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Biografia política de Josep Stalin (página 5)



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 Tres días después, Stalin escribe a Lenin: «Métale en la cabeza [3] que, sin el conocimiento de la gente local, no se deben hacer nombramientos, que de otro modo se desprestigia al Poder Soviético». Y más adelante: «En el sur hay muchos cereales, pero, para conseguirlos se necesita un aparato bien organizado, que no tropiece con obstáculos por parte de los convoyes, de los jefes de los ejércitos, etc. aún más: es preciso que los militares ayuden a los agentes de abastos. La cuestión de abastos, lógicamente se entrelaza con la militar. En interés del trabajo, necesito atribuciones militares. He escrito ya a este respecto, sin recibir contestación. Muy bien. En tal caso, yo mismo destituiré, sin más formalidades, a los jefes de Ejército y comisarios que lo echan todo a perder. Así me lo dictan los intereses de la causa y, naturalmente, la falta de un pedazo de papel firmado por Trotski no me detendrá». Se trataba de una explicita petición de poderes en el plano militar, poderes que Stalin obtuvo a través de un telegrama del Consejo de Guerra Revolucionario de la República, firmado por Lenin, en el cual se le encargaba «restablecer el orden, organizar a los destacamentos en Ejército regular, nombrar una dirección justa, expulsar a todos los insubordinados».

 Cuando este telegrama llegó, la situación se había  hecho aún más grave porque los restos del Ejército Rojo de Ucrania  habían llegado a Tsaritsin, retrocediendo ante el avance alemán. Pero Stalin no se desanimó. Creó un Consejo Militar— Revolucionario y comenzó a limpiar el Estado Mayor, las unidades militares y la retaguardia de elementos contrarrevolucionarios, vacilantes o inseguros. Reforzó el mando y las unidades con probados comunistas. Unificó las unidades bajo una única dirección militar.

 Este último aspecto tiene mucha importancia. Como hemos visto en el telegrama de instrucciones, se le encargaba a Stalin de «organizar a los destacamentos en Ejército regular». Para entender el sentido de esta orden es preciso hacer una rápida mención del origen y de la génesis del Ejército Rojo. La cuestión tiene inmensa importancia para entender bien el carácter de las divergencias entre Trotski y Stalin sobre los asuntos de la dirección militar, cuestión que, como muchas otras, ha sido completamente tergiversada por el mismo Trotski.

 Las primeras operaciones militares en defensa del nuevo poder revolucionario, se realizaron inmediatamente después de la insurrección. Por lo general se trataba de acciones aisladas, realizadas por destacamentos que, integrados por obreros y soldados voluntarios, se desplazaban desde los centros urbanos hacia las provincias a fin de extender el poder de los soviets y para hacer frente a los primeros intentos contrarrevolucionarios que en esa fase tenían un carácter aislado y no coordinado, debido al derrocamiento del Gobierno de Kerenski y a la desaparición del Estado Mayor reaccionario. Estas unidades utilizaron ampliamente la guerra de guerrillas y se basaban para su acción en las masas. Algunos de los jefes de estos destacamentos adquirieron gran experiencia y mucho prestigio. Pero, a partir de la intervención extranjera, las unidades voluntarias se encontraron frente a frente con ejércitos centralizados, armados modernamente, dirigidos Por militares profesionales.

 La acción de destacamentos aislados de voluntarios ya no podía servir. Se necesitaba un Ejército regular revolucionario. Para ello se estableció el Servicio Militar obligatorio, a través del cual se reclutaron centenares de miles de hombres, y se decidió la fusión, en un único Ejército, de los viejos destacamentos.

 Esto último tropezó con no pocas dificultades. La mentalidad de muchos de los cuadros de estos destacamentos se había  amoldado a un estilo y a un método de acción de tipo independiente y no les fue fácil acostumbrarse a las nuevas circunstancias. Por otra parte, el reclutamiento se había  realizado en gran parte cuando aún prevalecía la vieja línea y ello se reflejaba en la composición de los destacamentos. En muchos escritos de la época se pueden leer afirmaciones acerca de la necesidad de ir superando el «espíritu de guerrilleros». En realidad sobre esta cuestión se formó en esta época en el Partido una verdadera corriente de oposición, en lo fundamental vinculada a los «comunistas de izquierda» y que se denominé «oposición militar». La «oposición militar» negaba la necesidad de crear un Ejército Rojo centralizado, afirmaba que la lucha contra los «blancos» podía realizarse utilizando la guerra de guerrillas, que se necesitaba un «Ejército guerrillero». La «oposición militar» estaba radicalmente en contra de la utilización de los llamados «especialistas militares», es decir, de los oficiales del viejo Ejército zarista que, por una razón u otra,  habían aceptado colaborar con el nuevo Ejército.

 La falsificación de Trotski consiste en afirmar que Stalin formaba parte de la «oposición militar» y que, en realidad, era el verdadero animador y jefe de la misma. Esto es absolutamente falso. En todos los escritos, discursos y actuaciones de Stalin en esa época a la que nos referimos, encontramos una defensa y una aplicación práctica de la línea leninista en las cuestiones militares y, en particular, del principio de la necesidad de un Ejército regular, de una disciplina de hierro, de una dirección centralizada y de la superación del cantonalismo y del «espíritu guerrillero». Sin embargo, ojeando los escritos de Trotski sobre esta cuestión, encontramos incesantes referencias a los «guerrilleros de Stalin», a los «tsaritsinistas» (de esta forma despectiva Trotski define una y otra vez al equipo que alrededor de Stalin se formó en Tsaritsin y en particular a Vorochilov, contra el cual lanza flechazos venenosos), a que «Stalin no luchaba con suficiente firmeza contra la autonomía local, las guerrillas comárcales y la insubordinación…», de que era Stalin «quien capitaneaba la oposición».

 Pocos días después de haber recibido la orden por la que se le concedían plenos poderes en Tsaritsin, y en la cual se le pedía entre otras cocas «organizar los destacamentos en Ejército regular», en una carta a Lenin (4 de  agosto) Stalin mencionaba cómo uno de los aspectos positivos de la nueva situación que se había  creado con la creación del Consejo Militar Revolucionario era «la supresión total del desbarajuste originado por el sistema de destacamentos». Este hecho había  permitido establecer en las unidades militares «una disciplina de hierro». Es cierto que Stalin menciona también, como otro factor Positivo, «la destitución oportuna de los llamados especialistas (en parte grandes partidarios de los cosacos y en parte de los anglo franceses)». Y aquí llegamos al nudo de la cuestión. Las reales divergencias entre Trotski y Stalin no fueron nunca, como pretenden los trotskistas, sobre la cuestión de la necesidad de un Ejército regular y de un mando centralizado. La divergencia estribaba en la forma de concebir la unificación y centralización militar. Para Trotski, el eje de esta centralización, su instrumento, eran los especialistas militares del Ejército zarista. Siempre que Trotski habla de la necesidad de un «Ejército regular», de centralizar el mando, etc., a continuación encontramos una parrafada sobre los «especialistas», sobre su necesidad, sobre la necesidad de combatir la desconfianza en contra de tales «especialistas», etc. Hay que aclarar que Stalin nunca estuvo en contra de la utilización de los especialistas militares. Pero Stalin concibió siempre el reforzamiento de la unidad y de la disciplina del Ejército Rojo, no tanto bajo la forma del reforzamiento de las posiciones de la oficialidad tradicional, en los organismos de mando, sino en el sentido de un reforzamiento de la dirección del Partido en el Ejército, del control del Partido sobre las unidades militares; Había , evidentemente, que utilizar a todos los ex-oficiales zaristas que estaban dispuestos a colaborar, pero, sobre todo, había  que crear cuadros militares comunistas, reforzar los poderes de los comisarios políticos, no dejarse «deslumbrar» por los «especialistas» y promover audazmente a puestos de dirección militar a obreros y campesinos que demostraran tener las capacidades y conocimientos adecuados, y destituir o castigar sin miramientos a aquellos «especialistas» que resultaran ser unos incapaces o unos traidores.

 ¿Qué clase de especialistas había  en Tsaritsin? Sobre este punto damos gustosamente la palabra de Trotski: «La clase de especialistas de Tsaritsin se había  reclutado de la hez de la oficialidad: alcohólicos desprovistos de todo vestigio de dignidad humana, hombres sin estimación propia, dispuestos a arrastrarse ante el nuevo amo, a adularle y abstenerse de toda contradicción». El jefe de Estado Mayor era un hombre «entregado sin remedio a las bebidas alcohólicas». Este es el cuadro y estos son los hombres que Stalin destituyó. Pero, increíblemente, pocas líneas, antes Trotski escribe, refiriéndose a la actuación de Stalin en Tsaritsin que la «brutal agresividad frente a los especialistas militares no era, naturalmente, la mas propicia para ganar la voluntad de estos últimos y hacerlos leales servidores del nuevo régimen». La cuestión es que Stalin no tenía deseo alguno de utilizar a semejante gente. Encontrándose, como dice el mismo Trotski, con la «hez de la oficialidad», con «borrachos» y «alcohólicos», no dudó ni un instante en sustituir a estos «oficiales» con cuadros comunistas, con militantes y dirigentes que tal vez no tuvieran gran experiencia militar, pero cuya entrega, moralidad y fidelidad estaba por encima de toda duda, a pesar de que algunos de ellos tuvieran restos de «mentalidad guerrillera». Y aquí llegamos al segundo punto de la cuestión. Cuando Trotski en sus escritos habla de los viejos guerrilleros del Partido, de los combatientes de los primeros destacamentos, lo hace siempre con desprecio y utilizando las expresiones más despectivas, Stalin, aún entendiendo que muchos de los antiguos guerrilleros y combatientes de los destacamentos debían hacer un esfuerzo para amoldarse a la nueva estructura organizativa del Ejército regular y a la nueva mentalidad, siempre consideró necesario ayudar a estos probados combatientes comunistas a que se integraran en el Ejército regular y desarrollaran sus capacidades militares. Es más, Stalin opinaba que la política militar de Trotski, de absoluto servilismo ante los ex-oficiales zaristas, echaba a estos elementos en brazos de la «oposición militar».

