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Alcionismo en Nietzsche: entorno a una ética estética filosófica (página 2)



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Durante el siglo XIX se busca apasionadamente en el arte el
medio capaz de la renovación auténtica del hombre y
de su cultura decadente, al tiempo que la idealización de
la cultura griega se eleva como canon de la verdadera humanidad y
la perfección cultural. Así de entiende que
Nietzsche no pudiera permanecer ajeno a la fascinación por
el arte, la filosofía, la historia, la religión y
la política del mundo griego, en una Alemania donde
florecía el clasicismo y la educación en las
escuelas, seminarios y universidades se basaba en la cultura
greco-latina. Sin embargo, y de acuerdo con el postulado
permanente de este estudio -que afirma que nuestro autor difiere
del grueso de pensadores con los que no se identifica y a los que
critica- analizaremos una fascinación por lo griego que no
es clasicista. Nos enfrentamos a un fenómeno
psicológico y cultural, el alcionismo, que presenta una
forma distinta a la de sus contemporáneos de recuperar la
experiencia griega como alternativa a la decadencia moral y
cultural que en esos momentos experimentaba Alemania.

Desde sus comienzos  como profesor de filología se
reveló en Nietzsche un sentimiento de rebeldía
contra la falta de espíritu de la letra muerta. En El
nacimiento de
la tragedia, rompe por primera vez 
con la tradición y las normas que venían rigiendo
los estudios eruditos de la filología clásica. Se
atreve a especular y a ensayar a partir de conclusiones que no
provienen de datos sino del estudio global del carácter de
determinados aspectos de la Antiguedad griega. Nietzsche se
atreve a crear e interpretar en vez de deducir datos de otros
datos y palabras de otras palabras. Con sus obras se revela
contra la letra muerta defendida por los filólogos de
profesión y se anuncia como el intérprete valeroso
y el intelectual libre, y el método crítico
hermeneútico aparece como el modo correcto de aproximarse
a la Antigüedad.

Ya en El nacimiento de la tragedia  afirma entre
otras cosas que con la muerte de la tragedia griega y el
advenimiento de la ilustración desaparece el
auténtico espíritu griego: un espíritu
trágico de aceptación de la vida y de
sublimación artística muy distinto de aquel
espíritu idealizado de la armonía y la belleza
inmutables postulado por el clasicismo y Hegel:

"Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso,
se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste
una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas
(…) esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado
del otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y
excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada
vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de
aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia
tiende un puente la común palabra "arte": hasta que,
finalmente, por un milagroso acto metafísico de la
"voluntad" helénica, se muestran apareados entre
sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de
arte a la vez dionisiaca y apolínea de la tragedia
ática" (N.T., pp.40-41).   

 En la segunda de sus consideraciones intempestivas:
Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la
vida
, Nietzsche denuncia el absurdo trabajo
histórico-filológico cuando queda abandonado a
sí mismo, sin un sentido y una dirección en
consonancia con una cierta evaluación de su valor para la
vida. Insiste en que las pretensiones de ciencia por parte de la
filología clásica son ilusorias y además
nocivas. Querer restituir la antigüedad en el presente
mediante un conocimiento exacto de ella es imposible, porque para
nosotros, sus fundamentos socio-políticos y religiosos se
han vuelto  caducos. Y eso nos separa de ella para siempre.
Hay, por tanto, que saber qué es exactamente la
antigüedad en su esencial inactualidad para el hombre
moderno y para ello hay que acabar con la filología,
romper con el olvido en el que mantiene a lo que es propiamente
griego. La filología clásica, no puede reducirse
al  manejo puro y simple de unas técnicas, sino que
debe asumir la pretensión de desenterrar un modelo a
imitar, como camino de formación suprema frente a la
decadencia contemporánea. Para ello, Nietzsche afirma:

"(…) nosotros los filólogos debemos contar con
la ayuda de los artistas y de las naturalezas artísticas,
únicas que pueden comprender que la espada de la barbarie
se cierne sobre nuestras cabezas cuando se pierde de vista la
noble sencillez y elevación del mundo helénico"
(N.F. II-1, p. 250)

El objetivo no es pues recuperar la cultura griega
imitándola para implantarla en el presente, sino descubrir
y experimentar lo que los griegos han descubierto y
experimentado. Conocerlos para superarlos como aliados de la
humanidad, contra el cristianismo y la moderna burguesía
optimista y decadente. El deber es superar la helenidad por la
acción, nos dice Nietzsche. Conocer a los griegos no
filológica sino filosóficamente, lo cual implica a
la vez juzgarlos y superarlos. Nietzsche opina que el
filólogo clásico quiere ser un
científico  cuando debería querer ser,
más bien, un artista. Pues no sólo debe ser capaz
de penetrar en el pensamiento del que surgen las admirables
creaciones de la cultura griega, sino que debe ser, ante todo,
capaz de dar a sus interpretaciones una expresión y una
eficacia que esten a la altura de lo que debe decir en tanto
saber aplicable y provechoso para la propia vida:

