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Educación y pensamiento complejo



  1. Introducción
  2. La
    reforma del pensamiento como premisa de la educación
    en tanto formación humana
  3. La
    educación como proceso cultural y los desafíos
    ante el pensamiento complejo

Monografias.com

Introducción

En los tiempos actuales la educación tiene mucho
que decir y hacer. La educación como formación
humana, como "instrucción del pensamiento… y
dirección de los sentimientos", según la
concepción martiana, deviene cauce central ante la
necesidad de dar respuesta a los desafíos del siglo XXI,
Crear hombres con ciencia y con conciencia, desarrollar una
cultura del ser capaz de enfrentar la globalización
neoliberal, siendo, como sujeto, es una tarea que la
educación no puede soslayar.

Sin embargo, caben las siguientes preguntas:
¿Está la educación en condiciones de ser
guía espiritual de la formación humana? ¿Los
paradigmas en que se funda pueden modelar proyectos reales, en
función de la misión que le corresponde cumplir?
¿Ella misma no está contaminada por el pensamiento
único, los reduccionismos de corte positivistas, el
autoritarismo en la ciencia y en la docencia, la intolerancia, el
determinismo absoluto, los fundamentalismos estériles y
otros lastres de la modernidad que han quebrado por su ineficacia
heurística, metodológica y práctica?
¿Hay racionalidad en los siete vacíos que Edgar
Morin ha revelado en la educación actual y en la propuesta
de los siete saberes para revertir o atenuar tal
situación?

Este glosario de preguntas, por sí mismo, da
cuenta que estamos abocados en una crisis de la educación,
que no puede resolverse desde la educación misma. El saber
educativo no puede cambiar sin transformaciones profundas en la
educación y ésta resulta infecunda sin una reforma
en el pensamiento y en la praxis en que encuentra
concreción.

La reforma del
pensamiento como premisa de la educación en tanto
formación humana

No se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde
posiciones nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una
tábula rasa. Ella misma con todos sus paradigmas y
utopías, históricamente fue conciencia
crítica que dio respuestas a su tiempo histórico,
en correspondencia con el estado de las ciencias y la
práctica social. Pero históricamente las nuevas
realidades exigen rupturas, cambios y transformaciones como
expresión de la quiebra de principios que se consideraban
invariables.[1] El modelo paradigmático de
la modernidad, caracterizado por la simplificación y
concretado en los principios de disyunción,
reducción, abstracción y el determinismo
mecánico tiene que ceder paso a nuevas perspectivas
epistemológicas para aprehender la complejidad de lo real.
La teoría de la complejidad y el pensamiento complejo
asume "(…) la heterogeneidad, la interacción y el
azar"[2]… como totalidad sistémica,
fundada en tres principios: "el dialógico, la recursividad
y el principio hologramático:

1. El dialógico: No asume la superación de
los contrarios, sino que los dos términos coexisten sin
dejar de ser antagónicos. Valora en grado máximo la
conexión como condición del sistema.

2. Recursividad. El efecto se vuelve causa, la causa se
vuelve efecto; los productos son productores, el individuo hace
cultura y la cultura hace a los individuos.

3. El principio hologramático. Este principio
busca superar el principio de holismo y del reduccionismo. El
holismo no ve más que el todo; el reduccionismo no ve
más que las partes. El principio hologramático ve
las partes en el todo y el todo en las
partes."[3]

Al mismo tiempo, en Edgard Morin, estos principios
están mediados por dos conceptos: el de paradigma y el de
sujeto. El primero lo define como la estructura mental y cultural
bajo la cual se mira la realidad y el segundo (el sujeto), lo
conceptúa como toda realidad viviente, caracterizada por
la autonomía, la individualidad y por su capacidad de
procesar información. Para él, el sujeto es el de
mayor complejidad[4]"Sostiene que no se puede
asumir esta noción de sujeto desde un paradigma simplista.
Es necesario el pensamiento complejo; aquel "pensamiento capaz de
unir conceptos que se rechazan entre sí y que son
desglosados y catalogados en compartimentos cerrados" por el
pensamiento no complejo. No se trata de rechazar lo simple, se
trata de verlo articulado con otros elementos; es cuestión
de separar y enlazar al mismo tiempo. Se trata pues, "de
comprender un pensamiento que separa y que reduce junto con un
pensamiento que distingue y que enlaza".
[5]

