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Biografía de Valentín Espinal (1803–1866) (Venezuela) (página 2)



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La disolución de la Convención de Ocaña sumió a la Grancolombia en la dictadura del Libertador. Equivocadamente, los amigos de Bolívar piensan hasta en una monarquía. Bolívar quiere separarse. La enfermedad quebrantaba ya su ánimo y su mente. Sus amigos lo detienen. En Venezuela se trata de hacer cristalizar la ambición separatista. A mediados de 1829 el Libertador excita a los pueblos a manifestar su voluntad sobre la forma de gobierno, la Constitución que debería ser dictada por el Congreso y la forma de elegir al Jefe del Estado. En Valencia se ratifica la posición de 1826: Venezuela debe ser separada de Nueva Granada y Quito; comunicación al Congreso Constituyente para solicitar declaración formal de separación, sin recurrir a las vías de hecho; separación definitiva, de cualquier manera. Al día siguiente el Jefe de Policía de Caracas convoca a una reunión donde debería decidirse sobre la recomendación de Bolívar de que los pueblos dijesen la forma constitucional que les pareciera mejor. De allí surge la necesidad de una reunión popular en el edificio de San Francisco. Un viento frío entumece hasta el cuerpo mismo de la patria y contagia de misterioso temblor conspirativo la masa humana que se agita en la esquina caraqueña. Se hacen acusaciones a Bolívar; Antonio Leocadio Guzmán está ahora contra el Libertador; se ha vuelto paecista; se decide la separación de Colombia en términos iguales a los usados por Valencia. La escena es una llamarada de exaltado nacionalismo. En aquella tupida selva de agitación nerviosa salta la voz prepotente de Valentín Espinal. Un dominio absoluto de la Asamblea ha logrado aquella fuerza tribunicia de su palabra cortante, firme y austera. Le parece absurdo que si Venezuela acordaba enviar a Bogotá su voluntad de separarse de la Grancolombia no se sintiera con derecho a hacer efectiva esa resolución. No se necesita autorización alguna del gobierno central y la decisión de la voluntad nacionalista de Venezuela debe quedar como algo firme e inquebrantable, sin necesidad de semejante consulta. Un inmenso clamor detiene el curso de la exposición de Espinal. Los ánimos se exaltan aún más. La Asamblea decide, en consecuencia, conforme al pensamiento del orador. Aquel 26 de noviembre de 1826, Valentín Espinal impulsó a que fuera definitiva una de las resoluciones más trascendentales de la historia venezolana. Quedaba asesuraba la disolución de la Grancolombia.

En 1830, desde las columnas de la "Gaceta de Gobierno", arremete contra las ideas monárquicas y la imagen de Bolívar coronado.

Va entrando en el turbión político. Acumula un crédito moral suficiente y eficaz. Asesora en las más grandes situaciones. Modera los ánimos y los exalta, alternativamente. Con una ponderación irreductible. Alcanza recia y contundente autoridad moral y política. No faltan quienes pretenden detener la influencia, quebrantar el prestigio de aquel hombre. Lo observan ya con recelo y con envidia. En las elecciones para el Constituyente de 1830, su nombre es borrado arteramente de los boletines de candidaturas.

Al lado de Vargas

Hace crisis el antagonismo entre quienes quieren hacer valer el derecho que decían haber adquirido en los campos de batalla y aquellos que aspiran a una definitiva institucionalidad civil. Valentín Espinal alienta al Dr. José María Vargas como candidato para Presidente de la República y le pide que deponga su actitud de renuncia. Se dirige a Vargas cuando éste, el 8 de agosto de 1834, advierte que carece "del poder moral que dan el prestigio de las grandes acciones y las relaciones adquiridas en la guerra de la Independencia". Consideraba Espinal peligroso, y así lo ratifica a Vargas, semejante argumentación. Creía muy arriesgado el concepto de que la Presidencia debiera "adjudicarse como premio a los méritos y servicios de guerra, para los cuales tenía la nación sus recompensas, grados y pensiones".

El Dr. Vargas comprobaría que no valía la pena salvarse de Carujo para desembocar en Páez. Era como saltar de la brasa para caer en la sartén. Tendrá que evitar que por haberlo restituído en la Presidencia y ser el árbitro y gran elector de Venezuela, el Gral. Páez ejerza sobre él y su gobierno una indecorosa tutela política y administrativa. Sale de la Primera Magistratura Nacional.

