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El sucesor (relato) (página 8)



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Las calles amanecían repletas de carteles con los rostros sonrientes de los candidatos, hablando por todos sitios de un porvenir seguro. Aunque todavía se les notaba el hueso esquinado de la dificultad histórica, la felicidad era general. Lo era pese a que hubo inquietud ante una posible asonada de última hora a cargo de los tratadistas del imperio, queriendo imponer de nuevo el mando. Ese fue finalmente el acicate para que la gente se lanzara en masa a llenar las urnas, eligiendo como presidente a Adolfo Suárez, de la Unión de Centro Democrático.

El sector republicano se quejaba con frecuencia del nombramiento del rey, alegando que era difícil aceptar que alguien no sometido a sufragio constara legalmente como representante. En cuanto al sector ultramontano, promovió también agrias alegaciones, temiendo la pérdida inminente de sus regalías y flamantes galas imperiales. La democracia, no obstante, resistió, y les permitió a todos continuar temiendo con sus propios escaños en el Parlamento. Cuatro años después fue elegido de nuevo Adolfo Suárez. Sin embargo esta vez, a causa del desgaste, no terminó el mandato. A los dos años lo dejó en manos del vicepresidente, Leopoldo Calvo Sotelo, que cumplió la etapa.

Para los conservadores la descentralización del poder entrañaba peligro de disgregación nacional. Las regiones, constituyéndose en juntas autonómicas, asumían sus propias competencias, en virtud de sus características especiales. Se podía comprender mirando el cuerpo, es decir, que la región axilar, necesitada de rasurado, no era igual que la región metatarsiana, donde lo necesario era cortar las uñas. La Constitución reservó un par de artículos para elucidar los conflictos de prevalencia entre las administraciones central y regional. Se trataba del 148 y 149. Se decía que si cada bandera era evidentemente distinta, así como también el perfil geográfico y la presencia de mar y la clase de clima, y distintos los cultivos de uno y otro sitio, no tenía por qué haber problemas en todo lo demás. El Estado, no obstante, dejaba claro que en caso de conflicto prevalecía en fiscalidad y moneda, en la defensa y la bandera.

Cada estatuto regional iba siendo aprobado como ley orgánica. El ciudadano, teniendo el poder más cerca, comprendía que debía cargar con su parte alícuota del muerto estatal, peso que desde siempre soportó Madrid, no ya para los parabienes, sino también torcidas las cosas. Las leyes orgánicas, que requerían mayoría absoluta de ambas cámaras, se idearon así para dificultar las modificaciones a capricho, dotando de credibilidad al sistema.

Tras las elecciones siguientes fue presidente Felipe González, el candidato del partido socialista, que desempeñó el cargo trece años. La economía experimentó el mayor crecimiento de todos los países del mundo. La nación ingresó en diversas organizaciones y alianzas europeas, que permitieron su entrada a los grandes mercados. El objetivo continental consistía en un Estado de naciones, idea que cobró entidad cuando circuló la moneda única, llamada euro.

"Litros de alcohol corren por tus venas, mujer/ No quiero problemas de amor/ Sé que te mueres por llamarme formidable", era la letra del momento, cantada por Ramoncín.

"Yo para ser feliz quiero un camión", cantaban por otro lado Loquillo y Los Trogloditas.

"Está muy bien eso del cariño", decía por su parte Kiko Veneno.

Los grupos musicales solían actuar en los mítines como reclamo de las masas. El presidente después fue José María Aznar, del partido conservador, que presidió durante ocho años. Después, durante cuatro más, lo hizo el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Las empresas españolas ocupaban los puestos relevantes de la economía mundial. Los supermercados estaban a diario repletos con catorce marcas de cualquier cosa. Cada vez se veían más gordos por las calles, coches de gran cilindrada y motos rápidas, así como desacomplejadas tetas de colores en las playas, como publicaba la revista Interviú, editaba Antonio Asensio, dada al periodismo transgresor. El premio Nobel de Literatura lo conquistó Camilo José Cela. Ningún sector iba a la zaga, y por supuesto tampoco el cine. Tres directores consiguieron el Óscar, Fernando Trueba por Two Mucht, Pedro Almodóvar por Todo Sobre mi Madre, y Alejandro Amenábar por Mar Adentro.

La revista Hola por su parte abordaba las cosas de la realeza, con un estilo en apariencia banal, aunque subyaciendo una idea interesante: la discreción de la monarquía. En alguna ocasión, reunido con los próceres, el rey suscitaba suspicacias, haciendo sospechar que su vínculo representativo pretendía algo más. Por eso convocaba encuentros con la excusa de algún cumpleaños, dejando que los periodistas hablaran de las bragas de las marquesas. De la información deportiva se encargaban Marca y AS, don Balón, Mundo Deportivo o Maricastañas Brevas. Los deportistas conquistaban medallas olímpicas en cantidad y durante quince años monopolizaron el éxito mundial en todas las disciplinas, Severiano Ballesteros en el golf, Fernando Alonso corriendo más que nadie en la fórmula 1, Rafael Nadal jugando al tenis, y Estiarte dirigiendo a la selección de waterpolo. La afición balompédica vibró del todo cuando la selección se proclamó campeona del mundo por primera vez en su Historia.

Siendo presidente Mariano Rajoy Brey, del partido conservador, moría el rey Juan Carlos I, dejando como sucesor a su hijo, designado Felipe VI. Un país que hasta hace cuatro días era un corral de vacas, había logrado el éxito en muy poco tiempo.

Las fuerzas de ocupación del sarampión

El virus entró por la boca y bajó por el esófago hasta el estómago. El sarampión es una idea genial del cuerpo para que a temprana edad la persona advierta su individualidad. El bebé hasta el momento vive en un tiempo de misterios acuáticos, y su navegación celular, osadamente atemporal, carece de conciencia al respecto. Al descubierto en la ficción se plantea cosas increíbles, como que es posible alcanzar la estantería volando o que la cara del padre se desencaja en el aire cuando se ríe.

La enfermedad es una prueba de combate que plantea la superación de la etapa, advirtiendo que el aprendizaje es real y que depende del individuo. El virus coincidió con una anemia, que provocó la aminoración de defensas. La respuesta que debieron dar los glóbulos blancos fue débil. Desde el estómago el virus subió a la vena porta, sin ser descifrado por los hepatocitos. En vísperas del incidente los linfocitos, como de costumbre, pasaban la noche reunidos en sus ganglios, sin notar la alteración. El hígado, en cambio sí, emitiendo la proteína c reactiva, que comenzó avisando por el río rojo. Algunos leucocitos empezaron a cerciorarse de la talla del enemigo, que al parecer no se trataba de una mera partícula de desecho fácilmente asimilable, sino que disponía de proteínas capaces de tener en jaque a la población linfocitaria, con una programación de nucleótidos y aminoácidos difícil de descifrar, fabricando munición constante.

