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Aurelio Agustín, filósofo de la historia



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. Contexto histórico
  4. Génesis de la meditación
  5. Ocaso de Roma
  6. Dos amores y dos Estados
  7. La meta de la historia
  8. Conclusiones

Resumen

Aurelio Agustín, Obispo de Hipona, testigo viviente del descalabro del Imperio Romano de Occidente.

Muchas veces, desde sus estudios en Cartago, como Abogado en Roma, convertido al cristianismo e ungido como Obispo de Hipona, se interrogó: ¿Por qué, el Imperio Romano, cuna de la civilización y antorcha luminosa de la humanidad, ha caído de rodillas ante el bárbaro Atila, el 24 de agosto 410?

La respuesta está en la obra inmortal La Ciudad de Dios. Los romanos por la pérdida de valores se volvieron contra ellos mismos y destruyeron al Imperio, tal como se ha producido con los diversos imperios del pasado como en la actualidad.

Si pierdes tus valores e ideales, entonces retornas a la mediocridad y a la banalidad de la vida; el resultado es el eclipse de lo eres y de lo que deberías ser.

Razón por lo cual, presentamos el contexto histórico del ocaso de Roma y hacemos una lectura de La Ciudad de Dios para vivir como hijos de Dios en el Amor, la Verdad y la Libertad.

Palabras claves: Historia, Filosofía, Política, Derecho, hombre, ocaso, civilización, luz, Estado, amor, verdad, libertad y Dios.

RÉSUMÉ

Aurelio Agustín, évéque d"Hippone, témoin vivant á l"effondrement de l"Empire romain d"Occident.

Souvent, de ses études de Carthage, comme avocat á Rome, converti au christianisme et oint comme évéque d"Hippone, interrogé: Pourquoi, l"Empire romain, le berceau de la civilisation et la flamme vive de l"humanité, est tombé á ses genoux avant le barbare Attila 410 le 24 Aoút?

La réponse se trouve dans l"oeuvre immortelle de la Cité de Dieu. Les Romains pour la perte de valeurs se sont retournés contre eux-mémes et détruit l"Empire, comme cela a eu lieu avec les différents empires du passé et du presente.

Si pous perdez vos valeurs et idéaux, puis vous revenez á la médiocrité et la banalité de la vie; le résultat est l"éclipse de ce que vous étes et ce que vous devriez étre.

Ce qui est la raison pour laquelle nous présentons le contexte historique du déclin de Rome et de faire une lecture de la ville de Dieu pour vivre comme des enfants de Dios dans l"amour, la vérité et la liberté.

Mots-clés: Histoire, Philosophie, Politique, Droit, Homme, coucher du soleil, la civilisation, la lumiére, l"état, l"amour, la vérité, la liberté et Dieu.

Introducción

Aurelio Agustín, Obispo de Hipona, testigo viviente del descalabro del Imperio Romano de Occidente. Después de dos años de reflexión sobre los acontecimientos trágicos de Roma, desde el año 412 hasta el 426, demoró 14 años en redacta la obra inmortal: La ciudad de Dios. Del año 426 hasta 2017 han pasado 1591 años. ¿Por qué razón hay que volver a leer y releer La ciudad de Dios? Porque la vida y la familia, la sociedad y el Estado, en breve la historia personal, social e internacional está hecha por las personas con valores e ideales, con vicios y nihilidades. Si predominan los valores y los ideales, seremos ciudadanos de Jerusalén y, si mandan los vicios y las nihilidades seremos ciudadanos de Babilonia, para entender en forma dialéctica, contrastada y a contrapunto, lo mejor es leer y releer La ciudad de Dios.

Al leer y releer La ciudad de Dios, hay que situarlo en su tiempo, por ello, iniciamos nuestro estudio con el Contexto histórico y a continuación, puntualizamos: Génesis de la meditación, ocaso de Roma, dos amores y dos Estados, la meta de la historia.

Aurelio Agustín, es un eximio filósofo y teólogo, conocedor de la naturaleza humana y de la abundancia de la gracia de Dios, apasionado de la verdad y de la libertad de los hijos de Dios.

Usted al leer el texto tendrá la mixtura sustancial para entender los quehaceres políticos del país y del mundo, porque el autor de La ciudad de Dios, posee en su ser la valentía de expresar la verdad, que tanta falta nos hace en la hodiernidad.

Contexto histórico

Al leer los quehaceres históricos imperiales de Egipto, Persia, Grecia, Roma y otros, observamos que poseen tiempos fundacionales, sus ascensos que les llevó al cenit, a la época de oro, el ocaso y pasar al museo de la historia, ¿por qué, los grandes imperios, pasan al recuerdo y a la pérdida de vigencia? Al releer la historia europea, descubrimos, los imperios creados como de Carlo Magno que pasó al bello recuerdo; el imperio británico, parecía inmortal, ahora es objeto de estudios históricos; el imperio de los incas, se hizo añicos por la acción de los españoles y por la cooperación de los nativos; el imperio ibérico, en la que el sol no se ocultaba, es otro recuerdo y sus acciones son estudiadas por los investigadores; en el siglo XX, Lenin y Stalin crearon la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pasó a la memoria en 1991. La pregunta que fluye: ¿por qué razones, los grandes imperios, pasan a la memoria y dejan de ser paradigmas? La respuesta inteligente y sabía, lo encontramos en La Ciudad de Dios de San Agustín; por cierto, es un ensayo fino sobre el sentido de la historia y la intelección del corazón humano; el hombre y la colectividad se banalizan, se hacen nihilidad desde dentro, por obra del mismo hombre, en lenguaje de los creyentes porque se endiosan sin ser Dios y terminan en la nihilidad.

