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Euro-visión. 15 años del Euro: ¿festejo o funeral?




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

Monografía destacada

  1. ¿Sobrevivirá el euro otros quince años?
  2. La unión política, la clave del euro
  3. Le Pen y la refundación, las amenazas que vienen
  4. El enemigo a las puertas
  5. ¿Qué es lo que lo que se esperaba del euro?
  6. Euro y soberanía: Aproximaciones a la unión monetaria
  7. El proyecto europeo y la nación estado
  8. De un modelo de crecimiento agotado a otro
  9. El camino hacia la unión monetaria y el abandono consciente de la soberanía nacional
  10. La disyuntiva
  11. Las bases económicas del proyecto europeo
  12. Fact, non verba: ventajas y desventajas (fuerzas y debilidades)
  13. Pecados "originales", "veniales" y "mortales" de la moneda única
  14. La solución de Mody es lógicamente coherente y parece atractiva, pero no está claro que aprobara la prueba de la realidad
  15. La conclusión obvia es que las medidas de austeridad no sirven. Francia debe abandonar las políticas actuales, por su bien y el del resto de Europa
  16. La opinión de Paul Krugman sobre el euro
  17. Diferencias entre Irlanda e Islandia
  18. La opinión de Robert Mundell sobre el euro
  19. Problema de competitividad

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¿Sobrevivirá el euro otros quince años?

"Tantas veces me mataron, tantas veces me morí. Sin embargo estoy aquí resucitando. Gracias doy a la desgracia, y a la mano con puñal, porque me mató tan mal, y seguí cantando"… "Tantas veces me borraron, tantas desaparecí. A mi propio entierro fui, ¡solo y llorando!"… (Como la cigarra – Mercedes Sosa)

– 15 años de la entrada en circulación

– Balance del euro: de la ilusión al chasco en solo 15 años (Cinco Días – 24/12/16)

Entre 2008 y 2014 el PIB alemán ha crecido el 13,8% y el español ha caído el 5,2%

(Por Bernardo de Miguel – Bruselas)

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El euro envejece mal. Solo lleva 15 años (desde el 1 de enero de 2002) en bolsillos y monederos y ya ha dejado de ser el esperanzador símbolo de la integración política del continente para convertirse en la unidad contable que divide a los socios de la Unión Monetaria en acreedores y deudores, dos categorías con intereses contrapuestos y, a veces, irreconciliables.

Esa brecha ha dañado al proyecto. Y, a pesar de sus logros, la moneda única enfila su mayoría de edad con tremendas dudas sobre su capacidad de adaptación y supervivencia en un escenario político tan cambiante y convulso como el de esta segunda década del siglo XXI.

El decreciente entusiasmo de la opinión pública por las estructuras supranacionales y la resistencia a ceder más soberanía ha dejado al euro en un peligro terreno de nadie, varado entre la fragilidad de una Unión Monetaria incompleta y el salto imposible hacia una Europa completamente federal.

Moneda que divide

La fosa abierta por la crisis entre los países del norte y los del sur alcanzó tal nivel en los momentos más agudos de la crisis que se llegó a hablar de escindir la zona euro en dos monedas, neuro y seuro, para cada uno de los grupos geográficos. La idea era tan peregrina como de escaso recorrido. Pero reflejaba una de las consecuencias políticas más graves de la Unión monetaria: el euro ha frenado e, incluso, revertido, la convergencia económica, que era una de las señas de identidad de la Unión Europea y uno de sus principales atractivos para los países que, como España, se sumaron al proyecto cuando ya estaba en marcha.

Entre 2008 y 2014, el PIB del corazón de la zona euro se ha disparado. Alemania ha crecido un 13,8%, Francia, un 6,8%, Holanda, 3,7, Bélgica, 13,2% y Luxemburgo, 31,3%, según datos de OpenMind, el proyecto de reflexión creado por BBVA. En España, en el mismo período, el PIB ha caído el 5,2%, en Portugal, el 3,2% y en Italia, el 1%. Grecia, caso excepcional, ha sufrido un desplome del 26%, caso inédito en todo el planeta salvo en países en guerra.

La crisis también ha revertido el proceso de integración de los mercados financieros. Los activos transfronterizos del sector bancario apenas llegan al 14% y la zona euro vuelve a tener, de facto, tantos mercados financieros como socios (19 en la actualidad). Empresas y hogares se financian en condiciones más o menos favorables en función de su país de residencia. Y el resquebrajamiento alcanza tal nivel que algunos reguladores, como el de Alemania, impiden a entidades financieras de otro país de la zona euro repatriar beneficios, para garantizar que las filiales en territorio alemán disponen de recursos suficientes en caso de crisis.

Buena arrancada

A pesar de sus dificultades actuales, el euro suma en su haber éxitos como la contención de la inflación (que se ha mantenido por debajo de la media histórica incluso de los países más rigurosos como Alemania), el abaratamiento del crédito (el BCE arrancó en 1999 con los tipos de interés al 3% y nunca ha pasado del 4,75%) o la desaparición del riesgo del tipo de cambio entre países europeos (que ahorra a las empresas unos 25.000 millones de euros al año, según datos del MEDE).