El virus, gracias a su matriz inexpugnable, progresaba con éxito. Estaba situada en la membrana plasmática, impidiendo que la defensa divisara bien sus flancos débiles. Diversas unidades comenzaron a girar la rueda de espículas de la histocompatibilidad, queriendo averiguar por qué lugar podían colar el anticuerpo. A la distancia se veía que el virus andaba usando proteínas de fusión, así como glutinina, que decodificaba al oponente con sencillez, permitiéndole el alojo para programarlo como aliado. La histocompatibilidad, a medida que pasaba el tiempo, demoraba su eficacia. Cuando algún linfocito tenía preparado el anticuerpo buscaba algún linfocito T para inyectar, al objeto de desarmar al oponente. Sin embargo, una y otra vez, eran repelidos por la fiereza del enemigo. La producción de anticuerpos fue abundante y se acumuló en la sangre, yendo de un lado a otro sin destino, agravando la situación. El hígado emitió la tasa de complemento, queriendo desalojar el excedente por la orina, evitando la reacción adversa. El campo de exterminio fue un constante fracaso, y los linfocitos supervivientes se ponían de parte del rival en mayor número cada vez. La orina no dejaba de evacuar desechos. La cápsula de Bowman de las nefronas renales trataban de distinguir lo necesario, pero los podocitos abrían de más las fenestraciones, permitiendo el paso de proteínas útiles. Las células mesangiales carecían de atención para quedarse con el sodio. Víctimas de una apoptosis programada por el enemigo, el precio era el abandono de muchos leucocitos. El enemigo se colaba por las arterias nutricias de las metáfisis óseas, así como por las fibras de Sharpei del endostio, buscando la médula ósea para dañarla, acabando con los embriones y dificultando la hematopoyesis.

Una hormona se define como una persona influyente, como alguien que llega a una casa y pone a todos sus habitantes a barrer. La glándula suprarrenal puso una en circulación, inevitablemente la adrenalina, que provocó la quema de una gran cantidad de glucosa. Las otras hormonas, de un modo adverso, de un lado allegaban provisiones con celeridad insuflando proteínas a los leucocitos, pero la aceleración de la glucogénesis hepática carecía de interés por nada más. La hormona cortisona lo intentó organizando el trabajo simultáneo de una buena reserva de células. La adrenalina provocaba un gran frenesí combustivo. El virus se propagaba por el sistema periférico, queriendo dañar el endoneuro nervioso, es decir, el paquete de fibras concatenadas del impulso eléctrico. Fueron destruidas las reservas de sodio y elastina, el material del que están hechas las vías. Al mismo tiempo destruyó la cubierta de mielina de las células de Swchan, para lo cual dispararon contra los oligodendrocitos, que pese a todo conservaron la entereza para restañar las vías. Se registraron daños en el carril de la acetilcolina, que debilitó la movilidad y coordinación muscular del cuerpo, declinándolo en su postración. Especialmente en brazos y piernas las fibras de actina y miosina del miocito estaban descompuestas, carentes de actividad nerviosa, provocando la pesada languidez articular.

La acción presagiaba un proceso encefálico, si bien las células neurogliales interceptaron el ataque a tiempo, fajándose con contundencia en las vénulas sin dejar de sostener las vías, optimizando el oxígeno y largando los seudópodos con las moléculas de piruvato para mantener cerrado el canal informativo. Los linfocitos pedían refuerzos en el timo, cuya célula titular adiestraba a sus correligionarios, provocando la recluta en cascada. Los linfocitos T salían con la esperanza de acertar con algún anticuerpo certero. La memoria de la defensa parecía torpe reconociendo el genotipo. No le era familiar, y carecía de archivos anteriores acerca de su comportamiento. Los leucocitos detectaron una inflamación en la zona cervical, y emitieron interferón a todo pasto, considerando la amenaza de una linfadenopatía protruyendo la garganta. Un contingente formado por diversas tropas de macrófagos del sistema general acudió en unidad, lanzando a discreción óxido nítrico y prostaglandinas, así como citocinas recabando apoyo. La llegada fue feroz en atención a la llamada de auxilio, y la molécula interleucina 12 luchaba de un modo heróico organizando la vasodilatación. Era prioritario el control del río yugular, así como la carótica y el tronco basilar. Los neutrófilos y las células NK se fajaban con intensidad allí donde interpretaban que podía haber una fibrosis, y un grupo de linfocitos lograba emitir la inmunoglobulina G.

De la zona adiposa partía una orden de emergencia. Los adipocitos difícilmente mantenían la posición, emitiendo continuas señales de lectina para quemar grasa. La efectividad fue valorada arriba, en el núcleo arcuato del hipotálamo, confirmando la intención con rapidez, provocando una y otra vez la diarrea. Hubo una acción coordinada en las criptas de Liberkun del estómago, donde andaban apostadas las células parietales y la hormona gastrina, lanzando al desborde una potencia química de ácido clohídrico, logrando gran cantidad de bajas en la fuerza enemiga, aunque a costa de la deshidratación. La deflagración de la diarrea fue duradera y conmovía la cuenca del ciego. La reverberación recorrió el colon hasta la vía cecal, en la desembocadura del intestino delgado, y allí fue donde se descubrió que el virus, programando una secuencia negativa de aminoácidos, amenazaba con la peritonitis. El espionaje informó a tiempo que la secuencia prescindía de la asparragina y la serina, situando en su lugar dos apuestas mortíferas, la glicina y la prolina, cuya acción podía cobrar todo el desalojo. Hubo bajas y el riesgo aumentó a niveles dramáticos. Al virus le bastaba con ver el receptor CD46 para colar el ataque.

Llegaban noticias alarmantes de la boca, donde el invasor empleaba la VHH6, provocando petequias innumerables en el paladar. Detrás, en la traquea, ocurría algo parecido. Arriba, en el encéfalo, la neuroglia debatía la barrera hematoencefálica, donde querían proveerse con las reservas de mielina de las neuronas. Hubo una otitis en el oído medio derecho. En la garganta la urgencia de la situación provocó que los linfoblastos prematuros actuaran incluso, desempeñando funciones para las cuales no estaban todavía preparados. El alistamiento masivo provocó un colapso en las terminales de salida de los ganglios, de modo tal que inflamaron diversos núcleos. En el mastoides una inflamación preventiva hizo rígida la mandíbula, y el pronóstico fue igual de incierto alrededor.

La quema de grasa continuó en varios sectores, pese a que la acetilcolina carecía de éxito en el músculo. Por eso el cuerpo febril declinaba abocado al reposo. El músculo central, el corazón, lograba mantener la constante a duras penas, así como parte del potencial eléctrico del haz de His y de las fibras de Purjinke, procurando llevar algún compás. El pulmón estaba sometido por una anoxia celular de lenta oxigenación. El virus se alió con diversas tribus de monocitos, que desplegaron un ataque conjunto contra sus propios compañeros, los neumocitos, amenazando con la fibrosis como cicatriz irrecuperable. Había escasa consistencia pleural, así como miasmas acumulativos con líquidos. La flojedad alveolar hacía difícil la propagación de la respuesta ante el dióxido de carbono. Una hormona desesperada del riñón aumentó la producción hematopoyética en el manubrio del esternón, en el pecho, en tanto que en otras zonas de la médula ósea la fábrica quedó paralizada.

