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Clío, la musa de la Historia



  1. La
    comprensión del hombre, la actividad humana y la
    cultura como base hermenéutico – epistemológica
    del saber histórico y la historia en
    general
  2. La
    historia como diálogo: pasado – presente – futuro,
    mediado por la praxis y la cultura
  3. Algunos enfoques del devenir histórico y
    la necesidad de nuevos cauces hermenéutico –
    epistemológicos y prácticos actuales, ante la
    cultura globalizante y el deterioro de las tradiciones,
    costumbres y valores

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"Hermenéutica de la historia, la
tradición y otras mediaciones contextuales"

(Hacia una historia con sentido cultural
– ecosófico)

La
comprensión del
hombre, la actividad humana y la cultura
como base hermenéutico – epistemológica del saber
histórico y la historia en general

El tema del hombre, la actividad humana y sus varios
atributos cualificadores (conocimiento, valor, praxis y
comunicación), concretados en la cultura, constituye, en
esencia, el objeto de la filosofía de la cultura. Un
objeto en sí mismo integrador y transdisciplinario, en la
medida que la cultura abarca toda la producción humana, en
su proceso y resultado. Por eso el enfoque cultural es rico en
condicionamientos, mediaciones y determinaciones, y asume la
historia y al hombre en relación con la naturaleza y la
sociedad como un proceso dialéctico – unitario, donde la
naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza, es decir, no
hay lugar para las dicotomías estériles ni las
antítesis absolutas, heredadas de la racionalidad moderna
y el paradigma en que se expresa. Sencillamente, como
decía Marx, es necesario "asumir la realidad
subjetivamente. La conciencia no es otra cosa que el ser
consciente y el ser de los hombres, un producto de su vida
real"[1], de su devenir histórico cultural.
Y la vida real del hombre, resultado de su actividad
práctico – espiritual, toma cuerpo en la cultura, y
ésta al mismo tiempo, orienta todo su devenir, norma de
una forma u otra, toda su conducta y actuación y sirve de
parámetro cualificador de la ascensión humana. Por
eso el historiador holandés Johan Huizinga hace tanto
énfasis en la historia como cultura en su devenir. Ya en
su obra más conocida, El otoño de la Edad
Media 
(1919), destaca Sergio
Fernández[2]Huizinga planteaba el
"estudio del pasado" (en este caso, tomando como ejemplo el
esplendor y decadencia del Ducado de Borgoña) desde un
paradigma eminentemente cultural: los hechos
históricos nacían como "creaciones
del espíritu
", y se materializaban a través
de "mentalidades culturales" en el espacio y en
tiempo. Así para Huizinga toda Historia era, en
el fondo, "una historia de la
cultura
"[3], que nos hablaba incluso de un
tipo humano más allá de consideraciones
materialistas, creador y consumidor de cultura como juego y
socialización[4]como forma de ser y estar
consigo mismo y los demás: el Homo
ludens
[5]

La historia como
diálogo: pasado – presente – futuro, mediado por la praxis
y la cultura

Tres preguntas necesarias: 1) ¿La historia
sólo como narración y relato del pasado? 2)
¿El futuro no existe, o es parte del propio devenir pasado
– presente, que se construye día a día?, y 3)
¿Por qué privilegiar el presente, estigmatizar el
futuro para matar la utopía, madre iluminadora de
sueños con luz de estrellas?

Todos los saberes y realizaciones humanas, son zonas de
de la cultura. Y la historia, la madre de todos los saberes, y al
mismo tiempo, hija y madre de la cultura… Esto es tan
así, que el filósofo y ensayista español
Jorge Santayana, expresó que: "Quien olvida su historia
está condenado a repetirla".[6] Es decir,
tiene que rehacerla o inventarla, para continuar
existiendo.

Es que la historia está en todo, dando cuenta de
su devenir…, en la Geografía, en la
Estadística, en la Filosofía, en fin, en todos los
saberes, en la cultura. Al mismo tiempo se alimenta de todos los
saberes para ser fiel a su misión: mirar el tiempo en el
espacio en perenne movimiento… Es un diálogo entre
el presente y el pasado para proyectar el futuro. No es un pasado
muerto. Es una memoria viva que fija la tradición para
mejorarla…

La buena historia encauza y defiende la
tradición, pues está consciente de su imperecedero
valor. Ella es, como las raíces que nos sostiene y
alimenta para seguir siendo.