A los seguidores de Jesucristo, por primera vez en Antioquía se les denominó cristianos; ellos, desde el principio fueron declarados ilegales por la ley romana; perseguidos, procesados y condenados a la pena capital, acto que empezó con la crucifixión de Jesucristo en el Gólgota. ¿Por qué, Jesucristo, fue crucificado entre los delincuentes más viles de Roma? Por ser Hijo de Dios e Hijo del Hombre, porque dio las razones: todos los seres humanos somos hijos de Dios por Jesucristo, todos tenemos derecho a la vida y ningún humano está autorizado dar muere al hombre, que todos somos libres e iguales en dignidad, y; que todos, haciendo obras buenas, resucitaremos y arribaremos al Reino de los cielos. Proposiciones que, frontalmente colisionaron contra el sistema esclavista implementado por el Imperio Romano, en la que, los romanos son libres y los bárbaros, por haber sido derrotados en la guerra, son condenados a ser esclavos. Transformaron a los vencidos en esclavos, los despojaron de la dignidad humana. Así, se justificó la esclavitud, que llegó hasta la aurora del siglo XX.

En el horizonte histórico, en el tiempo-espacio, oportuno apareció Flavius Valerius Constantinus[1](272-337), el Grande, a través del Edicto de Milán, publicado el año 313: "Yo, Constantino Augusto, así como yo, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para discutir de todos los problemas relativos a la seguridad y al bien público (…) Por eso hemos creído, con un designio saludable y recto, (…) se adhiera con toda su alma a la religión de los cristianos o a la que crea más conveniente para él, a fin de que la divinidad suprema, a la que rendimos un homenaje espontáneo, pueda atestiguarnos en todo a su favor y a su benevolencia acostumbrada (…)"[2] Gobernó el imperio desde 306 a 337.

El cristianismo y la Iglesia adquieren personalidad jurídica y participan en la construcción de la civilización teocéntrica y la civilización politeísta, lenta y seguro, agoniza y se borra del horizonte histórico. Aurelio Agustín (354-430), hijo del centurión romano Patricio, politeísta, y, de Mónica, la cristiana; Agustín nació en la ciudad de Numidia de Tagaste (hoy Souk Ahras, Argelia), situado al sur del Reino de Hipona. Gracias a la generosidad de Romaniano, fue envidado a Cartago para estudiar derecho, en dicha ciudad encontró la amistad y cooperación del joven millonario Valerio y, llegó ser discípulo del abogado y orador Macrobio; desde su estancia recibió la asistencia, la ternura y la delicadeza de Cálida, con el tiempo se volvió sus conviviente y tuvieron como hijo a Adeodato. Durante su formación en Cartago y luego en Roma, se habla y se debate sobre la era inaugurada por Constantino I, llamado el Grande. ¿Quién, no recuerda, la primera tetrarquía de Roma imperial? Dos augustos: Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto (244-311) y Marco Aurelio Valerio Maximiano (250-310), dos césares: Constancio Cloro (250-3"6) y Cayo Galerio Valerio Maximiano (260-311). Galerio estuvo bajo las órdenes de Diocleciano y Constancio Cloro subordinado a Maximiano.

En el año 305, los dos augustos Dioclesiano y Maximiano renunciaron al poder; razón por lo cual, los dos césares son elevados a la majestad de augustos: Constancio Cloro y Severo II, designados como césares: a Galerio en Occidente y Maximino Daya en Oriente. Parecía que todo iba viento en popa, pero inesperadamente falleció Constancio Cloro (25/07/306), se genera una crisis que lleva a la guerra civil de 20 años. Constantino es proclamado por los tropas y el general Chroco; el césar occidental Severo II, fue proclamado Augusto por Galerio y el pueblo de Roma consagra a Majencio, hijo de Maximiano, emperador. Severo fue traicionado y asesinado por sus tropas; Constantino y Maximiano Daya establecen un pacto político y jurídico. En el año 307, poseemos 4 augustos: Constantino, Majencio, Maximiano y Galerio, quedando como césar Maximiano Daya. Sin embargo, para el año 310, se tiene siete augustos: Constantino, Majencio, Maximiano, Licinio y Domicio Alejandro, vicario de África y autoproclamado augusto. Se produce el eclipse político de Roma imperial que se evidencia con el asesinado de Domicio Alejandro por orden de Majencio, Maximiano Daya se suicidó por la coacción de Constantino y Galerio falleció por muerte natural.

