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Los apuntes en clase y el repaso: beneficios (página 3)



Partes: 1, 2, 3

Apliquemos estas reglas a las anotaciones y concluiremos que
una anotación útil será la que corresponda
al tipo de información que más falta os hace,
que llevara al mismo tiempo la
imagen de
vuestra mente. La más perfecta será la que tenga
mayor utilización en el futuro, quiero decir: la sea lo
bastante polivalente como para entrar en un gran
número de composiciones .El conjunto de vuestras
anotaciones debe parecerse a los soldados de Guardia: es una
reserva que tenéis a mano y que conserváis a
vuestro lado, con el arma montada, para emplearla en el momento
en el que la suerte del combate desfallece. Y la mejor guardia es
la puede intervenir, aquí o allá, en las
circunstancias más diversas.

Por ello me gustaba poner en las notas unas breves
indicaciones que llamaba la rosa de los vientos
y en las que encontraban anotados por adelantado los diversos
usos que se podrían hacer con ellas. He aquí, por
ejemplo, una de las notas que me sirvió antaño en
las clases sobre la moral. La
había redactado leyendo un estudio sobre la evolución del derecho. Se refiere al
préstamo del interés,
tal como se hacia en la Edad Media.
Este préstamo dice la nota está condenado por los
teólogos según el principio de la justicia por
el cual pedir una renta por un dinero
prestado es abusar del pobre y esto era entonces innegable. Ya
que la plata y el oro no tenia
valor por si
mismas. Se admitía el interés, dice también
mi nota, solamente en tres casos: cuando el beneficio (lucrum
cessans
), cuando el que prestaba sufría un prejuicio a
causa de su acción
(dammum emrgens), y, por fin, cuando podía no
recuperar su dinero (periculum sortis). Las condiciones
económicas han cambiado, las excepciones se han convertido
en regla, lo que antaño era injusto ha sido considerado
como justo, no porque se hallan modificado los principios de la
justicia, sino porque el dinero ha
cobrado valor. Este es el resumen de las ideas y de los hechos
contenidos en esta pequeña nota. La rosa de los vientos
(arriba a la derecha) tiene las palabras siguientes:
Desarrollo, Uso, aplicación, Regla, excepción,
Moral y
sociología, Idea de justicia
. Esto
debía indicar como las informaciones contenidas en esta
nota podrían ser utilizadas diversamente sobre estos
campos de batalla desconocidos que son lasos lecciones, las
disertaciones, los exámenes orales.

La experiencia prueba que es difícil encontrar
hechos-ideas lo suficientemente ricas como poder ayudaros
en varios campos. Me he dado cuenta de que en toda materia
(incluso la gramática) ponen un ejemplo en una
operación muy incomoda y que la mayoría de personas
intentan evitar pocas notas, pues. Notas significativas,
dinámicas, adaptables. Notas escritas en un papel bastante
fuerte y a lo ancho, porque así es más fácil
consultarlas. Notas que no contengan cada una más que una
sola idea, apoyada sobre uno o varios hechos, o nada más
que un solo hecho cargado con uno o varios significados. Notas
provistas de una o varias palabras axiales en su cumbre. Con
fecha, para saber en que edad de nuestra vida las habéis
tomado. Con referencias exactas del libro del que
habéis tomada vuestra idea y preferentemente con todos los
nombres propios en letras de imprenta, como
hacen los inglese .notas legibles, con puntuación, que se
puedan transmitir por herencia,
provisionales y eternas.

 

IV

Solía ver a un viejo amigo educado en un colegio y que
me decía: "He conservado de aquel tiempo una buena
costumbre. Cuando quiero aprender algo vuelvo a ella siempre: las
confesiones de un cuadro sinóptico.

"Un cuadro caligrafiado con palabras escritas en rojo o
subrayadas, que se ven y se vuelven a ver después de
haberlo hecho uno mismo
(me he dado cuenta que el cuadro
sinóptico por otros no da los mismos frutos) este cuadro
nos hace aprender y comprender al mismo tiempo rinde el mismo
servicio que
el grafico en geometría
o en estadística. Permite ver las cosas de un
vistazo. Tiene gran ventaja sobre el manual que dice
las cosas una detrás. De otra sin que podamos juzgar sobre
sus proporciones y sus relaciones.