 Stalin temía que esta política insensata pudiera echar a muchos cuadros comunistas en brazos de la «oposición militar», pudiera reforzar en ellos una mentalidad «guerrillera», de desprecio por el Ejército regular, reforzar la indisciplina, disminuir el prestigio del Estado Mayor, favorecer justamente las tendencias que se pretendían combatir.

 Tras destituir a los «especialistas» de Tsaritsin, Stalin ponía de relieve, en su carta a Lenin, que esta medida había  permitido «ganarse la predisposición de las unidades militares». En su «Historia del PC (b) de la URSS», al caracterizar a la «oposición militar», Stalin afirma que este grupo «además de los representantes del derrotado comunismo de izquierda comprendía también a militantes que, sin haber jamás participado en ninguna oposición, estaban sin embargo descontentos con la dirección de Trotski en el Ejército. La mayoría de los delegados militares [4] estaba muy indignada contra Trotski, contra sus reverencias ante los especialistas militares del viejo Ejército zarista, del cual una parte nos había  traicionado sin más, durante la guerra civil, contra su actitud altiva y hostil hacia los viejos militantes bolcheviques en el Ejército». Más adelante escribe: «Aún luchando contra la deformación de la política militar del Partido efectuada por Trotski, la «oposición militar» defendía sin embargo posiciones erróneas sobre varias cuestiones relativas a la formación del Ejército». Más claro el agua. Stalin estaba justamente en contra de la oposición militar y su oposición a la política de Trotski estaba dictada, precisamente, entre otras cosas, por el temor de que el derechismo de Trotski, su servilismo hacia los oficiales tradicionales, su sistemática hostilidad hacia los cuadros militares proletarios y comunistas, pudiera favorecer tendencias sectarias entre estos últimos, pudiera reforzar, en el Partido, la tendencia a la hostilidad sistemática hacia todos los especialistas, hacia la misma idea de un Ejército regular.

 Naturalmente se puede objetar que las citas anteriores de Stalin se refieren a juicios dados «a posteriori», casi veinte años después de los acontecimientos. Veamos pues las posiciones de Stalin, tal como las expresó en el fuego de la polémica, en el mismo VIII Congreso del Partido en el cual, entre otras cosas, se abordó la cuestión de la «oposición militar». En el Congreso, las posiciones de la «oposición» fueron defendidas por Smirnov. Veamos ahora la intervención de Stalin:

 «Hace medio año, después de desmoronarse el viejo Ejército zarista, teníamos un Ejército nuevo, voluntario, mal organizado, con una dirección colectiva, un Ejército que no siempre acataba las órdenes… La composición del, Ejército era principalmente obrera, si no exclusivamente obrera. Debido a la falta de disciplina en este Ejército voluntario, debido a que las órdenes no siempre se cumplían, debido a la desorganización en el mando del Ejército, sufrimos derrotas… Los hechos demuestran que el Ejército voluntario no resiste la critica, que no podemos defender la República si no creamos otro Ejército: un Ejército regular, penetrado del espíritu de disciplina, con una sección política bien organizada… O creamos un verdadero Ejército regular, obrero y campesino, con una severa disciplina, y defendemos la República; o no hacemos esto y entonces nuestra causa estará perdida… El proyecto presentado por Smirnov es inaceptable, ya que sólo contribuiría a minar la disciplina en el Ejército y excluye la posibilidad de formar un Ejército regular».

 Es decir, hay pruebas incontrovertibles de que Stalin no formó parte, en ningún momento, de la «oposición militar», de que combatió abiertamente sus posiciones y de que sus puntos de vista sobre la cuestión militar estaban en radical oposición con los de Smirnov y los del resto de la «oposición». ¿A qué obedece pues la insistencia de Trotski y de sus secuaces en este punto? El objetivo está clarísimo. Es de sobra conocido que Lenin combatió infatigablemente a la «oposición militar». Dando a entender que Stalin era un aliado de Smirnov en las cuestiones militares, Trotski pretende demostrar que la polémica de Lenin contra la «oposición» estaba dirigida fundamentalmente contra Stalin. Obviamente, Trotski no posee ningún documento que demuestra la supuesta alianza entre Stalin y Smirnov y, por lo tanto, no cita ninguno. Pero «supera» esta dificultad citando abundantemente toda la polémica de Stalin contra él mismo, de su política de dirección militar, y da por sentado que esta polémica formaba parte integrante de la batalla que por aquel entonces estaba librando la «oposición militar». Se trata de una estratagema muy pobre, porque, como hemos demostrado sobradamente, la «oposición militar» se oponía a la creación de un Ejército regular, mientras que Stalin era favorable a la misma y polemizaba con Trotski acerca de la concepción especifica que éste ultimo tenía de un «Ejército regular», de su burocratismo en las cuestiones militares (que iba aparejado, como veremos después, a una concepción burocrática del Partido, del sindicato, etc.)  Hemos visto cómo Trotski «supera» la dificultad de la inexistencia de documentos que demuestran que Stalin formaba parte de la «oposición militar». Pero ¿cómo «superar» la dificultad de la existencia de documentos que probasen que Stalin estaba en contra de las posiciones de Smirnov y de los que le rodeaban? Para ello, Trotski desempolva (último recurso del trotskismo cuando se trata de Stalin) la teoría del complot. «Stalin decía una cosa pero pensaba otra». A Trotski no se le ocurre otra explicación más brillante. Siempre que tropieza con afirmaciones de Stalin que no corresponden a la visión del «stalinismo» que él quisiera dar, atribuye tales afirmaciones a la extraordinaria «capacidad de disimulo» de Stalin. «Capacidad de disimulo» para la cual, naturalmente, Trotski tiene también una explicación «científica»  «En las comarcas del mar Mediterráneo, en los Balcanes, en Italia, en España, además del tipo meridional, que se caracteriza por una asociación de perezosa indolencia e irascibilidad explosiva, se encuentran naturalezas frías, en las cuales se combina la flema con cierta terquedad y malicia. El primer tipo prevalece; pero el segundo lo incrementa como una excepción. Parece como si a cada grupo nacional hubiese tocado una parte legítima de elementos básicos de carácter, y que éstos se hayan distribuido con menos acierto bajo el sol de Mediodía que bajo el del Norte. Pero nos aventuramos demasiado en la región infecunda de la metafísica nacional». A eso de que «nos aventuramos en la región infecunda, etc.» en nuestras «poco favorecidas» comarcas mediterráneas se le llama esconder la mano después de haber lanzado la piedra. Y piedras de esas encontramos muchas en el «Stalin» de León Trotski, que comienza con las siguientes palabras: «El difunto Leónida Krassin… fue quien primero llamó a Stalin "asíático". Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia, crueldad, que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asía». Y así prosigue a lo largo de 570 páginas (1). Porque, a pesar de la referencia a lo «problemático» de los «atributos raciales» (otra vez escondiendo la mano) a lo largo de su libro Trotski abunda sin recato en la «problemática racial»: «Los emigrados de Georgia a Paris aseguraron a Suvarin… que la madre de José Dugasvili (Stalin) no era georgiana, sino osetina, (de la República Rusa Autónoma de Osetia), y que hay mezcla de sangre mongola en sus versas». Pero esta afirmación, según Trotski, está desmentida por un tal Ieramisvili autor de un trabajo al cual, según Trotski, no se puede dar de lado, y que el mismo Trotski así nos lo describe: «un antiguo menchevique, convertido luego en algo parecido a un nacionalsocialista». El tal Ieramisvili niega, según Trotski, que la madre de Stalin fuera osetina, y afirma que era «georgiana de pura raza» El osetino era su padre «persona ruda y vulgar como todos los osetinos, que viven en las altas montanas caucásicas».

 Este «análisis» de la personalidad de Stalin no es de un Goebbels, sine de L. Trotski. El lector que no pueda creérselo puede salir de dudas fácilmente. Efectivamente, el «Stalin» de Trotski está publicado en España: la censura franquista concedió permiso para su publicación a la editorial Plaza y Janés ya en el año 1967. También éste es un dato significativo.

 Volviendo a lo anterior (la cuestión de la «oposición militar») Trotski se desembaraza de los documentos que desmienten rotundamente sus afirmaciones y «tesis» con facilidad asombrosa. ¿Quién puede dudar, en efecto, que este «asiático», medio mongol y medio mediterráneo perezoso, este hijo de un borracho osetino y de una lavandera, este mestizo astuto y cruel, dijera una cosa y pensara otra? Trotski «está plenamente convencido» de que era Stalin «quien capitaneaba la oposición». Trotski está plenamente «convencido», y eso basta. En la Conferencia de Ucrania de 1920 Stalin defendió las tesis del Partido pero, subrepticiamente «hizo todo lo posible por lograr que sus tesis no triunfaran» (!). En el VIII Congreso «hablaba ambiguamente (sic) en defensa de la política militar oficial». En otro punto: «Stalin, ostensiblemente ajeno en absoluto a la oposición militar, trabajaba de firme por reforzarla», etc. Estos son los argumentes de Trotski. En su empeño por mezclar a Stalin con la «oposición militar» no repara en medios y en «argumentos». Pero todos se reducen, en esencia, a uno: todo el asunto fue un «complot» de Stalin. Hoy, legiones de historiadores han recogido la leyenda trotskista acerca de la participación de Stalin en la «oposición militar», su oposición al «Ejército regular», etc., y esta leyenda constituye la versión «oficial» de toda la banda burguesa, revisionista y trotskista. Creemos haber dicho bastante acerca de la «solidez» de esta reconstrucción trotskista de los hechos.

