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La Renta Básica Universal y el hombre olvidado (página 3)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Otra
de las críticas más habituales viene de aquellos que consideran que se trata de
una medida inasumible. Pérez recuerda que, aparte de experimentos como el que
se ha llevado a cabo en Dauphin (Canadá) o pronto en Utrecht, en España ya
existen estudios que demuestra su viabilidad, ya sea a partir de una reforma
fiscal bastante radical, como el de Arcarons, Raventós y Torrens, o a partir de
la autofinanciación de la renta, como el del catedrático de la UNED Juan Gimeno
Ullastres.

Algunas
de las críticas provienen, paradójicamente, de aquellos que más se verían
beneficiados por la medida, que son al mismo tiempo las clases con menos
formación y más expuestas a “la propaganda más o menos encubierta de los
núcleos dirigentes,
que hacen que se sigan escribiendo artículos y libros contra la renta. Me
habrían pagado más dinero por un libro contra la renta básica que el que puedo
ganar con este”. Pérez recuerda que, en 1935, la implantación del proyecto de
Seguridad Social de EEUU que daba forma a un sistema federal de pensiones, fue
recibido con los mismos pronósticos apocalípticos, pero que su implantación no
causó ninguno de los incidentes que vaticinó. Más bien, mejoró sensiblemente
las condiciones de vida de sus ciudadanos.

Por
lo general, las críticas más fuertes provienen de los estamentos de poder, a
pesar de que, en muchos casos, la implantación de una renta básica tendría
sentido desde un punto de vista liberal, e incluso gente tan poco sospechosa de
pertenecer a la extrema izquierda como Richard Nixon o Milton Friedman han
defendido propuestas similares: “En su caso, era un ingreso sustitutivo del
resto de prestaciones del Estado, en plan “yo le doy 40 duros y viva como
quiera”. Era un neoliberalismo llevado al extremo, pero la renta básica no sustituye ni la educación ni los
hospitales”.

Sin embargo, se trata de una apuesta interesante desde el punto de
vista del consumo: “El incentivo para seguir trabajando no es sólo consumista,
sino también depende del sistema de producción actual, que ha hecho
imprescindibles bienes como el automóvil o la vivienda, que no se pueden
mantener sólo con una renta básica”. De esa manera, la renta básica fomentaría
que se dedicase más dinero al consumo y a otras industrias: “Mucha gente diría
“yo con esto puedo sobrevivir, ya no tengo que humillarme, pero es que quiero
una moto, y trabajo por ella”. El sistema actual de mercado tiene suficientes
señuelos para hacernos trabajar”. ¿Por qué, por lo tanto, tantas resistencias?

Para Pérez, la respuesta es ideológica: “Haría perder poder a los
dueños del cotarro, por lo que prefieren no incentivar el consumo para que eso
no ocurra”. Entre otras cosas, el poder de imponer sueldos, horarios y
condiciones laborales a gusto del empresario, que ocupa una posición favorable
en la negociación con el trabajador, que perdería si este tuviese su propio
ingreso básico: “Si tuvieran este respaldo mínimo ya no tendrían que aceptar
esas condiciones precarias”. Además, la renta garantizada
tiene un sospechoso carácter emancipador: “Las actuales rentas de indigencia o
los subsidios de desempleo suponen que la gente tenga que ir a pedirlos, y eso
provoca que las instituciones tengan poder. Si esto se extendiera, significaría
cierto empoderamiento de la mayoría social: lo que unos ganan, lo pierden
otros. Ahí está el quid de la cuestión”.

El
futuro de la renta básica

Pérez lo tiene claro: tarde o temprano, los distintos estados
deberán adoptar medidas semejantes a la de la renta básica si quieren hacer
frente a la desaparición del mercado laboral tal y como lo conocemos. La propuesta
inicial de Podemos, por mucho que se haya desestimado posteriormente, ha
provocado que el debate vuelva a estar en boca de todos. También ha dado lugar
a que se propongan medidas semejantes, como la renta mínima vital del PSOE,
destinada a las familias sin ningún tipo de ingreso, o la renta complementaria
de Ciudadanos y Luis Garicano, que intenta ayudar a los trabajadores precarios.
Algo que para el autor es un signo de que “las élites empiezan a reconocer
que no hay trabajo para todo el mundo, salvo empleos residuales”, aunque en su
caso sea una mera reforma (por lo tanto, revocable) y no el reconocimiento de
un derecho universal.

Podemos
tiene en sus manos llevar el debate al congreso, y Pérez cree que si no apuesta
por dicha medida puede ser una oportunidad perdida: “Yo comprendo que un
partido como el PSOE, que quiere atrapar votos en el centro, no quiera llevar
una propuesta como esta porque es innovadora y la oposición los atacaría.
Ahora, un partido que quiere romper con lo establecido debe correr ciertos
riesgos”. Ignorar la renta “retrasará unos años la implantación y perpetuará
estas situaciones de pobreza”.

Obviamente,
ningún partido político puede llevar a cabo una medida así de la noche a la
mañana. Pérez tiene claro que debería ser algo “gradual”, sobre todo porque
implicaría una profunda reforma fiscal que no necesariamente pasa por plantear
nuevos impuestos sino por repartir de otra manera lo recaudado, para no crear
una inflación añadida.
“Por ejemplo, podría plantearse por franjas de edad: nosotros en el
Observatorio siempre hemos dicho que mayores y niños primero; es el caso de
aquellos mayores que ya no van a encontrar trabajo”, añade.

Pero
se trata de un escenario muy lejano. Por ahora, lo que está claro es que la
renta básica universal vuelve a estar en boca de todos y a entrar en ciertas
agendas políticas. Pérez, por su parte, tal y como señala en una entrada de su
blog, se considera un firme defensor de un estatuto de autonomía personal,
frente a otras reivindicaciones identitarias: “La política y la economía no
serán actividades dignas mientras no sitúen a la persona como medida de todas
las cosas. Representar a la persona por encima del territorio debería ser, por
tanto, la gran prioridad de un Estado democrático, cuyos gobernantes son, no se
olvide, elegidos por personas. Una Renta Básica de Ciudadanía, universal e
incondicional, es el primer paso en la senda que conduce a un estatuto de
Autonomía Personal para todos los habitantes de la España plural. Para ello, es
preciso que los movimientos sociales que luchan contra la pobreza y contra la
precariedad laboral exijan que los gobernantes aborden con valentía, sin
complejos neoliberales ni gazmoñerías identitarias, la tarea civil de aumentar
el grado de libertad real de las personas poniendo fin a las situaciones de
pobreza dentro de su territorio”.


La cara oculta de la renta básica: lo que revela el experimento finlandés
(El Confidencial – 10/12/15)

(Por
Héctor Barnés)

Finlandia
es uno de los países de referencia para muchas de las economías del sur de
Europa, y no sólo por su celebrado modelo educativo. Las prestaciones sociales
que concede a sus nacionales, típicas del viejo Estado del bienestar, promueven
un nivel de protección admirado y deseado por un buen número de ciudadanos
europeos y mundiales. Sin embargo, el país está a la baja. El número de parados
no es preocupante si lo comparamos, por ejemplo, con España, pero va en
aumento, lo cual perturba especialmente a una población no acostumbrada a ello.
Los ribetes xenófobos también crecen, producto de la vinculación entre
población inmigrante y pérdida de oportunidades laborales para los locales que
dio el éxito electoral al partido nacionalista Verdaderos Finlandeses, y la
sensación de ser una sociedad en declive preocupa notablemente a sus
habitantes. El primer ministro finlandés, Juha Sipilä, vencedor en las
elecciones del pasado abril, ha iniciado una política de recortes que se vive
con cierta angustia, porque parecía que nunca les iba a tocar a ellos.

Hace
pocos días, Sipilä, un ingeniero millonario que se decidió a dar el salto a la
política, hizo pública la posibilidad de implantar la renta básica universal en
Finlandia, que tendría una cuantía de 800 euros mensuales, y que se concedería
con independencia del nivel de ingresos. Gran parte de la población ve con
simpatía esta medida, que la entiende no sólo como una forma de luchar contra
la pobreza y de estabilizar la sociedad, sino como una posibilidad interesante
para aumentar los niveles de consumo privado.

Sin
embargo, como señala el diario “Libération”, esta medida podría implantarse no
como una ayuda añadida a los beneficios sociales que ya se perciben, sino como
sustitución de ellos.
De momento, la idea se halla bajo estudio, y sus formas de aplicación concretas
están aún por delimitarse. A finales de 2016, el gobierno finlandés se
pronunciará sobre si la llevará a la práctica, con las reformas de la
fiscalidad y de protección social que apareje, o si preferirá abandonarla. De
momento, el gobierno llevará a cabo un experimento, similar a los de Utrecht y
de Canadá, en el que un pequeño grupo de finlandeses recibirá 550 € al mes.

 

Una
revolución radical en el empleo

La
renta básica, una idea del siglo XVIII cuya paternidad pertenece a Thomas
Paine, tiene como primer objetivo no sólo mejorar el nivel de vida de los
hombres, sino proporcionarles un mínimo indispensable para subsistir. La
mayoría de sus apologistas insisten en este punto, señalando que su puesta en
práctica nos permitiría eludir la miseria y gobernar mejor nuestro tiempo de
vida.
La idea vuelve a estar presente en nuestras sociedades, y no sólo porque muchos
teóricos hayan abogado recientemente por ella o porque Podemos amagara con
incluirla en su programa, sino porque otras formaciones de signo contrario a la
de Pablo Iglesias barajan también propuestas similares.

Sin embargo, su popularidad última proviene de una perspectiva de
futuro: en la medida en que muchos expertos señalan que gran parte del trabajo
desaparecerá en pocas décadas (se perderán el 47% de los empleos) y que las
innovaciones en robótica, software e inteligencia artificial convertirán mucha
mano de obra en prescindible, la renta básica universal se revela, desde esta
perspectiva, como la mejor solución para que la revolución radical en el
terreno laboral no acabe traspasándose a las sociedades: un mundo en el que
sólo la mitad de la población tendría oportunidad de trabajar, y con ello de
asegurarse la supervivencia, se antoja altamente explosivo.

Pero
la versión finlandesa de la renta básica también puede ir en otra dirección. Si tal y como
señala “Libération” la propuesta de Sipilä incluye la eliminación de otros
mecanismos de protección institucionales a cambio de su percepción, supondría
mucho más una forma de abaratar la factura estatal que de beneficiar a los
ciudadanos. Quizá lo que se esté buscando es reducir los gastos que el
Estado debe realizar y no proporcionar un salario de supervivencia al conjunto
de la población. Si esto fuera así, además, incluiría en un plus de injusticia,
ya que al concederla universalmente, sin tomar en cuenta el nivel de ingresos,
podrían subir los precios, haciendo la vida más cara para los desfavorecidos,
lo cual empeoraría su situación en lugar de mejorarla.

