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Euro-visión. 15 años del Euro: ¿festejo o funeral? (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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El resultado es el de que el proceso de devaluación interna, como la llaman los economistas, está produciéndose muy lentamente. Los empleados han padecido reducciones de los salarios, pero los precios no han disminuido en el nivel correspondiente, por lo que su pérdida de poder adquisitivo es mayor de lo que debería ser. Asimismo, las economías no han recobrado la competitividad perdida, por lo que el empleo, en particular en el sector de bienes comerciales, es menor de lo que debería ser.

La austeridad y las reformas debían propiciar un reequilibrio en la zona del euro y así ha sido, al menos en lo que a equilibrios exteriores se refiere, pero, pese a los avances visibles en el frente de la exportación y unas reducciones de costos laborales apreciables, dicho reequilibrio es más que nada el resultado del mismo desplome de la demanda interna que está provocando el desempleo en gran escala.

En última instancia, tal vez todo el esfuerzo dé resultado, pero entretanto las sociedades pueden perder la paciencia, lo que debería bastar para acelerar una reevaluación. La cuestión no es la de si son necesarios el reequilibrio exterior y la consolidación fiscal, porque lo son, sino la de cómo lograr que sean política y socialmente sostenibles.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris). He currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a public policy advisory institution)

– ¿Debería salir Alemania del euro? (Project Syndicate – 23/4/13)

Múnich.- El verano pasado, el financiero George Soros instó a Alemania a que accediera a la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad y pidió a este país que "dirigiera o saliese". Ahora dice que, si sigue bloqueando la introducción de los eurobonos, Alemania debe salir del euro

Soros está jugando con fuego. Abandonar la zona del euro es precisamente lo que pide el partido recién fundado "Alternativa para Alemania", que cuenta con el apoyo de un amplio sector de la sociedad.

La hora de la verdad se acerca a gran velocidad. Chipre está casi fuera del euro, pues la prestación de asistencia en forma de liquidez de emergencia por parte del Banco Central Europeo aplazó el desplome de sus bancos, mientras que en las últimas elecciones generales italianas unos partidos euroescépticos, encabezados por Beppe Grillo y Silvio Berlusconi, obtuvieron entre los dos el 55 por ciento del voto popular.

Además, no es probable que los griegos y los españoles puedan soportar la presión de la austeridad económica durante mucho más tiempo, en vista de que su desempleo juvenil va camino de representar el 60 por ciento. El movimiento independentista de Cataluña ha cobrado tal impulso, que un destacado general español ha jurado que enviará tropas a Barcelona, en caso de que esa comunidad celebre un referéndum sobre la secesión.

También Francia tiene problemas de competitividad y no puede cumplir con sus compromisos conforme al Pacto fiscal de la Unión Europea. Portugal necesita un nuevo programa de rescate y también Eslovenia podría pedir pronto un rescate.

Muchos inversores repiten las afirmaciones de Soros. Quieren cortar y salir corriendo: descargar sus activos tóxicos sobre los rescatadores intergubernamentales, que deberían pagarlos con lo recaudado mediante las ventas de eurobonos, y colocar su dinero en refugios más seguros. Ya se está abusando del público en un intento de limpiar los títulos-basura y apoyar a bancos débiles, pues instituciones financiadas con cargo a los contribuyentes, como, por ejemplo, el BCE y los programas de rescate, han facilitado ya 1,2 billones de euros (1,6 billones de dólares) en crédito internacional.

Si Soros estuviera en lo cierto y Alemania tuviese que elegir entre los eurobonos y el euro, muchos alemanes preferirían sin lugar a dudas abandonar el euro. El nuevo partido político alemán obtendría mucho más apoyo y la opinión podría cambiar. El propio euro estaría en las últimas; al fin y al cabo, su misión principal era la de acabar con el predominio del Bundesbank en la política monetaria.

Pero Soros se equivoca. Para empezar, no existe un fundamento jurídico para su petición. El artículo 125 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea prohíbe expresamente la mutualización de la deuda.

Peor aún: Soros no reconoce la naturaleza real de los problemas de la zona del euro. La crisis financiera actual es simplemente un síntoma de la enfermedad subyacente de la unión monetaria: la pérdida de competitividad de sus miembros meridionales.

El euro brindó a esos países el acceso a un crédito barato, que se utilizó para financiar incrementos salariales no respaldados por aumentos de la productividad. La consecuencia de ello fue un aumento repentino de los precios y unos enormes déficits exteriores.

Mantener los excesivos precios e ingresos nominales de esos países con un crédito artificialmente barato y garantizado por otros países sólo serviría para volver permanente la pérdida de competitividad. El afianzamiento de relaciones de deudores y acreedores entre los Estados de la zona del euro alimentaría la tensión política, como ocurrió en los Estados Unidos en sus primeros decenios.

Para recuperar la competitividad, los países meridionales tendrán que reducir los precios de sus productos, mientras que los países septentrionales tendrán que aceptar una inflación mayor. Sin embargo, los eurobonos impedirían precisamente ese resultado, porque sólo se pueden aumentar los precios relativos del Norte, si los ahorradores norteños invierten su capital en su país, en lugar de verlo escoltado públicamente hasta el Sur por garantías crediticias financiadas por los contribuyentes.

Según un estudio de Goldman Sachs, países como Grecia, Portugal y España tendrán que pasar a ser entre el 20 y el 30 por ciento más baratos y los precios alemanes habrán de aumentar un 20 por ciento respecto de la media de la zona del euro. Desde luego, si Alemania abandonara la moneda común, el camino de regreso a la competitividad sería más fácil para los países meridionales, ya que el euro restante experimentaría una devaluación; sin embargo, el problema fundamental de los países en crisis seguiría existiendo mientras los otros países competitivos permanecieran en la zona del euro. España, por ejemplo, tendría que reducir aún más sus precios -entre el 22 por ciento y el 24 por ciento- respecto de la nueva media de la zona del euro.

Desde esa perspectiva, los países en crisis no se librarían de una dolorosa racionalización del gasto mientras permanecieran en una unión monetaria de la que forman parte países competitivos. La única forma de evitarlo sería que salieran del euro y devaluaran sus nuevas monedas, pero hasta ahora no han estado dispuestos a seguir esa vía.

Políticamente, sería un gran error que Alemania saliera del euro, porque con ello se restablecería la línea del Rhin como frontera entre Francia y Alemania. La reconciliación francoalemana, el mayor éxito del período de la posguerra en Europa, estaría en peligro.

Así, pues, la única opción que queda, por desagradable que pueda ser para algunos países, es la de endurecer las restricciones presupuestarias en la zona del euro. Después de unos años de dinero fácil, se debe encontrar una vía de regreso a la realidad. Si un país está en quiebra, debe hacer saber a sus acreedores que no puede saldar sus deudas y los especuladores deben aceptar la responsabilidad por sus decisiones y dejar de clamar por el dinero de los contribuyentes cuando sus inversiones dan malos resultados.

(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, was President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)

– Europa, asfixiada por el euro (Project Syndicate – 5/4/13)

Mannheim.- La Unión Europea mantiene una política de salvar al euro a toda costa, que es suficiente para garantizar la supervivencia de la moneda común. Pero, ¿es este objetivo motivo suficiente para sacrificar la competitividad de la eurozona y, en definitiva, la solidaridad europea?

Después de todo, Europa obtuvo libre comercio, mayor competitividad y aumento de la riqueza como consecuencia de la creación del mercado común en 1992, no de la introducción del euro, siete años después. Lo cierto es que desde el punto de vista político y económico, la unión monetaria se ha convertido en una pesadilla, plagada de recesión, niveles de desempleo nunca antes vistos, agitación social y una creciente desconfianza entre los estados miembros.

Pero aunque políticos y economistas ya se están quedando sin argumentos para defender al euro, pocos se atreven a poner en duda la estructura fundamental que lo sostiene, por no hablar de proponer alternativas. Para salir de la crisis, los líderes de la UE deben reconocer las deficiencias del marco unidimensional en el que se basa la eurozona y desarrollar un sistema más adecuado para el manejo de una unión monetaria multifacética.

El exceso de centralización y armonización perjudica seriamente la subsidiariedad y la competencia que el buen funcionamiento de las economías de Europa requiere, ya que la socialización de las deudas atenta contra la responsabilidad de las economías más débiles. Además, para reducir la divergencia de competitividad (un paso fundamental para salvar al euro) no bastaría aumentar la productividad de las economías más débiles, sino que las economías fuertes como Alemania también deberían volverse menos eficientes, y esto disminuiría la competitividad general de Europa respecto del resto del mundo.

Al mismo tiempo, la crisis del euro alienta sospechas, antagonismos y nuevas divisiones en la eurozona. Las relaciones franco-alemanas, que alguna vez fueron la piedra basal de la integración europea, atraviesan el peor momento en décadas. Y los jóvenes desempleados en Grecia, Portugal y España protestan constantemente contra los "dictados de Alemania".

En tanto, entre los 17 miembros de la eurozona y los otros diez países que integran la Unión Europea se está abriendo un abismo cada vez más grande. En particular, el Reino Unido pretende renegociar las condiciones de pertenencia a la UE, con un referendo cuyo resultado puede determinar su total abandono del grupo.