Constantino y Majencio (278-312), deciden sus destinos en la batalla del Puente Milvio (28/10/312), en la que perdió la guerra Majencio y al cruzar el río Tíber se ahogó. Constantino quedó como gobernante del imperio de Occidente y Licinio del imperio de Oriente. Ambos designan a los césares, sin embargo, terminaron en una guerra civil, en la que perdió Flavio Galerio Valerio Liciniano Licinio[3](250-325) en el año 324, quedando en el horizonte como emperador único del imperio romano Constantino que gobernó del año 326 a 337. Constantino, admirado por las acciones a favor de los cristianos, pero es conocida la orden que dio para ejecutar a su hijo mayor Crispo[4]por la acusación falsa de su segunda esposa Fausta; descubierto la inocencia, la matrona romana, declarada augusta, fue condenada a la pena capital en año 326[5]

Flavio Claudio Constantino II, Constancio II y Constante, heredaron a su padre en el año 337, luego se dividieron el imperio: Constantino II, se adjudicó: Galia, Britania, Hispania y Mauritania Tingitana. Constante, se hace gobernante de Italia, África, Iliria, Panonia, Macedonia y Acaya, pero bajo la supervisión de Constantino II. Constancio II, recibió las provincias de Constantinopla, Tracia, Asia Menor, Siria, Egipto y Cirenaica. Los tres son hermanos de padre y madre; sin embargo, Constantino II, busca apoderarse de lo que le pertenece a su hermano Constante, lo que causa la guerra civil; en el año 340 es asesinado Constantino II, en una emboscada, cerca de Aquilea y, Constante asume los territorios del finado, entonces quedan en el escenario político Flavio Julio Constancio II (337-361) y Constante (323-350).

Flavio Julio Constancio II, gobierna el imperio romano de Oriente desde Constantinopla, aunque profesa el cristianismo de orientación arriana; pero Constancio II, expulsa de su sede episcopal a Atanasio de Alejandría y el Obispo se refugió en Roma; Constante sale en defensa de los cristianos católicos, incidente que les llevó a los hermanos a una nueva guerra civil; aprovechando del conflicto se hace del poder, en el año 350, Flavio Magno Magnencio, pero en febrero del mismo es derrotado y muerto Constante. En Illyria, con el apoyo de Constantina, hermana de Constancio, Vetranión se hace del poder; Helena, hermana de Constancio, proclama a su hijo Nepociano como augusto, las tropas de Magnencio dieron muerte a Nepociano. Constancio II desde Oriente se traslada a Occidente para poner orden; en Illyria fue depuesto Vetranión y en la batalla de Mons Seleuci, cerca de Lyon, 353, fue derrotado y muerto Magnencio. En consecuencia, queda como único emperador de Roma Constancio. Nombró como césar de Occidente a Juliano, éste es proclamado en el año 360, en Lutecia (hoy París) como Augusto lo que desata otra guerra civil, en el camino murió Constancio II, 361. Designó a Juliano, pensando que era muy bueno y hábil para continuar con la obra, pero éste se rebeló y se volvió apostata, renegó del cristianismo y persiguió a los cristianos. Con mucha inteligencia y con, cierta amargura, reprocha al finado Constancio II, san Gregorio Nacianzo.

Constancio II, es alabado y al mismo tiempo reprochado por Gregorio Nacianzo en Orationes: "Y esto, ¿por qué, oh tú, el más divino de los emperadores y el más amante de Cristo? Me atrevo a reprocharte (el nombramiento de Juliano) como si estuvieses aquí presente y me escuchases. Soy consciente, sin embargo, que estás muy por encima de los reproches por cuanto te encuentras ya junto a Dios y eres partícipe de su gloria allá arriba y que, si nos has abandonado, es sólo para cambiar de reino (basileia). ¿Por qué tomaste esta decisión tú, que superabas en inteligencia y en perspicacia (synesei kai anchinoia) a la mayoría de los emperadores, no sólo a tus contemporáneos, sino también a los que te han precedido? Tú, que habías limpiado la tierra de los bárbaros que te rodeaban y habías sometido a los tiranos dentro de nuestro territorio, a unos sólo con las palabras, a otros con las armas. Tú, que llevabas a cabo cada una de estas acciones sin ser inquietado por los enemigos. Tú, que habías logrado grandes triunfos con las armas en el campo de la batalla, pero más grandes y gloriosos sin derramar sangre. Tú, a quien acudían de todas partes embajadas y súplicas. Tú, a quien todo estaba sometido o a punto de ser sometido, y para quien cualquier deseo era como si ya lo hubiese alcanzado. Tú, a quien la mano de Dios guiaba en todas sus decisiones y acciones. Tú, en quien no se sabe si admirar más la fuerza o la inteligencia y, por encima del prestigio en una y otra, la piedad (eusebeia)"[6].

Flavio Claudio Juliano (331-363), el apóstata, renegó del cristianismo, proclamándose pagano y neoplatónico, promovió el paganismo, una vuelva al pasado de los dioses y diosas. Recibió buena formación científica y militar, pero con tendencia al paganismo y a la filosofía; llegando a prohibir la enseñanza del cristianismo con la Constitución del 17 de junio de 362, exilio a los obispos, confiscación de los bienes eclesiásticos. En guerra con los persas, herido el 26 de junio de 363, por una jabalina lanzado por un soldado, falleció. Le sucedió Flavius Claudius Iovianus (332-364), en su retirada a Roma, renunció a los territorios conquistados por Galerio y Diocleciano, a favor de los persas. Llegando a Constantinopla abolió todas las leyes anticristianas, lamentablemente ordenó quemar la biblioteca de Antioquia en el año 364; después de ocho meses de reinado falleció el 17 de febrero de 364[7]