En la pupila crítica de Hegel, sin alterar el
sentido original de la tradición, la enriquece con nuevas
mediaciones. En su "Historia de la filosofía", la define y
caracteriza con alto vuelo aprehensivo y con ricos cauces
heurísticos. "La tradición subraya Hegel (…) no
es una estatua inmóvil, sino una corriente viva, fluye
como un poderoso río cuyo caudal va creciendo a medida que
se aleja de su punto de origen (…) Lo que cada
generación crea en el campo de la ciencia y de la
producción espiritual es una herencia acumulada por los
esfuerzos de todo el mundo anterior, un santuario en el que todas
las generaciones humanas han ido colgando con alegría y
gratitud, cuanto les ha sido útil en la vida, lo que han
ido arrancando a las profundidades de la naturaleza y del
espíritu. Este heredar consiste a la vez en recibir la
herencia y en trabajarla".[7]

El gran lógico, apelando a los conceptos,
imágenes y metáforas aporta una rica
definición de tradición. Hace hincapié en el
movimiento dialéctico enriquecedor de la tradición
en el devenir histórico. No es historia con raíz
estática. Es un proceso donde la herencia es enriquecida
por las generaciones sucesivas. Sencillamente- valga la
reiteración- el "heredar consiste a la vez en recibir la
herencia y en trabajarla". Trabajo que en la aprehensión
lógico-dialéctica de Hegel, significa enriquecer,
revelar nuevas mediaciones y condicionamientos. Por eso su valor
teórico-metodológico y heurístico es
extraordinario. Hegel ve en la historia y en la tradición
que despliega, todo un proceso y resultado de la cultura del
hombre, que partiendo de las raíces, de sus
orígenes, asciende infinitamente y se hace más
concreta en las generaciones que la asumen y la
"trabajan".

Esta comprensión de la tradición
está permeada de sentido histórico-cultural. Cree
en la historia y la piensa y aprehende como proceso ascensional.
Algunos deducen de esta interpretación, historicismo de
carácter providencial y teleológico. Sin embargo,
la racionalidad hegeliana en el tratamiento
teórico-conceptual y metodológico de la
tradición, aún sigue teniendo vigencia, e incluso,
la propia Ilustración, si bien la somete a crítica
raigal, no todos los ilustrados negaron en bloque dicha
intelección. Pero como movimiento de pensamiento
crítico antiprovidencialista erróneamente se dirige
contra el historicismo y junto con él, contra la
tradición[8]y su continuación
crítica. Enfatizó la ruptura y minusvaloró
la continuidad dialéctica que con tanto genio
inició Herder y desarrolló el grande
Hegel.

Por supuesto, la polémica filosófica en
torno a la tradición se dirime principalmente en la
reflexión de la historia, en el campo de la historia. No
sucede lo mismo en el ámbito de la sociología. Los
análisis sociológicos se dirigen con fuerza a la
intelección de la tradición como actitud, incluso,
inconsciente, de adquisición de creencias, hábitos,
técnicas. Para la Sociología, según
Abbagnano, "la actitud tradicional es aquella por la cual el
individuo considera los modos de ser y de comportarse que ha
recibido o va recibiendo del ambiente social como sus propios
modos de ser, sin darse cuenta de que son los del grupo social "
[9]

Se puede notar con toda claridad que la actitud de
crítica incisiva hacia la tradición por la
Ilustración, tiene como fundamento la incomprensión
del propio devenir histórico, como diálogo
inmanente entre el presente y el pasado para construir el futuro.
Por esos los oponen en relación de
antítesis.

La tradición existe y se despliega temporalmente,
gracias a la actividad de los hombres que la construyen y a la
historia y la cultura que la fijan y le aportan eficacia. La
tradición sólo se muestra y funciona, inserta en la
cultura y como parte o componente de ella. Pero una cultura
siempre mediada por la temporalidad histórica y expuesta a
sus cambios y alteraciones.

Por eso la tradición deviene perenne movimiento:
presente-pasado, pasado-presente, pasado-presente-futuro. Es como
una mediación dialógica ininterrumpida, inmanente
al quehacer humano.

En síntesis, el hombre piensa el presente con
referencia al pasado para mejorar, y sobre esta base proyecta el
futuro, lo porvenir; por supuesto, también para mejorar,
para ascender culturalmente.