 A través de esta leyenda, Trotski pretende deformar, no solamente las verdaderas posiciones y puntos de vista de Stalin, sino sobre todo echar un velo sobre sus propias posiciones, sobre las implicaciones ideológicas de su propia actuación al frente de los asuntos militares. Como se sabe Trotski siempre se ha presentado a si mismo como un campeón de la «izquierda», de la «revolución», de la lucha contra la «degeneración burocrática», etc. Pero este papel que se ha asignado así mismo no corresponde ni mucho menos a la realidad de los hechos. La dirección militar de Trotski es uno de los asuntos en los que resalta palmariamente la matriz ideológica derechista del personaje. La línea de Trotski, en ésta y en otras cuestiones, será siempre la de «duro con los obreros y blando con los burgueses». En el VIII Congreso se planteará abiertamente la cuestión del fusilamiento, par parte de Trotski, de muchos comunistas, acusados de infracciones secundarias, o que se oponían a su línea. Como hemos visto, cuando se trataba de los miembros de los viejos destacamentos o de las debilidades de los viejos guerrilleros, Trotski utiliza siempre las expresiones más despectivas e insultantes. Pero cuando se trataba de los oficiales «alcohólicos» o «borrachos» de Tsaritsin, entonces la «brutal agresividad» de Stalin ya no le parece justificada. Más tarde, en la polémica sobre la cuestión sindical, cuando se planteó la necesidad de reforzar la dirección del Partido sobre los sindicatos, no se le ocurrió más recurso que el de «sacudir» a los sindicatos, y establecer una disciplina «militar» para el conjunto de la clase obrera. De cara al campesinado, proclamará la irreversible hostilidad de los campesinos al Poder proletario al mismo tiempo que, en lo económico, propondrá concesiones sin límites al capitalismo nacional y extranjero y se opondrá a la construcción del socialismo. Esta política, de implacable dureza con los «de abajo» y de sonrisas y concesiones a los «de arriba» constituye el eje, la médula del trotskismo. Trotski ha podido hacer pasar este descarado derechismo por «izquierdismo» debido al lenguaje grandilocuente y a las actitudes marciales a través de los cuales este burocratismo despótico ha sido defendido. La realidad es que Trotski, al mismo tiempo que miraba con aristocrático desprecio a los obreros y campesinos (esa gente iletrada, inculta, turbulenta e ignorante de los asuntos militares) que había  empuñado el fusil y que, sacados de la fábrica o de la tierra, se esforzaban, entre muchos errores y dificultades, por hacerse cargo de problemas nuevos, y para cuyos errores y dificultades no tenía más remedio que el pelotón de ejecución y la corte marcial –"¡vaya izquierdismo!»-, al mismo tiempo tenía una actitud irremisiblemente blandengue y casi servil hacia los oficiales de procedencia aristocrática o burguesa. A esos nunca había  que «sacudirles», nunca había  que tratarles «brutalmente».

 La descripción que Trotski nos hace del «complot» de Stalin dentro del Partido no es más que la descripción, deformada por su arrogancia y megalomanía, de la creciente hostilidad del Partido y de la gran masa de combatientes, hacia su persona y hacia su política: «Stalin iba reuniendo hábilmente a toda la gente agraviada. Tenía mucho tiempo para ello, puesto que así favorecía sus intimas ambiciones» y así, Jurante páginas y páginas. En ningún momento encontramos el más mínimo indicio de análisis político; en ninguna parte asoma la duda de toda esa gente «agraviada» o «lastimada» (gente del Partido, téngase en cuenta) se agrupaba alrededor de Stalin por compartir sus posiciones políticas y por desacuerdo con la dirección militar de Trotski. No. Según Trotski todo eran «predilecciones, amistades o vanidades personales». Todo eran «intrigas» de Stalin.

 En Tsaritsin Stalin empleó mano dura. Pero actuó con dureza contra la burguesía y los traidores. «La vida de toda la ciudad fue sometida a la presión de una dictadura inflexible» dice Trotski. Y más adelante cita a un autor según el cuál en Tsaritsin «no pasaba día sin que descubriera toda suerte de conspiraciones en los sitios que parecían de más seguridad y respeto». Todo ello queda dicho con un tono que da a entender que se trataba de la «rudeza» de Stalin, de su manía de tratar «brutalmente» a los oficiales e «intelectuales» amigos de Trotski, etc., y que esta «dictadura» no estaba justificada.

 El 3 de febrero de 1919 un tal Nossovitch, un traidor que se había  pasado a Krasnov, describía así la situación de Tsaritsin en la época de la estancia de Stalin: «En esta época la organización contrarrevolucionaria local se había  fortalecido mucho y con dinero llegado de Moscú se preparaba una intervención activa para ayudar a los cosacos del Don a 'liberar' a Tsaritsin…» El mismo Nossovitch admite con pesar que el complot fue abortado por Stalin el cuál mandó detener al jefe de la conspiración, un ingeniero de la capital, y le mandó fusilar junto con otros cómplices suyos. Al mismo tiempo los «alcohólicos» etc., del viejo Estado Mayor de Tsaritsin estaban detenidos en una barcaza en medio del Volga, Sigue contando Nossovitch: «Cuando Trotski, inquieto por la destrucción de las direcciones militares de la región, puestas en pie con tanto esfuerzo, mandó un telegrama diciendo que era preciso reponer en funciones al Estado Mayor y a los Comisarios y darles la posibilidad de trabajar, Stalin tomó el telegrama y trazó con mano firme estas palabras: «No se toma en consideración». Efectivamente, el telegrama no fue tomado en consideración, y toda la dirección, de la artillería y una parte del Estado Mayor permanecieron en una barca en Tsaritsin.».

 El episodio es cierto y el mismo Trotski lo confirma. Naturalmente, lo confirma a su manera. Dice que Stalin había  puesto en uno de sus telegramas la acotación de no hacer caso» pero nada dice acerca del contenido concreto de tal telegrama. De esta forma pretende utilizar el episodio para demostrar el espíritu «anárquico» y «guerrillero» de Stalin. Según Trotski el episodio demostraría que «Stalin no luchaba con firmeza suficiente contra la autonomía local, las guerrillas comárcales y la insubordinación de la gente de la región». Es decir, él mismo era un insubordinado. Pero lo que calla Trotski es que el telegrama se refería a la reposición en sus funciones del viejo Estado Mayor de Tsaritsin y a la destitución de los cuadros comunistas que Stalin había  puesto a la cabeza de la organización militar de la región. Analizando todas y cada una de las cuestiones, nos encontramos siempre con el mismo problema, con dos formas radicalmente contrapuestas de concebir la dirección de la guerra, la política de cuadros militares, el concepto mismo de «Ejército regular». El «espíritu anárquico» de Stalin es un cuento de Trotski que nadie puede creerse por poco que se conozca la personalidad política de Stalin, las líneas directrices fundamentales de su actuación a lo largo de toda su vida de militante comunista.

 La actuación de Stalin en Tsaritsin fue coronada por el éxito y la amenaza contrarrevolucionaria sobre la ciudad se vió momentáneamente alejada. Naturalmente, Trotski dice que ello no es verdad, que fue un «completo fracaso», que eso «se sabia» entonces en el Partido, que había  una opinión unánime sobre ello y que la expresión «tsaritsinista» por aquel entonces se pronunciaba con desprecio en los medios del Ejército Rojo. Pero lo que Trotski no puede explicar es que, a las pocas semanas de producirse este «estrepitoso fracaso», ante la noticia de una grave desastre militar en Perm, Lenin telegrafiara al mismo Trotski: «Hay varios informes del Partido de los alrededores de Perm sobre el estado catastrófico del Ejército y sobre embriaguez. Te lo transmito. Piden que vayas allí. Pensé en enviar a Stalin. Temo que Smilga sea demasiado blando con Lashevich, que al parecer bebe con exceso y no es capaz de restablecer el orden». Trotski contestaba al día siguiente: «De acuerdo con enviar a Stalin con poderes del Partido y del Consejo Revolucionario de Guerra de la República para restablecer el orden, depurar la plantilla de comisarios y castigar severamente a los culpables». A decir verdad no parece que la «opinión del Partido» fuera tan contraria a la actuación de Stalin en Tsaritsin si a las pocas semanas se le enviaba con plenos poderes para resolver una situación en apariencia semejante.

 Cuando Stalin, junto con Dzerhinski llegó a Viatka (Perm ya se había  perdido) la situación que encontré era gravísima. El III Ejército había  huido desordenadamente, abandonando armas, equipos, instalaciones, en manos del enemigo. Como Stalin dirá en su informe a Lenin «esto no ha sido, propiamente hablando una retirada; menos todavía se le puede llamar repliegue organizado a nuevas posiciones. Ha sido una verdadera desbandada de un Ejército en plena derrota, completamente desmoralizado, con un Estado Mayor incapaz de comprender la situación y de prever, más o menos, el inevitable desastre, incapaz de tomar a tiempo medidas para salvar al Ejército, replegándose a posiciones preparadas de antemano, aún a costa de perder territorio».