"Una vez compuesto mis cuadros sinópticos-continuaba mi
amigo-, los ponía en la pared y me los aprendía con
una mirada distraída. Por ejemplo, había puesto
toda la gramática alemana, siguiendo el consejo de mi
profesor, en
un único cuadro sinóptico si un solo cuadro era
suficiente, ¡imaginamos el valor de este método!
Naturalmente, para hacer una sinopsis hay que
simplificar; pero simplificar es buscar la esencia, y con el
arte de
desarrollar que en su contrario, el arte de simplificar es el
arte escolar, el que deberíamos aplicar durante toda la
vida. Si queréis a vuestra edad (y es un gran placer
aprender a los cincuenta años) dedicaos al cuadro
sinóptico. Así para aprender historia, empezad por
establecer vosotros mismos (¡nada de muletas, andad solos!)
una cronología sinóptica; disponéis varias
columnas en un papel. Una de ellas para los acontecimientos
militares, otro para la diplomacia, la tercera para los
países extranjeros, la cuarta para los acontecimientos
religiosos, la quinta para las novedades del arte, la sexta para
los descubrimientos científicos: ya veréis como, en
la edad madura, una cronología así pueda
enseñarnos cosas nuevas. Las líneas de influencia
ya están trazadas solo hay que subrayarlas a veces
también se nota la parte debida a la casualidad y
también de las correspondencias, y como un pequeño
invento científico desapercibido al cabo de un cierto
tiempo, se traduce en una batalla y trastorna los imperios.

"En geografía empleo un
procedimiento
similar. Si quiero estudiar Bretaña, en vez de hacer como
en antaño un solo mapa de Bretaña en el que se
ponía todo, me dibujo a
grandes rasgos (pues no importa la exactitud absoluta: cada
contorno debe estar estilizado) diez o doce mapas de
Bretaña. En uno de ellos pongo las montañas y los
ríos, en otros las ciudades y las carreteras. En otros los
bosques, etc. En otro del itinerario del Ejercito del Patton.
¿Cuál es la ventaja de este sistema? que cada
uno de los mapas representa un pensamiento
cado uno es un hecho iluminado por una idea: porque a cada una le
hago corresponder un principio fácil de encontrar. Pero,
repito, las sinopsis, al igual que el grafico, no es útil
si es la de otro. No serviría para nada comprar mapas o
cuadros. Cada uno debe ser en esto su profesor y alumno."

GUITTON JEAN, "EL TRABAJO
INTELECTUAL"

LA LECTURA DEL
ENRIQUECIMIENTO DE SÍ MISMO

I

Rechaza la red de libros
–dice Marco Aurelio–, para morir no con lamentos, sino con
serenidad"

Es curioso observar los convencionalismos que aceptan los
hombres cuando hablan de sus lecturas.

Al oírlos, se diría que han leído todos
los libros que se les nombra.

Afortunadamente, los libros son como los países que nos
son extranjeros y como esas provincias de Francia que no
hemos podido visitar nunca. No es necesario recorrerlas a fondo
para conocerlas, para hacerse una idea exacta y suficiente de
ella. Los relatos de un viajero digno de crédito
os dispensan de ello, sobre todo si es amigo vuestro y si ha
visto por vuestros ojos. Eduardo VII que, al igual que todos los
hombres públicos, no leía nada por falta de tiempo,
estaba al corriente de todo lo que se imprimía en su
reino.

Al fumar, al hacerse afeitar, al peinarse la barba, acosaba a
un lector con preguntas hasta hacerse una idea clara sobre una
obra.

En el fondo, este es el método bueno: preguntar,
escuchar la respuesta, no estar nunca pasivo. Una novelista le
confesaba a un amigo: "No lo diga por ahí, pero me gustan
sobre todo las veinte primeras paginas de una novela y las
veinte ultimas; que esta entre ella lo reconstruyo yo misma
imaginándomelo".