En la conjuntiva del ojo el virus circulaba por los capilares, provocando daños en el flujo de alimentos. La córnea, en colaboración con la fosa lacrimal, respondía segregando lisozima. Las glándulas de Meibonio y demás colículos palpebrales amortiguaban la ocupación secretando sustancias mohosas. Dentro de la cuenca ocular, en la membrana coroides, el virus conquistó sectores de importancia. En algún instante faltó el suministro a la retina de la membrana alimentaria del coroides, provocando nistagmos y nublados. En la piel el virus emergía desde diversos estratos epidérmicos, proliferando exantemas y corizas papulosas. El campo de batalla epidérmico compareció lleno de bajas, poniendo de manifiesto la imposibilidad de regular la reserva mineral de cobre que intentaban controlar las células de Langherman. El lado optimista parecía la apertura del diafragma de los poros con facilidad, exudando ácido láctico en abundancia, como consecuencia de las quemas glucolítica y de grasa. Así gran parte de las tropas enemigas fue desalojada, cayendo rodando dentro de las lágrimas derramándose por la piel. El lado pesimista fue que la abundancia, unida a la diarrea, aumentó el mal clima de la deshidratación. Las petequias del paladar desecaban varias zonas. Las parótidas, así como las glándulas sublinguales, querían mantener el suministro de saliva, como queriendo ahogar al virus antes de que avanzara hacia la nasofaringe, derrotando allí a los linfocitos que vigilaban el adenoides. Los labios mostraban fisuras, debido a lo cual era inevitable la ingestión de agua en adversa cantidad, provocando la repetición del fenómeno. Se esperaba una intervención contundente a cargo de un corticosteroide antibiótico, so pena de incrementar la radicalidad con una hipercalcemia y otras depleciones.

Tras la batalla abrí la puerta y allí estaba la doctora.

Epílogo Epistolar Picantón

1

Abandoné Madrid en aquel avión. En el asiento contiguo había una chica con la que trabé amistad durante el viaje. Era alta, rubia y adecuada. Me dije que de ir a las islas Caimán, la hubiera deshecho en la cama. Sin embargo supuse que era demasiado joven para mí y me entretuve bromeando con las explicaciones de la azafata comentando la seguridad con las manos. Los vuelos siempre planteaban la desazón.

-De ocurrir un vuelo rasante -le dije-, sería ridículo decir algo así: "Creo que nos sigue un vehículo".

Ella se entretuvo comentando una de las premisas fáciles de la medicina. Según tenía entendido había tantas personas en el mundo como células en el cuerpo, es decir, que la pérdida de células durante la vida equivalía al número de nacimientos, y su recuperación al número de fallecidos. En definitiva, muriendo una persona, se acababa el mundo. En cierto modo era lo que pasaba, pues sin duda en un momento así no quedaba nadie. Me aclaró sin embargo que su interés era el Derecho. Quería estudiarlo en aquella ciudad, en Granada, adonde aterrizamos poco después. La facultad, construida por Carlos I, funcionaba desde el siglo XVI. La ciudad, bajo la sierra alta, disponía de un invierno seco y transparente, y en verano no. El flujo universitario permitía que cada año tuviera una cara nueva. Era activa y monumental, llena de vitalidad cosmopolita y cultural. Salí del avión rodando y llegué a Motril luciendo el sol. Desde entonces mantuve con ella una correspondencia.

"Querida amiga", le dije la primera vez.

Proseguí: "Como usted sabe las asignaturas importantes son tres inicialmente. Se trata del Derecho Romano, del Derecho Constitucional y de la Historia del Derecho. Hay una cuarta, denominada Derecho Natural, que flota en el ambiente de todas ellas, y cuya gracia estriba en saber en qué consiste realmente. No obstante parece ser que ayuda a familiarizándose con el sentido común.

"La Historia consiste en estudiar el pasado mientras pasa el presente. Hay gente que disfruta mucho con ella, subyugada con sus encantos y enigmas, como moviendo piezas de ajedrez. No se trata solamente de comprender el fenómeno, sino de saber si este o aquel personaje compartieron alguna vez, a una hora determinada de tal día, el mismo paquete de tabaco. Gozan planteando cosas como qué pasaría si Cristóbal Colón, tras su descubrimiento grandioso, hubiera querido ser rey. Sin embargo, me temo que la cosa hubiera sido en detrimento de alguien más ducho en el manejo de la administración. Sin duda la conquista le permitió gran nombradía y ser virrey, pero al fin y al cabo no era más que un mercenario aguerrido que podía haberle vendido el plan a Portugal, mientras que el otro no.

"Parece que hay alguna asignatura que comenta la deontología profesional, que se define como un abogado con su defendido, en un escenario dado, tratando de dominar a la otra parte. Serán de estudio palabras ineficaces como honradez y buena fe, incluyendo la del abogado con su cliente. A mi modo de ver una persona en verdad honesta no necesita estar pendiente de nada de eso. Al mismo tiempo el cliente puede llegar con una fama adversa, pareciendo delito defenderle. Esta relación planteará categorías morales variadas, una de las cuales haría ver si defendiéndole se sigue siendo honesto. Será bueno entonces tener en cuenta la Constitución, que previene contra el romanticismo consagrando como alto valor la presunción de inocencia, es decir, que cualquier ciudadano, aunque sea una mierda, será inocente en tanto judicialmente no demuestre lo contrario. De ser al contrario, como usted puede comprender, no existiría el Derecho".

2

En una carta más, esta vez de índole más fantástica, me referí al enigmático código de Hanmurabí.

"Hay una categoría moral, registrada en diversas leyes procesales, que intenta delimitar hasta dónde debe el abogado defender a su cliente. En general, una defensa es como una suplantación de personalidad, pero su exceso desvirtúa la autonomía de cualquier persona para hacerlo. Me refiero también a si hay o no hay que alegrarse mucho por tener al cliente en el despacho. Hay quien asegura que haciendo bien el trabajo no es necesario nada más, es decir, piruetas con sobrada energía. Suele ser más útil, sobre todo para él, que su abogado mantenga la templanza, para premiarle con un análisis más frío.

"Por otro lado, el código de Hanmurabí, cosa de la que realmente quería hablarle, es una mera anécdota histórica para pasar el rato. Es una de esas argucias del profesor para no dar la asignatura en un día. Quizá quede más estimado como magia que estimule estudio. El código es un texto de jeroglíficos con cuarenta siglos de antigüedad, tallado por los egipcios en una piedra de basalto negra con forma fálica. Actualmente se encuentra en un museo inglés, y parece que entre otras cosas habla del faraón Ptolomeo, que al parecer era un tipo magnífico, capaz de organizar bien la distribución del grano. Si le interesa saberlo, hay alguna referencia a la medicina. Parece que los analistas encontraron en ella un circulito evocador, con raíces sinuosas, pareciendo un cerebro volando libre. Pudieron pensar que se trataba del extraño huésped del cuerpo, cosa que propicia la visión del sistema, formado por los nervios y el corazón, imbricados de un modo sobrenatural. De un lado el cerebro tiene un cableado de neuronas transmitiendo el impulso eléctrico, y de otro el corazón un cableado de glóbulos rojos transmitiendo el impulso sanguíneo.