La teoría de la complejidad no es excluyente.
Sencillamente, escribe Edgar Morin: "
Lo que actualmente me
importa es lo que llamo la reforma de los pensamientos; es decir,
pienso cada vez más que ejercemos pensamientos que mutilan
la realidad, pensamientos que separan las cosas en lugar de
conectarlas entre sí. Creo también que este tipo de
pensamiento nos lleva hacia una inteligencia ciega, es decir, que
cada vez tenemos más necesidad de conocer el conjunto de
los procesos del mundo. Creo que el objetivo de mi trabajo y del
método corresponde a un pensamiento que sea capaz de
conectar la comprensión y que, por lo mismo, nos prepare
para hacer frente a los problemas del futuro. Se trata entonces
de un problema de conocimiento y también de un problema
humano, pues esa necesidad, el conocimiento del ser humano, tiene
un aspecto antropológico y, si se quiere, lo que hago es
algo_ esto que yo llamo el desarrollo del pensamiento complejo,
con todas las implicaciones que ello
comporta"[6]

La teoría de la complejidad y el pensamiento
complejo no intenta en modo alguno constituirse en método
único, sino captar la realidad como sistema complejo, en
sus diversas conexiones, mediaciones y condicionamientos. Por eso
no establece relaciones antitéticas entre orden y caos,
incertidumbre y certidumbre, entre las partes y el todo,
etc.[7]. Admite la racionalidad, pero se opone a
la racionalización que simplifica, reduce y no aprehende
la realidad en su contexto y complejidad." Es conocida la
fórmula kantiana que dice: ¿Qué puedo saber?
¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?
¿Qué puedo esperar? Es una cuestión
fundamental que cada uno debe plantearse, y yo creo que
finalmente el conjunto de mi obra se esfuerza siempre por
responder a estas preguntas, a veces en forma más intensa
pero siempre relacionadas. Pienso que este es el tono de mi obra
y el sentido que toma mi voluntad de practicar un pensamiento
complejo y, por lo mismo, querer una reforma de los pensamientos
que nos permita conocer de manera más correcta a fin de
sostener mejor nuestra acción. ¿Qué debo
hacer? Y, eventualmente, esperamos. Pero hacemos cosas, y el
proceso de conocimiento nos exige plantearnos preguntas, pero con
vistas a restablecer nuestra individualidad como cognoscentes en
el proceso de conocimiento, y éste es, contra el
diagnóstico del pensamiento simplificador, una
reconstrucción, una traducción; es decir, un
proceso complejo"[8].

La educación como formación humana, en los
momentos actuales, está urgida de cambios. Hay que
reformar el pensamiento en general y sus paradigmas si se quiere
revertir el pensar educativo y sus estrategias. Hay que cambiar
las estructuras existentes no sólo de pensamiento, sino en
plena conjunción con la práctica social y sin
perder el sentido cultural en que toma cuerpo y se despliega como
sistema complejo.

La
educación como proceso cultural y los desafíos ante
el pensamiento complejo[9]

En los marcos de la formación humana y su
desarrollo cultural, la educación resulta imprescindible.
Ella constituye el medio por excelencia a través del cual
se cultiva el hombre y se prepara para la vida y la sociedad. En
criterio de Luz y Caballero, "instruir puede cualquiera, educar,
sólo quien sea un evangelio vivo".

Sin embargo, en las condiciones actuales la
educación no prepara para la vida. No está en
condiciones de desarrollar una cultura de la razón y los
sentimientos: una cultura del ser. Es incapaz de vincular
estrechamente el mundo de la vida, el mundo de la escuela y el
mundo del trabajo.

Los paradigmas de corte positivista, gnoseologistas,
reduccionistas, objetivistas, intolerantes y autoritaristas,
convierten a los educandos en objetos pasivos. No importa que en
la teoría se hable de métodos activos, cuando los
docentes presentamos nuestra verdad como la verdad absoluta. No
se crean espacios comunicativos para construir conocimientos y
revelar valores. El trasmisionismo y el inculquismo siguen
imperando con fuerza indetenible.

El sentido cultural y cósmico, propio del pensar
complejo brilla por su ausencia.

El carácter disciplinar de la enseñanza
convierte la educación en una ciencia que divide y desune
con vacías abstracciones. La naturaleza, la sociedad y la
cultura no llega al estudiante como una totalidad
sistémica, en cuya relación la naturaleza y la
sociedad se humanizan y el hombre y la sociedad se naturalizan.
La enajenación progresiva lo invade todo. La conciencia
ecológica y bioética no se integra al corpus de la
cultura.

¿Qué hacer ante tal estado de cosas?
Por supuesto que se requiere de cambios estructurales profundos,
pero mientras no tengan lugar, no podemos cruzarnos de
brazos.

Edgar Morin, presenta un proyecto interesante en su obra
"Los siete saberes necesarios para la educación del
futuro, a partir de los vacíos que descubre en la
educación, los cuales se concretan en:

  • La ceguera del conocimiento: el error y la
    ilusión. No se enseña el riesgo del error y la
    ilusión.

  • Los principios del conocimiento pertinente:
    separación de las disciplinas, del objeto y el sujeto,
    lo natural y social, separación del contexto,
    etc.