La
versión liberal

Hay
que tener en cuenta que la RB, defendida sobre todo desde posiciones
progresistas, también puede ser bien vista desde el otro lado del espectro
político. Como se aseguraba recientemente en “El Confidencial”, la implantación
de esta medida “tendría sentido desde un punto de vista liberal, e incluso
gente tan poco sospechosa de pertenecer a la extrema izquierda como Richard
Nixon o Milton Friedman han defendido propuestas similares: En su caso, era un
ingreso sustitutivo del resto de prestaciones del Estado, en plan “yo le doy 40
duros y viva como quiera”. Era neoliberalismo llevado al extremo”.

La idea de fondo que yace en estas posturas es la siguiente: en
lugar de que exista educación, sanidad o paro estatales, cada cual recibe esos
ingresos y los invierte como quiere. Puede optar por pagar un seguro sanitario,
por un seguro de desempleo o por llevar a sus hijos a un buen colegio, o por no
hacerlo y gastar íntegramente la prestación, porque cada uno escoge sus
prioridades y elige su destino. En lugar de estar sometidos a la tutela del
Estado, cada ciudadano optaría libremente por hacer aquello que más le
conviene. El problema de estas posturas, sin embargo, es que evitan las
condiciones materiales que hacen posible tomar decisiones: si es el único
dinero que se recibe, es difícil destinarlo a otra cosa que la mera
supervivencia.

La
aplicación de la renta básica en Finlandia será muy relevante, tanto porque si
finalmente se lleva a cabo puede ser un empujón a su implantación en otros
países, como por la dirección que tome, y más en un contexto en que la crisis
laboral parece sistémica y no producto de una recesión que pasará pronto.


Finlandia, Países Bajos, Suiza…, la renta básica se extiende por el norte de
Europa Inspiración Social – 15/1/16)

La
renta básica ha sido oficialmente otorgada a los ciudadanos finlandeses para el
años 2017, y está siendo objeto de debate en los diferentes países de la “zona
norte” de Europa, ofreciendo una posible alternativa de solución a la crisis de
nuestros modelos económicos y sociales.

Ya es oficial que Finlandia será el primer país europeo en la
distribución de un ingreso universal a todos sus habitantes. Una asignación
mensual a pagar por el gobierno en 2017 a todos los residentes en el país, sin
condiciones, sin importar ni la edad ni los ingresos. En otras partes del
mundo, países como Namibia, Alaska, y más recientemente la India y Brasil, ya
han experimentado con varios tipos básicos de ingresos.

El
primer país que concedió la renta básica en todo su territorio fue Alaska. Las primeras
pruebas del estado número 49 de los Estados Unidos se remontan a 1976 con la
creación del “Alaska Permanente Fund”, un fondo soberano financiado a través de
los ingresos del petróleo. En 2014, cada habitante de Alaska ha recibido 1.884
dólares (aproximadamente 1.700 euros).

El
ingreso incondicional ha sido teorizado por muchos escritores y economistas,
desde Tomás Moro en Utopía hasta el activista británico Thomas Paine en el
siglo XVII, y los objetivos que pretende son, la erradicación de la pobreza,
reducir la desigualdad, la injusticia social y la emancipación de la persona. Más
específicamente, la renta básica podría ayudar a remediar la crisis que afecta
a nuestros modelos económicos y sociales. Durante los últimos años, debido
a las crisis estructurales y del sistema financiero que estamos sufriendo, los
trabajadores se han visto obligados a aceptar puestos mal remunerados,
renunciando de paso a todos los beneficios sociales. Esto, según sus
defensores, ayudaría a reducir el desempleo, al aumentar la renta disponible de
los ciudadanos. Desde hace varios años, la idea de la renta básica está ganando
terreno entre los gobiernos europeos.

En
Finlandia, la renta inicial se establece en 550 euros al mes, más adelante se
incrementará a 800 euros. Hasta que a principios de 2017 se generalice la renta
universal para los finlandeses, el gobierno ha decidido experimentarlo con
anterioridad en un grupo limitado de ciudadanos, que desde enero de 2016
recibirán 550 euros al mes. La propuesta final será presentada por el Gobierno
en noviembre de 2016, después de analizar los resultados del estudio y las
propuestas de reforma de los impuestos y la protección social a implementar. El
objetivo final es reemplazar todo de subsidios pagados por el Estado a través
de una renta básica de 800 euros. Esta medida ha sido defendida por un gobierno
de centro-derecha y será la primera vez que esta medida sea implementada en
Europa, en un país con una tasa de desempleo del 10% y tras cuatro años de recesión.

“La
situación en Finlandia es tan grave que necesitamos experimentar nuevas
soluciones”, explicó en 2014 el Primer Ministro de Finlandia, Juha Sipilä. Un
comentario cuando menos sorprendente para los ciudadanos del sur de Europa, que
sufrimos desde hace más de 8 años una profunda recesión y una tasa de desempleo
superior al 20%, y que nunca hemos oído de nuestros gobiernos un planteamiento
similar y no tendente a fomentar la austeridad exigida desde los poderes
fácticos de la Unión Europea.

En
los Países Bajos, una treintena de municipios llevarán a cabo a partir de enero
de 2016, el proyecto piloto de renta básica. La ciudad de Utrecht ha sido la
pionera y otras como Tilburg, Wageningen y Groningen también están estudiando
la renta básica para sus ciudadanos. El experimento a realizar en Utrecht, una
ciudad de 300.000 habitantes, tomará como base a 300 personas, todos ellos
beneficiarios de prestaciones por desempleo o de bienestar, que conformarán
seis grupos de al menos 50 personas. Uno de estos grupos seguirá estando bajo
el actual sistema de seguridad social y servirá como grupo de comparación. De
los cinco restantes, sólo uno recibirá una renta básica incondicional de 900
euros al mes para un solo adulto o de 1.300 euros por cada casa. Los otros tres
grupos experimentarán con diferentes variantes, mientras que el grupo restante
experimentará la ley vigente en materia de protección social. “La gente dice
que los destinatarios no tratarán de encontrar un trabajo, lo vamos a comprobar”,
señala el responsable de este proyecto, Nienke Horst.

Renta
básica

En
Suiza los ciudadanos han establecido un comité de “iniciativa popular federal
para una renta básica incondicional”. Sus principales impulsores, Oswald Sigg,
Götz Werner, Daniel Straub y Christian Müller, llevan desde abril de 2012
exigiendo el establecimiento la renta básica. Según ellos, los suizos deberían
disfrutar de una “existencia más digna” y tener más oportunidades para
“participar en público la vida”. Cada adulto obtendrá unos 2.300 euros al
mes y cada niño unos 602 euros. Esta asignación pretende mejorar el
bienestar social del país, dónde el 7% y el 8% de los ciudadanos vive por
debajo del umbral de la pobreza (en España el 27,3%). El proyecto ha recogido
125.000 firmas. A finales de septiembre el Consejo Nacional de Suiza aprobó
una recomendación en contra de la iniciativa popular para una renta básica
incondicional. Sus principales argumentos: no sería financiable y promovería el
desempleo. Argumentos contra la que sumaron el 49% de los suizos, según una
reciente encuesta. A principios de 2016 los suizos tomarán la decisión en
referéndum.

En
Francia los diferentes grupos que apoyan la idea de la renta básica se han
unido en el Movimiento Francés para una Renta Básica. Aunque hasta ahora la
idea no ha llamado la atención del gobierno, algunos ex miembros del gobierno
la apoyan.
Entre ellos, se encuentran el ex ministro y diputado Arnaud Montebourg PS, el
ex ministro de Relaciones Exteriores y del Interior, Dominique de Villepin
(UMP), el ex presidente de PCD Christine Boutin. En cuanto a los Verdes,
personalidades como José Bové, Eva Joly, Yves Cochet y Daniel Cohn-Bendit también
apoyan la idea. Actualmente, sólo Europa Ecología Verdes proponía el “ingreso
incondicional” en su programa electoral nacional. En julio de 2015 consiguieron
aprobar una moción para permitir la financiación de un estudio de viabilidad
para la renta básica universal en la sesión plenaria del Consejo Regional de
Aquitania. Esta iniciativa ha sido la pionera en Francia y todavía está
pendiente la especificación sus condiciones de adjudicación, el montante de los
ingresos y su duración.

Parece
que en España la renta básica es todavía una utopía, tendremos que seguir
esperando y continuar sufriendo los recortes al estado del bienestar, de cuyos
efectos se resienten los cada vez más empobrecidos trabajadores y la economía
en general al carecer de empuje la demanda interna.


Por qué en Silicon Valley se están planteando la renta básica (y por qué
tiene sentido) (La Vanguardia17/4/16)

 (Por
Carlos Otto)

El
concepto económico de renta básica lleva algunos siglos en debate. En la
mayoría de países es una teoría descartada, pero la crisis económica y las posturas de
partidos como Podemos han hecho que este debate se haya instalado de nuevo
en España en los últimos años.

Sin
embargo, ha surgido una zona geográfica en la que el discurso de la renta
básica está empezando a coger un nivel de probabilidad y popularidad cada vez
más alto. Se trata de Silicon Valley, la meca mundial de la tecnología y de
empresas como Google, Facebook, Apple, Amazon o Twitter.

Pero, ¿cómo se explica ese resurgimiento del concepto? ¿Por qué un
elemento económico aparentemente reservado a la izquierda y cuyo debate ha
fracasado en medio mundo resurge ahora con fuerza en Silicon Valley, un
territorio marcado por el liberalismo económico?

¿Te
quitará tu empleo un robot?

El debate de la renta básica surge cuando aparece una de las
preguntas que más se comenta en Silicon Valley y que más atemoriza a los
teóricos laborales en los últimos años: ¿te quitará tu empleo un robot?

Lo
cierto es que, aunque el debate viene de lejos, no parece que aún se haya
llegado a una conclusión clara, ya que todos los cálculos sobre el verdadero
impacto que puede tener la automatización del trabajo no dependen de datos
reales y fidedignos, sino de las teorías particulares de cada cual.

En
el debate sobre si los robots nos quitarán el empleo hay dos posturas: los
apocalípticos y los entusiastas

1.
Los apocalípticos.

Por un lado tenemos a los que consideran que la automatización de
ciertas tareas laborales tendrá un impacto tremendamente negativo sobre el
empleo, destruyendo puestos de trabajo que serán ocupados por robots y que
dejarán a millones de personas sin oportunidades laborales.