El Congreso de 1836 quiere reconocer al Gral. Páez su intervención de 1835. Se le regala una espada de oro. Se barajan títulos que evidencien el aprecio público. Valentín Espinal entiende que en este último aspecto de los honores se trata de una de esas tantas zalamerías cortesanas. Pide que se aproveche la oportunidad para hacer, no un gesto de adulancia personalista, sino algo que contribuya a enaltecer, en forma ejemplar, los oscuros orígenes sociales del Gral. Páez. Que ello se convierta en un estímulo a las humildes clases sociales de donde procede el hombre que ahora es dueño del país. Evade así los títulos de "ilustre", "benemérito" y "eminente", para proponer el de "esclarecido". Era lo que más se conformaba con la idea de significar cómo el Gral. Páez había, en efecto, iluminando su oscura y humilde extracción familiar. Era el propio título que en un banquete le había otorgado el Dr. Francisco Aranda al mismo Gral. Páez. Y "Ciudadano Esclarecido" lo designó el Congreso.

Tomás Lander

Tomás Lander fue uno de los entusiastas fundadores del Partido Liberal, el año de 1840. A su lado iba a estar Valentín Espinal, en cuya imprenta comenzó a editarse "El Venezolano", órgano de esa fracción política. Muchos abandonarán después a Antonio Leocadio Guzmán en vista del derrotero que va a imprimir a los principios originales del liberalismo. Por eso, de sus filas se saldrán Lander y Espinal. Por motivos distintos, Tomás Lander no cabía en el Partido Liberal a la usanza de Antonio Leocadio Guzmán porque era más revolucionario; imbuído en una conformación ideológica de mayor avance filosófico, bordeaba ya el socialismo. Raynal, Voltaire y Beccaria son sus principales guías.

Entre las personas heridas por Lander estará Valentín Espinal. A propósito de las elecciones celebradas en Cumaná en octubre de 1834, lo trata con dureza.

Valentín Espinal contesta a Lander. Lo califica de envidioso, de intrigante, de mediocre, de vanidoso.

Advierte que ha hecho de su propia doctrina el deber de apreciar los sufragios del pueblo y que al no aceptar la elección hecha en Cumaná sólo podría considerársele reo de tan crueles acusaciones porque "una rencorosa rabia" anida en el pecho de Lander. El Congreso, dice, al no reconocer las elecciones de Cumaná s{olo hizo aplicar la Constitución y no permitió "que se corrompiese en su propio seno la única fuente del poder público, las elecciones". La ley, dice Espinal, "es la voluntad escrita del pueblo", "la razón pública".

Rendición de cuentas

Con esa exposición, publicada por no tener el Congreso un Diario de Debates, Espinal quiso enterar al pueblo acerca de su comportamiento como representante.

Lo mismo hará en 1836. En larguísima relación pública, refiere sus intervenciones en lo relativo al indulto de los alzados en Puerto Cabello durante la revolución de las reformas que depuso el Presidente Vargas. El 18 de marzo publica "Un representante a sus comitentes". Fue partidario de ratificar el indulto originalmente dictado, sin excepciones odiosas. Sin antipáticos ni injustos privilegios inexcusables. La igualdad ante la ley. Profundiza en nuestras realidades sociales, en nuestras características políticas. Opinó "sin mezcla alguna de afecciones personales, y sin el más mínimo olvido de los intereses del pueblo". Era esto último su permanente preocupación. La fidelidad al mandato popular. Al copiar los discursos pronunciados en aquella ocasión, repite enfáticamente: "Yo no hablo para recibir los aplausos del pueblo: pero sí para sostener la dignidad de ese mismo pueblo y del Congreso". Manifiesta el horror de que alguien hable de pena de muerte. "Todo cuanto sea contra la Constitución, por más provechoso que parezca, no debe existir", afirma rotundamente. Y más adelante, casi grita: "Al pueblo le importa mucho más que el Congreso no se haga usurpador de las funciones judiciales". Reafirma su propósito de defender la Constitución; de ello advierte al pueblo que puede estar firmemente seguro. Reclama para sí el derecho y la posibilidad de equivocarse, pero dice que si en sus palabras sobre el asunto del indulto hay algún error, no habrá en cambio la infame deserción de la causa nacional.