  • Enseñar la condición humana. El
    significado de ser humano. No todas las ciencias
    enseñan la condición humana. Enseñar la
    calidad poética de la vida, desarrollar la
    sensibilidad. Necesidad de una convergencia de la
    condición humana.

  • Enseñar la identidad terrenal. Conciencia de
    que se es ciudadano de la Tierra. Se comparte un destino
    común y se confrontan problemas vitales. Identidad
    terrenal, paz, globalización

  • Enseñar a afrontar las incertidumbres. Las
    ciencias enseñan muchas certezas, pero no los
    innumerables campos de incertidumbres.

  • Enseñar la comprensión. Enseñar
    a establecer un diálogo entre las culturas.
    Enseñar y explicar cómo integrarnos al otro.
    Tolerancia. Empatía hacia el otro.

  • Enseñar la ética del género
    humano. Una ética basada en valores universales. La
    humanidad debe convertirse en verdadera humanidad y encontrar
    su realización en ella.

La educación, pensada desde la
complejidad[10]es imposible sin una reforma del
pensamiento, que haga de ella un verdadero proceso de
aprehensión del hombre como sujeto complejo que piensa,
siente, conoce, valora, actúa y se comunica. Y para
revelar la complejidad del hombre hay que asumirlo con sentido
cultural, es decir, en su actividad real y en la praxis que lo
integra a la cultura. La cultura como ser esencial del hombre y
medida de ascensión humana no sólo concreta la
actividad del hombre en sus momentos cualificadores
(conocimiento, praxis, valores, comunicación), sino que da
cuenta del proceso mismo en que tiene lugar el devenir del hombre
como sistema complejo: la necesidad, los intereses, los objetivos
y fines, los medios y condiciones, en tanto mediaciones del
proceso y el resultado mismo. He ahí el por qué de
la necesidad de pensar al hombre y a la subjetividad humana con
sentido cultural, que es al mismo tiempo, pensarlo desde una
hermenéutica analógica ecosófica con sentido
complejo. Por eso Marx, soslayando las abstracciones
vacías exigía seguir la lógica especial del
objeto especial y no olvidar las diferencias específicas,
y en sus tesis sobre Feuerbach, aconsejaba asumir la realidad
subjetivamente, desde la praxis, para transformarla en bien del
hombre y la sociedad.

 

 

Autor:

Dr. Sc. Rigoberto Pupo
Pupo

 

[1] “El conocimiento científico
moderno tiene por objeto el disipar la aparente complejidad de
los fenómenos a fin de revelar el orden simple al que
obedecen. A lo largo de los últimos tres siglos se han
adquirido conocimientos sobre el mundo basados en los
métodos de verificación empírica y
lógica. También han progresado los errores
derivados del modo mutilador de organización del
conocimiento incapaz de reconocer y aprehender la complejidad
de lo real El conocimiento científico moderno opera
mediante la selección de datos significativos y rechazo
de los no significativos: separa (distingue) y une (asocia),
jerarquiza y centraliza. Estas operaciones son comandadas por
paradigmas. El paradigma científico por excelencia es el
de simplificación, que está regido por los
principios de disyunción, reducción y
abstracción y formulado por Descartes, que separó
el sujeto pensante y la cosa extensa, separando así la
filosofía de la ciencia. Este paradigma ha permitido los
enormes progresos del conocimiento científico y de la
reflexión filosófica desde el siglo XVII. Al
disgregar conciencia y ciencia, el conocimiento generado no
está hecho para ser reflexionado sino para ser utilizado
con ignorancia. Los sabios no controlan las consecuencias de
sus descubrimientos ni controlan el sentido ni la naturaleza de
la investigación. La necesidad del pensamiento complejo
surge a lo largo de un camino en el que aparecen los
límites, las insuficiencias y las carencias del
pensamiento simplificador. La complejidad no sería algo
definible de manera simple para tomar el lugar de la
simplicidad. La complejidad es una palabra problema y no una
palabra solución   El pensamiento complejo intenta
articular dominios disciplinarios quebrados por el pensamiento
disgregador y aspira al conocimiento multidimensional pero no
aspira al conocimiento complejo. Uno de los axiomas de la
complejidad es la imposibilidad de una omnisciencia. Por eso,
el pensamiento complejo está animado por una
tensión permanente entre la aspiración a un saber
no parcelado y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto
de todo conocimiento. Aunque ya Gastón Bachelard propuso
en su libro “El nuevo espíritu
científico” que lo simple no existe, sólo
lo simplificado, la ciencia moderna ha construido su objeto
extrayéndolo de su ambiente complejo para ponerlo en
situaciones experimentales no complejas. Así, la ciencia
no es el estudio del universo simple sino una
simplificación heurística para extraer ciertas
propiedades y ver ciertas leyes. No es de extrañar por
tanto, que el estudio de la complejidad ha sido poco
desarrollado por filósofos como Popper, Kuhn, Lakatos o
Feyerabend interesados en el estudio del fenómeno
científico”. (Francisco J.Bedoya. EL PENSAMIENTO
COMPLEJO[1] :UNA INTRODUCCIÓN A LA COMPLEJIDAD[2]
CELULAR. El Búho Revista Electrónica de la
Asociación Andaluza de Filosofía. Pp.4-5.
httm

[2] Reyes Galindo, R. Introducción
general al pensamiento complejo desde los planteamientos de
Edgard Morin. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia,
p.6

[3] Ib.idem.