El primer libro de Marcel Proust fue una traducción de Ruskin. Sin embargo, Proust
sabía bastante poco inglés,
y nos lo han descrito fijando en el texto de
Ruskin "estas páginas indescifrables para él y de
las que, sin embargo, percibía su sentido en toda su
profundidad". El mismo Proust decía: "No hay mejor manera
de llegar a tomar conciencia de lo
que siente uno mismo que tratar de recrear en sí lo que
sintió un maestro.

En ese esfuerzo profundo es nuestro pensamiento el que ponemos
con el suyo, al día…"

Hay también oscuridades en un buen libro, y esto es
bueno para la lectora pues lo que se cree haber comprendido de
golpe y al primer intento que hemos hecho os quedará opaco
y desconocido para siempre. Ante un libro valioso, la primera
impresión del verdadero lector debería poderse
resumir más o menos así: "í, es hermoso,
pero también es difícil."

II

Los autores espirituales, que han hablado de la manera de leer
un libro para hacer de él alimento de su alma,
aconsejan parar de leer en cuanto el alma se resiente. Y la
más bella imagen que podemos hacernos de la lectura es
la de esa mujer que nos ha
pintado Corot y que sueña o contempla, teniendo en la mano
un libro obre el que pone un dedo.

En el fondo, lo que desea el autor es realizarse en un alma.
Nos ofrece entrelíneas, márgenes, para que
escribáis vuestros pensamientos entre los suyos. No hay
nada tan emocionante como un libro abierto por la misma
página bajo la mirada atenta, mientras se espera el
ruido de la
hoja que no será vuelta.

Ya, ciertamente, si levantáramos la tienda a cada trozo
que nos ha gustado o que nos hace pensar, no leeríamos
nunca. se cuenta de un padre del desierto que, queriendo meditar
sobre el Pater, no había ido más allá, al
cabo de varios años, de la palabra "Padre nuestro", que lo
contiene todo.

Sin embargo, para comprender bien un libro conviene leerlo
entero, aunque sea a la carrera, compenetrarse con su ritmo, para
que las parcelas que se escojan queden en la luz del todo.

Descares decía que la mayoría de los libros "en
cuanto se han leído algunas líneas y se han mirado
los índices se conocen por completo", pues el resto
había sido añadido chartae implendae, para cubrir
el papel. Y M. Lavelle, que recuerda este pensamiento, dice
también que todo libro está cargado de material
aglomerante. En lo que, añadiría yo, se parece a la
creación, en la que lo que une ocupa más lugar que
lo que alimenta o actúa.

Es igualmente aconsejable para que un libro posea todo su
poder de excitación prestarle el sonido de la voz,
la suya propia y a veces también la de otro. Se dice que
lo antiguos, incluso cuando estaban solos, leían en voz
alta. La lectura cursiva, rápida, con los ojos y sin
articular, es un invento moderno, y la Iglesia
romana, antigua en este aspecto, prohíbe a sus sacerdotes
esa lectura ocular del breviario. La costumbre de leer
sólo con los ojos, tan preciosa, tan bien acomodada a la
prosa, nos hace insensibles a la poesía
e incluso a ese número que es la poesía presente en
la prosa.

III

El efecto de un buen libro consiste en hacernos entrar en la
experiencia de otro ser, cosa que o es nada posible en este
mundo, incluso cuando se trata de nuestros allegados:
¿Cómo atravesar esas brumas de costumbres o de
pudor? A menudo, los que nos rodean, no habiendo sabido condensar
su experiencia por falta de lenguaje, son
para nosotros como si no tuvieran nada que enseñarnos. El
libro nos coloca en el centro de una mente que nos es
extraña; nos libra su misma esencia. Hay que haberse
ejercitado en escribir para adivinar qué recortes,
qué residuos supone una sola página escrita,
cuánta materia queda así reducida, cuántas
buenas cosas incluso desaparecen para dar resonancia a las que
permanecen.