La historia nos enseña que obligar a naciones y estados distintos a unirse en torno de una misma idea (sea el comunismo en la Unión Soviética, el socialismo en Yugoslavia o la moneda común en la eurozona) genera fuerzas centrífugas que pueden provocar el derrumbe de esa unión. Una integración unívoca que no haga diferencias entre las partes es, sencillamente, insostenible.

Además, la eurozona no solo está repitiendo errores ajenos, sino también los suyos propios. Aunque 25 de los 27 estados de la UE suscribieron un "pacto presupuestario" que debería imponer disciplina fiscal entre los países miembros, nada garantiza que no vayan a incumplir sus reglas, así como no cumplieron las del Tratado de Maastricht.

Del mismo modo, aunque seguir una política monetaria unificada contribuyó al endeudamiento excesivo de Grecia y a la formación de la burbuja inmobiliaria en España, los líderes de la eurozona no han dejado de procurar un reajuste de los tipos de interés, por ejemplo, mediante la imposición de "recortes" a los acreedores de Grecia, esto es, la cancelación de parte del capital adeudado. Pero estas medidas no pueden ser muy eficaces sin devaluación externa, algo que no es posible dentro de los confines de una unión monetaria.

Aunque los socios de Grecia en la eurozona pueden seguir sosteniéndola así durante décadas, e incluso rescatar a España, es indudable que si tuvieran que soportar el peso de una economía de mayor tamaño, el sistema se derrumbaría. Y un serio riesgo ya se cierne sobre una de esas economías: Francia.

En 2011, el cociente entre deuda nueva y PIB de Francia era tres veces superior al de Alemania, y el sector público equivalía a más del 56% del ingreso nacional. En la actualidad, el 9% de los ciudadanos franceses trabajan para el Estado (en Alemania son el 5%). Y el desempleo se mantiene por encima del 10%, con cifras de desempleo juvenil mucho mayores, de alrededor del 25%.

Si bien algunas de las empresas más grandes de Francia (como Michelin, LVMH y Air Liquide) todavía son exitosas, no pueden compensar la falta de una base sólida de pequeñas y medianas empresas que aqueja a la economía, lo que provoca un deterioro de la competitividad de Francia. De hecho, en el Índice de Competitividad Global que elabora el Foro Económico Mundial, Francia cayó desde el 18.° lugar que ocupaba el año pasado hasta el 21.er lugar este año (Alemania fue sexta los dos años).

Las últimas medidas del gobierno del presidente François Hollande (entre ellas, aumentar el salario mínimo y los impuestos corporativos y disminuir la edad jubilatoria de algunos trabajadores) amenazan con agravar la situación. En estas circunstancias, que el año pasado Moody haya rebajado la calificación crediticia de Francia no es extraño.

Pero, lo mismo que los países en dificultades del sur de Europa, Francia no tiene muchas opciones. Los programas de austeridad fueron en gran medida contraproducentes, al generar círculos viciosos de crecimiento lento o nulo, cierres de empresas, desempleo rampante y deterioro de la base impositiva. Como consecuencia, a los países de la eurozona con situación fiscal sólida se les pide una y otra vez que pongan en riesgo sus políticas prudentes para financiar rescates que no se terminan nunca.

La situación es insostenible. Los líderes europeos deben procurar una segmentación controlada de la eurozona, por la cual los países más competitivos (Austria, Finlandia, Alemania y los Países Bajos) adoptarían una nueva moneda, el "euro del norte". La nueva unión monetaria funcionaría según el Tratado de Maastricht original, con un banco central verdaderamente independiente encargado de regular el tipo de cambio del euro del norte respecto del euro original (moneda que conservarían los países menos competitivos).

El euro original tendría un tipo de cambio más bajo que estimularía la recuperación del crecimiento económico, la creación de empleo y la formación de una base impositiva más sólida en los países del sur de Europa. En un primer momento y para facilitar la reducción de la deuda, los bonistas deberían aceptar otro recorte. Los países que adopten el euro del norte también deberían hacer por única vez una contribución a estas medidas de desendeudamiento. Se implementaría un sistema flexible de pertenencia, por el cual aquellos países cuya situación económica y fiscal se vuelva suficientemente sólida podrán unirse al grupo del euro del norte.

Es necesario que los líderes europeos dejen de imponer las mismas políticas a países que son sumamente diferentes, como si la eurozona fuera una entidad homogénea. El sistema del euro se debe adaptar a las realidades fiscales y económicas actuales, y no al revés.

(Hans-Olaf Henkel, a former president of the Federation of German Industries, is Honorary Professor of Economics at the University of Mannheim)

– Alemania contra el euro (Project Syndicate – 20/6/13)

Berlín.- Por lo general, se demanda a personas o instituciones ante la Justicia cuando las cosas salen mal y de ello se sigue una pelea sobre quién es el responsable de los daños. Así, pues, la vista del Tribunal Constitucional alemán celebrada los días 11 y 12 de junio para examinar la legalidad del programa de las llamadas operaciones monetarias de contraventa del Banco Central Europeo fue peculiar. Aquí tenemos una pelea en relación con la medida de política monetaria más lograda de los últimos decenios… no sólo en Europa, sino en cualquier sitio.

El anuncio en julio de 2012 del plan de operaciones monetarias de compraventa redujo los tipos de interés tanto para las empresas como para los gobiernos y devolvió capital privado muy necesario a países afectados por la crisis, con lo que ayudó a mitigar el golpe de la profunda recesión que padece la periferia de Europa. También le devolvió el más escaso de los activos: la confianza en la viabilidad de la economía de la zona del euro y su moneda, el euro.

Lo mejor de todo fue que ninguno de esos logros ha costado un solo euro. Lo único que hizo falta fue una simple declaración del Presidente del BCE, Mario Draghi, y su Junta de Gobernadores, en el sentido de que haría "todo lo que (fuera) necesario" para comprar la deuda soberana de los miembros de la zona del euro, con la condición de que cumpliesen unas condiciones fiscales rigurosas. Ningún país ha pedido ayuda hasta ahora.

Pero, si bien las repercusiones positivas del programa de operaciones monetarias de compraventa son una prueba de su éxito, ha recibido ataques feroces del público, los partidos políticos y los economistas alemanes. Una encuesta de opinión reciente muestra que sólo una tercera parte de los alemanes es partidaria de ese plan, mientras que la mayoría se opone a él y ahora se pide al Tribunal Constitucional que lo revoque.

¿Por qué habría de desear alguien -y, en particular, un europeo- acabar con un programa que hasta ahora ha contribuido a salvar la moneda común?

Los oponentes alemanes del plan de operaciones monetarias de compraventa afirman que es inconstitucional porque no es una política monetaria, sino una política fiscal encaminada a financiar a Estados insolventes y letárgicos de la zona del euro. Sostienen que el de rescatar el euro o prevenir que algunos países salgan de la unión monetaria no es un cometido del BCE.

Esas quejas son tanto más peculiares cuanto que Alemania es una importante beneficiaria del anuncio de las operaciones monetarias de compraventa: sus riesgos financieros directos, gracias a los saldos del sistema Target2 y a las cifras del balance del BCE, se han reducido, pese a la recesión de la zona del euro.

En vista de esos beneficios, parece masoquista por parte de los alemanes oponerse a la estrategia del BCE. Así, pues hemos de preguntarnos de nuevo por qué hay tanta resistencia a ella en Alemania.

Una parte de la respuesta estriba en la marcada tendencia de Alemania a la Ordnungspolitik o "política de estabilidad", que casi siempre concede prelación a las normas sobre la discrecionalidad. El éxito puede significar fracaso, si se logra con instrumentos dudosos.

Otra razón es la de que los alemanes están hartos de ser el chivo expiatorio de Europa: se los acusa de ser los culpables de los males de sus vecinos, al tiempo que se les pide que corran riesgos y brinden generosas transferencias financieras.

De hecho, entre algunos de los miembros de la minoría intelectual selecta de Alemania, la desconfianza de Europa y de sus instituciones es tan profunda, que se sospecha que cualquier nueva política europea es una conjura para obtener dinero alemán.

Esa opinión está ganando terreno también políticamente, con un nuevo partido explícitamente antieuro, Alternativa para Alemania, en rápido ascenso. Además, un número cada vez mayor de alemanes, a las claras o en secreto, quiere recuperar el marco alemán.

El problema es que podrían conseguir lo que desean. Si el Tribunal Constitucional alemán impone límites al programa de operaciones monetarias de compraventa, las consecuencias serían terribles, pues volverían ineficaz la garantía del BCE de hacer "todo lo que sea necesario".

No cabe duda de que los mercados financieros reaccionarían rápidamente y reavivarían los temores del verano pasado. Sin una institución normativa capacitada para dirigir, países como Italia y España volverían a encontrarse al borde de la insolvencia inducida por el pánico. El resultado sería una profunda depresión europea, que casi con toda seguridad arrastraría la economía alemana e invertiría el proceso de integración europea.