Le sucedió Valentiniano I o Flavio Valentiniano (321-375), gobernó el imperio romano en el año 364, luego dividió el imperio en dos: Valentiniano en Occidente (364-375): Italia, Illiria, Hispania, Galia, Britania y África; su hermano Flavio Julio Valente gobernó Oriente (364-3789: Península Balcánica, Grecia, Egipto, Siria, Asia Menor y parte de Persia. Le sucedió en el poder su Flavio Flavius Gracianus Augustus (359-388), emperador de Occidente de 375 a 383; le sucedió Magno Clemente Máximo (335-388), usurpó el poder y gobernó desde 383 a 388. Flavius Gracianus Augustus (359-3839), gobernó el imperio de Occidente de 375 a 383, le sucedió su hermano Valentiniano II (371-392), gobernó el imperio de 375 a 392, tuvo un final trágico: el emperador apareció ahorcado en su casa, estuvo bajo el cuidado del general galo Arbojastes, durante los fúnebres, san Ambrosio de Milán hizo serias protestas sobre la muerte cruenta del emperador; el general franco Arbogastes elevó al profesor de gramática y retórica, Flavio Eugenio a la majestad imperial, lo que dio inicio a la guerra civil entre Occidente y Oriente liderado por Flavio Teodosio I[8](347-395), Flavio Eugenio fue derrotado en la batalla del Frígido, entonces Teodosio I queda como único emperador de Occidente y de Oriente, reinando desde 378 hasta 392 en Oriente y desde 392 a 395 de todo el imperio romano. Por el genocidio practicado en Tesalónica, 7 mil condenados a la pena capital, acto contrario al derecho y al cristianismo, fue excomulgado por San Ambrosio de Milán, el emperador hizo penitencia y manifestó públicamente su arrepentimiento, razón por lo cual, se le perdonó y cuando falleció, el Obispo, pronunció un panegírico titulado De Obitu Theodosii. Dividió el imperio romano, Oriente para Arcadio y Occidente para Honorio; desde aquella época nunca más volvió a unificarse.

Flavio Arcadio Augusto (377-408), gobernó el imperio romano de Oriente desde 383-395, bajo la tutela de su padre y por sí mismo desde 395 hasta 408; casado con Eudoxia, mujer de personalidad dominante y, fácticamente mandaba en el gobierno, tuvieron cuatro hijos: Pulqueria, Arcadia, Marina y Teodosio II; por influencia de Eudoxia envió al exilio a san Juan Crisóstomo; pero los fieles dieron su respaldo y el gobernante dejo en paz al Obispo, la emperatriz falleció en 404.

Flavius Honorius Augustus[9](384-423), gobernó el imperio de Occidente bajo la tutela de su padre de 393 a 395, a los 10 años de edad; desde los 11 años de edad, bajo la tutela del Estillicón gobernó el imperio (395-423). Es el tiempo de la crisis política que marcó el inicio, lento y seguro, del ocaso del imperio romano de Occidente. El general vándalo Estillicón, hizo casar a su hija María (398) con Honorius, cuando falleció se casó con su hermana Termancia (408), los bárbaros: godos, vándalos, suevos, burgundios y alanos acosaron a los romanos; aparecieron usurpadores del poder imperial como Marco (406-407), Graciano (407), Constantino III (407), Atalo, Geroncio y Máximo. La consecuencia, es la guerra civil: romanos contra romanos, bárbaros contra los romanos, romanos contra barbaros, todos contra todos. En medio de la crisis política, jurídica, económica y social todos se hacen sospechosos, los enemigos de Estillicón[10]Honorio busca apoderarse de lo que pertenece a su hermano Arcadio, razón por lo cual, ordena al general Estillicón establecer una alianza con Alarico y pagarle 1814 kilos de oro por su apoyo para invadir el Imperio de Oriente, pero Arcadio murió. En consecuencia, no hay necesidad de invadir; pero con lo pactado hay que cumplir con Alarico, sugerencia que hace Estillicón al Emperador Honorio, pero la sospecha de pacto entre Estillicón y Alarico, llevó a la decisión de Honorio de ordenar la ejecución de su suegro el 22/08/408.

Emperador era de carácter débil y manipulable, sin visión imperial ni soberanía, intentó negociar con Alarico I[11](370-410), rey de los visigodos 395-410, finalizo en un completo fracaso. Desde fines del 408 los visigodos, con muchas dificultades, sacrificios y optimismo, iban ganando terreno hasta llegar a las murallas de Roma; los senadores romanos prometen pagar tributo al rey Alarico y, como respuesta, Alarico envió 300 esclavos para los senadores. Roma está de rodillas y se transforma en tributario de los visigodos. ¿Cómo ha cambiado la vida política? El Emperador Honorio se niega a pagar tributo, razón suficiente para que Alarico el, 24 de agosto de 410, los esclavos dados al senado, ahora asaltan a la guardia y abren la puerta Salaria para que los visigodos hagan de las suyas: La Ciudad Eterna, cuna de la civilización, la antorcha luminosa es saqueada después de 800 años (por primera vez lo hicieron los galos en el año 387 a. C.). Honorio, desde Rávena, aceptó el pago del rescate exigido por Alarico: cinco mil libras de oro, diez mil libras de plata y cuatro mil libras de pimienta[12]Como agregado, se llevó prisionera, a la hermana del emperador Gala Placidia[13]Acontecimiento que dejó en la perplejidad a San Jerónimo (342-420) que se encontraba en Jerusalén y se transformó en fuente de meditación para San Agustín que estaba en Hipona; redactó para la memoria inmortal de la humanidad La Ciudad de Dios.