Y aunque el libro no haga ninguna alusión a la vida
íntima de un hombre, no hay
apenas una página que no esconda algún secreto.

Un libro auténtico está escrito en virtud de una
necesidad, y una lectura auténtica es la que se hace en
estado de
hambre y de deseo. Y al igual que está aconsejado privarse
de leer si no se siente una llamada, también
deberíamos privarnos de escribir si no se tiene la
convicción de tener que transmitir lo que nadie puede
decir en nuestro lugar. Esto no significa que todas las
páginas de esta obra serán nuevas, personales. Un
libro no es nunca atrayente o interesante por igual; ase compone,
lo mismo que la vida cotidiana de la que es el precipitado, de
partes aburridas, desagradables y monótonas, que son la
condición del despertar de la inspiración. Viene la
idea de coger unas tijeras y hacer "trozos escogidos" o de
resumir, a la manera de los americanos en su digest. Pero es
fácil ver que los digests quitan todo el sabor de un
libro; es como si se redujeran los alimentos a
píldoras. En cuanto a los "trozos escogidos", quitando en
terreno, la atmósfera y todo lo
que rodea, transforman una flor viva en una flor disecada,
¡y no se atreven a ofrecérsela al niño, al
extranjero! Hay que resignarse a que un libro tenga partes
flojas, partes demasiado extensas, repeticiones, o, al contrario,
elipsis, lagunas y muchos otros defectos. Y a menudo los mejores
libros, lo que más se han copiado, tienen grandes
defectos, tal como se ve en la Biblia y en Platón.
Por lo demás, el que conoce la génesis de un libro,
el que ha medido la diferencia que hay entre la incertidumbre del
manuscrito y la certidumbre fijada para siempre del libro
confiado a la imprenta y realmente librado a los malos y a los
buenos, ése siente piedad por los libros y perdona muchas
cosas.

A los que leen les gusta volver al mismo libro, comprarlo
haciendo un sacrificio, encuadernarlos tenerlo día y noche
cerca del alugar en el que sueñan. Hay una gran diferencia
entre el libro prestado y el que es nuestro. La lectura implica
que se pueda saber dónde están, en un libro, las
páginas que nos gustan, que se puedan encontrar sin
demasiado esfuerzo. La situación extrema sería leer
un único libro en su vida, tal como lo hacían los
antiguos judíos,
como algunos cristianos, como el señor de Saci, al que la
sola lectura de San
Agustín, proporcionaba suficiente formación
como para contestar a Pascal. Varios
libros, bastante anodinos en sí, se podrían
iluminar si se tomase la resolución de no leer nada
más que ellos durante toda una existencia y de pedirles la
interpretación de vuestras experiencias de
la vida. Nos extrañamos a veces de que Hegel o Marx tengan ese
privilegio, pero es que la oscuridad, la masa, las lagunas son,
al igual que la concisión de las máximas,
condiciones favorables para que un lector pueda alojar en un
libro de imagen de sus pensamientos. Del que más se saca y
al que más se da es al libro hermético.

Los libros que conviene tener siempre a la cabecera son los
que son capaces en toda circunstancia de darnos un consejo o un
movimiento
favorables; los que nos elevan por medio del relato de una vida
ejemplar los que nos cuentan la existencia de un hombre parecido
a nosotros y que nos tranquilizan por ello, como Montaigne; los
que nos revelan el universo tal
como es; los que nos hacen participar en otras existencias, en
otros medios y en
otras épocas los que lo resumen todo los que son coma
cánticos. El libro más bello es quizá el que
no ha sido escrito para ser leído, el que se publica
después de la muerte del
autor, el que no está oscurecido por ningún deseo
de gustar, el que tiene el valor de un testamento.

Y es conveniente que el libro sea suficientemente antiguo para
que no se relacione con nuestros detalles presentes por
ningún lazo, y que nos haga sentir que lo que nos
conmueve, en este momento, es pasajero.