La temporalidad (el tiempo) es un proceso objetivo que
se sucede como movimiento espacial en ascenso. Es una forma
existencial de la realidad, excluyendo por supuesto, la realidad
social. Los pitagóricos veían en el tiempo,
cosmológicamente, como "la esfera que lo abraza todo",
como orden mesurable del movimiento. En esta misma
dirección, para Platón, es la imagen móvil
de la eternidad. Aristóteles reconoce el momento objetivo
del tiempo, pues el alma refiere a un objeto. Kant, en su
crítica a la Razón Pura, admite que el tiempo posee
realidad empírica. De todos modos, en todas estas
concepciones se debate el tema de lo objetivo y lo subjetivo del
tiempo. La segunda concepción, desarrollada por Hegel,
concibe el tiempo como intuición del movimiento o devenir
interior, es decir, subjetivamente, como principio de la pura
conciencia de sí. Para Schelling, "el tiempo no es
más que el sentido interior que llega a ser objeto por
sí. Esta intelección del tiempo como
intuición, por supuesto, viene de la antigüedad. En
Plotino es la vida del alma y consiste en el movimiento por el
cual el alma pasa de un estado a otro de su
vida".[10]

Estas ideas cobran fuerza y sistematización en
San Agustín y contienen elementos esenciales para
comprender el decurso de la tradición histórica en
el perenne diálogo presente-pasado-futuro. Según el
obispo de Hipona: "el tiempo es la vida misma que se extiende al
pasado o el porvenir, y se pregunta: ¿De qué modo
se disminuye y consume el futuro que aún no existe y de
qué modo crece el pasado que ya no está, si no por
existir en el alma las tres cosas: presente, pasado y futuro? En
efecto, el alma espera, presta atención y recuerda, de
manera que lo que ella espera, a través de aquello o lo
que presta atención, pasa a lo que ella recuerda. Nadie
niega que el futuro no existe aún, pero en el alma ya
existe la espera del futuro. Nadie niega que el pasado ya no
está, pero todavía está en el alma la
memoria del pasado. Y nadie niega que al presente le falte
duración, ya que cae enseguida en el pasado, pero
aún dura la atención a través de la cual lo
que será pasa, se aleja hacia el pasado" (conf, XI,
28,1).[11] Para de este modo concluir que" (…)
no existen, propiamente hablando tres tiempos, el pasado, el
presente y el futuro, sino sólo tres presentes: el
presente del pasado, el presente del presente y el presente del
futuro (Ibídem, XI, 20,)"[12]

Se trata de una concepción idealista de la
historia, donde la intuición, inmanente en el alma, el
espíritu, se despliega en su interioridad como proceso
sucesivo, que realiza la temporalidad como modo de existencia
vital. Pero una concepción permeada de granos de
racionalidad por su sentido procesual y sistémico. Por la
unicidad que aporta a las mediaciones temporales.

Bergson y Husserl, abordan la temporalidad como
duración ininterrumpida de vivencias, como corriente de
experiencia que conserva y eterniza al presente.

Otra concepción de la temporalidad, muy difundida
es la inaugurada por Heidegger, que se reduce a la de la
posibilidad. En "El ser y el tiempo", a diferencia de las
concepciones anteriores que otorgaban prioridad al presente, se
da primacía al futuro. Sencillamente, el tiempo es
originariamente el advenir, la estructura misma de la
posibilidad, la pluralidad de órdenes. Esta
concepción, asumiendo de una forma u otra la teoría
de la relatividad de Einstein, y permeada de subjetivismo, al
introducir la posibilidad como esencia misma del tiempo,
comprende el pasado como punto de partida de las posibilidades
por venir y el porvenir mismo como posibilidad de
conservación o de cambio del pasado. Podría parecer
un círculo que se cierra, pero con posibilidad de
encontrar salidas.

La tradición como historia humana hecha cultura
se mueve en la temporalidad. En su advenir y devenir, se altera,
cambia; se afirma, se rescata, mueve, o se continúa y
enriquece en tiempos nuevos. Es una realidad viviente,
empíricamente registrable o no, pero al mismo tiempo,
innegable, pues como decía Marx en El dieciocho brumario
de Luis Bonaparte, las tradiciones merodean como duendes en la
cabeza de los hombres.