"En 1780, durante la ocupación inglesa de Egipto, se encontró una piedra más de esas características, si bien en vez de falo, esta vez tenía forma de papa frita enorme. En esa fecha los ingleses luchaban contra el ejército francés para dominar la plaza. Así pues no queda más remedio que imaginarse al valeroso soldado que rescató la piedra, cargándola en peso durante el revuelo de los caballos, evitando en la polvareda que se la lanzaran a la cabeza. Recibió el nombre de piedra Rosetta, y mostraba también diminutas hileras jeroglíficas, a semejanza de la anterior, como si fueran falanges de soldados avanzando.

"Supongo que algo así era más fácil hacerlo antes en un madero. Lo comento si usted y sus compañeros quisieran probar con souvenir que les recuerde su paso por la universidad. En un papel pueden escribir cada uno su propio signo, y dentro introducir una cápsula con agua, tierra y algún cabello, como quizá ocurrió en la antigüedad. Se supone que también los jurisconsultos de antaño, pese a lo remoto, se reunían en un aula, con sus bancas llenas de gente. A continuación, de oído a oído, la palabra Hanmurabí pudiera avanzar como un ritual de iniciación, puede que transfigurada al final en el oleaje del rumor. De hablar de la mula de Rabí o del burro de Ra, quizá no quede más remedio que comentar algo las comunicaciones, a propósito de cómo las llevaban a cabo los jinetes, portando plácemes, salvoconductos o cartas.

"Del Derecho antiguo apenas quedan vestigios. Puede que alguna vez usted se pregunte qué ocurrió realmente, pues de todos modos la documentación escasea. Quizá abra la puerta del aula aledaña, y quizá todo esté sucediendo en ese momento, quedando así resuelta la fantasía".

3

La tercera carta hablaba de la Constitución.

"La Constitución, pese a su apariencia solemne, es un texto normal, escrito con una gramática reconocible. Está en un librito que cabe en la palma de la mano, y cualquiera en su casa puede escribir la suyo con el orden de ideas que estime conveniente. Digamos como anécdota que acaso alguna vez se haya pensando en ella como regalo comercial, adosando el ejemplar a los paquetes herméticos de gaseosa que suelen vender los supermercados. No obstante, tampoco es problema, pues a quien de verdad importa es al jurista. Supongo que si no se hizo nunca es porque hay buenas razones para ello. Quizá insistir de más genere más desconfianza.

"El ejercicio casero suele ser propio de los jurisconsultos, definidos como personas que practican la afición pese a no ser licenciadas. Acaso se piensa alguna vez que existen leyes por capricho, estorbando a las necesarias. Sin embargo puede que el encanto de la maniobra delate lo contrario de un modo indiscutible. Por ejemplo, en el código mercantil ha existido siempre una ley para las sociedades anónimas, y posteriormente se ideó la ley de sociedades deportivas, queriendo diferenciar el mismo fenómeno empresarial. Al final el jurisconsulto deducirá que la justificación estaría en que los accionistas de un banco no se comportan igual cuando se reúnen en un estadio. Lo mismo cabe decir de las normas de tráfico vulneradas en las películas durante una conducción rápida, poniendo en peligro también la vida de las personas, haciendo necesaria una ley del cine aparte.

"Supongo que redactar una Constitución entera será innecesario, mas me permito al menos un ejemplo, tomando al azar un artículo, el 103, relativo a la administración pública.

"1. La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho.

"2. Los órganos de la Administración del Estado son creados, regidos y coordinados de acuerdo con la ley.

"3. La ley regulará el estatuto de los funcionarios públicos, el acceso a la función pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, las peculiaridades del ejercicio de su derecho a sindicación, el sistema de incompatibilidades y las garantías para la imparcialidad en el ejercicio de sus funciones.

"Yo plantearía otra redacción.

"1. La Administración pública sirve con objetividad a los intereses generales. Actuará con eficacia y se someterá a la ley.

"2. La ley regulará el estatuto de los funcionarios, así como su acceso por méritos. Regulará su derecho a la sindicación, así como un sistema de incompatibilidades del oficio con otros, y además las garantías de su imparcialidad, propiciando el trato objetivo con los ciudadanos.

"Hago inciso en palabras como eficacia o subjetividad, que parecen lujos abstractos e inasibles, así como libertad o solidaridad, que parecieran una calle ancha permitiendo el paso a todo el mundo. Son una levedad especulativa cuyo apoyo ha de ser resuelto para bromear quizá con algún pleonasmo. Supongamos entonces que el artículo original dijese otra cosa.

"La administración pública servirá sin subjetividad y sin ineficacia los intereses generales".

"Quiere ello decir que había tres palabras más a punto de caramelo. A la pregunta de qué exactamente es la eficacia, algún filósofo diría que es conseguir mucho con poco trabajo. El sofisma jurídico comentando la objetividad acabaría igual filosofando. Sobre todo es interesante comprender por qué es innecesario que la norma constitucional se alargue de más, pues ante todo es de índole general. Hay que darle pues la importancia necesaria, siendo de valor que al menos consten por escrito.

"Artículo 103.- Sin ineficacia y llevando la ropa limpia. Pepe, por otro lado, debe darle un beso a su madre antes de llegar a la oficina. Por otro lado, respecto al clima, si bien el saquito de estameña floral es bueno en invierno, en verano sin duda es recomendable desprenderse del abrigo. Por eso un hombre de los nuestros pasará por las oficinas promocionando a buen precio camisetas cortas y lienzos ligeros, mucho más llevaderos para disfrutar el fresco, también llamado aire solar y muchas otras cosas, para cuya evolución sólo cabe remitir, no ya al calendario zaragozano de Roberto El Fresco, sino a cualquiera de esos libros de la poesía que tanto ha lustrado nuestra Historia. Si todo es una cuestión de frigoríficos y cableado refrigerante, Guzmán, que lleva años en el tema, opondrá las soluciones pertinentes".

"De ser así, estaríamos hablando de una extraña ley demasiado detallada y no de la carta magna. Como mejor se advierte esa lacónica necesidad es en el apartado de salud. La Constitución sólo comenta ciertas generalidades, acerca de la dispensa social que protege al ciudadano. Es innecesario añadir una receta médica, un historial de enfermedades, los trámites hospitalarios, así como recomendar que la gente regale al médico melones, jamones o una boina, para caerle mejor, y por último especificar que las pastillas de la tos se conservan mejor en la nevera. Eso tan sólo serviría para echar unas risas, las suficientes para ver su versatilidad superior y aristocrática. Son naturales porque el humor, que no es un parto, es el recurso sorpresivo de la mente. De todo eso se encargará el ordenamiento administrativo, una materia que usted conocerá más adelante".