"Los libros eruditos no hacen, a veces, más que sembrar
confusión y carecen de utilidad porque les falta esta base
segura. Se trata aquí de algo de ética (…).
Del que no aporta otra cosa que conocimientos y sentido
común se puede tener necesidad para un servicio de
carretero, pero nada más. No está predestinado a
ser filólogo porque no es filósofo y porque tampoco
es artista" (C.G.D., pp.
276-278).                       

Los mismos griegos nos enseñan a través de su
arte, su política y su religión el arte de la
recepción múltiple de la diversidad de influencias
que debe ser asimilada, transformada e integrada por una fuerza
original poderosamente activa. Tratar de copiar una cultura
desaparecida no es más que la quimera de épocas
impotentes, incapaces de creatividad y mal orientadas:

"Vosotros, cuya juventud ha tenido como educadores la lengua y
la sabiduría de la Hélade y del Lacio (…),
¿vais a tomar como norma de vuestra conducta el
código del honor caballeresco, es decir, el código
de la insensatez y la brutalidad? Pero considerad de una vez por
todas dicho código como hay que considerarlo, reducidlo a
conceptos claros, descubrid su miserable estrechez, y adoptadlo
como banco de pruebas, no ya de vuestro corazón, sino de
vuestro intelecto. Si este último no lo rechaza ahora
mismo,  vuestro  cerebro no está hecho para
trabajar en un campo en el que las condiciones indispensables que
se requieren son una enérgica capacidad de juicio que
pueda romper con facilidad los lazos del prejuicio (…)"
(P.E. p.39)

           
Nietzsche rechaza cualquier filosofía de la historia en
general, cualquier fin teleológico que la divida en
edades, como es el caso de Hegel. Nietzsche piensa con
Schopenhauer que la cultura avanza no porque haya instituciones
que la protejan, sino por el impulso demoledor que le
proporcionan los hombres geniales de las distintas épocas.
La Historia, en su opinión, ha ido construyéndose
sobre las espaldas de los hombres geniales. Sobre aquellos que no
son simples productos ni objetivos de una época concreta o
de un proceso universal determinado, sino caracteres
excepcionales que aparecen indistintamente en cualquier tiempo y
lugar constituyendo una república que trasciende el
espacio y el tiempo, y cuyos miembros se dispersan a lo largo de
los siglos:

"Vosotros los solitarios de hoy, vosotros los apartados, un
día debéis ser un pueblo: de vosotros, que os
habéis elegido a vosotros mismos, debe surgir un
día un pueblo elegido: y de él, el superhombre"
(Z., p.126).

 Héroes, filósofos, descubridores o grandes
estadistas que se imponen con su actitud a la cultura para acabar
revolucionándola y renovándola.

Pero, ahora veamos en qué consiste el mito de
Alcíone:

 EL MITO DE
ALCÍONE Y CEICE:

 Alcíone era hija de éolo, guardián
de los vientos, y Egialea. Se casó con Ceice de Traquis,
hijo del Lucero del Alba, y fueron tan felices juntos que ella se
atrevió a llamarse a sí misma Hera y a él
Zeus. Naturalmente esto ofendió a los dioses e hicieron
descargar una tormenta sobre el barco en que viajaba Ceice para
hacer una consulta al oráculo, y lo ahogaron. El fantasma
de Ceice se le apareció a Alcíone, quien, muy en
contra de su voluntad, se había quedado en Traquis, y,
enloquecida por el dolor, se arrojó al mar. Algún
dios compasivo los transformó a ambos en martines
pescadores. Ahora, cada invierno, la martín pescadora
lleva a su compañero muerto con grandes lamentos a su
entierro, y después construye un nido muy compacto 
con las espinas de la ortiga marina, lo lanza al mar, pone sus
huevos en él y empolla sus polluelos. Hace todo esto en
los Días de Alción, los siete que preceden al
solsticio de invierno, y los siete que lo siguen, mientras que
éolo prohíbe a sus vientos que agiten las
aguas.

           
Homero relaciona al alción con Alcíone, un
título de Cleopatra, la esposa de Meleagro, y con una hija
de éolo, guardián de los vientos. Alción,
por tanto, corresponde a alcy-one y significa "la reina
que ahuyenta el mal". Los eolios, famosos navegantes, adoraban a
la diosa como "Alcíone" porque los protegía de los
arrecifes y el mal tiempo.