En realidad, no es probable que el Tribunal Constitucional alemán prohíba el programa de operaciones monetarias de compraventa, pero podría sentir la tentación de imponer algunos límites al BCE y con ello internar a Europa por una senda hacia una crisis más profunda y, aunque el Tribunal se abstenga de poner límites, el problema subyacente -la aversión alemana cada vez mayor a todo lo europeo- no desaparecerá.

Sólo hay una forma sensata de avanzar. Los socios europeos de Alemania, en particular Francia, deben persuadirla para que vuelva a colaborar con Europa y se haga cargo de su responsabilidad por la integración europea. La oposición de los dirigentes alemanes a toda propuesta de reforma institucional puede ser excusable ahora, cuando falta poco para las elecciones generales, que se celebrarán en septiembre, pero, una vez que el nuevo gobierno tome posesión, la constante negativa de Alemania a actuar para resolver los problemas de Europa sería enteramente indefendible.

(Marcel Fratzscher, a former senior manager at the European Central Bank, is President of the think tank DIW Berlin and Professor of Macroeconomics and Finance at Humboldt University, Berlin)

– La convalecencia del euro (Project Syndicate – 30/6/13)

París.- Hace un año la eurozona se encontraba en una situación muy delicada. Una serie de medidas (como la creación de un fondo de rescate, un tratado fiscal y la entrega de liquidez barata al sistema bancario) destinadas a impresionar a los mercados financieros no lograban su cometido. La crisis se había propagado desde la periferia monetaria de la unión a su centro. Los países del sur de Europa sufrían la liquidación de su deuda soberana y la fuga de capitales privados. Europa se fragmentaba en lo financiero y se especulaba cada vez más sobre su posible ruptura.

Entonces se emprendieron dos iniciativas importantes. En junio de 2012 los líderes de la eurozona anunciaron su intención de crear una unión bancaria europea, manifestando que era necesario apoyar las bases del euro con la transferencia de supervisión bancaria a una autoridad de nivel europeo.

Por primera vez desde el inicio de la crisis en Grecia, se reconocía oficialmente que la raíz del problema de la eurozona no era el desobedecimiento de reglas fiscales y que era necesario revisar los principios mismos que subyacían a la unión monetaria. La tarea por delante iba a ser necesariamente ambiciosa. En opinión de la mayoría de los observadores, para alcanzar el objetivo de los gobernantes de "romper el círculo vicioso entre bancos y países soberanos" se hacía necesaria una autoridad centralizadora para el rescate y resolución de la situación de los bancos.

La segunda iniciativa vino un mes más tarde. En declaraciones del 26 de julio, el Presidente del Presidente Central Mario Draghi anunció que el BCE haría "lo que sea necesario" para preservar el euro: "Créanme, será suficiente", señaló. El significado de esas palabras quedó claro con el anuncio subsiguiente del plan de "transacciones monetarias directas" (TMD) del BCE, en virtud del cual compraría bonos de soberanos de corto plazo emitidos por países que recibieran el apoyo condicional de los fondos de rescate europeos.

Ambas medidas tuvieron efectos inmediatos y profundos sobre los mercados financieros. A ojos de Wall Street, el euro daba pasos en dirección a convertirse en una moneda normal. Comenzó a amainar la agitación en los mercados de bonos.

¿Dónde nos encontramos un año más tarde? Primero, las dos iniciativas lograron condiciones de préstamo mucho mejores para los gobiernos de los países del sur de Europa (al menos hasta que el Presidente de la Junta de Reserva Federal, Ben Bernanke, creara nuevas olas de incertidumbre con sus declaraciones a mediados de junio de que Estados Unidos iría reduciendo más de tres años de la llamada flexibilización cuantitativa). Los capitales dejaron de huir del sur de Europa y bajaron los niveles de especulación.

En segundo lugar, durante el segundo semestre del año pasado se alcanzó un acuerdo para autorizar a que el BCE supervise el sector bancario. El nuevo régimen estará funcionando plenamente dentro de un año, lo cual no es un logro pequeño si se considera la complejidad de la tarea.

Tercero, se está en conversaciones para preparar los próximos pasos, en particular qué hacer con los bancos que han caído en la bancarrota y apoyar a los que se encuentran en dificultades. Hace poco los ministros acordaron un modelo de plan de acción.

Así que hay claros resultados positivos, pero sigue habiendo preguntas.

Un problema es de diseño: una unión bancaria es tan fuerte como su miembro más débil. Lo que les importa a los mercados no es lo que ocurre en épocas normales, ni siquiera lo que pasa cuando aumentan la incertidumbre y la volatilidad, sino los posibles escenarios en condiciones realmente adversas.

Para romper el círculo vicioso entre entidades soberanas y bancos en problemas, por el cual los rescates a los bancos agotan los recursos fiscales y elevan las probabilidades de que la próxima institución financiera que se encuentre en dificultades no pueda contar con apoyo estatal, es necesario asegurar que no se va a repetir ni siquiera en las circunstancias más extremas. Meramente "debilitarlo", como recomendaran hace poco algunos funcionarios europeos, podría terminar siendo profundamente insuficiente.

Hay dos maneras de eliminar este círculo vicioso. Una es excluir del todo los rescates bancarios: solo los acreedores han de pagar los errores de los banqueros. Este tipo de regla podría proteger a los gobiernos del riesgo bancario solamente si se aplica de manera sistemática, incluso a expensas de la estabilidad financiera. En pocas palabras, los gobiernos deberían estar preparados para dejar quebrar a los bancos.

La otra opción es mutualizar el costo de rescatar en el margen. Los estados podrían participar y aceptar pérdidas, pero todos los miembros de la eurozona tendrían que compartir los grandes riesgos.

Hoy Europa vacila entre estos dos enfoques. Francia no quiere descartar los rescates con fondos estatales, mientras que Alemania es reluctante a mutualizar los costes presupuestarios. Se está buscando un acuerdo de compromiso, pero debe pasar la prueba de la realidad. Lamentablemente, puede que el camino medio entre dos soluciones lógicamente consistentes no posea la misma consistencia lógica.

Entretanto, se ha ido socavando la credibilidad del arma atómica de Draghi. El milagro del TMD es que, desde que se anunciara hace ya un año, ha logrado el efecto deseado sin que haya sido necesario utilizarlo. Sin embargo, la fuerte oposición por parte del Bundesbank y muchos académicos alemanes ha generado dudas sobre si se usará alguna vez, y de qué manera.

Para defender su legalidad en las audiencias ante el Tribunal Constitucional alemán, el BCE mismo ha argumentado que el programa TMD es un instrumento menos potente de lo que muchos creen. Si bien el gobierno alemán ha sido enfático en señalar que el sistema judicial alemán no tiene competencias sobre la legalidad de los instrumentos del BCE, los mercados han tomado nota.

En unos cuantos meses se habrán cumplido cuatro años desde el inicio de la crisis en la eurozona, casi una eternidad si se lo mira desde estándares históricos. Se ha hecho mucho para superarla, pero es todavía muy temprano para dar la tarea por terminada ni cantar victoria.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris). He currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a public policy advisory institution)

– El euro como catalizador (Project Syndicate – 13/10/13)

París.- En 2000, poco después de la introducción del euro, escribí un libro en el que sostenía que los países que adoptaran la moneda común se verían obligados, de un modo u otro, a aplicar reformas estructurales. Diez años después, ¿dónde estamos?

Sorprendentemente, el primer país que llevó a cabo reformas fue Alemania. Gracias a un ambiente favorable a las empresas orientadas a la exportación y, en particular, a la disciplina salarial, Alemania empezó a tener superávits significativos de balanza de pagos. Esto resulta claro de manera espectacular actualmente y es lo que sostiene el crecimiento económico alemán junto con una de las menores tasas de desempleo en Europa.

La situación es notablemente distinta en otros miembros de la eurozona. Los "PIIGS" (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, por sus iniciales en inglés) se beneficiaron mucho del euro, gracias no sólo a la eliminación de las barreras al comercio relacionadas con las divisas, sino también a que sus tasas de interés súbitamente disminuyeron a niveles que habrían sido inconcebibles en las épocas anteriores al euro.

Además, dado que estos países ya no tenían limitaciones de cuenta corriente, pudieron gastar más allá de sus posibilidades sin ningún daño inmediato aparente a sus economías. Con el impulso artificial a su crecimiento económico, no tenían grandes incentivos para aplicar las reformas impopulares de la agenda de Lisboa de la Unión Europea.

Llegó entonces la crisis global. Durante estos tiempos difíciles (2007-2009), todo el mundo se alegró de la utilidad del euro y de la resistencia de la eurozona. Sin embargo, los problemas comenzaron a presentarse en el momento de salir de la crisis.

La magnitud de las deudas públicas, que se habían estado inflando en muchos países durante la crisis, junto con las crecientes diferencias de competitividad entre los Estados miembros, empezaron a preocupar a los mercados. Algunos inversionistas que dudaban de la sostenibilidad de las deudas públicas de algunos países comenzaron a inquietarse por la viabilidad del propio euro.