La presencia del ídolo de los orígenes en
la concepción de Marc Bloch, es concomitante al hombre.
"Creo que fue Renan – escribe Bloch – quien escribió un
día (…): "En todas las cosas humanas los orígenes
merecen ser estudiados antes que nada "y antes que él
había dicho Sainte – Beuve: Espío y noto con
curiosidad lo que comienza", [13]pero sin
tematizar el problema de modo absoluto, el gran historiador apela
a un proverbio árabe: ·"Los hombres se parecen
más a su tiempo que a sus padres". "El estudio del pasado
se ha desacreditado en ocasiones por haber olvidado esta muestra
de la sabiduría oriental". [14]En fin,
siguiendo las sabias ideas de Bloch, es necesario, con sentido
histórico-cultural comprender el presente por el pasado y
el pasado por el presente, sin perder de vista los límites
de lo actual y de lo inactual para dirigirnos al
futuro.

La historia, como su bella musa, Clío, es una
metáfora de la vida con ojos de búho, que espera,
desespera y alza el vuelo para eternizar la utopía que
mantiene viva a la cultura. Es todo eso y mucho
más…

Algunos enfoques
del devenir histórico y la necesidad de nuevos cauces
hermenéutico – epistemológicos y prácticos
actuales, ante la cultura globalizante y el deterioro de las
tradiciones, costumbres y valores

Estimados amigos y colegas, la historia, en su devenir,
ha transitado por varios enfoques e interpretaciones, que aunque
criticables, cada uno hizo sus aportaciones en correspondencia
con su tiempo histórico, entre ellos: las visiones
positivista, fenomenológica, existencialista,
pragmática, crítica, la escuela de los anales, el
materialismo histórico, el postmodernismo, etc.

Una versión postmodernista, muy efímera,
por cierto, por su presentismo nihilista y ver la historia como
metarrelato carente de legitimación, a pesar que hizo
críticas valiosas a la razón "absoluta", por su
visión anti- histórica abstracta y su
negación de los proyectos emancipatorios, no
encontró seguidores, y sus propios creadores se
retractaron. La propia historia les ajustó las
cuentas… La historia no perdona…

En los momentos actuales, es necesario, con criterio
electivo, asumir todo lo que pueda enriquecer la visión de
la historia, en nuestro contexto contemporáneo, y ante
todo, ponerla en función de los anhelos del hombre:
conocer su historia para encontrarse y realizarse en la vida. De
ahí la necesidad de que los historiadores y todos los
cientistas sociales, y también naturales, no estemos al
margen la revolución que tiene lugar con la
aparición y emergencia de nuevos saberes integrados e
integradores: el pensamiento complejo, y su teoría
antropoética, la ecosofía, la bioética, la
ecología profunda, la hermenéutica analógica
y ecosófica, las nuevas visiones del lenguaje, entre
otros.

Estos saberes enriquecen los enfoques de los distintos
saberes, en la medida en que fundan nuevas interpretaciones
epistemológicas integradas, transdisciplinarias y
constructivistas, sobre la base de un paradigma que supera la
simplicidad, los reduccionismos, y evita que "los árboles
impidan ver el bosque" y viceversa. Se trata de una nueva cultura
que desafía el paradigma racionalista clásico y la
globalización neoliberal enajenante que se ha
impuesto.

La globalización es un fenómeno
histórico – cultural objetivo, resultado del desarrollo de
la ciencia, la técnica y la cultura en general. Sin
embargo, este proceso de planetarización de las relaciones
económicas, políticas y sociales ha devenido
infecundo para las grandes masas del planeta. Más que
desarrollo cultural humano, la globalización neoliberal ha
traído como consecuencia que aumenten las barreras
existentes entre los pobres y los ricos, a través del
dominio de las transnacionales y la unipolaridad.

La realidad global es presentada y concebida por algunos
ideólogos del mercado y el consumismo, como la apertura
del "paraíso". Sencillamente, "el abandono de los sistemas
económicos, políticos y sociales fundados en las
doctrinas del "socialismo científico", la
revolución informática ocurrida en las
últimas décadas del siglo XX y la
mundialización de la economía son fenómenos
que se perciben en los países por comodidad llamados
"occidentales" como pruebas de la llegada de una época,
aparentemente definitiva, en la que se producirán la
homogeneización de las sociedades humanas en todos los
confines del planeta, la adopción cada día con
mayor vigor de la forma de vida occidental, la renuncia a las
costumbres, a los hábitos ancestrales de los pueblos del
mundo y en general la desaparición de las culturas
vernáculas: "De aquí en adelante -dice Francis
Fukuyama en su ensayo sobre el fin de la historia- todo va a ser
más o menos igual; alternativas al mundo actual no van a
existir"".