Para defender esta teoría los más apocalípticos recurren a estudios
como “The future of employment”, un análisis en el que varios investigadores de
Oxford aseguran que el 47% de los empleos está en riesgo de desaparición.

El estudio “The future of employment” asegura que el 47% de los
empleos está en riesgo de desaparición”

Por ello, aseguran que la automatización del trabajo no sólo va a afectar
a los empleados de nivel bajo, sino también a los de un nivel de cualificación
media.

Frente
a anteriores revoluciones industriales, que acabaron con los empleos de nivel
bajo existentes pero crearon otros nuevos y adaptados, los grupos que temen esta
nueva automatización del empleo aseguran que, en este caso, los agentes
disruptores (robots) no sólo dejarán sin ocupación al empleado que trabaja con
su mano de obra, sino también al que lo hace con su cerebro.

2.
Los entusiastas.

Por otro lado, sin embargo, se encuentran gran parte de los
entusiastas de la tecnología y empleados de este tipo de empresas, que
vaticinan la creación de empleos nuevos y diferentes.

Para ello recurren a anteriores revoluciones industriales: y es que
en aquellos contextos se destruyeron puestos de trabajo, sí, pero los empleos
destruidos fueron sustituidos por otros nuevos.

Para los defensores de esta teoría, por tanto, no hay motivo para el
alarmismo. El operador de una fábrica podrá ser sustituido por un robot, pero
seguramente luego pueda trabajar, por ejemplo, en el ensamblaje y fabricación
de nuevos robots.

Como
vemos, a menudo las posturas frente a esta pregunta no sólo dependen de los
datos o previsiones, sino también de la voluntad ideológica de cada cual.

Si nos moviésemos en extremos, diríamos que los luditas tecnófobos
están aterrados por la posibilidad de irse al paro, mientras que los tecnófilos
que trabajan en internet están convencidos de que los robots generarán nuevos
empleos que aún no somos capaces de imaginar.

En
este punto, y ante el peligro de que personas desempleadas no puedan volver al
mercado laboral, nos encontramos con tres tipos de defensores de la famosa
renta básica. Algunos de ellos desde posturas ideológicas muy enfrentadas o
incluso contradictorias, pero sus diferencias de criterio merecen que se les
preste atención.

1.
Paul Graham: “Una renta básica para el que sea sustituido por un robot”

Una de las voces más escuchadas es la de Paul Graham, un inversor de
compañías tecnológicas en Silicon Valley y fundador de YCombinator, una de las
aceleradoras de startups con más renombre de la zona.

Para Graham, la automatización del trabajo, efectivamente,
representa un gran peligro para el empleado de baja cualificación, que no sólo
será sustituido por un robot -más eficiente que él-, sino que además tendrá
serias dificultades para volver al mercado laboral a menos que aumente su
cualificación académica o técnica.

Por ello, el inversor apuesta por el establecimiento de una renta
básica para todas aquellas personas que, de manera objetiva, hayan perdido su
empleo a causa de la automatización y vean muy complicada su reinserción
laboral. De
hecho, la aceleradora de Graham ha creado un equipo específico que se va a
encargar de estudiar y analizar el modelo de renta básica y si podría ser
aplicada a ese tipo de personas.

Las
teorías de Paul Graham sobre la renta básica no han pasado desapercibidas ni en
Silicon Valley ni en todo Estados Unidos, donde sus ideas están recibiendo
tantos elogios como críticas. Según una encuesta llevada a cabo por el
matemático Greg Berenstein, la mayoría de los fundadores, accionistas y
directivos de las grandes compañías tecnológicas están a favor de las teorías
de Graham e incluso apoyan el establecimiento de la renta básica.

Pero,
¿cómo puede ser esto? ¿Por qué grandes fortunas apoyan las ideas de Graham?
¿Cómo puede explicarse que una teoría tradicionalmente de izquierdas como la
renta básica sea respaldada por los mayores representantes del capitalismo
liberal dentro del mundo tecnológico?

¿Es
la renta básica una medida capitalista?

La respuesta es más sencilla de lo que parece: según los detractores
de Graham, su propuesta de renta básica, en realidad, no es más que un
complemento perfecto para el capitalismo y el liberalismo económico más
agresivo que en ocasiones se defiende desde las grandes fortunas de Silicon
Valley.

Y es que, según los críticos de Graham, si las personas de bajos o
nulos ingresos acceden a una renta básica que les permita pagarse lo necesario
para vivir, se generarán dos problemas.

En primer lugar, que esas personas quedarán condenadas a una
precariedad casi eterna, ya que la renta básica los dejará anclados en un
sistema económico en el que serán incapaces de ascender socialmente.

En segundo lugar, porque el sistema generado haría que las grandes
compañías tecnológicas tuvieran aún más poder y que las grandes fortunas se
incrementasen. Según estas teorías, la renta básica de Graham, como él mismo ha
llegado a reconocer, busca acabar con la pobreza extrema, pero nunca con la
desigualdad económica.

 

 

Para
defender esta teoría, los que critican la renta básica desde la izquierda
acuden a un gráfico demoledor: el que demuestra el progresivo distanciamiento
entre la productividad laboral y los ingresos medios desde que los desarrollos
tecnológicos empezaron a cobrar protagonismo en Estados Unidos.

Como
vemos en el gráfico de arriba, la productividad laboral y los salarios
comenzaron a avanzar a la par en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a partir de los años 80, y con la progresiva popularización de la
tecnología, ambos índices comenzaron a separarse hasta la situación actual.

2.
Federico Pistono: “Los robots te quitarán el empleo, pero no pasa nada”

En
un extremo de pensamiento alejado del de Paul Graham se encuentra otro defensor
de la renta básica. Se trata de Federico Pistono, un emprendedor y experto en
automatización laboral que defiende la existencia de una renta básica universal
e incondicional desde otra postura ideológica: el libertarismo económico
prácticamente al margen del Estado.

Así
lo explica:

Pistono
tampoco tiene dudas respecto a los robots y asegura que, efectivamente,
acabarán con un elevado porcentaje de los empleos de baja cualificación que
existen ahora mismo. Sin embargo, eso no le parece mal. En su libro “Robots
will steal your job, but that’s ok” (Los robots te quitarán el empleo, pero no
pasa nada), Pistono asegura que la automatización del trabajo acabará con un
sinfín de problemas y preocupaciones actuales.

Para Pistono, no tiene ningún sentido que gran parte de nuestras
preocupaciones diarias estén centradas en nuestro trabajo, en nuestros ingresos
o en si podremos pagar el alquiler el mes que viene. Por ello, defiende la
existencia de una renta básica universal e incondicional (no vigilada por el
Gobierno).

Por tanto, no es que Pistono defienda una serie de ingresos para los
excluidos del sistema laboral, sino una renta universal para que cualquier
ciudadano pueda vivir dignamente sin verse atado a un empleo que le haga pagar
las facturas. En este contexto, según él, cada ciudadano podría dedicarse a lo
que realmente le proporcionase una satisfacción y fuera útil para el resto de
la sociedad.

¿Qué
es más caro, pagar una renta básica o los programas de ayuda social?

Para Pistono, esta teoría no es ni utópica ni mucho menos cara.
Según él, la existencia de la renta básica haría que los gobiernos estatales
eliminasen el resto de programas de ayuda sociales (ayudas de desempleo,
programas contra la exclusión social, etc.), que, según Pistono, son mucho más
caros e ineficientes que la renta básica.

De hecho (y aquí es donde su propuesta evidencia su parte polémica),
Pistono defiende que la existencia del Estado en la renta básica sea nula, más
allá de dar el dinero de forma incondicional. Y es que, al no existir
condiciones para recibir la renta básica, el Estado no tendrá que gastar dinero
en controlar el cumplimiento de esas condiciones y su labor será prácticamente
inútil.

3.
Paul Mason: hacia un mundo sin trabajo (y más feliz)

¿Hay
un punto intermedio entre el capitalismo agresivo de Paul Graham y el
libertarismo de Federico Pistono? Sí lo hay, y está representado por el
periodista británico Paul Mason.

Mason
es el actual coordinador de economía de Channel 4 News y procede del marxismo
más intelectual. De hecho, The Guardian lo califica como el digno sucesor de
Karl Marx, aunque, en realidad, Mason incluye algunas ideas liberales entre sus
teorías sobre el futuro del trabajo a nivel mundial.

En
su libro Postcapitalism, el periodista defiende una llamativa teoría: en el
contexto actual, el capitalismo está a punto de colapsar.

Para Mason, la sobreexplotación del trabajo (y sus trabajadores), el
elevadísimo consumo de recursos naturales y el establecimiento de un sistema
económico que maltrata a los trabajadores, entre otros factores, han provocado
que el capitalismo haya llegado a un punto de no retorno que sólo puede
terminar de una manera: con su destrucción.

Pero, ¿en qué consistirá el postcapitalismo? Según Mason, en la
desaparición de todos los trabajos innecesarios que el neoliberalismo ha creado
para tener a los ciudadanos atados a un empleo que a duras penas les dará un
techo y una comida.

El
periodista parte de teorías de izquierdas, pero es un entusiasta de la
automatización del empleo como forma de liberar a los ciudadanos de la presión
del trabajo, los ingresos y la necesidad de llegar a fin de mes.

Robots
para acabar con el capitalismo

Los robots, según Mason, serán vitales para que abandonemos el
capitalismo en favor de un sistema económico, a su juicio, más justo.

El periodista es uno de los mayores creyentes en The future of
employment, mencionado al principio de este reportaje, y su teoría es la
siguiente: efectivamente, la automatización del trabajo podría acabar con el
47% de los empleos actuales, pero eso no tiene por qué ser malo en absoluto,
incluso si esos trabajadores en paro no consiguen un nuevo empleo.

Para Mason, la desaparición de puestos de trabajo es una estupenda
noticia por un motivo claro: la tecnología no sólo está haciendo que los
precios de los productos bajen, sino que también acaba consiguiendo que
nuestras necesidades de consumo vayan bajando.

Un
ejemplo: la automatización del empleo puede hacer que pierdan el trabajo muchas
personas que se dediquen a fabricar coches, pero, en realidad, ¿no estamos
yendo hacia un mundo en el que cada vez necesitamos menos coches?

Es
ahí donde, para el periodista, podría tener sentido el concepto de la renta
básica. Porque por mucho que reduzcamos nuestras necesidades económicas, estas
nunca llegarán a cero, con lo que la renta básica ayudaría a que el ciudadano
medio pudiese vivir de manera medianamente desahogada sin la preocupación de
conseguir un trabajo asfixiante para llegar a final de mes de cualquier manera.