4

"Restriégueselo todo por el cuerpo", dije en la última carta.

Un día, poniendo una bola en la mesa de billar, me dije que España dominó la Historia desde el principio, cuando en el mapa solamente había cuatro casas. Solamente vivió en un planeta, siendo superior a todos los países, debiendo alguno provocar, para que no estuviera tan sola, algún tumulto de vez en cuando.

"Quiérame como a una roca".

Hubo íberos, y luego, tras descubrir el clima, llegaron los romanos, y a continuación los bárbaros, queriendo playa y pescado frito. Así pues Suintila y los demás se sucedieron pasándose la daga amistosamente, logrando mantener por los cauces debidos sus fronteras vitales, vigiladas incluso por el enemigo cuando no tenía mejor cosa que hacer, saludando a lo lejos con ganas evidentes de seguir a gusto. Los romanos se encargaron de varias obras públicas de notable aspecto, como el acueducto aquel. Aparecieron con una cruz cuya utilidad era cohesionar al gentío con alguna que otra oferta religiosa. Al parecer era buena desde un punto de vista sicológico, para personalizar con más comodidad el abstracto solar, y además para temerle al pecado si no se temía a las leyes, materia en la que también destacaron. En los años siguientes el factor étnico iría diluyéndose como se diluye la pintura esparcida en un cuerpo caliente, es decir, con la naturalidad del amor y sus casamientos. En época de Rodrigo llegaron los musulmanes, invadiendo la península con sus castañas y panderetas. En cuanto a mí, me mantuve en casa friendo papas.

En las playas fue advertida alguna vez la presencia bizantina, que eran los romanos dando la vuelta por África, intentando colarse sin querer llamar la atención. En el apartado tectónico aportaron grandes cúpulas circulares. Vestían chilabas árabes y fumaban la arguila con el asombro propio del turista. Por eso las leyendas comentaban que el demonio echaba humo, que estaba detrás de las cortinas, que era la razón humana convertida en metáfora, que el cielo en realidad era el cerebro y por último que volaba.

Diversas tribus simularon constantes peleas, pero su objetivo final era tender algún señuelo a los países vecinos, al objeto de desplumarles, como en los casinos. En ocasiones los reyes soltaban a los caballos por los cerros, simulando algún cerco, sobre todo en Granada, durante la Reconquista. Esto ofrecía un panorama alentador para la diversión general. Había países que sin embargo creían que Hispania andaba dividida y que era presa fácil. Se dijo que el rey Fernando detestaba a los gitanos y que decretó su expulsión, mas tampoco fue así. Más bien ocurría al revés, es decir, que los gitanos le perseguían a él para llevárselo de juerga, apartando por unos días la rutina laboral. La Reconquista devino entonces en un espectáculo comercial, con alguna exhibición ecuestre de índole folclórica. Las señoras más lenguaraces, sin embargo, se dieron a pregonarlo al revés, dando con ello lugar al mito fantástico que se tragaban los más inocencios gringos, que llegaban a la península creyéndola fácil. Después aparecían las vecinas y lo asaban en pepitoria con engañifas y diversos sustos, como el del coco. Fernando, tras convidar a la pastora en Granada varias veces, regresaba con ella a la Corte para terminar las vacaciones. Se llamaba Isabel, y evidentemente también, estaba harta de la claustrofobia palaciega. Su hija Juana, con la idea de escribir, se fue a una residencia, fingiendo estar loca, idea que secundarían posteriormente otros monarcas, como Fernando VI en el castillo aquel, harto del ruido con nueces de la chusma bravía. Juana hizo algún capítulo acerca del permanente idilio de sus padres, cebado tras la llegada a palacio de don Cristóbal Colón, un héroe soñador que quería conquistar las Indias, donde había oro en abundancia. Llevó al despacho un indio que era una alegría, porque el hombre se explicaba de maravilla, motivo por el que no hizo falta complicarse demasiado la vida inventando una planta administrativa difícil.

El dominio mundial era cada vez más visible. Con aquel oro el país podía permitirse un ejército equipado en cada sitio, mas prefirió gastarlo en empresa y educación, fundando universidades en cada provincia. Los funcionarios eran cualificados profesionales que cobraban puntualmente, acudiendo al trabajo orgullosos en defensa de su nación. Las universidades contrataban a las cabezas más preparadas del orbe, que con sus charlas contribuyeron a la preparación general. El país alcanzó la categoría industrial y agrícola avanzada, permitiéndole la conquista del mundo con empresas y no con lanzas. De las universidades salían quienes más sabían de todo en el planeta, cosa que sabían reconocer los demás países. Por eso abrían con facilidad sus puertas, pues para ellos era un lujo aprender. España, que no podía estar en todo, de vez en cuando encomendaba alguna tarea a otras regiones del globo, como la Ilustración francesa y la revolución industrial, a Francia e Inglaterra respectivamente, que accedieron encantadas. La administración española estaba descentralizada, y de llevarla en pese se encargaban unos cuantos comendadores y regidores, dado que había poca gente aún en la península. El Estado nunca tuteló a su pueblo con insultante paternalismo, pues el ciudadano era letrado y comprendía esa responsabilidad. De otro modo, en virtud de la preparación, cosa así hubiera sonado a ofensa.

Carlos I, y después su hijo, construyeron centros musicales, sobre todo Felipe II, tras aquella magnífica actuación en la plaza mayor, con ovación cerrada en volandas a palacio. Fueron contratadas las mejores batutas también, y en época del duque de Lerma, en vez de un pobre en cada señorío, lo que había era un violinista templando la mañana junto al gallo madruguero. Por las sementeras avanzaba la modernidad de la ingeniería agrícola, deslumbrando, que permitió sin demora la optimización de cultivos. Palabras como desamortiguación estaban preteridas. Las manufacturas, por el contrario, alcanzaron una calidad estimable, es decir, que todo estaba más rico bajo el marchamo hispano, tanto que era probable que a los ilusos invasores, con la baba caída y torciendo un ojo, se les saltara la hiel por no disfrutarlas. El despliegue ante los grandes asientos de dinero fue también adecuado, implicando la fundación de una red bancaria dirigida por los mejores suspiros del sargo.

Asilos y hospitales, carreteras buenas y hoteles maravillosos con piscina y amplitud ajardinada. El Conde Duque de Olivares financió a los mejores pensadores y eruditos. El racionalismo tenía un origen inequívoco. A los ciudadanos, ciertamente, daba gloria oírles disfrutando del idioma más notable del mundo, junto al brasero, en las barras de los bares, cagando incluso. Ningún escritor pasaba miedo, pues había tanta costumbre que lo extraño hubiera sido lo contrario. La prensa comentaba que algunos países pasaban una envidia perra. Más dados a usar la cabeza embistiendo que pensando, trataban lógicamente de que pareciese al revés, es decir, culpando de ella a quien menos la tenía, promocionando una fama inmerecida, procurando decrecer el mérito. España se ocupó de ser el hontanar del denominado Siglo de las Luces y del racionalismo.