Esta afirmación da por hecho que el mundo actual,
aquel que verdaderamente merecía el nombre de "mundo
actual", es el de los Estados Unidos, de donde Fukuyama es
ciudadano; o probablemente el de los aeropuertos y el de las
vialidades y centros comerciales que siguen la moda
norteamericana de desarrollo urbano- suburbano de las principales
ciudades europeas, de algunas asiáticas y hasta de una que
otra de las capitales latinoamericanas, que en efecto, no se
puede negar, se parecen extraordinariamente entre sí. El
mundo, según Fukuyama, serían todos aquellos
espacios sociales en donde la economía de mercado tiene
absoluto dominio; en donde un buen número de quienes los
integran adoptan las modas vestimentarias de tipo occidental y
aquél en donde los individuos tienen acceso a los
productos tecnológicos de la industria de la
informática[15]Así, dicen otros
autores, el mundo será como una gran aldea
global"[16]. Sí, pero una aldea moldeada
acorde a los intereses de las grandes corporaciones industriales
y comerciales y de las tecnologías que en el seno de los
propios países han aniquilado la pequeña y mediana
empresa para satisfacer su voraz dominio
mundial[17]

Hoy el mundo vive un momento difícil, pues la
globalización neoliberal no sólo impide el
desarrollo del llamado tercer mundo, sino que está
poniendo en peligro la propia existencia de nuestro planeta con
su acción depredadora. Por eso urge una ecosofía
que funde una conciencia histórica de resistencia y de
lucha. Una utopía realista, sustentada en la cultura del
ser y la existencia humana para bien de todos. De lo contrario,
no habrá ni perdedores ni ganadores, sino
desaparición del planeta y de toda la
humanidad.

En este panorama sombrío la historia y la cultura
tienen mucho que decir y hacer, en defensa de su propia
existencia. Como realmente no ha ocurrido una
globalización de la humanidad de la cultura, fundada en la
tolerancia, el diálogo, la solidaridad, la equidad y la
justicia social, es necesario, desde la cultura misma, defender
nuestras identidades con espíritu de raíz y
vocación ecuménica. El ensayo de Martí
"Nuestra América", puede servirnos de guía. Es un
manifiesto identitario, que alumbra con luz de
estrella[18]La identidad nacional integra en su
expresión sintética la comunidad de aspectos
socioculturales, étnicos lingüísticos,
económicos, territoriales, etc., así como la
conciencia histórica en que se piensa su ser esencial en
tanto tal, incluyendo su auténtica realización
humana, y las posibilidades de originalidad y creación.
Por eso la globalización neoliberal de la cultura resulta
insostenible. La aprehensión histórico – cultural
cuando está huérfana de ideas y propósitos
raigales mata la creación humana. Y la
globalización neoliberal de la cultura lo único que
puede "aportar" es el intercambio de actividad y productos
enajenados, y con ello las crisis de valores y los vacíos
existenciales.

Cada cultura, en su proceso dinámico de
desarrollo y en la encarnación real de sus resultados,
concreta en síntesis múltiples determinaciones y
mediaciones en que tiene lugar su existencia como tal. La cultura
nacional que sirve de núcleo integrador a la identidad de
un país, resulta de la conjunción dinámica
de muchos aspectos y productos sociales, humanos, de
índole universal, particular y singular, engendrados en la
historia como proceso de asimilación y creación,
donde cada país, en función de sus condiciones
histórico-concretas y los hombres que participan en
calidad de sujetos históricos, obtiene un determinado
resultado que avala su existencia, y la razón de su ser
esencial. Un producto nacional, que en la medida que expresa y
compendia una historia real concreta, resulta original y
auténtico, a tal punto que se objetiva y traduce en una
base o fundamento de sustentación de la existencia, y en
una fuerza generadora de sentimientos y conciencia
históricas.