Con el Libertador, pero con la revolución

Desde 1833 propuso el Gral. Páez decretar honores públicos al Libertador y trasladar sus restos. El Congreso acordó las honras, pero todo quedó en suspenso. Se temía que fuesen vistas como rectificación de los principios que inspiraron la separación de Venezuela de la Grancolombia, por cuanto esa ruptura se produjo contra el querer de Simón Bolívar. Otros habían jugado con el nombre del Padre de la Patria para prohijar con él cuantas escaramuzas, atentados, golpes de estado y violaciones de la Constitución se les había venido ocurriendo y no se atrevían a solidarizarse con aquellos honores. En 1842 el Gral. Páez dispuso no terminar su Presidencia sin ratificar aquellas honras. Valentín Espinal expone reservas. Se acentúa la acusación de ser enemigo del Libertador. Aclara que se trata solamente de ser un hombre consecuente con sus ideas. De fidelidad a los principios. No era opuesto a los honores. Ratifica su admiración por el Libertador. Admite la necesidad del homenaje, pero sin que ello significase reconocer que Venezuela se había equivocado al separarse de la unión gran-colombiana. Quiso conciliar los méritos personales, políticos y militares de Bolívar con la legitimidad de la separación. Que no se dudara de la base misma de la revolución de 1830, el origen de la trayectoria posterior de Venezuela. En el proyecto de Decreto que le fue negado, incluía como tercer considerando:

"Que cualesquiera que hubiesen sido los acontecimientos políticos de Colombia, que en los últimos años de la brillante carrera del general Bolívar obligaron a Venezuela a reasumir legítimamente su soberanía para constituirse por sí bajo pactos libres y benéficos, semejantes sucesos jamás han podido extinguir ni el sincero amor ni la profunda gratitud de que siempre gozó en el corazón de sus conciudadanos, testigos de su gloria y de sus grandes hechos".

Como otras veces, se dirige al público para "repeler voluntarias imputaciones". Invoca "el buen sentido y la eminente lógica que distinguen siempre al pueblo". "Tuve, dice, la satisfacción de ostentar mis sentimientos favorables a la honra del General Bolívar"; pero conforme a una política sana, sin contradecir los grandes hechos políticos del país. En términos de singular claridad se refirió a las excelencias del Libertador, para sincerarse nuevamente en su actitud frente a Bolívar, sin faltar al deber de impedir que se borrasen las propias características de los hechos fundamentales de 1826 y 1830.

Buscando nuevos cauces: la Sociedad Patriótica

Para abrir cauce nuevo a la lucha política, el 22 de septiembre de 1844 se reunieron 14 ciudadanos en casa del señor Carlos Machado. Vigorizarían el espíritu público "con la mutua comunicación de sanas ideas". Acordaron excitar a otros ciudadanos para formar una sociedad con las finalidades siguientes: "contribuir por cuantos medios decorosos y legales pudiesen a la difusión de los principios que sostienen el orden público, a impugnar las malas doctrinas que se esparcen en el país, y a la ilustración razonada de todas las cuestiones que interesan a la felicidad general". A las siete de la noche de ese mismo día, quedó integrada la "Sociedad Patriótica". Resultó electo como Director, Valentín Espinal, y Secretarios los señores Elías Landaeta y Olegario Meneses. Esta Sociedad apoyó la política institucionalista del Gral. Carlos Soublette, Presidente de la República.

También tuvo su isla

Desde Curazao, el 16 de febrero de 1848, Valentín Espinal se dirige al señor Dr. Manuel Ancizar, notable hombre público de Nueva Granada. Relata los sucesos del 24 de enero de 1848, día en el cual fue disuelto el Congreso. Es duro con José Tadeo Monagas; lo cree culpable. Monagas estaba ciego y se esforzaba en fomentar con nuevos actos la indignación producida por la serie de sus audaces abusos; se refiere a que en esos momentos reinaban "exaltación, ceguedad y tiranez en las opiniones de las cabezas del partido de nuestros amigos llamados oligarcas". El 24 de enero de 1848, dice Espinal, Venezuela perdió su posición de vanguardia de la América Española en su condición de país que podía exhibirse como una triunfante prueba de las instituciones que ha adoptado. "Debo gloriarme con usted de que nuestro digno amigo Toto ha salvado su honor y escapado del martirio, ocultándose y no asistiendo a la Cámara desde el 24".

Fue a Curazao para evitar cualquier vejación que "debía temerse de estos hombres, luego que el Gral. Páez se pusiese en armas". Regresaría a su hogar tan luego como hubiera seguridad, "cualquiera que sea el resultado de los sucesos que se preparan".