Hay libros de cabecera que se abren casi a diario. Los hay
también que no se abren casi nunca, pero, sin embargo,
existen, y que sabemos que los podíamos consultar. Se
parecen a esas personas que nunca vamos a ver, pero que nos hacen
un bien sencillamente por existir, y porque sabemos que con
sólo correr un cerrojo las podríamos visitar. El
nombre de un autor, un título sugestivo, a veces basta con
eso.

Y, como en todos estos casos, el precepto contrario tiene su
verdad, casi igual, diría yo: "Quédate de libro de
cabecera con el de tu adversario más hiriente, más
razonable, tal como Pascal tenía a Montaigne y Montaigne a
Séneca" Es beneficioso tener a su lado al ser insolente
que despierta vuestras partes débiles y que os obliga a
buscar pruebas, el
que ve oscuro lo que vosotros veis claro, para disfrutar mejor de
lo que se posee o para atemperar nuestras certidumbres.

IV

A los hombres siempre les ha gustado leer historias, sabiendo
que eran inventadas, porque esperaban de ellas una verdad
más íntima, más amplia, más cercana a
su corazón
que la verdad llamada histórica.

Los que se han dedicado a narrar podrían explicarnos el
porqué: saben que el esfuerzo que hay que hacer para
relatar es más difícil que el esfuerzo para
constatar hechos o para desarrollar ideas puras. Exige las mismas
cualidades que las del observador y las del pensador abstracto,
pero llevadas a un grado más alto. No se puede narrar sin
dar a los sentimientos de sus personajes una densidad que nao
tienen en la vida corriente, sin modificarlos, aumentarlos o
disminuirlos, y ajustar el azar mejor de lo que lo hace la vida.
Al hacer esto se va en dirección a la verdad. En el fondo el arte
del narrador es el de Dios, en tanto que dios predestina, es
decir, que crea los acontecimientos a la medida de las personas,
en medio de la aparente negligencia de los seres y las cosas;
aporque el narrador también debe tener ese aire
distraído en medio de su relato, esa candidez, esa flema,
respecto a lo que cuenta de terrible o emocionante; en suma, esa
negligencia que es el atributo de la soberanía; solamente él sabe
cómo acabará aquello. Y como sobrevive y relata, el
oyente adivina que el asunto no ha terminado tan mal.

Se obtiene el resultado de seducir al que escucha
contándole una existencia similar a la suya, pero
más alta de color, tal como
se ve en la historia de Abrahán o en la de Ulises. De modo
que se define muy mal una novela cuando nos limitamos a decir,
como en el pequeño diccionario
Larousse, que es "una historia inventada escrita en prosa, en la
que el autor intenta suscitar interés por medio de la
singularidad de aventuras extraordinarias". La imaginación
de los novelistas no inventa la realidad, es un tipo de observación más audaz. Disraeli,
después de cada una de sus experiencias políticas,
escribía una novela, que iba menos destinada a posibles
lectores que a él mismo; intentaba comprender, por medio
de la ficción; lo que acababa de ocurrirle y de
soñar, pero que no había conocido en esa especie de
sonambulismo que es toda acción intensa. Si Disraeli
hubiera tenido el talento de Balzac, sus libros hubieran aportado
más a la humanidad que sus ministerios.
Por lo demás, la mayoría de las grandes acciones han
sido llevadas a cabo por sus autores para poder ser contadas un
día, como decía Joinville, "en habitaciones de
mujeres".

Hay que leer novelas para
conocer el sentido de nuestra vida y el de las vidas de los que
nos rodean y que el embrutecimiento de lo cotidianos nos esconde.
Hay que leer novelas para penetrar en medios sociales distintos
al nuestro y para encontrar en ellos, bajo la diferencia de las
costumbres, el parecido de la naturaleza
humana; para estudiar como en el laboratorio
los problemas
fundamentales, que son el del pecado, el del
amor y el del
destino, y esto de una manera concreta y sin las transposiciones
de la moral en fin, para enriquecer su vida con la sustancia y la
magi de otras existencias.

No sin razón los que saben narrar obtienen los mayores
éxitos, tal como nos lo muestran los nombres de Homero, de
Cervantes o de
Víctor Hugo.