La transición de las antiguas monedas nacionales a la común también fue un éxito de organización en los 12 países que estrenaron el euro (Alemania, Francia, Italia, España, Benelux, Portugal, Austria, Grecia, Irlanda y Finlandia). A finales de 2001, en la recta final de los preparativos, 14 imprentas repartidas por la zona euro y una en Reino Unido trabajaban a tiempo completo, con tres turnos de operarios, incluso en los días de fiesta, para producir 33 millones de billetes al día o 1,4 millones de billetes por hora, según datos del Banco Central Europeo.

Pero los europeos tardaron poco en percatarse de que las consecuencias económicas de compartir una moneda eran mucho más duras que cualquier esfuerzo logístico para su introducción.

La gran decepción

El entusiasmo inicial por las nuevas monedas y billetes duró poco más que el frenesí de su producción. Los logros disfrutados durante los primeros años, hasta 2006, se han visto empañados por una crisis que para algunos socios ha supuesto una década pérdida en términos de riqueza, empleo y bienestar.

La zona euro lleva ocho años sumida en crisis consecutivas, primero financieras, luego de deuda y ahora políticas y de identidad. Desde que se puso en circulación la moneda única, cuatro socios (Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre) han tenido que ser rescatados con ayuda del Fondo Monetario Internacional, que no pisaba Europa desde hacía décadas. El corralito, una restricción monetaria asociada a países más pobres, se ha impuesto en Chipre y Grecia, donde todavía sigue en vigor. Y a esos aires bananeros se suman las plusmarcas en tasa de paro sufridas tras la introducción del euro.

En los momentos más duros de la crisis, incluso se puso en duda la convivencia entre el euro y la democracia. Italia y Grecia acabaron con gobiernos tecnócratas con escasa legitimidad frente a las urnas. Y tanto en Francia como Holanda, los euroescépticos aspiran a llegar al poder en 2017, una posibilidad que renueva la incertidumbre sobre el futuro de la moneda única.

Pocos avances

"Cómo es posible que ocho años después de la crisis sigamos hablando del riesgo de colapso de la zona euro cada vez que se toma alguna decisión política en uno de nuestros Estados miembros", se desesperaba el alemán Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, en su última cumbre europea (15 de diciembre) antes de volver a su país con la esperanza de liderar a los socialistas en las elecciones del año que viene.

La imagen de fragilidad que proyecta el euro, como apuntaba Schulz en su despedida, emana de las dudas en torno a la voluntad política para apuntalar un proyecto que evitó el naufragio entre 2010 y 2012, pero que no ha logrado afianzarse ni llevar a cabo casi ninguna de las tareas pendientes.

La actual legislatura europea (2014-2019) parecía el momento ideal para el gran salto, una vez superada la fase más aguda de la crisis y con gobiernos en Alemania (Angela Merkel) y en Francia (François Hollande) recién elegidos. Pero el eje Berlín-París se ha roto, con cada capital al frente de uno de los grupos en que se ha escindido la zona euro: los acreedores del norte y los deudores del sur. Esa fricción, teñida de desconfianza, ha ralentizado o paralizado las grandes reformas pendientes.

La unión bancaria sigue incompleta, a falta de un fondo común de garantía de depósitos. La creación de un Tesoro, de un ministro de finanzas o de un seguro común de desempleo se aplaza sine die, con pocas perspectivas de salir adelante si durante 2017 si se confirman los avances de las fuerzas euroescépticas que anticipan los sondeos en Holanda, Francia, Alemania e Italia.

Supervivencia

Analistas e historiadores discutirán por muchos años si la debacle económica vivida en Europa puede achacarse total o parcialmente al euro. O si la moneda única ha sido un factor más en el vendaval económico que azota el planeta.

A falta de una conclusión definitiva, de momento parece haber unanimidad en que la precaria estructura de la zona euro (con un BCE maniatado por los Tratados) y sus débiles cimientos (sin unidad fiscal ni posibilidad de trasvases presupuestarios) han contribuido a agravar unos problemas que los países europeos con moneda propia, como Reino Unido, o de fuera de la UE, como EEUU, superaron con mucha más rapidez.

En la zona euro, siete años después del comienzo de la crisis y tras destinar casi dos billones de euros de dinero público a mantener en pie el sector financiero, siguen de actualidad los rescates bancarios (esta misma semana en Italia). Y el pleno empleo en países como Alemania convive con el paro o la deflación en los países más endeudados.

Bruselas ha respondido con una miríada de normas y controles, tan engorrosos como poco efectivos, mientras crecimiento e inversión siguen sin recuperarse del todo. Peter Hall, catedrático de la Universidad de Harvard y de la London School of Economics, apunta a una salida diferente para garantizar la supervivencia de la moneda única. "La suerte del euro depende en cierta medida de la prosperidad futura de la Europa meridional", vaticina Hall en un reciente ensayo publicado por Open Mind.

Los hitos desde Maastricht

1992 Tratado de Maastricht

Es uno de los tratados fundacionales de la Unión Europea y la base para el proyecto de unión monetaria. Establece el euro como moneda común y marca dos claros límites a sus futuros miembros: que el déficit no supere el 3% del PIB ni la deuda el 60% de la riqueza del país.