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Génesis de la meditación

El 24 de agosto del año 410, las tropas de Alarico I, rey de los visigodos[14]ingresaron por la puerta Salaria a Roma, la ciudad es destruida, sus habitantes torturados y asesinados, las matronas y las doncellas violadas.

Aurelio Agustín se encuentra ejerciendo su responsabilidad episcopal en la ciudad de Hipona; a través del correo se enteró y, en su Sermo de Urbis Excitidio nos expresa: "horribles noticias nos han llegado de mortandades, incendios, saqueos, asesinatos y otras muchas enormidades, cometidas en aquella ciudad. No podemos negarlo: infaustas nuevas hemos oído, gimiendo de angustia y pena (…) reconozco que se han cometido innumerables barbaridades en Roma"[15]. Su contemporáneo San Jerónimo, se encontraba en Jerusalén, al enterarse de la tragedia de Roma, manifestó: "la más brillante antorcha de la tierra se apagó; cuando el imperio romano fue herido en su misma capital; cuando, para hablar más exactamente, la tierra entera recibió un golpe mortal con esta sola ciudad, yo quedé mudo; quedé totalmente anonadado y me faltaban las palabras buenas; mi corazón se estrujó dentro de mí (…) Y me vino a la mente aquella sentencia: la música en el duelo está fuera de tiempo" (Eclo 22,6)[16].

Muchos hombres responsabilizan de sus desgracias a los otros, así se hicieron ayer, hoy y tal vez, mañana sigan repitiendo este vicio. Los romanos culparon d su drama a los cristianos. "Antes, cuando ofrecíamos nuestros sacrificios a nuestros dioses, Roma se mantenía en pie; ahora que ha triunfado y abundado el sacrificio de vuestro Dios, y han sido prohibidos y proscritos los nuestros a los dioses, ved en qué desventura se halla nuestra Roma (…) En los tiempos cristianos es devastado el mundo, se viene abajo el mundo. He aquí que en los tiempos cristianos, Roma perece". El Obispo de Hipona da la respuesta: "Roma no perece, Roma recibe unos azotes; Roma, no ha perecido; tal vez ha sido castigada, pero no aniquilada. Tal vez Roma no perece, si no se pierden los romanos"[17]. "Aunque, en realidad, el Imperio Romano acaba de sufrir un duro golpe, más bien que un cambio. Percances como éste ya los ha soportado en épocas anteriores al cristianismo, y se ha repuesto de nuevo"[18].

Aurelio Agustín comienza su reflexión acerca del sentido de la historia humana a partir del acontecimiento de Roma. Este hecho es motivación para hilvanar una Filosofía de la Historia para descubrir, el porqué de los cambios violentos y vislumbrar su derrotero ulterior. Cuadro de Sandro Botticelli.

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Ocaso de Roma

Los conductores del destino y de las conciencias romanas responsabilizan de sus desventuras a los seguidores de Jesucristo: "No llueve. La culpa la tienen los cristianos"[19]. Es un proverbio que los hombres de dicha época lo repiten. San Agustín en su obra La Ciudad de Dios revierte el dicho popular.

La observación de los trastoques bruscos de la historia de los pueblos le lleva a preguntarse: ¿por qué Troya – o Ilión -, cuna del pueblo romano, adorando ambos pueblos los mismos dioses, por qué Troya fue vencida, tomada y arrasada por los griegos?[20] ¿Qué crimen, realmente, tan detestable había cometido Ilión para que, al estallar las guerras civiles, Fimbria, el hombre más sanguinario del partido de Mario, la arrasara de forma todavía más cruel, más feroz, que antaño los griegos?[21]. ¿Por qué ha perdido vigencia Roma – antorcha luminosa y capital de la libertad, de la nobleza y del señorío, guardián de la civilización mundial – en el liderazgo de la historia de los pueblos?

"El pueblo romano vivió el período comprendido entre la segunda y la última guerra púnica con una conducta intachable y en una conciencia ejemplar"[22], por amor a la justicia, sino en el miedo de una paz insegura ante la presencia del poder cartaginés"[23]. El pontífice máximo, Escipión Nasica, conocedor de la naturaleza humana de los romanos se opuso a la destrucción de Cartago, pensando que con el ocio los romanos habían de caer en mayor disolución de costumbre. Catón desde el senado luchaba por la destrucción de Cartago, es célebre la conclusión de sus discursos: "ceterum censeo Carthaginem ese delendam". Los hechos dieron la razón al sumo sacerdote Escipión Nasica, los romanos sin la rivalidad de los cartagineses empezaron nadar en las aguas corrompidas. "En efecto, destruida Cartago, es decir, alejado y desaparecido de Roma el terror, inmediatamente comenzaron a surgir, como consecuencia de la situación próspera, enorme cantidad de lacras: la concordia mutua se resquebrajó y llegó a romperse. Primeramente por rebeliones encarnizadas y sangrientas, e inmediatamente después por una complicación de sucesos desafortunados, incluso con guerras civiles, se produjeron tales desastres, se derramó tanta sangre, se encendió un tal salvajismo con avidez de destierros y rapiñas, que los romanos, aquellos que en tiempos de su vida más íntegra temían desgracias por parte del enemigo, ahora, echada a perder esa integridad de conducta, tenían que padecer mayores crueldades de sus propios compatriotas"[24].