           
La leyenda del nido del alción, o del martín
pescador (que no tiene ningún fundamento en la historia
natural, ya que el alción no construye ningún tipo
de nido sino que pone sus huevos en agujeros que hace cerca del
agua), puede referirse solamente al nacimiento del nuevo rey
sagrado en el solsticio de invierno -después de que la
reina, que representa a su madre, la diosa Luna-, ha conducido el
cadáver del antiguo rey a una isla sepulcral. Pero, debido
a que el solsticio de invierno no siempre coincide con la misma
fase de la luna, "cada año" debe entenderse como "cada
Gran Año" de cien lunaciones, en la última de las
cuales el tiempo lunar y solar más o menos se sincronizan,
poniendo así término al reinado del rey
sagrado.

           
Plinio dice que rara vez se puede ver al alción, y en caso
de verlo sólo es posible en los dos solsticios y a la
puesta de las Pléyades.

           
Otra Alcíone más, hija de Pléyone ("reina
navegante") y Atlante, era la guía de las siete
Pléyades. El orto helíaco de las Pléyades en
mayo marcaba el inicio de la temporada de navegación, y
marcaba el final, cuando empezaba a soplar el viento bastante
frío del norte, según dice Plinio en un pasaje
sobre el alción. Al alción se le atribuía
además el poder mágico de apaciguar las tormentas,
y su cuerpo disecado se utilizaba como talismán contra el
rayo de Zeus. El Mediterráneo suele estar en calma en la
época del solsticio de invierno.

"NOSOTROS LOS
ALCIÓNIDAS":

En El Caso Wagner los alciónidas son los
"otros", aquellos que apuestan por un andar con pies ligeros,
libre del peso que supone para Nietzsche el idealismo
alemán. Los alciónidas aparecen aquí como
los portavoces de una nueva cultura basada en los valores de
Dionisos. Son aquellos que pretenden ahuyentar el mal tiempo que
se cierne sobre la cultura alemana, y cuyos máximos
representantes son Wagner y Hegel:

"(…) ¡cómo podrían ellos echar en falta
lo que nosotros, los otros, los alciónidas, echamos en
falta en Wagner!: gaya scienza, pies ligeros, chispa,
fuego y garbo; la gran lógica; la danza de los astros, el
espíritu desatado, el trémolo febril de luz del
Sur, la mar serena. Plenitud…"

(C.W., pp. 43 ).

           
La cultura alemana, bajo el peso de un idealismo apolíneo,
se revelaba en esos momentos para Nietzsche como nihilismo. En su
opinión, toda ella aparece dominada por el odio a la vida,
por la debilidad del sentimiento vital que busca afianzarse con
pies de plomo en la  existencia mediante la negación
de todo horror y toda alegría.  Ha inventado otro
mundo, más valioso que este, un mundo suprasensible de
valores superiores a la vida y prefiere creer en la nada, y hasta
en el demonio, antes que en el "ahora". Con lo que, piensa
Nietzsche, se ha perdido el sentido y el valor de la vida y, en
consecuencia, se ha llegado a una desorientación y a una
negación de la existencia, en la que ha desembocado
también la práctica de la filosofía. La
cultura alemana se encuentra inmersa en un mundo apolíneo,
sereno y luminoso de grandes conceptos que, hechos a medida,
flotan en la superficie de la realidad, bajo el dominio de la
fría y calculada armonía de las ficciones
racionales. En opinión de Nietzsche, niega y desprecia la
vida embaucada por las irisaciones del ideal, con las que se
siente "redimida" del caos y la multiplicidad abismales de la
existencia. La vida entera se convierte así en irreal y es
representada como apariencia, por cuanto se la falsea y
desprecia, tomando en su conjunto el valor de "nada".

           
Sin embargo, en tal situación cabe la posibilidad de
hombres fuertes que se opongan y reaccionen ante la débil
voluntad de nada, que proclama entre aullidos el idealismo. Son
hombres que apuestan por una actividad conforme a la propia
actividad de la vida, conforme a una voluntad de poder franca y
directa. Estos hombres son, en El Caso Wagner, los
alciónidas.