1997 El Pacto de Estabilidad

Nace el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que fija la vigilancia del cumplimiento de los límites del Tratado de Maastricht. Es la base de las revisiones presupuestarias y las recomendaciones en materia fiscal a los países miembros.

1998 Nace el BCE

En una turbulenta cumbre europea del mes de mayo nace el BCE y se nombra a su primer presidente, el holandés Wim Duisenberg, representante del ala germana, aunque Francia logra un acuerdo tácito para sustituirle antes del final de su mandato por Jean-Claude Trichet (que asumirá la presidencia en 2003). En 1998 también se fijó el tipo de cambio fijo de las monedas que desaparecerán con el euro. 1 euro: 166,386 pesetas.

1999 Once países adoptan el euro

El 1 de enero de este año nace el euro como unidad monetaria en once países: Bélgica, Alemania, Irlanda, España, Francia, Italia, Luxemburgo, Holanda, Austria, Portugal y Finlandia. Dos años después se incorpora Grecia, cuya candidatura había sido rechazada inicialmente. Su ingreso provocará una década después una profunda crisis cuyas consecuencias aún perduran hoy.

2002 El euro en la calle

El 1 de enero se inicia la puesta en circulación del euro, que se convirtió en la nueva moneda de más de 300 millones de ciudadanos en 12 países.

2003 Alemania y Francia rompen el pacto

Los ministros de finanzas de la UE rechazan la recomendación de la Comisión Europea de sancionar a Francia y Alemania por vulnerar el Pacto de Estabilidad, lo que supone la suspensión temporal de esa norma.

2004 Europa se unifica

La UE lleva a cabo una ampliación sin precedentes para integrar de golpe a 10 países, entre ellos gran parte del antiguo bloque soviético. Ingresan Polonia, Hungría, República Checa, Eslavonia, Eslavonia Estonia, Letonia, Lituania, Chipre y Malta. Tres años después, se incorporan Rumanía y Bulgaria.

2007 La gran crisis

Eslovenia adopta el euro. Comienza en EEUU la crisis de las hipotecas basura que cruzará el Atlántico y desencadenará en Europa la gran crisis que a punto estuvo de reventar el euro entre 2010 y 2012. Ese año, la UE firma también el Tratado de Lisboa, la versión limitada de la frustrada Constitución Europea (abortada por los referéndum de 2005 en Francia y Holanda).

2010 Surge la troika

La crisis financiera de 2007 muta en crisis de deuda soberana y pone al borde de la quiebra a varios países de la zona euro. Grecia es el primer país que pide un rescate, de 110.000 millones de euros, cuya gestión se confía a la llamada troika, formada por la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional. El mismo año cae Irlanda, que precisa un rescate de 85.000. Y en 2011, Portugal, con un rescate de 78.000 millones.

2012 Draghi salva el euro

Año de alto voltaje en la zona euro, que llega a temer por su proyecto. Grecia recibe un segundo rescate de 130.000 millones, que incluye una quita a bonistas privados, España solicita ayudas para la banca por 100.000 millones. El presidente del BCE, Mario Draghi, calma al mercado al asegurar que hará todo lo posible por proteger el euro.

2014 El fin de la troika

España y Portugal salen de situación de rescate, algo que Irlanda logró en 2013. La troika entra en fase terminal, con el BCE deseoso de salirse, el FMI, sin poner dinero, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) asumiendo un papel central.

2015 Grexit a la vista

La situación griega se agrava tras la llegada al poder del primer ministro Alexis Tsipras (Syriza). La tensión alcanza tal nivel que la expulsión de Grecia de la zona euro llega a figurar en el borrador de un documento del Eurogrupo. El "grexit" se evita in extremis con un tercer rescate de 86.000 millones de euros.

2016 El reto del brexit

El 23 de junio, Reino Unido celebró un referéndum que dio la victoria a los partidarios de abandonar la Unión Europea. La primera escisión de la historia del club sacudió los mercados y abre un período de incertidumbre en la relación entre Bruselas y Londres. La gran incógnita estriba en si la capital británica seguirá siendo o no el mayor centro financiero de la zona euro.

– 15 años de altibajos en economías y mercados (Cinco Días – 24/12/16)

Europa sigue prefiriendo fijar la vista en Fráncfort en lugar de mirar al futuro

La relación entre la adopción de la moneda única y la larga crisis económica que ha vivido Europa en los últimos años es una de esas cuestiones que muy probablemente solo podrán dilucidarse con mayor perspectiva histórica. La UE ha estado 8 de los 15 años transcurridos desde la llegada física del euro sumida en turbulencias económicas que han dejado serias cicatrices en la región. Aunque la peor parte de ese proceso ha quedado atrás, las economías europeas permanecen lastradas por un crecimiento débil alimentado y protegido por la política financiera expansiva del Banco Central Europeo (BCE). Desde 2008, año en que estalló la crisis, cuatro socios de la zona euro han tenido que ser rescatados con la ayuda de un FMI que no intervenía en la política económica europea desde hacía casi 40 años.