Los Estadistas de ayer, de nuestros tiempos y del porvenir tienen que poseer como norma: que es necesario la presencia de otros Estados para conservar el equilibrio y la continuidad histórica, el poder disuasivo es vital en la existencia de los Estados.

La República romana fue el mejor sistema en su momento, pero los viciosos y sus dioses aceleraron su decadencia. Salutio, en su historia, nos narra la ruina y Aurelio Agustín lo cita textualmente: "¿qué habrá sospechar cuando "poco a poco fue transformando, y, de la más hermosa República y la más virtuosa que era, se volvió la más corrompida y viciosa" después de la destrucción de Cartago? (…) A partir de entonces – nos dice Salutio -, las costumbres de los mayores se fueron perdiendo no poco a poco, como en períodos anteriores, sino que se hundieron precipitadamente, como cae un torrente. La juventud estaba pervertida por el desenfreno y la codicia de tal modo, que con razón se podía decir: ha surgido una generación que ni es capaz de poseer patrimonio propio que los demás lo posean"[25].

Hay un excesivo afán de riqueza y poder de los patricios, disponen la vida y las espaldas del pueblo, lo someten a esclavitud, se adueñan de sus campos y privan de la participación política. Hay una pobreza generalizada y con ella se universaliza la inmoralidad. Aurelio Agustín nos presenta la descomposición social de Roma: "que haya prostitutas públicas en abundancia, bien sea para todos los que disfrutan, o, sobre todo, para aquellos que no pueden mantener una privada. Que se construyan enormes y suntuosos palacios; que abundan los opíparos banquetes; que, donde a uno le dé la gana, pueda de día y de noche jugar, beber, vomitar, dar rienda suelta a sus vicios; que haya estrépito de bailes por doquier; que los teatros estallen de griterío y carcajadas deshonestas, y con todo género de crueldades y pasiones impuras. Sea tenido como enemigo público la persona que siente disgusto ante tal felicidad. Y si uno intentara alterar o suprimirla, que la multitud, dueña de su libertad, lo encierre donde no se le puede oír; lo echen, lo quiten del mundo de los vivos"[26]. Esto es el eclipse del bien y la primacía del mal, del ocaso de la virtud y florecimiento del vicio, es la muerte de la justicia y la vivencia de la injusticia. Se ha producido una transvaloración, el bien es un mal y el mal es un bien. "Los dioses (…) han favorecido su bajeza y su corrupción, atrayendo la catástrofe"[27].

Roma se perdió por la inmoralidad generalizada de sus conductores y del pueblo sumido en la necedad forjada por los religiosos de los dioses romanos y por ello se les oculta las verdades: "hay muchas verdades religiosas que no conviene las sepa el pueblo; y, al revés, otras que, aunque sean falsas, está bien que el pueblo las tenga en estima". El clero romano es consciente de que los dioses son falsos: "sabiamente están persuadidos de que los dioses eran más despreciables representados en estúpidas imágenes"[28]. Sin embargo, "inculcaban al pueblo como verdaderos, bajo el nombre e religión, creencias que ellos tenían por falsas"[29]. La crisis religiosa y moral precede a la ruina social y política, las arcas del Estado imperial están vacías, está muriendo, lenta y seguro, Roma.

Dos amores y dos Estados

Aurelio Agustín es profundo conocedor de las inclinaciones humanas, cada uno se orienta en la vida social según el peso de su densidad ontológica, en esta medida se constituirá en forjador de una civilización buena o cargada de maldad.

"Dos amores, pues, han hecho dos ciudades; a Jerusalén, el amor de Dios; a Babilonia, el amor del siglo. Vea, pues, cada uno lo que ama, hallará de dónde es ciudadano, y si viere que es ciudadano de Babilonia, extirpe la codicia y plante la caridad; y si se viere ciudadano de Jerusalén, tolere la cautividad, espere la libertad"[30].

Cada persona instruida tiene que saber, estar convencido, a qué ciudad pertenece. ¿Dónde te ubicas y para qué estás ahí? ¿Estamos en el bien y obramos según ella o nos situamos en el mal y conforme al cual actuamos? La opción por uno de ellos, determinará el derrotero histórico de las personas humanas y de las naciones expresadas en el Estado. El Obispo de Hipona, averigua del porqué, las personas y las colectividades obramos de tal o cual sentido. La respuesta le permite barruntar los orígenes de los dos Estados, de las dos Repúblicas que son la expresión jurídica y política de las ciudades, éstas de la naturaleza de la politicidad del hombre.

La experiencia del paraíso, es la vivencia de la alegría y de la convivencia colmada en la justicia. Hecho que es pasajero, pronto surge la actitud de Caín y Abel, el uno representa a la ciudad terrena y el otro a la ciudad de Dios. La fractura de la paz social es causada por el fratricidio, facticidad que se conserva y se trasmitió a través de los hebreos, pero también lo hicieron los romanos y otros pueblos, hablan de sus orígenes sangrientos.