Los alciónidas son, según Nietzsche, ateos,
antimetafísicos y antiidealistas. Pero, a diferencia de
los científicos comunes u otros hombres de carácter
superior, no sólo rehuyen cualquier tipo de
divinización sino que abogan además por la
instauración de espíritus libres, poseedores de
gaya scienza. Los alciónidas denuncian el
frío conocimiento que envuelve en una nebulosa
mortífera a la vida y, por contra, defienden una
visión desdivinizada y desidealizada del mundo. Anuncian
la llegada de espíritus desatados que se dejan embriagar
por la pasión y la locura de Dionisos, que nace cuando se
rompe con el mundo de la representación y con el principio
de individuación. Los alciónidas son, por tanto,
mensajeros que anuncian la llegada de un hombre fuerte y valioso
que acepta la vida, la realidad tal cual se les presenta, sin
ningún tipo de disfraz edulcorante y en toda su horrorosa
y abismal plenitud. Anuncian a un hombre trágico: el
Superhombre, que no sólo no mata la vida, en un
afán nihilista como el del idealismo, sino que crea nuevas
posibilidades de ella a través de su capacidad
artística y creativa. Un Superhombre que danza con un
estilo garboso y genera con su movimiento fuego y chispas que
matan lo gris, atroz y frío del ideal, alumbrando
así un nuevo estado de vida no nihilista:

"¡En verdad, en un lugar de curación debe
transformarse todavía la tierra! ¡Y ya la envuelve
un nuevo aroma, que trae salud, y una nueva esperanza! (…)
Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el
superhombre!" (Z., pp. 126-127).

           
El idealismo busca la certeza, se apoya en convicciones.
Convicciones que son, para Nietzsche, prisiones en las que el
hombre débil se refugia; mientras que la fortaleza de
voluntad significa estar libre siempre de toda convicción
para poder mirar libremente al mundo de la vida. El Superhombre
tiene esa libertad de voluntad, una autodeterminación por
la que:

"Un espíritu se libera de toda creencia, de todo deseo
de certeza, y es arrastrado a sostenerse sobre cuerdas y
posibilidades ligeras, incluso a bailar sobre el abismo.
Semejante espíritu sería  el
espíritu libre par excellence" (G.C., pp.
347).

Al hombre débil y gregario del idealismo nihilista,
Nietzsche opone una clase de hombre fuerte que afirma la vida. Un
hombre activo que dice sí y que crea valores. Uno de los
atributos principales de este Superhombre es la libertad, pues
este hombre quiere depender siempre de sí mismo y no de
una costumbre, tradición o ideal. No quiere depender de
nada que no sea él mismo. El Superhombre es un hombre
construido en el gran estilo y en sus acciones usa la gran
lógica, una lógica de gran alcance que desprecia y
se deshace de todo lo débil y mezquino de la voluntad de
nada pervertidora de la vida. Su carácter tiene estilo,
algo muy poco frecuente de ver. Los hombres que pertenecen a la
clase del Superhombre tienden a apartar todo prejuicio, toda
opinión y estimación para crear nuevos y propios
valores, nacidos desde una perspectiva interior y no impuesta
desde el exterior. Crear los valores propios es una forma de
construir la voluntad de gran estilo, una forma de construirse a
sí mismo según valores no heredados sino creados,
una forma de llegar a ser lo que se es en cuanto algo
único y nuevo. Y, dado que todo cuando posibilita su
propia vida proviene de su interior, el Superhombre no teme un
mundo desdivinizado, inhumano, inmisericorde o
injusto.        

           
Nietzsche reserva para los mensajeros de este Superhombre el
nombre de alciónidas porque ejercen el papel de mensajeros
de la diosa marina Alcíone ("la reina que ahuyenta
tormentas") y producen el efecto de presagiar la mar serena y el
buen tiempo para la cultura alemana. Mensajeros de
Alcíone, los alciónidas -también conocidos
como martín pescadores- alejan con su voz silenciosa las
nubes del cielo alemán, apolíneo e idealista. El
martín pescador es un ave que se alimenta de peces
pequeños que captura dentro del agua y  su
peculiaridad radica en la sustancia que recubre su plumaje y que
le permite reiniciar el vuelo tras haberse sumergido en el agua.
Característica que también recoge el
alciónida de Nietzsche, en tanto que martín
pescador. Por ello, los alciónidas pueden sumergirse en
las aguas de la cultura alemana sin que ello interfiera en su
tarea, pues pese al mal tiempo que vive la cultura y la
filosofía alemanas ellos pueden navegar entre sus aguas y
luego levantar el vuelo hacia metas más elevadas -como lo
es la transformación radical de la cultura- sin ver
perjudicado su propósito, ni dañado su plumaje lo
más mínimo.

"ESE SONIDO
ALCIÓNICO":

En el prólogo a Ecce Homo Nietzsche hace una
descripción, más o  menos completa, de lo que
es el sonido alciónico. Nos dice que es el sonido que sale
de la boca de Zaratustra. Un sonido silencioso, lento, distinto y
seductor. Un sonido que se pierde y que refleja el sentido de la
sabiduría de este mensajero de Dionisos, y del que nadie
es dueño de tener oídos para escucharlo:

"Es preciso ante todo oír bien el sonido que sale de
esa boca, ese sonido alciónico, para no ser lastimosamente
injustos con el sentido de su sabiduría. "Las palabras
más silenciosas son las que traen la tempestad.
Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el 
mundo"[3] " (E.H. , pp.19-20).