La
visión de Paul Mason puede parecer utópica -y quizá lo sea-, pero en realidad
se inserta dentro de las posturas del decrecentismo económico de la izquierda
ecologista.

Una
izquierda decrecentista, por cierto, que poco a poco va siendo más común en
Silicon Valley, donde cada vez más ingenieros retoman y transforman ciertas
ideas de los 60 para asegurar que, a día de hoy, la tecnología puede hacer que
consumamos menos recursos, que se produzcan menos emisiones contaminantes, que
la mayoría de bienes se fabriquen solos y que los precios de los productos
bajen.

En definitiva, que la tecnología consiga que nuestra calidad de vida
aumente y que nuestras necesidades de trabajo, poco a poco, vayan tendiendo a
cero.

Al
final son muchas las teorías, pero todas se reúnen en torno a un mismo
precepto: si es verdad que los robots acabarán con parte de los empleos y
que muchos de los parados no serán capaces de volver al mercado laboral, la
implantación de una renta básica parece una opción, como poco, a tener en
cuenta.


La Europa rica se plantea un sueldo para sus ciudadanos (La Vanguardia –
5/6/16)

(Por
Alicia Rodríguez de Paz)

¿Qué le parecería recibir una cantidad fija al mes de las arcas
públicas con la que hacer frente a los gastos de vivienda, suministros,
alimentación? En suma, un salario por ser ciudadano, que no esté sujeto a
condición alguna como el nivel de renta o no tener trabajo remunerado. Lo que a
primera vista puede resultar un modelo utópico de pensadores de hace décadas e
incluso siglos, se ha acabado convirtiendo en el planteamiento de un debate que
llama a las puertas de distintos gobiernos de Europa -eso sí, la Europa más
rica-, preocupada por luchar contra las desigualdades y hacer frente a una
revolución digital en el sistema productivo de consecuencias desconocidas para
el empleo. Y que se dilucida hoy mismo en las urnas situadas en todos los
rincones de Suiza.

Los
suizos tienen que pronunciarse en referéndum sobre la implantación de una renta
básica universal para todos sus ciudadanos. La propuesta, presentada por
iniciativa popular, plantea un salario de 2.500 francos suizos al mes (unos
2.260 euros) para los adultos y un complemento para los menores de edad. En
principio, según las encuestas, la nueva renta no saldrá adelante al contar
apenas con el apoyo de un 30% de los votantes, pero pone el foco sobre una
suerte de versión 4.0 de una idea de renta de ciudadanía que ya planteó Thomas
Paine en el siglo XVIII y retomaron el siglo pasado economistas como Milton
Friedman.

Raymond
Torres, nuevo director de previsión y coyuntura de Funcas y residente durante
años en Ginebra como alto responsable de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), remarca el papel de Suiza en su afán de “proyectar debates de
futuro”. Además de Suiza, otros territorios del norte de Europa como Finlandia
o un puñado de municipios holandeses también reflexionan sobre cómo adaptar la
cobertura social a los vertiginosos cambios productivos a los que se enfrenta
el mundo.
Los actuales defensores de la renta universal la
plantean como una respuesta a la escasez de empleo que puede provocar el
proceso de digitalización y automatización de la economía. “Por primera vez,
los incrementos de producción y del crecimiento económico no revierten con
claridad en generación de empleo; los negocios disruptivos acaban beneficiando
básicamente a sus impulsores y a los inversores”, resume Xavier Ferràs, decano
de la facultad de Empresa y Comunicación de la Universitat de Vic. Esta misma
semana, la OCDE advertía de que el crecimiento económico débil con el que se ha
salido de la crisis está muy condicionado por el aumento de la desigualdad en
el reparto de la riqueza y la ralentización de la productividad. Su secretario
general, Ángel Gurría, alertó de que estos dos elementos “conducen a un círculo
vicioso” donde no hay garantía de que las innovaciones redunden en mayor
productividad laboral y, a la vez, amenaza con generar más desigualdad.

La renta básica universal se presenta así como una forma para
garantizar un nivel de vida “decente” para todos los ciudadanos en las
sociedades más avanzadas, tratando de desligarlo del trabajo ahora amenazado:
hay dudas sobre la existencia en el futuro de suficiente trabajo para la
mayoría de la población y se plantean sombras sobre la creciente fractura de la
desigualdad. La figura del trabajador se diluye y crece el miedo a un
crecimiento anémico. La fragilidad de los ocupados (con cada vez más autónomos
y trabajadores independientes, con una erosión de la relación entre empresarios
y asalariados) se traduce en un reparto más desigual de las rentas.

En
todo caso, no existe un consenso sobre el impacto neto de la economía digital y
la automatización, en términos de puestos de trabajo. El director de previsión
y coyuntura de Funcas opina que la destrucción de puestos de empleo vendrá acompañada
por la creación de empleo en otros sectores. La incertidumbre se centra pues en
hasta qué punto se compensará la destrucción de puestos de trabajo.

Este sueldo de ciudadanía se concibe por sus impulsores también como
una fórmula para dar una vuelta al actual estado del bienestar, para actualizar
la cobertura social. En buena parte busca simplificar los beneficios sociales
que reciben en mayor o menor medida los ciudadanos, por lo que la implantación
de una renta universal implica la eliminación de otras ayudas. “El estado del
bienestar tiene que adaptarse a los cambios estructurales que se dan en la
economía y la sociedad, pero debe hacerlo de manera viable y sostenible, y sin
introducir distorsiones que cuesten más de lo que reporta”, matiza José Antonio
Herce, director asociado de Afi y profesor de la Universidad Complutense.

Ferràs, por su parte, pide huir de la idea de “cobrar por no hacer
nada”. Los promotores de esta iniciativa consideran que es una oportunidad
única de dejar atrás las interminables jornadas de trabajo y en general
replantear el tiempo de dedicación al empleo en beneficio de la formación, las
relaciones personales, el voluntariado o simplemente el ocio. La renta básica plantea incógnitas, por otra parte, sobre
consecuencias indeseadas como desincentivar la permanencia en el mercado de
trabajo o las expectativas de ascenso social de los más desfavorecidos.
Por eso, no es de extrañar que el planteamiento de la mayoría de iniciativas de
este tipo contenga pruebas piloto donde evaluar el impacto del giro copernicano
que supone crear una renta sin condiciones. También
hay críticas por el esperado incremento de la presión fiscal para poder hacer
frente a la aplicación de la renta, que podría llevar a una deslocalización de
empresas o al incremento del fraude fiscal y de la economía sumergida.

Sin
embargo, los expertos consultados ponen el acento en la viabilidad de la
financiación de una medida que Xavier Ferràs, experto en innovación y defensor
de la necesidad de aplicarla a medio plazo, considera hija de un “cambio de
paradigma”. Herce, por ejemplo, señala que aplicar
una renta de 800 euros al mes en Finlandia puede costar, a pesar de suponer la
eliminación de otras ayudas sociales, unos 47.000 millones de euros al año, el
17% de su PIB. Cuando en las elecciones europeas del 2014, Podemos
defendió una renta básica universal, Abraham Zacuto en Nada es gratis
calculó que, de implantarse, el gasto público de España se dispararía del 44% a
nada menos que el 65%, después de descontar un ahorro de casi diez puntos del
PIB en protección social. En cambio, la plataforma Red Renta Básica publicó un
estudio, encabezado por su presidente, el economista Daniel Raventós, donde
defendían que una ayuda universal de unos 625 euros al mes se podría financiar
aumentando la carga impositiva del 10% de los más ricos.

Torres
prefiere revisar el sistema para que la protección social no dependa tanto del
asalariado y más, por ejemplo, de la imposición fiscal. En sintonía con Herce,
es “partidario de una renta mínima no universal sino condicionado a los
ingresos y vinculado a algunos requisitos como mantener la escolarización de
los hijos; es una herramienta para reducir la pobreza que está creciendo en
países como España. Y sobre todo, es perfectamente financiable”.


“The Economist” arremete contra la renta básica universal (El Economista
5/6/16)

La publicación asegura que se han subestimado sus efectos negativos
y que sería “increíblemente costoso” y “destrozaría el Estado de bienestar”.

La
revista británica “The Economist” advierte sobre los efectos negativos para la
economía del establecimiento de una renta básica universal y acusa a quienes
proponen su creación de haber “subestimado” las consecuencias.

En
un artículo publicado en el último número de la revista en el que analiza el
incremento de países en los que se propone la creación de una renta de este
tipo, “The Economist” afirma tajante que “los promotores de un ingreso básico
subestiman cómo de disruptivo sería”.

En
primer lugar, la publicación advierte sobre el elevado gasto que conllevaría
esta medida, que sería “increíblemente costosa”. En su opinión, el enorme
salto en el gasto público que supondría el establecimiento de una renta básica
universal, “incluso aunque se hiciera de forma muy eficiente”, provocaría
“efectos impredecibles sobre el crecimiento económico y la creación de
riqueza”.

Además, asegura que “destruiría la condicionalidad sobre la que se
construyen los estados de bienestar modernos”, ya que esta medida erosionaría
los incentivos a encontrar un empleo.

“Una gran proporción de la población podría caer en un estado de
ociosidad alienada”, lo que crearía “fuertes tensiones entre los que siguen
trabajando y pagan impuestos, y aquellos que optan por no hacerlo”. Esta
situación “debilitaría el actual sistema” y podría “destrozar el Estado de
bienestar”.

Por último, afirma que una renta básica afectaría a los flujos
migratorios y haría “casi imposible” que los países que la implantaran mantuvieran
sus fronteras abiertas.

“El
derecho a una renta llevaría a los países ricos a
cerrar las puertas a los inmigrantes o a establecer ciudadanos de segunda
categoría sin acceso a la ayuda estatal”, sostiene “The Economist”.

Por
esta razón, la revista insta a los gobiernos a, antes de establecer este tipo
de rentas, “hacer un mejor uso de las herramientas que ya tienen disponibles”
para hacer frente a las desigualdades y la pobreza.

En su opinión, “una renta básica podría tener sentido en un mundo de
solapamiento tecnológico” en el que las máquinas han destruido una parte
importante de los empleos que realizaban las personas. Sin embargo, afirma que
esta “preocupación” sobre la pérdida de puestos de trabajo por el avance
tecnológico es una “idea antigua” que hasta el momento “siempre se ha
demostrado errónea”.

Así,
reclama a los gobiernos que, “antes de que empiecen a planificar un mundo sin
empleo, deberían esforzarse para hacer que el sistema actual funcione mejor”.

 


Suiza rechaza el plan de renta básica garantizada para todos (El País – 6/6/16)

Un 77% de los votantes se oponen al pago universal de 2.250 euros
para todos los adultos

Los votantes suizos han rechazado una propuesta para introducir una
renta básica garantizada para todo aquel que viva en el rico país, mostraron el
domingo proyecciones del grupo GFS para la cadena suiza SRF.