Las reacciones ante este peligroso impulso llegaron sin tardanza. A nivel europeo, ha habido una rápida e impresionante movilización de recursos. Además, el presidente de la UE, Herman van Rompuy, está preparando un marco para mejorar la vigilancia, la prevención y las decisiones. Como señaló proféticamente en sus memorias, hace 35 años, Jean Monnet, uno de los "padres fundadores" de la integración europea, "la construcción europea avanza durante las crisis, y será la suma de las soluciones que se encuentren para superarlas".

Nadie puede negar que actualmente se estén realizando reformas estructurales en todos los países de la eurozona que resultaron afectados por la crisis. Súbitamente, las reformas se convirtieron en une impérieuse obligation, por no decir -dadas las presiones de los mercados financieros- francamente en una cuestión de supervivencia.

Consideremos a Grecia, el miembro de la eurozona que está en la peor situación. Las reformas del mercado laboral, del sistema de pensiones y las que están en curso o previstas en muchos sectores y profesiones -y que generan enormes reservas para aumentar el crecimiento y, por lo tanto, la esperanza- reflejan un cambio profundo en la percepción del público sobre las necesidades a largo plazo del país. En efecto, a pesar del descontento social endémico, una gran mayoría de los griegos reconoce la necesidad de los cambios y no se opone a ellos.

Los euroescépticos dirán que no es el euro lo que ha catalizado las reformas, sino la crisis misma. Ciertamente el euro por sí solo no ha sido un detonador suficiente. Sin embargo, dadas las experiencias europeas pasadas, hay razones de peso para dudar que sin el euro la crisis hubiera podido genera el impulso necesario.

Antes del euro, un país que se enfrentaba a una crisis de las finanzas públicas caía irremediablemente en una secuencia predecible: devaluación de la moneda, seguida por una inflación que aliviaba la carga de la deuda pública. No pasaba mucho tiempo antes de que las cosas volvieran a la "normalidad" sin que se hubiera realizado alguna reforma importante. Después de todo, ¿cuántas crisis griegas prepararon el camino para la crisis griega actual?

Esta vez es necesario evitar la devaluación competitiva que los escépticos están pidiendo. Los miembros de la eurozona que se enfrentan a una pérdida de la competitividad ya no pueden darse el lujo de esquivar las reformas difíciles pero necesarias mediante una "solución instantánea" monetaria que transmita la carga a sus socios comerciales: como siempre, las políticas de empobrecer al vecino premian la laxitud y castigan la virtud.

En cuanto a las reformas estructurales que están en marcha o que se están planeando, la cuestión más importante no es sin son resultado del euro, de la crisis o de una combinación de los dos, sino si tendrán éxito. Es obvio que un fracaso tendría costos políticos enormes y los líderes se verán obligados a tomar todas las medidas necesarias para evitarlos. Ya han mostrado una notable determinación, lo que da motivos para confiar en que esta vez, en efecto, las cosas serán distintas.

(Edmond Alphandery, a former French finance minister, is Chairman of the Euro50 Group)

– La encrucijada de la zona del euro (Project Syndicate – 31/12/13)

París.- Al acercarnos a 2014, los mercados financieros están tranquilos y los políticos de Europa aliviados, pero los problemas fundamentales que han provocado la crisis del euro durante los cuatro últimos años persisten y ahora es el momento de abordarlos. Ésa es la tesis de dos importantes estudios recientes, uno del grupo bipartidista de economistas, juristas y especialistas en ciencia política alemanes llamado Glienicker Gruppe y el otro de Ashoka Mody, ex funcionario del Fondo Monetario Internacional, que ahora está en la Universidad de Princeton y el europeo centro de estudios Bruegel.

Sin embargo, aparte de la necesidad de actuar, los autores concuerdan en poco más. El grupo alemán sostiene que la supervivencia de la zona del euro requiere una unión política equipada con un presupuesto común. Mody dice que los planes federalistas de la Unión Europea llevan cinco decenios sin cumplirse y que la única forma de avanzar es la de abandonar las medidas encaminadas a perfeccionar las políticas nacionales establecidas en Bruselas y en su lugar perseguir una unión descentralizada.

Su premisa compartida es correcta: la complacencia respecto de la crisis del euro es desacertada, los remedios adoptados hasta ahora no son suficientes para garantizar una estabilidad duradera y se debe aprovechar el respiro actual para concebir la estructura permanente del bloque. Además, el advenimiento de un gobierno de coalición bipartidista en Alemania, junto con el nombramiento de una nueva Administración europea tras las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán en mayo, ofrece una oportunidad para examinar nuevas ideas.

La discrepancia de esos dos estudios es política, no económica. El Glienicker Gruppe sostiene que una unión monetaria estable requiere un mecanismo de transferencia para que contribuya a amortiguar las contracciones económicas graves y un gobierno legítimo para velar por que la democracia y el Estado de derecho prevalezcan en todo momento y en todos los países. Su tesis es la de que la UE ha superado el umbral de integración por debajo del cual los miembros de la UE podían actuar independientemente. El grado de interdependencia que ha creado el euro requiere instrumentos proporcionados para gestionar los bienes públicos comunes. Su idea es la de que la zona del euro no podría permitirse la existencia de un gobierno neofascista en un país miembro y que, para prevenir ese resultado, hacen falta a un tiempo zanahorias (mecanismos de transferencia) y garrotes (poderes supranacionales).

Mody conviene en que una unión política mejoraría el funcionamiento de la zona del euro, pero sostiene que no se establecerá, porque no existe un anhelo al respecto. Según dice, los planes grandiosos acabarán en un desastre, por lo que sería más sensato aceptar la realidad y sacar las conclusiones correctas de ella: Europa debe abandonar las medidas encaminadas a crear una federación. Además, debe deshacerse de su aparato de vigilancia tecnocrática, que carece tanto de legitimidad como de eficacia, y debe reconocer que, excepto en casos de emergencia, los burócratas internacionales no pueden dictar opciones soberanas.

El acuerdo que Mody propone es uno por el cual los Estados decidan por sí mismos qué política fiscal prefieren y, si llegan a ser insolventes, suspendan pagos; los bancos saben que la deuda pública entraña riesgo y actúan en consecuencia y los gobiernos obligan a los bancos a contraerse al negarse a respaldarlos y a socializar sus pérdidas. En una palabra, Europa debe emular a los Estados Unidos de finales del siglo XIX (o, tal vez más exactamente, el patrón oro de comienzos del siglo XX).

La solución de Mody es lógicamente coherente y parece atractiva, pero no está claro que aprobara la prueba de la realidad

En primer lugar, una suspensión de pagos de un importante soberano europeo sería una auténtica catástrofe financiera. La deuda actual del estado de California representa el uno por ciento, aproximadamente, del PIB de los Estados Unidos, mientras que la deuda de Italia representa el 18 por ciento del PIB de la zona del euro. La suspensión de pagos de California sería un acontecimiento secundario en los EEUU, mientras que en la zona del euro una suspensión de pagos italiana empobrecería en gran medida a los titulares de su deuda, lo que hundiría a varios bancos, y desencadenaría una peligrosa reacción en cadena.

Desde luego, los inversores, previendo semejante catástrofe, se abstendrían de conservar bonos italianos, lo que obligaría a Italia a reducir su deuda pública, pero eso ocurriría sólo a largo plazo. Entretanto, toda la zona del euro sería vulnerable, mientras que la propia transición a la nueva situación permanente de menor deuda contribuiría a las desdichas de Europa.

En segundo lugar, una unión del tipo imaginado por Mody podría no ser demasiado resistente. Privados de la asistencia de sus socios, los países miembros podrían optar por abandonar la Unión. De hecho, Grecia podría haberlo hecho ya, si no hubiera recibido una asistencia financiera en gran escala.

Así, pues, los dos estudios proponen modelos opuestos para el futuro de la zona del euro, ninguno de los cuales carece de riesgos. Si, como indican los dos, la preferencia de Europa por la vía del centro es equivocada y hay que optar por una u otra de las soluciones, habrá que afrontar un verdadero dilema.

Sería una razón más para aprovechar el respiro actual a fin de reflexionar profundamente, exponer las opciones y dar prueba de sinceridad sobre las preferencias y las consecuencias.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris). He currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a public policy advisory institution)

– La economía mundial en trasformación (Project Syndicate – 2/1/14)

(Por George Soros)

Nueva York.- Al tocar a su fin 2013, las medidas encaminadas a reavivar el crecimiento en las economías más influyentes del mundo, exceptuada la zona del euro, están surtiendo un efecto benéfico a escala mundial. Todos los problemas que se ciernen sobre la economía mundial son de carácter político.

Después de 25 años de estancamiento, el Japón está intentando reanimar su economía recurriendo a la relajación cuantitativa en una escala sin precedentes. Es un experimento peligroso: un crecimiento más rápido podría hacer subir los tipos de interés, con lo que los costos del servicio de la deuda resultarían insostenibles, pero el Primer Ministro, Shinzo Abe, ha preferido correr ese riesgo a condenar al Japón a una muerte lenta y, a juzgar por el entusiástico apoyo público, lo mismo se podría decir de los japoneses comunes y corrientes.

