarto río le han dado los poetas el
nombre de Cocitos.

La naturaleza ha dispuesto así todas estas cosas;
cuando los muertos llegan al paraje donde su genio les lleva, se
juzga lo primero de todo si llevan una vida justa y santa o no.
Aquellos que se encuentra que vinieron ni enteramente criminales
ni absolutamente inocentes, son enviados al Aqueronte, donde
embarcan en barquichuelas que los llevan hasta la laguna
Aquerusiades, donde van a tener su residencia y donde sufren
penas proporcionadas a sus faltas y, una vez libres, la
recompensa de sus buenas acciones. Los incurables a causa de la
enormidad de sus faltas y que cometieron numerosos sacrilegios,
asesinatos inicuos, violaron las leyes y se hicieron reos de
delitos análogos, víctimas de la inexorable
justicia y de su destino fatal, son precipitados al
Tártaro, del que jamás saldrán. Pero
aquellos que no hayan cometido más que faltas que pueden
ser expiadas, aunque muy graves, como la de haberse dejado
dominar por la ira contra su padre o su madre o haber matado a
alguien en un arrebato de cólera y que han hecho
penitencia toda su vida, es necesario que sean precipitados al
Tártaro, pero después de haber permanecido un
año en él, el oleaje los devuelve a la orilla; los
homicidas son enviados al Cocitos, y los parricidas al
Puriflegeton, que los arrastra hasta cerca de la laguna
Aquerusiades; allí llaman a gritos a los que mataron o
contra quienes cometieron actos de violencia, y los conjuran a
que les permitan pasar al otro lado de la laguna y los reciban;
si los ablandan, pasan y se ven libres de sus males, pero si no,
vuelven a ser precipitados en el Tártaro, que los arroja a
los otros ríos y esto dura hasta que conmueven a los que
fueron sus víctimas; tal es la sentencia que contra ellos
pronuncian sus jueces. Pero aquellos a quienes se les reconoce
una vida santa, se ven libres de todos los lazos terrestres como
de una prisión y son recibidos en las alturas, en aquella
Tierra pura donde habitarán. Y de éstos, los que
fueron purificados enteramente por la filosofía, viven
perdurablemente sin cuerpo y son acogidos en parajes aún
más admirables que no es fácil describiros y
además no me lo permite el poco tiempo que me queda de
vida. Pero lo que acabo de deciros debe bastar, mi querido
Simmias, para haceros ver que debemos trabajar toda nuestra vida
entera para adquirir virtudes y sabiduría, porque el
premio es grande y bello y la esperanza halagadora.

Lo que un hombre de buen sentido no debe hacer es
sostener que estas cosas sean como os las he descrito; pero que
todo lo que os he dicho del estado de las almas y de sus
residencias sea aproximadamente así, creo que puede
admitirse, si es cierto que el alma es inmortal, y la cosa vale
la pena de correr el riesgo de creerla. Es un azar que es hermoso
admitir y del cual debe uno mismo quedar encantado. Ahora
comprenderéis por qué me he detenido tanto tiempo
en este discurso. Todo hombre, pues, que durante su vida
renunció a la voluptuosidad y a los bienes del cuerpo,
considerándolos como perniciosos y extraños, que no
buscó más voluptuosidad que la que le proporciona
la ciencia y adornó su alma, no con galas extrañas,
sino con ornamentos que le son propios, como la templanza, la
justicia, la fortaleza y la verdad, debe esperar tranquilamente
la hora de su partida a los infiernos, dispuesto siempre para
este viaje cuando el destino lo llame. Vosotros dos, Simmias y
Cebes, y los demás, emprenderéis este viaje cuando
el tiempo llegue. A mí me llama hoy el hado, como
diría un poeta trágico, y ya es hora de ir al
baño, porque me parece mejor no beber el veneno hasta
después de haberme bañado, y además
ahorraré así a las mujeres el trabajo de lavar un
cadáver."[6]

El alma es
divina, inmortal

"Me parece, Sócrates, que todos y hasta el
más estúpido tendrá que decir después
de escuchada tu explicación, que el alma se
parecerá y será más afín a lo que
siempre es lo mismo que a lo que continuamente cambia.

¿Y el cuerpo?

Se parece más a lo que cambia.

Emprendamos otro camino. Cuando el alma y el cuerpo
están juntos, la naturaleza ordena al uno obedecer y ser
esclavo y al otro que impere y mande. ¿Cuál, pues,
de estos dos es el que te parece asemejarse a lo que es divino y
quién a lo que es mortal? ¿No opinas que
sólo lo que es divino está capacitado para mandar y
que lo que es mortal es apropiado para obedecer y ser
esclavo?

Naturalmente.

Entonces, ¿a qué se parece nuestra
alma?

Partes: 1, 2

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