Las misas seguían siendo mejores en la universidad, de un modo libre y pedagógicamente sensato, haciendo verdad que el hombre era superior a la bestia. Los planes de estudio le igualaban por arriba, y no por abajo en virtud del conocimiento indelicado de la baja estofa. Eso, entre otros lastres, evitó el de la Inquisición, de tal suerte que el duque de Lerma solamente se dedicó a pasear una sola alcancía, a todos los efectos su esposa, doña Paula, ofreciéndose a la llamada del ahorro. El frenético Aliaga fue tan sólo un actor de teatro callejero, contratado por los ayuntamientos para animar el cotarro. Tuvo éxito una vez corriendo bajo los balcones, como si un murciélago le hubiera dado a la luz, y desde entonces no había ocasión en que no se demandara su presencia.

-Aliaga, ¿usted cree que algún día resucitará ese hombre? -, le preguntaron.

-Claro que sí -, respondió alzando la cara.

-¡Pues dese prisa, no vaya a ser que esté ocurriendo ahora!

Durante su actuación entraba raudo a la iglesia para llegar a tiempo a socorrerle, y posteriormente el público, vivamente complacido, aplaudía viéndole cargando a la salida algún que otro saco de acelgas para darle sabor al guiso. Tras la primera guerra mundial, España rechazó sin ambages aquel extraño ofrecimiento, El Rif, pues a esas alturas cualquier sorpresa colonial no significaba nada. El gasto que pudo ocasionar se invirtió en lo que fue menester, en más educación. España incluso regaló Ceuta y Melilla, para no ser rehén nunca de una cultura más atrasada. Ni siquiera se molestó en conceder esas colonias al peor enemigo que tuviera Marruecos, intentando pervertir su normalidad con alguna refriega.

Durante la Segunda República la simulación continuaba teniendo el mismo éxito de siglos precedentes. Los mejores periódicos del mundo, que a la sazón eran los nacionales, explicaban por doquier alguna solemnidad como aviso previo de la diversión. La mayoría de extranjeros tenían claro de qué iba y después permanecía al acecho a ver quién picaba. Aquel hueso, el español, había sido siempre difícil de roer. Alguna vez, más despistado que ardiendo, algún engreído mandatario, creyéndola presa fácil, aparecía queriendo injerir. Le dejaban hacer un rato, para que se hartara de trabajar, pero a continuación le tendían la emboscada, actuando como actúa el IRPF ante los defraudadores, incautándolo todo, dándose rápidamente a la fuga con astucia culebrera, follándose a quien sea. Tieso por completo, aunque harto de comer, y sobre todo muy bien instruido, dejaban al hombre en su casa, para que la gringa de turno le rematara de una paliza con la correa, por llegar tarde a la cena.

Franco, al principio, no entendía ese juego. Sin embargo intuyó que de imponerse con las armas echaría a perder un magnífico negocio. Tras la guerra hubiera quedado como único guardián del continente, toda vez que el ejército nazi había sido sacudido por el enemigo. Por eso sacrificó su talento militar a favor del político, fundando su propio partido, que fue el más republicano de todos. Fue así para granjearse antes las simpatías de las mayorías, a las que acabó seduciendo. Al mismo tiempo lo hizo Azaña, con quien alternó la presidencia.

En lo fundamental, que era el apartado intelectual, el país seguía como de costumbre. Alguna vez, posiblemente por descuido, hizo concesiones de cara a la galería, como aquella vez en que un finlandés, uno que en su vida había visto el sol, lograra el premio Nobel de medicina por estudiarlo. En 1978, tras unas cuantas bolas más, la ciudadanía renovó la Constitución. Era la más moderna que había en el rocambol billarístico de la política, cocinado por el tradicional talento universitario. La burocracia cumplió una etapa para dar paso a una red informática moderna, que actualizaba los datos del censo con facilidad, evitándole al ciudadano perder su mañana repitiendo dos veces lo mismo. La libertad de comercio fue total y se dijo que la única garantía de extranjería era cerrar. Los bares estaban llenos de gente viajada, a su vez especialista sesuda en gambas de calidad, gente que ante cualquier polémica útil oponía el revolcón pertinente de la sabiduría, evaluándola con placenteras pláticas de tertulia. El pálpito social, como se diría en términos médicos, denotaba actividad y salud. El órgano respiratorio, cardíaco y muscular de la sociedad mantenía la constante, aunque por desgracia en cierta ocasión aquel hombre, Severo, se viese chapaleando en las aguas turbulentas de su pasado muerto, obligando a la doctora a improvisar un consuelo.

Se comentó que de un momento a otro España volcaría la olla con una de sus mejores ocurrencias. Se dijo que esta vez el plan sería maravilloso, teniendo como eje Motril, la bonita localidad costera. Tradicionalmente el país había propuesto el consabido plan de conquista mundial, pero este podía ser superior a todos, no en vano estaba prevista la participación de países como Portugal e Inglaterra, Rusia, Italia y Estados Unidos. Todo comenzaría cuando los estudiantes portugueses, durante la invasión de un libro mío de filosofía, comprendieran de qué modo tan categórico les querían sus vecinos. La utilidad de ese libro, puesto sencillamente en las aulas, advertía que por sí mismo, nada más que leyéndolo, podía convencerles de las razones del plan para unirse a él sin alzar la voz.

Con su elegancia habitual España solventaba al mismo tiempo el conflictivo ámbito regional, de un lado con Cataluña y de otro con el País Vasco. Cataluña quería independizarse desde hacía años. En los últimos tiempos, en la superficie, había una polémica que depauperaba la paciencia. Parecía que su única utilidad era que la chusma ignorante se agotara con estultos debates de bar, quedando en el vacío sin saber al final de qué iba realmente la cosa. Ambas partes, desde hacía tiempo, parecían quererse menos que nunca, pero era una apariencia engañosa. Ciertamente los políticos de ambos lados simulaban unas invectivas horribles, hablando de la madre, del padre, de la tía, del producto interior bruto, alarmando con ello a la gente diariamente. Detrás del ardite en cambio subyacía un objetivo, esto es la creación de una marca. Dicho de otro modo, España confabulaba con los catalanes, colando con insistencia la idea de que tenían grande talento empresarial, es decir, que incluso el uso de malos modos no impedía que claramente quedara advertida una útil capacidad de gestión. Había sido necesario durante años que día y noche ambos lados actuaran de un modo deleznable, tirándose a matar en los periódicos, con desprecios de verdulería, en cualquier medio de comunicación, así fuera en Onda Fuego. Para muchos fue divertido, pero para otros un motivo de insomnio.