En cambio, la Unión Europea se dirige a la clase de estancamiento de larga duración del que el Japón ansía escapar. Es mucho lo que está en juego: los Estados-nación pueden sobrevivir a un decenio perdido o más, pero la UE, asociación incompleta de Estados-nación, podría resultar destruida con ello.

La concepción del euro, que siguió el modelo del Deutsche Mark, tiene un fallo fatal. Al crearse un banco central europeo sin un tesoro común, las deudas de los gobiernos están denominadas en una divisa que ningún país miembro controla, lo que les hace correr el riesgo de suspensión de pagos. A consecuencia de la quiebra financiera de 2008, varios países miembros quedaron excesivamente endeudados y las primas de riesgo convirtieron en permanente la división de la zona del euro en países deudores y acreedores.

Se podría haber corregido ese defecto substituyendo los bonos de los países particulares por eurobonos. Lamentablemente, la Canciller de Alemania, Angela Merkel, lo descartó, lo que constituyó un reflejo del cambio radical que han experimentado las actitudes de los alemanes para con la integración europea. Antes de la reunificación, Alemania era el motor principal de la integración; ahora los contribuyentes alemanes, abrumados por los costos de la reunificación, están decididos a evitar la posibilidad de convertirse en el bolsillo sin fondo de los deudores europeos.

Después de la quiebra financiera de 2008, Merkel insistió en que cada uno de los países debía hacerse cargo de sus entidades financieras y se debían pagar las deudas estatales por entero. Sin darse cuenta, Alemania está repitiendo el trágico error de Francia después de la primera guerra mundial. La insistencia en las reparaciones por parte del Primer Ministro francés, Aristide Briand, propició el ascenso de Hitler; las políticas de Angela Merkel están propiciando el desarrollo de movimientos extremistas en el resto de Europa.

Las actuales disposiciones que rigen el euro van a continuar, porque Alemania siempre hará lo mínimo imprescindible para preservar la moneda común y porque los mercados y las autoridades europeas castigarían a cualquier otro país que impugnara dichas disposiciones. Aun así, la fase aguda de la crisis financiera ya ha pasado. Las autoridades financieras europeas han reconocido tácitamente que la austeridad es contraproducente y han dejado de imponer restricciones fiscales suplementarias. Gracias a ello, los países deudores han disfrutado de un respiro y, aun sin perspectivas de crecimiento, los mercados financieros se han estabilizado.

Las crisis futuras tendrán un origen político. De hecho, resulta ya patente, porque la UE se ha encerrado en sí misma hasta tal punto, que no puede reaccionar adecuadamente ante las amenazas exteriores, ya se trate de la de Siria o la de Ucrania, pero la perspectiva dista de ser desesperada; la reaparición de una amenaza procedente de Rusia puede invertir la predominante tendencia a la desintegración europea.

A consecuencia de ello, la crisis ha transformado a la UE del "objeto fantástico" que inspiraba entusiasmo en algo radicalmente distinto. Lo que había de ser una asociación voluntaria de Estados iguales que sacrificaban una parte de su soberanía en pro del bien común, la encarnación de los principios de una sociedad abierta, ahora, con la crisis del euro, ha quedado transformado en una relación entre países acreedores y deudores que no es ni voluntaria ni igualitaria. De hecho, el euro podría destruir a la UE enteramente.

A diferencia de Europa, los Estados Unidos están resurgiendo como la economía más fuerte del mundo desarrollado. La energía procedente del esquisto ha brindado a los EE.UU. una importante ventaja competitiva en la manufactura en general y en la petroquímica en particular. Los sectores bancario y de los hogares han logrado algunos avances en el desapalancamiento. La relajación cuantitativa ha impulsado los valores de los activos y el mercado inmobiliario ha mejorado, con lo que la construcción ha reducido el desempleo. El lastre fiscal representado por el "secuestro" presupuestario está también a punto de expirar.

Más sorprendente es que la polarización de la política americana dé señales de reducirse. El sistema bipartidista funcionó bastante bien durante dos siglos, porque los dos partidos tenían que competir por el centro en las elecciones generales. Después el Partido Republicano quedó cautivo de una coalición de fundamentalistas religiosos y del mercado, más adelante reforzada por los neoconservadores, que lo llevaron hasta posiciones de extrema derecha. Los demócratas intentaron recuperar el terreno perdido para hacerse con el centro y los dos partidos participaron en operaciones de manipulación de los distritos electorales correspondientes al Congreso. A consecuencia de ello, las elecciones primarias de los partidos, dominadas por activistas, cobraron prioridad sobre las elecciones generales.

Así se completó la polarización de la política americana. Al final, al ala del Tea Party dentro del Partido Republicano se le fue la mano. Después del reciente desastre del cierre de la Administración, lo que queda de la clase dirigente republicana ha empezado a contraatacar, lo que debería propiciar un resurgimiento del sistema bipartidista.

La mayor incertidumbre que hoy afronta el mundo no es el euro, sino la futura orientación de China. El modelo de crecimiento al que se debe su rápido ascenso ha perdido fuelle.

Dicho modelo dependía de la represión financiera del sector de los hogares para impulsar el aumento de las exportaciones y las inversiones. A consecuencia de ello, el sector de los hogares se ha reducido hasta el 35 por ciento del PIB y sus ahorros forzosos ya no son suficientes para financiar el modelo actual de crecimiento, lo que ha provocado un aumento exponencial del recurso a diversas formas de financiación de la deuda.

Hay algunas semejanzas con las condiciones financieras que predominaron en los EEUU en los años anteriores a la quiebra financiera de 2008, pero también una diferencia importante. En los EEUU los mercados financieros suelen dominar la política; en China, el Estado es propietario de los bancos y de la mayor parte de la economía y el Partido Comunista controla las empresas de propiedad estatal.

El Banco Popular de China, consciente de los peligros, adoptó medidas a partir de 2012 para frenar el aumento de la deuda, pero, cuando la desaceleración empezó a causar dificultades reales en la economía, el Partido afirmó su supremacía. En julio de 2013, la dirección ordenó a la industria metalúrgica que volviera a poner en marcha los hornos y al Banco Popular de China que relajara el crédito. La economía dio una brusca media vuelta. El pasado mes de noviembre, el Tercer Pleno del 18º Comité Central anunció reformas transcendentales. A esas novedades se debe en gran medida la reciente mejora del panorama mundial.

Los dirigentes chinos acertaron al conceder prioridad al crecimiento económico sobre las reformas estructurales, porque éstas, si se combinan con austeridad fiscal, conducen a las economías a una caída deflacionaria en espiral, pero en las políticas actuales de China existe una contradicción no resuelta: al volver a poner en marcha los hornos, se enciende también el crecimiento exponencial de la deuda, que sólo se puede sostener durante unos años.

Según cómo y cuándo se resuelva esa contradicción, habrá consecuencias profundas para China y el mundo. Una transición lograda en China entrañará casi con toda probabilidad reformas políticas, además de económicas, mientras que el fracaso socavaría una confianza aún generalizada en los dirigentes políticos del país, cuyas consecuencias serían la represión interior y la confrontación militar exterior.

El otro gran problema irresuelto es la falta de una gobernación mundial adecuada. La falta de acuerdo entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está exacerbando las catástrofes en materia de asuntos humanitarios en países como Siria, por no hablar de que se permita que el calentamiento planetario continúe en gran medida sin trabas, pero, a diferencia del enigma chino, que se despejará en los próximos años, la falta de una gobernación mundial puede continuar indefinidamente.

(George Soros is Chairman of Soros Fund Management and Chairman of the Open Society Foundations. A pioneer of the hedge-fund industry, he is the author of many books, including The Alchemy of Finance and The New Paradigm for Financial Markets: The Credit Crisis of 2008 and What it…)

 - Cambios en Europa que desde arriba no se ven (Project Syndicate – 22/1/14)

(Por Katinka Barysch)

Múnich.- Según una frase muy famosa del estadista francés Georges Clemenceau, "los generales siempre están librando la guerra anterior". Hoy que la crisis del euro ya pasó, esta frase es aplicable a la Unión Europea y sus actuales intentos de darse un marco institucional más estable.

La Unión Europea atraviesa una etapa de transformaciones radicales, pero muchas de ellas están pasando casi inadvertidas, porque la atención está puesta casi exclusivamente en la implementación de reformas de amplio alcance desde los niveles superiores. Parece que los funcionarios sólo son capaces de ver aquellos cambios que tengan que ver con eurobonos, nuevos tratados europeos o giros de la canciller alemana Angela Merkel en materia de políticas. Pero hay otros cambios más pequeños, guiados por los mecanismos del mercado, a los que también hay que prestar atención.

La obsesión de Europa por la implementación de reformas desde arriba se debe a la predominancia de determinados tipos de análisis para las causas de la crisis del euro. En Alemania, Holanda o Finlandia, la mayoría considera que la desestabilización de la eurozona (y la consiguiente desestabilización de la Unión Europea) se debió al exceso de gasto público y las deficiencias de regulación en países como Grecia, España y Chipre.