Los
datos oficiales mostraron que un 76,9% de los votantes rechazó la incitativa
del propietario de un café en Basilea, Daniel Haeni, y sus aliados en una
votación bajo el sistema de democracia directa suizo, pero logró generar un
incómodo debate sobre el futuro del trabajo en un momento de creciente
automatización.

Los que apoyaban la medida dijeron que introducir una renta mensual
de 2.500 francos suizos (unos 2.250 euros) por cada adulto y 625 francos por
cada menor de 18 años promovería la dignidad humana y los servicios públicos en
un momento de creciente automatización. Sus detractores, entre ellos el
Gobierno, dijeron que costaría demasiado y que debilitaría la economía.

Victoria
moral

“Como
empresario soy realista y contaba con un apoyo del 15%, ahora parece que hay
más de un 20%. Lo encuentro fabuloso y sensacional”, dijo Haeni a la SRF.
“Cuando veo el interés de los medios, desde el extranjero también, entonces
digo que estamos creando una tendencia”, dijo.

Suiza
es el primer país que celebra un referéndum nacional sobre una renta básica
incondicional, pero otros países, como Finlandia, estudian planes similares.

El
Gobierno suizo había instado a los votantes a rechazar la campaña, diciendo que
el plan costaría demasiado y minaría la cohesión de la sociedad. El plan
incluía sustituir total o parcialmente lo que la gente obtiene como beneficios
sociales.

La
campaña a favor de la renta básica ha sido muy creativa, con un dibujo más
grande que un campo de fútbol en el que preguntaban “¿Qué harías si tuvieras
unos ingresos garantizados?”; con una manifestación de “robots” por el centro
de Zúrich o repartiendo billetes de 10 francos.


Análisis de la renta básica universal, a favor o en contra (megabolsa.com –
9/6/16)

(Por
Ismael de la Cruz)

Para
quienes no lo sepan, no es algo nuevo, de hecho existe desde el año 1986 una
red europea, la Basic Income Earth Network (BIEN), cuyo objetivo principal
consiste en avivar e impulsar el debate sobre su idoneidad.

Para
tener claro el concepto, veamos algunas características de
la renta básica universal
:

·        
Va dirigida a las personas y no a los hogares o familias.

·        
El derecho a recibirla no exige ningún requisito, tan sólo el de ser
ciudadano del país.

·        
Son indiferentes las fuentes de rentas y de ingresos de cada
persona. Por tanto, la renta la recibiría una persona que no tiene trabajo ni
recursos, una persona con trabajo y sueldo, una persona millonaria.

·        
No requiere una contraprestación laboral ni que la persona se
encuentre en búsqueda activa de trabajo. Se paga por el mero hecho de ser
persona y ciudadano.

Se
especula mucho con el coste económico que ello supondría, se baraja
alrededor del 21% del PIB anual, eso sí, siempre y cuando sólo se reparta a las
personas mayores de edad, porque si no mejor ni hablamos del gasto que supondría.
Claro, esa cantidad ingente de dinero ha de salir de las arcas públicas, de los
propios ciudadanos, vía impuestos, por lo que la carga fiscal se
incrementaría significativamente, en torno a un 55%.

También
habría que tener en cuenta que supondría un efecto llamada en toda regla, los flujos
migratorios jugarían un papel determinante en este tema. España pasaría a ser
un destino preferente para los inmigrantes, sobre todo los de baja
cualificación, que también tendrían derecho a la renta básica.

En
este punto, incidir en que otra variante de la renta básica podría ser la de
pagarse única y exclusivamente a las personas con nacionalidad española. Si
bien es cierto que con ello se evitaría el efecto llamada de los inmigrantes y
también el gasto económico sería más reducido, también lo es que la brecha de
bienestar, calidad de vida y status social entre españoles y residentes no
españoles se agrandaría más aún si cabe, produciéndose desigualdades de cierta
índole.

Soy
de la opinión de que si la renta es
demasiado baja se convertiría en un subsidio gubernamental a las empresas, pero
si es demasiada elevada creará una sociedad parásita y sin incentivos de
ninguna clase
. Por otra parte, si se reparte a todos
conlleva un gasto enorme, pero si sólo se reparte a los necesitados se les
estaría estigmatizando y marcando. Sí, un tema complejo y delicado.

Pero
al principal efecto negativo que supondría (el enorme gasto económico que
conllevaría), habría que añadirle un segundo efecto también muy preocupante: la falta de todo estímulo o incentivo para buscar empleo (por tanto para trabajar), para
formarse (estudiando, realizando prácticas). Ello acabaría creando una sociedad
zombi, en la que se fomentaría la vagancia, la desidia, la falta de realización
completa como persona humana, el nivel cultural de la población se vería
gravemente mermado, afectaría negativamente al crecimiento económico, a la
creación de riqueza y al estado de bienestar, habría enfrentamientos entre las
personas que trabajan (y pagan impuestos) y los que no trabajan y están en sus
casas cobrando su sueldo sin hacer nada.

Los que están a favor esgrimen los siguientes argumentos:

·        
Reduciría la pobreza.

·        
Se reducirían los gastos sanitarios y ello favorecería la salud
pública.

·        
Bajaría la delincuencia, al menos la de pequeña escala.

·        
Menos jóvenes se verían obligados a dejar los estudios al no tener
que ponerse a trabajar.

Algunos expertos en la materia tan sólo verían razonable implantar
una renta básica universal en el supuesto de que el avance de la tecnología y
las máquinas destruyera buena parte de los empleos existentes, pero no es
precisamente la situación actual, y en el caso de que fuese cierto, aún nos
faltaría mucho tiempo para verlo.

Mi opinión es clara al respecto, estoy en contra,
como bien decidieron más del 80% de los suizos
. Es muy bonito,
populista y demagogo decir que la financiación económica de la renta básica
universal provendría de aumentar los impuestos a los ricos. Vamos a ver,
seamos serios y no digamos tonterías. Los ricos jamás pagarían nada, son ricos,
tienen medios, estructuras, los mejores asesoramientos profesionales, para
evitar pagar más impuestos.

Como
bien decía Thomas Sowell, “uno de los tristes signos de nuestros tiempos es que
hemos demonizado a los que producen, subsidiado a los que rehúsan a producir y canonizado
a los que se quejan”.

En
Suiza celebraron hace pocos días un referéndum para ver si la población quería
recibir una renta básica, trabajasen o no, de 2.250 euros mensuales. El
resultado fue abrumador. Más del 80% se opusieron tajantemente. Recordemos
que ya en el 2014 rechazaron también en referéndum poner salario mínimo de 4.000
euros mensuales, el más alto del mundo (el salario medio en Suiza en el
2015 ha sido de 84.545 euros al año, es decir 7.045 euros al mes, si
hacemos el cálculo suponiendo 12 pagas anuales).

En Finlandia están
estudiando la posibilidad de introducir una renta básica para sus ciudadanos
mayores de edad, trabajen o no trabajen, sean pobres o millonarios,
concretamente unos 800 euros al mes (el salario medio del país es de 3.300
euros, por lo que no daría para vivir).

Como
no quieren jugársela, y me parece muy bien, comenzarían en el 2017 y con
carácter temporal (duraría sólo dos años) y se aplicaría al 10% de la
población. Luego evaluarían y analizarían para decidir si lo terminan
implantando definitivamente para todos.


¿Puede una renta básica universal ayudar a los países pobres? (El País –
11/7/16)

(Por
Pranab Bardhan)

La
vieja idea de reestructurar el estado del bienestar con una renta básica
universal incondicional últimamente ha despertado interés en todo el espectro
político. Desde la izquierda se la considera como un antídoto simple y
potencialmente integral para la pobreza. Desde la derecha se percibe como una
forma de demoler complejas burocracias de asistencia social y reconocer
simultáneamente la necesidad de ciertas transferencias sociales de una manera
que no debilite significativamente los incentivos. También brinda
cierta garantía ante el temido futuro en que los robots puedan reemplazar a los
trabajadores en muchos sectores. Pero, ¿puede realmente llegar a funcionar?

Hasta
el momento, la pregunta ha sido considerada principalmente en países avanzados
y los números no parecen prometedores. Aunque -según se informa- Canadá,
Finlandia y los Países Bajos están considerando actualmente la idea del ingreso
básico, algunos economistas prominentes de países avanzados advierten que es
algo ostensiblemente prohibitivo. En Estados Unidos, por ejemplo, entregar
10.000 dólares al año a cada adulto -una cifra inferior al umbral oficial de la
pobreza para un hogar unipersonal- agotaría casi todos los ingresos fiscales
federales del sistema actual. Tal vez haya sido ese tipo de aritmética
el que llevó a los votantes suizos a rechazar abrumadoramente la idea en un
referendo a principios de este mes.

¿Pero
qué hay de los países con ingresos bajos o medios? De hecho, una renta básica
bien puede ser fiscalmente posible -por no hablar de socialmente deseable- en
lugares donde el umbral de la pobreza es bajo y las redes de seguridad social
existentes son débiles y cuya administración representa una carga considerable.

Consideremos
a la India, donde aproximadamente un quinto de la población vive por debajo de
la línea oficial de la pobreza, que en sí es muy baja. Aunque los ciudadanos
con tarjetas llamadas “bajo la línea de pobreza” son elegibles para recibir
asistencia gubernamental, los estudios muestran que aproximadamente la mitad de
los pobres no cuentan con ellas y que cerca de un tercio de quienes no son
pobres sí las tienen.

Muchos
otros países en desarrollo se enfrentan a problemas similares, donde los
beneficios destinados a los pobres son asignados a personas en mejor situación
y muchos de los destinatarios no los reciben debido a una combinación de
connivencia política y administrativa y verdaderos desafíos estructurales.
Evaluar los recursos económicos de la gente para saber si tienen derecho a las
prestaciones puede ser muy difícil en un entorno donde el trabajo se concentra
en el sector informal, principalmente en el autoempleo, sin contabilidad formal
ni datos sobre los ingresos. En estas circunstancias, identificar a los pobres
puede resultar costoso, corrupto, complicado y controvertido.

Una
renta básica incondicional podría eliminar gran parte de este problema. La
pregunta es si los Gobiernos pueden afrontarlo sin aumentar la carga sobre los
contribuyentes ni socavar los incentivos económicos.