Sin embargo, la cultura no constituye una entidad
abstracta fuera de las clases. Si la cultura es producción
del hombre sociohistóricamente determinado, es
lógico que las sociedades o naciones divididas en clases
trasciendan sus ideologías a la
cultura[19]La globalización neoliberal de
la cultura, en su intento hegemónico, trata por todos los
medios de convertir a la humanidad en sierva de sus designios.
Hace de ella fácil presa para que asuma
acríticamente sus costumbres, hábitos y gustos.
Para ello lo primero que hacen es desarraigar a los pueblos,
"matar" su sentido de identidad, negar el valor de las
tradiciones y las culturas propias. Sencillamente, arrancar las
raíces para que el árbol caiga, y así
imponer la cultura dominante que enajena y envilece, sin
resistencia y lucha.

La lógica cultural neoliberal globalizadora es
inhumana por excelencia y es necesario desarrollar una cultura
humanista de resistencia, capaz de subvertirla y plantear nuevas
alternativas.

Se requiere de una cultura de la comprensión,
fundada en la educación comprensiva de la tolerancia para
asumir con eficacia los obstáculos de la
incomprensión y la comprensión misma, los
autoritarismos infecundos, la ignorancia de los retos que
presenta la trama de la vida, tanto a nivel de conocimiento como
a nivel de los valores, fundados en ideas, argumentos, visiones
diferentes, de carácter egocéntrico,
etnocéntrico, sociocéntrico, en detrimento de la
individualidad, la socialidad o la cultura de grupos. Es
necesario, entonces, en función de la comprensión
productiva con todos y para todos, asumir una conciencia de la
complejidad humana que presida las acciones con apertura
subjetiva incluyente, para comprender las incertidumbres de lo
real, del conocimiento, de los valores, en fin, la incertidumbre
de la ecología y de la acción, en pos de la
humanidad planetaria que requiere el futuro de la supervivencia
de nuestro planeta: La humanidad como destino planetario, es
decir, la sensibilidad de la comprensión para ponerse en
el lugar del otro, sin dejar de ser, y sin atomización ni
homogeneidad estériles, por ser ineficaces e inviables,
humana y culturalmente.

La ética de género humano, compendia en
síntesis concreta toda la cosmovisión humanista de
la obra de Edgar Morin, particularmente el contenido de "Los
Siete saberes necesarios para la Educación de futuro". Su
idea pedagógica rectora se generaliza teóricamente
en: Una Cultura del ser existencial para la convivencia humana,
sin autoritarismo e intolerancias estériles, como
prerrequisito para el advenimiento de una humanidad como
ciudadanía planetaria, donde la relación individuo
– sociedad – especie, se aborde en toda su complejidad de
mediaciones, determinaciones y condicionamientos contextuales
planetarios. Una ética que propicie la democracia
participativa y se construya en espacio comunicativos, sobre la
base de la razón y la sensibilidad
dialógicas[20]

Ante la realidad dramática que impone la
globalización cultural neoliberal no podemos cruzarnos de
brazo. La razón utópica, consciente que es posible
un mundo mejor, capaz de globalizar la solidaridad hace "camino
al andar". "Hoy se impone crear una nueva ética
civilizatoria y responsabilidad social mundial para oponer a la
injusticia, frustración y desesperanza que ha generado los
odios y el terrorismo de los excluidos. Un nuevo orden
político mundial sin exclusión y de respeto a la
diversidad social, espiritual, cultural y filosófica, un
nuevo orden mundial con equidad y tolerancia y donde los Estados
nacionales redimensionen y reinventen su papel y su
soberanía; en suma, un nuevo orden mundial enfocado a
partir de un bien común planetario en donde la
participación activa y crítica de la sociedad civil
mundial sea uno de los principales protagonistas. Otro mundo es
posible, necesario y urgente"[21]. Pero hay que
construirlo…

La tradición, en la medida que expresa el ser
esencial del hombre en un momento histórico concreto, se
inserta a la cultura y se mueve siguiendo sus propios cauces
(culturales) y es pensada o actualizada por la praxis y el
imaginario social en que se conforma y despliega la memoria
histórica.

Como parte componente de la cultura y expresión
de la identidad, constituye una unidad dialéctica que
presupone la diferencia, como momento impulsor de su propio
devenir y funcionamiento. No es en modo alguno una entidad
estática. Todo lo contrario, su propia naturaleza la hace
dinámica para garantizar la sucesión y la
superación. Continuidad y ruptura devienen aspectos
centrales de toda tradición que exprese el espíritu
del hombre, el pueblo, la nación o el mundo del
hombre.