Otro análisis, un tanto más elaborado, sostiene que los problemas de estos países con el gasto se originaron en la existencia del euro. Según este análisis, los desequilibrios que desestabilizaron la eurozona se debieron a que el Banco Central Europeo pretendió aplicar una única política monetaria a todos los países miembros. Con esto, los tipos de interés quedaron en niveles demasiado bajos para el sur de Europa, lo que llevó a que tanto los gobiernos como los particulares abusaran de la disponibilidad de crédito barato; y niveles probablemente demasiado altos para Alemania, que ya tenía que cargar con el lastre económico de la reunificación.

Si la causa de estos desequilibrios estaba en el euro, sigue el argumento, aplicar soluciones en el nivel nacional no servirá de nada. La única opción para Europa es corregir y fortalecer la unión monetaria por medio de una unión bancaria, fiscal y política.

La unión bancaria es un requisito indispensable para poner fin al círculo vicioso generado por la combinación de problemas de solvencia en los bancos y exceso de endeudamiento público. Lo bueno es que el esquema de dicha unión está bien definido, y su creación ya está en marcha, aunque a ritmo muy lento.

Respecto de la unión fiscal, el argumento no es tan claro, sobre todo porque sus proponentes no han podido hasta el momento explicar bien el significado de dicha unión. Parece ser que implicaría un presupuesto comunitario mucho mayor (que presumiblemente se financiaría con alguna clase de euroimpuesto) más la introducción de un seguro de desempleo con respaldo de la eurozona y un mecanismo de mutualización de deuda (como los eurobonos).

La centralización de los poderes financieros y fiscales exigiría un aumento de la responsabilidad política en el nivel europeo, lo cual a su vez demandaría una unión política, con funcionarios designados por elección directa en dicho nivel y una ampliación considerable de los poderes del Parlamento Europeo.

Una unión de ese tipo no parece probable, al menos en un futuro próximo. Pero tal vez eso no sea tan importante como muchos dicen.

Porque lo cierto es que responder a lo sucedido en los últimos cinco años con elaborados diseños de nuevas instituciones supone un riesgo: el de distraerse mirando hacia el pasado en vez de hacer frente a los verdaderos desafíos del futuro. Después de todo, la crisis de la eurozona se debió a la aparición de desequilibrios generados por la introducción del euro y, en menor medida, por la reunificación alemana, dos hechos que no se repetirán.

Además, los desequilibrios de la primera década del euro ya se están resolviendo. De hecho, los dolorosos ajustes a los que han debido hacer frente los países del sur de Europa (junto con Irlanda) ya produjeron una reducción considerable de sus déficits externos y una caída del costo unitario de la mano de obra. En la actualidad, las exportaciones de España crecen más rápido que las de Alemania. Los cambios a la legislación laboral, los sistemas de pensiones y los marcos regulatorios que se están implementando en países como España y Portugal son alentadores. Estas mejoras generarán cada vez más presión sobre Francia e Italia para hacer cambios similares, algo que a su vez serviría para aumentar la competitividad de Europa en su conjunto.

A esto hay que añadirle que en este momento, la situación política de la eurozona no es favorable a la introducción de reformas duraderas. La crisis dejó a Alemania (por el tamaño de su economía y su gran superávit externo) en un papel más dominante, y a los demás países en una posición más débil. Si Europa se pone a discutir una unión fiscal y política ahora, la unión resultante será demasiado rígida, demasiado alemana. Pero conforme el resto de Europa se recupere (y los alemanes dilapiden parte de su poderío económico postergando sus reformas internas), la fuerza relativa de Alemania se reducirá. Una vez que en la Unión Europea no haya una potencia claramente dominante, probablemente será más fácil establecer instituciones que cuenten con más respaldo de todos los países y, por ende, sean más duraderas.

Si los problemas del pasado ya se están corrigiendo y los problemas del futuro serán de otra clase y magnitud, entonces tal vez no hagan falta ni eurobonos ni euroimpuestos. Y sin una mutualización de las deudas o una redistribución de la riqueza a gran escala, no habrá necesidad de unión política, al menos por ahora.

Esto no quiere decir que las instituciones europeas no necesiten más autoridad que la que tenían antes de la crisis. Incluso sin unión fiscal y política, la Comisión Europea recibió la atribución de supervisar el gasto público y otras variables macroeconómicas (como el crecimiento de los salarios y la situación de los precios inmobiliarios) que puedan volver a provocar desequilibrios.

Asimismo, se le ha dado autoridad al BCE, junto con organismos de nivel nacional, para supervisar a los grandes bancos de la eurozona. Pero también es fundamental que se reconozca que ahora los mercados financieros están más disciplinados.

En esto radica la discrepancia entre quienes lo esperan todo de las reformas institucionales y quienes confían más en mecanismos impulsados desde la base. Parece ser que muchos piensan (sobre todo en el Reino Unido y Estados Unidos) que "resolver" la crisis del euro supone volver a aquella situación ideal primigenia en la que los bonos de todos los gobiernos europeos eran activos igualmente seguros. Pero para los alemanes, los holandeses y los austríacos, que haya diferentes tipos de interés no es el problema, sino que es parte de la solución: ese diferencial colabora con la imposición de disciplina, más allá de los nuevos poderes de las instituciones europeas.

No es necesario que el nuevo marco institucional de la eurozona dicte las políticas fiscales y económicas de los dieciocho países que la integran. Sólo hace falta que sea suficientemente sólido para dar a los mercados tiempo de reconocer las señales de peligro y reaccionar ante ellas, y que al mismo tiempo ofrezca ayuda real a aquellos países que en un momento dado pudieran estar en problemas. No sólo es realizable, sino que se está realizando. Por eso ahora, es tiempo de que los países europeos se ocupen del desafío de volverse más flexibles y productivos, para poder ser más competitivos en el futuro.

(Katinka Barysch is Director of Political Relations at Allianz SE)

– La deconstrucción del euro (Project Syndicate – 25/3/14)

París.- En enero, Chris Williamson, director de investigaciones económicas de la firma Markit, dijo que Francia es "el nuevo enfermo de Europa". En vista del crecimiento casi nulo de su PIB y el aumento del desempleo y la deuda pública (por no hablar de las contraproducentes políticas de austeridad) es difícil sostener lo contrario. Dada la profunda importancia que para la estabilidad económica y política de Europa tiene Francia, su situación plantea una seria amenaza a todo el proyecto europeo.

Las últimas novedades confirman el diagnóstico de Williamson. En diciembre, la actividad fabril francesa se hundió a su nivel más bajo en siete meses. Si bien el año pasado la recaudación impositiva aumentó 32.000 millones de euros (44.000 millones de dólares), el déficit fiscal apenas se redujo 8.000 millones de euros y la deuda pública aumentó del 89% del PIB a más del 93%. Al mismo tiempo, el desempleo subió del 9,5% al 10,5%.

La conclusión obvia es que las medidas de austeridad no sirven. Francia debe abandonar las políticas actuales, por su bien y el del resto de Europa

Los problemas de Francia, como los de las otras economías de la eurozona que atraviesan dificultades, se originan en el hecho de que el tipo de cambio del euro no tiene correspondencia con las respectivas posiciones económicas de los países que lo utilizan. Esto lleva a una crítica sobrevaluación del tipo de cambio virtual respecto de Alemania, ya que los salarios en aquellos países aumentaron más rápidamente y la productividad más lentamente que en Alemania. Como el tipo de cambio nominal implícito está fijo "para siempre" dentro del euro, esos países acumularon grandes déficits en comparación con Alemania.

Al mismo tiempo, el tipo de cambio de los países deficitarios respecto de otros como Estados Unidos y Japón también está sobrevaluado, mientras que en el caso de Alemania está subvaluado, ya que el tipo de cambio del euro depende de la balanza de pagos de la eurozona en su conjunto, que el inmenso superávit de Alemania distorsiona. Resumiendo, el tipo de cambio del euro está por debajo del nivel de equilibrio en Alemania y por encima del nivel de equilibrio en Francia y los otros países menos competitivos de la eurozona.

De modo que las economías más débiles de la eurozona se enfrentan a un dilema: o se expanden de acuerdo con el potencial productivo, con lo que incurrirán en déficit externo, o se imponen austeridad, con lo que eliminarán el déficit externo achicando las importaciones. Bajo presión de Alemania, hasta ahora eligieron la segunda opción.

Pero la actual ola de "austeridad competitiva" es irracional, sobre todo porque al debilitar la demanda interna, contraría directamente el principio fundamental de la unión monetaria según el cual un gran mercado interno sirve de amortiguador contra las perturbaciones externas de la demanda. Esto perjudica a todos, incluso a Alemania. De hecho, entre 2007 y 2012, las exportaciones alemanas a otros países de la eurozona se redujeron un 9%, de 432.000 millones de euros a 393.000 millones.

Pero la austeridad también plantea otras amenazas a la arduamente conseguida prosperidad alemana. La presencia del euro llevó a una divergencia entre el ciclo económico alemán y los de las economías menos competitivas, a la vez que impidió la implementación de políticas monetarias adaptadas para cada país. Todos los países de la eurozona están obligados a aplicar una política monetaria común que intensifica las presiones deflacionarias en los países más débiles y aumenta las presiones inflacionarias en Alemania.