           
El sonido alciónico entonces es un sonido que transmite la
sabiduría de Dionisos, y en ese sentido lo
alciónico y lo dionisiaco se identifican, de forma que un
sonido alciónico será un sonido de carácter
dionisiaco. Lo dionisiaco se define para Nietzsche en
contraposición con lo apolíneo. Así,
mientras lo apolíneo hace referencia al arte del escultor
y se presenta como la tendencia hacia un mundo sereno y luminoso
de imágenes que flotan sobre la superficie de la realidad;
lo dionisiaco al arte no escultórico de la música
presentándose con ello como la inclinación por la
ausencia tanto de límites como de formas, es el gusto por
la indeterminación. La esencia de lo dionisiaco aparece
descrita como la embriaguez que surge del horror y del
éxtasis que nace de la ruptura con el mundo de la
representación y con el principio de individuación.
Pero la embriaguez no está ausente en el  estado
apolíneo y, para distinguir estos dos estados, Nietzsche
introduce una diferencia de tempo en ellos. Lo dionisiaco
es más lento porque su grado de embriaguez con respecto a
lo apolíneo es mayor, y a mayor grado de embriaguez se da
una mayor lentitud y simplificación en la
percepción. Además de por esta diferencia de
tempo, lo apolíneo y lo dionisiaco se distinguen
también por el ámbito que cada uno de ellos alcanza
con su excitación: lo apolíneo excita el ojo, por
lo que aumenta sólo la fuerza de visión. En los
estados dionisiacos, en cambio, está excitado e
intensificado todo el sistema de las pasiones[4] 
pudiéndose hablar por tanto de lo dionisiaco como de un
estado de seducción.

           
Lo dionisiaco en Nietzsche se caracteriza además por ser
silencioso y distinto, adjetivos cuyo sentido solo se entiende
desde la crítica y la confrontación del pensamiento
nietzscheano con el de Hegel, puesto que no son
características propiamente dionisiacas. Lo dionisiaco es
silencioso porque refiere a una forma de pensamiento cuya
función es la creación de hechos, la
invención de nuevos valores en torno a los que ha de girar
la cultura; frente a la posición de Hegel que defiende una
concepción apolínea del pensamiento, en la que
éste se identifica con una forma de lenguaje a
través de los conceptos de "representación" e
"idea":

"(…) os gusta aullar: pero yo he dejado de creer en "grandes
acontecimientos" tan pronto como se presentan rodeados de muchos
aullidos y mucho humo. ¿Y créeme, amigo ruido
infernal! Los acontecimientos más grandes no son nuestras
horas más estruendosas, sino las más silenciosas.
No en torno a los inventores de un ruido nuevo: en torno a los
inventores de nuevos valores gira el mundo; de modo inaudible
gira" (Z., p.199).

Nietzsche opina que el pensar de tipo apolíneo es
motivo de desconfianza debido a que rodea con ruidos y nubes de
humo la realidad de la vida. Pues el pensamiento que se
desarrolla a través de re-presentaciones considera a las
cosas del mundo en abstracto, tendiendo hacia la
universalización y homogeneización, de las que hace
su ley genética. Con ello, el pensamiento pasa a operar y
a moverse en el ámbito de la pura ficción, del que
hace su elemento genuino. A pesar de todo, este es el
ámbito al que tradicionalmente ha quedado, en
opinión de Nietzsche, relegado el pensamiento desde los
griegos. Un ámbito que ha de ser dinamitado
tempestuosamente para dejar paso a una forma de pensar nueva,
distinta, y fiel a la realidad por cuanto respeta el ser de los
hechos al mostrarlos como pura apariencia para un sujeto
concreto, a la vez que respeta su individualidad y originalidad
distintiva al alejarse del pensamiento re-presentador que lo
convierte todo en homogéneo y calculable.

           
Otro rasgo de este pensar dionisiaco, según se
señala en Ecce Homo, es que nadie es dueño
de tener oídos para escucharlo. Lo cual deriva de la
faceta pasional y seductora de este pensar, ya que en el arte de
la seducción la efectividad depende no tanto del
empeño de uno mismo (un simple ver) como de su
carácter y personalidad (conlleva un compromiso e
implicación personal). Del mismo modo, el que uno se deje
seducir y se incline por un pensar dionisiaco no depende se su
empeño sino de la naturaleza de su voluntad. Una voluntad
de naturaleza superior, de la que sólo es poseedor
auténticamente -para Nietzsche- el Superhombre. Solo el
Superhombre puede escuchar la sabiduría dionisiaca que
sale de boca de Zaratustra.