El presidente se incomoda

Aunque alejado de la política, Valentín Espinal edita el 14 de mayo de 1855, un informe acerca de su asistencia al banquete dado el 30 de abril al Presidente de la República, José Tadeo Monagas. Reconstruye las palabras que esa noche le hicieron decir sin haber preparado discurso alguno. Hace una síntesis de los brindis anteriores. Refiérese a la paz y a la amnistía; habla con "ingenua franqueza y noble libertad". Se asombra de que no haya gustado su discurso; se asombra de que se diga que al Presidente tampoco le agradó. Considera que al referirse a la paz y a la amnistía ante el Presidente estaba honrado su presencia. Si escandalizó su franqueza y resultó audaz su libertad, ello sería debido a que no hablaba ante un magistrado republicano. Sólo la justicia es el fundamento de la paz.

No eran ni clemencia ni misericordia de lo que necesitaba el país, sino de justicia, justicia que persuada para la amnistía. Repite las palabras del Ilmo. Arzobispo aquella noche, de que sin amnistía se daba el caso, por ejemplo, de que faltaran convidado a ese banquete. "Sí, agrega Espinal, faltan, porque de las bienaventuranzas de la patria deben gozar todos sus hijos".

Otra vez en San Francisco

Hallábase Espinal, en 1858, en una Asamblea en el templo de San Francisco. Es compelido a hablar. Improvisa un discurso de agitada lucha callejera, ante más de tres mil personas. A la fuerza lo llevaron a la tribuna algunos miembros del Concejo Municipal. Alude a que su espíritu se agobia bajo tristes impresiones privadas. Hacía pocas semanas había muerto el mayor de sus hijos. Exalta el valor de la soberanía popular, la necesidad de redimirse del despotismo y del crimen. Acusa a quienes cambiaron el título de Libertadores ganado en los campos de batalla por "los ignominiosos de la patria". Celebra que el pueblo haya demostrado que su inacción debíase solamente a la opresión en que se le mantenía sumido. El desarrollo de grandes virtudes sociales debe consolidar el triunfo de la revolución. Fraternidad, unión, renuncia a la ambición, olvido, sacrificio, son las palabras que maneja. Propone la formación de una milicia nacional, como única forma de lograr un sistema que garantice para siempre la estabilidad constitucional.

La Convención de Valencia

El 5 de marzo de 1858 había estallado en Valencia la revolución capitaneada por Julián Castro. Se venía al suelo la dinastía de los Monagas.

El 5 de Julio se inaugura la Convención en Valencia. La oratoria de Espinal contrasta con la de Fermín Toro. Si no tan profundo como Pedro Gual, era mesurado y sencillo, no exento de elegancia, de enorme poder de convicción. Iluminará las más difíciles soluciones. A la consigna de "olvido de lo pasado" servirá admirablemente. Defiende la amnistía.

Lo mismo que Pedro Gual, advierte los peligros que acarrea la necesidad de incrementar la población de Venezuela. Aluden a que alguna potencia –citaban a los Estados Unidos– tuviese afanes imperialistas. "Pueblos de América misma o pueblos de Europa, vendrán a henchir de habitantes las partes despobladas del Nuevo Mundo". Otro diputado señaló que Estados Unidos no harían esa política, en virtud de la doctrina de Monroe, y Espinal argumenta: "Mucho se ha citado el principio de Monroe; pero él sería digno de citarse, si el país que detesta toda colonización europea no fuese porque quiere colonizar él mismo toda la América".

Pide que la Constitución se conforme a la realidad social. Poco le importa el nombre que defina la Carta fundamental. Ya la República había sufrido bastante buscando un nombre para cada Constitución.

En discreto y fecundo retiro

Después de la Convención de Valencia, Valentín Espinal se retirará a la vida privada. De este modo colaborará en la redacción de leyes, preparación de decretos, resolución de consultas.

En 1859 va a La Guaira con el Arzobispo de Caracas y Venezuela, Dr. Silvestre Guevara y Lira, en misión de paz ante los revolucionarios que tenían tomado el primer puerto venezolano. Su opinión fue contraria a los planes del Gobierno.