Hay que reconocer que en este campo escasea el talento. En
cada época aparecen estos hombres hábiles que saben
posponer para la página siguiente la solución del
problema planteado en la página anterior; pero esto no es
más que el mecanismo de la narración; lo
difícil es saber deslizar, en esta máquina de
perpetua posposición, una verdad, un carácter, una semilla misteriosa.

En la actualidad se pone la filosofía en la novela, al
igual que antaño se ponía la moral o la
casuística del corazón. Nos apartamos así de
la regla fundamental del género.
Que consiste en no tener otro fin confesado que el de relatar y
el de entretener. Y sin duda de un buen relato irradia la moral y
la filosofía, pero los personajes, e incluso el autor, no
deben pensar en ello, lo mismo que los actores no deben pensar
que se le contempla y que representan un papel.

También debe haber un sitio para la Historia en las
lecturas. Aquí el interés se centra en lo que
verdaderamente sucedió. Lo ideal sería que lo que
ha ocurrido realmente y que posteriormente es relatado resulte
poseer por añadidura el interés de la novela: esto
no le ocurre más que a lo que es llamado con justicia "la
pequeña historia".

En la gran historia los acontecimientos deben sufrir su propia
ley no y no la
del arte. Toda historia es necesariamente austera, digamos
incluso aburrida –y en esto se parece a la ciencia
descriptiva–. Toda historia contiene series, enumeraciones,
recuerdos de fecha, detalles puestos en el mimo plano que las
líneas cumbres, una igualación de lo que es
importante y de lo que no lo es, tal como ase en Tácito,
ese historiador, sin embargo, tan artista. Pero los que leen
historia deben tener el mismo tipo de paciencia que el
historiador: la paciencia de lo viviente.

Hay que decir también que los buenos libros de historia
(los que en nuestros días se dirigen al gran
público) recogen y condensan los acontecimientos. Llevan a
la expresión más alta esa aceleración de la
duración, que es inmanente a todo libro de historia, por
largo que sea. El historiador nos permite asistir a una vida
humana en la duración precipitada de algunas horas; nos
obliga a tener arios siglos bajo la misma mirada. Y sin duda los
eruditos no se atreven a hacer estas síntesis.
Ocurre en nuestros días que escritores-historiadores cojan
prestados ciertos elementos sacados de las largas paciencias de
aquellos y ganen notoriedad en su lugar, cosa que no puede
suceder en las letras o en las ciencias. Pero
el público tiene razón al reclamarles a los
historiadores libros cortos y densos. Son los eruditos los que no
tienen razón al no proporcionárselos ellos mismos
en sus momentos de ocio. Lo que un público culto le pide
al historiador no es la exactitud de cada detalle, sino la verdad
de un largo desarrollo.

V

También conviene leer de cuando en cuando un libro de
ciencia
desprovisto de tecnicismo, en tanto que se entienda y sin tener
es preocupación de comprenderlo todo que estropea toda
lectura. Ninguna ficción reemplaza esa amplitud que nos da
el
conocimiento de las matemáticas, de la física o de la
biología.

Es notable que un libro de ciencias, cuando no es de geometría, no dura más de treinta
años. El conocimiento
que parece ser el más verdadero es el que se estropee
más rápidamente; no hay nada más anticuado
que una obra de constatación o de erudición
publicada a principios de este siglo; hacerlos caducar para
siempre, mientras que la poesía y la filosofía no
envejecen. Lo que ocurre es que en estos trabajos exactos que
componen la ciencia o la crítica
entran muchos símbolos, mientras que la
observación de la naturaleza
humana o el pensamiento puro alcanzan de galope un elemento
sustancial. ¡Que extraño resulta que los griegos nos
parezcan nacidos ayer y que nos enseñan los resortes del
hombre, del ser , de la política, cuando no
sabían nada de lo que sabemos nosotros! Zola es antiguo al
lado de Homero, y Bergson ante Platón.