           
La pregunta ahora es ¿por qué Nietzsche da a este
sonido el nombre "alciónico", pudiéndolo haber
llamado simplemente, y  conceptualmente más claro,
dionisiaco? Y la respuesta es que esta denominación
añade, a través de una sola palabra, importantes
rasgos significativos a las palabras que salen por boca del
anunciador del Superhombre. Este sonido entonces, además
de ser dionisiaco, está relacionado  con la diosa
marina Alcíone. Diosa que, como recordaremos, se encarga
de alejar las nubes y el mal tiempo. El mismo efecto produce este
sonido que, además de transmitir el saber dionisiaco,
presagia buen tiempo para la cultura alemana, dominada hasta ese
momento por el idealismo.

           
UN FUTURO, UNA PROFECÍA Y UNA NUEVA
MORAL:

           
Ejemplos de "alciónidas" son el personaje de Zaratustra o
el propio Nietzsche, y de "sonido alciónico" serían
las palabras que salen de sus bocas, su forma de pensar y sus
pensamientos. Ambos conceptos a su vez pueden englobarse dentro
de lo que he optado por denominar "alcionismo", término
con el que he denominado a la filosofía de Nietzsche
cuando es vista desde la perspectiva de la crítica al
idealismo de Hegel. Con lo que el alcionismo aparece en Nietzsche
como solución a dicha filosofía, la cual
desvirtúa y pervierte la realidad de la  vida con su
metafísica de la re-presentación. La
búsqueda de nuevos valores quedaba abierta y debía
ser el artista, pero también el filósofo quien los
aportara de nuevo.

           
Sin embargo, el alcionismo es una filosofía por llegar:
aún no se ha instalado en la cultura alemana, como
demuestra el hecho de que los alciónidas sean simples
mensajeros de ella y no se identifiquen con el Superhombre que ha
de llevarla a cabo. Los alciónidas lo presagian, pero no
son el buen tiempo, de igual modo que Zaratustra no es el
Superhombre[5]. Pero también es una
filosofía que tiene para Nietzsche la obligación de
perderse, como el sonido que viene y se va para que seamos
conscientes de él. Debido a que Nietsche concibe que su
pensamiento y lo que este genera es provisional:

"En verdad, éste es mi consejo: ¡alejaos de
mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor:
¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado.
El hombre de conocimiento no sólo tiene que poder amar a
sus enemigos, tiene también que poder odiar a sus amigos
(…). Vosotros me veneráis: pero ¿qué
ocurrirá si un día vuestra veneración se
derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua! (…)
Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os
encontréis a vosotros; y sólo cuando todos
hayáis renegado de mí volveré entre
vosotros[6]" (E.H., pp.20-21).

Como nos desvela el propio Nietsche en el prólogo de
Más allá del bien y del mal, el
objeto de sus reflexiones es la crítica al idealismo.
Entendiendo por tal, la tradición occidental que va desde
Platón hasta Hegel y que ha instaurado el error
dogmático más duradero y peligroso al considerar al
ser como algo fijo e inmutable, propio de otro mundo diferente y
distinto a éste, en el que vivimos. El filósofo
dogmático se dedica a buscar, indagar, y especular por
encima del mundo y su movimiento continuo. Lo que implica,
además, el menosprecio para la vida tal y como ella es.
Para Nietzsche -que en este caso sigue a Heráclito– no
existe un mundo de apariencias y movimiento y otro de la verdad
fijo e inmutable, sino sólo el devenir constante del ser
creando y destruyendo el mundo. Con lo que resulta inviable la
posibilidad de que el conocimiento y el comportamiento humanos se
guíen conforme a una guía absoluta, puesto
que  no podemos conocer nada en cuanto a su esencia.
Nietzsche sostiene que no conocemos sino en tanto que suma de
relaciones. Es decir, la vida y sus manifestaciones -ya sean
naturales, artísticas, políticas o religiosas- nos
resultan totalmente incomprensibles en cuanto a su esencia. Por
medio de las palabras y los conceptos que recortan la realidad no
podemos penetrar en el origen plural y en devenir contínuo
de las cosas; y de hecho, en ellas lo único que conocemos
es lo que nosotros aportamos: interpretación y
valoración. Esto no significa que todas las perspectivas
sean igualmente válidas ni que Nietzsche sea amoral. Es
sólo que su moral va por caminos muy diferentes a los del
cristianismo y la metafísica tradicionales: la
exaltación de la vida en su completo desarrollo en la que
se devuelve al Ser la inocencia griega del devenir.