Medidas como el corralito, asociado en la mente de cualquier ciudadano comunitario a turbulencias propias de países pobres, se aplicaron entonces y se mantienen todavía en Chipre y Grecia. Las tasas de paro se han disparado y han relegado -es el caso de España- a buena parte de una generación juvenil al extrarradio del mercado laboral. La virulencia de la crisis de deuda soberana se ha hecho también sentir en las democracias; se llevó por delante Gobiernos incompetentes, pero elegidos en las urnas, y situó en su lugar a equipos de tecnócratas.

¿Toda esta debacle puede achacarse a la moneda única o esta ha sido solo una parte del problema? Hay factores objetivos difíciles de pasar por alto. La imposibilidad de utilizar mecanismos como las devaluaciones de moneda por parte de los distintos Estados miembros ha privado a las economías europeas de un clásico instrumento con el que hacer frente a las crisis, al menos a corto plazo. A ello se unen las deficiencias estructurales de la zona euro y sus débiles cimientos, que han agravado problemas que otros países con moneda propia, como Reino Unido o Estados Unidos, han podido resolver con mayor celeridad.

Pero el euro ha tenido también consecuencias positivas en la economía: la progresiva contención de la inflación -tras la severa subida de precios que provocó el redondeo del euro-, el abaratamiento de los tipos de interés y, por tanto, de los créditos, y la desaparición del riesgo del tipo de cambio, entre otros. La caída del precio del dinero tuvo al tiempo un efecto destructivo por su papel en el nacimiento y desarrollo de la burbuja inmobiliaria, un fenómeno que en España potenció considerablemente el efecto de la crisis y arrastró consigo a miles de empresas y familias, además de dañar los balances de los bancos.

Los mercados han vivido todos estos cambios con importantes altibajos. El crecimiento de la inversión que trajo consigo el abaratamiento del crédito propició que el Ibex 35 se revalorizara de 2003 a 2007 un 150%. Una fiesta que se cortó bruscamente con la llegada de la crisis económica y la tormenta de deuda soberana, que se hizo sentir en el selectivo, el cual llegó a caer en 2008 casi un 40%. Ocho años después, y gracias a la mano firme del BCE y a su empeño por sostener el euro más que a las reformas de unos Gobiernos que, salvo excepciones, siguen siendo rígidas, mercados y miembros del euro se han recuperado, pero no han dejado atrás una convalecencia que no parece tener un pronto final.

Tras un 2016 de elevada volatilidad, en el que han tenido mucho que decir acontecimientos geopolíticos como el brexit en Reino Unido o la victoria de Donald Trump en EEUU, el Ibex 35 se ha quedado en el entorno de los 9.400 puntos, más o menos los mismos niveles con los que cerró 2015, lastrado por la situación del sector bancario, que supone un tercio del selectivo. Pese a que las previsiones para el ejercicio que viene son optimistas, gracias a la mejora del horizonte macroeconómico, el repunte de los resultados empresariales y el flujo de los fondos hacia la liquidez, la eurozona tiene todavía ante sí una batería de riesgos que pueden pesar en las decisiones de los inversores y en la propia recuperación. Las elecciones en Francia, Holanda y Alemania marcarán la agenda, pero también las rigideces estructurales que siguen aquejando a las economías comunitarias. Europa sigue prefiriendo fijar la vista en Fráncfort en lugar de mirar al futuro.

– El euro, la moneda que ensambla una Europa imperfecta y amenazada (La Vanguardia1/1/17)

La moneda única cumple quince años con tareas pendientes: falta unión política, fiscal y bancaria para afrontar los desafíos

El euro, la moneda única. La unión de la Unión. Puntal de un espacio económico imperfecto. Quince años después de su entrada en circulación, aún hay tareas pendientes y efectos indeseados. Lo saben los gobiernos, que trabajan por más cohesión. También los economistas, que piden que se siga avanzando para tapar las grietas.

En cualquier caso, el 1 de enero de 2002 se inauguraba una era. Una que estuvo a punto de cerrarse de forma prematura. "Se han vivido momentos de auténtico peligro de naufragio", dice Víctor Pou, profesor del IESE y antiguo consejero de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea en Bruselas. Es un análisis en el que coinciden todos los expertos. La crisis griega fue la gran amenaza, afirman.

Consiguió, pese a las dudas, sobrevivir. De hecho, el balance de estos quince años es positivo. Se habla de éxito. "Para ser alguien en el mundo necesitas poder financiero. A nivel global se han creado tres grandes zonas de influencia. La del dólar, la del euro y la del yuan", analiza Oscar Mascarilla, economista y director del máster en logística y comercio internacional de la UB.

El aniversario llega en un momento de profundo cuestionamiento de la unidad europea. La UE flaquea en todos sus frentes: crecimiento económico, gestión de la crisis de los refugiados, amenaza del terrorismo, auge de opciones populistas que la denostan… Ingredientes que dan alas a los críticos.

Defectos de fábrica

El euro no escapa a la crítica. Pero las dudas no son nada nuevo: nació con defectos de fábrica. En su origen, Robert Mundell, ideólogo del euro, hablaba de una serie de criterios que se debían cumplir para que funcionara a la perfección: unión fiscal, riesgos compartidos, políticas únicas y movilidad interna de personas y capital.