El 14 de Septiembre de 1859 publica "Documento para la Historia", carta dirigida al Sr. Dr. José A. Ponte, cura del Tocuyo. Analiza la Revolución de Marzo. Se queja del "choque de las pasiones viles, el lamento de crímenes atroces, los funestos productos de la soberbia e incapacidad de algunos". "Hasta el dulce cultivo dela amistad ha de ser perturbado por el estruendo de nuestra vergonzosa discordia".

A su hijo Ricardo, en París, dirige amorosa carta el 8 de febrero de 1860. Es una continuación de la que había dirigido al cura del Tocuyo. Es una réplica al artículo que sobre Venezuela publicó un periódico francés. Manifiesta hallarse alejado de todo negocio público; que a ello lo induce se experiencia, y lo condena la mala voluntad de los hombres que influyen y dirigen al país. Para desarmar esa mala voluntad tendría que resignarse a quebrantar su honor y decoro, "cosa, agrega, que tú sabes no quería jamás". Tiene 58 años y mantiene Espinal su temple de acerada voluntad cívica.

Su invareiable actitud de hombre de convivencia y de armonía tenía que chocar con las violencias de la Guerra Federal. Fue expulsado del país. Viajó entonces, desde 1861, por Inglaterra, Italia, Francia, España. Regresa en 1863.

El editor

Paralelamente a su vida política, Valentín Espinal atiende a su imprenta. Se impone gradualmente como editor de fino gusto, de singular cuidado, de nitidez incomparable, de fecunda preocupación social. Domina la técnica de la imprenta y ha cultivado con pleno éxito el aspecto estético de su difícil arte de editor.

Habla o escribe sobre el arte de imprimir con regocijado orgullo. A don Juan de Dios Picón en carta dirigida a Mérida, le instruye sobre el modo más eficaz de sustituir el caucho a la cola para el rolo. Duda sobre la manera de preparar el caucho sin que llegue a fundirse; y le transmite minuciosamente el modo de obtener mejor cola, de sacarla y de utilizarla en los rolos, los cuales deben estar siempre en una caja a la cual no le entre el aire.

"El Elzevir venezolano" llamó a Espinal don Manuel Segundo Sánchez, quien lo comparaba así con el más ilustre de los apellidos que en Europa dio la profesión de impresores en los siglos XVI y XVII.

La calidad de sus ediciones ha sido elogiosamente comentada por el doctor José E. Machado. Asombra la cantidad de trabajos que editó. Atendió al esplendor de la profesión y al decoro de su nombre más que a la ganancia material. A la imprenta debió siempre el modestro bienestar de su larga familia. A ella también debió el haber podido elevarse de su discrera condición de humilde artesano a la de ductor de la cosa pública de su patria; a ella también debió "los progresos de la inteligencia y su elevación social y política".

Muchos fueron los discípulos que formó:

  • 1. Bartolomé Valdés.

  • 2. Camilo Machado.

  • 3. León y Cecilio Echeverría.

  • 4. Manuel María Zarzamendi.

  • 5. Juan Carmen Martel.

  • 6. Manuel Castro.

  • 7. José Antonio Carías.

  • 8. Zacarías Llaguno.

Cajistas, impositores y prensistas, En Mérida, el primer taller tipográfico llevado el año de 1845, tuvo como primer encargado al señor José Félix Monasterios, discípulo de Espinal.

Sólo es posible referirnos a algunas de sus más significativas ediciones.

En 1828 publicó el "Breve Diccionario de sinónimos de la lengua castellana", de José López de la Huerta. Al comentarla Espinal subraya la utilidad del idioma para toda clase de profesionales, y su valiosa ayuda a la democracia por la difusión del pensamiento.

De los "Principios de Derecho de Jentes", de Andrés Bello, hizo la re-edición en 1837.

En 1840, el "Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense", de don Joaquín Escriche. Era también una re-edición, enriquecida con la contribución de profesores de la Universidad. Agregó "las citas de todas las leyes, de los diferentes Códigos en que se fundan sus principios y doctrinas, y corregidos de varios errores". La publicación se hizo por suscripciones previas. Las pruebas fueron corregidas cinco veces y se respetó la ortografía original en vez de tomar la de la Real Academia, que era la que usaba la imprenta, para seguir el orden alfabético.

Con el "Manual o Compendio de Cirugía, o sea, Curso de las lecciones orales", del Dr. José María Vargas, penetró Espinal en un campo nuevo.

Tiene más de 400 páginas, destinado a sustituir los tratados al uso para la época.