En los tiempos actuales, José Martí tiene
mucho que decir y hacer. Tiempos donde la globalización
neoliberal salvaje trata de matar las ricas tradiciones
culturales de los pueblos para imponer los preceptos alienantes
de los centros de poder. Hay que trabajar por el desarrollo de
una conciencia de resistencia y de lucha que logre afianzar la
cultura del ser. Una cultura que parta de las raíces que
sostienen a nuestros pueblos y con vocación
ecuménica. "Injértese en nuestras
repúblicas, enfatiza Martí, el mundo; pero el
tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el
pedante vencido, que no hay patria en que pueda tener el hombre
más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas
americanas" [22]

Al margen de nacionalismos estrechos, de radicalismos
estériles y de fundamentalismos inoperantes, el mundo
requiere de mucha espiritualidad para salvar la humanidad de los
desafíos y retos que la acechan. Es necesario mirar el
presente con sentido histórico-cultural para afianzar lo
valioso que nos hace fuerte y desechar lo prejudicial que nos
debilita. Una conciencia crítica, encauzada por grandes
pensamientos, valores e ideas, es el único baluarte
alternativo que poseemos para defender la cultura y la identidad
humana y social. Hay que echar mano a la obra, hoy. Mañana
será tarde. La humanidad del hombre tiene que imponerse.
Su razón utópica, apoyada en la historia, las
tradiciones renovadas, y en pensamientos alados, hace
"milagros"…

 

 

Autor:

Prof. Titular consultante Rigoberto Pupo
Pupo

Doctor en Filosofía. Doctor en
Ciencias.

Pedagogo destacado del siglo XX
cubano

Premio Internacional al Mérito
histórico, Sociedad de Historia, Geografía y
Estadística, NL, 2013

Universidad de La Habana, Cuba

Universidad "José Martí" de
Latinoamérica

Multiversidad Mundo Real "Edgar
Morin"

Monterrey, NL, Octubre, 2014

[1] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx, y La
Ideología Alemana (1er. Capítulo).

[2] . Sergio Fernández Riquelme.
Cultura y pasado. El concepto de Historia de Johan Huizinga.
http://www.revistalarazonhistorica.com/7-8/

[3]  Herman Roodenburg, “La tierra
de Huizinga: notas sobre la historia cultural en los
Países Bajos”. En P. Poirrier (coord.), La
historia cultural: ¿un giro historiográfico
mundial?, 2012, pp. 233-244.

[4]  Jesús Gómez Cimiano,
“El Homo Ludens de Johan Huizinga”. En Retos:
nuevas tendencias en educación física, deporte y
recreación, Nº. 4, 2003, págs. 33-35

[5] Johan Huizinga, Homo
ludens. Madrid, Alianza Editorial, 1987.

[6] Jorge Santayana, (Madrid, 16 de Diciembre
de 1863 – Roma, 26 Septiembre de 1952

[7] Hegel, F. Historia de la Filosofía
T. I. Fondo de Cultura Económica, México, 1955,
pp. 9-10.

[8] “La Ilustración se
inscribió falsamente en contra de la tradición,
considerando que lo que ella trasmite, es, en la mayoría
de los casos, error, prejuicio o superstición y
apelando, en contra de la misma tradición, al juicio de
la razón crítica” (Abbagnano. Diccionario
Filosófico. P. 1147)

[9] Ibídem.

[10] Ver Abbagnano, N. Diccionario de
Filosofía. Obra cit. pp 1135-1137.

[11] Ibídem, p. 1137.

[12] Ibídem.

[13] Bloch, Marc. Apología de la
Historia. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp.
63-64.