En tanto, en las economías estancadas de la eurozona, hay cada vez más presión popular para que Alemania modifique sus políticas aumentando los salarios e implementando medidas que apunten a impulsar el consumo y desalentar el ahorro. Acceder a estas demandas ayudaría a aliviar las tensiones políticas en toda la eurozona, pero suscitaría una fuerte oposición en Alemania.

Asimismo, para resolver las crisis que son inevitables dentro del actual sistema cambiario rígido, en algún momento Alemania tendría que aceptar condonaciones de deuda o grandes compras de deuda pública por parte del Banco Central Europeo, lo que inundaría la eurozona de liquidez. Ambas alternativas irían en contra de los intereses y las preferencias de Alemania, lo que las hace tan inequitativas como la austeridad.

Lo que necesita la eurozona es una solución que no obligue a que un solo país o un grupo de países cargue todo el peso del ajuste; y eso implica una segmentación controlada de la unión monetaria. Contra la opinión generalizada, hay una forma de hacerlo fortaleciendo al mismo tiempo el ideal europeo, sin revivir el nacionalismo provinciano del pasado. La clave es que la solución debe surgir del núcleo económico y político de la Unión Europea.

En concreto, Alemania (la mayor potencia económica de Europa) y Francia (progenitor intelectual de la unificación europea) deben anunciar su salida simultánea del euro y la readopción del marco alemán y el franco. Esto provocará la inmediata revalorización del marco (y tal vez del franco) respecto del euro.

Por su parte, los otros países de la Unión Europea deberán decidir si se quedan con el euro en su nueva versión reducida o vuelven a sus propias monedas nacionales, con posibilidad de vincular su cotización a la del nuevo marco o el nuevo franco. Cualquiera sea su decisión, la competitividad de los precios de las economías más débiles de la eurozona mejoraría considerablemente.

Por supuesto, Francia y Alemania deberán implementar mecanismos provisorios para salvaguardar la estabilidad de sus sistemas bancarios, además de negociar con el BCE y los otros gobiernos europeos un plan para el manejo de las deudas denominadas en euros.

A esto le seguiría inevitablemente un período de incertidumbre monetaria hasta que las economías europeas se adapten al nuevo entorno. Pero sería mucho mejor que el bloqueo económico y político en el que se encuentra ahora la eurozona.

João Ferreira do Amaral was Professor of Economics and Economic Policy at the University of Lisbon and economic adviser to the Portuguese president. Brigitte Granville is Professor of International Economics and Economic Policy at the School of Business and Management, Queen Mary University of London. She is the author of Remembering Inflation and a forthcoming book on the French predicament on the eve of the country"s presidential and parliament… Hans-Olaf Henkel, a former president of the Federation of German Industries, is Honorary Professor of Economics at the University of Mannheim. Peter Oppenheimer was a fellow at Christ Church, Oxford University. Jean Jacques Rosa is Emeritus Professor of Economics and Finance at Institut d"Etudes Politiques de Paris. Antoni Soy, Professor of Applied Economy at University of Barcelona, was Deputy Minister of Industry and Enterprise in the government of Catalunya. Jean-Pierre Vesperini, Professor of Economics at the University of Rouen, was a member of the French Prime Minister"s Council of Economic Analysis)

– El próximo riesgo moral de Europa (Project Syndicate – 25/4/14)

Múnich.- Hasta ahora, la crisis del euro ha pasado por seis fases. Vale la pena recordarlas, porque muestran cómo tropezaron las autoridades a lo largo de ese período al intentar apagar fuegos sin parar mientes en adónde las conducía la senda elegida. Actualmente, los mercados permanecen en calma, pero es sólo el comienzo de una séptima fase de la crisis, durante la cual Europa quedará atrapada en un atolladero de deuda. Hasta ahora, la secuencia ha sido la siguiente:

El desplome de 2007 de la inflacionaria burbuja crediticia causada por la introducción del euro.

La dependencia de la máquina de fabricar billetes en la que se han encontrado los países del sur de la zona del euro para substituir la financiación internacional privada, opción hecha posible por una reducción espectacular de los niveles de garantías secundarias para el crédito destinado a la refinanciación que los bancos centrales nacionales de la zona del euro han facilitado a los bancos y.

Las compras por el Banco Central Europeo de deuda pública mediante su Programa para Mercados de Valores, encaminado a mantener precisamente el valor de esas garantías secundarias.

Los mecanismos de rescate fiscal para sacar de sus apuros a los países gravemente afectados y al BCE.

La promesa del BCE de comprar cantidades ilimitadas de deuda pública en el marco del programa de operaciones monetarias de compraventa, destinado a fomentar la entrada de más corrientes de capital privado en la Europa meridional, en vista de que se consideraban insuficientes y políticamente demasiado restrictivas las medidas de rescate fiscal.

La limitación de la responsabilidad de los acreedores y los inversores a tan sólo un ocho por ciento del balance total de los bancos en el marco de la nueva unión bancaria, medida encaminada a asegurar más préstamos privados internacionales a bancos en apuros.

La séptima fase de la crisis entraña un riesgo moral mayor, debido a una acumulación de deuda. Como los riesgos de la inversión están en gran medida colectivizados por las medidas de rescate adoptadas por el BCE y los gobiernos miembros de la zona del euro, los inversores están aceptando una vez más unos rendimientos escasos y los prestatarios están aprovechando las nuevas oportunidades.

Desde luego, en 2011 se acordó un supuesto pacto fiscal para evitar precisamente esa consecuencia. El pacto, firmado por todos los Estados Miembros de la Unión Europea, excepto el Reino Unido y la República Checa, obliga a los gobiernos, entre otras cosas, a reducir anualmente su relación (suavizada) entre la deuda y el PIB en una vigésima parte de la diferencia entre el coeficiente de endeudamiento y el límite del 60 por ciento establecido en el Tratado de Maastricht. Sin embargo, las excepciones previstas en el pacto han eliminado en realidad esas limitaciones.

Si se hubiera aplicado el pacto, Italia habría tenido que reducir su relación entre la deuda y el PIB del 121 por ciento en 2011 al 112 por ciento en 2014. En cambio, el coeficiente de endeudamiento de Italia se ha disparado y, según una previsión de la Comisión Europea, alcanzará el 134 por ciento al final de este año.

Asimismo, el coeficiente de endeudamiento de España debería haberse reducido del 71 por ciento al 69 por ciento, pero probablemente aumentará hasta el 99 por ciento. El coeficiente de endeudamiento de Grecia pasará del 170 por ciento al 177 por ciento (pese a que en 2012 se aprobó un plan de socorro de 58 puntos porcentuales), el de Portugal pasará del 108 por ciento al 127 por ciento y el de Francia del 86 por ciento al 96 por ciento, pero, en lugar de reconocer sus fracasos y arrepentirse, esos gobiernos han pasado ahora a la ofensiva rechazando categóricamente la austeridad.

El nuevo Primer Ministro de Italia, Matteo Renzi, llegó al poder con ese programa. El primer Ministro de Grecia, Antonis Samaras, está intentando contrarrestar a su rival izquierdista Alexis Tsipras del mismo modo. El Tribunal Constitucional de Portugal ha frustrado las medidas de consolidación fiscal del país. Y el nuevo Primer Ministro de Francia, Manuel Valls, está alejándose también de la austeridad. Supuestamente, todo el mundo quiere más crecimiento; lamentablemente, cuando los políticos hablan de crecimiento, lo que suelen querer decir es que se debe permitirles contraer más deuda pública.

Un aumento de la deuda pública causa un aumento repentino y a corto plazo de la demanda, lo que contribuye a aumentar el grado de utilización de la capacidad y a mantener a raya el desempleo. Sin embargo, la nueva deuda no es otra cosa que una forma de droga, la de reducir la presión para adoptar medidas dolorosas que mejorarían la competitividad y el aumento de la capacidad.

Ese nuevo abandono de la disciplina en materia de deuda refleja la socialización de los posibles costos de las quiebras entre los países de la zona del euro mediante la creación de mecanismos de responsabilidad conjunta. Esa mutualización de facto de la deuda es lo que ha movido a los acreedores a aceptar unos tipos de interés menores y los bajos tipos de interés son lo único que ha permitido a Renzi, Samaras, Valls y los demás alejarse de las políticas de austeridad.

No es de extrañar: cuando un encargado de adoptar las decisiones puede jactarse de los beneficios conseguidos con una política suya y colectivizar los costos, aplicará esa política antes, más rápidamente y en mayor medida que si hubiera de afrontar los costos él solo. Lo extraordinario es la naturalidad con la que los transgresores de Europa logran envolverse en el manto de un nuevo avance social.

Basta con mirar a los Estados Unidos para ver lo peligrosa -y en verdad insostenible– que ha llegado a ser la senda de la zona del euro. Cuando uno de los estados de los EEUU acumula demasiada deuda, los acreedores se ponen nerviosos y se adoptan medidas de austeridad para evitar el riesgo de quiebra, como ha ocurrido en los últimos años en California, Illinois y Minnesota.