Y de la mano de la noción de alcionismo nos plantamos
en la de perspectivismo. El perspectivismo es un concepto
concreto que Nietzsche defiende y analiza explícitamente a
lo largo de toda su obra. Nietzsche entiende el mundo en general
como si se tratase de una obra de arte, como si se traste de un
texto literario, de forma que sus conclusiones sobre el mundo y
los seres humanos son el resultado de extrapolar ideas y
principios aplicables a la escena, la creación y la
interpretación de textos y personajes literarios. El mundo
en sí y cuanto lo compone, análogamente a lo que
ocurre cuando se abordan los textos literarios, es susceptible de
interpretaciones diversas igualmente válidas aún
siendo profundamente incompatibles. El perspectivismo de
Nietzsche sostiene que no existe una visión obligatoria
para todos, ya que opina que cada visión del mundo
está cimentada -a la vez que manifiesta- sobre los valores
específicos y actitudes hacia la vida, y que deberá
ser aceptada sólo por aquellos que deseen apropiarse de
esos valores. Se trata de la idea de que todos los intentos por
conocer son también el intento de personas concretas de
vivir formas concretas de vida, por razones concretas. Idea que
Nietzsche  aplica también sobre su propio pensamiento
y con lo que crea  una diferencia aún más
radical respecto del pensamiento dogmático, monumental y
estatuario, cual arrecife, de Hegel. El perspectivismo no exige
ser aceptado, nadie está obligado a creerlo. Al mismo
tiempo revela que las cuestiones de verdad y falsedad sólo
encuentran respuesta en relación con casos
específicos y concretos, y no a través de las
consideraciones abstractas y nebulosas en las que se viene
apoyando tradicionalmente la filosofía[7].

Si las categorías y los conceptos no nos sirven para
acercarnos a la realidad del devenir múltiple y cambiante,
¿qué otro medio tenemos para hablar del ser?
Nietzsche nos propone la metáfora. Nietzsche considera la
metáfora como el medio más adecuado por que ofrece
la posibilidad de una integración de la diversidad que nos
libra de caer en el dogmatismo del idealismo. La metáfora
se mantiene abierta al mundo y no cerrada como ocurre con el
modelo simplificador del concepto. La metáfora
actúa como s fuera una pantalla a través de la que
contemplamos el mundo filtrando los hechos: suprimiendo algunos y
poniendo de relieve otros. Esta  exaltación
teórica y práctica de la metáfora obedece al
principio de que no existe ninguna relación de causalidad
lógica entre el mundo del objeto y el del sujeto, de forma
que la única relación metafísica posible
-según Nietzsche- es la relación artística.
Pero no se trata de una formalización del arte sino de la
exaltación del aspecto considerado en el hombre: su
creatividad, aspecto esencial de la Voluntad de Poder
(interpretar). Sólo es posible un comportamiento
estético que e sabe creativo y efímero.

Para Nietzsche el desarrollo del arte está ligado a la
duplicidad de lo apolíneo y lo dionisiaco, de modo similar
a como la generación depende de la dualidad de los sexos,
entre los que la lucha es constante y la reconciliación se
efectúa sólo periódicamente. Estos nombres,
que Nietzche toma en préstamo a los griegos, hacen
perceptible al hombre inteligente las profundas doctrinas
secretas de su visión del arte, no como conceptos, sino
como arquetipos. Los arquetipos surgen del núcleo mismo de
la experiencia humana y representan un patrón fijo del
comportamiento, que podríamos llamar psicológico,
de la cultura humana. Nuestras experiencias diarias en el mundo
reflejan los arquetipos que establecemos en nuestra
psicología interna. Y como vió Nietzsche, reconocer
este hecho puede ayudarnos a comprenderlas motivaciones y
comportamientos de nuestra cultura con mayor claridad. Y la
creación de arquetipos sanos en nuestras vidas
constituirá, por tanto, una tarea fundamental para la
sanación y desarrollo de una cultura enferma y
desorientada como la alemana. El alcionismo encarna este tipo de
arquetipo cultural curativo, en un momento en el que lo
apolíneo se manifestaba como patrón de
comportamiento dominante que no dejaba lugar para la
expresión de lo dionisíaco.

El rasgo más significativo de estas experiencias 
psicológicas arquetípicas es el hecho de que giren
en torno a personajes míticos. En oposición  a
logos, la palabra mito designa al relato tradicional, fabuloso y
engañador. Los personajes de los episodios míticos
son seres extraordinarios, más que humanos y actúan
en un marco de posibilidades superior al de la realidad
cotidiana. Mediante la rememoración de esos sucesos y la
evocación de esas hazañas heroicas y divinas:
creación y destrucción de mundos, aparición
de dioses y héroes, terribles encuentros etc., la
narración mítica explica el porqué de muchos
usos y costumbres de interés colectivo situando las causas
de dichos procesos en un tiempo primordial, en un tiempo fuera
del tiempo. En un tiempo intempestivo en palabras de Nietzsche.
El mito es una narración que puede contener elementos
metafóricos, pero que frente a otras metáforas o
imágenes de carácter puntual se distingue  por
presentar una "historia". Una trama en la que se pueden rastrear
el origen y el fundamento de los caracteres humanos, o arquetipos
psicológicos, que conforman una cultura.