Lo que desanima en los libros de pensamiento es en parte que
están escritos en una lengua
abstracta. No se habla en ellos de alias, sino de la humanidad, o
de la esencia, de la materia, de la relación… Parece que
los filósofos sustituyen los objetos reales y
palpables por fantasmas
opacos creados por la mente. Y es muy cierto, tal como dije
antes, que es mucho más fácil hacer una
disertación que escribir un cuento, pues
el estilo abstracto es una música interior, que
se engendra fácilmente a sí misma. Hay algunas
lenguas, como
la germana, que son tan propicias a crear abstracciones, que un
alemán, diga lo que diga, parece que está pensando,
cuando en realidad no hace más que construir una frase.
Pero hay otras lenguas, como la griega o la francesa, en las que
las palabras abstractas están lo suficientemente
próximas al uso corriente como para conservar el sabor de
la cosa, y, sin embargo, son lo suficientemente transparentes
como para designar la interioridad de esta osa y su parecido
oculto con las demás cosas. Esto se aprecia al leer a
Descartes, a
Malebranche, a Ravaisson, a Valensin o a Lavelle.

Por lo demás, no vayamos a creer que para entender bien
a un filósofo haya que buscar siempre un sistema o una
verdad pura. Alain, que sabía bien cómo leer y
mejor todavía cómo enseñar a leer ,
enseñaba que a veces se debe leer a Kant como si se
leyese a Montaigne o a Proust. Decía que ni los
filósofos ni los novelistas nos revelan lo que piensan,
unos porque creen que deben ocultarlo, los otros porque se ven
arrastrados por su relato; hay que emplear la astucia con todos
ya buscar los momentos de olvido en lo que se traicionan. En lo
libros de pensamiento puro, como la Etica o la Evolución
creadora, se esconde, bajo un sistema aparente, una experiencia
humana individual, llevada a la más alta generalidad.

Y ha ocurrido en nuestro tiempo que un filósofo pueda
escoger indistintamente para expresarse el tratado, la novela, el
cine y el
teatro. Realmente
estos géneros de expresión deberían poderse
trasponer uno en el otro. Es un placer buscar la filosofía
de una novela o la historia íntima oculta bajo la
abstracción.

VI

Podemos preguntarnos qué hubiera sido de la fe si no
hubiera tenido alguna Escritura para
sostenerse. el primer objeto que consagra a la religión es un texto.
La religión nos enseña a leer: enseña que lo
que hay de bello y de verdadero en una obra no viene de su autor:
un creyente piensa que la Biblia está escrita por el
infinito para él. Tiene incluso la idea (irrefutable)a de
que si el Espíritu ha inspirado a Isaías, este
mismo Espíritu ha escogido este preciso momento, este
versículo preciso, sobre el que caigo por casualidad, para
socorrerme y como una segunda inspiración.

El beneficio de un libro de religión o de
mística no está reservado solamente para los que
tienen fe. Todo hombre es religioso, en la medida en que es capaz
de atención y de silencio. a menudo se ha
observado el parecido entre la atención y la
oración. Este parecido se olvida por las dos partes, pues
los creyentes se dejan llevar a oraciones sin atención y
los oyentes se contentan con actos de atención sin
oración.

El espíritu de la religión no está tan
alejado de la ciencia cuando ésta intenta progresar. "La
elevación –decía Novalis—es el
método más excelente que conozco para evitar
colusiones fatales. Por ejemplo, la elevación de todos los
hombres al de genio de todos
los fenómenos al estado de misterio…"

En nuestra civilización la Biblia es el libro por
excelencia. Lo que e admirable en esto es que no es un libro
propiamente dicho, sino un conjunto de todos los géneros
de libros, excepto el abstracto. Contiene bajo un pequeño
volumen todas
las especies de palabra, desde el código
al canto amoroso, pasando por los tranquilos proverbios, las
quejas, los ritos, las parábolas, los relatos sangrientos
e impasibles.

En el fondo, el arte de leer bien, si he sido comprendido
correctamente, consiste en componer una segunda Biblia para
sí mismo, esleer la primera con inteligencia,
y la segunda, la nuestra, con fe.

 

 

 

Autor:

Víctor Raúl

Partes: 1, 2, 3
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