Mascarilla dice que hoy por hoy sólo se cumple uno, el del mercado común. "No se comparten las mismas políticas", mientras unos siguen con medidas de austeridad otros ya relajan el gasto. "Tenemos que compartir el mismo traje", repite.

"Al crearse se hizo con dos carencias: la unión fiscal y bancaria y contar con un presupuesto realmente europeo", expone Xavier Ferrer, vicepresidente de la comisión de Economía Internacional y Unión Europea del Collegi d"Economistes de Catalunya. Así, señala que en Estados Unidos "el presidente maneja el 35% del PIB en los presupuestos. La UE apenas el 3% y la mayor parte va a ayudas a la agricultura y fondos estructurales".

En esos puntos de flaqueza todo se remite a una lucha de poder. Francia y Alemania fueron los grandes impulsores de la moneda única. El primero no quiso ceder control político. Alemania no quiso hacer lo propio en el terreno económico. Se gestó una zona euro sin unión política, ni fiscal, ni económica, ni bancaria. Algo que se ha ido arrastrando hasta nuestros días. "Cada país ha ido por su cuenta", resume Pou. "Esto a Alemania le puede ir bien, a España no", sostiene Mascarilla.

Las tareas pendientes dan para una lista. "No hay un banco central prestamista de última instancia. No hay eurobonos. No hay deuda mutualizada -garantizada por todos los estados en su conjunto, no por uno-", aporta Pou. "Falta coordinación fiscal, no puede ser que Irlanda tenga impuestos diferentes", añade Ferrer. "Se debe avanzar hacia la armonización fiscal", incide Mascarilla.

La unión política, la clave del euro

Por encima de todo, falta unión política. Que Juncker y los suyos tengan más poder. "Más Unión, menos Estado-nación. Menos España, más Europa", resume Mascarilla. Europa camina hacia dos niveles: uno superior, en el que un gobierno europeo guíe al continente, y otro inferior, en el que los gobiernos locales -como la Generalitat- estén más por las necesidades de los ciudadanos. Desaparecen los términos medios.

"Los fallos del mercado son europeos, por lo tanto las reglas del juego se deben hacer en Europa", sostiene. "Madrid ya ha cedido mucho hacia las autonomías y hacia Europa. Básicamente se trata de desmantelar lo poco que le queda a Madrid -o a París, Berlín, Roma-, porque desaparece su razón de ser". "Hay reticencias, pero no hay otra solución", asevera. Ferrer abunda: "falta voluntad de cesión de soberanía". Que Europa funcione como un Estado, propone.

Hasta ahora, el "cada uno por su lado" ha creado la Europa a dos velocidades. "Se ha consagrado la hegemonía alemana y el desgarro norte-sur, centro-periferia, como se quiera llamar", dice Pou. Los países afrontaron la crisis con recetas diferentes. La austeridad aún golpea Grecia. Alemania no quiere gastar su superávit. España no acaba de decidirse por aumentar el gasto. Realidades diferentes en una zona euro que debería ir al unísono.

Otro efecto de la falta de no "ir a una" ha sido que para esquivar la recesión países como España han devaluado salarios para ser más competitivos. No controlan la moneda, por lo que no pueden devaluarla. "Cuando un país entra en crisis, la receta suele ser devaluar. Rápidamente sales de la UCI. Pero jugar con la moneda es pan para hoy y hambre para mañana, ahora lo único que sirve es hacerlo bien, no valen estas artimañas", repasa Mascarilla.

Pou también cree que no devaluar es una obligación a mejorar. "Es el camino que conduce a una economía moderna. Para ganar competitividad la clave es hacer reformas, el euro te obliga".

Le Pen y la refundación, las amenazas que vienen

2017 es año electoral en el continente. Pasarán por las urnas Francia, Alemania y Holanda. ¿En qué afecta al euro? Hay un "efecto dominó" que lo amenaza. Marine Le Pen podría llegar al Elíseo. Si eso ocurre, "no habrá análisis, saldrán del euro. Si cuestionan la moneda, los mercados van a pedir más garantías. Nos jugamos más que una decisión política", dice con preocupación Ferrer.

Aunque las opciones populistas ganen enteros, Mascarilla le quita hierro. "El pueblo europeo es uno de los más razonables. La gente sabe qué implicaciones tiene". Para no titubear pide "un bloque europeo muy potente liderado por Alemania, que nos haga ser muy competitivos a nivel mundial para que el euro sea fuerte. Caso contrario, quedará relegado a ser la periferia del mundo".

Además de la incertidumbre electoral, puede revivir un fantasma del pasado como es Grecia, en un momento en el que la renegociación de su deuda se ha visto frenada en seco. ¿Hay amenaza de Grexit? "Tsipras no quiere salir del euro", zanja Pou.

Para él, todo va más lejos. Europa necesita revisar sus bases. Casi una refundación. Lo analiza en su próximo libro, ¿Hacia la deconstrucción de la Unión Europea? La Europa del futuro (ed. Milenio). A nivel interno, habla de crisis institucional, porque los que deberían mandar no lo hacen; de relato, porque se cuestiona la narrativa de las instituciones comunitarias; y de liderazgo, ya que Juncker no dirige tanto como debería. De nuevo, falta unión política.