En 1850 lanzó nueva edición de la Gramática Castellana de Andrés Bello.

Como editor, jamás tuvo preferencias por tema alguno. Presentaba él mismo cada una de sus ediciones.

Impresiona la contribución que Espinal dio al periodismo desde las prensas editoriales de su taller, con periódicos y revistas, permanentes o accidentales, que fueron cuantiosos aporte en el siglo XIX.

La casa donde funcionaba la imprenta llenaba media cuadra, situada en el lugar ocupado en estos tiempos por "La Margarita", entre las Esquinas de Gradillas y San Jacinto, Centro de Caracas. En ella vivía con su esposa y sus hijos. Tuvo que adquirir dos casas y convertirlas en una sola, con 41 habitaciones. El taller llegó a contar más de cuarenta obreros.

A su regreso de Europa

Regresa de Europa en 1863. Cuenta ya sesenta años de vida. Se dedicará casi exclusivamente a dirigir su empresa tipográfica y a continuar su inmensa labor de padre de familia.

Explican en gran parte la actitud, el pensamiento y los proyectos de Espinal en esa época, ciertos antecedentes contenidos en sus correspondencias con el Dr. Juan de Dios Picón.

Desde 1857 se quejaba de estar perdiendo el pulso. "He perdido la facultad de escribir por el pulso que tengo muy trémulo ha muchos años", refiere en una de estas cartas. Se le habían ido los jóvenes a quienes dictaba la correspondencia. No aprovechaba a sus hijos como secretarios, porque los varones tenían "ocupaciones, estudios y paseos" y no los molestaba ni siquiera cuando se estaban divirtiendo. Decía no ocupar a las hijas en la copia de su correspondencia porque "no han querido preferir el adquirir la facilidad de escribir bien a otras ocupaciones mujeriles que ha hecho también necesarias el crecido número de la familia".

Espinal contesta al señor Picón una consulta. Es algo sobre el proyecto de libertad de la Iglesia. "Sea dicho a usted con la confianza que entre nosotros reina, si Jesucristo no ha abandonado ni abandonará jamás su Iglesia, su espíritu no está tan presente en sus actuales sacerdotes". Creía que concediendo libertad a la Iglesia se la responsabilizaría directamente por cuanto sucediera en su seno. "Seguiremos, pues, teniendo Obispos, Capitulares, Curas y Capellanes ejecutivos, para servir menos a la Iglesia que a la política; pero no hay que desesperar de la verdad, al fin será el contrario el camino que se tomará".

El 19 de abril del mismo año de 1857, fue leído desde los balcones de la Casa de Gobierno la nueva Constitución de Venezuela. Espinal informa a su amigo Picón. Le remite el ejemplar impreso en el "Diario de Debates", y le comenta: "Veremos qué ganamos con ella, aunque Ud., sabe que no son buenas Constituciones, sino buenos hombres, lo que nos ha faltado".

En nueva carta para el señor Juan de Dios Picón, le habla, en octubre del 57, de sus atareos: la impresión apurada de los restos del Diario de Debates y los nuevos estatutos del Seminario. No ha mostrado la última carta de Picón y la reimpresión del documento del Constituyente a muchas personas, aunque Picón se lo rogaba. Su amigo desconoce el verdadero estado de la Capital: "Uds., como están más lejos, tienen más soltura". Le dice que si los hubiera distribuído entre más personas, tanto él como Picón se hubieran llevado algún desagrado, porque "los aduladores son muchos".

Anota que lo que cada día se ve más afligido es el Tesoro, sin esperanza de mejora. Igualmente informa a Picón que su hija Encarnación ha casado "con un alemán litógrafo muy honrado y joven"; y que también casó su hijo mayor, Felipe.

De esta correspondencia se desprende el tono paternal, amistoso, afectivo de Espinal. Del modo como se preocupaba por los más insignificantes detalles. Del modo como vivía, penetrando en las más remotas perspectivas del porvenir de la patria. Del modo como en sostenida intensidad llevaba al dedillo hasta la situación fiscal de Venezuela.

La garra fría

En aquella solariega casa del corazón de Caracas, en uno de esos ya neblinosos días de la Caracas rural de antaño, junto con los tempranos y helados vientecillos del Norte, metió la muerte su garra fría. Súbitamente, el 28 de noviembre de 1866, a los tres años de haber regresado de Europa, murió don Valentín Espinal. El 11 del mismo mes había desaparecido también su más íntimo amigo, Mariano Fernández Fortique. Espinal le sobrevivió poquísimos días.