El lenguaje y la forma de expresarse propia del mito se
presentan , en definitiva, como la forma más adecuada y
que mejor se ajusta al devenir del mundo y de la vida. De
ahí que el término con el que Nietzsche designa al
tipo de hombre que ha de profetizar la llegada de la nueva
cultura y la nueva moral haga referencia a un mito griego. Griego
por cuanto la cultura helénica constituye para Nietzsche
una prueba histórica de que es posible un pensamiento
trágico, esto es, un gusto por lo duro, lo terrible y lo
problemático de la existencia. Gusto nacido, no de la
corrupción moral de una cultura debilitada, disoluta y
anárquica, sino producto de una salud desbordante y de una
exuberancia de juventud difíciles de imaginar para
nosotros. Una posibilidad histórica de la que
deberíamos tomar ejemplo para acometer la reforma de
nuestra cultura moderna en dirección a un nuevo renacer de
expresión de lo dionisíaco. Hacia un renacer de la
cultura que no niegue nada, que no rechace como superfluo nada de
lo que existe y que diga sí a la realidad más
allá de todo ideal.

BIBLIOGRAFÍA:

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filólogo
, Alderabán, Madrid, 1999.

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Alianza, Madrid, 1996.

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Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la
vida
, Biblioteca Nueva, Madrid,    
1999.

Así habló Zaratustra. Un libro para todos y
para nadie
, Alianza, Madrid, 2001.

II.            
OBRAS DE OTROS AUTORES:

BERMEJO, J.C.: "El mito griego y sus interpretaciones" en
Historia Akal del Mundo Antiguo, 14, Madrid,
1988.

DELEUZE, G.: Nietzsche, Arena Libros, Madrid, 2000.

————–  : Nietsche y la filosofía,
Anagrama, Barcelana, 2002.

GRAVES, R.: Los mitos griegos, 2 vols., Alianza,
Madrid, 2002.

IZQUIERDO, A.: Friedrich Nietzsche, o el experimento de la
vida
, Edaf, Madrid,2000.

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indestructible
, Herder, Barcelona, 1998.

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pp. 423-435.

NEHAMAS, A.: Nietzsche. La vida como literatura,
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Ontología, estética y política en F.
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, Anthropos, Barcelona, 1988.

SANCHEZ MECA, D.: En torno al Superhombre. Nietzsche y la
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Murcia, Barcelona, 1989.

SANTIAGO GERVÓS, L. E. : Arte y poder.
Aproximación a la estética de Nietzsche
,
Trotta, Madrid, 2002.

Publicado en "Nietzsche y el Romanticismo" Revista de
Estudios nietzscheanos, nº5, Málaga, 2005, pp.
153-166.

 

 

Autor:

Alicia García Fernández

Licenciada en Filosofía por la Universidad
Autónoma de Madrid. Tesis en curso, bajo la
dirección de José María Zamora (Universidad
Autónoma de Madrid) y Baudouin Decharneux
(Univeristé Libre de Bruxelles): "La cuestión del
spérma en Platón Investigación acerca
de los orígenes de la noción estoica
lógos spermatikós". Ha publicado en revistas
especializadas y de difusión textos sobre
fisiología, ontología y medicina antigua,
pitagorismo, platonismo, estoicismo  y pensamiento
nietzscheano. Es además profesora en formación de
la Asociación Española de Practicantes de Yoga y
forma parte del grupo de trabajo AEPY-Unesco Madrid por el
reconocimiento del Yoga como valor intangible para la
humanidad.

[1]             
C.W. , p.43, op.cit.

[2]             
E.H. , p.19, op.cit.

[3]             
Veáse también Así habló
Zaratustra
, ed. citada, p.219.

[4]             
Veáse "Psicología de artista" en  El
crepúsculo de los ídolos
.

[5]             
Dicha afirmación no queda tan clara si se aplica al
caso de Nietzsche, el cual si puede ser identificado en
ocasiones con el propio Superhombre. Acerca de la
problemática suscitada por esta cuestión
sería conveniente realizar una investigación
para la que no hay lugar aquí.

[6]             
Véase Así habló Zaratustra, ed.
citada, pp. 126-127.

[7]             
Veáse NEHAMAS, A.: "La falsedad como condición
de la existencia", op. cit., pp.63-98.

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