De cara al exterior, quedan frentes por atajar: refugiados, Brexit, el terrorismo yihadista, la influencia de la Rusia de Putin… No son económicos, pero la estabilidad del euro está a su merced. Habrá que confiar en la voluntad y el buen hacer político.

– El euro cumple 15 años: un aniversario agridulce para la moneda común europea (BBCMundo – 6/1/17)

Nadie puede culpar a la Unión Europea de no haber hecho demasiado alboroto en torno al aniversario número 15 del lanzamiento del euro, que pasó sin pena ni gloria esta semana.

Al fin y al cabo, durante cerca de la mitad de ese periodo, la moneda única europea ha estado involucrada en crisis sucesivas, que en muchos momentos han llevado a que se ponga en duda la supervivencia misma del proyecto de unión monetaria.

Un panorama muy distinto al que se imaginaron sus creadores el 1 de enero de 2002, cuando con bombos y platillos entraban en circulación de los nuevos billetes y monedas a lo largo del continente europeo.

Desde entonces, las noticias de la integración económica europea han tendido a concentrarse más en sus limitaciones que en sus logros.

Una realidad cotidiana

Tampoco es que sus logros sean despreciables.

El euro se ha convertido en parte de la cotidianidad para cerca de 338 millones de europeos, en 19 países que lo adoptaron como moneda nacional.

Sus creadores aspiraban a que se convirtiera en un rival del dólar, una moneda de alcance global. Y hasta cierto punto lo han logrado.

Es la segunda moneda más transada, y se emplea en el 33% de las transacciones diarias en todo el mundo.

Y aproximadamente 40% de la deuda corporativa y pública del mundo está denominada en euros, un porcentaje similar al del dólar.

Apoyo

En Europa misma, la moneda común goza de un sorprendente nivel de apoyo, teniendo en cuenta la tormentosa década y media que ha tenido.

Una encuesta de la Comisión Europea de octubre pasado entre 17.500 habitantes de le eurozona indicaba que 56% de los consultados lo consideran "una buena cosa" para sus países, un apoyo que aumenta al 68% entre las personas más jóvenes, de entre 15 y 24 años de edad.

El euro, para muchos de ellos, es un símbolo de modernidad, de haber entrado a un club de naciones desarrolladas.

Y es una moneda que no ha generado mucha inflación, un fenómeno que muchos europeos recuerdan con pánico de épocas oscuras de su historia.

En su sitio web, la Unión Europea asegura que la moneda única hace más eficiente el comercio en el bloque, genera comodidad para los viajeros entre país y país, y además "actúa como un símbolo tangible de identidad europea".

Ruptura política

Pero es en esta última categoría, en su papel como símbolo de unidad política, que el euro enfrenta muchas de sus críticas más agudas.

Pues sus opositores alegan que más que encarnar la unidad continental, el euro ha ayudado a socavarla.

Particularmente por la crisis desatada en los últimos años en Grecia.

En los momentos más acentuados de esta crisis, en 2015, parecía inminente la salida de Grecia de la moneda común, agobiada por su enorme deuda pública y su incapacidad para manejar de modo autónomo su política monetaria.

Para muchos griegos, su participación en el experimento de la moneda única se convirtió en una relación de dependencia económica frente a Alemania, la potencia económica dominante en la eurozona.

Por lo que la crisis monetaria terminó alimentando sentimientos nacionalistas, tanto en Grecia como en Alemania.

Y no ayudó en nada a fortalecer el alicaído sentimiento de solidaridad europea.

Buena parte de los escépticos frente al euro llevan años repitiendo su crítica básica: la integración monetaria europea no funciona sin una integración fiscal más profunda, en la que un gobierno federal ayuda con gasto público a las regiones que se vean afectadas por recesiones.

Así funciona la economía estadounidense, unida por el dólar pero también por el gasto público ordenado desde Washington que se esparce a lo largo de todos los estados.

En cambio, ante la ausencia de una voluntad política entre los contribuyentes europeos de que el dinero de sus impuestos sea usado así para rescatar a países vecinos, los escépticos siguen dudando que el experimento del euro pueda tener un futuro estable.

El balance

Entonces, ¿cuál es el balance de estos quince años? ¿Hay motivos para celebrar?

"Depende de a quién le preguntes", asegura a BBC Mundo Jonathan Zatlin, profesor de la Universidad de Boston y experto en historia de la integración monetaria europea.

"Ha sido muy bueno para los países del norte, como los alemanes, por ejemplo. Pero si vives en España, Portugal o Italia, ha habido muchos problemas. Y en Grecia han sufrido enormemente debido a la manera como el euro fue implementado", señala Zatlin.

"En mi opinión es bueno desde un punto de vista político cada vez que alguien rompe barreras. Pero desde un punto de vista económico, el proyecto del euro tal como se planteó no tenía ningún sentido", insiste.

Sobreviviendo

Zatlin asegura que muchas de las limitaciones del euro habían sido pronosticadas con exactitud desde la década de 1960 por las autoridades monetarias alemanas.