En
la India, la respuesta puede ser afirmativa. Si cada uno de sus 1.250 millones
de ciudadanos recibiera un ingreso básico anual de 10.000 rupias (149 dólares)
-aproximadamente tres cuartos del umbral de pobreza oficial- el pago total
representaría aproximadamente el 10 % del PIB. El Instituto Nacional de
Finanzas y Políticas Públicas de Delhi estima que todos los años el Gobierno indio
reparte mucho más que eso en subsidios implícitos o explícitos para mejorar a
sectores de la población, sin mencionar las exenciones impositivas al sector
corporativo. Si se descontinúan algunos o todos estos subsidios -que, por
supuesto, no incluyen gastos en áreas como salud, educación, nutrición,
programas de desarrollo rural y urbano, y protección ambiental- el gobierno
podría obtener los fondos para ofrecer a todos, ricos y pobres, un ingreso
básico razonable.

Si
el Gobierno carece del coraje político para eliminar suficientes subsidios,
quedan dos opciones. Podría tomar medidas para aumentar los ingresos fiscales,
como mejorar la recaudación del impuesto inmobiliario (que actualmente es
extremadamente baja), o reducir el nivel del ingreso básico que introduzca.

Lo
que los Gobiernos no deben hacer es financiar un esquema de ingresos básicos
con el dinero de otros programas clave de asistencia social. Aunque la renta
básica pueda reemplazar algún gasto atrozmente disfuncional de la seguridad
social, no puede sustituir, digamos, a los programas de educación pública,
cuidado de la salud, nutrición preescolar o garantía de empleo en la obra
pública. Después de todo, el ingreso básico aún estaría gravemente limitado y
no hay forma de garantizar que las personas asignen una parte suficiente de él
para lograr niveles socialmente deseables de educación, salud o nutrición.

Si
se tienen en cuenta estas limitaciones, hay pocos motivos para creer que un
programa de rentas básicas no funcionaría en los países en desarrollo. De
hecho, los argumentos más frecuentes que se escuchan contra este tipo de
esquemas distan de ser convincentes.

El
principal inconveniente, según los críticos, es que el ingreso básico
debilitaría la motivación para trabajar, especialmente entre los pobres. Dado
que el valor del trabajo va más allá del ingreso, plantea esa lógica, esto
podría presentar un problema grave. Los socialdemócratas europeos, por ejemplo,
se preocupan porque una renta básica podría socavar la solidaridad entre los
trabajadores que apuntala los actuales programas de seguro social.

Pero
en los países desarrollados, los trabajadores del sector informal dominante ya
están excluidos de los programas de seguridad social y ningún ingreso básico
factible sería lo suficientemente significativo, al menos de momento, como para
permitir que la gente simplemente dejara de trabajar.

De
hecho, entre los grupos más pobres, las rentas básicas mejorarían la dignidad y
los efectos del trabajo que fomentan la solidaridad al quitar cierta presión a
quienes actualmente trabajan demasiado (especialmente a las mujeres). En vez de
temer continuamente por su sustento, las personas autoempleadas, como los
productores y vendedores de pequeña escala, podrían tomar decisiones más
estratégicas y aprovechar su mayor poder de negociación frente a los
comerciantes, intermediarios, acreedores y arrendatarios.

El
argumento final contra el ingreso básico es que los pobres usarán el dinero
para financiar actividades perjudiciales para ellos mismos o la sociedad, como
el juego y el consumo de alcohol. Las experiencias con las transferencias
directas de efectivo en diversos países, entre los que se cuentan Ecuador,
India, México y Uganda, no ofrecen mucha evidencia de mal uso; por lo general,
el efectivo se gasta en bienes y servicios que valen la pena.

Las propuestas de una renta básica universal imaginadas por los
socialistas utópicos y libertarios pueden ser prematuras en los países
avanzados, pero no se debe dejar de lado a esos esquemas en el mundo en
desarrollo, donde las condiciones son tales que podrían ofrecer una alternativa
asequible a los programas de asistencia social ineficaces y administrativamente
difíciles de manejar. Los ingresos básicos no son una panacea, pero para los
ciudadanos que trabajan en exceso y viven en la pobreza extrema en los países
en desarrollo, ciertamente constituirían un alivio.

(Pranab
Bardhan es profesor den la Escuela de Posgrado de la Universidad de California,
Berkeley. Sus
últimos dos libros son Awakening Giants, Feet of Clay: Assessing the Economic
Rise of China and India y Globalization, Democracy and Corruption. Copyright: Project
Syndicate, 2016)


En vez de renta, capital básico (El País – 9/9/16)

(Por
Reiner Eichenberger & Anna Maria Koukal)

La renta básica universal es una idea fascinante. Para sus
partidarios es una especie de teología de la liberación. Sostienen que libera a
las personas tanto de la dependencia de las rentas derivadas del trabajo como
de la misma obligación de trabajar. Les permite emplear el tiempo que quieran
en lo que quieran, y no hacer algo porque no les queda más remedio. Además, al menos
a priori, la renta básica acaba con la trampa de los subsidios sociales: en el
sistema tradicional de seguridad social europeo los beneficiarios de las ayudas
sociales tienen pocos incentivos para trabajar. En cuanto encuentran un empleo,
pierden la ayuda y pasan a generar unos ingresos por los que habrán de pagar
impuestos. No es de extrañar que a mucha gente le cueste dejar las ayudas
sociales. Desde esta perspectiva, la renta básica universal sería efectivamente
algo bueno si funcionase. Pero ¿funciona?

La
crítica más frecuente es que, si la cobrase, mucha gente dejaría de trabajar.
Se trata de un temor infundado. La renta básica no alcanza ni de lejos para
vivir como un rey. Por eso, los ingresos complementarios siguen siendo muy
convenientes, y la motivación para trabajar, importante. Actualmente, una
muestra de lo poco que influyen los ingresos “regalados” en la motivación para
trabajar es que las personas que tienen rentas procedentes de su patrimonio
comparables a la renta básica, o que son propietarias de una vivienda, y que,
en consecuencia, tienen menos gastos por ese concepto, no trabajan menos que
las personas sin patrimonio o sin vivienda.

El verdadero problema de la renta básica es otro: cuando es baja
-por ejemplo, una décima parte de los ingresos medios-, ni da seguridad
suficiente al receptor ni lo libra de la obligación de trabajar. Sin embargo,
cuando es lo bastante alta, deja de ser financiable. Cuando no se financia
mediante deuda y no es un simple ejercicio de redistribución desde los más
ricos al resto de la población, para costearla, el ciudadano medio tiene que
aportar más o menos la misma cantidad que recibe como renta básica. A primera vista esto
no plantea ningún problema, ya que, aparentemente, para él no cambia nada. Sin
embargo, las cosas no son así: al final, la renta
básica se tiene que financiar a través de un impuesto sobre la renta o sobre el
consumo. Para una renta básica
equivalente más o menos al umbral de la pobreza, es decir, aproximadamente a la
mitad de los ingresos medios actuales, se debería recaudar un impuesto
complementario del 50% sobre cada euro ganado con el propio trabajo.
A esto se añadirían los impuestos para las demás
prestaciones públicas. Así, no se tardaría en llegar a tipos impositivos medios
sobre las rentas del trabajo del 80% o más. O sea, que a los defensores de la
renta básica no les salen las cuentas.

De esto se podría deducir que los que ganan más deberían soportar
una cuota más alta. Pero tampoco esto funciona. Cuantas menos personas lleven
la carga, más alto tendrá que ser su gravamen. Sin embargo, como es sabido, los
aumentos de impuestos por encima de entre el 60% y el 70% no generan más
ingresos. Los incentivos negativos contra el trabajo asalariado y a favor de la
evasión fiscal legal e ilegal son demasiado fuertes.

Muchos
partidarios de la renta básica reclaman que se financie mediante el IVA. Pero
estas cuentas tampoco cuadran, ya que, entonces, las tasas del impuesto se
disparan. Para tener suficiente financiación el IVA fácilmente tendría que
llegar a un 50% o más solo para ese fin, así que la idea está muerta.

Por eso, algunos defensores de la renta básica universal sostienen
que no tendrían que percibirla todos los ciudadanos y, al mismo tiempo,
cobrarles un impuesto complementario, sino que la renta se debería ajustar a
los ingresos procedentes del trabajo. Es decir, quien disponga de ellos no
debería percibirla, o bien tener una renta reducida. Pero esto no es
más que una falacia, ya que, al final, el ajuste viene a ser un gravamen,
camuflado pero muy elevado, sobre los ingresos obtenidos por el propio trabajo.
Además, la idea se devora a sí misma: la renta básica deja de ser incondicional
porque solo reciben el dinero quienes ganan menos de lo que cobran por la
renta, así que en este supuesto la idea está más que muerta.

Si la renta básica es incondicional, surge otro problema: ¿qué se
debe hacer con los recién llegados, o con los que emigran al país precisamente
debido a la renta básica? La única manera de responder es introducir
condiciones. De este modo, lo que era una renta básica incondicional se
convierte en discriminatoria.

A
veces se alega que en países en desarrollo, e incluso en países de la UE, se
han hecho experimentos con buenos resultados. No es verdad. Los experimentos
solo ponen de relieve si los participantes quieren cobrar la renta básica y en
qué medida siguen trabajando. El resultado es que los que colaboran están
contentos de recibir el dinero, y que, en la mayoría de los casos, siguen
trabajando como es debido. No resulta muy sorprendente. Sin embargo, se pasa
por alto la cuestión fundamental: los participantes no tienen que asumir los
costes de la renta básica, sino que los directores del experimento les pagan.
Pero una renta básica realista la tienen que costear sus propios
beneficiarios. Así pues, un experimento significativo no debería indagar si la
gente quiere dinero gratis, sino si quiere financiarlo ella misma. Tras un intenso
debate, cerca de un 68% de los suizos votó en contra de implementar este modelo
en el referéndum de junio.