 El «Informe acerca de las causas de la caída de Perm» tiene mucho interés y arroja esclarecedora luz acerca de los verdaderos puntos de vista de Stalin sobre asuntos militares. Trotski dice que «casi todos los extremos de este informe constituían un golpe» contra él. Lo cual es cierto. Pero dice esto para dar a entender que se trataba de la consabida conjura de la «oposición militar», de la oposición de Stalin a un Ejército regular, de la «anarquía», etc. Si todo esto es falso de cara a los acontecimientos de Tsaritsin, lo es aún mucho más en relación a la actuación de Stalin en el frente del Este.

 ¿Cuáles fueron las causas de la caída de Perm según el informe de Stalin? Veamos las principales:

     a) Criticas al Comandante en Jefe y al Consejo Militar Revolucionario de la República y al Estado Mayor del Tercer Ejército; todas estas criticas apuntan a una critica de falta de disciplina y centralización y no hay ningún síntoma de «anarquía» en ellas: «El Estado Mayor del Ejército no debe conformarse con la información que dan los partes oficiales (a menudo inexactos) de los jefes de división y de brigada; debe tener sus propios delegados, sus agentes, que informen con regularidad al Estado Mayor y vigilen celosamente el exacto cumplimiento de las órdenes del jefe del Ejército. Sólo así se puede asegurar el enlace del Estado Mayor con el Ejército, acabar con la autonomía, que de hecho existe, de las divisiones y brigadas y establecer una verdadera centralización en el Ejército».

 Stalin continúa observando que «un Ejército no puede actuar como una unidad que se basta a si misma y completamente autónoma».Por ello «es necesario establecer en los frentes… un régimen de estricta centralización de las operaciones de los distintos ejércitos en el cumplimiento de una directiva concreta y seriamente meditada».

 Está absolutamente claro que todo esto constituye una crítica a Trotski. Pero esta absolutamente claro también que no se trata de una defensa del principio de la «autonomía» de los distintos Cuerpos del Ejército, etc., sino de todo lo contrario. Stalin criticaba a Trotski justamente por no realizar la necesaria centralización, critica al Consejo Militar Revolucionario par desconocer la situación real de los distintos frentes, por no ejercer el necesario control y actuar por lo tanto de manera improvisada y superficial, emitiendo órdenes a menudo contradictorias, por ser incapaz de concentrar las fuerzas en el lugar y en el momento precisos, etc.

 b) Critica al sistema de reclutamiento: «Hasta fines de mayo, la formación de unidades del Ejército Rojo… se efectuaba según el principio de la voluntariedad, sobre la base de incorporar al Ejército a los obreros y a los campesinos que no exploten trabajo ajeno… Es posible que a ésta, entre otras razones, se deba la firmeza de las unidades del periodo voluntario. A partir de finales de mayo, al ser disuelta la Junta y al encomendar la formación de unidades al Estado Mayor Central de toda Rusia, la situación ha ido empeorando. El Estado Mayor Central ha calcado íntegramente el sistema de formación del período zarista, incorporando al servicio en las filas del Ejército Rojo a todos los movilizados sin distinción de bienes de fortuna…» Stalin observa que «esta es la razón principal de que, como fruto del trabajo de nuestros organismos de formación de unidades, resultara, mas que un Ejército Rojo un «Ejército nacional». Es decir, si a un Ejército centralizado, regular, basado en el Servicio Militar Obligatorio, pero un Ejército Rojo, basado en obreros y campesinos, formado según precisos criterios de clase. La crítica a Trotski no es por querer un Ejército regular, sino por calcar los criterios de formación del Ejército zarista, criterios que, según Stalin eran inaplicables en el caso de un Ejército revolucionario dirigido por el Partido Comunista.

 La despreocupación por este factor de clase y por la cuestión de la dirección del Partido, hacia que Trotski no dedicara la necesaria atención e importancia a la formación de los Comisarios Políticos. Estos, por lo general, eran «unos mozalbetes incapaces en absoluto de organizar el trabajo político de modo más o menos satisfactorio». Stalin observaba que en este «Ejército nacional» la palabra «comisario» se había  convertido en un «mote injurioso».

 c) El paso de «especialistas» al enemigo. Trotski dice que los casos que se solían dar eran aislados.

 En su informe Stalin cita, entre los que en Perm desertaron al enemigo: «el ingeniero Banin, jefe de fortificaciones, con todo su personal; el ingeniero de ferrocarriles Adrianovski, con toda la plantilla de especialistas de la dirección de ferrocarriles de la zona; Sujorski, jefe de la sección de comunicaciones militares y su personal; Bukin, jefe de la sección de movilización del Comisariado Militar de Zona, y su personal; Ufimtsev, comandante del batallón de Guardia; Valiuzhenich, comandante de la brigada de artillería; Eskin, jefe de la sección organizadora de unidades especiales; el comandante del batallón de ingenieros con su ayudante; los comandantes militares de estaciones de Perm I y Perm II; la sección de estadística de la Dirección de Aprovisionamiento del Ejército en pleno; la mitad de los miembros de la Junta Central y muchos otros». Como se ve no se trataba de «casos aislados».

 d) Críticas al trabajo del Partido en la región: Stalin observa que la retaguardia, en el frente del Este, mantenía una actitud hostil hacia la revolución. Ello se debía a un mal trabajo del Partido en la retaguardia, máxime entre los campesinos. Stalin observa que los organismos del Partido en la zona y los organismos soviéticos «aseguran que los pueblos de esta zona son pueblos habitados exclusivamente por kulaks. A nuestra observación de que no hay pueblos habitados exclusivamente por kulaks, de que la existencia de los kulaks es inconcebible sin explotados, pues los kulaks tienen que explotar a alguien, en los organismos mencionados se encogían de hombros y se negaban a dar explicación alguna». La verdad, según observa Stalin es que «las organizaciones del Partido son débiles, de poca confianza y desligados del centro». Se ha consentido que el impuesto extraordinario, creado por las necesidades de la guerra, se repartiera por cabeza y no por censo, lo cual ha permitido a los kulaks realizar una eficaz agitación entre los campesinos pobres en contra del Poder soviético. La reacción del Partido ha sido «recurrir a la Comisión Extraordinaria, a las medidas represivas, que tienen en un grito a las aldeas. Las propias Comisiones Extraordinarias, debido a que su labor no se complementaba con un trabajo paralelo positivo, de agitación y de organización, de los organismos del Partido y de los Soviets, cayeron en una situación excepcional de completo aislamiento, con perjuicio para el prestigio del Poder soviético». Todo ello, resultado de la falta de control, por parte de los organismos centrales del Partido, de lo que sucede en las provincias, y también de la consabida política de basarse para todo en los viejos funcionarios, sin renovar con nuevos cuadros el aparato de la Administración y del Estado. Stalin cita el hecho de que en Viatka, de un total de 4.766 funcionarios de los Soviets, 4.467 lo  habían sido de la Administración zarista: «los viejos organismos zaristas de los zemstvos han cambiado simplemente su nombre por el de organismos soviéticos».

 Los puntos de vista que Stalin fue formándose sobre las cuestiones militares en el curso de la guerra en oposición a las tesis de Trotski por un lado, y de la «oposición militar» por el otro, puntos de vista que están claramente reflejados en el «Informe sobre la caída de Perm», desmienten rotundamente todas las afirmaciones trotskistas al respecto. Leyendo los escritos de Stalin de la época de la guerra civil cabe extrañarse de que la leyenda trotskista haya podido minimamente arraigar y ser recogida en ciertos medios «históricos». Aunque es cierto que no se encuentra, en las obras de Stalin, una exposición sistemática de sus puntos de vista, y que todo está recogido en una serie de informes, cartas, telegramas, discursos que a veces no resulta de fácil lectura por las incesantes referencias a situaciones, episodios y hechos particulares del momento (se trata siempre de intervenciones que revisten una utilidad práctica inmediata), de toda la masa de documentos resulta una línea de pensamiento perfectamente coherente, clara, que no da lugar a tergiversaciones o deformaciones. Muchas de las ideas que Stalin expresó en el curso de la guerra civil, volverá a plantearlas en el marco de sucesivas polémicas con gran firmeza y con la coherencia que siempre le caracterizó. Piénsese en la cuestión campesina y sobre ciertos aspectos de la política militar que volverá a analizar en el curso de la II Guerra Mundial. Es curioso observar, con respecto a esto último, que los trotskistas han acusado a Stalin de haber aplicado en los años del conflicto mundial, una política militar «nacional» y no «roja», de haber construido un Ejército «nacional» y no «rojo». La verdad es que, más tarde, el trotskimo tratará de camuflar su sustancial derechismo con un gran derroche de demagogia y recurriendo despreocupadamente al bagaje ideológico del «comunismo de izquierda» (la tan execrada «oposición militar») en un intento, absolutamente falso de principios, de des prestigiar a Stalin y a la URSS.

 En cuanto a Stalin nos parece haber demostrado que peleó por un Ejército disciplinado, centralizado y «rojo», en el sentido de integrado por elementos proletarios y campesinos y dirigido por el Partido Comunista. Luchó al mismo tiempo en contra de la anarquía propugnada por la «oposición militar» y en contra del burocratismo derechista de Trotski. Estas fueron las verdaderas posiciones de Stalin en el curso de la guerra civil.