"Otros problemas que ocurrieron desde entonces fueron más inesperados, como el papel que jugó el euro en hacer que los bancos alemanes concedieran préstamos millonarios a Grecia. La gente pensó que iba a haber una bonanza, que tenía poco sustento en la producción real. Eso no iba a durar mucho", alega el experto.

Si los primeros quince años de la moneda fueron difíciles, los siguientes se perfilan todavía más complejos.

Zatlin no se aventura a pronosticar qué pasará entonces.

"Me sorprende que bajo la increíble presión que trajo la crisis griega, el euro siga resistiendo. De alguna manera me parece esperanzador, pero también me deja perplejo que no se haya desintegrado todavía", concluye Zatlin.

– El ascenso del populismo acecha al euro (The Wall Street Journal – 2/12/16)

(Por Greg Ip)

El euro ha sobrevivido a la cesación de pagos de países, recesiones, crisis bancarias y rescates. Pero quizás no sobreviva al populismo.

En el próximo año, se llevarán a cabo al menos cinco elecciones o referendos en la zona euro que podrían llevar a un partido populista, euroescéptico al poder. Para efectos prácticos, la divisa común está a punto de jugar varias rondas de ruleta rusa.

La amenaza populista es cualitativamente diferente a la crisis financiera que se desató en Grecia en 2009 y que posteriormente atrapó a media región. En ese caso, lo que preocupaba a los inversionistas privados era que un país, o sus bancos, se declararan en cesación de pagos y se vieran forzados a dejar el euro. Los inversionistas emprendieron la desbandada, disparando las tasas de interés y arrastrando al continente a la recesión.

El Banco Central Europeo puso fin a ese pánico prometiendo que no dejaría que ningún país fuera obligado a salir del euro. En cambio, la amenaza actual es que un país elija dejar el euro. "Es difícil imaginar cómo el BCE podría combatir a un gobierno francés que decida convocar a un referendo sobre (la permanencia) en el euro", dice Andrew Balls, quien supervisa la estrategia de bonos de Pacific Investment Management Co.

La primera prueba comienza el domingo, cuando los italianos votarán por una nueva constitución y los austriacos elegirán a un nuevo presidente. Dependiendo de los resultados, eso abriría el camino para nuevas elecciones que podrían llevar al partido inconformista Movimiento 5 Estrellas al poder en Italia o al ultraderechista Partido de la Libertad de Austria. El próximo año, Francia, Alemania y Holanda llevarán a cabo elecciones nacionales.

El mayor riesgo es que Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, que se opone al euro, sea elegida presidenta de Francia. No se cree que Le Pen supere en la segunda vuelta al candidato republicano François Fillon, e incluso si lo logra, su partido no controlaría el parlamento. De hecho, pocos de los partidos populistas de Europa Occidental son lo suficientemente fuertes como para gobernar por sí solos.

No obstante, el viento empieza a soplar a su favor. Los británicos votaron para salir de la Unión Europea y los estadounidenses eligieron presidente a Donald Trump, aunque por razones que quizás no resuenen en el continente. Sin embargo, el hecho de que los votantes británicos y estadounidenses hayan desafiado a los poderes tradicionales y no hayan pagado el precio económico que se predecía, reduce el estigma para los europeos que estén pensando en votar en contra de los partidos tradicionales. Además, estos están perdiendo un importante aliado: Barack Obama, quien ha sido un partidario de la Unión Europea y el euro. Trump y los partidos antieuro de Europa, en cambio, son más afines.

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No se debe subestimar la durabilidad del euro. Pese a toda la miseria que ha generado, las encuestas muestran que mayorías sólidas en cada país miembro desean mantenerlo. De hecho, el euro es mucho más popular que los populistas que desean acabar con él. Alternativa para Alemania comenzó como un partido antieuro, pero se hundió en las encuestas hasta que un flujo de refugiados de Medio Oriente elevó su atractivo entre los que se oponen a la inmigración.

A sabiendas de esto, los populistas podrían suavizar su oposición a la moneda común a medida que se acerquen al poder. El Frente Nacional, por ejemplo, podría diluir su euro escepticismo cuando publique su plataforma para 2017.

Incluso si los populistas no logran tomar el control de la legislatura, la expansión de su presencia amenaza el futuro de la divisa común. Si Le Pen se acerca a la presidencia en la primera vuelta en abril, los inversionistas podrían salir en desbandada de la deuda francesa por temor a que se redenomine en francos.

En ese punto, las opciones del BCE son limitadas. Actualmente compra cerca de 14.000 millones de euros de deuda francesa al mes, como parte de un programa más amplio de compra de bonos para estimular el crecimiento. Eso es ligeramente menor que lo que Francia debe tomar prestado para financiar su déficit y refinanciar la deuda que se vence pronto. El BCE podría orientar más de sus compras de bonos a Francia, pero no puede comprar suficiente como para absorber una venta generalizada.

El BCE y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, el fondo de rescate de la región, pueden apoyar explícitamente la deuda francesa sólo si el país acepta cambios de política dictados por la Comisión Europea. "Por supuesto, Le Pen nunca haría eso", dice Mujtaba Rahman, de Eurasia Group, una firma consultora de riesgo político.