"El hecho de que los políticos comparezcan a menudo tratándose con desprecio obedece a una estrategia inteligente, para que cualquier vecino piense que él puede estar ahí, elevando así mayor nivel de exigencia".

España se quejaba del enorme talento empresarial de los catalanes, y estos, como si fuera un partido de tenis, respondían airadamente diciendo que podían tener exquisitamente mucho más. En definitiva, parapetado con esa marca, el país podía acudir a mercados donde de otro modo no sería aceptado. Una de las empresas catalanas más en boga era de índole deportiva. Se trataba del Barcelona club de fútbol, famoso mundialmente tras sus últimos triunfos continentales. El club azulgrana se ofreció por sorpresa a jugar la liga francesa, provocándoles a ellos un extraño despertar. De repente los periódicos solamente hablaban de españoles, que culminaban un trabajo paciente y silencioso, urdiendo por aquí y acuyá buenas oportunidades empresariales, en tanto ellos sólo peroraban.

Todo encajaba con precisión, como bordando un tapete. Esta vez el plan de conquista mundial parecía el más espectacular. En virtud de su idioma común, el país contaba con trescientos millones de amigos hispanoamericanos para pregonar todavía más el asunto, siquiera poniéndose en contra, de tal modo que hablando nada más tuviera resonancia. Respecto a los ingleses, su parte del trabajo consistía en que uno de sus equipos, el Queens Park Rangers, pujara por la plaza del Granada en primera división. A la expectación se sumó la oferta del Eintracht de Frankfurt, que elevó la puja a la máxima temperatura. Después, una vez consumada la operación, el Queens o cualquiera de ellos, visitaría cada semana la península, como un equipo más. Los periódicos ingleses no paraban de comentar el asunto, solamente con españoles protagónicos, y el Granada, pese a que nunca ganó nada, parecía campeón en todas las portadas. Los comisionados de la Unión Europea, sudando tras las gafas, creían que se trataba de los extraterrestres, pues la historia estaba concitando más expectación que una guerra.

La deslocalización del equipo español provocó el descontento nacional. La polémica universal de la hinchada entretuvo a toda la península. Ningún estamento social fue ajeno al desaliento, diciendo que había que rescatar la operación cuanto antes, cosa que ya parecía imposible, estando la liga a punto de comenzar. Sin embargo, en el último instante, cuando todo el mundo lloraba el adiós del club, ocurrió. Una ciudad pequeña de sesenta mil habitantes maniobraba en una operación rocambolesca, cuya clave era un trato multimillonario con la Dirección General de Tráfico a cambio de una patente publicitaria, que sirvió como excusa para librar una partida millonaria. Se trataba de la ciudad de Motril, comprando en Inglaterra al club granadino, quedándose luego con su plaza en primera división. La operación instaló en la península el estado anímico contrario. La alegría patriótica volteó la adversidad en la misma proporción con que antes lo hizo la desilusión, de tal suerte que de nuevo el protagonismo en las portadas llevaba el marchamo de los triunfadores. En los restoranes de Motril la gente señalaba la bola del mundo como el ajedrecista que observa que puede mover sus regiones como si fueran peones. Estaba ocurriendo con la sencillez con que anzuelos arrojados al mapa se recogen. Los periodistas comentaban de modo incansable que nunca antes había ocurrido nada igual, es decir, que un pueblo atajara la polémica con una maniobra de esa magnitud, tan súbita y limpiamente, con la inercia acudiendo sola, hasta parecer una polea con embate sobrado para que de ella se agarrara todo el país. La siguiente noticia tuvo que ver con una cadena rusa de televisión dispuesta a pagar 24.000 millones de euros para retransmitir mundialmente al Motril. Uno de sus reclamos fue el fichaje de un atleta olímpico capaz de recorrer los cien metros en nueve segundos y medio. Su presencia significaba una de las lecciones tácticas más notables de la Historia, sirviendo para mentalizar a todo el mundo, tan sólo comentándola, de que asaltar la liga era muy posible. La razón era que estando el atleta en la cancha tan sólo tomando el té, ningún equipo, por puntero que fuera, se permitiría el lujo de descubrir atrás su terreno, pues llegaría al balón antes que nadie, airoso con veintisiete zancadas, incluso partiendo de su propia portería siguiendo un pelotazo largo, corriendo como siempre de un modo fulgurante los cien metros libres que faltaban hasta la otra portería, generando la catástrofe en la grada de creer para siempre que aquel era el mejor equipo del mundo, acorralando en el campo a quien fuese, con toda la afición al desgarriate en un estadio nuevo de 45.000 espectadores. La ovación de la comunidad internacional estaba siendo apoteósica, y las circunstancias incidentales con sus diversas ramificaciones presagiaban que el increíble cachondeo aún no había finalizado. Alguien se había fijado que en el muerto había cosas vivas, y las estaba aprovechando con precisión. El Papa, como participante italiano, contribuyó un poco más a la propaganda compareciendo un día en el balcón del Vaticano con la camiseta blanquiazul del Motril. El embate auspiciado por la pequeña ciudad costera estaba siendo feroz, pese a que nadie aún había movido realmente un músculo. Se decía, para dotar a la estrategia un aliciente definitivo, que el Madrid podía desaparecer. Era una empresa de un valor incalculable, porque lo había ganado todo, incluyendo once copas de Europa. Algo así hubiera servido para rematar a los italianos comparándolo con su mejor club, la Juventus de Turín, de mucho menos valor. El combate cuerpo a cuerpo mercantil parecía demostrar con una evidencia clara que un país inferior, con la excusa de la religión, trató durante la Historia de manipular al que sin duda era superior. La desaparición ocurriría durante uno de los largos desplazamientos a los partidos internacionales. Después, como aventuraba el rumor jubiloso, sus jugadores reaparecerían en Motril, retransmitido para el mundo entero, en un estadio animoso embrutecido por la convicción.

El País Vasco, que durante años había reivindicaba su independencia, saldó su participación de otro modo. Hasta el momento el daño al mobiliario provocado por su reclamación pesaba tanto en dinero como la región. España, pese a todo, accedió a la independencia, con la intención posterior de que sus cincuenta millones de habitantes se pusieran a reclamar a Francia la parte del territorio que según sus propios dirigentes también les pertenecía. Se dijo que a nadie entretanto se le ocurriría lanzar una bomba allí. No obstante, el valor superficial que pudiera tener el asunto, era inferior al subyacente en la lección práctica, es decir, que cualquier ciudadano veía que el único objetivo de esa pelea fue tener a todo el mundo dando misa. Hubiera o no independencia, quedaba muy claro que cualquier ciudadano podía pasarse la vida entera viviendo si haber ido siquiera al pueblo de al lado.

Finalmente Estados Unidos participaría haciendo lo que siempre hizo bien, es decir, una buena película, intentando que fuese más taquillera que verla en directo cada domingo, durante la liga. Una de las bromas incontables que a partir de ese instante alimentaron la razón social, incluyendo su literatura, aconteció a propósito de la madre de su majestad el rey Felipe VI, de la que se dijo en algunos mentideros de las finanzas que era una galante espía rusa, algo que a mí me obligó a salir a la palestra para regarlo categóricamente. Doña Sofía de Grecia había sido vecina mía durante una temporada y nunca ofreció duda acerca de su entrega a los colores.