 Hacia finales de 1918 y comienzos de 1919 la situación militar evolucionaba claramente a favor de la República soviética. Pero la derrota de Alemania modificó profundamente la correlación de fuerzas. Si por un lado el Poder soviético pudo denunciar inmediatamente la paz de Brest-Likovsk y recuperar algunos territorios, y se veía favorecido por la desaparición de uno de los peores enemigos imperialistas de la revolución, por el otro el fin del conflicto ínterimperialista significó que las victoriosas potencias de la Entente podían concentrar sus fuerzas en Contra del primer país socialista. De hecho el fin de la primera guerra mundial supuso una intensificación de la intervención extranjera y de la guerra civil. Fue en este momento de transición que se celebró el VIII Congreso del Partido, del que hemos hablado anteriormente en relación con la cuestión de la "oposición militar".

 En el VIII Congreso se abordó también otra cuestión de extraordinaria importancia, y que adquirirá cada vez mayor relieve en la polémica con el trotskismo: la cuestión de los campesinos medios. Hasta el VIII Congreso la política del Partido había sido una política de neutralización de los campesinos medios. En el Congreso, Lenin planteó la necesidad de forjar una alianza con los campesinos medios. Gran parte de las dificultades de los bolcheviques en la guerra civil había sido el resultado de que en ciertas circunstancias, la reacción había encontrado el apoyo de los campesinos medios. Sin embargo, la experiencia de la guerra había enseñado al campesino medio que la victoria de los "blancos" significaba, pura y simplemente, la restauración del Poder del terrateniente. Existían por lo tanto las condiciones para una alianza entre el proletariado y este sector del campesinado, alianza que, sin embargo, era posible a condición de que la colectivización de la agricultura se llevara a cabo con la necesaria prudencia. En particular Lenin ponía el acento sobre la necesidad de no proceder a medidas de colectivización forzosa (sin el consentimiento de los mismos campesinos), de esforzarse por convencer a los campesinos de la utilidad y de la necesidad de las medidas que se tomaban y sobre la necesidad de llegar a un acuerdo con los campesinos medios sobre las formas de la colectivización. Lenin ponía al mismo tiempo el acento sobre la necesidad de no abandonar "ni siquiera por un instante" la lucha contra los kulaks. Estas directrices de Lenin serían defendidas más tarde por Stalin cuando Trotski negó la posibilidad de la alianza con el campesino medio, y Bujarin planteó la necesidad de aliarse con los kulaks,  Después del VIII Congreso del Partido, a partir de la primavera de 1919 comenzó la segunda parte de la guerra civil que fue caracterizada por tres grandes ofensivas de la Entente.

 La primera ofensiva fue la ofensiva de Koltchak desde el este. Esta ofensiva fue acompañada por otra de Iudenic sobre Petrogrado que tenía el objeto de aligerar la situación de los blancos en el frente oriental y obligar a los soviéticos a luchar en dos frentes. La ofensiva sobre Petrogrado fue acompañada por una conjura del comandante del VII Ejército y de las guarniciones que rodeaban a la ex-capital. Muy pronto ésta se vió amenazada y Lenin envió a Stalin para restablecer la situación. Stalin actuó con la acostumbrada energía y tras la toma del fuerte de Krasnaia Gorka, que había caído en manos de los conspiradores, el peligro se vió alejado ("Los especialistas navales aseguran que la toma por mar de Krasnaia Gorka echa por tierra toda la ciencia naval. Só1o me resta compadecer a esta llamada ciencia. La rápida conquista de Krasnaia Gorka se debe a que yo y, en general, los civiles, hemos intervenido sin contemplaciones de ningún género en las operaciones, habiendo llegado hasta revocar las órdenes de mar y tierra e imponer órdenes propias")  A los pocos días de su estancia en Petrogrado, Stalin podía comunicar a Lenin que el Ejército Rojo había pasado a la ofensiva, que ya no se producían deserciones, que los desertores volvían por miles y que incluso "han pasado a nuestras filas cuatrocientos hombres del enemigo, casi todos con sus armas".

 Pero, como hemos observado, el ataque sobre Petrogrado representaba una estratagema para favorecer la ofensiva en el frente principal, el Este, por parte del Kolchak. Stalin escribía a Lenin: "Kolchak es el enemigo más serio, pues tiene bastante espacio para retroceder, bastante material humano para el Ejército y una retaguardia rica en cereales". En abril de 1919 Kolchak sufrió una grave derrota y comenzó a retirarse. La inmensa mayoría del Partido, con Lenin y Stalin a la cabeza, era partidaria de continuar la ofensiva contra Kolchak, de tratar de liquidarle definitivamente. La opinión general era que, si se dejaba a Kolchak el dominio de la inmensa Asia soviética, éste con la ayuda  de ingleses y japoneses, podría reponerse fácilmente. Existía además la posibilidad de liquidar definitivamente la contrarrevolución en el oriente. Esta era también la opinión del jefe del frente del Este, S. S. Kámenev (a no confundir con el homónimo dirigente del Partido) Trotski defendía por su parte la postura del comandante en jefe del Ejército, Vaztetis, según el cual había que detener la ofensiva en los Urales. En realidad Trotski apoyaba incondicionalmente a Vaztetis frente a S.S. Kámenev, el cual, según la opinión de muchos bolcheviques, entre ellos Stalin, debería sustituir al primero al frente del Ejército. Esta cuestión ha sido presentada por muchos como un asunto de pura y simple apreciación de las cualidades militares de uno y otro. Trotski también presenta las cosas de esta forma (sin renunciar a alguna insinuación venenosa acerca de que Stalin "sacaba provecho" del asunto, etc.) En realidad se trataba, otra vez, de las concepciones de Trotski acerca de la forma de valorar a los cuadros del Ejército. Veamos lo que dice el mismo Trotski acerca de estos oficiales: tras aclarar que es difícil decir cuál de los dos fuera el más competente, añade: "Ambos eran sin duda estrategas, de primer orden, con amplia experiencia de la guerra mundial, y decididamente optimistas, cosa indispensable para ejercer el mando. Vaztetis era el más obstinado y quisquilloso, e indudablemente el más propio a ceder a la influencia de elementos hostiles a la revolución, Kámenev era más tratable, y se allanaba con mas facilidad a la influencia de los comunistas que trabajaban con él". (Los subrayados son nuestros.) Huelga decir que esta es una admisión a regañadientes de la quinta parte de la verdad. Vaztetis era un oficial sumamente inseguro y en julio del mismo año fue detenido, nada menos que por sospechas de traición. S.S. Kámenev era uno de los poquísimos altos oficiales del ex-ejército zarista que se identificaba con el nuevo poder y con la Revolución de Octubre, No es por casualidad que el Partido se inclinara por S. S. Kamenev.

 Cuando Vaztetis, apoyado por Trotski, decidió detener la ofensiva hacia el este en los Urales, el Comité Central no vaciló: en la sesión del 3 de julio Vaztetis fue destituido y S. S. Kámenev fue nombrado comandante en jefe. Trotski, que defendió hasta el último momento el plan de su protegido, dimitió del Consejo Revolucionario de Guerra de la República. Sus dimisiones fueron rechazadas pero se le obligó a abandonar el frente oriental.

 La ofensiva en el Este significó la victoria total contra la primera campana de la Entente. Kolchak fue perseguido hasta Siberia. Su Ejército fue completamente destruido y el mismo Kolchak, detenido, fue fusilado.

 Stalin tuvo un papel destacado también en el curso de la segunda y tercera ofensiva de la Entente. La segunda ofensiva fue lanzada por el general Denikin desde el Sur. Ante la incapacidad de Trotski para hacer frente al enemigo Stalin fue enviado para relevarle, elaboró un nuevo plan de ataque para el Ejército Rojo, que preveía asestar el golpe principal sobre Rostov ("aquí no nos rodearía un medio hostil, sino al contrario un medio simpatizante, cosa que facilitaría nuestro avance. En segundo lugar dispondríamos de una importantísima red ferroviaria", etc.) El plan de Trotski preveía un ataque por las estepas del Don, en medio de poblaciones hostiles y en una zona sin vías de comunicación. Lenin apoyó el plan de Stalin y, tras dos victorias decisivas en Oriol y Voronez, Denikin fue definitivamente derrotado.

 Después del fracaso de su segunda campaña, la Entente modificó su línea de acción. Varios países reconocieron a la URSS al mismo tiempo que Francia e Inglaterra alentaban a Polonia a lanzar una agresión contra el país de los Soviets. Esta se produjo en abril de 1920 al mismo tiempo que Wrangel (quien había  sustituido a Denikin) apoyaba la invasión desde el Sur. La guerra duró hasta el mes de octubre, y Stalin tuvo un papel muy destacado en el curso de la misma. Un mes después las tropas de Wrangel eran completamente derrotadas. La guerra civil se había  acabado con el completo triunfo del poder de los Soviets.

     El fin de la guerra civil supuso la necesidad de una serie de reajustes importantes en la política de los comunistas. Con la insurrección de Octubre la clase obrera se había  adueñado de las riquezas fundamentales del país, de la banca, de las grandes industrias y de las riquezas del subsuelo. La tierra, con el famoso decreto del 2ó de octubre, se había  convertido en patrimonio de todo el pueblo del cual los campesinos podían gozar gratuitamente. Sin embargo, en el curso de la guerra civil, el poder soviético siempre había  controlado una parte mínima del país, aproximadamente una décima parte. Rusia había  sido sometida a un feroz bloqueo económico. La guerra había  causado terribles destrucciones y las necesidades militares  habían absorbido todos los recursos económicos. Por ello, la revolución estuvo acompañada por una grave decadencia de la economía.