Por lo tanto, el siempre presente riesgo de un gobierno populista podría sacudir los mercados y socavar la aún frágil recuperación. Los partidos tradicionales, amenazados por la derecha euroescéptica, a su vez serán reacios a aceptar los cambios necesarios para resolver las fallas estructurales del euro, como un presupuesto común más amplio, seguro de depósitos o garantías de deuda. El euro podría sobrevivir al próximo año, pero la próxima década se ve mucho menos prometedora.

– Italia supone una gran amenaza para el euro y para la Unión Europea (Expansión – FT – 13/12/16)

(Por Wolfgang Münchau – Financial Times)

La incapacidad de distinguir lo probable de lo deseable ha sido la tragedia de 2016.

Esto es especialmente evidente en el debate sobre el futuro de Italia en la eurozona. Los optimistas dicen que podrá salir del paso y que los poderes establecidos siempre podrán modificar el sistema electoral para evitar la victoria de un partido extremista.

¿De verdad? No lo creo. A finales de noviembre, la diferencia económica entre Alemania e Italia era mayor que en el apogeo de la crisis en 2012. El superávit de Alemania era de 754.000 millones de euros, mientras que el déficit de Italia era de 359.000 millones. La mayor parte de la diferencia se debe a una salida en silencio de capital de los bancos.

La falta de sostenibilidad no implica necesariamente la salida del euro. Puede que la voluntad política se imponga a las necesidades económicas o que lo insostenible llegue a ser sostenible. Pero para que suceda esto e Italia permanezca en el euro tendría que cumplirse al menos una de las cinco condiciones siguientes.

1. La diferencia entre Italia y Alemania tendría que disminuir considerablemente. Para ello Italia tendría que llevar a cabo reformas económicas, reducir los impuestos e invertir en tecnologías que aumenten la productividad. Alemania tendría que tener un mayor déficit fiscal.

2. Los países del norte de Europa tendrían que aceptar grandes transferencias fiscales al sur.

3. La UE tendría que crear un organismo con facultades para subir los impuestos con el fin de transferir ingresos de los países de renta alta a los de renta baja.

4. El BCE tendría que financiar las deudas pública y privada italianas indefinidamente.

5. El gobierno de Italia tendría que apoyar siempre la permanencia en el euro.

El problema es que es extremadamente improbable que alguna se cumpla. Las reformas económicas de Matteo Renzi han sido insignificantes y ahora no hay un gobierno reformista a la vista. Y no creo que Alemania rescate a la eurozona ni que algún país del norte acepte grandes transferencias fiscales o una unión política.

Por otra parte, el plan de relajación cuantitativa del BCE no será suficiente para financiar al país de forma indefinida, especialmente porque su magnitud es pequeña en relación con la deuda italiana.

Además, de los tres grandes partidos italianos, sólo el de Renzi está a favor del euro. Aunque puede que resurja y gane las próximas elecciones, no podrá permanecer indefinidamente en el poder. Llegará un día en que Italia estará dirigida por un partido que esté a favor de salir del euro.

Si Italia quiere quedarse en el euro, tendrá que advertir a Alemania y a los otros países del norte de Europa que la eurozona se encuentra en una senda de autodestrucción a menos que haya un cambio de parámetros y que tendrán que elegir entre la unión política o la salida de Italia del euro. Esto último daría lugar al mayor impago de la historia y el sistema bancario alemán podría hundirse.

– ¿Existen alternativas al euro? Ni lo sueñen (Vozpópuli – 6/1/17)

El euro no es un capricho, es una necesidad. El problema, sin embargo, no viene de su existencia en sí, sino de la dificultad para aunar las responsabilidades que exige. El euro es el mensajero.

(Por Manuel Alejandro Hidalgo)

Una moneda para gobernarlos a todos. Una moneda para integrarlos, una moneda para atraerlos a todos y atarlos en la estabilidad. O más o menos.

Como saben, esta semana nuestra moneda, el euro, ha cumplido quince años. Tantos ya, que parece que nunca hubiéramos estado sin ella. Durante estos tres largos e intensos lustros, los países de la moneda única han experimentado diversas situaciones como para poder comprobar qué efectos tiene la pérdida de la autonomía monetaria. Y no todas han sido positivas.

La Gran Recesión tensó de tal modo -aún sigue haciéndolo- a una parte de las economías del euro que irremediablemente florecieron dentro de ellas voces contrarias a la moneda única. Debido a estas experiencias, y a otras muchas, el euro está siendo altamente cuestionado. Críticas que recorren todo el espectro ideológico, desde la izquierda más radical a la derecha más reaccionaria. Por un lado, y para la izquierda más combativa, el euro es un tentáculo más del capital que subyuga a los oprimidos. Para otros, el euro es una expresión más de unas instituciones que atosigan y coartan la libertad de los ciudadanos. Para los más libertarios, es un ejemplo más de una moneda fiduciaria que bajo la intromisión de un banco central al uso, lima y reduce el valor de los ahorros de los nuevamente subyugados (ahorradores) europeos.

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