[4] Ibídem.

[5] Ibídem

[6] Cue, Alberto: Por un pensamiento
complejo. Entrevista con Edgar Morin. La Jornada semanal, 27 de
julio de 1997, México, p.2

[7] “ El principio dialógico,
por ejemplo, permite desde mi punto de vista relacionar temas y
conceptos antagónicos que tienen sus límites en
lo contradictorio; es posible unir dos lógicas
distintas, dos principios, en una unidad que no hace
desaparecer la dualidad; es la idea de “unidualidad'', que he
propuesto a veces. Importa superar las alternativas que se nos
presentan: o la unidad o lo múltiple; y la
dialógica -que no pretende sustituir a ninguna
lógica previa- es un recurso para salvar la complejidad
de los antagonismos. Así, me siento muy cerca de
Heráclito, quien concibe la pluralidad en lo uno. Por
ello, he pensado que la unidad de un ser no se entiende
mediante una lógica de identidades en la medida en que,
en el proceso de conocimiento, nos es necesario captar,
establecer, con vistas a un sistema complejo, la diversidad de
lo uno, lo mismo que la relatividad de lo uno, la alteridad de
lo uno, además de ese ordenamiento de los objetos y los
seres como ambiguos, antagónicos, indefinidos o
escindidos, etcétera. Es decir, que a ese ser no puede
definírsele intrínsecamente, pues requiere
siempre de su contexto y de un observador. Lo uno es complejo;
la identidad de los seres es compleja”.( Ibídem,
p. 3 )

[8] Ibídem.

[9] “En 1996, , la Comisión para
el desarrollo sostenible de las Naciones unidas, le
encargó a la UNESCO, el “programa Internacional
sobre educación, la sensibilización del
público y la formación para la viabilidad”.
Preocupadoas, en la construcción de un futuro viable, la
UNESCO le encargó al pensador Edgar Morin plantear la
educación en términos de durabilidad. Para este
fin elaboró el documento”Los siete saberes
necesarios para la educación del futuro”. El
trabajo enuncia prioridades para tomar medidas en todos los
ámbitos, políticos, económicos, sociales.
Es por eso, que el documento no es exhaustivo en sus
orientaciones. Sin embargo, nos invita a tomar medidas con
respecto a esas prioridades y se convierte en texto obligado
para los que nos ocupamos de una educación que, aunque
es para el presente, también cuando se mira desde la
perspectiva de la durabilidad, arroja nuevos datos de
reflexión para proyectar un futuro mejor”( Reyes
Galindo, R. Obra citada, p. 7 )

[10] “Ciertamente no se trata de
estudiar la complejidad por curiosidad intelectual, sino de
explorar sus planteamientos para ver hasta qué punto se
podría aplicar para iluminar la misión de la
educación y de los educadores. “Los siete saberes
necesarios para la educación del futuro” se
constituye en su última obra, con la que Edgard Morin
cierra el ciclo pedagógico que había iniciado en
1999 con dos libros, “La mente bien ordenada” y
“Relacionar los conocimientos: el desafío del
siglo XXI”, trilogía que refleja las bases de su
pensamiento sobre educación. En ellos plantea que
mientras nuestros conocimientos, son cada vez más
especializados y fragmentados, los problemas a los que debemos
enfrentarnos, son cada vez más complejos y globales.
Esto hace que el presente y un futuro viable se nos escape cada
vez más de nuestras manos. Según Morin, a este
desajuste contribuye el sistema educativo con sus divisiones en
Ciencias y Humanidades, con sus departamentos cerrados y sus
disciplinas aisladas, con sus métodos que, desde la
Primaria, tienden a aislar a los objetos de su entorno. Si
queremos reformar la educación hemos de pasar por una
reforma del pensamiento. Hoy se hace necesario pensar la
educación en término de durabilidad, es decir, en
una educación que nos pueda hacer pensar, o
soñar, en un futuro sostenible”para nuestros
hijos, nuestros nietos y los hijos de nuestros nietos”.
Son siete principios claves- refiere a la obra de Morin- cuya
intención es suscitar debate y cultivar una postura
propia y reflexiva sobre este problema que se considera
vital” (Ibídem, p. 7).

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