 En 1919 la producción industrial no llegaba a una cuarta parte de la de anteguerra. En 1920 la producción agrícola era aproximadamente la mitad de la de anteguerra. Las fábricas  habían sufrido graves daños y lo mismo sucedía con las comunicaciones (7.000 puentes, de los cuales 3.500 de las líneas de ferrocarril,  habían sido destruidos) Ante la caída de la producción industrial, muchos obreros abandonaban las ciudades y se refugiaban en el campo. La clase obrera se iba pulverizando.

 Durante el conflicto el Poder soviético pudo superar esta situación a través del establecimiento de una disciplina militar para todos los sectores de la vida económica y social y a través de una colectivización acelerada. A esta política se la llamó «comunismo de guerra». El Poder soviético estableció un control sobre todos los depósitos de alimentos, de combustibles y de mercancías. Se socializaron también las empresas pequeñas y medianas. Se obligó a la burguesía a trabajar manualmente sobre la base del principio: «quien no trabaja no come».

 Importante fueron las consecuencias del «comunismo de guerra» de cara a los campesinos (nunca hay que olvidar la importancia de la alianza obrero-campesina.) Para garantizar, dentro de la penuria existente, el abastecimiento del Ejército, de las ciudades y de toda la población se estableció el monopolio estatal del trigo, y la requisa de todos los excedentes de la producción agrícola. Todos los excedentes debían ser entregados al Estado al precio establecido.

 Esta política fue apoyada, en lo esencial, por los campesinos. Los campesinos pobres, que  habían obtenido la tierra, entendían la necesidad de estas medidas para garantizar la victoria militar en contra de la reacción. Hemos visto cómo, tras una serie de vacilaciones, también los campesinos medios  habían aceptado esta política. Pero el fin de la guerra cambió por completo la situación. Ante la derrota del enemigo los campesinos comenzaron a protestar en contra de las requisas. Se produjeron algunas revueltas. El descontento se extendió a la clase obrera que, por la crisis industrial, se encontraba debilitada, incluso numéricamente. Las corrientes contrarrevolucionarias comenzaron a levantar la cabeza. La revuelta de Cronstadt representó la culminación de este proceso.

 El estado mayor leninista decidió que era absolutamente necesario revisar la política económica. Estaba en peligro la alianza obrero-campesina,  Lenin planteo la necesidad de acabar con el método de la requisa de los excedentes y la necesidad de pasar al impuesto en especies. Una vez que hubieran pagado el impuesto, los campesinos estaban libres de utilizar los excedentes de la forma que querían y de comerciar con ellos. Ello suponía, evidentemente, un resurgir del comercio privado, suponía además la necesidad de revitalizar la industria para que los campesinos pudieran, efectivamente, intercambiar sus excedentes agrícolas con productos de las ciudades.

 Esta fue la esencia de la NEP (Nueva Política Económica.) Evidentemente la NEP, en cierto sentido, constituía un retroceso. «El comunismo de guerra había  consistido en un intento de asaltar la fortaleza de los elementos capitalistas de la ciudad y del campo con un ataque frontal. En aquella ofensiva el Partido había  empujado hacia adelante corriendo el riesgo de despegarse de su propia base. Ahora Lenin proponía volver un poco hacia atrás, de replegarse temporalmente; de sustituir el asalto con un asedio mas prolongado de las posiciones enemigas, para reemprender el ataque una vez recuperadas las fuerzas.»  Stalin observa, en su «Historia del PC (b) de la URSS» que los trotskistas interpretaron la NEP «exclusivamente como un repliegue». Trotski, efectivamente, vió la NEP dentro del marco de su teoría de la imposibilidad de la construcción del socialismo en un sólo país; por ello, propondrá muy pronto concesiones muy amplias al capital nacional y extranjero, la formación de sociedades anónimas de capital mixto, etc. Lenin y Stalin, por el contrario, siempre concibieron la NEP como un repliegue parcial con el objetivo de reemprender muy pronto el asalto contra la fortaleza capitalista; la NEP les había  parecido necesaria a fin de fortalecer los lazos del Partido con la clase obrera y los de la clase obrera con los campesinos. Nada mas lejos de su mente, por lo tanto, que la concepción de la imposibilidad de la construcción del socialismo en Rusia basada en la idea de la incompatibilidad de intereses entre obreros y campesinos.

 Un aspecto de fundamental importancia de la NEP estaba constituido por el reconocimiento de la necesidad de revitalizar la industria: Pero ¿qué caminos seguir para lograr este objetivo? «El Comité Central se daba cuenta del hecho de que la primera tarea consistía en revitalizar la industria, pero consideraba que ello no era posible sin el concurso de la clase obrera y de sus sindicatos: consideraba que la clase obrera se hubiera dedicado a esta tarea, si se le explicaba que la ruina económica era un enemigo del pueblo tan peligroso como la intervención y el bloqueo; por fin, opinaba que el Partido y los sindicatos podían sin duda alcanzar este objetivo utilizando, con la clase obrera, el método de la persuasión en lugar del método de las órdenes militares, como se hacia en el frente en donde este método resultaba, efectivamente, necesario».

 La necesidad de aplicar esta política de masas de cara a la clase obrera y a los sindicatos, chocó con la tozuda oposición del burocratismo trotskista. Trotski publicó un folleto en el que decía que «la mera contraposición de los métodos militares (la orden, el castigo) a los métodos sindicales (el esclarecimiento, la propaganda, la iniciativa) es una manifestación de prejuicios kautskiano-menchevicoeseristas… La contraposición de la organización del trabajo a la organización militar en un Estado obrero es de por si una bochornosa capitulación ante el kautskismo».

 Stalin contestó valientemente a las posiciones de Trotski en el X Congreso del Partido, y en «Pravda». «Un grupo de funcionarios del Partido, con Trotski a la cabeza, embriagado por los éxitos de los métodos militares en el Ejército, supone que es posible y necesario trasplantar estos métodos a los medios obreros, a los sindicatos, con el fin de lograr análogos éxitos en el fortalecimiento de los sindicatos, en el renacimiento de la industria». Stalin observa que la clase obrera y el Ejército constituyen medios distintos, que el Ejército es heterogéneo en cuanto a su composición social y su mayoría está compuesto por campesinos. Por el contrario «la clase obrera constituye un medio social homogéneo con predisposición al socialismo en virtud de su situación económica; es fácilmente influenciable por la agitación comunista, se organiza voluntariamente en los sindicatos y constituye, por todo ello, la base, la médula del Estado soviético … De ahí provienen métodos de influencia tan típicamente sindicales como el esclarecimiento, la propaganda de masas, el desarrollo de la iniciativa y de la actividad de las masas obreras, la elegibilidad de los cargos, etc.» Por ello, «en el momento de la liquidación de la guerra y del renacimiento de la industria» es necesaria e inevitable esa «contraposición de los métodos militares a los métodos democráticos (sindicales)» en contra de la cual Trotski tanto protesta. Stalin se opone a la idea según la cual «la democracia en los sindicatos es, en el fondo, una concesión, una concesión obligada a las demandas de los obreros, y que se trata más bien de diplomacia, que de algo auténtico y verdadero». Por el contrario, afirma que la democracia en los sindicatos «presupone la conciencia de que es necesario y conveniente aplicar en forma sistemática los métodos persuasivos para tratar con las masas de millones de obreros organizados en los sindicatos». Y más adelante: «Para movilizar a los millones de hombres que forman la clase obrera contra la ruina económica, era necesario elevar la iniciativa, la conciencia y la actividad de las amplias masas, es preciso convencerlas con hechos concretos de que la ruina económica representa un peligro tan real y tan mortal como ayer lo era el peligro militar, es necesario incorporar a los millones de obreros, al resurgimiento de la producción a través de sindicatos democráticamente estructurados. Sólo de esta manera es posible convertir en causa vital para toda la clase obrera la lucha de los organismos económicos contra la ruina de la economía. De no hacerlo así, es imposible vencer en el frente económico».

 Considerando todo lo anterior, cabe preguntarse cómo Trotski ha podido «fabricarse» la fama de «batallador infatigable contra la burocracia» y por la «democracia socialista» que algunos, como se sabe, tozudamente quieren ver en él. La verdad es que esta inmerecida «fama», Trotski ha pretendido ganársela en el curso de otra batalla: la que pocos meses después emprenderá, como veremos, en pro de la disgregación del Partido, de la «libertad» en el Partido, del derecho de formar fracciones en el Partido, todo ello a medida que se seguía defendiendo la «disciplina militar» para el sindicato, y para las amplias masas populares. Toda esta polémica, vista en su conjunto, y no fragmentada según los gustos y exigencias de los «teóricos» trotskistas, permite entender cabalmente los puntos de vista de los unos y de los otros y la verdadera naturaleza de las contradicciones existentes. El X Congreso del Partido, el mismo en el cual se proclamó, en contra de Trotski, la democratización de los sindicatos, su funcionamiento plenamente democrático, la posibilidad dentro de ellos de amplios debates y discusiones: el principio según el cual los comunistas debían ganarse un puesto dirigente en los mismos a pulso, y no copando por decreto burocrático todos los puestos dirigentes, en ese mismo Congreso, se prohibieron definitivamente las fracciones dentro del Partido, se planteó abiertamente la necesidad de realizar, hasta el fondo, una disciplina «rayana en lo militar» dentro del mismo. Lenin propuso en el Congreso una resolución especial «Sobre la unidad del Partido». Trotski, por su parte, defendía el principio de la «militarización» de la vida social del país, al mismo tiempo que propugnaba el liberalismo más absoluto dentro del Partido.