"El primer fundador de la ciudad terrena fue un fratricida. Dominado por la envidia, dio muerte a su hermano, ciudadano de la ciudad eterna y peregrino en esta tierra (…)". En Roma, "los primeros muros se humedecieron con la sangre fraterna (…).

Lo que sucedió entre Rómulo y Remo, manifiesta como están divididos, entre sí, las ciudades terrenas; lo que tuvo lugar entre Caín y Abel, puso de manifiesto las enemistades entre las dos ciudades, la de Dios y la de los hombres, de los realizadores de la voluntad divina y de los ejecutores del querer del diablo; unos ofrendan sus vidas por el bien común y otros buscan su bienestar privado: "luchan entre sí los malos, y lo mismo hacen buenos y malos"[31]. El hecho sangrante y torturante de las dos civilizaciones es causado porque unos se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios y; otros por el amor de Dios hasta la negación de sí mismo. "La primera está dominado por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente es la caridad, los superiores mandando y los súbditos obedeciendo"[32]. La negación de sí mismo no significa la anulación de la personalidad del hombre, sino adquisición de mayor densidad ontológica, lo que permite al cristiano descubrir en el otro la presencia de Dios y por ello, el servicio a los demás son actos de amor-caritativo.

"La ciudad terrena se halla divida entre sí la mayor parte del tiempo, con litigios, guerras, luchas, en busca de victorias mortíferas o ciertamente mortales"[33]. En la ciudad de Babilonia o de la perdición, cada uno busca dominar y gozar del otro; esto es esclavizar al tú, el hombre esclaviza al hombre (homo homini servus est). En esta ciudad reina la mentira y el engaño, la guerra y el odio, la injusticia y el latrocinio, campea el vicio. "Esta ciudad de Babilonia tiene sus amadores, que buscan la paz temporal, y no esperan ninguna otra cosa, y todo su placer está en eso y ahí termina, y vemos que trabajan muchísimo por la república terrena"[34]. Son notas constantes de las sociedades en descomposición y de ahí viene la necesidad de moralización política, la reforma constante del Estado y mejor distribución de los bienes.

En la ciudad de Jerusalén o de la felicidad verdadera es la que se halla unida en torno a Jesucristo, por ello reina la paz y la justicia, la concordia y la caridad, la verdad y la sinceridad, donde el hombre ama el hombre (homo homini amatus est). Amar al hombre es promover su dicha, reaalización y felicidad. Se excluye la esclavitud en todas sus formas. "Al ser racional, creado a imagen de Dios, no ha querido hacer dueño más que de los irracionales. No ha querido que el hombre dominará al hombre, sino el hombre a la bestia (no hominem homini, sed hominem pecori)". Más aún, "nadie es esclavo de otro hombre o del pecado (nullus servus est hominis, aut peccati)"[35]. Todo hombre es libre por haber sido creado por Dios y en consecuencia, ninguno esclavice a su prójimo. En un mundo donde la esclavitud es normal y sostener lo contrario es ir contra el sistema vigente, Agustín es promotor de la libertad del hombre y en su dimensión profunda. La ciudad de Jerusalén está integrado por los hombres libres que se hacen libres en Jesucristo. Si es así, ser cristiano es promover y hacer que todo hombre se haga plenamente libre, es trabajar por el derrumbe de todo aquello que degrada al hombre, es subvertir el orden establecido por ser injusto.

Las dos ciudades con sus características propias están navegando en el barco de la tierra, están expresadas en las acciones de los hombres de carne y hueso, de los que lloran y ríen, "son dos amores, uno santo, otro impuro; uno social, otro privado; uno que mira a la utilidad común por el reino superior, otro que se aprovecha del bien común para su propia ventaja y arrogante dominación; uno sumiso, otro émulo de Dios; uno tranquilo, otro turbulento; uno pacífico y otro sedicioso; uno que prefiere la verdad a las alabanzas de los aduladores, otro que busca a todo trance la propia alabanza; uno amistoso, otro envidioso; uno que quiere para el prójimo lo que para sí, otro que busca sujeción del prójimo a sí mismo; uno que dirige al prójimo, buscando el bien de él; otro que lo hace con miras a sus propias ventajas"[36].

Ambas ciudades con sus propias notas buscan constituirse en Estado. "El Estado (res publica) es una empresa del pueblo". Esto es, una comunidad políticamente organizada. "El pueblo es la multitud reunida en sociedad por la adopción en común acuerdo de un derecho y por la comunión de intereses"[37]. Más adelante nos da una precisión más clara de qué es el pueblo: "Es el conjunto multitudinario de seres racionales asociados en virtud de una participación concorde en unos intereses comunes (Populus est coetus multitudinis rationalis, rerum quas diligit concordi comunione sociatus)"[38]. La reunión de las personas se realiza en función a los intereses comunes, el conocimiento de éstos nos lleva determinar qué clases de pueblo es.