Apenas una semana antes "El Federalista" proponía a Espinal para que ejerciera función de poder neutral en un grave conflicto surgido en el Zulia.

A ser por eso el mismo periódico, "El Federalista", en donde don Ricardo Becerra deplore en nota editorial la muerte de Espinal con palabras profundamente conmovedoras, el propio 28 de noviembre.

Contornos de dramática repercusión adquirió la noticia de la muerte de Valentín Espinal. Una total conmoción sacudió a Venezuela, hasta en los más escondidos rincones del interior de la República. Manifestaciones de toda índole daban cuenta del dolor de los venezolanos. Durante muchos días se escribieron editoriales en los periódicos, artículos, versos, oraciones fúnebres, cartas y documentos históricos relacionados con su vida y con su obra.

Doña Encarnación Orellana, viuda de Espinal, le sobrevivió 11 años casi exactos. Falleció el 5 del mismo mes de noviembre del año de 1877. A la muerte de su marido había asumido directamente el gobierno de la casa y la administración del patrimonio.

Patrimonio material y herencia moral

Para el momento en que, después de la muerte de doña Encarnación se nombra al señor Dr. Juan de Dios Méndez como liquidador y partidor de la herencia, la fortuna de la sucesión Espinal alcanzaba a más o menos un millón de bolívares. Del celo, delicadez y dignidad con que sus hijos trataron siempre el problema de la herencia de sus padres, quedan hermosos testimonios. Sirven para demostrar cómo la educación espiritual cohesiona las almas las prepara para el bien individual y colectivo, las pone a cubierto de la insidia, de la envidia y la ambición. Don Valentín Espinal murió sin dejar testamento. Sus hijos invistieron a su madre de "facultades omnímodas" para el manejo de su herencia paterna; "que ningún obstáculo tuviese en la vida que le quedaba"; que no tuviese "que rendir cuentas a nadie". Doña Encarnación sí dejó testamento. Mejoró la herencia de su marido en forma considerable.

Dan nuevo ejemplo de desprendimiento y cariño fraternal, al instituir al Dr. Méndez como liquidador y partidor de la herencia. Le conceden facultades de Arbitro Arbitrador y Amigable Componedor; de sus decisiones no habría apelación; los actos de cada uno de ellos debía llevar "el sello de avenimientos equitativos y justos, para los cuales en nada debe intervenir la autoridad del Poder Público entre personas decentes y de conciencia, si no fuere para dar a tales avenimientos la fuerza de la autenticidad judicial".

Ya Valentín Espinal, hijo, como Albacea de su señora madre y en nombre de la sucesión, había estampado en documento del 25 de octubre de 1878, lo siguiente: "Cuídense nuestros descendientes de que no se turbe nunca la unión por intereses materiales; y aún en el caso en que surjan diferencias entre sí, como no es extraño en el curso de la vida, huyan siempre en lo posible de la publicidad que fácilmente conduce al escándalo, y decídanlas en familia en la forma empleada en estas participaciones".

Cristalizaban así los más acendrados deseos de doña Encarnación de "consolidar más y más en sus hijos la venerada memoria de su padre y el ejemplo de sus altas virtudes". Sus hijos recogían intacta esa otra herencia moral de sus progenitores, "las más preciada herencia" que doña Encarnación quería para sus descendientes.

Los planos de la personalidad

Tal fue la vida de un hombre cuya existencia se movió en los tres
planos más dignos de la personalidad. Como profesional: artesano modesto
y sencillo que superó todas las dificultades para perfeccionarse y cultivarse,
en un esforzado afán de superación y dignidad personal, sin renegar
jamás de la humilde pero exigente clase social de donde procedía.
Como hombre público: luchador infatigable, fiel a sus principios, noble
hasta en el error, amplio espíritu democrático, amante de las
instituciones, poderoso contribuyente al progreso de la marcha civil de la República,
espíritu conciliador, de profundos sentimientos de convivencia y armonía.
Como padre de familia: honesto jefe de hogar, abnegado esposo, trabajador sin
descanso, comprensivo y amable, recto patriarca de la más pura estirpe
de la venezolanidad. Así fue Valentín Espinal.
Y así debemos recordarlo, para seguirlo.

 

 

Autor:

Edgar Alexander Tovar Canelo

 

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