En definitiva, la renta básica no funciona. A pesar de ello, hay que
encontrar medios contra la trampa de la ayuda social que sean eficaces, pero
también financieramente viables. Podemos aprender mirando a las familias
y la relación que los progenitores establecen con su descendencia.
Prácticamente a nadie se le ocurre la descabellada idea de pagarles a sus hijos
una renta vitalicia. En cambio, muchos padres les dan un capital inicial del
que sus hijos pueden vivir si llegan malos tiempos, o con el que pueden pagar
sus estudios. Esta fórmula se podría trasladar al Estado. Todos los jóvenes de 20 años, independientemente del tiempo
que lleven en el país, deberían recibir del Estado un capital básico
equivalente, por ejemplo, a dos veces el salario medio anual, que tendrían
derecho a utilizar de acuerdo con una normativa estatal. Así, si fuese
necesario, se podría cobrar durante cuatro años una renta básica equivalente a
la mitad del salario medio para poder financiar así los estudios universitarios
u otra clase de formación profesional, o independizarse. De este modo se
generarían incentivos perfectos para quienes hasta entonces hubiesen recibido
ayudas sociales, porque entonces podrían quedarse con todos los ingresos
procedentes de su trabajo. Además, se podrían aumentar las tasas universitarias
y fomentar la competencia entre universidades, puesto que la ciudadanía
dispondría de dinero para dedicar realmente a los estudios. La inmigración
tampoco pondría en peligro el capital básico, ya que la cuantía percibida se
podría adecuar al tiempo que hubiese vivido en el país en cuestión durante la
infancia. De este modo, el capital básico
podría solventar en gran medida la trampa de los subsidios y otros problemas
sociales. Al mismo tiempo, la educación daría como resultado una redistribución
de los medios más justa, más eficaz, y todo esto proporcionaría más igualdad de
oportunidades. Además, el capital básico solo supondría una quinta parte de los
costes de la renta básica: un ciudadano no recibiría entre 60 y 80 pagos
anuales, como ocurre con la renta básica, sino solo 4. Así, el capital básico
se podría financiar sin problemas y liberaría verdaderamente a las personas.

(Reiner
Eichenberger es profesor de Teoría Económica y de Finanzas de la
Universidad de Friburgo y director de investigación de CREMA (Center for
Research in Economics, Management and the Arts). Anna Maria Koukal es
colaboradora científica de la cátedra de Ciencias Financieras de la Universidad
de Friburgo)


¿Algo a cambio de nada? (El País – 11/9/16)

(Por
Loek Groot)

Pasada
la edad de oro del capitalismo que siguió a la II Guerra Mundial, caracterizada
por el pleno empleo, los responsables de las políticas sociales en Europa
intentan desde la década de los setenta solucionar de forma definitiva el
problema del paro. Y, debido a una serie de novedades simultáneas, la renta
básica vuelve a estar en la agenda. El elevado desempleo que se prolonga
desde que empezó la crisis financiera en 2007, el aumento de la desigualdad y
la distribución desproporcionada de los beneficios de la globalización es el
contexto de este resurgir de la defensa de una renta garantizada como
alternativa al sistema actual. ¿Por qué intentar empujar al paro retribuido a
todas las personas en edad de trabajar cuando las tasas de desempleo están en
dos dígitos?

Hasta ahora se partía de la premisa de que todos debemos realizar
algún trabajo remunerado, y que solo quedan exentos los que reciben unas ayudas
sociales que, de una manera u otra, están relacionadas con ese trabajo
remunerado (prestaciones por enfermedad, incapacidad, desempleo, ayudas
sociales, pensiones o becas para estudiantes). Una renta básica sin condiciones
que proporcionase unos ingresos mínimos a todo el mundo rompería el vínculo
entre prestaciones sociales y trabajo remunerado. Por eso este
planteamiento va en contra de la base ética del Estado de bienestar. Tal y como
lo conocemos, este sistema otorga beneficios sociales de manera condicional,
temporal y selectiva. Eslóganes como “quien no trabaja, no come”, “no se puede
esperar algo a cambio de nada” y “la comida gratis no existe” expresan
claramente ese principio ético en el que se sustenta el Estado de bienestar.

Pero la polarización de los empleos -caracterizada por el declive
gradual de la proporción de puestos de trabajo propios de unos empleados de
clase media-, el proceso de flexibilización del mercado laboral y la
automatización del trabajo estimula el movimiento a favor de la renta básica.
Esta proporcionaría a los trabajadores con jornada flexible y a los autónomos
una protección literalmente básica de los ingresos que necesitan para lidiar
con su sumamente incierta situación en lo que respecta a los gastos elementales
de subsistencia.

Una renta básica digna -digamos, equivalente al 25% del PIB por
habitante- es redistributiva, y los trabajadores con salarios bajos son los más
beneficiados: en el sistema actual, los trabajadores de este grupo son
contribuyentes netos, ya que no reciben prestaciones sociales y sí pagan
impuestos. En el sistema de renta básica los impuestos que pagarían serían
inferiores a la renta que recibiesen. En el caso de los trabajadores con
remuneraciones altas ocurriría lo contrario, de manera que uno de los probables
efectos de la renta básica sería que reduciría la desigualdad entre los
trabajadores.

Otro
ejemplo. Como sostiene Philippe van Parijs (filósofo belga, uno de los grandes
defensores de la renta básica), unos ingresos garantizados en forma de
eurodividendo (repartir una cantidad determinada de euros a cada ciudadano de
la zona euro que podrá ser financiado, por ejemplo, con una parte del IVA)
podrían contribuir a fortalecer el tambaleante euro como divisa, ya que se
estructurarían las transferencias no tanto de ricos a pobres como de las
regiones prósperas a las que están en bancarrota de la zona euro, lo cual,
junto con la movilidad laboral, daría como resultado una mayor estabilidad de
la divisa, de forma similar a lo que sucede con el mecanismo que hay detrás de
la solidez del dólar. Desde esta perspectiva, ¿no sería beneficioso que
todos los ciudadanos adultos pudiesen contar con un pago mensual regular sin
condiciones que se ajustase al mínimo predominante en la sociedad en cuestión,
independientemente de los ingresos, la riqueza, la situación familiar o la
disposición a trabajar de la persona?

Actualmente, la filosofía política debate si la renta básica es
justa. El argumento ético de más peso en contra de dicha prestación es que
consiente el parasitismo: permite que ciudadanos físicamente sanos vivan a
costa de los esfuerzos productivos de los demás sin dar a cambio un servicio
recíproco a la sociedad, por ejemplo, porque se entregan a actividades sin
provecho. A mi modo de ver, en el sistema de la renta básica, no estar obligado
a aceptar un empleo refuerza la posición de los trabajadores, aunque el precio
a pagar sea el parasitismo. Es decir, precisamente por consentir el
parasitismo, todo el mundo tendrá la capacidad de rechazar las malas ofertas de
trabajo, lo cual, al final, resultará en mejores empleos y en salarios más
altos para las tareas de menor cualificación.

Es cierto que una renta básica digna parece mucho más costosa que el
actual sistema de prestaciones para las personas con bajos ingresos, dirigido
exclusivamente a los pobres y que precisa que se comprueben la situación
laboral y los recursos. Por lo tanto, es muy probable que una renta básica
digna requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema. Sin embargo, los
efectos globales en la economía en su conjunto todavía son sumamente inciertos.
Por una parte, una mayor carga impositiva puede reducir la oferta de mano de
obra. Por ejemplo, la renta básica podría animar a
mucha gente a elegir una profesión que no se centrase en el trabajo remunerado,
o quizá resultaría más atractivo trabajar a tiempo parcial en vez de a jornada
completa, ya que acortar la jornada laboral no haría que disminuyesen
proporcionalmente los ingresos netos, puesto que la parte de estos últimos
correspondiente a la renta básica sería independiente del tiempo que se
dedicase a trabajar.

Por otro lado, una renta básica permitiría que el mercado de trabajo
fuese más flexible, sin salarios mínimos reglamentados que limiten ciertas
oportunidades laborales para los menos cualificados porque se descartan los
empleos en los que la productividad es inferior al salario mínimo. Asimismo,
una renta básica decente acabaría con la trampa de la pobreza, el fenómeno por
el cual quienes reciben prestaciones sociales no ven aumentar sus ingresos
netos si aceptan un empleo. Acabar con esta trampa puede hacer que se
intensifiquen los esfuerzos por buscar un trabajo remunerado, aunque sea
temporal o a tiempo parcial, por parte de los receptores de las prestaciones.

Sería
bueno que la ciencia económica pudiese generar respuestas inequívocas a qué
clase de efectos produciría en la economía una renta básica, pero el hecho es
que el margen de incertidumbre es demasiado amplio. Algunos estudios que
intentan simular qué ocurriría en una economía con una renta básica se limitan
a utilizar parámetros derivados del comportamiento observado en el sistema
actual. También hay numerosos cálculos aproximados que muestran que, a
determinado nivel, la renta básica puede ser viable o inviable, pero la
limitación de este ejercicio es que no tiene en cuenta los comportamientos en
respuesta a la renta básica. Por poner un ejemplo, es muy difícil decir qué
efecto tendrá en los estudios superiores. Por un lado, recibir una renta básica
en lugar de pedir un préstamo hace más atractivo ir a la universidad. Por otro,
en cuanto alguien empiece a ganar dinero, el hecho de que para financiar la
renta básica sean necesarios impuestos más altos hará que los ingresos netos de
quienes tienen una educación superior sean menores. El efecto real no está
claro.

También es muy difícil predecir qué repercusiones tendrá la renta
básica en la innovación, el autoempleo, la división del trabajo remunerado y no
remunerado en el hogar, etcétera. El filósofo político británico Brain
Barry expuso esta incertidumbre con gran concisión: “No hay una simulación de
impuestos y prestaciones, por muy concienzudamente que se lleve a cabo, capaz
de dar cuenta de los cambios de comportamiento que se producirían en un régimen
alterado. Un ingreso básico de subsistencia situaría a la gente ante un
conjunto de oportunidades e incentivos totalmente diferentes de los que tiene
ante sí en la actualidad. Podemos suponer la forma en que la gente reaccionaría,
pero sería irresponsable fingir que manipulando un montón de números con un
ordenador podemos convertir algo de lo que hacemos en ciencia rigurosa”.

Por
esta razón, para reducir la incertidumbre que envuelve a la renta básica, soy
partidario de los experimentos reales, preferiblemente en forma de los denominados
experimentos de campo controlados y aleatorios. El experimento más
prometedor, realizado a escala nacional y que incluirá tanto a receptores de
prestaciones como a trabajadores, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017. En
otros países, como Holanda y Francia, hay iniciativas a escala local, la
mayoría de las cuales solo afectan a perceptores de asistencia social. Los
resultados de estas pruebas darán algunas pistas de las repercusiones
económicas, y pueden contribuir a resolver parte del rompecabezas sobre la
verdadera viabilidad económica de la renta básica.

(Loek
Groot, profesor de la Escuela de Economía de la Universidad de Utrecht,
colabora con el Ayuntamiento de la ciudad holandesa en el desarrollo de un
modelo de fórmulas alternativas para proporcionar ayudas de asistencia social)


Una idea que une a Friedman y Galbraith (El País – 11/9/16)

(Por
Ignacio Fariza)

La
renta básica empezó en forma de utopía defendida, en tres siglos diferentes,
por pensadores como Thomas Paine, Bertrand Russell o James Meade. Hoy, sin embargo,
ha calado en ámbitos académicos, se asoma a algunos programas políticos de
ideologías diversas -en algunos casos opuestas- y se perfila, si no como una
realidad a corto plazo, sí como una opción posible en un horizonte temporal más
amplio. De idea de nicho, en muy pocos años ha pasado a ser ampliamente
conocida por sectores crecientes de la población. Y, si la voluntad política
acompaña, podríamos verla pronto como una realidad en países de nuestro
entorno. Si es capaz de unir, aunque con motivaciones bien distintas, a
economistas ideológicamente dispares como Milton Friedman y John Kenneth
Galbraith, ¿qué podría frenarla?