[14] Ibídem, p. 69

[15] Sólo que las afirmaciones de
Fukuyama resultan completamente contrastantes con las
relaciones sociales, económicas y políticas que
se producen en todos los confines del mundo y en especial con
las complejas realidades que se viven en los países de
nuestra América Latina. En efecto, las suposiciones del
autor mencionado dan por hecho que en el mundo occidental mismo
habría una especie de continuum en donde todo es libre
competencia, acceso igualitario al consumo y formas de
pensamiento y de cultura material homogéneas, cuando
todos sabemos que, por el contrario en los propios
países occidentales existen fuertes disparidades
sociales, fuertes contrastes económicos entre los grupos
sociales que constituyen sus poblaciones y hasta profundas
diferencias étnicas y culturales no sólo porque
cada uno de ellos ha sido integrado conformado por grupos
humanos sumamente diferentes entre sí, sino porque
además se han visto obligados a integrar a grandes
contingentes humanos provenientes de los lugares más
distantes del continente europeo, del territorio de los Estados
Unidos o del de Canadá o de Australia. Los migrantes son
parte de sus paisajes sociales. Como todo el mundo sabe, la tan
ponderada mundialización de la economía no es
sino la expansión de las empresas trasnacionales
más poderosas. Las beneficiarias de la amplia
circulación de mercancías producidas en una
importante cantidad de países asiáticos, europeos
y del norte de América son principalmente corporaciones
sin rostros definidos, sin nacionalidades, sin orígenes
claros; entidades financieras que cambian sus capitales de un
país a otro creando supuestos booms económicos y
quiebras de economías nacionales en unos cuantos
días. En nuestra América Latina los casos de
México, Argentina y Venezuela ilustran muy bien el
comportamiento de esos organismos difusos a veces ligados a
intereses oscuros que ponen en jaque a los gobiernos del
área y a la soberanía de las naciones”
(Edgar Samuel Morales. La cultura Latinoamericana en la aldea
global. Cuadernos Americanos No. 60. Nov- Dic. Año X.
Vol. 6. 1996, p.37.)

[16] Edgar Samuel Morales. La cultura
Latinoamericana en la aldea global. Cuadernos Americanos No.
60. Nov- Dic. Año X. Vol. 6. 1996, p.37.

[17] No obstante eso, “Parece algo
normal hablar de globalización y, quizás evidente
lo que se entiende por el término, pero no es
así, ya que encontramos diversas conceptualizaciones
para hablar de ella a partir del concepto de aldea global
desarrollado por McLuhan, o también Manuel Castells
habla de la sociedad red; otros autores hablan de la sociedad
de la información y de la sociedad de la
comunicación (Tedesco, Galindo), Pensamiento
Único (Estefanía), en su caso Armand Mattelart la
llama comunicación mundo. Todas estas acepciones nos
permiten ver que hay una amplia gama de consideraciones para
nombrar a este fenómeno de acuerdo a la ideología
de quienes lo manipulan (Ver de Hugo Cornejo Internet y
preeminencia del sujeto…(Tesis doctoral) . Sin embargo,
“debe precisarse el significado de la
globalización. La globalización representa un
dato, un contexto, que incide en el significado de la
acción social, pero que está
convirtiéndose en lugar común. No todo
está globalizado, pero todo está influido por la
globalización (Garreton, 1994), y es un hecho que este
fenómeno ha sido secuestrado por el capital financiero
internacional. Hace falta la construcción de un
pensamiento crítico en torno a la globalización
que considere el conjunto de dimensiones incluidas en este
problema: sociales, culturales, políticas,
comunicativas, etc., y no sólo económicas o
financieras.” (Ramírez Saíz en Reguillo y
Fuentes, 1999: 150), lo cual muestra la complejidad del
fenómeno y que no es posible aprehenderlo desde
sólo una perspectiva, como la económica, que ha
sido privilegiada desde la matriz de mercado en que se
desarrolla el pensamiento neoliberal.

[18] La obra de Martí, en esencia,
síntesis de pensamiento y acción postula un
ideario ético-político de raíz humanista
que en calidad de paradigma media y trasciende el presente y
sirve de base proyectual del futuro. Precisamente por esto,
devino modelo para transitar de la nación en sí
frustrada por la intervención norteamericana
(nación fuera de sí) hacia la nación para
sí.

[19] Esto no significa en modo alguno
ideologizar en grado extremo la concepción de la cultura
y mucho menos negar los valores culturales universales.

[20] En mi criterio, si somos consecuentes
con la concepción de Morin, no se debe separar nunca la
sensibilidad de la razón como hizo el paradigma de la
Modernidad y lo repite la globalización neoliberal de la
cultura.

[21] Samuel Sosa Fuentes. El reto del nuevo
siglo: la cultura global de la violencia y el terror o una
nueva ética mundial social y humana. Cuadernos
Americanos No. 95. Sep- oct. Año XVI Vo. 5. 2002, p.
32.

[22] Martí, j. Nuestra América.
Tomo 6. editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 18.

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