 Esta posición de Trotski representaba la expresión más acabada del burocratismo y del despotismo, que, como es sabido, siempre conjugó la defensa de la irresponsabilidad de las «altas esferas» con las órdenes «militares» hacia abajo. Lenin y Stalin siempre concibieron la lucha contra el burocratismo en el Partido como una lucha en dos frentes: por un lado reforzar la disciplina en el Partido, su unidad interna al mismo tiempo que se estimulaba la democracia socialista entre las amplias masas y su iniciativa. Trotski siempre concibió al Partido como una casta privilegiada de burócratas que organizaban cada uno por su lado sus propias parcelas y plataformas de poder, al mismo tiempo que lanzaban «órdenes» a las amplias masas.

 En toda la obra de Stalin encontramos, casi ininterrumpidamente, un llamamiento a utilizar con las masas populares, con la clase obrera, con los campesinos, los métodos de persuasión, de la paciente obra de convencimiento, la necesidad de movilizar a las amplias masas alrededor de los, objetivos marcados por el Partido. Sobre esta cuestión Stalin insistió, con particular intensidad después de la toma del poder, cuando, par el mismo hecho de tener el poder en sus manos, el Partido podía caer en errores burocráticos graves en sus relaciones con el amplio movimiento de masas y con sus organismos. Al mismo tiempo encontramos una defensa tenaz del principio de la unidad y de la disciplina del Partido. Ambos principios son inseparables en la lucha contra el burocratismo, y Stalin los defendió durante toda su vida.

 A finales de 1922 Lenin cayó enfermo. No se repondrá nunca de su enfermedad a pesar de algunas provisionales mejorías que le permitirán, a pesar de todo, seguir trabajando. En abril de ese mismo año, inmediatamente después del XI Congreso, Stalin había  sido nombrado Secretario General del Partido. La enfermedad de Lenin hizo que arreciaran los ataques de los trotskistas. Se trató, como ya hemos mencionado antes, de un ataque directo en contra del Partido, de su unidad, disfrazado como un ataque contra el «burocratismo». Las posiciones de Trotski fueron condenadas por la XIII Conferencia del Partido. Fue en esta época que Stalin escribió «Los principios del leninismo».

 El 21 de enero de 1924, en Gorki, moría Lenin.  CAPITULO V

El socialismo en un solo país

 «Pero al llegar aquí, surgía en toda su envergadura el problema de las perspectivas, del carácter de nuestro desarrollo y de nuestra edificación, el problema de la suerte del socialismo en la Unión Soviética. ¿En qué dirección debía orientarse la edificación económica de la Unión Soviética, en la dirección del socialismo o en alguna otra dirección? ¿Debía y podía el País Soviético construir una economía socialista, o estaba condenado a abonar el terreno para otra clase de economía, para una economía capitalista? ¿Era posible, en general, construir una economía socialista en la URSS, y caso de que así fuera, era posible construirla cuando la revolución se demoraba en los países capitalistas y el capitalismo se estabilizaba? ¿Era posible construir una economía socialista por la senda de la nueva política económica que, al mismo tiempo que fortalecía y desarrollaba por todos los medios las fuerzas del socialismo dentro del país, daba también por el momento un cierto incremento del capitalismo? ¿Cómo había  que construir una economía nacional de tipo socialista? ¿Por dónde había  que empezar este obra de edificación?». («Historia del PC(b) de la URSS». Moscú 1947, Pág. 348).

 Con estas palabras, en su «Historia del Partido bolchevique» Stalin sintetizaba la situación y los problemas ante los que se encontraba el Partido a finales del período de reconstrucción y construcción de la economía, es decir en el periodo inmediatamente sucesivo a la muerte de Lenin.

 Por aquel entonces, Stalin ya se había  convertido en el dirigente de más prestigio dentro de la vieja Guardia bolchevique. En la época de la enfermedad de Lenin, Stalin se había  hecho cargo de gran parte del trabajo práctico de dirección del Partido.

 Sobre esta época de la vida de Stalin existe gran número de relatos tendenciosos de origen trotskista, que más que nada consisten en la descripción monótona de una serie de «conjuras» e intrigas, de «alianzas» entre éste o aquel dirigente, etc. Por nuestra parte, al tratar de esta materia, nos atendremos esencialmente a las cuestiones políticas y de principios, es decir a los temas en torno a los cuales se desarrolló la polémica.

 ¿Cuál era la situación económica de la URSS hacia 1925? Por aquellos años la reconstrucción económica de la URSS se iba completando. Como Stalin puso de relieve en el XIV Congreso, los niveles de producción económica  habían alcanzado prácticamente los niveles de antes de la guerra.

 Sin embargo Stalin, en el curso del mismo Congreso, observaba que Rusia seguía siendo un país atrasado: dos tercios de la producción correspondían a la producción agrícola y un tercio solamente a la producción industrial. Se planteaba la cuestión: ¿sobre qué bases desarrollar en lo sucesivo la economía del país? Si había  que industrializar a Rusia ¿sobre qué bases proceder a este proceso de industrialización?  En el plano internacional la situación había  evolucionado hacia una estabilización relativa del sistema capitalista. No cabía esperar, a corto plazo, una revolución en Occidente. No cabía esperar, por lo tanto, una ayuda inmediata, para la industrialización, de algún país socialista más desarrollado.

 Podemos decir que hacia 1925 los bolcheviques se encontraron ante el problema de dar solución, en el plano práctico, a la cuestión de construir el socialismo en un país atrasado. Esta cuestión, este problema, estaba implícito en toda la discusión que había  tenido lugar en el Comité Central en vísperas de Octubre, e incluso en la vieja polémica entre mencheviques y bolcheviques.

 Como se recordará, los mencheviques siempre  habían negado la posibilidad de realizar la revolución en Rusia, debido a su atraso. En cuanto a la polémica en el Partido después de la revolución de febrero, las viejas posiciones mencheviques  habían hecho su aparición bajo una nueva forma. En el VI Congreso Stalin había  planteado la cuestión de manera tajante ante Preobrazhenski. Stalin había  tenido que atacar con fuerza a quienes sostenían el punto de vista de que el socialismo podía triunfar sobre el capitalismo solamente en una fase de máximo desarrollo de éste y en los países en los cuales se había  producido este máximo desarrollo.

 Como es notorio, en vísperas de Octubre, Lenin había  insistido sobre la proximidad de la revolución en Europa y los numerosos síntomas que se iban manifestando, sobre todo en Alemania. Sin embargo la concepción leninista, en todo el análisis de Lenin sobre las fuerzas motrices de la revolución rusa desde 1905 en adelante, el acento se había  puesto en los factores internos del proceso revolucionario: la estrategia de la revolución interrumpida siempre tuvo su eje en la alianza obrero-campesina (que asumiría distintas formas en las distintas etapas de la revolución).

 Para Lenin el apoyo internacional (el que la revolución en occidente acudiera en apoyo de la Rusia revolucionaria) constituía una cuestión importante pero no esencial. Lo esencial para Lenin era en primer lugar la conquista del poder y su mantenimiento y afianzamiento sobre la base de la alianza con la masa fundamental de los campesinos. Ello no era posible sin un apoyo del proletariado mundial, pero esto último no debía concebirse mecánicamente en la forma de una revolución socialista en Europa.

Sobre esta cuestión Lenin y Trotski  habían mantenido una polémica antes de la Revolución de Octubre. Lenin había  atacado la posición de Trotski, el cual afirmaba que ninguna revolución en Europa podía triunfar, a menos que no triunfara simultáneamente en todo el continente. Por ello Trotski defendía su consigna de los «Estados Unidos de Europa», Lenin atacaba esta consigna basándose en su teoría del desarrollo desigual del capitalismo, que definía como una ley absoluta del capitalismo que hacía «posible la victoria del socialismo primero en algunos países capitalistas o también en un sólo país capitalista, tomado por separado».

 Esta posición antileninista de Trotski se veía acentuada en el caso de Rusia por su teoría de la «revolución permanente». Si la revolución socialista no era posible en ningún país europeo tomado por separado, mucho menos podía serlo en Rusia, país entre los más atrasados de Europa, en el cual la base social del socialismo (el proletariado) y el desarrollo de las fuerzas productivas era menor. Es preciso recordar que la «teoría de la revolución permanente» afirmaba (citando al mismo Trotski) que «la vanguardia proletaria, desde los primeros días de su poder, tendrá que golpear profundamente, no sólo la propiedad feudal, sino también la burguesa. Ella llegará por lo tanto a choques hostiles, no solamente con todos los grupos de la burguesía que la habrán sostenido en los primeros tiempos de la lucha revolucionaria, sino también con las grandes masas campesinas, con el apoyo de las cuales habrá llegado al poder».

 Para Trotski resultaba evidente, por lo tanto, que en Rusia no existía una base social interna para construir el socialismo, y que la única salvación del nuevo poder, que había  sido instaurado por la insurrección de Octubre, estaba en la revolución europea, es decir, fuera de Rusia.

 Cabe preguntarse las razones por las cuales Trotski en el verano de 1917 se había  incorporado al Partido bolchevique. Los argumentos anteriores constituían, efectivamente, los argumentos en base a los cuales los mencheviques  habían atacado furibundamente la política leninista entre febrero y octubre. Muchos mencheviques estaban convencidos de que había  la posibilidad de conquistar el poder en aquellos días, pero argumentaban que ese poder no se podría mantener porque la base social del socialismo era demasiado reducida en Rusia, porque la fuerza de la burguesía era mucho mayor que la del proletariado, razón por la cual una insurrección era una aventura.