Una tarde, durante un viaje intrascendente a la capital, asistí al estadio Santiago Bernabéu para ver un partido. Me encontré por casualidad en una avenida a la simpática doctora Lorente, que salía de una fiesta en compaña de varias amigas vestidas al modo atractivo con negrores pimpinelas. Tras el fácil arrumaco con cubalibres, acabó invitándome a tribuna. Durante el jolgorio de la grada se comentó que merodeaba por el palco Allah, el gran líder musulmán encargado de enviar a los alemanes contra la mierda. Al parecer, como se dijo también, se trataba de un pobre español al que doscientos años atrás, durante un periplo espacial, acabó siendo llamado así por los antiguos pueblos persas, babilónicos y egipcios. Se comentó que el desenlace del maravilloso plan tan solo dependía de que el alcalde de Madrid, acercándose rápidamente a la prensa, pronunciara a tiempo tres palabras, melocotón, vitualla y corrosión, en cuyo momento pasarían por tribuna unas birras frescas, así como algún que otro lingotazo de Bodegas Terry, y por supuesto el correspondiente palito de ron pálido moscatel.

Cuando regresé a Motril me vi un día andando por la calle, y me encontré a una persona a la que hacía tiempo no veía. Entonces abrí los brazos para saludarla. Se parecía a mí, pero se trataba nada más y nada menos que de mí mismo, y entonces fue cuando él, tratando de saludarme también, abrió los brazos, soltando la cesta de pollos que llevaba, que brincaron para irse a picotear por los trancos y comercios. Así pues, andando conmigo calle arriba, me encontré a mamá, que abrazó a uno de ambos, es decir, al mismo de siempre.

Finalmente hice un guiño.

FDO. LAENTA I. EL REY

Abril de 2017

La edad infantil con sus preocupaciones médicas. A Encarna, mi madre, por su esfuerzo. A mi padre, Antonio.

"Supongo que no hará falta ir por la calle dando vocinazos pidiendo que no tiréis las cosas al suelo. ¿Me oye alguien? ¿No? Pues abdico".

A las alegres damas de la peluquería, al disfrute del nuevo secador de cocobolo, Manolita y Puri, Eladia y Toñi, Aurora y Pepi, Loli y Laura, así como a la diseñadora Tronco di Almendro. A Mari Samos, por el pan. A Emilio y José Manuel, también muy rico. A María, de Reus, y a los Pancasero. Al kiosquero de La Posta, Paco, por haber opinado siempre que el barrio merece una dinastía estable. A mi padre, disculpas póstumas, por no haberle metido de tapadillo en algún pasaje histórico, de bibliotecario quizá. A los entrañables amigos de la infancia, como Miguel Molina y Manuel Gutiérrez Cuevas, Fali Alabarce y Salva, Alfredito y Carlos Abarca. A Javier Barros. A Antonio Lozano, que un día remató bien de cabeza y se le quedó grabado a la gente. A su hermano Paco y a Antonio Muñoz Flores, el barbero. A Manuel Marín, Demetrio y Rafael Jiménez, así como a Emilio, Carlos Oróñez y José Antonio Guerrero, por las papas fritas y los goles. A Marcos Rubiño, Virginia, Videras, Mauri de la Blanca, José Carlos Martos y Manolo Barros. A Fernandito Pérez, deseándole más corazón que cabeza, o algo así. A Manolín González, por sus macarrones a las cuatro de la mañana. Al hermano, Miguel. A David Merlo y Manuel Ramos, así como a Felipe González, por saber guardar una de mis gracias tantos años. A mi vecino Antonio Mendoza, a María y su hijo Antonio, por saber tender la muleta durante las conversaciones viperinas, al objeto de salir indemne a portagayola lernearia del acoso frenético de las damas. Al marqués de Ponferrada, por su efusiva recepción en la finca, y por acompañarme alguna vez haciendo caricaturas. A mi abuela María Gómez Lupión, mi agente espiritual favorito, así como a mi abuela paterna, Carmelina Leyva Hidalgo. A Joaquín Santos. A la familia Sánchez Arjona, y en especial a Lola, la madre de mis hijos Javier y Daniela. Dedicado además a su amiga Marina y a Alejandro Romero. A Antonio García Molina, por los soliloquios radiofónicos. A Joan Pérez con el Plastum Gel. A Silvia Pérez Arroyo, por su desparpajo en Radio Nacional Clásica, poniéndome celoso haciendo creer que le habla a alguien más (me ruborizaré luego). A Luis Sánchez Ocaña, por sus hogareñas explicaciones sobre salud en el programa Más Vale Prevenir. A Pepe El Güigüi, por su consejas sabias sobre egipcios y tontos morunos. A los Austrias, que me han tratado siempre como a un hijo. A Felipe de Borbón y Grecia, rey de España. A Javier Martín, el diligente editor de El Batracio, así como Antonio Sánchez y a la madre, Estefanía. Al Interviú, que me dio la oportunidad de reventar el grano. A Gabriel García Márquez, evidentemente. A Bernardo y Antonio Lemos. A Chico y Carlos Martín Leyva. A Manolo Atienza y al primo, Paco El Rizado. A Peque. A Andrés Cárdenas y Juan Luis Tapia, de Ideal de Granada, así como a María Aparicio. A Susana Valle, Pepa Delgado, Mariola Fernández, Inma Blanco, María Ángeles Troncoso, Almudena Hermoso, Laura Vallejo, Marisol Liñán, Maribel Luján, Brígida Vidal, Inés Salcedo, Marisa Babiano, María Guarnido, María Fortes, Lorena Pedroche, Ana María Castillo, Clarisa Guarnido, María Santiago, Luisa Lupiáñez, Magdalena Merino, Rocío Fernández, Gloria Mancilla, Susana Vila, Maricarmen Rizado, Adriana Núñez, Ana Olivares y Conchi Ayala. A Coco Channel. A Pan Havas, de Alemania. A José Frías y a Oliver. A Mariano Mariano y Santi Rodríguez. A María José Bosch, de la Cope. A Emilio Ibáñez, por su permanente optimismo, pese a la artrosis. A Pepe, de la Heladería Tropical, por la verdad del producto. Al Centro Severo Ochoa. Al ayuntamiento de La Herradura por haber albergado mi biblioteca. Al profesor Leonard, por el ciclo de conferencias en Copenhague. Al estanquero, que ha dicho que en breve decretará un año sabático para mí. A la que me vende las verduras…

"Esto no se acaba nunca. ¿Oiga? ¿Es la policía? Quiero entregarme".

PRÓXIMAMENTE

"SUEÑOS DE GRANDEZA"

 

 

 

Autor:

Antonio José Martín Merlo

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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