El Estado ha surgido del consentimiento del pueblo, es el resultado de la voluntad soberana que se ha expresado a través del voto, tanto del varón y de la mujer[39]El Estado es la empresa del pueblo porque armonizan sus intereses en base al derecho y la justicia. El gobernante es el que hace realidad la justicia y el derecho. Donde no hay justicia, no existe derecho. Lo que se hace según derecho se hace según justicia. Ubi iustitia no est, non ese rem publicam (donde no hay justicia, no hay República). Si es así, no hay pueblo cuya empresa pueda llamarse pública porque no existe la justicia. La Justicia es dar a cada uno lo suyo (Iustitia virtus est quae sua cuique distribuit)[40]. La justicia es la distribución, tanto de los bienes materiales e espirituales, a cada hombre según su necesidad y para su realización en la libertad.

"Si excluimos la justicia y el derecho de la cosa pública, ¿en qué se convierten sino en banda de ladrones a gran escala? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, se reparten el botín según la ley por ellos aceptada (…) abiertamente se autodeterminan reino, título a todas luces le confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda". Citando al escritor romano Cicerón, nos presenta un diálogo entre el Emperador Alejandro Magno y un pirata. El Rey en persona le pregunta: ¿qué te parece tener el mar sometido al pillaje? El pirata respondió: lo mismo que a ti el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador[41]Aurelio Agustín rechaza la piratería y el expansionismo imperialista, ambos son una forma de pillaje, despojamiento de lo que pertenece por derecho el pueblo.

Los imperialistas de todos los tiempos tienen, en el fondo, los mismos rasgos: el pillaje. Así lo hizo el Estadista egipcio Nino "haciéndose dueño de todo oriente (…) Declara la guerra a los pueblos limítrofes; pasa a nuevas conquistas; el devastar y someter pueblos pacíficos por la sola pasión de dominio. ¿Qué otro nombre se merece sino el de una gigantesca banda de ladrones?"[42]. Pasos que siguieron los romanos para adueñarse de Europa de entonces, siguen con dicha faena de rapiña los mandatarios con mentalidad imperialista en la actualidad. Sin embargo, su propia voracidad los lleva al ocaso y no pueden tener cautivo a los pueblos por mucho tiempo, la libertad se impone sobre la esclavitud.

El Estado para trascender, el espacio y el tiempo, tiene que ser promotor de la justicia y el derecho, de la libertad y el amor, de la paz y de la democracia, de la autonomía y de la independencia de cada Estado. San Agustín es contrario al imperialismo y a la colonización de otros Estados. Sin embargo, en la realidad temporal y social encontramos dos Estados que coexisten, no están radicalmente separados, son como el trigo y la cizaña, están determinados por el accionar de los hombres. El Estado terrenal, babilónica, cesarista está al lado del Estado celestial y divino, es difícil separarlos, ambos conviven. Esta visión, por cierto, ulteriormente llevó identificar la politicidad cristiana de los reyes católicos como realización del Estado divino, la política queda sacralizada y esto ha hecho mucho daño a los hombres, aunque en los tiempos de Constantino el Grande, cumplió una actuación histórica. En la época medieval, unas veces predominó la identidad del poder temporal con la Iglesia, los reyes someten a los obispos y al Papa; otras veces, se fusionan el poder espiritual con lo civil, entonces el Papa y los obispos imponen su autoridad a los civiles, incluso a los reyes.

La meta de la historia

El Obispo de Hipona, descubre dos realidades presentes y constantes en la historia de los hombres y de los pueblos, cuyos fundadores son Caín y Abel, Rómulo y Remo. Más que realidades individuales, son nombres simbólicos, como tal representan el mal y el bien. Luchan entre sí los malos, lo mismo hacen, buenos y malos. Si es así, la historia es la epifanía del quehacer humano, faena que va haciéndose entre la paz y la guerra, justicia e injusticia, libertad y esclavitud, amor y odio, vida y muerte.

Aurelio Agustín está convencido, que al comienzo de la historia, todo era bueno y felicidad, devino el mal y surgió la tragedia en sus múltiples expresiones, pero esto es pasajero, es el tiempo de la purificación y de preparación hacia la meta final.

Todo hombre y pueblo, busca la paz y la felicidad, son los ejes que impulsan al hombre a seguir ofrendando su vida por dichos valores. Esa meta no está en la lejanía ni en el cielo, están en ti y en mí, en el ahora y el aquí, el hoy determina lo que ha de ser ulteriormente. La llegada del final no se ha de entender como acabamiento, sino como plenitud, entonces el hombre será plenamente hombre, se iniciará el reino de la razón y del amor, de la libertad y solidaridad, de la justicia y la paz. Por lo tanto, podemos afirmar, con solemnidad y firmeza:

¡Qué intensa será aquella felicidad, donde no habrá mal alguno, donde no faltará ningún bien, donde toda ocupación será alabar a Dios, que será el todo para todos! (…) Quanta erit illa felicitas ubi nullum erit malum, nullum latebit bonum, vocabitur Dei laudibus, qui erit omnia in ómnibus (…).

Donde ni por pereza cesará la actividad, ni se trabajará por necesidad (…). Ubi neque ulla desidia cessabitur, neque ulla indigentia laborabitur, nescio (…)

Habrá verdadera gloria allí donde nadie será alabado por error o adulación de quien alaba. Vera ibi gloria erit, ubi laudantis nec error quisquam, nec adulatione laudabitur.

No se dará el honor a ningún indigno donde no se admitirá sino al digno. Verus honor, qui nulli negabitur digno, nulli deferetur indigno: sed nec ad eum ambiat ullus indignus, ubi nullus permittetur ese nisi dignus.

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