Entre los intelectuales progresistas, tres razones empujan a la
puesta en marcha de una asignación económica a cada ciudadano, por el mero
hecho de serlo y sin distinción alguna, suficiente para cubrir sus necesidades
básicas: la justicia social -“la riqueza de una sociedad es resultado del
esfuerzo de las generaciones pasadas, no solo de la actual, y repartirla es una
cuestión de justicia”, en palabras de Guy Standing, profesor de la Universidad
de Londres-; la erradicación de la pobreza -John Kenneth Galbraith: “Un país
rico como EEUU bien puede permitirse sacar a todos sus ciudadanos de la
pobreza”- y la redistribución de las ganancias derivadas de la automatización
-ya en 1995 Jeremy Rifkin se refería a la renta básica como la herramienta más
efectiva para proteger a los trabajadores desplazados por las máquinas-.

En
el ámbito puramente político, el exministro griego de Finanzas Yanis Varoufakis
se ha referido recientemente a la renta básica como una aproximación
“absolutamente esencial” para el futuro de la socialdemocracia; los laboristas
británicos estudian “de cerca” la idea como antídoto contra la robotización y,
en España, pese a haber pasado de proponer una renta básica universal a una
renta garantizada con menos fondos, Podemos sigue incluyéndola en sus programas
electorales con una cuantía de 600 euros por persona hasta un máximo de 1.290
euros por unidad familiar.

Como efectos colaterales positivos, sus defensores en la izquierda
aseguran que presionaría al alza los salarios más bajos -ya que nadie se vería
forzado a llevar a cabo los trabajos más duros y los empleadores se verían
obligados a aumentar su retribución- y contribuiría al desarrollo del
voluntariado y del trabajo comunitario. Se trata, dicen sus más fervientes
valedores, de una reformulación de un Estado de Bienestar 2.0 acechado por los
efectos de la globalización; de una suerte de “vacuna contra los problemas
sociales del siglo XXI”, en palabras de Scott Santens, uno de sus más férreos
defensores. Todo, claro está, sin tocar los dos pilares básicos de la
socialdemocracia: la educación y la sanidad pública, universal y de calidad.

Aunque tradicionalmente la renta básica ha sido asociada a las
ideologías progresistas y en los sectores conservadores ha gozado de mucho
menos predicamento, dos de sus popes clásicos como Friederich Hayek o Milton
Friedman no han dudado en respaldar la idea como parte de su ideal social.
Hayek, nobel de Economía en 1974, se limitó a apoyar una suerte de “suelo del
que nadie tenga que caer incluso cuando no es capaz de mantenerse a sí mismo”
(Derecho, legislación y libertad, 1981). Friedman, en cambio, defendió la
puesta en marcha de un impuesto negativo sobre la renta como un suelo “para
todas aquellas personas en situación de necesidad, sin importar las razones,
que dañe lo menos posible su independencia”.

Más recientemente, intelectuales conservadores de cabecera en EEUU
como Charles Murray han defendido el concepto como una alternativa a un Estado
de Bienestar que detestan y que, a su juicio, está en pleno proceso de
“autodestrucción”. Murray propone una asignación anual de 10.000 dólares (algo
menos de 9.000 euros) al año a cada adulto mayor de 25 años que sustituya a
todas las transferencias sociales y al programa de atención médica Medicare.
“Bajo los criterios conservadores”, escribía recientemente el politólogo del
think tank American Enterprise Institute, esta renta básica “es claramente
superior al sistema actual para terminar con la pobreza involuntaria”. Se
trata, argumentan, de unificar el complejo sistema de ayudas sociales vigente
en muchos países, simplificar la burocracia, eliminar ineficiencias y
reestablecer la libertad individual.

Las
reticencias en ambos lados del espectro ideológico también son notables,
especialmente en el caso conservador. Si en la
izquierda el sector crítico considera que la renta básica laminaría el poder de
negociación de los sindicatos y daría alas a quienes piden mayor flexibilidad
del mercado de trabajo, sus pares en la derecha elevan el tono por la inflación
que generaría, la imposibilidad de ponerla en marcha con el esquema fiscal
actual y, sobre todo, por su efecto desincentivador del trabajo.

Sin
embargo, la idea sigue abriéndose camino. Suiza la sometió en junio a
referéndum (perdió, eso sí, por amplia mayoría); la cuarta ciudad más poblada
de Países Bajos, Utrecht, probará desde enero una asignación 960 euros al mes
durante dos años a 250 de sus ciudadanos para analizar los pros y los contras
de la medida; en Finlandia, la coalición de Gobierno de centroderecha en la que
están los populistas ultraconservadores de Verdaderos Finlandeses, también
pondrá en marcha un proyecto piloto en 2017 de entre 500 y 700 euros mensuales
para entre 5.000 y 10.000 mayores de edad. Quizá el caso más llamativo es el de
la aceleradora de start-ups Y Combinator, que ensaya un pago de entre 1.000 y
2.000 dólares mensuales a 100 familias de Oakland (California): la principal
cuna de emprendedores del planeta, de la que parte la llamada cuarta revolución
industrial, empieza a vislumbrar en la renta básica la panacea para un mundo
cada vez más rico y eficiente, pero también desigual.

Esas dos ideas, una economía cada vez más digitalizada y
desarrollada y una inequidad galopante, empujan a la renta básica. Nunca antes
en la historia de la humanidad ha habido un momento mejor para nacer que el
actual: según los cálculos más conservadores, el bienestar material global se
ha triplicado en los últimos 65 años, tal y como destacaba recientemente en un
artículo de Bradford Delong publicado por este diario. La irrupción de Internet
ha abierto un abanico inédito de posibilidades. Pero la automatización y
robotización que ha contribuido a abaratar un sinfín de procesos productivos
también ha traído consigo crecientes bolsas de paro.

La predicción, hace casi un siglo, de John Maynard Keynes en su
ensayo Posibilidades económicas para nuestros nietos (1930) es hoy más real que
nunca: “Estamos siendo afligidos por una nueva enfermedad (…): el desempleo
tecnológico (…)”. Contra esta realidad y a la luz de los últimos estudios que
calculan que entre el 35% y el 50% de los puestos de trabajo están en riesgo de
automatización, la renta básica merece, al menos, un estudio concienzudo de sus
muchas ventajas y algunos inconvenientes.


Diez puntos a favor y en contra de la renta básica: ¿clave para una sociedad
equitativa? (forumlibertas.com – 22/9/16)

Esta
nueva forma de remuneración subsidiaria gana adeptos y algunos países han
empezado a estudiar la posibilidad, pero, ¿querríamos seguir trabajando con
un sueldo por hacer nada? Os analizamos sus pros y contras

(Por
Francesc García Mestres)

La
renta básica cada vez tiene un mayor impacto mediático. Incluso ya hay países,
como, por ejemplo, Suiza, que se están planteando seriamente su implementación.
En el ámbito político personajes de relevancia en la opinión pública como el
exministro de Economía griego Yanis Varoufakis o el líder de Podemos Pablo
Iglesias ven en este ingreso la solución a la desigualdad social.

Pero, ¿qué es la renta básica? La renta básica universal o renta
básica incondicional es una forma de sistema de seguridad social en la que
todos los ciudadanos o residentes de un país reciben regularmente una suma de
dinero sin condiciones, ya sea desde un gobierno o alguna otra institución
pública. Se trata de un sistema sin precedentes y profundamente revolucionario
que enfrenta a detractores y defensores, pero, ¿cuáles son las virtudes y los
riesgos de este sistema? A continuación los analizamos.

Los 5 puntos a favor de la renta básica

·        
Los ciudadanos tendrían una mayor sensación de autorrealización al
no verse forzados a trabajar en sectores que no les interesan. Gracias a esta
renta, podrían dedicarse a crear un negocio que siempre habrían deseado llevar
a cabo, tener más aficiones o incluso más tiempo para realizar obras sociales en
ONGs.

·        
Es una clara apuesta para frenar la desigualdad económica que se
está produciendo en la Zona Euro. El grado de endeudamiento de las familias
disminuiría, aumentado así el consumo.

·        
Crecería el número de estudiantes que quieran acceder a la educación
superior.

·        
Uno de los efectos colaterales positivos sería un aumento de la
natalidad. Actualmente
las mujeres que quieren ser madres se encuentran con que el sistema no se les
facilita ejercer el derecho a la maternidad. La renta básica les facilitaría
tener trabajos con horarios más flexibles sin temer por la economía familiar.

·        
Las personas con menos recursos no tendrían miedo de perder este
ingreso universal al encontrar trabajo, ya que la renta básica es independiente
a la situación laboral del individuo. De esta manera se acabaría con la trampa de
la pobreza, que es la encrucijada en la que se encuentran las personas que, de
ser aceptadas en un empleo, pierden las prestaciones sociales.

Los 5 puntos en contra de la renta básica

·        
El hecho de romper el vínculo entre trabajo y remuneración puede
desincentivar a los más jóvenes para que adquieran una educación superior,
puesto que con empleos menos cualificados, les podría parecer a muchos
suficiente.

·        
La renta básica tendría que sostenerse mediante unos tipos impositivos
más altos. La
propia renta básica pasaría ser de incondicional a totalmente condicional, los
más beneficiados serían los que ganan menos, pero reduciendo a la mitad de los
ingresos de los contribuyentes con rentas más altas.

·        
Si la cantidad percibida a cada ciudadano es baja, no le protegería
de los gastos y tampoco le libraría de seguir trabajando como antes.

·        
Se crearía un gran vacío en los puestos de baja remuneración,
afectando gravemente a la economía.

·        
La aplicación de esta renta universal generaría una tendencia
inflacionista en la economía. El empleado al no tener la necesidad
de trabajar podría abandonar su puesto. Las empresas tendrían la posibilidad de
mejorar las condiciones laborales, pero aumentando los precios de los
productos, para seguir manteniendo el margen de beneficio. Dicho fenómeno
generaría una subida generalizada de precios y una menor capacidad de
adquisición por parte de los ciudadanos.

– La mutación del
mercado laboral sacará a debate la renta básica universal (La Vanguardia – 20/11/16)

(Por Laura
Piedehierro)

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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