Pero, mientras todo eso sucede, la relación entre la deuda y el PIB sigue siendo mínima y claramente inferior al diez por ciento, porque los acreedores saben que nadie acudirá a ayudarlos. La Reserva Federal no comprará los bonos de su Gobierno y las autoridades federales no emitirán garantía alguna.

En cambio, la facilidad con la que se ha recurrido en Europa a la máquina de fabricar billetes antes y después de la fundación del BCE, junto con los nuevos mecanismos de rescate fiscal, contribuye a que los inversores empiecen a ponerse nerviosos sólo cuando los coeficientes de endeudamiento son entre 10 y 20 veces mayores. A consecuencia de ello, el nivel de deuda sube hasta descontrolarse.

La estructura de rescate creada durante los dos últimos años ha aumentado en gran medida el límite crítico más allá del cual los acreedores se inquietan. Con ello habrá unos años de calma mientras los niveles de deuda suban constantemente hasta dicho límite. Después llegará la tormenta que azotará a los ciudadanos de a pie, mientras que los dirigentes actuales permanecerán al abrigo y cobrando pensiones.

(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, is President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author of Can Germany be Saved?)

– Un euro más débil por una Europa más fuerte (Project Syndicate – 30/4/14)

Cambridge.- A pesar de que ha habido una reciente recuperación en algunos de sus Estados miembros, la economía de la eurozona sigue sin dinamismo, cuya tasa global anual de crecimiento del PIB para este año probablemente apenas rebasará el 1%. Incluso la tasa de crecimiento de Alemania es inferior a 2%, mientras que el PIB sigue disminuyendo en Francia, Italia y España. Además, este lento ritmo de crecimiento ha mantenido la tasa de desempleo total de la eurozona en un lamentable 12%.

El lento crecimiento y el alto desempleo no son los únicos problemas de la eurozona. La tasa de inflación anual de apenas 0.5% está ahora muy cerca de cero e incluso una agitación menor podría hacerla negativa y desencadenar una espiral descendente de precios. La deflación debilitaría la demanda agregada mediante un aumento del valor real (ajustado a la inflación) de la deuda corporativa y de las familias, así como a través del incremento de las tasas de interés real. A su vez, una menor demanda, provocaría una precipitación de la caída de los precios que los llevaría a una peligrosa turbulencia.

Hay pocos remedios, si acaso, en la economía. Sin embargo, una caída brusca del tipo de cambio del euro -digamos, un 15%- solucionaría muchos de los problemas económicos actuales. Un euro con menor valor incrementaría el costo de las importaciones y los precios potenciales de las exportaciones, lo que elevaría la tasa global de inflación de la eurozona. La devaluación también estimularía el crecimiento promedio del PIB de la eurozona mediante un impulso de las exportaciones y alentaría a los europeos a sustituir productos y servicios producidos localmente por productos importados. Aunque la competitividad en la eurozona no se vería afectada, un euro depreciado mejoraría significativamente el balance externo con el resto del mundo, que representa alrededor de la mitad del comercio de la eurozona.

El presidente del Banco Central Europeo, BCE, Mario Draghi, ha manifestado sus inquietudes sobre el hecho de que el aumento del euro de los últimos tres años ha incrementado el riesgo de inflación. Sin embargo, fue su conocida declaración de julio de 2012 de que el BCE haría "lo que fuera necesario" para preservar el euro la que, si bien logró reducir las tasas de interés en los países en dificultades de la periferia de la eurozona, también contribuyó a la fortaleza actual del euro.

Ahora, ni las declaraciones recientes de Draghi ni la perspectiva de un programa estilo estadounidense de compra de activos a gran escala (conocido también como facilitación cuantitativa) ha provocado un debilitamiento del euro o el retorno de la tasa de inflación hacia la meta de 2%. Así pues, la pregunta importante es cómo reducir el valor relativo del euro mientras se mantiene la percepción de estabilidad que Draghi ayudó a crear en 2012.

Dado que se ha estado propugnando por una facilitación cuantitativa de parte del BCE como medio para debilitar el euro, vale la pena analizar el impacto de ésta cuando la aplicó la Reserva Federal en cuanto al valor del dólar y la inflación en los Estados Unidos.

En resumen, su impacto fue insignificante es los dos aspectos. El valor del dólar ponderado por el comercio está ahora al mismo nivel que en 2007, antes del inicio de la gran recesión. Aumentó moderadamente durante el pico de la crisis de 2008, pues los inversionistas globales buscaron el refugio seguro de los activos denominados en dólares, pero durante 2009 retrocedió a su nivel anterior. Así pues, el valor del dólar permaneció relativamente estable durante más de tres años de facilitación cuantitativa – y de hecho subió durante 2013, cuando las compras de activos de la Reserva Federal alcanzaron un récord de más de 1 billón de dólares.

Por supuesto, otros factores influyeron también en el valor del dólar durante este periodo. No obstante, el desempeño del tipo de cambio del dólar durante el periodo de la facilitación cuantitativa no ofrece bases para el proyecto de compra de activos a gran escala por parte del BCE como forma de depreciar el euro.

La facilitación cuantitativa de la Reserva Federal tampoco provocó un aumento en la tasa de inflación. El índice de precios al consumidor creció 1.6% en 2010, cuando empezó la facilitación cuantitativa, después aumentó ligeramente más rápido en 2011 y 2012, antes de regresar a solo un aumento de solo 1.5% en 2013, el año de mayor compra de activos.

Si el BCE desea reducir el valor del euro e incrementar la tasa de inflación de la eurozona a corto plazo, la única forma confiable de hacerlo es mediante intervención directa en el mercado de divisas – es decir, vender euros y comprar una cesta de otras divisas. Si bien, intervenir directamente para debilitar el euro crearía desafíos en otras partes del mundo, los responsables del diseño de políticas en los Estados Unidos y de otros lados se darían cuenta de la importancia de tener un euro más competitivo para el futuro de la economía europea.

(Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan"s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board…)

– El año decisivo de Europa (Project Syndicate – 24/12/14)

Berlín.- La crisis del euro, se dice, terminó. La calma ha regresado a los mercados financieros, en medio de promesas inquebrantables de parte de las autoridades de la Unión Europea -particularmente el Banco Central Europeo- de que se preservará la unión monetaria. Pero las economías del sur de Europa siguen deprimidas, y la eurozona en su totalidad padece un crecimiento estancado, una presión deflacionaria y, en los países en crisis, un desempleo persistentemente alto.

Como es de imaginarse, en vista de la evidente incapacidad de las autoridades de la UE para poner fin al malestar, muchos estados miembro están perdiendo la paciencia con la austeridad. De hecho, algunos países enfrentan una turbulencia política.

Cuando se produzca la agitación, probablemente sea generada -como sucedió con la crisis del euro- por Grecia, en donde se llevará a cabo una elección presidencial que, al parecer, tiene pocas chances de arrojar un ganador. Si el parlamento griego no elige un nuevo presidente por una mayoría de dos tercios en la tercera y última ronda la semana próxima, será disuelto y se llamará a una elección apresurada. El riesgo es que Syriza, un partido socialista de extrema izquierda, llegue al poder.

Para ganar, Syriza o bien debe engañar a sus votantes sobre sus opciones, o bien debe insistir en que renegociará las condiciones de reembolso impuestas a Grecia por la llamada Troika (la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional), al mismo tiempo que iniciará una acción unilateral en caso de un fracaso de la renegociación. Pero cualquier renegociación luego de una victoria de Syriza sin duda desataría una avalancha política en el sur de la UE que barrería con la austeridad y volvería a encender de lleno la crisis de la eurozona.

Por supuesto, Grecia en sí misma es demasiado pequeña como para que sus problemas representen algún peligro real para la eurozona. Pero el resultado electoral en Atenas podría atizar el pánico en los mercados financieros, causando una crisis que amenazaría con propagarse a Italia, la tercera economía más grande de la eurozona, y, con cierto retraso, a Francia, la segunda economía más importante.

Podría ocurrir un milagro: un nuevo presidente podría ser elegido en Atenas la semana próxima, o Syriza podría no ganar la próxima elección parlamentaria. Desafortunadamente, cualquiera de los dos resultados no haría más que demorar una crisis inducida por la política en la UE. Después de todo, en Italia, también, las señales apuntan a una inminente tormenta -una tormenta que arrasaría no sólo con la austeridad, sino también, y cada vez más, con el propio euro. Y después de que la tormenta golpee a Italia, Francia sería la próxima víctima.

El conflicto sobre la austeridad se ha vuelto políticamente explosivo porque se está convirtiendo en un conflicto entre Alemania e Italia -y, peor aún, entre Alemania y Francia, el tándem que motorizó la integración europea durante seis décadas-. Y esto está sucediendo en un momento en el que fuerzas nacionalistas antieuropeas se están estableciendo en los parlamentos nacionales y estatales de Alemania -y en las calles- reduciendo así sustancialmente el espacio de negociación de la canciller Angela Merkel. La batalla entre los defensores y opositores de la austeridad amenaza, por ende, con hacer trizas no sólo la eurozona, sino la UE en su totalidad.

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