 Trotski estaba perfectamente de acuerdo con todo lo anterior, en realidad no tenía diferencias de principios con los mencheviques, pero si tenía divergencias tácticas, ya que opinaba que la coyuntura internacional, la proximidad de la revolución en Europa, daban a la insurrección esa base para mantenerse que le faltaba por las condiciones internas del país. Por ello Trotski se pronunció a favor de la insurrección, de la toma de poder. Tenía, por lo tanto, una coincidencia táctica con Lenin y los bolcheviques y apoyó momentáneamente su política, si bien le dividían de ellos graves diferencias de principio, todo el abismo que separa su concepción de la revolución permanente (las masas fundamentales de los campesinos son hostiles al socialismo) y la concepción de la revolución ininterrumpida (existe una batalla entre burguesía y proletariado para conquistar las masas fundamentales de campesinos: todo depende del resultado de esta batalla: existe la posibilidad, máxime si el proletariado se encuentra en el poder, de atraer al socialismo a las masas fundamentales de campesinos).

 La insistencia de Lenin sobre la situación revolucionaria en occidente se debía a que Lenin consideraba, justamente, esta circunstancia como un factor de extraordinaria importancia que jugaba en favor de la revolución rusa. Además, en un momento de vacilaciones e incomprensiones par parte de muchos, la situación revolucionaria que existía en occidente le proporcionó un argumento más para reforzar el campo de los partidarios de la insurrección (atrayéndose, entre otros, a Trotski). Pero Lenin jamás «jugó» la carta de la insurrección basándose sobre un factor imponderable como la posibilidad de una revolución en Alemania. Desde 1905 había  elaborado una estrategia para la revolución rusa, basada en el principio de que la revolución burguesa que estaba pendiente en Rusia podía transformarse en revolución socialista, a condición de que el proletariado lograra forjar, en el curso de la revolución, una alianza con los campesinos bajo su propia hegemonía. Para Lenin existían, por lo tanto, algunos factores permanentes, en la base misma de la sociedad rusa, que podían servir de punto de apoyo para la construcción del socialismo. Para Lenin Rusia estaba madura para el socialismo: por ello, cuando en 1917 se presentaron todas las condiciones políticas y subjetivas para la toma del poder, no vaciló ni un sólo instante y se pronunció por la insurrección.

 Todos los problemas, en particular el problema de la «revolución permanente» de Trotski, hasta 1925, quedaron en parte tapados (las contradicciones con Trotski pusieron en primer piano, en la etapa anterior la cuestión de su concepción antileninista del Partido) porque a la orden del día no estaba tanto la cuestión de la construcción del socialismo como la cuestión de volver a alcanzar los niveles productivos de la preguerra dentro del marco de la NEP. Además, la situación en Europa occidental aún no se había  aclarado y no se podía excluir un nuevo ascenso de la revolución en esos países.

 Pero, a partir de 1925, la situación se aclara definitivamente. La economía ya se había  reconstituido y se plantea la cuestión de su sucesivo desarrollo, Por otra parte, la revolución en Europa no se había  producido.

 Trotski desempolvó con gran virulencia su «revolución permanente»: «Hasta que en los Estados europeos la burguesía siga en el poder nos veremos obligados, en la lucha en contra del aislamiento económico, a buscar acuerdos con el mundo capitalista; al mismo tiempo se puede afirmar con certeza que estos acuerdos, en el mejor de los casos, pueden ayudarnos a sanear estas o aquellas llagas económicas, a dar este o aquel paso adelante, pero un efectivo ascenso de la economía socialista en Rusia será posible solamente después de la victoria del proletariado en los principales países de Europa».

 Trotski encontró para sus posiciones el apoyo de Kámenev y Zinoviev, tras una etapa de vacilaciones por parte de estos últimos. En muchos libros de «historia» inspirados por Trotski se lee que todo consistió en una «maniobra» de Stalin, el cual se apoyo en una primera fase en Kámenev y Zinoviev para luego «desembarazarse» de ellos. Nosotros, por nuestra parte, nos fijaremos en las cuestiones de fondo, de principios. Observaremos, sin embargo, de pasada, que el «maní obrerismo» en política consiste en actuar haciendo caso omiso de los principios, en pasar de un bando a otro, etc. En toda la batalla que se desarrolló en la URSS entre los años 20 y 30 sobre la cuestión de la construcción del socialismo, Stalin, tuvo, es cierto, adversarios distintos en las diferentes etapas de la Lucha; pero siempre actuó de una forma absolutamente coherente, siempre defendió los mismos principios y la misma línea, la línea leninista de la construcción del socialismo en la URSS basándose en las propias fuerzas, es decir en alianza entre el proletariado y las masas fundamentales de los campesinos. Durante años esto se puede comprobar fácilmente gracias a los documentos, es decir, en sus propios escritos Stalin defendió el leninismo en la URSS, «la revolución ininterrumpida» de Lenin y el modelo de construcción del socialismo que Lenin había  bosquejado en sus últimos escritos, y todo ello con una gran coherencia, una gran paciencia y sin moverse ni un ápice de sus planteamientos de fondo. ¿Dónde está pues su maní obrerismo? Stalin se mantuvo firme como una roca.

 No se puede decir lo mismo de Kámenev y Zinoviev, quienes en una primera fase se opusieron a Trotski, para pasarse luego, con armas y bagajes, al campo trotskista. No hubo, por lo tanto, ninguna «maniobra» por parte de Stalin, sino una defensa intransigente de una postura de principios, sin ninguna consideración por los lazos personales o las coincidencias que en otros momentos se  habían dado.

 Quienes cambiaron de bando, fueron Kámenev y Zinoviev. Si el menchevismo (una especie particular de menchevismo) era algo orgánico en Trotski, sustentado por una teoría a la que siempre se mantuvo fiel (la «revolución permanente»), en Kámenev y Zinoviev el oportunismo semimenchevique afloraba en los momentos de viraje, en los momentos decisivos. Ello se debía a su naturaleza vacilante que acabó empujándoles en los brazos del trotskismo.

 Si examinamos la trayectoria de Kámenev y Zinoviev vemos que está jalonada por una serie de posiciones (vacilaciones ante la cuestión de la primera guerra imperialista, contra la insurrección de Octubre, a favor de una coalición con los oportunistas después de la toma del poder) que reflejaban este espíritu vacilante, particularmente vacilante en los momentos difíciles, en los cuales había  que adoptar decisiones trascendentales y había  que escoger el camino más duro.

 Para entender bien el conjunto de la polémica entre el C.C. del PCUS y la «oposición», para captar el espíritu de la «oposición», es preciso examinar las posiciones trotskistas en su formulación «positiva». Trotski estaba en contra de la construcción del socialismo «en un sólo país», pero ¿qué proponía a cambio? ¿Que alternativas proponía de cara a la misma URSS?  En «La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas» Stalin escribía:

 ¿Y qué hacer si la revolución mundial ha de llegar con retraso? ¿Le queda a nuestra revolución un rayo de esperanza? Trotski no nos deja ningún rayo de esperanza, Pues «las contradicciones en la situación de un Gobierno obrero… podrán solucionarse sólo… en la palestra de la revolución mundial del proletariado». Con arreglo a este plan no le queda a nuestra revolución más que una perspectiva: la de vegetar en sus propias contradicciones y pudrirse en vida, esperando la revolución mundial». (Stalin: «La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos», en «Cuestiones del leninismo», Moscú 1947, Pág. 111-112).

 Pudrirse hasta la médula y vegetar en las contradicciones: ésta era la alternativa trotskista; Trotski no proponía ninguna salida particular. La salida de Trotski era de permanecer a la espera «saneando estas o aquellas llagas económicas», dando «este o aquel paso adelante» pero, fundamentalmente, permaneciendo a la espera.

 Este aspecto del trotskismo explica por qué el bando trotskista, independientemente de la brillante fraseología «izquierdista» empleada por su jefe, acabó reuniendo a todos los elementos más vacilantes y derechistas, acabó atrayéndolos como la miel atrae a las abejas. Estar con el trotskismo significaba permanecer a la espera, significaba no escoger el camino (extremadamente difícil en las condiciones de Rusia) de la construcción del socialismo significaba además hacer todo esto con la comodísima cobertura de una etiqueta «ultra revolucionaria» que justificaba el abandono de este camino duro y difícil -la construcción del socialismo en el único país en el que ello era factible pues era el único que permitía al proletariado detentar el poder bajo la consigna de la «revolución mundial».

 Stalin aclaró cómo, tampoco en el terreno del internacionalismo, la «revolución permanente» trotskista podía presumir de un gran espíritu revolucionario.

 «Esta teoría no sólo es inaceptable como esquema del desarrollo de la revolución mundial, ya que está en contradicción con hechos evidentes: es todavía más inaceptable como consigna, parque no deja libre, sino que encadena la iniciativa de los países que, en virtud de ciertas condiciones históricas, se encuentran en la posibilidad de abrir por su cuenta una brecha en el frente del capital; porque no estimula a los diferentes países a emprender por separado una ofensiva activa contra el capital, sino que los condena a mantenerse pasivamente a la expectativa, en espera del momento del «desenlace general», porque fomenta en los proletarios de los diferentes países no el espíritu de la decisión revolucionaria…» (Stalin: «La Revolución de Octubre…» Ed. cit. Pág. 133-134).

 El trotskismo era, por lo tanto, la teoría de la espera, de la pasividad, del tapar «esta o aquella llaga», del «dar este o aquel paso», es decir, la teoría que reflejaba la actitud, el espíritu de los burócratas y de los vacilantes. El «izquierdismo» de Trotski estaba todo en el lenguaje apocalíptico por medio del cual, este apacible vegetar de burócratas y derechistas que se negaban a construir el socialismo se presentaba como «heroísmo revolucionario».

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